16 marzo 2007

Editorial


La Pérdida del Reino ( un capítulo más de la deslealtad política)

Una vez más la Argentina vivió horas de zozobra política al estallar el conflicto por el poder en la Gobernación de La Rioja. Parece ya una fotografía que nunca torna a sepia. Quizás otra faceta de la inagotable lucha por el poder. Otro pliegue de la arrugadísima calidad institucional que dirime cuestiones de internas por medio de las deslealtades, las traiciones y la insaciable voracidad de un peronismo acostumbrado a la violencia. Es historia vieja y nueva a la vez. Maza, Gobernador destituido, y Beder Herrera, nuevo Gobernador tras escenas de batalla, marchita y dedos en V. Viejos conocidos amigos – hijos del unicato riojano apadrinado por el inefable de patillas a lo Quiroga devenido anciano rubio – que se enfrentan como nuevos enemigos desconocidos, como si nadie hubiese arrojado nunca la piedra de la corrupción provincial. Y especulando hasta el límite más vil con la posibilidad de la intervención o no, el Gobierno Nacional, que aunque ahora lo niegue, también reconoce como origen de su respaldo político para el crecimiento hasta alcanzar las cimas del Poder, al antiguo y ya desacreditado líder riojano que llegó un día al Gobierno de la República para establecer la fortaleza de las políticas ultraneoliberalies, dejando al país sumido en la más aterradora pobreza.
Escenas de un movimiento que no puede despojarse de la violencia y la irracionalidad; movimiento al que parece no importarle otra cosa más que la acumulación de poder, porque se sabe, si no de qué viven. Como última muestra el botón de la batalla de San Vicente; patéticas escenas de la vida política actual que se nos describen como uno de los tantos salvavidas de plomo inherentes al peronismo pero no como prístina manifestación del auténtico espíritu guerrero del Movimiento Nacional. Y digo movimiento porque acontecimientos como el de La Rioja nos demuestra una continuidad en las prácticas de construcción de poder que se expresan a través de la deslealtad y la conveniencia hasta que el devenir del armado político los separe. Palabra clave: Lealtad y su anverso inmediato y conmutable, Deslealtad. Palabra clave: Lealtad. Porque la lealtad debe tener para nuestra sociedad un valor positivo, la valoración que implica el cumplimiento que exigen las leyes de la fidelidad y el honor. Digamos fidelidad a la legalidad y la veracidad. Pero en la escabrosa arena política, la contrafigura, el desleal, parece ser la moneda de cambio más habitual.
Veamos la lista de los desleales más notorios, hoy enemigos políticos: Menem, Los Duhalde, Lavagna, Barrionuevo, algunos gordos de la CGT caídos en desgracia. ¿Y en el futuro se sumará a la lista, cuando las finanzas de la Provincia de Buenos Aires estallen por el aire y sea totalmente inconveniente seguir acatando órdenes del Gobierno, el actual Gobernador Felipe Solá?. Causa de esta posibilidad a futuro: la discusión sobre la Ley de Coparticipación Federal, con la que Solá sueña, y por la que se desvelan otros gobernadores hoy acariciados por las mieles de la riqueza ocasional.
El peronismo parece conllevar como marca de origen la dualidad, la capacidad camaleónica de adaptarse al medio. Y si en ello va la pérdida de la lealtad, bueno, son costos políticos, y todo sea por el bienestar de La Nación en su conjunto. O acaso Jorge Telerman, actual jefe porteño, no ha sido un referente del menemismo y hoy se nos presenta como el abanderado del progresimo de la Ciudad de Buenos Aires, además de haber ocupado el cargo sin el menor miramiento ético tras la salida abrupta de Aníbal Ibarra, y siendo su vicejefe.

En fin, quizás sea yo demasiado ingenuo y pretenda para el país, y de una vez por todas, políticos serios, responsables, ocupados en la resolución de los grandes problemas de la República eternamente relegados por armados electorales, intrigas palaciegas, especulaciones y miserias personales, utilización de cargos como medio de acumulación de riquezas y poder. Quizás el apego al honor y la verdad de un político como Lisandro de la Torre pertenezca indefectiblemente al siglo pasado, aunque en esta apreciación sea injusto con alguna personalidad oculta de la política nacional actual. Quizás sea yo muy ingenuo y tenga que aceptar que no estamos hablando de otra cosa que de la historia de la política. Quizás no exista otra manera de construir poder que no apele a los procesos identitarios que, escasamente, he tratado de reflejar. Quizás no quede otra que aceptar sin cuestionamiento alguno, la máxima de Clausewitz. Quizás deba volver a leer El Príncipe para entender un poco mejor.
Quizás, pero... para qué.

Conrado Yasenza, Marzo de 2007

Entrevistas/Vicente Zito Lema


Entrevista A Vicente Zito Lema

El Monstruo de muchas cabezas

¿Existe la relación Terrorismo de Estado - Sociedad Civil?. ¿Es válido hablar de sociedad civil ?. Vicente Zito Lema, a través de un lenguaje poético de la desesperación, nos ofrece su pensamiento en la siguiente entrevista.
Acompaña esta edición, un poema inédito de Zito Lema.

Por Conrado Yasenza


- ¿Cree Ud., en el caso de nuestro país y con relación a los sucesivos golpes de Estado hasta desembocar en la última dictadura, en la tesis que propone una corresponsabilidad de la sociedad civil como sustento consciente o inconsciente para la concreción del Golpe institucional?

- Parto de una advertencia, deducida de Freud: quien concede en el lenguaje, se enreda luego en la realidad. Me pregunto si concedo al aceptar la categoría de sociedad civil como un producto instituido desde la legitimidad política. Ante la duda intentaré construir mi lenguaje, desde una poética de la desesperación, allí donde me encuentro.
Veo hoy a la sociedad civil, y en el hoy integro el ayer, pero me resisto a integrar el mañana, como a un monstruo de múltiples cabezas y en guerra permanente, donde los triunfadores siguen devorando el corazón de los vencidos. Siento cada vez más que la esencia de la sociedad civil, tal como está estructurada, es la antropofagia, y que todo lo demás, como discurso o conducta del poder (o sea: la cabeza mayor del monstruo), sea conciente o inconsciente, necesidad o deseo, no son más que apariencias, máscaras, fetiches, y en otra lengua: vómitos, masturbaciones y delirios. Así se presenta el monstruo ante nuestros ojos, para cegarlos.
La sociedad civil de nuestro tiempo histórico no sólo construyó la dictadura militar –la última y sus precedentes-; la sociedad civil fue, es y sigue siendo el fruto de un autoritarismo profundo, que hunde sus raíces en la usura (no ya como exceso sino como estructura, como mortuoria poesis), cualquiera sean sus ropajes, himnos, voces de mando y alegorías al tono.
Tampoco importa, al fin de cuentas, si la sociedad civil sube a escena representando un drama político o se desnuda como vieja prostituta en una perversa parodia. ¡Vayan a compartir la mesa en los basurales!

