27 diciembre 2011

Debates/Los muertos que vos matáis…: polémica en torno al Instituto Dorrego/Por Rubén Liggera


Los muertos que vos matáis…


La polémica desatada por la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, provocó un virulento y mediático rechazo, el que provino de los historiadores de formación universitaria o “profesionales”, adscriptos a la “historia Social”, cuyo mascarón de proa es Luis Alberto Romero.


Por Rubén Américo Liggera*

(para La Tecla Eñe)


Gran revuelo mediático ha causado la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego (Decreto 1880 del 21 de Noviembre, un día después de la recordación de la Vuelta de Obligado, toda una novedad en las efemérides)

Lo cierto es que el rechazo más virulento a la iniciativa oficial provino de los historiadores de formación universitaria o “profesionales”, adscriptos a la “historia Social”, cuyo mascarón de proa es Luis Alberto Romero. No vamos a reproducir aquí sus dichos, pero no nos extrañan su soberbia y su desprecio hacia historiadores no académicos:”…ninguno de ellos es reconocido, o simplemente conocido, en el ámbito de los historiadores profesionales. De los 33 académicos designados, hay algunos conocidos en el terreno del periodismo, la docencia o la función pública. Dos de entre ellos, Pacho O'Donnell y Felipe Pigna, son escritores famosos. En mi opinión, entre ellos hay muchos narradores de mitos y epopeyas, pero ningún historiador” (La Nación, 30/11/11). Aunque creo –mirado desde afuera- que lo más probable es que él y su camarilla envidien los éxitos editoriales y la popularidad de estos “meros divulgadores” de la Historia popular en Argentina.

Tampoco llaman la atención las declaraciones de la nueva pitonisa del stablishment porteño, Beatriz Sarlo, puesta a rebatir cualquier premisa o acción del actual gobierno. Claro que primero debería explicitarnos desde dónde y para quién escribe.

No voy a intervenir en esta polémica porque en realidad, me excede, y además, porque creo que ya se ha escrito bastante sobre el tema y nada agregaría.

Pero hay una cuestión que desde hace muchos años me preocupa e incluso, me mortifica personalmente. Dice Sarlo, luego de la consabida descalificación de los “favoritos de los CEO de las grandes editoriales” - en la misma línea que Romero-:”El Instituto de Doctrina podría convertirse en un rincón arcaico y polvoriento. Pero también podría ser un centro que irradie su ´historia` a la escuela. Allí se convertiría en algo más peligroso” (La Nación, 28/11/11)

Si existiera una vocación hegemónica por parte del gobierno, compartiríamos esta prevención de Beatriz Sarlo. Sin embargo, todo parecería indicar que, por el contrario, la creación del Instituto, viene a sumar una nueva voz a las ya existentes como lo son el Sanmartiniano, el Belgraniano, el Browniano, el Juan Manuel de Rosas, el Eva perón, el Juan Domingo Perón, el de Antropología y Pensamiento latinoamericano, el Newberiano, el Yrigoyeniano, todos dependientes de la Secretaría de Cultura de la Nación, promovidos y financiados por el estado.

El verdadero temor de los cancerberos de la Historia Oficial entonces es perder su prolongada hegemonía en el pensamiento histórico argentino. Porque a pesar de su pretendido cientificismo no han cuestionado la base del panteón mitrista.

Quisiera que me disculpen por esta auto referencia, pero viene al caso aunque me haya ocupado del asunto en más de una oportunidad. Cursé el secundario en Junín, a mediados de la década de los ´60. En 1970 me instalé en La Plata para cursar estudios superiores. Y a los 17 años descubrí que los reyes Magos eran los padres. Grande fue la decepción de un joven pueblerino al descubrir que había sido estafado, manipulado y engañado alevosamente por el sistema educativo argentino. ¡Había otra historia! Había otros héroes, otra gesta popular sobre la cual la escuela no nos había prevenido.

No se preocupe Beatriz, tal vez lo que Ud. anuncia no llegue a cumplirse, pero sí sepa que ya se hizo con total impunidad y descaro intelectual.

Puesto a documentar lo que afirmo recurriré a un ejemplo. Además de los Grosso, los Ibáñez y los Astolfi, para Historia, en Educación Democrática - así se denominaba la materia por ese entonces - utilizábamos en segundo año el libro de Jorge Raúl Delfino. ¿Qué nos decía a la juventud argentina este buen señor de acuerdo con las prescripciones educativas de esa época? Que en la Argentina habíamos padecido la Primera Tiranía (Cap. IX) y la Segunda Tiranía (Cap. XV). Rosas y Perón fueron los seres más abominables de nuestro pasado. Así se enseñaba historia y civismo en nuestro país después de 1955, restaurada “la línea Mayo-Caseros”.

“En nuestra Historia hubo dos auténticas tiranías: en el siglo actual [se refiere al XX], la que fue destituida el 16 de septiembre de 1955, y en el siglo pasado [el XIX], la de Rosas (….) Las enseñanzas de esa tiranía congregaron al pueblo otra vez alrededor de los ideales de Mayo, y bajo su amparo, la patria se dio, por fin, la Constitución que debía de ser el bálsamo que curase sus heridas(…) su poder fue absolutista en lo político y monopolista en lo económico. La Revolución de Mayo, por el contrario, fue un movimiento que representaba la libertad política y económica” (Pág. 182 y ss.)Durante la época rosista la educación fue “ un medio de la propaganda oficial. Se emplearon medios de coacción sobre alumnos y educadores que tienen una rara similitud con la tiranía derrotada en 1955 (Pág. 185) Instruían los sabios maestros de aquella época sobre la Vuelta de Obligado: “ En ese hecho se basan algunos autores para exaltar la figura del Restaurador como gran patriota, oponiéndola a la actuación de los patriotas emigrados en Montevideo [Echeverría y la generación del ´37] que se aliaban con otros estados con tal de derrocarlo”. Luego la bajada de línea: “Es preciso tener cuidado con estas cuestiones resbaladizas. No hay que olvidar que los panegiristas modernos de Rosas son los mismos que defendieron la dictadura peronista y los mismos también, que se mostraron partidarios del los países del ´eje nazi-fascista´ en la guerra pasada[se refiere a la Segunda Guerra mundial]No vacilaban en atacar a todo adversario llamándolo ´vende patria´ y ensalzaban la ´soberanía´ que defendía el peronismo(…)podemos afirmar que Rosas, al igual que el tirano depuesto en 1955, usaba al patriotismo en beneficio propio, para mantenerse en el poder, confundiendo a la opinión pública mediante la engañosa identificación de su persona con el nombre sagrado de la Patria. Así fue posible a Rosas sorprender la buena fe de San Martín” (Pág. 186) ¿Qué me cuentan? ¡Hasta San Martín era un ingenuo, un pobre pirulo, que creyó los embustes del Tirano de la divisa punzó!

Y para terminar este capítulo, jóvenes argentinos, sepan que si los caudillos eran “una fuerza semi bárbara, inculta, personalista”, nuestros primeros presidentes [Urquiza, Mitre, Sarmiento, Avellaneda] fueron hombres de “ ideas progresistas” (Pág.203) El tópico civilización-barbarie volverá una y otra vez tanto en los libros como en nuestro comportamiento social. La madre de todas las zonceras jauretchianas perdura en el tiempo.

Con respecto a Perón, afirma que para 1943, con los cargos que detentaba, ya se vislumbraba al “futuro tirano” pues mediante las multitudinarias concentraciones públicas “… se exacerbaban los instintos de las masas, provocando sentimientos de odio y división entre los argentinos…” Estas, “ eran supuestamente espontáneas ante los balcones de la casa de Gobierno, en la que se festejaban los insultos y los improperios del ´líder´”(¡Ay, “La fiesta del monstruo”!) Por supuesto, en su enumeración pasa por alto lo sucedido el 17 de Octubre de 1945.

