24 enero 2010

El problema no es la deuda/ Juan Kornblihtt

El problema no es la deuda
El gobierno y la oposición se pelean pero comparten el programa económico: volver a los ’90.

Por Juan Kornblihtt*
(para La Tecl@ Eñe)

La disputa entre el gobierno y la oposición por el llamado Fondo del Bicentenario y de dónde sale la plata para pagar la deuda muestra la coincidencia programática y de intereses de los dos bandos en disputa. Su única distinción es táctica. Tanto gobierno como oposición concuerdan en volver al ciclo del endeudamiento de los ’90. La diferencia es que el gobierno aspira a imitar a Menem y Martínez de Hoz sin terminar como Raúl Alfonsín o Celestino Rodrigo. Por su parte, la oposición quiere ser Menem a partir del 2011, pero que el gobierno haga el ajuste previo (es decir asuma el papel de los caídos en desgracia). Los dos coinciden en endeudarse nuevamente y en favorecer a los prestamistas extranjeros y a los capitales nacionales a costa de los obreros, sobre quienes recaerán en última instancia las consecuencias de esta política.

De la 125 y la nacionalización de las AFJP al Fondo del Bicentenario

Pese a los discursos oficiales, el escenario de crisis general de la acumulación de capital en la Argentina está planteado. Después de la devaluación, el sostén de la recuperación fue la fuerte suba de la renta agraria, empujada por el alza en el precio de la soja. Esto permitió un esquema proteccionista basado en un tipo de cambio subvaluado y subsidios que compensaban la baja competitividad de la industria local, tanto en manos nacionales como extranjeras. Esto explica la recuperación de la actividad industrial y del empleo luego de la debacle del 2001. Pero proteger significa transferir recursos reales y si la gran mayoría de los capitales recibe más de lo que da, es necesario encontrar nuevas fuentes.
Una parte de lo gastado en mantener el dólar alto y otorgar subsidios salió de la renta de la tierra captada vía retenciones, y de la plusvalía por el aumento de la tasa de explotación a los obreros, captada vía impuestos (IVA y ganancias principalmente). Sin embargo, otra parte importante no tenía una base real. Los pesos para comprar dólares, los créditos vía emisión de bonos y los subsidios se hicieron en gran parte con emisión monetaria sin respaldo, lo cual aceleró la inflación. De esta forma, el efecto proteccionista del tipo de cambio a 3 a 1 se fue perdiendo. Además se pusieron cada vez más en evidencia los problemas fiscales del gobierno, en particular de las provincias, aunque también, y en forma cada vez acuciante, del Estado nacional. Las soluciones buscadas fueron siempre en el mismo sentido: conseguir fondos frescos para seguir transfiriéndoselos a la burguesía local y extranjera vía protección cambiaria y subsidios. Primero aumentando las retenciones, después nacionalizando las AFJP. Pero el plan que siempre estuvo detrás de toda esta búsqueda fue volver a endeudarse.
De hecho, la campaña de Cristina para la presidencia se hizo coqueteando en el extranjero con los futuros acreedores y prometiendo “seguridad jurídica” y ajuste cambiario y de tarifas como ofrenda para conseguir plata fresca. El plan de Cristina para volver a los ’90 está implícito en su plataforma electoral, más allá de los discursos. Por eso la tapa del nº 39 del periódico El Aromo, de noviembre de 2007, bajo el título “Resultados y perspectivas” mostró una foto de Cristina cara a cara con Menem. Pese a la polémica que generó, la comparación fue y es pertinente. Sin embargo, ese plan no pudo aplicarse tal y como Cristina quiso. Pese a que reemplazó todo vestigio de keynesianismo y colocó como funcionarios en el ministerio de economía a lo más rancio de la ortodoxia neoliberal (el ministro Boudou viene del riñón del CEMA, mientras que el hoy repudiado Martín Redrado, igual que su eventual reemplazante, Mario Blejer, tienen una prosapia aún peor), no basta con la simbología para que los bancos internacionales presten plata. El principal problema pese a todos los gestos (o agachadas, para ser más precisos) es el que el plan de Cristina para ser Menem se topó con la caída financiera y la escasez de crédito. Por eso nunca pudo concretarse el pago al Club de París pese a las repetidas negociaciones, ni se terminó de arreglar la situación de los bonos en default pese a la voluntad oficial. La clave no es la falta de voluntad o una posición firme del gobierno en la negociación, sino la falta de crédito.