- Le parece que ante acontecimientos como los que realiza el gobierno en cuanto a la recuperación simbólica de la memoria, por caso, Cuadros en la Esma o Discurso en el Colegio Militar, estos tienen como plafón una verdadera discusión en torno a la participación y roles de la militancia activa durante los procesos sociales previos a la ruptura institucional de 1976?

- Toda muerte de un inocente es nuestra muerte, y si se viviera la pasión en plenitud la muerte ya no tendría poder. Venimos de un tiempo de asesinos, la conciencia ya es agonía del dolor, y tal vez compartir semejante dolor se convierta en la primera arrogancia, si no recorremos en vida los caminos con que el dolor llegó a la muerte.
Una segunda arrogancia es la recuperación de la memoria, (“el verdadero cementerio es la memoria”, diría Rodolfo Walsh, sabiendo que las balas han convertido a su hija en un cadáver.), a espaldas de una auténtica rememoración, o sea que la acción del ayer vuelva a ser plantada en el hoy para que la flor alegre los ojos del mañana.
Si no es así los muertos del sacrificio son otra vez sacrificados, ya no por la mano del asesino, sino porque los sueños que los llevaron a la muerte se trastocan en la pesadilla de un presente sin espacio para aquellos sueños. Las palabras que fueron música cuando la vida se vivía como ofrenda de redención, nacen hoy como cálculos productivos de votos, apenas compensaciones lingüísticas o monetarias para las exaltaciones que no tuvieron límite y que fueron únicas y propias de su época, bellas y sonoras, tan reales y posibles como la mano que acaricia el cielo, aunque suenen hoy como los desvaríos de un niño que insiste, sin mesura, en convertir el mar en agua dulce, para la sed de los eternos sufrientes.

- ¿Por dónde cree Ud. que debería pasar la discusión en relación al vínculo Terrorismo de Estado - Sociedad Civil?

- Las discusiones que nacieron de la muerte solo sirven si contribuyen a edificar la vida. Qué pasa entonces cuando la sociedad civil sigue alimentando a Thánatos con la misma obstinación con que los ángeles de navidad engordan a los patos. Cómo convertir las pasiones tristes en pasiones alegres si el orden de producción social tiene por destino el terror en las almas y la esclavitud en el cuerpo…
El que pregunta ya sabe, decía mi maestro mientras caminábamos por el patio del hospicio bajo la mirada de los pájaros con alas negras y mojadas y de los hombres con guardapolvos blancos y secos…
Mientras el cielo igual brilla en la noche sin estrellas presiento que el tufo del Terrorismo de Estado y los olores de la Sociedad Civil terminan confundidos en el crimen de la pobreza.

- ¿Qué le sugiere la idea de un Peronismo de Estado en la actualidad política del país?

- La verdad de la realidad no permite en la actual relación de fuerzas imaginar una conducción política del país por fuera del Peronismo de Estado, con todo el bien y con todo el mal, a caballo de sus paradojas, sus mitos y sus cajas de Pandora. Si nuestra ilusión son sus límites, poco camino nos queda. Si nos afirmamos en sus logros y mucho más en sus contradicciones, estaremos más cerca del drama que de la tragedia. El Peronismo de Estado no invalida el viaje por las aguas del destino con un final abierto.

- ¿Cree Ud. que existe una suerte de "banalización de la memoria política" y de los discursos en torno al tema?

- Bajo el riesgo de pecar por exceso, y reconociendo de buena fe las excepciones, resistencias y alternativas que surgen en toda naturaleza dialéctica, me miro ante el espejo de nuestra sociedad y veo mi cabeza cubierta por vendas, tapando a duras penas los golpes y las heridas.
¿Cuántos de nuestros amigos yacen con tumba y sin tumba, y los dedos de nuestros manos siguen incapaces para contarlos? ¿Qué fue del heroísmo de Paco y la dulzura final de Haroldo? ¿Qué haremos con los poemas de Miguel Ángel y de Roberto si ellos no están montados en una barricada de libros? ¿Quién abrió las puertas de la cárcel y cerró las fronteras del exilio ahora que las palabras tienen la aterradora liviandad del filo de un hacha y la memoria corre el riesgo de un tiro del asesino que anda suelto, pero también la risa del idiota que viajó desde la Atenas de Aristóteles a la Buenos Aires agobiada de nuestros días sin cortarse el cordón umbilical…?

- ¿Observa Ud. vestigios de autoritarismo o violencia, ya sea verbal o simbólica, en el acontecer político de nuestro país?

- Del vestigio a la plenitud suele haber una diferencia de tiempo, un soplo puede convertir para nuestra desgracia la cantidad en calidad. También existe aquí la ubicación del observador frente al escenario donde desfilan los procesos políticos y, por qué negarlo, una graduación que responde más al miedo que al deseo.
¿Suena vulgar recordarnos que el autoritarismo sigue durmiendo a pata ancha en nuestra cama, y en la cama del vecino?
Aquí la pregunta asociada sería: ¿Qué pasa cuando se despierta? (Tachado está el asombro…)
En cuanto a la violencia, de tanto usar su máscara ya no se distingue de nuestro rostro.
La pregunta del final: ¿Quién le clavó el cuchillo al hombre que soñaba un piadoso despertar…? (Un pajarito en el oído me susurra que fue la Paz, quien perdió a la Justicia mientras volaba sobre la bóveda celeste…).

- La concentración de poder a cualquier costo y en base a todo tipo de alianzas, es signo de una sociedad que no tolera el disenso; es síntoma de cierto grado de violencia dentro y desde el poder institucional ?