Con respecto a la Justicia Social sostiene que eran supresiones de las libertades individuales y de Derechos y Garantías “que se presentaban como sucesivos actos de justicia a favor del pueblo y como castigo a sus enemigos” (Pág.320)

Por supuesto, todas las organizaciones de la sociedad civil fueron cooptadas y corrompidas y “ la CGT llegó a convertirse en fiel ejecutora de los programas de la tiranía” (Pág.323) Los partidos políticos fueron perseguidos y el fraude y la violencia fueron los métodos utilizados por el peronismo para instaurar la “Nueva Argentina”. Con respecto a la cultura señala que una camisa reemplazó a la bandera, las alpargatas a los libros y que se fomentó una “literatura vulgar”. Además, el cine y la radio, fueron instrumentos de propaganda oficial con la consabida “pérdida de prestigio”. Ni qué hablar del espionaje, la delación y la persecución “ comparable con la dictadura de Rosas”; la Constitución Social de 1949 fue promulgada solamente para perpetuarse en el poder ya que los derechos de los trabajadores y de la ancianidad fueron nada más que “ …una enumeración ampulosa que no importaba la incorporación de verdaderos derechos, sino agregados declamatorios usados como pantalla tras la cual e insertaba el principio de reelección…”(Pág.337); la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires) representó la resistencia y el combate a la tiranía cual valientes y arrojados maquís. Eva Perón no fue la abanderada de los humildes sino de la coima y del enriquecimiento ilícito a través de la Fundación. Como no podría ser de otra manera, se refiere a la quema de iglesias pero no a los bombardeos de Plaza de Mayo, para cerrar el estudio de “ esos diez infaustos años” expresando que “ con la fuga del tirano comenzó un nueva etapa política continuadora de nuestra tradición liberal de Mayo” (Pág.336) SIC, textual, literal. Obviedades del catecismo gorila.

A confesión de parte, relevo de pruebas: “ La escuela ha tenido un papel estratégico y decisivo en la construcción del sentido común” (Romero, L. A., coord., La Argentina en la escuela. La idea de Nación en los textos escolares, Bs. As., 2004)

Pero ese sentido común dependerá de las circunstancias políticas, porque como hemos visto, la enseñanza de la historia es política del presente, les guste o no, lo acepten o no los Sarlo, los Halperin Donghi y los Romero. Quien tiene el poder impone el saber y ellos lo saben. De alguna manera u otra fueron y siguen siendo partícipes de una hegemonía intelectual – hoy cuestionada y puesta en duda, por suerte - que dejó de lado a los líderes populares vencidos en las Guerras Civiles. Todos ellos representaban el atraso y la barbarie, según esta particular visión liberal positivista anche social ” del pasado.

Por mi parte y para terminar, con el permiso de todos, solo quiero ser la voz cantante de aquellos jóvenes de la promoción 1969 y aledañas que se hayan sentido estafados moral e intelectualmente por sus maestros, conscientes o no de ser instrumento del engaño, la mentira y el ocultamiento de la Historia.


*Poeta y Periodista – Director del Suplemento Cultural del diario La Voz de Junín



26 diciembre 2011

Política y Sociedad/ La entrevista a Shocklender/Por Horacio González



La entrevista a Shocklender

Por Horacio González

(especial para La Tecl@ Eñe)


¿Cómo se hace alguien un jefe? Es uno de los temas que se consideran en la entrevista de Martín Caparrós a Sergio Shocklender. En la cárcel: ¿cómo se convierte uno en un jefe? El relato de Shocklender es crudo, drástico, apasionante. Otra cuestión es, ya, lo que podríamos considerar su significado político. Pero tratemos ahora de verlo como expresión de una literatura biográfica, de un relato de vida, de un diálogo sobre lo que es un vivir complejo, o mejor dicho, sobre las distintas tácticas complejas para contar asuntos extremos de la existencia. A Caparrós le dice: “Yo empecé a ser alguien en la cárcel”. Y esa sentencia resuena con la brusca intensidad de una frase que carga con vibrantes antecedentes literarios. Comenzar a existir, a valerse de sí, a ser una identidad distinguible, a ser, en fin, un jefe, en una cárcel.

Los interrogatorios de los servicios de inteligencia eran duros; obvio, estaban ante un parricida y acusaciones de tráfico de armas. Lo molían a golpes y él resistía, hecho una bolsa de huesos. Días y días en manos de la trituradora carcelaria, el destino de un niño rico de Belgrano, que hubiera sido el de una pobre víctima en manos de la sevicia del sistema carcelario, cambia bruscamente. El relato de ese cambio es un punto central de la entrevista: se convierte en un jefe. Lo que Sartre intentó detectar en su Infancia de un jefe, por supuesto, no es lo que se halla logrado aquí. Pero el tema es el mismo, y la intención del entrevistador también. Colocar a un hombre ante las palabras de su destino. Y ese destino era el resurgir de un dominio, de un acto técnico o empresarial novedoso, desde las entrañas de una mazmorra. “Y llegué a manejar media cárcel de Caseros y media cárcel de Devoto. Hasta los guardias laburaban para mí. Monté una imprenta enorme en la cárcel, donde hacíamos apuntes para la universidad y los guardias traían los carros llenos de papel, laburaban los presos comunes, los policías, los menores. Y armamos un centro de investigación informática. Y desensamblé el formateo de disquete de Microsoft, el lenguaje binario y lo transformé en lenguaje de computación y publiqué todo el programa, fui uno de los primeros hackers, la Asociación de Programadores Libres”. Es la historia de un extraño autodidacta, que encarna su jefatura como un acto de estudio, sacrificio, tolerancia a la golpiza y reapropiación de las condiciones de producción del conocimiento. “Manejar media cárcel” es parte de una historia carcelaria plena. Maneja la cárcel el que compendia el crimen, el ascetismo y la técnica.

La entrevista de Caparrós emplea diversos modismos literarios, de alguna manera, una exacerbación de las técnicas –no sé si es la palabra correcta- del entrevistador. Hay un tiempo simultáneo presente-futuro-pasado que le da una fina extrañeza (“repetirá con voz suave…”; “entonces le preguntaré…”; “ahora dirá”…) y una lengua ya conocida, caparrosiana, que trabaja con construcciones pensadas sobre la base del sobresalto, la irrupción o –pudiéramos decir-, la interposición brusca de un contraste, una deliberada reiteración, el uso del indirecto libre: “cómo fue la llegada de un chico rico de Belgrano a la cárcel más bruta de un país muy bruto; le preguntaré, en realidad, si su miedo principal no era cómo hacer para que no se lo cogieran, y él me dirá que no: que cuando entró lo encerraron en una celda de aislamiento y lo dejaron meses a disposición de unos señores de inteligencia del Ejército que lo interrogaban –que lo mataban a golpes– para que les contara qué negocios tenía la empresa de su padre con la Marina y su ínclito jefe, el almirante Eduardo Emilio Massera. Y que en esos días le pegaron tanto, lo maltrataban tanto, y que él de puro animal se resistía…”

El entrevistador pone capas de lenguaje directo (cómo hacer para que no se lo cogieran) y una buena dosis de eufemismos (a disposición de unos señores de inteligencia del Ejército que lo interrogaban –que lo mataban a golpes–), que se resuelven en conmutaciones de una cosa en otra: el hablar “cómo se habla”, esa palabra coger que actúa como si no fuera una de las ancladuras más profundas del idioma, y lA reticencia intencionada de llamar “unos señores” a los oficiales del Ejército, que en seguida también actúan: “lo molían a golpes”. Evidentemente Shocklender sin Caparrós no hace rendir su voz que en sí misma es tremenda –es el jefe infortunado, que se reconstruye a partir de un sueño parricida que oscila entre ser verdad soterrada y ficción de pesadilla. Sin las modalidades de esta entrevista cuyo sentido es el de evocar una redención sin redentores-, Shocklender impresionaría como un simple mentiroso, lo que en la lengua porteña a veces se denomina “un fabulador”. En el seno de esta entrevista notable, entonces, Shocklender puede ser realmente comprendido como una vida que tendría un ligero sabor a los relatos de Marcel Schwob, donde hechos reales enseguida acuden a envoltorios imaginarios que los desdibujan y los hacen más nítidos a la vez. De esa eminente confusión participa también la vida de Shocklender tomada por los manierismos del oficio del entrevistador, que mezcla los tiempos, mantiene la incógnita, suspende los juicios de valor pero los convoca tenuemente, suspiros casi imperceptibles que van y vienen.