Las condiciones de la menemización kirchnerista

El objetivo de pagar es volver a pedir prestado y tapar los crecientes problemas. Para hacerlo, el gobierno tiene que cumplir dos condiciones. La primera y fundamental es la disponibilidad financiera a nivel internacional. La segunda es la solvencia, aunque sea aparente. Por eso, el gobierno no puede usar fondos propios, ya que más allá de las manipulaciones del Indec es evidente que la recaudación no podría servir de garante ante ningún prestamista. De ahí que la utilización de las reservas sea clave en el esquema.
En el contexto de los dos últimos años, a partir del derrumbe hipotecario en los EEUU, la disponibilidad financiera internacional estuvo casi cortada. Esa es la razón por la cual el plan de Cristina tuvo que posponerse y gran parte del endeudamiento no pudo venir de la banca europea o estadounidense, sino que provino de Venezuela. De ahí que Cristina haya coqueteado con supuestas posiciones de unidad latinoamericana, pese a su claro perfil pro yanqui y europeo en la campaña electoral. La crisis mundial, aunque lejos de superarse, se encuentra en un breve impasse producto de una nueva fase de expansión del capital ficticio. Esta vez de la mano de un creciente déficit estatal. Esta nueva burbuja tiene como consecuencia una cierta disponibilidad de créditos internacionales. Ante esta realidad, Cristina vuelve a las fuentes y apura el acuerdo con el Club de París y en particular con los díscolos bonistas que no aceptaron el pago parcial de sus bonos en los canjes anteriores.
Estos últimos son el mayor dolor de cabeza del gobierno y merecen un párrafo aparte. Mientras que con los grandes acreedores como el Banco Mundial y el FMI no hay problemas porque se saldó toda la deuda y con el Club de París está casi todo arreglado, con los miles de pequeños bonistas la situación es mucho más complicada. Con menos por ganar en caso de que la Argentina se vuelva a endeudar y más preocupados por sus finanzas individuales, este sector ha apelado a la justicia buscando embargar los fondos del país. La justicia de los EEUU de hecho respondió a favor de ellos en varios fallos parciales, uno de los argumentos de Martín Redrado para no usar las reservas. Como estas se encuentran en gran parte fuera del país, pueden ser sujetas a embargo. Con todo, esta amenaza no parece tan real porque los principales interesados en que Argentina vuelva a endeudarse son los países donde residen estos bonistas. De hecho, gran parte de los fallos a favor de embargos fueron luego apelados y puestos en suspenso.
Pero el problema fundamental es de dónde sale la plata para respaldar un nuevo endeudamiento (eso es lo que se esconde detrás del eufemismo “pagar” la deuda y de la disputa sobre si usar o no las reservas). El uso de 6.500 millones de dólares de las reservas como garantía a través de la emisión de un nuevo canje de bonos es explícitamente presentado por el gobierno como una forma de conseguir créditos a una menor tasa de interés. Como veremos en el próximo acápite, nadie presta sin pedir algo a cambio y menos aún las potencias económicas.
La oposición quiere usar su veto parlamentario con el argumento de la autonomía del Banco Central de la República Argentina (BCRA), para conseguir que la garantía para los nuevos préstamos salga de la caja fiscal del gobierno. Para hacerlo, como algunos de los economistas de la oposición proponen, se deberían limitar los subsidios y achicar el gasto estatal. Para compensar estas medidas proponen a su vez liberar las tarifas de los servicios públicos y valuar aún más la moneda para así no afectar las ganancias de los capitalistas. Por supuesto poco y nada dicen sobre qué pasará con los gastos en servicios sociales y con el empleo. Aunque queda claro que nada bueno.

Las consecuencias del nuevo ciclo de endeudamiento

Frente a la propuesta de la oposición de usar los recursos del Estado y no las reservas, la posición del gobierno tiene la apariencia de ser más progresista. En lugar de reducir el déficit fiscal para usar esos fondos como garantía para el nuevo endeudamiento, se mantiene el gasto estatal y se usan recursos que no están siendo aprovechados en la actualidad. Así se presenta la dicotomía entre ajuste neoliberal opositor y expansión del gasto keynesiana del gobierno. Pero se trata de una falsa elección. Repetimos: los dos quieren endeudarse. Si el gobierno se sale con la suya y se queda con las reservas como garantía, el resultado va a ser una entrada masiva de dólares. El resultado será una nueva sobrevaluación de la moneda, acercándose a la situación del 1 a 1 de los ’90, como ocurre en actualidad en la mayoría de los países de América Latina que han privilegiado el endeudamiento como vía para crecer. Brasil, Colombia, Chile, Uruguay y Perú tienen en este momento una moneda mucho más valuada que la Argentina y, salvo Brasil, un claro comportamiento importador del estilo “deme dos” de Martínez de Hoz y Menem en la Argentina.
El reingreso al circuito financiero internacional tiene como contrapartida favorecer a los capitalistas que prestan. Una vez más: nadie presta sin pedir nada a cambio. Lo primero que exigirán los acreedores será un peso más fuerte para aumentar la capacidad de importación del país, y para que las empresas extranjeras radicadas en la Argentina remitan mayores ganancias en dólares. El resultado será una contracción en la actividad económica, menor recaudación y menor empleo. Es decir lo mismo que proponen a coro Carrió, Duhalde, Cobos, De Narváez y Macri entre otros.
El paso de una economía subvaluada a una sobrevaluada siempre ha sido mediado por un ajuste. De Cámpora a Videla medió el Rodrigazo, de Alfonsín a Menem la hiperinflación. No se trató de impericia política sino de las condiciones necesarias de los ciclos de acumulación en la Argentina. La idea de que los Kirchner serán capaces de hacerlo en forma diferente presenta muchas dudas. La oposición por lo tanto no se opone a la cuestión de fondo sino que la crisis la asuma el gobierno actual. Por eso busca apurar el ajuste por la vía de evitar el uso de las reservas. Es decir, que Cristina sea su Alfonsín o su Rodrigo.
El gobierno no quiere jugar ese papel, presentándose como garante de los intereses nacionales y populares. Sin embargo, aun siendo exitosos, el ajuste se hará de todas formas, sólo que un poco más adelante, ya que deberá seguir complaciendo a los acreedores para conseguir más plata. Ningún discurso puede seguir ocultando que el mito K se terminó. Hasta para el más recalcitrante nac&pop será difícil justificar la “nueva” política y su correlato de pleitesías al FMI y el BM.