- Sea como sea el origen y la intención, la concentración del poder retumba en mis oídos como los gritos de un prisionero. La sociedad también escucha los gritos, más aún: muchas veces ella es la que abre la boca y fuerza la garganta y clama que la noche se convierta en día…
Dura poco su dolor y menos aún su rebeldía, sumisa y mansa como el buey del desastre, vuelve a conceder poder al poder, arrima su garganta a la soga del verdugo, se baja los pantalones y se lava bien sus partes pudendas… Más que las célebres monedas de oro, nuestro sujeto de la sociedad civil reza por mayor seguridad, como si allí estuviera el único destino de su viaje…
En cuanto a las alianzas y las instituciones, no son más que furcios del lenguaje político, o si se prefiere: alpiste para los pajaritos…

- La violencia, o cierto clima de tensión social, es inherente a las sociedades políticas y democráticas?

- Vivimos en sociedades nacidas en la violencia, mantenidas con violencia y organizadas para la reproducción de la violencia.
Respiramos violencia, comemos violencia y vomitamos violencia.
El alma nos fue quitada del cuerpo con violencia.
Los cuerpos navegan a la deriva y no tienen otra estrella que la violencia. El amor se vive como el odio, y la soledad llora con los ojos de un perro, que nos ladra, y tal vez nos muerda, con la atroz violencia del indiferente.
Recuerdo que democracia puede ser traducida del griego antiguo como el gobierno de los pobres, que por supuesto también será violento.

- Como sociedad democrática ¿somos políticamente inmaduros e irresponsables?

- No me animo a llamarnos una “sociedad democrática”, en tanto las decisiones mayores siguen en manos de canallas y canallitas…, que trafican las conciencias con esmero semejante al del camello que pasa por el ojo de la aguja…
Dicho sin negar que el aire es mas limpio que en el Terrorismo de Estado y el cielo brilla sin la antigua sangre…
Pero está el problema de caminar en la tierra. No es fácil: la riqueza se amontona como se amontona la pobreza, y aunque todo termine en la misma basura, los hay que gozan, vivitos y coleando, en el rumor de la eternidad, y los hay, muchos más, que mueren sin abrir los ojos a la vida desde el día en que nacieron, por más que ahora tengan un documento con el sello que acredita haber votado.
Alguna vez dije, sin mayor gracia, que en el país lo único que madura bien son ciertos vinos…

- ¿Seguimos pensando nuestra realidad desde las categorías del Poder? Y de qué Poder?

- El poder más que un pensar es un actuar, un ser desde los hechos, una persistencia sobre el escenario hasta convertirse en naturaleza, sin darle importancia al ridículo, tampoco al grotesco, porque asegurada la impunidad, el orden de lo justo y de lo bello se legaliza sin discusión, antes que cante un gallo.

- Para finalizar, quisiera saber cuál es su análisis sobre la desaparición de Julio López.

- Más de una vez he pensado, o mejor: sentido en todo el cuerpo, de la manera en que se sienten las grandes fiebres, volando a horcajadas sobre los vientos del delirio, que el precio de la sobrevivencia al Terrorismo de Estado (yo lo llamo, con memoria de Rimbaud, el Tiempo de los asesinos) es la locura colectiva. ¿O se puede quedar indemne –sin tajos en el alma- si una sociedad mata a sus jóvenes hijos y ni siquiera entierra sus jóvenes cadáveres…?
Son distintas pero también iguales nuestras historias, miradas con los ojos para siempre rojos –ojos de lobo- que tenemos los sobrevivientes. Lo he vuelto a sentir, recientemente, con los asesinatos de Santillán y Kosteki y la desaparición de Julio Lopez. Algunos marcharon por las calles, otros se escondieron en las rutinas de sus casas, pero todos aullaron cuando salió la luna y en su blancura latían las manchas de sangre.

Vicente Zito Lema por Conrado Yasenza, Enero 2007

Poema

Inédito Vicente Zito Lema 23-01-07
Este es el tiempo en que
me tocó escribir:
Un tiempo de espanto.
No elegido ni deseado.
Cuesta entender que la poesía no se busca,
ella nos encuentra.
¿Cómo fuimos capaces
de semejante tiempo,
donde los cuerpos se devoraban
en vida
y las almas se devoraban
en muerte?
Amante de la palabra bella,
tuve que elegir
entre el silencio
y la más soez de las blasfemias.
Queda el consuelo de la espera.
Saber, o soñar, que en el final
del día
jamás una agonía fue eterna...

La Columna Grande


LOS DOS DEMONIOS: mas allá de una teoría.

Escribe Alfredo Grande (especial para La Tecla Ñ)


