23 marzo 2011

Cultura Medios y Política/Forster Ricardo /Batalla Cultural, medios de comunicación y Política

BATALLA CULTURAL, MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y POLÍTICA*

Por Ricardo Forster

(para La Tecl@ Eñe)


Observo un modelo sociocultural muy peculiar, sobretodo en la Argentina, en el cual se definen en cierta medida aquellos discursos que sostienen ciertos imaginarios culturales, políticos, socioeconómicos; se deciden también las condiciones de producción de esas subjetividades. Realmente esto se discutió muchas veces en sedes académicas o en espacios muy reducidos, pero muy pocas veces encuentran camino hacia lo político, hacia lo público, como lo fue el debate de la ley de medios en nuestro país. Esto implica que sería bueno dar cuenta o clarificar qué estamos diciendo ó qué estamos poniendo en debate, o qué se afirma cuando se habla de batalla cultural. Primero, porque el concepto de batalla, tiene reminiscencias bélicas, tiene connotación de un enfrentamiento muy fuerte al menos entre dos partes. Y yo creo que esto es algo más, esto tiene que ver con la necesidad de desentrañar un modo de ser de la propia sociedad contemporánea, del capitalismo neoliberal que ha extendido o ha radicalizado no solamente las grandes transformaciones económicas en el exterior de nuestro propio sistema, sino que para hacer posibles esas transformaciones de la vida social- económica, tuvo que producir una sobre intencionalidad del discurso mediático, el cual tuvo que trabajar en las transformaciones valorativas y culturales de aquellos que integramos la sociedad; tuvo que incidir decididamente en la industria de la cultura, de la información; tuvo que tratar de generar grandes mutaciones en la percepción de la realidad, en el modo como los hombres y mujeres comunes y corrientes miran el mundo, se perciben a sí mismos, perciben a los otros, perciben la lógica del trabajo, de la vida urbana, de la seguridad, de la violencia, de las diversas condiciones sociales que hoy se arremolinan en la vida de todos los días. Quiero decir: el neo-liberalismo no ha sido sólo una transformación económica que modificó el paradigma en el interior del propio capitalismo saliendo de un paradigma productivista y ligado al estado de bienestar para entrar en un paradigma especulativo, financiero, y con una concentración exponencial de la riqueza en muy pocas manos, sino que fundamentalmente fue también una gran transformación cultural, transformación en los cuerpos, transformación en la percepción del mundo, transformación en los lenguajes. Y ello trajo consigo una muy alta culturización de la política, cada vez menos el discurso político podía expresarse como discurso político, eludiendo los artefactos culturales. Cuando digo artefactos culturales digo los grandes medios de comunicación de masas, los dispositivos de marketing, la forma a través de la cual la política quedó reducida por los lenguajes audiovisuales, los lenguajes de la televisión, y perdió una dinámica que le era propia de interpelación en lo público, incluso, de cierta autonomía respecto a estos lenguajes cada vez más autosuficientes, cada vez más determinantes, que son los lenguajes de la industria de la cultura y del espectáculo. Las estetizaciones de la vida en todos sus aspectos también involucraron muy fuertemente a lo político.
Esto, por supuesto, tiene que ver con intencionalidades ideológicas, con un modo de producir formas de dominación y acentuar un giro histórico, que es el giro que comienza a darse con mucha intensidad a partir de finales de los ‘70, que asume primero la forma del neo-conservadurismo de Ronald Reagan y que está asociado a la caída del bloque soviético y al comienzo de la retirada del modelo bienestarista del capitalismo, al menos en las sociedades centrales y a la entrada muy violenta de las sociedades periféricas a modelos de acumulación neo-liberales que trajeron consecuencias sociales horrorosas. Para sostener esa transformación fue imprescindible este giro cultural de la vida político-social, ésta estetización de la vida política, y allí hay que leer el papel de los medios de comunicación. Cuando hablo de medios de comunicación me refiero a esos grupos mediáticos que manejan diarios, televisión, radios pero que también están en el núcleo de lo que podríamos llamar la industria cultural, de la misma manera que en los años ’30, ’40, ó ’50 el cine de Hollywood fue definitorio para el proceso de americanización del mundo, y fue quizá la mercancía cultural más exitosa que conoció el siglo pasado para crear ese