El problema no es la deuda

Planteado el contenido de la disyuntiva queda claro que ninguno de los bandos en disputa expresa alguna salida a favor de intereses de los obreros, ni siquiera en términos parciales. No hay mal menor en alguna de las facciones porque los dos se proponen lo mismo. Pero también hay otra conclusión importante. El endeudamiento es una política permanente de la burguesía argentina, de todas sus fracciones. Es la forma en que el capital ficticio, cuando la renta no alcanza, viene a compensar temporariamente el atraso sistemático de la productividad del trabajo local. Cuando la situación resulta insostenible, se proclama el default para regenerar las condiciones en que opera la economía local: mediante la devaluación se procede a desvalorizar la fuerza de trabajo, se promueven las exportaciones y se hace posible el ingreso de divisas. Recuperada la economía sobre esas precarias bases, las ventajas obtenidas se licuan y la revaluación del peso debe compensarse con un nuevo ciclo de endeudamiento.
La deuda, entonces, no es el problema central de la economía argentina, sino la forma en que se manifiesta su escasa capacidad competitiva general. Como ya hemos visto, dejar de pagar es la antesala de volver a pagar, que es el paso previo al retorno a la “buena conducta”. Por la misma razón, si por arte de magia se pudiera pagarla toda, reaparecería en un plazo breve. No es la deuda la causa sino la consecuencia de las taras histórico-estructurales que corresponden a la naturaleza capitalista del país y al lugar que le cupo (y le cabe) en el proceso de acumulación mundial y que no tiene solución bajo esta forma social.
Esta es la razón por la cual la consigna “no pago de la deuda” es sustancialmente correcta pero incompleta. Es correcta no porque, como suele escaparse por allí, haya sido concebida de manera fraudulenta: toda la deuda, incluso aquella que pudiera reputarse “legítima” según criterios burgueses, no es más que masas de plusvalía producto de la explotación capitalista. El no pago debe justificarse como limitación a la explotación y no como “indignación” contra el robo “a la nación”. No queremos pagar la deuda por la misma razón por la cual no queremos seguir produciendo plusvalía. No sostener esta consigna sobre esta base da pie a conciliaciones perniciosas con fracciones pequeño-burguesas que construyen ilusiones en torno al “buen capital productivo nacional”, al estilo Pino Solanas o incluso el mismo kirchnerismo.
Cuando se acompaña esta consigna, debidamente justificada, con la reivindicación para la clase obrera de la riqueza producida por la propia clase obrera (eso son las reservas), la perspectiva política apunta en el sentido correcto. Es necesario, sin embargo, profundizar este camino. No es la deuda lo que está en discusión, sino las reservas. La izquierda no debe dejarse arrastrar por el nacionalismo pequeñoburgués del solanismo. Es más, debe dar un paso adelante negando el derecho a las dos fracciones políticas de la burguesía a decidir sobre el destino de esa masa de riqueza social. Para ello, la consigna debe completarse con medidas organizativas en ese sentido: una convocatoria a todas las organizaciones políticas y sociales populares a una asamblea nacional que exija el derecho del proletariado a participar de la discusión sobre el destino de la riqueza social.
La acumulación de capital en la Argentina se encuentra en crisis. Las empresas radicadas en el país son inviables de sobrevivir por sí mismas sin ayuda estatal o aumento de la tasa de explotación a niveles jamás vistos en la Argentina. El desempleo y la pobreza lejos de haberse erradicado están latentes e in crescendo. Lo que esta crisis pone sobre la mesa es que ninguna de las alternativas burguesas (tanto la parlamentaria como la presidencial) tienen una salida que no pase por sufrimientos sin límites para las masas. Por lo tanto, es hora avanzar hacia el control de la riqueza en manos de quiénes la producen. Frente al reclamo de autonomía del BCRA por parte de la derecha, hay que exigir su democratización y su control popular. Frente al deseo del gobierno de usarla como garante para endeudarse, hay que exigir su disponibilidad para planes sociales, obras pública y paritarias generales por aumentos salariales. En definitiva, hay que avanzar hacia las verdaderas causas de la miseria y la desocupación, el capitalismo, preparando el control obrero de la riqueza nacional.

*Lic. en Historia - UBA
20 de enero de 2010

El pantano argentino: El irresistible desarrollo de la crisis de gobernabilidad/ Jorge Beinstein