“Cita, cita, cita, que algo quedará”
Aforismo Implicado

Si alguien dijo que hay pequeñas mentiras, grandes mentiras y estadísticas, yo puedo agregar que hay pequeñas citas, grandes citas y manipulación bibliográfica. Cualquiera le puede hacer decir cualquier cosa a cualquiera, sin apelación alguna. Alguna vez habría que escribir un ensayo sobre la fascinación de la bibliografía, si es posible sin mucha bibliografía. Con el agravante que si ese recurso lo utiliza un escritor e historiador talentoso como Alberto Lapolla, se hace mucho mas difícil contrariar la orientación. Sin embargo, creo que su escrito “Perón y la Triple A: ver el todo Perón” (en respuesta a un artículo publicado por Rebelión) exige algunos comentarios. Además de 10 citas bibliográficas, que incluye al mismísimo Fidel Castro, menciona la opinión de un poeta y dramaturgo de inusual talento. “En esta óptica compartimos lo que alguna vez dijera Vicente Zito Lema respecto que alPeronismo 'debemos empezar a verlo como el Socialismoque pudimos construir'. En realidad, la cuestión central del artículo de Lapolla es situar a la triple A como respuesta desmesurada (por cierto no habla de excesos, seria demasiado) a la provocadora y mesiánica actitud de ERP y Montoneros. Ambos dos, como la izquierda no votada, seria responsable de esa operación masacre del democratismo fascista de las últimas imágenes del peronismo con Perón. Dos demonios: la Triple A versus ERP y Montoneros, estos últimos considerados como “no compañeros”. Y la despreciable izquierda nunca votada como la idiota inútil que balconea desde la plaza mientras otros hablan desde el balcón. Ahora bien, es decir, ahora mal: ¿por qué debemos ver al peronismo como socialismo? Nada impide por respeto a la propia realidad y a la derrota sufrida, aceptar que la izquierda peronista también luchaba por una patria socialista. Decir que “el peronismo es el socialismo que pudimos construir” tiene un aroma a “es lo que hay”. Un posibilismo que no le hace honor a un luchador como Zito Lema. Es cierto que no pudimos construir el socialismo, y no creo que lo hagamos en el siglo XXI. Pero no pienso que sea pertinente adjudicar tal carácter (el de socialista) a otro movimiento, por popular y nacional que fuera. Lapolla sobreactúa el rol de la defensa del General y sermoneando a los gorilas, hace gala de un macartismo que hasta pareciera reactivo. ¿Desde cuando las ideas valen por los votos que reciben? Una inesperada mirada resultadista que nada tiene que ver con la batalla cultural. Señalo esta cuestión porque cada uno tiene los demonios que se merece. Y creo que el par gorilismo-macartismo ha hecho estragos en el campo político social. Por supuesto que me importa poco que el cómico burgués Enrique Pinti haya dicho que odiaba tanto a Bush como a Chávez. Pero sí me preocupa, y mucho, que un historiador y militante de los valores de Lapolla, pueda asomarse a esta remanida justificación de la violencia del Estado aludiendo a la violencia de aquellos que lo atacan. Es evidente que después del golpe de Estado a Cámpora, el presidente que sí fue y que lo fueron, todo pasó a ser posible, rodrigazo mediante. Las distintas “patrias” que Perón había sostenido juntas pero no integradas, estallaron todas al grito de ¡viva perón!, como en la novela de Osvaldo Soriano. La nefasta historia de la triple A mostró que no había tercera posición, y que la polaridad seguía siendo “socialismo o barbarie”. Pero no es poco destacar lo funcional que los dos demonios siguen siendo al pensamiento no solo de la derecha, sino también de los sectores combativos. ¿Por algo será? ¿Y qué es ese algo? Los dos demonios son una forma de cristalizar la dialéctica, de negar cualquier intento de superación de los términos, en la posible aparición de un “tercero en concordia” que suprimiría a los enfrentamientos. Una terceridad mas allá del mal y del bien, un Estado Benefactor. La Patria, ahora sin fisuras, o la Colonia. De los dos demonios, no queda ninguno. Llega el ángel con alguna cruz y con alguna espada. Sin demonios la tierra vuelve a ser santa y liberada. Lo absoluto reina nuevamente. Argentina Potencia decía el slogan del lastirismo, el de las mil corbatas. La pregunta de la militancia “¿qué pasa general que está lleno de gorilas el gobierno popular?” no podrá ser contestada. Y la decisión: “conformes general, conformes los gorilas, el pueblo va a luchar” terminará en la masacre que ejecutó la dictadura cívico militar de marzo 1976. Por otro lado, cuestionar una investigación político histórica descalificando a quienes la realizan, es un recurso de aquello que se critica y no de lo que se pretende cambiar. “No jodan con Perón” no parece una incitación a la batalla cultural y una búsqueda del pensamiento crítico. Ahora bien: si mis palabras no tienen importancia porque mi perfil electoral es inexistente, entonces debo haber equivocado mi destino. Una lástima, porque mi apellido daba para un buen slogan.

Marzo 2007

El Damero/ La muerte como proyecto. M Benítez


LA MUERTE COMO PROYECTO

Dispensar honores a los muertos es una actitud frecuente en todas las culturas, incluso en las más modernas y civilizadas. Basta hacer un breve recorrido por un cementerio para constatar las fortunas que ciertas familias han invertido en construir verdaderas “viviendas” destinadas a hacer perdurar el recuerdo de un ser amado como si continuara con vida. El interrogante que nos plantea el siguiente trabajo gira en torno a cómo nos comportamos frente al problema de la muerte.

