09 septiembre 2009

El Estado ético según Hegel / Rubén Drí

El Estado ético según Hegel

por Rubén Dri

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Aimée Zito Lema




Uno de los ejes fundamentales del neoliberalismo que hizo estragos en nuestro país en la década del 90 fue el de la reducción del Estado a su mínima expresión, pues era el culpable de la crisis que sufría el sistema económico. Éste debía ser dejado absolutamente libre de toda intervención del Estado. Al aplicarse esta doctrina de una manera fundamentalista, se produjo la brutal concentración de riqueza en pocas manos y la multiplicación de la pobreza.

La doctrina neoliberal se vio favorecida, a su vez, por la denominada “globalización” que, entre otros efectos, implicaba la desaparición del Estado o, al menos su plena subordinación al poder económico. Esto no podía no llevar a una profunda crisis que en nuestro país estalló el 19-20 de diciembre de 2000. Penosamente se fue reconstruyendo el Estado cuya función vuelve a ser cuestionada por las corporaciones, por el poder, económico que tiene su expresión más visible y combativa en las corporaciones agrarias.

Creemos, pues, que repensar el Estado es importante para el proceso de reconstrucción que está viviendo la sociedad. Lo haremos comentando algunos párrafos de la concepción del Estado que desarrolla Hegel en Fundamentos de la Filosofía del Derecho. No se trata de aceptar plenamente esta concepción, sino de tomarla como una provocación o una ayuda para pensar esa realidad tan compleja.

“El Estado es la realidad de la idea ética, el espíritu ético en cuanto voluntad patente, ostensible a sí misma, sustancial, que se piensa y sabe y cumple aquello que sabe y en la medida en que lo sabe. En la costumbre tiene su existencia inmediata, y en la autoconciencia del individuo, en su saber y actividad, tiene su existencia mediada, así como esta autoconciencia –por el carácter-, tiene en él cual esencia suya, finalidad y productos de su actividad, su libertad sustancial” ( Hegel: FD, # 257).

El Estado en su esencia no es un aparato. Naturalmente que no existe Estado sin una estructura o aparato, pero éste no constituye su esencia. Es como su cuerpo. La “idea ética” o el “espíritu ético” no es una mera abstracción, no es una mera idea o representación. Es lo más concreto y, en consecuencia, lo más real –wirklich- en sentido fuerte, la plena intersubjetividad que sabe y realiza lo que quiere. En síntesis, el Estado es el pueblo en cuanto organizado.

La plena intersubjetividad en que consiste el Estado debe ser considerada en dos niveles, el de la inmediatez y el de la mediación, sabiendo que siempre lo inmediato es mediato y viceversa, sólo que la mediación siempre termina en una inmediatez devenida. La existencia inmediata del Estado está en las costumbres del pueblo, en el sentido común en cuyo seno anida el buen sentido como dice Gramsci. El sentido común o las costumbres constituyen el basamento del Estado. Está constituido por valores, necesidades, juicios, representaciones, que se fueron formando históricamente.

El otro nivel es el de la autoconciencia, en el cual los valores, representaciones, juicios de las costumbres, son pasados por el tamiz de la crítica. Es el buen sentido al que se refiere Gramsci elevado a visión coherente por la filosofía de la praxis. En este nivel se plantea la verdadera finalidad del Estado, la libertad substancial. Lo de “substancial” está para diferenciarla de la libertad meramente formal o subjetiva. Esta última consiste en el puro movimiento del sujeto de hacer una cosa u otra, siempre que se mueva en su propio espacio y no invada el del otro.

La libertad substancial, en cambio, consiste en la potenciación del sujeto mediante la riqueza de las relaciones intersubjetivas que hace que el sujeto amplíe constantemente su esfera de acción. El otro no funciona simplemente como límite de mi libertad, sino como ampliación de la misma. En la medida en que las relaciones intersubjetivas sean más ricas, mayor será el espacio de creación, es decir, de libertad.

“Los penates son los dioses internos, inferiores; el espíritu del pueblo (Atenea), es lo divino que se sabe y que quiere; la piedad es el sentimiento y la eticidad que se conduce en el sentimiento; la virtud política es el querer del fin pensado existente en sí y para sí” (Hegel: FD, # 257).

Ambos momentos, el de la inmediación y el de la mediación, el de las costumbres y el de la autoconciencia, son presentados ahora con las figuras de los Penates, dioses lares domésticos, y Atenea, el espíritu del pueblo, el espíritu autoconsciente que sabe lo que quiere y lo cumple. Los dioses lares representan la eticidad vivida en el sentimiento, en la inmediatez, mientras que Atenea expresa a la virtud política, la eticidad que se ha elevado del sentimiento a la autoconciencia.

“En cuanto realidad de la voluntad sustancial, realidad que ésta tiene en la autoconciencia particular elevada a su universalidad, el Estado es lo racional en sí y para sí. Esta unidad sustancial es autofinalidad absoluta, inmóvil, donde la libertad llega a su derecho supremo, así como esta finalidad última tiene el derecho supremo frente a los individuos, cuyo deber supremo consiste en ser miembros del Estado” (Hegel: FD, # 258).

El Estado es la “realidad –Wirklichkeit- de la voluntad sustancial”. La voluntad sustancial es la voluntad intersubjetiva, la “voluntad general”. El Estado es la voluntad general en su plena realidad, en su actuar plenamente consciente. “El Estado es lo racional en sí y para sí”, es decir, es el espíritu objetivo en cuanto plena intersubjetividad.