El pantano argentino
El irresistible desarrollo de la crisis de gobernabilidad

Por Jorge Beinstein
jorgebeinstein@gmail.com

El nuevo año comenzó mal en Argentina, el conflicto causado por el desplazamiento del presidente del Banco Central, Martín Redrado, disparó una grave crisis institucional donde se enfrentan dos bandos que van endureciendo sus posiciones. Por un lado una oposición de derecha cada vez mas radicalizada ahora con mayoría en el poder legislativo encabezada por el vicepresidente de la república y que se extiende hacia los núcleos más reaccionarios del poder judicial y de las fuerzas de seguridad (públicas y privadas). Se trata de una fuerza heterogénea, casi caótica, sin grandes proyectos visibles impulsada por los grandes medios de comunicación que operan como una suerte de “partido mediático” extremista, su base social es un agrupamiento muy belicoso de clases medias y altas. En el otro bando encontramos a la presidenta Cristina Kirchner resistiendo desde el Poder Ejecutivo con sus aliados parlamentarios, sindicales y “sociales”, su perfil político es el de un centrismo desarrollista muy contradictorio oscilando entre las capas populares más pobres a las que no se atreve a movilizar con medidas económicas y sociales radicales y los grandes grupos empresarios y otros factores de poder que busca en vano recuperar para recomponer el sistema de gobernabilidad vigente durante la presidencia de Nestor Kirchner.
A este abanico de fuerzas locales es necesario incorporar la intervención de los Estados Unidos que a partir de la llegada de Barak Obama a la Casa Blanca se muestra cada vez más activa en los asuntos internos de Argentina. Esto debe ser integrado al contexto más amplio de la estrategia imperial de reconquista de América Latina marcada por hechos notorios como el reciente golpe de estado en Honduras, el despliegue de la Cuarta Flota, las bases militares en Colombia y otras actividades menos visibles pero no menos efectivas como la reactivación de su aparato de inteligencia en la región (CIA, DEA, etc.) y la consiguiente expansión de operaciones conspirativas con políticos, militares, empresarios, grupos mafiosos, medios de comunicación, etc.

La ola reaccionaria

Como es sabido la crisis se desató cuando el presidente del Banco Central decidió no acatar un decreto llamado de “necesidad y urgencia”, con fuerza de ley, que le ordenaba poner una parte de las reservas a la disposición de un fondo publico destinado al pago de deuda externa. De ese modo Redrado (apoyándose en la “autonomía” del Banco impuesta en los años 1990 por el FMI) desafiaba la legalidad y asumía como propia la reivindicación del conjunto de la derecha: no pagar deuda externa con reservas sino con ingresos fiscales obligando así al gobierno a reducir el gasto público lo que seguramente impactaría de manera negativa sobre el Producto Bruto Interno, el nivel de empleo y seguramente sobre los salarios.
En una primera aproximación la crisis aparece como una disputa sobre política económica entre neoliberales partidarios del ajuste fiscal y keynesianos partidarios de la expansión del consumo interno, sin embargo la magnitud de la tormenta política en curso obliga a ir más allá del debate económico, no existe proporción entre el volumen de intereses financieros afectados y la extrema virulencia del enfrentamiento. Tampoco se trata de un problema causado por la necesidad de pagar deuda externa ante una situación financiera difícil, por el contrario el Estado tiene un importante superávit fiscal y la deuda externa representa actualmente cerca del 40 % del Producto Bruto Interno contra un 80 % en 2003 cuando Néstor Kirchner ssumió la Presidencia de la República.
Para empezar a entender lo que esta ocurriendo es necesario remontarnos al primer semestre del 2008 cuando estalló el conflicto entre el gobierno y la burguesía rural, en esa caso tambien la confrontación apareció bajo el aspecto económico: el gobierno intentó establecer impuestos móviles a las exportaciones agrarias cuyos precios internacionales en ese momento subían vertiginosamente, los grandes grupos del agrobusiness se opusieron, aunque estabán ganando mucho dinero pretendían ganar mucho más acaparando la totalidad de esos beneficios extraordinarios. Para sorpresa tanto del gobierno como de los propias elites agrarias su protesta fue inmediatamente respaldada por por la casi totalidad de los empresarios rurales, incluso por sectores que por su área de especilización o ubicación regional no tenían intereses materiales concretos en el tema, y rápidamente los cortes de ruta magnificados por los medios de comunicación arrastraron la adhesión de las clases altas y medias urbanas estructurándose de esa manera una marea social reaccionaria cuya magnitud no tenía precedentes en la historia argentina de los últimos cincuenta años. Para encontrar algo parecido sería necesario remontarnos a 1955 cuando una masiva convergencia conservadora de clases medias apoyó el golpe de militar oligárquico. La movilización derechista de 2008 estuvo plagada de brotes neofascistas, alusiones racistas a las clases bajas, insultos al “gobierno montonero” (es decir supuestamente controlado por ex guerrilleros marxistas reciclados), etc.
Esa ola reaccionaria se prolongó en las elecciones legislativas de 2009 donde la derecha obtuvo la victoria (y la mayoría en el Parlamento), antes y después de ese evento estuvo permanentemente alimentada por los medios de comunicación concentrados. Actualmente es difícil diagnosticar si mantiene o no su nivel de masividad, el conflicto se desarrolla por ahora sin presencias multitudinarias, la gran mayoría de la población observa la situación como a una pelea por arriba entre grupos de poder.
Si evaluamos la trayectoria en los dos últimos años de la confrontación entre una derecha cada vez más audaz y agresiva y un gobierno crecientemente acorralado no es difícil imaginar un escenario próximo de “golpe de estado”, no siguiendo los viejos esquemas de las intervenciones militares directas, ni siquiera pensando en una réplica del caso hondureño (golpe militar con fachada civil) sino más bien en un abanico de alternativas novedosas donde se combinarían factores tales como la manipulación de mecanismos judiciales, el empleo arrollador del arma mediática, la utilización de instrumentos parlamentarios, la movilización de sectores sociales reaccionarios (cuya amplitud es una incógnita fuerte) incluyendo acciones violentas de grupos civiles dirigidos desde estructuras de seguridad policiales o militares. En este último caso deberíamos tomar en consideración las posibles intervenciones del aparato de inteligencia norteamericano que dispone actualmente de un importante know how en materia de golpes civiles, como las llamadas revoluciones coloridas o blandas algunas exitosas como la “naranja” en Ucrania (2004), la que derrocó a Milosević (Yugoslavia 2000), la de “las rosas” (Georgia 2003), la de “los tulipanes” (Kirguistán 2005), la “del cedro” (Líbano 2005) y otras fracasadas como la “revolución blanca” (Bielorrusia 2006), la “verde” (Irán 2009) o la “revolución twitter” (Moldavia 2009). En todas esas “revoluciones” orquestadas por el aparato de inteligencia de los Estados Unidos las convergencias entre grupos civiles y medios de comunicación golpearon contra gobiernos considerados “indeseables” por el Imperio, tuvieron éxito ante estados sumergidos en crisis profundas, fracasaron cuando las estructuras estatales pudieron resistir y/o cuando las mayorías populares les hicieron frente.


