18 mayo 2010

González Horacio/Una vez más: el Plan de Operaciones atribuido a Mariano Moreno

Una vez más: el Plan de Operaciones atribuido a Mariano Moreno

Por Horacio González
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(especial para La Tecl@ Eñe)
Moreno escribiendo en la interpetación del pintor chileno Subercasaux , año 1910. ¿Qué está escribiendo? El decreto de Supresión de honores? ¿El Plan de Operaciones? ¿Un artículo de la Gazeta? No lo sabemos. Moreno escribe frente a una posteridad cautiva a interpetaciones que no surgen asociadas a certezas visibles. Moreno escribe sus propias incógnitas políticas y traza el deficultoso plan de las interpretaciones futuras, que en su radical incerteza, nunca desfallecen. Eso no nos hace más vacilantes ni irresolutos, sino que nos pone en la raíz misma de la acción política.
La conmemoración bicentenaria que estamos atravesando trae nuevamente, con su breve espuma, el antiguo debate. ¿Quién escribió el Plan de Operaciones? Es quizás el último gran enigma que resta en la historiografía argentina. El Plan de Operaciones de 1810 es su pieza maestra y a la vez su muro de lamentos. ¿Por qué la historia no nos reservaría más exactitud en materia de autorías? ¿Por qué estamos siempre sometidos a una indócil hermenéutica, que nos hace débiles frente a los documentos y fuertes antes nuestras propias dudas? ¿Por qué todo documento es polémico, incierto o contiene la pócima incómoda de su rechazo a la significación unívoca? ¿Por qué siembre habita en toda historia que se precie, una sobra huérfana, que rechaza interpretaciones consabidas?
Son las preguntas del historiador. Y lo son frente a un documento extraordinario, que lo seguiría siendo aún si fuera la acción falsaria de una cancillería enemiga. Quizás no resta problema más importante que el de la autoría de este Plan. El debate sobre nuestros textos fundadores sigue vivo porque existe el Plan de Operaciones, guardado en el Archivo de Indias de España. ¿Lo escribió Mariano Moreno? El solo hecho de que esta interrogación pueda hacerse ya nos hace historiadores. La pregunta del historiador no es sobre la fidelidad de los hechos sino sobre la facultad de atribuirlos de una manera ambigua o difusa.
Sin serlo, somos historiadores de la pregunta por la cosa en su legitimidad. Y la historia es el proceso de lo legítimo que desea instituirse. Por eso, el Plan de Operaciones, con su dúctil y esquiva materialidad, nos conduce al problema ético de la pregunta del historiador. Este texto nos sigue inquiriendo, nos sigue solicitando una opinión sobre él. ¡Descíframe!
Hoy no podemos disociar el Plan de las interpretaciones que a él se adosan, como un bicho baboso expelido por el alma insatisfecha de los historiadores. La investigación erudita ha dejado su rastro viscosa: Groussac, Piñero, Levene, Ruiz Guiñazú, De Gandía, se inclinaron sobre la letra del Plan. Sin pretender serlo, fueron filólogos, arqueólogos, gramáticos, archiveros científicos. Fueron hombres de una profesión sin profesión, pues meros historiadores que se pretendían, debieron descender al misterio de la letra, de la estructura del significado que se adosa al pulso manuscrito de los documentos penumbrosos de la historia. El Plan muestra que la historia es una clase especial de ciencia, que no evita, y hasta reclama, ser guiada por las visiones que van meciendo profundamente, en la conciencia del historiador, los trozos incómodos de su ideología diaria, soterrada. Llamamos ideología a lo que aparenta ser exterior a las decisiones de una escritura, de un pulso escribiente. Pero la ideología es en verdad la fibra interna de una caligrafía sin origen o de origen perdido. La objetividad histórica quiera conjurar esas penumbras necesarias del espíritu. Por eso, quines rechazaron el jacobinismo, quisieron a Mariano Moreno ajeno a las violencias anunciadas por el Plan. Inmune a los influjos robespierreanos, tan sucintos como pudieran haber ocurrido.