Por Marcelo Manuel Benítez


La idea de la muerte


En uno de sus más intensos cuentos, “El altar de los muertos”, Henry James (1843-1916) retrata a un hombre que, desgarrado por la muerte de su esposa, destina toda una habitación de su casa a recordarla y homenajearla porque, sostiene convencido el personaje, mientras continuemos honrando a los muertos, los muertos no mueren. El ser amado desaparecido recupera la vida en los honores que se le brindan. Durante todo el relato, que mereció una versión cinematográfica de Francois Truffaut y que aquí en Buenos Aires se estrenó con el título de “La habitación verde”, el protagonista ignora su duelo y crea un subterfugio emocional para evitar la congoja. Hasta descuida, sin remordimientos, la crianza de su hijo y el gobierno de su casa. Y ni un atisbo de posibilidad de rehacer su vida sentimental pasa por su cabeza. Tan abstraído está en revivir a su esposa en los homenajes que le brinda.
Pero dispensar honores a los muertos en alguna parte de este mundo tan lleno de vida no es una originalidad del personaje de James, es una actitud frecuente en todas las culturas, incluso en las más modernas y civilizadas. Basta hacer un breve recorrido por un cementerio para constatar las fortunas que ciertas familias invierten en construir verdaderas “viviendas” destinadas a hacer perdurar el recuerdo de un ser amado como si continuara con vida (la frase común “voy a ver a mi papá”, equivalente a “voy al cementerio a visitar la tumba de mi papá” delata esta falta de resignación).
El cementerio de La Recoleta posee una de las colecciones más fastuosas de bóvedas y mausoleos que tiene, y quizás que tendrá nunca, la ciudad de Buenos Aires. Por ejemplo, ya a pocos pasos de la entrada se encuentra la bóveda de la familia Cambaceres. Eugenio Cambaceres fue, aparte de un aceptable novelista de la Generación del `80, un hombre muy rico, dueño de bastos terrenos en la provincia de Buenos Aires, hasta el punto de que la actual estación Glew se llamaba primitivamente estación Cambaceres. Murió en 1888, cuando su única hija, Rufina, tenía catorce años de edad. En esa ocasión, la familia construyó una bóveda (que aún se conserva) en un estilo lujoso y sobrio. Allí fue depositado el féretro para su descanso eterno. Cuatro años después, Rufina había estado festejando su cumpleaños número dieciocho con unas amigas durante toda la tarde y se estaba preparando para ir al teatro. Cuando su madre quiso ponerle un collar, la muchacha se desvaneció y cayó al suelo. De inmediato se llamó al médico y éste la declaró muerta. Horas después se la puso en un ataúd, se la veló y se la depositó en la bóveda familiar junto a su padre. Pero cuando se enteró su abuela, que vivía en París, ésta negó la realidad del fallecimiento. Viajó a Buenos Aires de inmediato (siendo 1892 la travesía se realizó en barco), fue hasta la bóveda, hizo abrir el cajón y se halló a Rufina Cambaceres toda rasguñada y muerta por asfixia. Había sufrido un ataque de catalepsia y se la había enterrado viva. En su honor, y hondamente conmovida, su abuela hizo construir una de las bóvedas art nouveau más bellas de este cementerio, en la que está muy presente la imagen de la vida gracias a ese estilo vegetal del art nouveau pleno de flores, curvas y agitado movimiento. Pero delante de la gran puerta se destaca una sorprendente escultura que reproduce los rasgos de la muchacha muerta y en cuya postura el escultor parece haber querido representar a la joven débil aún, como si tras una denodada lucha hubiera logrado liberarse de su encierro, sosteniéndose apenas con los dedos hundidos en la cerradura de la puerta.
Pero este no es el único ejemplo de homenaje a un muerto, también en La Recoleta podemos ver la bóveda de Pistarini, quien fuera ministro del presidente Perón y al que le debemos la construcción del Aeropuerto de Ezeiza que lleva su nombre. A fines de los años `60, Pistarini pierde a una hija en un accidente automovilístico. Entonces hace construir la bóveda que se diferencia de las demás por sus líneas más modernas. Si miramos a través de su amplia vidriera, podemos ver el ataúd de la muchacha, debajo, el de su padre y sobre el altar descansa un cajoncito pequeño muy adornado. En el momento de fallecer, la joven tenía un perrito al que adoraba por encima de todo, y que la sobrevivió mucho años. Cuando el perrito murió de viejo, su padre se lo trajo dentro de ese cajoncito. Por eso sobre el altar vemos la foto de la muchacha, la de Pistarini y la del perro.
Pero antes de terminar nuestro recorrido y casi como al descuido descubrimos algo que nos estremece. Se trata de una bóveda que no tiene puerta de ingreso. Fue construida por un matrimonio con una sola hija. Cuando el marido y la esposa murieron se los depositó allí. Muchos años después, la única hija dejó estipulado en su testamento que cuando ella muriera la dejaran junto a sus padres, tiraran la llave adentro y delante de la puerta levantaran una pared que sellara la bóveda. Los escribanos dieron fiel cumplimiento a esta última voluntad y es así que todavía yacen los tres féretros inmersos en todo ese silencio que necesitan los muertos para empezar a morir, y yacerán así por los siglos de los siglos porque la bóveda es “a perpetuidad”.
Resulta interesante especular acerca de las fantasías que despertaba en esta mujer la idea de la muerte (podemos recordar que muchos milenios atrás se dejaba a un faraón dentro de su tumba, se cerraba y también se sellaba la entrada, dejando dentro a todos los esclavos que lo habían transportado). Probablemente, esta mujer quiso morir mucho más que los demás muertos, acrecentando al máximo el descanso eterno, haciéndolo más profundo y secreto.
Sigmund Freud, en un breve ensayo de 1915, “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, escribe sobre esta idea de la finitud. El tema estaría en boca de todos porque, dado el año de su publicación, toda Europa soportaba la luctuosa realidad de la Primera Guerra Mundial. Freud sostiene que no hay idea de muerte en el inconsciente, por lo que éste actúa como si fuera inmortal. En el sujeto sólo existe la muerte del otro, ya se trate de un ser querido o de alguien odiado. Para nosotros, continúa analizando Freud, aunque la muerte del otro es siempre un hecho casual (accidente, una enfermedad, infección, etc.) adoptamos, ante la persona muerta, una actitud de admiración, la eximimos de toda crítica y le perdonamos todas sus faltas. En este sentido son elocuentes los casos de personas muertas en circunstancias injustas. En nuestro país hemos vivido la desaparición forzada de personas durante la última dictadura militar y, ante este hecho, se suspendió cualquier crítica al sector afectado. Tratándose siempre de seres humanos cabe la posibilidad de que cometieran errores, tuvieran defectos o cometieran ellos también alguna que otra injusticia. Pero de estas cuestiones ni los militares se atreven a hablar. Se trató en todos los casos de “muertes heroicas” y por tanto su recuerdo permanece inmaculado. Esto, que puede resultar comprensible dadas las atrocidades que cometió el terrorismo de Estado, tiene su inconveniente porque retrasa demasiado el realizar una consideración objetiva de ciertos actos políticos del pasado. Un trato similar de suspensión de todo juicio moral se le brinda actualmente a las “víctimas de Cromagnon”. Resulta impensable reprocharles errores a personas fallecidas en circunstancias tan dolorosas. En este caso hablamos de “muerte injusta” que también vuelve sagrada a la víctima.
Pero en el caso de una guerra, escribe Freud, ya no podemos negar a la muerte, hay que creer en ella. Los hombres mueren de a miles y ya no es una casualidad.
Nuestra idea de muerte, para el psicoanálisis, es muy similar a la que debió elaborar el hombre primitivo. Este tomó muy en serio a la muerte, reconociéndola como supresión de la vida, pero siempre se trataba de la muerte del otro, en especial la muerte del enemigo odiado. La muerte propia, para el hombre de las cavernas, era tan inimaginable como inverosímil.
La contradicción se le presentó cuando el hombre salvaje comienza a tener seres a los que ama. Cuando se vislumbra a los que serían los depositarios de su amor: la familia y los amigos. Tuvo, pues, que considerar la posibilidad de que él también podía morir, cada persona amada era “un trozo de su propio y amado yo” (Freud – op. cit.). Sin embargo, la muerte del ser amado lo tranquilizaba porque seguía siendo la muerte del otro, y podía asimilarla a la muerte del enemigo, porque todo amor contiene también una buena cuota de odio, es siempre ambivalente. Entonces, el hombre primitivo se liberaba de la angustia considerando a esos muertos amados como muertos odiados, extraños y enemigos.
Con todo y a despecho de cualquier trampa anímica, el sentimiento amoroso ya no pudo separarse de una amenaza de muerte, ya que había experimentado el dolor por la ausencia del ser amado, pero, al mismo tiempo, tampoco quiso reconocerla porque esto lo angustiaba. Entonces llegó a una transacción: admitió la muerte también para sí, pero le negó la significación de un aniquilamiento de la vida. Ante la muerte del ser amado el hombre creó a los “espíritus”, y la culpa que se mezclaba a su duelo hizo que estos espíritus adoptaran la forma de perversos demonios a los que había que temer. Por su parte, el recuerdo que permanecía en él de los muertos le hizo desarrollar en su mente la idea de una vida después de la muerte. Freud escribe: ”Ante el cadáver de la persona amada nacieron no sólo la teoría del alma, la creencia en la inmortalidad y una poderosa raíz del sentimiento de culpa, sino también los primeros mandamientos éticos” (Freud, op. cit.). El primero de estos mandamientos fue “no matarás” que surgió, según Freud, como reacción contra la satisfacción del odio, oculta siempre detrás de la pena por la muerte de un ser querido (ambivalencia).
Pero volviendo al hombre moderno, Freud se pregunta: ¿Cómo se conduce nuestro inconsciente frente al problema de la muerte?. Pues se comporta al nivel de la conciencia del hombre primitivo. Nuestro inconsciente tampoco cree en la propia muerte y se conduce como si fuera inmortal (quizás, escribe Freud, sea éste el secreto del heroísmo). Para el creador del psicoanálisis, el miedo que todos sentimos ante la idea de morir es un producto secundario, originado casi siempre en sentimientos de culpa. Y concluye con una aseveración casi filosófica: ¿No sería mejor abandonar todos los subterfugios que nos alejan de la idea de muerte y acercarnos de una buena vez a la verdad de nuestra condición mortal?. Aunque esto parezca una regresión, tiene la ventaja de considerar más a la realidad y hacer de nuevo más soportable la vida.
Admitamos con Freud que en el inconsciente no existe la idea de la muerte propia, pero a nivel de la conciencia no dejamos de tenerla presente y es la responsable de intensas ansiedades, cobardías y hasta actos inmorales en muchos casos. Hay en todos nosotros, imperceptiblemente, un duelo constante por nuestra futura muerte y un profundo dolor por todo lo que no nos será posible ver de la realidad histórica. Sin embargo, y conviviendo con el duelo y el miedo, existen otros sentimientos más oscuros y complejos como, por ejemplo, un sentimiento de alivio ante la fantasía de que en la muerte no hay dolor ni molestias, y hasta el sentimiento de envidia. ¿Pero qué se le puede envidiar a un muerto?. Pues su descanso, la relajación total del músculo cuando asimilamos la muerte al placer que nos brinda un largo sueño. En una oportunidad, durante uno de sus peores (y uno de sus últimos) ataques de hemofilia, mientras se le llenaba de sangre el estómago y padecía insoportables dolores, el zarevich Alexei Romanov, en uno de los escasos momentos de lucidez que le permitió la fiebre, tomó la mano de su madre que nunca se movía de su lado y le preguntó esperanzado si cuando se muriera se le iban a pasar los dolores. Su madre le respondió que si y el niño pareció relajarse. Siempre se menciona y se analiza el miedo a la muerte pero se descuida o se ignora la atracción que nunca deja de ejercer en nosotros la idea de un estado de no dolor, libre de tensión (Freud menciona aunque no profundiza una inclinación inconsciente del hombre a volver al útero materno).