Las raíces

¿Cuales son las raíces de esa avalancha derechista?, no puede ser atribuida al descontento de las elites empresarias y de las clases superiores ante drásticas redistribuciones de ingresos en favor de los pobres o a medidas económicas izquierdizantes o estatistas que afecten de manera decisiva los negocios de los grupos dominantes. Por el contrario la bonanza económica que marcó a los gobiernos de los Kirchner significó grandes beneficios para toda clase de grupos capitalistas: financieros, industriales exportadores o volcados al mercado interno, empresas grandes o pequeñas, etc. Argentina experimentó altas tasas de crecimiento del PBI y enormes superávits fiscales impulsados por exportaciones en vertiginosos ascenso. Y aunque la desocupación se redujo la estructura de distribución del Ingreso Nacional heredada de la era neoliberal no varió de manera significativa. La gobernabilidad política permitió la preservación del sistema que tambaleaba hacia 2001-2002, las estatizaciones decididas durante la presidencia de Cristina Kirchner fueron en realidad medidas destinadas a preservar el funcionamiento del sistema más que a modificarlo, la estatización de la seguridad social privada, por ejemplo, fue precipitada por la crisis financiera global y el agotamiento de una estructura de saqueo de fondos previsionales, la estatización de Aerolíneas Argentinas significó tomar posesión de una empresa totalmente liquidada a punto de desaparecer.
Si alguna presión existe a nivel de las clases altas es hacia una mayor concentración de ingresos y ello debido a su propia dinámica gobernada por el parasitismo financiero global-local que opera como una suerte de núcleo estratégico, central de sus negocios. En ese sentido la resistencia del gobierno a esa tendencia en aras de la gobernabilidad aparece ante dichas elites como un “intervencionismo insoportable”.
Otro factor decisivo es la creciente agresividad de los Estados Unidos acosado por la crisis, sabiendo que el tiempo juega en su contra, que la decadencia de la unipolaridad imperial les puede hacer perder por completo sus tradicionales posiciones de poder en América Latina. En realidad eso ya está empezando a ocurrir a partir del proceso de integración regional, de un Brasil autonomizándose cada vez mas de los Estados Unidos, de la persistencia de la Venezuela chavista, la consolidación de Evo Morales en Bolivia, etc. La Casa Blanca está embarcada en una loca carrera contra el tiempo, extiende las operaciones militares en Asia y Africa heredadas de la era Bush, apadrina el golpe militar en Honduras y otras intervenciones en América Latina. La caida o degradación integral del gobierno kirchnerista sería para los norteamericanos una muy buena noticia, debilitaria a Brasil, reduciría el espacio político de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Pero existe un fenómeno de primera importancia que probablemente los Kirchner ignoraron y que buena parte de la izquierda y el progresismo subestimaron: el cambio de naturaleza de la burguesía local cuyos grupos dominantes han pasado a constituir una verdadera lumpen burguesía donde se interconectan redes que vinculan negocios financieros, industriales, agrarios y comerciales con negocios ilegales de todo tipo (prostitución, tráfico de drogas y armas, etc.), empresas de seguridad privada, mafias policiales y judiciales, elites políticas y grandes grupos mediáticos. Es la mas importante de las herencias dejadas por la dictadura, consolidada y expandida durante la era Menem.
La política de derechos humanos del gobierno no afectó solo a grupos de viejos militares criminales aislados e ideológicamente derrotados, al golpear a estos grupos estaba desatando una dinámica que dañaba a una de las componentes esenciales de la (lumpen)burguesía argentina realmente existente. Cuando empezamos a desentrañar la trama de grupos mediáticos como “Clarín” o no mediáticos como el grupo Macri aparecen las vinculaciones con negocios provenientes de la última dictadura, personajes clave de las mafias policiales, etc. En esos círculos dominantes la marea creciente de procesos judiciales contra ex represores pudo ser vista tal vez en su comienzo hacia mediados de la década pasada como una consesión necesaria al clima izquierdizante heredado de los acontecimientos de 2001-2002 y que mantenida dentro de límites modestos no afectaría la buena marcha de sus negocios. Pero esa marea creció y creció hasta transformarse en una presión insoportable para esas elites.
Finalmente es necesario constatar que así como se desarrolló ese proceso de humanización cultural democratizante también se desarrolló, protagonizado por los grandes medios de comunicación un contra proceso de carácter autoritario, de criminalización de los pobres, de condena al progresismo que pone a los derechos humanos por encima de todo. En cierto sentido se trató de una suerte de reivindicación indirecta de la última dictadura realizada por los grandes medios de comunicación, centrada en la necesidad de emplear métodos expeditivos ante la llamada “inseguridad”, la delincuencia social, los desordenes callejeros. La misma encontró un espacio favorable en una porción importante de la población perteneciente a las clases medias y altas muchos de cuyos miembros no se atreven a defender a la vieja y desprestigiada dictadura militar pero que han encontrado un nuevo discurso neofascista que les permite levantar la cabeza.
Esta gente se movilizó en el 2008 en apoyo de la burguesía rural y contra el gobierno “izquierdista”, estuvo a la vanguardia de la victoria electoral de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires y de los políticos de derecha en las elecciones parlamentarias de 2009.