producto que se llamó América. Hoy podríamos decir que los medios de comunicación concentrados, en un momento en que fueron desgastándose las ideologías con aquel famoso discurso de la muerte de las ideologías, el fin de la historia y el proceso de vaciamiento de los partidos políticos y de las formas tradicionales de hacer política, digo que los medios se convierten en una verdadera correa de transmisión de los intereses concentrados del liberalismo neo-liberal y produce una gran transformación cultural. Por eso, si es posible hacer una crítica político-social de nuevo tipo hacia el sistema y fundamentalmente hacia su nomenclatura neoliberal y tratar de salir de ese modelo de asfixia de nuestras sociedades, la disputa no es solamente en torno a las estructuras económicas de la sociedad sino que es una disputa en torno a las estructuras comunicacionales, culturales, y estetizadoras, creadoras de un estilo de vida. Y este es el punto que debate la cuestión de la batalla cultural. Lo que discute la batalla cultural es el vaciamiento de la política pero también la transformación de los individuos, el avance prodigioso de un modelo del individuo hiper-individualista ligado fundamentalmente a la sociedad de consumo, pueda o no ser un consumidor de todos los bienes que le ofrece esa sociedad. Incluso, para aquellos expulsados del sistema también había mecanismos estetizantes y mediáticos para que quedaran prisioneros de la fascinación de la sociedad de consumo. Podríamos pensar también que la fragmentación, la sospecha de unos contra otros, está muy ligada a la construcción de una sociedad hiper-individualista y a una matriz de individuo que abandona sus viejas pertenencias, sus viejas solidaridades, sus modos de decir el mundo, incluso sus tradiciones, para entrar en una zona mucho más anómica, mucho más difícil de caracterizar y que tiene más que ver con la idea de la sospecha de unos contra otros que con las pautas de los espacios de encuentro propios de modelos anteriores. Eso implicó también la crisis de las identidades políticas. Todo eso, y que es un poco más complejo, tiene que ver con esto que se planteo como batalla cultural, y que en la Argentina, insisto, adquirió rasgos peculiares y extremadamente ricos ligados a un proceso social-político que puso en litigio el modelo de dominación en la Argentina y que fundamentalmente gira en torno primero a la figura de Néstor Kirchner, y luego a ese gran conflicto que empezó en el 2008 en torno a la famosa resolución 125 pero que habilitó una disputa mucho mayor por el sentido. Porque lo que estamos discutiendo en última instancia es la disputa por el sentido en una época en que parecía que el sentido se había diluido, que ya a nadie le importaba la cuestión del sentido, que así como el pasado estaba clausurado el presente vivía fascinado de sí mismo y clausuraba el futuro; y el futuro está ligado al sentido, a la intencionalidad, al proyecto, al hacia dónde. Una de las características de esta mutación cultural del neo-liberalismo fue expropiar pasado y futuro para que los individuos que viven en el interior de este sistema no pudieran ver más allá de sus narices.
Volver a hablar de sentido, volver a cuestionar el relato hegemónico, implicó también cuestionar esta reducción de la vida de una sociedad a un aquí-ahora absoluto que se devora completamente todo. De ahí también que la dimensión que adquirió este litigio en torno a la forma del decir, a la forma de la comunicación, a la construcción de paradigmas culturales, adquirió rápidamente un carácter esencialmente político porque también vino de la mano de una reconfiguración de los lenguajes políticos y sobretodo una reconfiguración del espacio público. Porque otra de las características de este proceso de culturalización de la política propia del neo-liberalismo fue vaciar la escena pública para privilegiar una supuesta escena privada: vaciar la escena pública, vaciar lo político, vaciar los espacios de encuentro, vaciar los lenguajes que disputan qué tipo de sociedad y hacia donde se orienta la misma.
Bien, todo ello tuvo que ver con esa producción o esa matriz cultural asociada a la transformación neo-liberal. Cuando comienza a ponerse en cuestión esa matriz en Argentina y en algunos otros países de Sudamérica, se cuestiona uno de los puntos esenciales en la construcción de esa matriz que tiene que ver con los medios de comunicación de masas y con la industria de la cultura o con los modos de subjetivación que produce el sistema. Y a eso podríamos darle ese nombre un poco complicado de batalla cultural.