Shocklender habla de un clik. Es el momento de la iluminación, el satori, el vuelco dramático de la comprensión. Comprenderá que su tragedia, pero principalmente la reacción desesperada, casi la de un místico del sufrimiento que había tenido en la cárcel, una paráfrasis de la transfiguración de una persona en otra. El pasaje hacia un entendimiento del mundo, su funcionamiento profundo. “Ahí es donde empiezo hacer un click, en medio de toda esta locura que estaba viviendo, en medio de esa represión. Ahí empecé a entender que todo eso no tenía que ver con que el guardia fuera malo sino con un sistema que reproduce este tipo de consecuencia. Que el hecho de que la inmensa mayoría de los que estaban en la cárcel fueran pobres y analfabetos no era porque los pobres y analfabetos fueran malos. Yo siempre leí muchísimo de chico, me apasionaba la lectura; ahí empecé con la lectura política.
–¿Qué leías?
–Por supuesto todo Marx y Engels, todo Mao, el libro verde de Kadafi, todo material político. Ya era la democracia entre comillas y circulaba todo”. Sería muy fácil hablar de politización. Es más probable que en el reconocimiento de que su tragedia familiar necesitaba grandes marcos de interpretación –históricos, estructurales, psicosociales-, que lo pusiera en trance de pasar a una transcripción mística de su vida. El parricidio no podía decirse. Era lo inconfesable por naturaleza, y no hay palabras para declararlo. Es un crimen que presenta cierto poder de negatividad respecto del propio crimen, pues deja a cualquier otra criminalidad en estado literal. En cambio el parricidio no es solo un crimen sino un proyecto de fundación por el anverso de lo que no se puede dejar de ser. Un crimen contra sí mismo que llega al tramo último de lo indecible, un hecho que al hacerse no se puede admitir haberlo hecho y en que hablar sobre él se convierte en un insospechado sacrilegio. Se quiere confesarlo –porque la raigambre del crimen consiste en fundar un nuevo patrocino- y a un tiempo, no se puede hablar de él, pues la palabra misma que lo confiesa es la que fue también asesinada. Era inevitable que si el parricidio es –de todos los crímenes- el que más se aproxima a un crimen intelectual –es decir, es autopunitivo y autoreflexivo-, Shocklender buscara transcribir su drama en otro texto posible, un texto que hablara de “un sistema que reproduce este tipo de consecuencia”, y se refiere a cualquier consecuencia: la pobreza, la cohersión, la violencia, la tortura.

No es fácil saber qué cosa conduce a la lectura. Shocklender lee desde chico. Pero la literatura política y teórica a la que accede en la cárcel aparece como la apropiada para tratar de las explicaciones y los fines últimos. Sistemas, estructuras, tecnologías. Estos elementos no necesariamente componen el orden mental de un jefe, pero pueden serlo cuando se introduce en ellos el autor de un crimen, un tipo de crimen, que trata justamente de cómo una decisión inexplicable se puede alojar, y dar vida, a una articulación compleja de instancias y determinaciones. Y siempre sobre el soterrado modelo familiar, quizá la estructura subyacente a las demás estructuras.

Así se narra en la entrevista de Caparrós la aparición de Hebe: –Imaginate lo que fue tenerla ahí, que ella me quisiera conocer, me diera bola.
Me dice ahora Schoklender, fuma y fuma, y me ofrece otro café. El play room es luminoso, grande, bien dotado: un flipper de verdad, una rockola, el futbolín, los cuadros pop en las paredes. Debe ser para el hijo, pero las máquinas de diversión son fantasmas del padre, de un señor que nació en los cincuentas –y no de un chico del 2000.
–¿Y qué le habrá atraído a ella de vos?
–Creo que la rebeldía. Encontrarse con un tipo que no se doblegaba ante nada. Todo el tiempo puteando, peleando todo el tiempo. Y en esa época políticamente yo era un cuadro político revolucionario formado, faltaba el fusil y estaba todo.
Bonafini lo visitaba dos veces por semana, le llevaba sus platos a la cárcel; hacia 1993 lo convenció de que podía tener una vida afuera –y Sergio Schoklender pidió los beneficios que le correspondían: primero empezó a salir durante el día y por fin, en 1995, tras más de 14 años de cárcel, con dos tercios cumplidos, volvió a la libertad. Entre los informes que lo ayudaron a salir estaba el de la doctora Viviana Sala; tiempo después se casarían.
–¿Y en esos primeros encuentros con Hebe alguna vez hablaron del parricidio?
Le pregunto, ahora, tono grave: si él, preso por matar a sus padres, habló de su delito con esa mujer que el mundo conoce por su búsqueda de los asesinos de sus hijos. Schoklender baja la voz, baja la cabeza: estoy pasándome algún límite.
–No.
Dice, y no dice nada más. Hay un silencio. Yo le digo que él sabrá mejor que nadie que resultaba muy extraño ese encuentro entre alguien que peleó por sus hijos con alguien que mató a los padres, y él repite como si no me hubiera oído:
–No, nunca. Nunca fue un tema que habláramos. Jamás me lo preguntó.
–¿Y vos qué pensás?
–Nada, no tenía que ver con eso. Tenía que ver con que se encontraba con alguien en quien podía confiar. Que ponía todo lo que tenía al servicio de ella, que le explicaba las cosas, que trataba de darle coherencia a un discurso muy lleno de baches. Y así ayudé a construir un mito, a sostener un mito. Y bueno, después los mitos se te caen encima. Los ídolos tienen pies de barro y siempre se caen; el problema es cuando se te caen encima.
Dice, amargo. Pero, para eso, entonces, todavía le faltaban quince años.
El entrevistador es diestro; esboza su teoría del complemento, la mutua atracción entre el que mata a sus padres y la mujer que perdió a sus hijos. Los dos hechos tienen enormes diferencias y una secreta atracción respecto a que aluden a un desarreglo radical en la trama familiar. Pero la desaparición de los hijos de Hebe de Bonafini formaba parte de una trágica historia colectiva, la historia de la revolución y de la política armada en la Argentina. Shocklender acababa de incluirse en ella: “Y en esa época políticamente yo era un cuadro político revolucionario formado, faltaba el fusil y estaba todo”. Nuevamente aparece una frase fundamental –una estructura: la resistencia, el carácter tenaz frente a la adversidad, los textos y el fusil, marcados los primeros por su presencia y lo otro por su ausencia claramente mentada, su afirmada falta-, una frase que la pronuncia el jefe, el intelectual, el empresario. Tres figuras que se fusionan en la del prestidigitador que se ponía al servicio de la Madre pero para reconstruirla, “llenarle los baches”, ayudar a “construirla como mito”. La de Shocklender era una obra del pensamiento, de la planificación, de la razón ilustrada. Un tipo de iluminismo que había comenzado … ¿Cuándo?... ¿En aquel baúl del coche estacionado sobre Coronel Díaz que destilaba unas gotas de sangre, en el atributo mesiánico que escondía notoriamente el gesto de desafiar al sistema carcelario con sus verdugos e interrogadores? Frente a Caparrós se muestra reflexivo pero dice solo lo que hay en su lenguaje, que es mucho y también abundante de silencio. Un “silencio estructural”.

