06 marzo 2012

Política, Ciudad y Sociedad/Quosque tendem, Macri?/ Por Susana Cella




Quosque tandem, Macri?

Por Susana Cella*

(para La Tecl@ Eñe)

Ni chico caprichoso, ni adolescente, no creo que haya que ofender a las pobres criaturas comparándolas con un adulto, empresario, político, enjuiciado, e intendente porteño cuyo plan de gobierno para la ciudad que podría resumirse en una consigna: Destruir Buenos Aires. Luego de un primer mandato que estrenó con un aumento en el ABL, quedó más que clara su capacidad devastadora en hospitales sin insumos, escuelas en pésimo estado y sin calefacción, cierre de talleres barriales, aumento de la basura, falta de obras de infraestructura y mantenimiento, nula o pésima planificación urbana, subejecución de partidas presupuestarias, etc.
Por tanto ya no contaba en la segunda ocasión con la ventaja de cierta expectativa (expresada en esos dichos circulantes, verdaderos ideologemas: “es un administrador y no un político”, “un empresario”, junto con la extraña idea de que alguien que ya tiene mucho dinero no va a robar cuando, al contrario, la lógica de la riqueza es insaciable y siempre clama por más) que pudo tener un votante porteño (mediopelesco en especial) para repetir el voto a tal candidato. Desde luego no me refiero a quienes claramente apoyan sus políticas y concepción de la sociedad ni tampoco a los que negociaron un voto a cambio de algo, ni a la estúpida teoría de que lo votaron los hinchas de Boca, por la simple razón de que esto no da un sesenta por ciento. Más bien uno piensa en el votante, digamos, sedentario, algo así como descolorido, que, directa o indirectamente sufrió la primera gestión macrista, fuera en las calles angostadas por bicisendas, en inundaciones por falta de obras, en escuelas rotas o heladas, en perjuicios a músicos, maestros, artesanos, etc., quizá parientes o hijos o amigos del tal votante y en los aumentos de impuestos a todos, sin que se viera dónde diablos va a parar todo el dinero que recauda el municipio más rico del país. Por tanto surge esa pregunta freudiana: ¿por qué alguien repite algo que le hace daño? A lo que se suma una especie de esquizofrenia consistente en criticar al gobierno nacional así sea porque llueve o porque no llueve, o, llegando a un triste ridículo, declarando el apoyo a los kelpers, al mismo tiempo que se soslaya o minimiza o directamente ignora lo que día a día pasa en la ciudad.
Mucho se achaca de estas actitudes a la campaña terrorista de los medios monopólicos, con sus varios procedimientos tendientes a jaquear todo el tiempo al gobierno nacional, de lo cual se ha dicho y sigue diciendo mucho, y si bien seguramente esto incide en lo que repiten o interpretan muchos, no basta para explicar el apoyo que un vetador y destructor serial concita. La emisión y recepción de los mensajes no es simétrica, hay una fundamental disimetría entre ambas, se trate del mensaje de que se trate y las decodificaciones pueden variar, desde luego esto bien lo saben los multimedios en sus fabriquerías ideológicas, de ahí el esfuerzo por lograr una mayor efectividad. Esto podría llevarnos a disquisiciones sobre la relación emisor/ receptor y a las nutridas polémicas en cuanto al rol pasivo/ activo de cada uno. Sin embargo, no es el objeto de estos apuntes, sino tratar de ver otros factores incidentes, quizá en una suerte de pesquisa más o menos casera, mediante la charla, no por supuesto con quienes hay afinidades políticas e ideológicas, porque esto –y es algo no poco importante cuando se trata de saber algo de ese conglomerado de sentimientos, dichos, hechos, etc. que llamamos realidad- nos ofrece una parcial visión, inclusive catártica; sino con esos otros, esos que han votado a Macri, un diverso conjunto.