¿Jugando con fuego?

La crisis actual puede llegar a tener serias repercusiones económicas, es lo que esperan muchos de los dirigentes políticos de derecha que sueñan con apoderarse del gobierno en medio del caos y/o de la pasividad popular. La parálisis del Banco Central o su transformación en una trinchera opositora podría desordenar por completo al sistema monetario, degradar al conjunto de la economía lo que sumado a un Tsunami mediático convertiría al gobierno en una presa fácil.
En teoría existe la posibilidad de que el gobierno acorralado por la derecha busque desesperadamente ampliar su base popular multiplicando medidas de redistribución de ingresos hacia las clases bajas, estatizaciones, etc. La derecha cree cada vez menos en esa posibilidad lo que la hace más audaz, más segura de su impunidad, considera que los Kirchner están demasiado aferrado al “país burgués”, por razones psicológicas, ideológicas y por los intereses que representan y que por sus cabezas no asoma ni siquiera débilmente esa alternativa de ruptura. Una sucesión de hechos concretos parecen darle la razón, después de todo Martín Redrado, fue designado como presidente del Banco Central por Néstor Kirchner y confirmado luego por Cristina Kirchner, ahora ellos “descubren” que es un neoliberal reaccionario mientras buscan reemplazarlo por algún otro neoliberal o buen amigo de las intereses financieros.
También existe la posibilidad de que el caos buscado por la derecha o las medidas económicas que esta seguramente tomará si conquista el gobierno desaten una gigantesca ola de protestas sociales haciendo estallar la gobernabilidad y reinstalando a escala ampliada al fantasma popular de 2001-2002. Pero esa derecha considera cada vez menos probable la concreción de dicha amenaza, está cada vez más convencida de que los medios de comunicación combinados con un sistema de represión puntual, no ostentoso pero enérgico pueden controlar a las clase bajas. Es muy probable que esas elites degradadas, lanzadas en una cruzada irracional, estén atravesando una serie crisis de percepción.


Buenos Aires, 12 de enero de 2010




02 enero 2010

“EL PROBLEMA ES LA RIQUEZA” /Por Estela Clavo

“EL PROBLEMA ES LA RIQUEZA”
Aportaciones al debate sobre inseguridad

Por Estela Calvo
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: SVANASCINI OSVALDO

“La Tecl@ Eñe” tomó la inseguridad como eje de la edición de mayo último. Meses después, la cuestión sigue siendo tan candente, que produce una serie de interrogantes y la necesidad de seguir trabajando el tema, a fin de complejizarlo, sacarlo de la superficialidad o de la aviesa intención con que es tratado por algunos medios de comunicación, de construirlo como problema, de intentar recorrer sus diferentes aristas, los variados puntos de vista desde los cuales puede ser abordado.

Hay una consigna que viene siendo levantada por algunos grupos y quiero tomarla en este escrito porque creo que abre algunas puertas de entrada al problema. Salvo que uno sea un lombrosiano y abone la teoría genética de la delincuencia, supongo que podría haber consenso en torno a esa consigna: “ningún pibe nace chorro”. Pero algo pasa a partir del nacimiento de una cantidad creciente de pibes que los lleva a convertirse en tales. Si no nacen pero se vuelven “chorros”, a veces ni siquiera transcurrido el breve tiempo de la infancia, entonces debe tratarse de un proceso que ha de tener un comienzo. ¿Cómo y dónde empieza en un chico el proceso de delinquir? es una pregunta que toma el tema por el lado opuesto a como se lo suele tratar. En los medios es habitual que el acento esté puesto en cómo terminar con esa delincuencia, con una rápida respuesta de represión, baja de edad de imputabilidad, muerte.

No es que la pregunta sobre “qué hacer”, “de que manera frenar” la delincuencia, la violencia, no sea una pregunta válida, más allá de cómo sea tomada y utilizada por quienes no tienen intención de resolverla sino de llevar agua para su molino. Es válida y es preciso tomarla seriamente. Pero no puede ser única. Hay muchos otros interrogantes que formular. Propongo uno de ellos: cómo no empezar a formar delincuentes.

¿De qué manera comienza el derrotero delictivo de un menor? ¿Donde? ¿En que fuentes se nutre? Cada caso es particular, pero sin duda hay una combinación de elementos familiares, escolares, políticos, económico-sociales, donde la adicción, la falta de contención familiar, el analfabetismo, los padres presos o delincuentes, la inexistencia de trabajo, la escuela poco ajustada a las situaciones sociales complejas y sin saber que hacer con la violencia; el rechazo y la discriminación en el seno mismo de la institución escolar, la desprotección laboral, la precarización, las condiciones de trabajo salvajes, la desocupación crónica; la calle como eje educativo con sus circuitos de droga y delincuencia, entre otras cosas, configuran una realidad urbana en la que difícilmente se generen conductas de convivencia y solidaridad social.