La muerte como salvación

Otro autor que consideró a la muerte como centro de su reflexión, mucho antes que Freud, fue Séneca. Para él la muerte es tan importante como la vida y se debe llegar a ella con la mayor dignidad. Nada más vergonzoso a los ojos de Séneca que en el sublime momento de la muerte la persona grite, maldiga o patalee. En primer lugar porque es un destino inevitable de todo ser viviente. Al nacer ya sabemos que vamos a morir. La muerte está implícita en el acto de nacer, entonces cómo nos puede sorprender cuando finalmente se concreta. Ante la muerte sólo cabe la resignación y darle la forma más bella posible. La muerte también puede ser un proyecto de la vida. Por otra parte, nuestro final no es más que el último empujón cuando ya hemos visto morir muchas cosas. Ya hace tiempo vimos morir a la niñez, a nuestra juventud, y hemos visto morir muchos de nuestros ideales. Hemos visto desaparecer la fortaleza, la certeza y la seguridad de antaño. Pero también debemos ver a la muerte como una posibilidad de liberación. Séneca admitía el suicidio sólo en dos circunstancias: cuando nos permitía lavar el deshonor con una valiente actitud de sacrificio, y cuando ponía fin a una situación de servidumbre. Séneca se indignaba al relatar el caso, quizás célebre en su época, del “hombre de Rodas” que, castigado por el rey, permaneció muchos años encerrado en una cueva, alimentado como un animal y se negó a poner fin a esta degradación con el suicidio. Y exaltaba los ejemplos de algunos gladiadores que se liberaban de su vil situación poniendo fin a sus vidas. La libertad humana, escribía Séneca, está garantizada porque tenemos este último recurso del suicidio.
Más hacia nuestros días, el historiador Philippe Ariès sostiene en su libro “La muerte en Occidente” que en los tiempos modernos se ha cambiado el temor que inspiraba antiguamente el acto sexual por el miedo a la muerte. Por ello cada vez se habla con mayor franqueza de la sexualidad, aun ante la presencia de niños, y se oculta tras un manto de pudor todo lo que se refiere a la muerte. Lamentablemente, considera Ariès, se ha simplificado las ceremonias del velorio y el entierro casi hasta su extinción, y aún durante este rito se reprime al máximo cualquier exteriorización de dolor. Es común hoy en día ver a los concurrentes a los velorios mantener una sonrisa distendida al tiempo que se saca del recinto a cualquiera que pierda el control y se ponga ostensiblemente a llorar.
Si para Séneca, el duelo desmedido era una expresión de la debilidad del alma que debemos manejar con la razón (ver “Consolación a Marcia” – Séneca – Obras Compl.), para Ariès, el respeto por la ceremonia del velorio y el entierro o el desahogo del llanto es lo que nos permitirá superar el dolor y evitar los síntomas posteriores del duelo patológico.