En toda la entrevista se presupone el parricidio. Pero no se lo acepta nunca. Es la verdadera fuerza de lo que acontece en el diálogo. Shocklender acepta la palabra. No la refuta, pero no acepta haber hablado sobre ello con Hebe. Trama una extraña teoría bíblica: forja de los mitos que luego –he allí el problema –“se te caen encima”. Este es el carozo banal de esta época: los mitos que rehacen a las personas. Tema periodístico, tema de Caparrós, entre tantos otros. Pero aquí, tenemos a la mujer que fue en rescate del caído, pues Hebe estaba interesada por el resistente pero también, es evidente, por el cismático y el hereje. Luego, en una parábola cruel, la creación se le cae encima al creador. El modo destructivo de Shocklender tiene un sabor arcaico, un gusto lejano pero reconocible. No se trata quizás de destruir para salvarse, sino es una destrucción que lo abarca, que lo seduce, que lo recrea, sí, pero como fracaso supremo del jefe e inventor de vidas. El experto en computación, aprendida también en la cárcel, por reformatear personas. Estos son los elementos de una gran fábula. Podríamos pasarlos enteramente por alto, provenientes de un mentiroso o un chantajista. Pero debemos mirarlos de frente porque poder no creerlos es también en ejercicio político que se hace introduciéndonos en los pliegues de lo que en esta entrevista se ha conversado.

La entrevista de Caparrós tiene los recursos de una entrevista de Caparrós. Desarticulación de los tiempos de habla, cinismo artístico, remoto apiadamiento, intento de no juzgar lo que se encarga a la justicia de los dioses, el interrogador sabiamente interesado por el interrogado, pero antológicamente siempre encima de él, luciéndose como un juez situado más allá del bien y del mal, y desde luego, poniendo la línea de diálogo del entrevistado antes de un “Dice” que coloca en el renglón de abajo. ¿Qué significa esto? Al parecer, significa la posibilidad máxima en la teoría de la entrevista, de que el entrevistador tome todo para sí. El “Dice” sorprende al lector, al creer que pertenece al entrevistado; pero es el entrevistador el que se lo atribuye –no se lo sustrae, es cierto- pero desde su capacidad de dominio del diálogo. Otras veces, luego de una frase del entrevistador, el renglón siguiente dice “Le digo”. Una forma de justicia.

El entrevistador, que en otro tramo de la entrevista recuerda sus antiguas clases sobre la entrevista –preguntarle a un desconocido lo que nunca le preguntaría a un amigo-, se convierte realmente en el interlocutor que sorbe para sí el néctar de una situación limítrofe, un poco a la manera beatnik, un poco como esos periodistas de la globalización que van al choque de lo humano demasiado humano. De todos modos, todas estas sutilezas y trucos ensimismados también realzan lo dicho por el entrevistado. Shoklender mantiene su ambigüedad, mantiene hasta cierto punto la figura de un maldito –el mismo se califica de monje negro- y no de aparecer como un gran fabulador ante un Caparrós que mantiene cierta distancia escéptica y se fuerza a creerle la teoría del Estado corrupto que esboza Shocklender. Robar es también una estructura de procedimientos, no un arranque de la conciencia degradada. Es una fatalidad de la que él solo reclamaba que se manejara como prudencia, que se detuvieran tan solo frente a su obra majestuosa y cesaran ante sus efluvios la mecánica de la sustracción, el reparto, el desvío de partidas o las prioridades que no eran tales. Dejemos claro esto: son sin duda formas de contraataque con vistas al proceso judicial. Pero provenientes de la inteligencia de un jefe, un matemático del mando y la tragedia.

Esos “dice” y “le digo” de Caparrós, por otra parte, son la mínima moralia del reportero, pues logra así darle a fraseos cotidianos un toque de sentenciosidad. El entrevistador lo usufructúa, al subrayar que para lo que “dice” Socklender sobre los mitos que se caen encima de los que los fabrican, “todavía faltaban quince años”. Es el tiempo que corre entre la remoración mítica y ese momento concreto de tiempo en que ocurre el reportaje. El entrevistador es el demiurgo que comprime la cifra del tiempo y expone indirectamente su tesis por boca de otro. La de los ídolos con pies de barro.

Por mi parte –introduzco aquí gazmoñamente mi persona-, he escrito bastante sobre Hebe como personaje popular, trágico y combatiente, piedra viva de un pensamiento que obedece por partes iguales a una juglaresca social y una desmesura beligerante y testimonial. Actúa entre la literalidad de sus envíos polémicos y el inextricable simbolismo del que es portadora, con el que crea poderes inflexibles. Entre lo implacable de sus juicios –con una contundencia estremecedora, un tribunal que emerge del fondo victimizado de la historia-, y la compleja inocencia con la que trata con toda clase de poderes establecidos. Entre dictámenes de desprecio contra los represores, de cuño arrollador, y abismos de la conciencia que van desde una oratoria sorprendente a un empeño de lucha que sale de la napa caliza de la más condensada vida popular. Allí, su fuerza. Y también sus fragilidades. Escribo lo que antecede en vista de la verdadera materia ígnea que contiene el encuentro Caparrós-Shocklender, del que solo estoy tratando de tomar sus consecuencias para una suerte de antropología literaria, aunque sé que no sería ésta una denominación correcta. Pero se entiende: menos trataremos la cuestión política a esta altura bastante obvia que significa la cuestión Shocklender, para detenernos un poco más en esa voz tan extraña que se animó y se anima a trazar un plan de vida, un cuadro de existencia, a partir de una autoelaboración personal que incluía un crimen, una redención, una ingeniería conceptual, un proyecto de conducción política –valga la redundancia- y una estilización de la figura del jefe como nunca se había dado en la historia argentina: como culpado y culpabilizador, como guerrillero imaginario y gerente de construcciones, como insurrecto amado por el pueblo y condenado por los poderosos, incluso por lo él “formateara”. Todas las vetas de la historia argentina contemporánea se daban cita aquí.

Sigue Caparrós, tomando algo del libro de Shocklender: –“Hebe era una mujer muy primitiva, de muy poca educación. Tenía muchas flaquezas humanas y yo era una máquina de tapar sus baches: había decidido sostener esa imagen falsa”, decís en el libro.
–Cuando me voy encontrando con esta realidad de ella, ya era mucho lo que había hecho. Habíamos organizado una biblioteca, la universidad, el centro cultural, la radio, un montón de cosas que me parecían valiosas. Me acuerdo que con Viviana vivíamos en un departamento atrás de esta casa, y lo hipotecamos para poder pagarles los viajes a declarar en la Audiencia Nacional con Garzón. Porque Hebe a eso no le daba bola, porque no lo entendía, no lo sabía. Pero vos fíjate que de ahí salieron cosas como la detención de Pinochet. Y después lanzamos el proyecto de la construcción...
Sueños Compartidos empezó en 2006: un programa de construcción de viviendas populares con un par de características distintivas. Por un lado, la decisión de contratar a pobladores pobres de las zonas donde trabajaban:
–No sabés lo que fue para mí la satisfacción de ver a esas 6.500 familias rescatadas de la marginalidad más absoluta. Vos pensá que para el 90% de esos trabajadores era el primer trabajo formal que habían tenido en su vida, gente totalmente indocumentada, que por primera vez pasó a ser ciudadana cuando le tramitamos su DNI, después el cuit, después un recibo de sueldo, que los sacamos de la calle, de cartonear o de andar juntando basura o de andar vendiendo droga o estar en la prostitución o de ser carne de estas organizaciones sociales entre comillas, de vivir del plancito, en los micros para los actos, como único trabajo. Que les dimos dignidad, les dimos alfabetización, un oficio... Y de la noche a la mañana, ¡pum!, toda esa gente que trabajaba con nosotros se quedó colgada de la brocha, pataleando en el aire. Esa gente no tiene red. Nosotros sí, nosotros vamos a sobrevivir, de alguna manera vamos a seguir. Pero ellos …
Por otro lado, dice después, está el sistema de construcción, su gran orgullo, que les permite trabajar rápido y bien, construir casas mejores y mucho más baratas.
–Y bueno, el precio para seguir adelante era sostener ese mito. Si vos querés, era tratar de darle un sentido más actual y más coherente a la lucha por los derechos humanos. Tratar de utilizar la potencia que tenía el símbolo para construir algo, no para destruir todo el tiempo. Y el precio era sostenerla a Hebe. Y qué sé yo, hicimos mucho. ¿Está bien, está mal? No sé. Hemos hecho cosas increíbles, he compartido con ella vivencias increíbles. Pero por otro lado, ¿cuánto de eso era verdad? No sé. Ahora no lo sé.