Frente a ello, tenemos los espíritus agitados, de los que realmente participamos como albergue y señuelo de la historia. Los que desearon ver en ese escrito los antecedentes de las formas más enérgicas de los cambios sociales, eligieron en Moreno el precursor atormentado y lúcido, el joven secretario capaz de las palabras más audaces para proteger a la revolución de sus enemigos. Sin embargo, lo que acaso sería el texto perfecto que obedece a una autoría nítida y transparente, se opone a dar rápidos fundamentos a una u otra posición. No existen textos adyacentes como caparazón de tortuga a ningún escrito que sea. Los textos son su propia caparazón, el cuerpo viscoso y su vaguedad esencial, todo unido en simultaneidad irritante.
El Plan de Operaciones ocupa ese lugar: tortuga que aún se arrastra por la historiografía argentina, verdad eminente del texto incierto. Sus nexos reales perdidos en el tiempo, suplicando en tinieblas que el ojo del historiador acabado lo penetre en una jornada de placer de exégeta o del filósofo de las interpretaciones. Por eso se produce el trocadillos: el historiador es más interrogado en su profesión por este texto, que todo lo que en persona hace para interrogarlo.
Son escasas las referencias que el Plan tuvo en el siglo XIX. Había sido encontrado accidentalmente en archivos españoles. El puño que escribió esos papeles encontrados, se sabe, no es el de Moreno. Puesto que no es un original, es el de un copista. Pero sí se sabe de quien era la caligrafía de los papiros hallados. De un espía de la Infanta Carlota: Álvarez de Toledo. ¿Fabulaciones de un operador de cancillerías intrigantes o copia de un original perdido? La pregunta atraviesa el oficio del historiador y se refiere al modo en que está constituída, con sus huecos y puntos en fuga, la estructura misma del pasado. Pero si la letra no es la de Moreno, las jornadas violentas en la época en que fue escrito, le dan veracidad efectiva. Se sabe de la existencia de otros escritos aledaños que lo hacen sin duda verosímil. Sin embargo, una conjetura nada irrelevante puede hacerse: su tono conspirativo es habitual en los ejercicios de imputación que practicaban facciones que querrían desprestigiar a sus rivales atribuyéndole supuestos juegos maquiavelistas. Sobrevuela el Plan la sombra de Maquiavelo y su visión amarga y turbia de las pasiones. ¿Qué policía secreta, que jesuitismo de catacumbas no ha echado mano a este recurso de la imputación apócrifa?
¿Sería esto lo que lo ponga en el gabinete de las grandes simulaciones de la historia universal? Leamos el propio Plan. La intencionada observación sobre espionajes y triquiñuelas que él mismo posee nos permite una conjetura nada ociosa. Es como si un posible autor anómalo haya querido dar una pista “borgeana” a la posteridad sobre su superchería. ¿Pero podemos quedarnos con esta comprobación? Apenas lo hacemos, aparece un signo incomodo que apunta su flecha hacia otros costados de la cuestión. Ciertos climas vibrantes del escrito recomiendan una violencia efectiva contra los contrarrevolucionarios, lo que en efecto ocurriría con Liniers y varios capitostes realistas que caen bajo la fusilería dictaminadora del Ejército auxiliador que se envía al Alto Perú. Aparece entonces otra luz de verdad. El lector puede consentirla en su entusiasmo; desea vibraciones efectivas en la historia.
Pero en el diálogo con el genio maligno de la historia, de nuevo surge otra pequeña duda que aumenta el interés de lo escrito. Duda que se superpone, interés que se acrecienta. Nuestro buen lector comprueba ahora que el Plan es el inverso simétrico del Decreto de Supresión de Honores, donde la firma de Moreno está bien asentada, sólida. Si el Plan recomienda encubrir la acción verdadera, el Decreto dice que hay que transparentarla, si el Plan finge inflar honores para los amigos de la causa, aunque no los merezcan, el Decreto los suprime en favor de un igualitarismo sin pompa futura. Por eso, el Plan de Operaciones, no menos esfumado que la propia figura de Moreno, obliga a muchos más sutiles ejercicios de historiografía de coraje, al punto de convertirnos en historiadores angustiados, o en lectores angustiados que no imaginan que reciben en su conciencia desolada el virus mismo de la tarea del historiador: ¿quién lo habrá hecho? ¿Por qué existe bajo esta forma y no de otra? ¿Qué autoría le responde con fidelidad acabada? ¿Qué podemos saber de un tiempo cancelado que nos llega solo con mendrugos de sentido destrozados? Todo esto nos conduce a un nivel de compromiso con la verdad que no excluye su aureola oscura, indecidible. Al contrario, coloca la preocupación por la historia en el primer plano al margen de sus figuras develadas y en el seno estremecido de un verdadero esfuerzo por la develación. He allí el combate por la historia.