Medios Hegemónicos de Comunicación: Escenario específico de la Batalla Cultural?

Una de las características de la sociedad contemporánea es el avance prodigioso de los lenguajes comunicacionales sobre la vida cotidiana. En algún momento utilicé una metáfora prestada de un amigo que homologaba medios de comunicación al agua. Cuando uno toma agua, o cuando uno se baña, no está pensando en el agua; el agua está en nuestra vida, en nuestra cotidianeidad, y por lo tanto es naturalizada. Y con los medios de comunicación ha pasado algo semejante: están tan naturalizados, están tan presentes en nuestra cotidianeidad que a veces separar, discernir, diferenciar, se convierte en un gran problema porque la mayoría de las personas miran el mundo no a través de experiencias propias sino a través de experiencias artificiales vistas en el interior de los medios de comunicación. Hasta uno podría decir, redoblando la apuesta, que los medios de comunicación le han expropiado la experiencia a hombres y mujeres de la sociedad contemporánea para producir una experiencia dentro de un dispositivo mediático. Eso implica una cantidad de problemas, una cantidad de desafíos que supone tratar de pensar lo propio, lo nuevo, lo diferenciado de este tiempo histórico-social-cultural que no es equivalente a otros momentos. Vivimos en una época de exacerbación, de expansión exponencial de los lenguajes comunicacionales y de los modos de la virtualidad como no existió en otro período previo. Si uno piensa en los años ’20, los años’30, los ascensos del fascismo no hubieran sido posibles sin comprender el papel de los medios de comunicación, las radios de aquel momento o el cine incluso. Las formas de dominación en la sociedad burguesa serían impensables sin el papel de los medios de comunicación, y el proceso de subjetivación sin la industria de la cultura. Todo eso plantea que allí hay una dificultad no menor que algunos reducen al problema de cómo se usan los medios de comunicación. La filosofía, la sociología, las ciencias humanas y sociales en general desde hace mucho tiempo están tratando de indagar la sustancialidad de esos lenguajes por aquello que generan más allá de quién los utilice, por el tipo de experiencia que construyen, por el tipo de subjetividad que van definiendo independientemente de si vemos canal Encuentro o canal 13. Hay algo en los lenguajes audiovisuales que impactan directamente en nuestra percepción espacio-temporal, en nuestra subjetividad, y eso es independiente muchas veces de la ideología particular del medio del que estemos hablando. Así la cuestión de los medios, sus usos y lenguajes, complejiza aún más. En los Años ’60 había un espíritu vinculado a las utopías transformadoras que suponía que era posible apropiarse de los medios de comunicación en manos de la aglutinación burguesa para ponerlos en manos de la transformación revolucionaria, que era simplemente apropiarse de esos instrumentos de la misma manera en que se pensó la toma del Estado, quitándoselo a la burguesía y convirtiéndolo en un estado revolucionario. Ni el Estado cambió ostensiblemente en relación a lo que era previamente por su propia dinámica estructural- burocrática, ni los medios de comunicación fueron esa panacea utópica que iban a generar esa supuesta transformación histórica, porque hay algo en los medios, en sus lenguajes, en su producción de subjetividad, de sentido que se apropia de las prácticas, sean esas prácticas a veces de intencionalidad emancipatoria o sean enajenadas sobre la dominación. Para decirlo de otra manera, hay quienes piensan que el problema de la energía nuclear no es si se usa para el bien o para el mal sino que el problema es la energía nuclear misma. Hay quienes piensan que el problema de los medios de comunicación no es simplemente el buen o mal uso porque hay algo en la esencia de los medios de comunicación que define la concepción del mundo, la temporalidad, la espacialidad, la concepción de sujeto que ya son un problema en sí mismo. Este es un viejo debate expuesto por la Escuela de Frankfurt, por pensadores como Theodor Adorno, Herbert Marcuse o Max Horkheimer. La idea de Marcuse del hombre unidireccional, la idea de Adorno de la industria de la cultura, plantearon este debate. Existen, por supuesto, otras posiciones que leen que es posible encontrar en el interior de los propios lenguajes comunicacionales, o de la industria de la cultura, formas emancipatorias, núcleos libertarios. Bueno esto es algo que está en disputa, y es parte del gran debate de época que tiene que ver también con el debate en cuanto a los dispositivos científicos-técnicos y a las formas de organización de la vida social-estatal. Por eso es un debate apasionante y no es para nada cerrado ni unidireccional.

Ricardo Forster
Testimonio recogido telefónicamente por Conrado Yasenza para La Tecl@ Eñe

3 comentarios:

  1. lo que vi y lei me parecio muy bueno adelante es necesario que el pueblo lea y abreve en lugares como la tecla

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  2. Muchas gracias Susana!! Ojalá nos sigamos encontrando por aquí. Saludos. Conrado Yasenza

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  3. Muy bueno. Vamos a ver cómo lo introduzco en alguna clase...

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