El sentimiento del duelo y su degradación


Quien abordó el tema del duelo con éxito y trascendencia fue nuevamente Sigmund Freud en su ensayo “Duelo y melancolía” (1915-1917): “El duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etc. Bajo estas mismas influencias surge en algunas personas, a las que por lo mismo atribuimos una predisposición morbosa, la melancolía en lugar del duelo” (Freud – op. cit).
El duelo normal se caracteriza por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar y una inhibición pronunciada de las funciones psíquicas. La melancolía, si bien comparte muchas de estas características, tiene una particularidad que no se constata en el duelo normal: hay una fuerte disminución del amor propio en el sujeto, que se traduce en reproches y acusaciones que el paciente se hace a sí mismo y que lo puede conducir a una delirante espera de castigo. Por su parte hay un estado de dolor más patológico cuando la pérdida del objeto amado no se constata en la realidad, es en este caso una pérdida en el orden del delirio.
Cuando amamos, ligamos nuestra libido al objeto amado. El intenso dolor que se experimenta en el duelo se explica, según Freud, porque al desaparecer el objeto de nuestro amor nos vemos obligados a abandonar la ligadura libidinal con él. Y el sujeto se resiste a esto porque no se abandona de buen grado ninguna posición de la libido, aun cuando le hayamos encontrado un sustituto. Pero lo normal es que la realidad finalmente venza. En la melancolía, en cambio, como hay un empobrecimiento del yo, este proceso de sustitución del objeto perdido se complica. El melancólico nos describe su yo como indigno de toda estimación, incapaz de rendimiento valioso alguno y moralmente condenable. Freud escribe al respecto: “Se dirige amargos reproches, se insulta y espera la repulsa y el castigo. Se humilla ante todos los demás y compadece a los suyos por hallarse ligados a una persona tan despreciable” (Freud – op.cit). Incluso el sujeto está convencido de que nunca fue mejor. Y este estado también se acompaña, muchas veces, de insomnio y rechazo a alimentarse.
Es inútil contradecir a este tipo de pacientes en las acusaciones a su yo. Incluso, en la melancolía (y esto también la deferencia del duelo normal) hay una necesidad de dar publicidad a todos sus defectos como si en este rebajamiento el paciente hallara satisfacción. Como no se constata la pérdida en la realidad debemos suponer que en la melancolía, la pérdida se ha dado en el mismo yo del sujeto. Una mitad del yo juzga a la otra mitad como si fuera un objeto.
Los reproches, señala Freud, nunca se refieren a la fealdad o a defectos físicos, las fallas son siempre de tipo moral. Pero si sabemos escuchar, comprobamos que los reproches que se hace a sí mismo muy bien podrían corresponder a una persona amada, lo que nos lleva a concluir que en la melancolía, los reproches que debería dirigir a otra persona con significado erótico, se desvían y se vuelven contra el propio yo. Por eso, escribe Freud, el sujeto no se avergüenza, porque son reproches que van dirigidos a otra persona. El proceso es así:

1) Primero existió una elección de objeto, o sea, un enlace de la libido a una persona determinada.
2) Esta persona ofendió o traicionó al paciente, lo que produce una conmoción en esta relación objetal, en la cual estuvo comprometida la libido.
3) Pero esta conmoción no conduce al sujeto a una resolución normal como sería el buscarse otra persona para amar y desplazar la libido. En la melancolía se retira la libido del objeto amado pero esta queda libre y termina retrayéndose hacia el propio yo del sujeto.
4) Se termina estableciendo una identificación del yo con el objeto abandonado. La sombra del objeto amado cae sobre el yo y, así, este yo es juzgado por el objeto abandonado.

Y este proceso patológico se da porque desde un comienzo se ha realizado la elección de objeto de amor sobre una base narcisista. Por eso, ante la primera contrariedad puede la carga retroceder al narcisismo.
Por último, otra de las peculiaridades de la melancolía, según Freud, es su capacidad de transformarse en manía, es decir, en el estado opuesto. La manía expresa el triunfo delirante del yo al liberarse del objeto amado que lo torturaba, “emprendiendo con hambre voraz nuevas cargas de objeto”.


Conclusiones


Pese a todas las explicaciones y especulaciones que se han volcado en los libros, siempre nos estaremos refiriendo a uno de los hechos más trascendentes e importantes de toda vida, y que es nada menos que su final.
Nos cuesta abandonar la vida porque en ella hallamos el movimiento, la belleza, el color, la alegría, el goce de las pasiones y sobre todo la posibilidad de crear. Pero nos olvidamos insistentemente el hecho de que en la muerte, y sólo en la muerte, encontraremos la verdad. Sí, esa verdad final y única que le da sentido a toda la vida. En ella resolveremos los misterios que nunca pudimos resolver en la vida: sabremos si hay Dios, si existe un castigo, si hay reencarnación o si, como aseguran los más pesimistas, la muerte es una eterna y definitiva Nada, un silencio sin forma, un sueño sin luz y sin oscuridad. Y la posibilidad de acceder a esta Verdad es tal vez, también, lo que le envidiamos a los muertos. China Zorrilla muchas veces relató los últimos meses de su madre. Esta mujer, cuenta la actriz, siempre fue temerosa de la muerte, hasta el extremo de que ni se la podía nombrar en su presencia. Cuando le llegó, a su hora, el diagnóstico fatal las hijas se turnaron para cuidarla. Tocándole el turno a China, ésta se dirigió con preocupación a la habitación de su madre, esperando encontrarla muy angustiada, quizás aterrorizada. Sin embargo, al mirar ya desde la puerta la halló tranquila y risueña. Su madre, entonces, le hizo un gesto para que se acercara y le dijo:

- Mirá qué bien que están hechas las cosas: ahora que voy a morir, el miedo dio lugar a la curiosidad.