El Gran Constructor está hecho de cálculos. Se llama a sí mismo “máquina”. Máquina de tapar baches. Su conciencia, digamos mejor, la Conciencia del Gran Constructor está tamizada de esperanzas, estrategias políticas, remanejamientos del Mito, previsiones sobre el pasaje de la cuestión de los derechos humanos hacia una “potencia constructiva”. Por lo que debemos resumir otra vez. Es una conciencia calculista. Cálculo como suma de trazados políticos sobre las arenas de la política nacional hechos por alguien que conocía la raíz profunda de los estigmas y la sociología del progreso social. Shocklender intentó en algún momento de su trayecto –esa conciencia opaca capaz de tomar todos los motivos de época- absorber en su cuerpo poroso las virtudes del capitán de empresa y del ingeniero de sistemas. Por encima de los saberes clásicos y quizás sin saber hasta que punto aquel lejano encuentro de la Universidad con la Cárcel –en los cursos universitarios en locales penitenciarios-, era capaz de resumir las respectivas crisis, quebrantos e insuficiencias de las dos instituciones para colocarse él, fruto en verdad de ambas pero mucho más- como omnisciencia sublimada de un crimen probado que representaba todos los crímenes nacionales, todas las ilegalidades conocidas y todas las posibilidades miméticas de elaborar “potencias constructivas” como superhombre nietzscheano en las tinieblas de las oficinas más simbólicas de la nación.

Enfocar su vida como el proyecto de un pequeño vivillo, inconsecuente y traidor, un fantochesco magnate hedónico vestido con negras indumentarias, no le hace justicia a la envergadura de este poderoso drama de lo impensado y lo impensable de la historia nacional. Tampoco acierta Caparrós en su resumen del caso: “Cuando estalló el escándalo la estrategia del gobierno fue la más simple: correrse de un escenario incómodo y presentar todo el asunto como la lógica traición del parricida. Para eso tenían que olvidarse de que el parricida había sido, durante años, un invitado permanente. Y el parricida puteaba pero, en esa discusión, ¿a quién le creerían más personas, a la Gran Madre o al Asesino de la Suya?” No es posible que nadie pudiera pasar por alto la significación de la relación de Hebe con Shocklender, aunque se prefiriera comprenderla solo en su faz de redención social y construcción solidaria de soluciones laborales y habitacionales. Eso también era. Pero no lo era como un mundo ya revalidado frente a autoridades sapientes capaz de comprender al “recuperado”, sino como una apuesta casi pascaliana que caracteriza muy bien el presente momento argentino. Podía funcionar o no. Tenía todas las composiciones, todos los bocetos y todas las palabras enterradas con débitos ciertos ante los tribunales de explicitación de la tragedia argentina. El poder de mimesis del jefe era su ambición real, pues en la memoria nacional, un jefe es la mimesis de todas las posibilidades. Se le hacía difícil, con todo, ejercer esa jefatura sino ponía en juego su autodidactismo imantado –por el parricidio confuso, sucedido o no sucedido –entonces: sucedido-, su oscura voluntad de ingeniero de vidas, su oculto hedonismo de asceta, su ambición de empresario que iba más allá del mercado, pues también trabajada con las almas, superando los foucaultismos, los análisis de psiquiatría institucional, la antipsiquiatría de la emancipación y las sociologías de la liberación popular que recorrían los pasillos de la cárcel de Caseros en sus tiempos de universitario-jefe de carceleros.

Su mundo mimético corría con velocidad por todos los canales internos del lenguaje social y político argentino. Asumía ropajes inéditos porque todo le parecía permitido, y de alguna maneta tenía razón. No es posible saber el grado de veracidad que tienen sus historias porque él tampoco lo sabe. Su noción de la jefatura no tenía cuño tradicional, sino un toque zarathustriano que seguramente habría obtenido de sus clases en prisión con algún docente nietzscheano. No me parece verosímil lo de las armas en los sótanos de la Universidad de Madres, aunque sí me parece una tortuosa alegoría el hecho de que alguien se convierta en jefe –“uno de los primeros hackers”- en los centros universitarios de las cárceles de Caseros y Devoto, y luego, en otra Universidad, que corresponde al proceso que hace décadas viene resquebrajando las paredes clásicas de la universidad mientras se refuerzan por otro lado los lenguajes académicos, se presente como el salía a robar para mantenerla. Consideremos todo esto, pues no escribo ni un artículo político ni jurídico, parte de una gran leyenda nacional. La mimesis de Shocklender involucra la guerrilla, la universidad, la informática, los negocios de construcción, el estado, el kirchnerismo, el turismo selecto, la patronal generosa que crea trabajo para miles de obreros, y para concluir el círculo de Cárcel-Universidad-Estado-Madres-Mito, una teoría sobre la flotación etérea de los dineros públicos que concluye en una imputación generalizada a los estilos de gobierno.

Es un verdadero manual que está a la escala de los grandes estafadores que llamaron la atención a escritores como Proust o entre nosotros, a José Ingenieros. El caso Lemoine, que Proust escribe simulando la prosa de numerosos escritores franceses de la época, en un alarde de sutileza y quisquillosidad, o el caso de Lemin Terieux, entre tantos otros simuladores que estudió la naciente psiquiatría argentina. No es de creer en ella. Decimos esto por los juegos literarios que permite, que son juegos de velamiento personal y autoconstrucción biográfica que parten de una alucinación esencial que es la del parricida que al fin se convierte en alguien que utiliza la fuerza horrísona de un hecho que lo revalida aun en el caso que no lo haya cometido. No podía creer el Estado que “se había recuperado”, pues ese pensamiento edificante y redentor, no es propio de las condiciones en que se comprenden y ejecutan hoy los actos de Estado. Es que no existe tal asunto de la “recuperación”, más que para una visión autocomplaciente del sistema carcelario. Es cierto que los estados modernos quieren darle otro nombre al pastoreo de almas y hacen bien en sentirse en el lugar adecuado cuando vuelven a enviarlas a sendas de amparo y autocrítica de los daños cometidos. Pero la cuestión tiene más dimensiones, y las que existen en la cárcel entendida como centro de lenguajes especializados en la construcción de poderes tensos, con contratos de violencias sórdidas, supremacías coactivas y saberes encerrados en técnicas de sobreviviencia, suelen ser superiores a la lengua universitaria, en general ligada a unas pocas dimensiones superpuestas pues triunfa en ella el docto saber. La lengua universitaria, entonces –como bien lo descubrió Shocklender, y bien lo intuía Hebe- es una más de las lenguas del saber real, que como lo sabe todo lector de Gramsci, puede surgir en condiciones de encierro, que es donde se medita sobre el poder y la fábula. Shocklender dice que estudió sociología, abogacía y teología en la cárcel. Fue informático y lector de textos políticos. Interdisciplina total. No importaban las carreras sino el andamiaje de palabras –quizás los títulos- que servían para producir situaciones de dominio. Se imaginó una alteridad guerrillera, la de un cuadro político, un empresario del conocimiento –fabricaba apuntes masivos para la universidad de afuera-, la de un Gestor de Estado.