Sólo en el Estado “la libertad llega a su derecho supremo”. Libertad en el sentido sustancial ya aclarado. Sólo en la intersubjetividad, “en un pueblo libre” como lo afirmara Hegel en la Fenomenología del espíritu, se realiza plenamente la razón. Razón y libertad son momentos de la misma realidad del sujeto realizado. Kant afirmaba que la salida del estado de naturaleza hacia el Estado era un a priori de la razón. Hegel dice que el Estado es el ámbito de la plena realización del individuo, por lo cual “tiene el derecho supremo frente a los individuos”.

Es ésta una de las afirmaciones más controvertidas en la medida en que parece que el individuo o particular desaparece fagocitado por el universal. Ésta es la crítica central que le formula Adorno. La afirmación hegeliana es polémica. Pone frente a frente la universalidad del Estado y el particular que quisiera actuar independientemente de sus relaciones intersubjetivas.

El deber supremo de los individuos es “ser miembros del Estado”. Esto es escandaloso si interpretamos el Estado como el aparato de dominación, o simplemente como una organización burocrática o pero aún, como el “Estado policial”. Deja de serlo, en cambio, si el Estado expresa la plena intersubjetividad del mutuo reconocimiento, pues sólo en ese ámbito puede el individuo realizarse como sujeto. Ello se comprende perfectamente si se tiene en cuenta que “El Estado es espíritu objetivo; el individuo mismo sólo posee objetividad, verdad y eticidad como miembro del Estado mismo […] La determinación de los individuos es llevar una vida universal” (Hegel: FD, # 258).

El individuo es el “espíritu subjetivo” que sólo puede realizarse plenamente, alcanzando las más altas cumbres del “espíritu absoluto” si se encuentra plenamente integrado en el “espíritu objetivo” que es el Estado. Sólo como miembros del Estado, es decir, sólo en las relaciones intersubjetivas del mutuo reconocimiento, el individuo es “real” –wirklich-, no es un átomo, no es una mera persona de derechos, como en el imperio romano, sino un sujeto plenamente universal.

“Cuando el Estado se confunde con la sociedad civil, y se pone su determinación en la seguridad y la protección de la propiedad y de la libertad personal, entonces el interés de los individuos como tales constituye la finalidad última en que se unifican, y de ahí se sigue precisamente el que ser miembro del Estado sea algo discrecional” (Hegel: FD, # 258)

Ésta es la concepción liberal del Estado, la de John Locke y de Adam Smith, la del neoliberalismo de Friedrich Hayek y Milton Friedman. El Estado existe para la exclusiva protección de la propiedad y de la libertad individual, no debiendo meterse para nada en la dinámica que asume la propiedad, es decir, en las relaciones del mercado. En éste funciona la célebre “mano invisible” que distribuye los bienes. El lugar de la “mano invisible” en el actual neoliberalismo lo ocupa el “derrame”, es decir, una vez que la copa de la riqueza se llene, rebalsará para todos.

En esta concepción el Estado es simplemente un instrumento que los particulares pueden usar o no para proteger su propiedad y libertad personal. Ello significa que los individuos se realizan fuera del Estado, cada uno por su cuenta. No se puede hablar de un proyecto nacional.

“Considerada abstractamente, la racionalidad consiste en general en la unidad compenetradora de la universalidad y la individualidad y aquí, -en concreto, en cuanto al contenido-en la unidad de la libertad objetiva (es decir, de la voluntad sustancial universal) y de la libertad subjetiva, en cuanto libertad del saber individual y de la voluntad que busca su finalidad particular y por ello –en cuanto a la forma- en un actuar que se determina según leyes y principios pensados, es decir, universales” (Ibidem).

Para precisar más el concepto del Estado Hegel vuelve sobre el concepto de racionalidad, considerándola tanto en su aspecto abstracto como en el concreto. Abstractamente considerada la racionalidad que, como sabemos, es propia del espíritu o de la intersubjetividad, es “la unidad compenetradora de la universalidad y la individualidad”. Efectivamente, el sujeto, o sea, lo racional, es el universal abstracto que continuamente deviene concreto o individuo en la medida en que pasa por la particularidad.

En concreto, en el Estado, la universalidad es la “libertad objetiva”, es decir, la “voluntad sustancial universal”, en otras palabras, la “voluntad general” y la “individualidad” o “particularidad” es “la libertad subjetiva”, el libre saber y querer que busca su “finalidad particular”. La libertad sustancial que se expresa en “leyes y principios pensados” enmarca la libertad subjetiva, le da contenido, la hace real[1].

Después de señalar que aquí no es cuestión del “origen histórico del Estado”, sino de “la idea del Estado mismo”, concede a Rousseau el mérito de haber “establecido como “principio del Estado” el “pensamiento, y ciertamente el pensar mismo, a saber, la voluntad”. Lamentablemente este acierto se encuentra opacado por el hecho de que Rousseau haya entendido la voluntad sólo como individual, de modo que el Estado en último término sería el producto de un contrato, a todas luces incapaz de fundamentar el Estado como ya se vio, pues depende del arbitrio.

Nota: La sigla FD significa Fundamentos de la Filosofía del Derecho. Editorial Libertarias/Prodhufi, Buenos Aires, 1993.

Buenos Aires, 9 de septiembre de 2009



[1] Siempre será difícil la relación dialéctica entre la libertad del individuo y la realidad de la eticidad o libertad sustancial. El individuo aislado no existe. Siempre está marcado por la intersubjetividad o el “entramado de relaciones sociales”. Es la intersubjetividad o eticidad la que le da sustento y contenido a la libertad individual. En este sentido, la concepción hegeliana del Estado ético se encuentra equilibrada.