Las experiencias más difundidas son las de conversaciones con los taxistas, por ejemplo, a partir del odio que les producen las bicisendas, lo que uno (o sea el pasajero no macrista) trata de llevar a una crítica de conjunto a las políticas del gobierno ciudadano, y se encuentra, con que de pronto el mismo personaje (el taxista) que acaba de quejarse por la bicisenda y declarar que es un robo, dice a continuación que todo es un desastre, que el gobierno lo único que hace es darle plata a los que no trabajan (se entiende que se refieren a subsidios, asignación universal) o sea, salta sin solución de continuidad del gobierno municipal al gobierno nacional sin distinguirlos. Si tal cosa hubiera pasado en tiempos de Ibarra, por ejemplo, uno podría pensar en el desacuerdo del antedicho personaje con una política más o menos acorde, pero la neta diferencia entre el gobierno nacional y el municipal, hace que esta mezcolanza resulte una vez más, motivo de pregunta. Por supuesto, nuevamente, podemos hablar de la influencia mediática, pero también, nuevamente, seguir un poco más. Si por una parte me referí a una esquizofrenia y por otra a esta no división, cosas que parecen contradictorias, sin embargo, creo que pueden ser caras de la misma moneda: dividido y rejuntado, en un mismo lodo.
Lo que está ezquizofrenizado y confundido es la ciudad misma. Teniendo en cuenta su bicentenaria historia desde Mayo, vale la pena revisar los sucesivos proyectos, contraproyectos, batallas, acuerdos, etc. en lo que se refiere a la condición de territorio federal de Buenos Aires, cuestión que no es unívoca ya que según los designios políticos coyunturales se favorecía o no la federalización. Así, las actuaciones del nefasto Rivadavia, quien también tuvo que ver, entre muchas cosas como el empréstito Baring, con otro tema hoy en disputa: la explotación minera y la política de nacionalización o provincialización del subsuelo. Un breve repaso por una serie de hechos acaecidos entre la sanción de la Constitución de 1853 hasta la Ley de Federalización de 1880, entreveros entre gobernantes de la provincia y de la Nación, señalando atribuciones o no, adjudicándose injerencias o no, recuerdan lo que hoy hace y deshace en Buenos Aires, el actual jefe de gobierno de la ciudad dividida y mezclada simultáneamente por su condición de Distrito Federal y de Ciudad Autónoma (lo que la asemeja a una suerte de provincia bastante peculiar). Si las ciudades capital de provincia, o cabeza de partido, tienen sus atribuciones, y desde luego, sus relaciones (más allá de lo armónicas o no que puedan ser) con el gobierno nacional (que es el de todo el país, valga la perogrullada), la coexistencia en un mismo territorio de un gobierno que parece menos municipal que provincial (CABA) y el nacional, incrementa la necesidad de delimitar estrictamente las competencias de cada autoridad justamente porque es en el mismo espacio donde operan ambos, teniendo en cuenta además que la autonomía del municipio de Buenos Aires es un hecho indiscutido e incluso, para muchos, un derecho adquirido y hasta ventajoso según quién ejerza uno y otro, lo que juntamente nos devuelve a esos vaivenes históricos y al presente conflicto.
Un conflicto no con un poco capacitado o caprichoso intendente (como dije, no es un adolescente y ni siquiera le da para niño bien pretencioso y engrupido), sino un conflicto político e ideológico. Y justamente esto puede acercarnos a la cuestión de por qué entre descontentos o algunos “yo no lo voté” que se están escuchando, Macri sigue adelante con sus proyectos destructivos, aquellos que han perjudicado, perjudican y van a perjudicar también a esos denominados “vecinos” (vocablo que desde luego no remite al significado histórico de vecino varón y propietario, ni a la idea de tejido barrial solidario, sino a nombre neutralizante, lavado) que lo votaron. De ahí, señalar la cuestión ideológica.
La ideología no sólo como veladura sino también como imaginario (conjunto de creencias, representaciones, discursos, opiniones, conclusiones, sentimientos, etc.) es un factor primordial, lo cual no es ningún descubrimiento. Sin embargo, no está demás repetir su incidencia. En este aspecto, cabe preguntarse, qué atractivo puede tener Macri.
Quizá haya que ver el atractivo por lo farandulesco que pese a varios años de cambios sustanciales en el país, permanece todavía en el imaginario de mucha gente, y que Macri sabe actuar muy bien. Aspecto que se aviene con el supuesto apoliticismo (que Macri heredó de su nonno qualunquista), y que sigue siendo una fuerza poderosa coherente con la idea de que los políticos son tránsfugas, ladrones, etc. (cosa que algunos se han esmerado en demostrar). En este punto cabría señalar que la crítica a los partidos, a la partidocracia, a los políticos, fue un argumento fuerte del fascismo, es decir, una ideología y una política, que no terminó sino que siguió rizomáticamente andando por otros caminos que no son el faccio, la camisa negra o cosas por el estilo), sino friendly sendas.