Sus observaciones sobre la realidad política y sus tantísimos personajes son agudas. Pero sin duda, se equivoca al hacer estas especulaciones –por otro lado, poseedoras de la fascinación que produce el fanático o el acorralado-, pues el mundo real se rige por más normas que la que un alucinado se permite para su propia vida. La fábula de Shocklender, sin embargo, nos toca a todos porque es una historia que ronda los mitos sociales de nuestra época. Nos ha afectado, en el sentido de la promoción de un sentimiento punzante, de indescifrable dolor en el cuerpo de la memoria y en nuestra propia urdimbre de explicaciones sobre las sombras que atiborran de muerte el pasado inmediato. Pero ha revelado también zonas oscuras de nuestras propias percepciones políticas. La historia de Shocklender, si se quiere, es muy fácil de contar. Un desatino genealógico lo llevó a probarse como hombre en la ergástula de los desamparados y los inquisidores. Fue victimario y víctima, y partió de este último estadio para un proyecto de dominación que incluía una desmesura insolente y vil, la de creer que él había forjado el “mito de Hebe”, pasando por alto los hechos reales de una historia nacional turbada, que era la que realmente había convocado y producido –en el sentido vital y fenomenológico- a la propia Hebe.

Por su lado, Hebe tenía un sentimiento limítrofe sobre las conciencias, dado por su apego a las formas primeras del combate puro, ofreciendo el cuerpo a los golpes, poniéndolo sin cálculos en los lugares en que pudiendo no estar, también llegaban los ramalazos del terror: plazas públicas, sacristías, vicariatos, embajadas, medios de comunicación. Hebe aprendió a reconocer símbolos y saberse símbolo ella misma. En ese aprendizaje no se privó de cultivar herejías. Buscaba estilos sacrílegos, fundados en una lengua directa de condena que no desea ponerse ella misma bajo la protección de destiladores o tamices. De esta última forma se habla, pero Hebe no. La atraía la injuria en nombre de las víctimas y los desterrados, y los grandes actos que producía salían de la simplicidad apabullante de una lengua dicha sin más, en la soberanía directa de su propio apóstrofe. La demasía de los justos.

Casi es lógico decir que se interesaba por Shocklender por un golpe de intuición elemental respecto a la comprensión de una sociedad argentina cuyo catastro último de comportamiento puede ser la incuria, la necedad, el deseo nunca puesto bajo examen de resolver las grietas de la vida con ensañamiento y sangre. Shocklender venía de allí y decidió ser a un tiempo una vida expiatoria y un gerente sin registros ni normativas. Se forjó como monje de la saga rasputinesca y leyó lo suyo en el cuaderno de los grandes poderes informales de la época, donde el inventor informático se convierte en santo y el hacker en jefe de proletarios de una empresa paraestatal. Era demasiado para todos y para él mismo. La sorpresa que traía a la política argentina se vuelve ahora un índice de sospecha sobre las denuncias que hace, en cuyo centro se halla la admiración del asceta por la vida omnipotente, cuyo único hedonismo es el de trascender, despreciar y a la vez utilizar los pobres firuletes que cualquier Estado realiza para sobrevivir en medio de las tormentas de una época. Pero esto quiere decir una sola cosa: hay que escucharlo para desentrañarnos nosotros mismos, y valorar esta pieza periodística de Caparrós, propia de una gran escuela de entrevistas, no porque en su fondo explícito no quiera ser dañosa o irritante, y sin duda lo es, sino porque contribuye a que sigamos buscando las palabras nuevas que precisamos para trascender estos tropiezos, o por lo menos, para que no se conviertan en objetos mudos que se resisten a lo que debe ser una lúcida averiguación.

*Sociólogo y ensayista. Director de la Biblioteca Nacional


Política/ Opinión/ El eterno regreso de la juventud/ Por Jorge Giles



El eterno regreso de la juventud

La sanción de la Ley de medios y la más reciente Ley que declara de interés público la producción y distribución del papel prensa para diarios, eleva varios pisos la calidad de la democracia y la agenda de la gobernabilidad y de la razón política ahora está mejor repartida entre la democracia real y los poderes fácticos.

Por Jorge Giles*

(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: León Ferrari

La Argentina vive una etapa de profunda conmoción política, institucional e ideológica.

Calma: esta vez la conmoción desata sus vientos para el lado de la justicia y la inclusión social.

El viejo poder económico mediático ve desmoronarse la sustancia más sólida que ostentaba desde el 24 de marzo de 1976 y lo que es peor, sin poder reaccionar ni reagrupar fuerzas que eviten tal derrumbe.

Esa sustancia de la que hablamos, es la argamasa compuesta por una cuota importante de credibilidad social y poderío comunicacional que, indudablemente, supo ensamblar con alta eficacia el monopolio dominante.

Ese cimiento se está derrumbando.

Como mínimo, tendrán que admitir que la agenda de la gobernabilidad y de la razón política ahora está mejor repartida entre la democracia real y los poderes fácticos que la dominaron durante décadas.

Ya no hay ni habrá “dueños de la verdad” ni de “la agenda diaria”, presentada en exclusividad por Clarín y La Nación todos los días de nuestras vidas ciudadanas.

La sanción de la Ley de medios y la más reciente Ley que declara de interés público la producción y distribución del papel prensa para diarios, eleva varios pisos la calidad de la democracia.

Una democracia que, sin dudas, es mejor ahora que antes de Cristina y Néstor Kirchner. No solamente porque este gobierno y el proyecto de país que expresa, repara derechos conculcados, sino porque conquista nuevos derechos que le fueron negados a las instituciones de la democracia en nombre del “mercado” y el “sentido común” dominante.

No se trata exclusivamente de una cuestión de la economía, que lo es, sino de una modificación estructural en las relaciones de fuerza existentes en el propio seno de la sociedad. A nivel político, cultural, económico e ideológico.

Estos cambios, que se acelerarán y profundizarán con la recuperación de la mayoría parlamentaria para el oficialismo, precisan contar con un sujeto social que los interprete, que los encarne generacionalmente y que los protagonice.

No es ninguna novedad que la juventud ha cumplido con ese rol a lo largo de la historia nacional.

Fueron jóvenes los próceres de Mayo, los cabecitas negras que ganaron la Plaza el 17 de Octubre del 45, los estudiantes y trabajadores del Cordobazo, la juventud maravillosa del “Luche y Vuelve”, los 30 mil desaparecidos, los pibes despertados héroes en Malvinas, los que creyeron en la vuelta de la democracia en el 83, los que nacieron políticamente mientras lloraban la muerte de Néstor Kirchner.

Fueron jóvenes los que defendieron a Cristina en esos días y noches de marchas y contramarchas y de plazas sitiadas del 2008. Entendían que defendiendo a este gobierno nacional, popular y democrático, se estaban defendiendo a ellos mismos como generación.

Ahora bien, la participación tempestuosa y rebelde de esta juventud, no está asentada sobre el piso firme y estable de una democracia de cien años vista. Nacen al compromiso político y social a los ponchazos, siguiendo el mismo itinerario que siguió el kirchnerismo en su devenir. Reconstruyen el valor de la política mientras se construyen ellos como generación. Fueron capaces de componer su propia sinfonía mientras conquistaban colectivamente un derecho tras otro para el pueblo.

La rebeldía acostumbra a nacer y formarse en la intemperie.