Y todo por estos viejos papales encontrados en el Archivo de Indias de Sevilla por el ingeniero Eduardo Madero. Este hombre interesado en la construcción del puerto de Buenos Aires, su ávido proyectista, buscaba documentación que sirviera para la afirmación jurídico-histórica de semejando esfuerzo empresarial, de hondo simbolismo histórico. Significaba la alusión permanente a la controversia de la historia nacional, al modo en que se había sedimentado la nación argentina misma. Y como colofón inmediato: esa gigantesca construcción portuaria apuntaba el sagitario también a la manera que hay que leer los textos, también al utopismo de la historia que hace que sin esos textos que están siempre en estado de desciframiento, nada o poco sea la tarea del historiador. Este texto, cierto o no, es el Puerto de Buenos Aires, su hipóstasis irreverente y alocada. Es posible que lo haya escrito Moreno. Es posible que haya tenido extrapolaciones posteriores. Es posible que la historia argentina haya querido ser así, como lo demuestran otros Planes de operaciones escritos al promediar el siglo XX, el de John William Cooke al iniciarse los años 60 del siglo siguiente, que también alude al Puerto de Buenos Aires con consignas de sabotaje, clandestinidad y estrago.
Decir Plan de Operaciones es en sí mismo expresión militar y jacobina. Adicionalmente: patriótica. Quisiéramos desde luego tener escritos con autores a la vista, señeros e inviolables. ¿Pero quién escribe esos textos? ¿Qué historiador querría tenerlos exclusivos ante su vista sin espasmo ni mácula? El historiador que sabe del aspecto siempre convulsivo de la verdad, debe agradecerle a Moreno y a este texto. Nos lleva a la gratificación del concepto histórico por la vía de unas cuartillas revolucionarias que siguen presentándose ante nosotros con su doblez irisado. Fueron escritas por el revolucionario o por sus enemigos. En ellas la historia aparece en su objeto descarnado bajo velos que no quitan sino acrecientan interés. No somos frente a este texto-puerto, este texto-naufragio, este texto de textos, más que historiadores a desgano, quizás la manera efectiva de serlo. Se nos obliga a estar permanentemente situados como pobres alumnos ante su verdad, tan deseada como esquiva.
Frente al Plan de Operaciones Groussac fue filólogo, Scalabrini Ortiz estatista, Norberto Galasso es militante del proyecto nacional-popular, el historiador y diplomático Norberto Piñero fue riguroso sin saber que el rigor exigía más ingenuidad respeto a como los hombres dejan sus rastros en la vida colectiva. La expresión “morenismo” es un debate sobre Mayo y sus penumbras. Sitial de la pedagogía histórica, nos conduce a un misterio mayor que el que se denominó, con razón o sin ella, el “misterio” de la máscara de Fernando VII. Es misterio que nos alcanza en los días actuales con su carga entera capaz de astillar las certezas más llanas y concisas y darnos una lección de cómo se relacionan los documentos con la historia.
A esos papeles se les aplicó el carbono 14, la batería consabida de incisivas minucias de gramatología e historiografía contextual, se lo sometió al juego de ideas que caracteriza a toda historia y a sus cultores, sin concluirse otra cosa de que es de esa estopa que están constituidos los sueños historizados de los hombres: saber en todo momento qué relación los une con la violencia, el acecho de lo falso y con la larga y laboriosa empresa de constituir alguna vez un foco de legitimidad para hacer reposar la vida, aunque sea un momento, en las planicies de una historia consagrada, venturosa. El Plan de Operaciones, esa “sobra huérfana”, permite en su irresolución, que prosigamos la búsqueda, es decir, nuestra propia historia.
17 de Mayo de 2010
* Ensayista y sociólogo/Director de la Biblioteca Nacional

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