Hay miles de chicos que nacen en mundos violentos y marginales, que conocen las escenas más crueles y miserables desde que son bebes. Chicos que en las condiciones en las que crecen, apenas si pueden construir un nivel simbólico. Que son poseedores de un vocabulario mínimo, cien, doscientas palabras que alcanzan para nombrar las cosas elementales, las que necesitan para hacer lo suyo. Lenguaje puramente instrumental. Porque la miseria embrutece. Chicos que no reciben cuidados en su casa ni en la escuela, cuando van. Que sus vidas no valen nada. Que para su accionar les basta con dos categorías: los propios, los que están en la misma y los enemigos: todos los demás. No hay ni siquiera palabras con las que considerar otras opciones. Cuando estos pibes roban o matan, sea por azar o respondiendo a una organización con jerarquías, -aunque de vez en cuando se manejen solos, siempre hay adultos detrás- actúan sin códigos, a menudo sin culpa y detentan poder. Un poder que jamás habrían conocido por su condición de clase, intentando amoldarse a una sociedad que los expulsa y los considera basura, desecho, desperdicio, detritus. Robando, matando, generando miedo, terror, dispuestos a morir porque sus vidas no valen nada, son poderosos, dueños de todo.

Y aún así, solo son un síntoma, lo que aparece, lo fenoménico, pero que remite a otra cosa. La causa está en otro lugar. La violencia que ejecutan no la engendraron ellos. Una sucesión de políticas ha determinado el barrido de cientos de miles de obreros y trabajadores que quedaron fuera de toda posibilidad, de toda oportunidad. La inseguridad comienza cuando se decide eliminar por decreto o por ley (con responsabilidad compartida por el ejecutivo y el legislativo en su momento) las leyes de la seguridad social. Vaya palabritas. Justamente, la seguridad social. La sociedad que acompañó de algún modo la eliminación de las leyes de seguridad social no advirtió que la cuestión semántica estaba señalando algo fundante: si se elimina la seguridad lo que viene es la inseguridad. El trabajo y la seguridad social eran la base de otras seguridades. Varias generaciones sucumbieron a la falta de trabajo y subsistieron a través de planes sociales y de la lógica del cazador: salir cada día para ver que se puede conseguir. Hay importantes sectores de por lo menos una generación, que no sabe lo que es tener padres con trabajo y todo lo que ello implica como organización familiar y social. La crisis del ‘89 expulsó a una buena cantidad de trabajadores de fábricas y empresas. Los ‘90 implicaron la pérdida de derechos y del uso social de bienes y servicios, además del comienzo de la brutal precarización de las condiciones de trabajo y la desaparición del estado como garante de una distribución un poco más equitativa de la riqueza. El 2001 fue un tsunami que se tragó a otros cientos de miles. Ahora todos conforman un ejército infinito de desocupación, marginación y miseria. Algo se mejoró, pero la profundidad y la extensión del daño no serán revertidas fácilmente.

Y todo sobre el telón de fondo de una pantalla de televisión que muestra que el valor principal de la época es el éxito basado en la posesión de dinero. Los dueños de todo –que concentraron más riquezas en torno a esas crisis- y sus representantes en la prensa gráfica, radial y televisiva, muestran a quien quiera verlo que nada valen los que no tienen nada. Ser dueño es todo. Y muestran también, cada vez con menor velo, que eso no se logra a través del trabajo. Hay que ser emprendedor, empresario. Si es necesario, parásito y estafador. Y lo es, tanto que se multiplican los casos que se conocen de “empresarios” que se enriquecen a costa de evasión, operaciones “truchas”, corrupción, falsificación, lavado de dinero y otras virtuosas conductas ciudadanas. Pero estos “empresarios-delincuentes” que perjudican y matan a cientos o miles de personas –solo hay que pensar en el estrago que habrán causado los medicamentos adulterados o vencidos en personas con cáncer o sida- no son tan maltratados por los medios ni por la sociedad. A estos se los denomina “jóvenes empresarios” y no se alientan marchas ni pedidos de endurecimiento de las leyes ni penas especiales para ellos. A los otros, a los pobres, en cambio, se les pide paredón. Ni justicia. Es raro, teniendo en cuenta que mientras los jóvenes empresarios han tenido buena alimentación, educación, salud, oportunidades y, por lo tanto, todas las posibilidades de elegir otra cosa, la sociedad podría exigirles que respondan por lo que recibieron. Sin embargo se los aplaude, en la tele, en sus autos, en sus casas, en sus countries, en sus playas. Entre tanto los otros, a los que se propone matar o encerrar desde chiquitos, ya nacieron sin opciones.

Pero ¿a santo de qué, los que resultan excluidos por políticas económicas y sociales devastadoras y productoras de pobreza y miseria para grandes mayorías, deberían resignarse al injusto reparto de la riqueza nacional, que es de todos? ¿A santo de que deberían renunciar a eso que en todas partes se muestra como lo único que vale en la vida: tener dinero y poder? Y entre las muchas maneras de no resignarse a esa suerte, una es la violencia delictiva, que no deja de ser un medio de participar del poder y distribuir por la fuerza.