Estos pibes de hoy, por el contrario, hicieron el curso acelerado de la historia que sólo les esta permitido a los que la construyen. Así, se identificaron kirchneristas cuando entendieron que esa rebeldía, que les es natural, residía en un gobierno que se enfrenta al poder económico mediático tradicional, no por veleidades personales ni partidarias, sino por estar comprometido a democratizar la democracia con más inclusión y soberanía.

Quizá aquí está la razón primera para saber apreciar y valorar el protagonismo juvenil de este tiempo histórico. Se podría agregar que un proceso de cambio, para ser auténtico, precisa de esa participación como si fuese el aire para respirar y seguir viviendo y multiplicando los panes y los dones de la vida en democracia. Y también estaríamos en lo cierto, desde este modestísimo punto de vista.

Por todo ello, lastima profundamente el ataque desalmado de sectores del poder y sus altavoces permanentes u ocasionales contra esta juventud que vuelve a cometer un pecado original: ser hija de esta época.

No vienen de un laboratorio social ni de un observatorio metafísico. Vienen de la tragedia de una generación diezmada y de otra ninguneada por el neoliberalismo. Los militantes de La Cámpora, que de ellos estamos hablando en gran medida, son hijos de padres desaparecidos, de ex presos políticos de la dictadura, de trabajadores desocupados en los noventa y devueltos a la vida después de Kirchner. O de pequeños y medianos productores fundidos y quebrados en el 2001, desterrados y exiliados.

Iván Heyn era uno de esos hijos.

Vienen de esa costilla herida de este pueblo.

Sin embargo no la copiaron, sino que se reinventaron con su propio lenguaje y su propia mirada. Allí está su impronta histórica, su novedad, su coraje.

En la impronta de asumir concientemente el proceso de construcción de su propia identidad y al mismo tiempo, protagonizar, en la práctica concreta, responsabilidades políticas de gobierno.

Si el kirchnerismo perdura, se transforma y rejuvenece es precisamente porque no les prestó las alas, sino que los invitó a volar.

Y vuelan.

Asumieron la tempestad de todo cambio de época y se pusieron a gobernar militando y a militar gobernando. Abundan los ejemplos. No pidieron “tiempo” al referí de la historia para ingresar más tarde. Se hicieron cargo cuantas veces fue prudente y necesario hacerlo, así en el llano como en un tablero de comando.

Los que no siempre están a la altura de las circunstancias de la historia son aquellos que, desde una verdad falsamente revelada, los siguen juzgando impiadosamente, quizá por no asumir sus propias frustraciones.

Calma. El eterno regreso de la vida llegó para quedarse.


*Periodista. Trabaja en el Semanario Miradas al Sur.



24 diciembre 2011

A DIEZ AÑOS DEL 19-20 DE DICIEMBRE DE 2001: Bayer Osvaldo



DE PRONTO, EL PUEBLO EN LA CALLE

Por Osvaldo Bayer*

(especial para La Tecl@ Eñe)


De pronto esta ahí, en la calle. El pueblo. El auténtico pueblo. De todos los barrios. Parecía un levantamiento puramente literario, fuera de todos los pronósticos de los sociólogos cientificistas. Algo dado en llamar “el espontaneísmo de las masas”. Sí, algo que no quieren reconocer los altos propietarios y sus políticos. Pero de pronto están allí y gritan “que se vayan todos”. El sistema, sus políticos, su prensa, sus uniformados siempre dispuestos. El pueblo fue protagonista. Pese a las muertes, pese a los asesinatos oficiales. De la Rúa escapando en helicóptero desde la Casa Rosada. Sí, allí, lo que pensamos todos: Salvador Allende se quedó y dijo ¡No! A los sucios pinochetistas. Y pasó al paraíso de los pueblos, mientras que sus enemigos están en el infierno tratándose de quitar el barro que cada vez más les llueve encima. Y seguirá esa lluvia hasta que ya todo sea nada.

Antes de huir De la Rúa ordenó tirar al cuerpo de los que sólo tenían como arma su grito bien claro y valiente. El balazo, la única respuesta de los políticos con un único programa eterno: cambiar todo para no modificar nada, aunque este de la Rúa ni siquiera se dio el trabajo de cambiar algo.

La vergüenza argentina corrida a gritos por la decencia corajuda de los argentinos que salen a la calle. Una muestra que eso de poner el papelito en la cajita cada dos años y creer que con eso se defiende a la democracia, que ese método sí no es nada más que una mentira. Menem, de la Rúa. Representantes de los dos partidos políticos argentinos. Menem, peronista, el gobierno más oligárquico que han tenido estas tierras, más todavía que muchas dictadura militares. Menem, peronista, su figura mueve a risa de pura tristeza, ante su teatro ficción. De la Rúa, radical. Pobre palabra, cómo la han humillado en su verdadero significado. (Sí, acordémonos de l Semana Trágica, La Forestal, La Patagonia Rebelde, y ahora el 2001).

De la Rúa huyó ante el pueblo en la calle. Su única salida fue el helicóptero. Un símbolo histórico de todos aquellos primeros mandatarios que huyeron ante los golpes militares. Ninguno de ellos los enfrentó. Huyeron, algunos en forma patética. Ahí, estando enfrente de la Plaza de Mayo, la Plaza Libertaria, donde aquel pueblo nos enseñó a cantar: “Ved en trono a la noble Igualdad”. Todos nuestros presidentes, ante los uniformes, huyeron o se entregaron.

En ese 19 y 20 de diciembre del 2001 el pueblo nos devolvió la dignidad a todos los argentinos. La Historia lo sabrá calificar. Fue la manera de decir ¡Basta!. Aunque después los poderes de siempre fueron atando nudos, sonrientes para tratar de volver a lo de siempre. Pero quedó el antecedente: no jugar con el pueblo, que sí tiene inmensa paciencia y se le puede mentir con demagogias y discursos, pero de pronto estalla la ira. Y ahí está la clave.

Se logró cambiar el rumbo. Pero todos los que fracasaron están vivos y en el verdadero poder. Hasta Menem está en el Senado de la Nación. Qué símbolo. Eso nos describe la escena en toda su desnudez. De la Rúa ante la Justicia. Ya es algo. Pero nos falta mucho. Se sigue baleando a los pueblos originarios cuando defienden sus tierras comunitarias. Se votan leyes antiterroristas para defender al sistema capitalista verdaderamente de terror (lo vemos en la Europa actual). Y seguimos aumentando las poblaciones de las Villas Miseria. Por eso, hay que seguir empujando para lograr dignidad, que es la única verdadera democracia.

El 19 y 20 de diciembre pasarán en el futuro, cada vez más, a ser fechas históricas. La Historia no perdona. Se recordará siempre cuando el pueblo salió a la calle y dijo ¡Basta!.


*Historiador y Periodista



A DIEZ AÑOS DEL 19-20 DE DICIEMBRE DE 2001: Aulicino Jorge



Cacerolazos

Por Jorge Aulicino*

(para La Tecl@ Eñe)


La verdad es que el primer cacerolazo me sonó muy mal. La trama de la historia, sus símbolos, a veces nos juegan malas pasadas. La cacerola batida con rabia yo la había visto. La habían usado las mujeres de la derecha chilena contra el gobierno de la Unidad Popular. La había visto en Chile, en Santiago de Chile, casi treinta años antes. La había escuchado con mis oídos, durante la agonía del gobierno socialista, que cubrí como periodista.

Por un largo momento, mientras escuchaba junto a las ventanas ese repiquetear metálico, también pensé en robots. Pensé en una ciudad que se manifestaba con voz metálica, a través de un instrumento estridente y vacío. Seguía sin gustarme.