Macri es un político y presumiblemente sus torpezas no son casuales para preservar esa imagen light, consistente con un individualismo y hedonismo bien asentado y sustentado por la maquinaria mediática en todas sus formas y formatos. Con lo cual podemos ir a la cuestión discursiva, a sus frases apenas frases y hasta a sus actos fallidos y sus netos errores. Pocas palabras, inexistentes fundamentaciones o razonamientos. Como si con puntería buscara activar rencores y rivalidades con el de al lado (de modo que se olvida el de arriba), envidias, egoísmos, desasimiento de preocupaciones y narcicismos de las pequeñas diferencias, fachada en fin de chauvinismo, racismo, discriminación, desigualdades, justificación de la represión, todo ello, concordante con la ideología naturalizadora y con un imaginario donde la desmemoria y la negación han sido enclaves fundamentales para que triunfen políticas como las que él representa en Buenos Aires, objeto de amor/odio para los argentinos.
Este aspecto también tiene sus vericuetos por el lugar (desde luego no homogéneo) que ocupan Buenos Aires y sus habitantes según desde dónde y quién mire. “Porteños” es en muchos casos algo lindante con el insulto, expresión peyorativa, sinónimo de insensibles, creídos, orgullosos, soberbios, y otras virtudes. Quizá el discurso de Macri –en su escandalosa simpleza mentida- sea causa eficiente del sueño de ciertos porteños que se creen algo distinto de, y superior, claro, a los despreciados “cabecitas”/ “gronchos”/ “negros” (incluidos los de países limítrofes), o sencillamente “provincianos” varios. O promueva identificaciones, al estilo de las vedettes o galanes, como si compartieran por el solo hecho de verlos en la televisión o en una revista, su glamour (por otra parte, bien relativo). Porteño, en cambio, para quien ama a la ciudad en que ha nacido, como se ama en la felicidad y en la desgracia, es una palabra entrañable y dolorosa cuando ante la destrucción de la ciudad y el intento de convertirla en algo así como una Disneylandia o parque temático para engañados y turistas, ve sí, con espanto, como sus semejantes, hermanos de ciudad, solo emiten quejas vagas y con indiferencia permisiva dejan que tal cosa pase.
Lo que fue concebido por la dictadura como “un cambio de mentalidad” (según uno de sus eslóganes) y reafirmado por vías diversas hasta el 2003, no se revierte en poco tiempo, menos cuando hay un aparataje poderoso destinado a prolongarlo. ¿Qué hacer? como diría Vladímir Ilich Uliánov. ¿Qué responder en este contexto aparte de lo dicho en cuanto a delimitar estrictamente las competencias y responsabilidades del gobierno nacional y de la ciudad capital (que no es sino una autoridad municipal)? Si uno hablara de que el gobierno nacional interviniera (como se interviene una provincia en caso de incumplimiento, conflicto, etc.) la propia capital federal, parecería demente, un episodio más de esa mezcolanza y esquizofrenia a que me referí. Sí, al menos, vale destacar el estatuto de autoridad nacional por sobre la local.
Pero, el núcleo de la pregunta no va tanto al nivel gubernamental o superestructural, sino al registro imaginario, vale una vez más repetir la palabra, a los embelecos que se fraguan ciertos sectores de esta ciudad. Se podría pensar que cuando les toque de cerca, ahí se van a dar cuenta, estilo poema de Brecht, sin embargo, ya les ha tocado, e insisten porque la persistencia de ciertos condensados ideológicos es extremadamente fuerte y por tanto el cambio lento. Quizá en el día a día nos quepa seguir cuestionando y desbaratando el discurso macrista (sinécdoque del antinacional, neoliberal) por los medios que cada quien tenga a mano. Multi o no mini. Y simultáneamente tratar como se pueda de que nuestra ciudad siga siendo eso, nuestra.
*Poeta y novelista. Profesora titular de la carrera de Letras, UBA. Colabora habitualmente en la sección libros de Radar. Tiene a su cargo una sección en la revista Caras y Caretas y dirige el Departamento de Literatura y Sociedad del Centro Cultural de la Cooperación.


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