Hace unos años, la banda carcelaria de Brasil liderada por Marcos Camacho produjo un ataque sincronizado a mas de 50 comisarías en San Pablo y obligó a las autoridades a conceder mejores condiciones en las cárceles. El 23 mayo del 2006, el diario O’ Globo en su Sección Segundo Cuaderno, publicó un reportaje a Camacho (a) Marcola, digno de ser tenido en cuenta para analizar la inseguridad y la violencia social. Dice Camacho: …”yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes, durante décadas, jamás me miraron. Antes era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnóstico era obvio: migración rural, desnivel de renta, pocas favelas, periferias discretas; pero la solución nunca aparecía… ¿Qué hicieron? Nada. ¿El Gobierno Federal reservó alguna vez un presupuesto para nosotros? (…) Pero ahora nosotros, con la multinacional de la droga, somos ricos y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de su conciencia social”.

Cuando el periodista le pregunta cuál es la solución, Marcola le responde: “¿Solución? No hay solución, hermano. La misma idea de solución ya es un error. (…) Ustedes sólo pueden llegar a algún suceso si desisten de defender la “normalidad”. No hay normalidad alguna. Ustedes precisan hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero a ser franco en serio: en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida: sólo la mierda y nosotros, ya trabajamos dentro de ella. Entiéndame, hermano, no hay solución. ¿Sabe por qué? Porque ustedes no entienden la extensión del problema”.

Y culmina, como si esto fuera poco: “Como escribió el divino Dante: pierdan todas las esperanzas… estamos todos en el infierno”.

El reportaje –aparentemente realizado con un celular desde la cárcel hacia la columna radial del periodista Arnaldo Jabor[1]- ha sido considerado falso, pero muy difundido, sobre todo a través de blogs[2]. Se lo ha equiparado a la operación de Orson Welles cuando en 1938 transmitió una adaptación de una ficción de H. Wells que daba cuenta de una invasión extraterrestre, sin aclarar que se trataba de un radioteatro. A pesar de que en ese espacio radial Welles difundía obras literarias, todos creyeron en la realidad de lo que se decía, sembrando pánico y terror en todos los EEUU. Quizás porque el tema tenía enorme pregnancia en el imaginario social, y el público estaba dispuesto a dar crédito a lo que se dijera en ese sentido. La dificultad para dirimir la verdad o falsedad[3] del reportaje a Marcola, contribuye a darle un carácter mítico y la mayoría de los comentarios sobre el tema atribuyen, sino “verdad”, verosimilitud a sus supuestos dichos, llamando la atención sobre ese discurso que, si no fue emitido por él, es una impresionante traducción a palabras e interpretación de los hechos producidos por los altos comandos del narcotráfico y el crimen. Un comentario en uno de los blogs[4], remitió al final de “Emma Zunz”, el cuento de Borges, para saldar la cuestión. El reportaje es extenso y vale la pena leerlo porque permite conocer o conjeturar lo que podría construirse como pensamiento desde quienes lideran las producciones delictivas y así entender un punto de vista fundamental en la cuestión de la violencia y la inseguridad. Es revulsivo porque se sale de los parámetros con los que acostumbramos a considerar ciertas cosas y produce un quiebre que obliga a pensar de cero. “Ustedes” y “nosotros” dice Marcola y es el primer quiebre que divide en dos mundos uno de los cuales ya no es entendido por el otro, que no tiene las categorías para entenderlo. “Es otra lengua”, sigue diciendo, “es la post-miseria” que genera una cultura asesina ayudada por la tecnología: satélites, celulares, Internet, armas modernas. Mis comandados son una mutación de la especie social”.

¿Qué hacer? ¿Encerrarlos a todos? No hay ni puede haber una cantidad de cárceles, presupuesto y funcionarios destinados al control de semejante aparato penitenciario. No hay tampoco transparencia en los distintos niveles de conducción y ejecución como para que eso pudiera resultar eficaz. ¿Matarlos a todos? ¿De que serviría si por otra parte no se deja de producirlos? Pareciera más eficiente, inteligente y justo, desactivar los generadores de la situación, el narcotráfico, por supuesto, pero también apuntar a la transformación de un sistema económico y social que no produzca una riqueza concentrada y desmedida en unos pocos, con exclusión de enormes sectores de población. Aunque está claro que para quienes sostienen la tesis represiva, de eso, ni hablar. Porque son quienes se beneficiaron y se benefician con el proceso de acumulación capitalista post industrial, que implicó la transformación en el rol del estado y el desplazamiento de la producción de bienes a servicios con su consecuencia de desempleo masivo, precarización laboral, crecimiento de la desigualdad y la inequidad en el ingreso; políticas que generaron en las últimas décadas el empobrecimiento de toda América Latina. Por eso, cuando se afirma que el problema no es la pobreza, que el problema es la riqueza, suena tan certero como un disparo.


Estela Calvo

[1] “ Marcola, um sinal dos novos tempos”, Globoradio.com, 23 de Mayo de 2006
[2] www.nodo50.org/tortuga/Escalofriante-entrevista
[3] Un dato llamativo es que la versión en castellano es siempre la misma, una sola traducción.
[4] www.juliangallo.com.ar/Marcos-Camacho-la-post-miseria