Bien, me dije, esto hay que re-significarlo, como se suele decir. Las noticias pronto contribuyeron a darle a la cuestión otro marco. Había asaltos a supermercados, amenazas de enfrentamientos entre pobres y menos pobres. El ahorro había sido confinado en los bancos. La sensación era de claustrofobia. Como si hubieran cortado a una ciudad todos los suministros. Como si el sistema se hubiese detenido, o replegado en una sístole, en una síncopa.

Desde esa ciudad sitiada, explotaban los sonidos de la asfixia: repiqueteos metálicos en las cacerolas, privadas de sustento, y en las columnas del alumbrado, que sostenían, por el momento, el fluido eléctrico. ¿Pero quién garantizaba que aquello podría durar? Que podría durar la electricidad, el agua, el gas. La circulación.

Era de noche y junto a la ventana escuchaba el repiqueteo de robots asfixiados, súbitamente dotados de vida. Se habían empezado a mover y golpeaban en las paredes del sistema; en los bordes de las cacerolas, en las columnas de metal.

La sístole auricular dura apenas una décima de segundo; la sístole ventricular, tres décimas. ¿Por cuánto tiempo prolongaría el sistema aquella contracción que amenazaba asfixiarnos a todos, vaciados las aurículas y los ventrículos?

Los seres vivos reaccionaron pataleando, como suele suceder en los casos de asfixia.

Golpeaban denodadamente, golpeaban si proferir palabra. La ciudad se llenó de ese sonido mecánico, maniático; de esa agonía estridente.

Y si sus primeros movimientos perceptibles eran mecánicos, metálicos, los que siguieron mostraron que la sangre, sorda, había estado en las venas desde siempre.

Hubo columnas. Y las columnas organizadas llevaban banderas.

En el barro o en la alegría, en la guerra o en la paz, en el estadio de fútbol o en la escuela, en las fachadas o en las calles, las banderas son símbolos carnales, corrientes, necesarios.

Aparecieron las banderas, algunas queridas, otras desconocidas. La bandera más acribillada, la bandera de la derrota histórica, la bandera agitada y percudida, la bandera todavía viva, la bandera roja, estaba en algunas de aquellas columnas.

No podía garantizar nada. Ni siquiera evitar los muertos. Ni siquiera envolver sus féretros. Peor aún: no tenían chance de organizar a los vivos.

La protesta discurrió, y fue violentamente enfrentada. Como siempre ha sido. La sangre corrió sobre la calle, una vez más.

La consigna más voceada, “que se vayan todos”, era la expresión de la diástole, del reclamo de que la sangre volviera a entrar al corazón, de que se pudiera continuar viviendo.

La consigna era incompleta, voceaba otra síncopa: que se vayan. Después, veremos. O continuaremos sin ver. En aquella gigantesca movilización sin conducción hubo muchos que lo intentaron. Se intentó la asamblea, se intentó la comuna. Se intentó caminar el camino de los puntos suspensivos como quien recorre el camino de las migas, el camino de las señas, el camino hacia alguna parte. No importaba cuál, aún.

Todo eso abarcó un fin de año en el que pasó inadvertido el triunfo de un equipo de fútbol que hacía 30 años no ganaba un campeonato. Algunos se apiadaron de él: le había tocado el peor momento para ganar, el momento del “quilombo”. Las cámaras no tuvieron tiempo para reflejar su alegría. Y sin embargo, ¿no era aquello un signo?

No habíamos aprendido a leer, o no queríamos, aún, leer, ni siquiera los signos que escribíamos. Como Alicia ante el gato de Chesire, sólo se preguntaba: ¿qué camino tomo para salir de aquí? Y el gato daba su respuesta eterna: depende de adónde quieras llegar. A lo que se respondía: no importa el lugar. Y el gato: entonces tampoco importa el camino.

La enérgica rebelión desembocó en el “caos institucional”. Se sucedieron los presidentes, hasta que uno logró afianzarse. Dos años después, un viejo presidente, detestado, decidió no enfrentar la segunda vuelta frente a un candidato casi desconocido. El aire había vuelto al cuerpo, de a poco, en juicios por los depósitos, en circulación de bienes. No se habían ido aquellos que debían irse: todos. El sistema se recuperaba.

Me recuerdo escuchando el repiqueteo sin historia que tal vez tiene aún una historia que escribir.


*Periodista y escritor

A DIEZ AÑOS DEL 19-20 DE DICIEMBRE DE 2001: Palma Dante



Diciembre de 2001: De la habituación a la excepcionalidad

Por Dante Palma*

(para La Tecl@ Eñe)


A la distancia creo posible reflexionar en varios sentidos. En primer lugar lo que yo llamaría una habituación a la excepcionalidad. Los argentinos estábamos inmersos en un contexto en el que la protesta y la represión eran moneda corriente. En este sentido, era muy disonante contraponer la normalidad con la que se vivía o, en todo caso, la falta de conciencia respecto de lo que estaba sucediendo, con la mirada que ciudadanos y medios de otros países tenían de lo que estaba sucediendo aquí.

En segundo lugar, asombra la recuperación de la política tras una crisis que podría haberse juzgado terminal y el florecimiento de un espíritu militante que considera que la política es el lugar adecuado para hacer las grandes transformaciones. Frente a esa lógica oenegista de los 90 que, ante la retirada de Estado, creaba muchos sellos de goma beatificados por presentarse como emergentes de una sociedad civil indignada, se ha demostrado que sólo a través de un Estado activo se pueden hacer transformaciones radicales.

En esta misma línea, se debe reconocer la irrupción en la arena política de los movimientos sociales y, al mismo tiempo, el fracaso de diagnóstico y accionar de la izquierda en Argentina que vio en las asambleas barriales y en el trueque unas condiciones prerevolucionarias que no existían. Por otra parte, cabe indicar, volviendo a los movimientos sociales, que su supervivencia dependió de la canalización institucionalizada de sus reclamos, más allá de que se los pueda criticar, por izquierda, de haber sido cooptados por la burocracia estatal.

En cuarto lugar, quizás una lectura comparativa casi obvia en relación a lo que ocurre actualmente en Europa. Si bien parece demasiado pronto, cabe indicar que la salida de las crisis es impredecible. En otras palabras, la crisis barre con el gobierno que hay sea cual fuere su signo político y lo que vendrá será de signo contrario, es decir, puede ser de derecha o de izquierda. En el caso de Argentina, la llegada de Kirchner fue una casualidad surgida de la atomización de las alternativas, de aquí que si las opciones de derecha se hubieran aglutinado en 2003 hubieran obtenido más del 70% de los votos.

En quinto lugar y también tomando el ejemplo de Europa, está lo que en algún momento llamé la paradoja de la democracia aunque ya no aplicado a los casos de Medio Oriente donde la imposición del sistema democrático lleva al poder a sectores antidemocráticos, sino aplicado al propio contexto occidental. En este sentido, la paradoja que explota hoy en Europa y que tuvo su punto cúlmine en nuestro 2001, es que los gobernantes elegidos por el pueblo son simples representantes de intereses privados que en forma de corporaciones multinacionales y a través del capitalismo financiero, son los que finalmente marcan las principales políticas, no sólo económicas sino sociales y culturales.

Por último, me parece que hay que destacar que si bien podría afirmarse que las acciones del gobierno de Kirchner fueron en gran parte determinadas por un clima de conflictividad social único, la actual fisonomía política y cultural del país se debe a una decisión tomada desde el gobierno. En este sentido, en la arena política actual las identidades de la Argentina fueron constituyéndose de arriba hacia abajo, lo cual, en principio no lo hace no mejor ni peor. En esta línea, muchas de las leyes centrales del kirchnerismo no obedecieron a grandes reclamos populares sino a decisiones que luego fueron acompañadas por una heterogénea multitud que incluye a gremios, clase media profesional, juventud, aliados transversales y PJ.

*Filósofo