“Soportar la vida, escribe Freud, es y será siempre el deber primero de todos los vivientes. La ilusión pierde todo valor cuando nos lo estorba”. Y esperar la muerte con dignidad es el deber que complementa al anterior. Para Séneca, la vida es una ocasión privilegiada para prepararse para la muerte que inevitablemente, más tarde o más temprano, vendrá a buscarnos. Si se ha vivido con intensidad y goce pleno la recibiremos con alegría. Si se la ha malgastado en una neurosis del sacrificio y el sufrimiento perpetuo, nos asaltará como una fiera agazapada y cruel.
La muerte nunca debería ser una sorpresa. Debe encontrarnos en la positiva humildad de resignarnos a que todo lo que vive goza, y todo lo que ha gozado, muere. Por eso Freud concluye su ensayo parafraseando una frase latina y escribe: “Si vis vitam, para mortem”. Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.

Marcelo Manuel Benítez

12 marzo 2007

Zona Literaria/Cuento - Andrés Fabián Valdés


El acompañante


-No suelo recoger a ningún extraño cuando viajo haciendo ruta, y mucho menos si ya es de noche -le explico mientras veo su cara bonita-; pero como ya llevaba más de dieciséis horas encima del camión y el sueño me vencía por la falta de descanso, supuse que sería de gran ayuda el tener a alguien con quien conversar durante el transcurso de las horas nocturnas de trabajo.
-De verdad, gracias por recogerme –me dice.
-Es un lugar muy peligroso para andar por ahí a estas horas. Tratá de tener cuidado; no hay que meterse en cualquier lugar a cualquier hora.
Con disimulo le miro las piernas; flacas, pero bien formadas.
-No se preocupe, ya he estado en peores lugares. Además sé defenderme sola.
-¿Y de dónde sos?
-Últimamente he estado en muchos lugares.
-¿Y sabés a dónde vas?
-Voy a visitar a mi abuela.
Saca un pequeño espejo y un lápiz labial de un bolsillo de su bolso, y con ellos comienza a pintarse los labios de rojo. Enciendo una de las luces interiores para que pueda verse mejor. Me agradece el gesto y echa su cuerpo unos centímetros hacia delante para arrimar su rostro a la luz. Desde mi ubicación casi se le pueden ver los pechos por entre el escote de su blusa. Parecen duros y redondos; muy lindos a pesar de que son pequeños. Deseo verlos; debo hacer mi cabeza un poco hacia arriba.
-¿La luz se hizo fuerte? –pregunta sin quitar sus ojos del espejito.
Miro hacia el camino. Quedo encandilado. Una bocina potente me ensordece. ¡Un brutal impacto! ¡Estallidos! El auto da vueltas violentas. Todo gira caóticamente: el interior del auto, luces, el rostro de ella, oscuridad.
De pronto el auto queda quieto; los metales crujen. Mis brazos tiemblan, y cuelgan de mi cuerpo. Me duele la cabeza. Nos encontramos al revés; pies arriba. Forcejeo para quitarme el cinturón de seguridad; está difícil. Empiezo a golpear la puerta con el hombro. Los golpes son débiles; apenas logro moverme. La puerta se abre y caigo desde el interior de la carrocería. Mi cuerpo parece desgarrarse. Mi sangre brota a borbollones. Me levanto muy aturdido. Le doy la vuelta al auto hasta llegar al asiento del acompañante. No la escucho quejarse ni hacer ningún ruido. Es para asustarse. Quiero abrir la puerta cinchando con la mano pero es imposible. Empiezo a pegarle patadas. Pateo una y otra vez. Cruje con un ruido metálico y al fin se abre. Cae al suelo el cuerpo de ella, ensangrentado, ¡sin vida! Su carita infantil está desfigurada por las graves lesiones. Maldita mi suerte. Soy culpable. ¿Qué va a pasar ahora? Estoy metido en un terrible problema. No sé qué hacer. No puedo dejar de temblar.
Observo a los alrededores; no hay una luz encendida a muchos kilómetros. Sólo los focos de luz de la ruta podrían delatarme. Pero todo está quieto y silencioso; no parece haber nadie. Tan solo se percibe el sonido del movimiento del agua al otro lado de la ruta. Ya he pasado por este lugar otras veces y de hecho conozco que por allí corre un arroyo. Quizás sea lo suficiente profundo para ocultar algo. Además, es muy probable que nadie haya visto nada. Debo calmarme. Tal vez el conductor del vehículo con el que chocamos también se encuentra muerto; es muy seguro que lo esté, sólo oigo el agua correr…
Voy hasta el cuerpo, y al verlo nuevamente, tan joven, horriblemente lastimado, no puedo evitar el llorar; los ojos me arden. Intuyo que en una situación así no se debe perder el tiempo; cada minuto que pasa es importante para lo que me sucederá a mí.
Tomo el cadáver; es liviano. Lo sostengo tratando de que no vuelque sangre y deje rastros sobre la hierba. Camino rápidamente rumbo hacia el arroyo. La sangre tibia chorrea sobre mis brazos. Recuerdo cuando la recogí en el camino; se veía tan indefensa…Observo su cara y distingo el rojo del lápiz labial. Siento mucha culpa. ¡Mierda con todo esto! Casi llego a la ruta; falta cruzar algo de balastro. Piso mal sobre las piedras. El suelo se mueve y resbalo. Caigo. El cuerpo de ella rueda hasta pasar las balizas y queda visible en plena ruta.
-¿Para qué mierda levanté a esta pendeja?
De repente escucho una bocina que se me acerca velozmente. Levanto la cabeza. Una luz me enceguece. Siento un golpe en la frente. Abro mis ojos. Tomo el volante con fuerza. Lo giro instintivamente. La luz poderosa desaparece en un pestañear.
-¡No te duermas! –escucho gritar. -¡Casi nos matamos! ¡Nos salvamos por un pelo! ¡Creí que íbamos a morir!
Piso el freno y el camión se detiene de un tirón. Observo al desconocido. Es un hombre de apariencia callejera: pelo largo y descuidado, tiene la barba de hace muchos días, igual que uno de esos tipos de la cárcel, y por lo demás está bastante deteriorado. Sin embargo, a pesar de esta extraña compañía, siento un gran alivio; una descarga de mil kilos de masa criminal.
-Menos mal que yo le estoy haciendo compañía –menciona. –Si no, solo, ya se hubiera matado… Hubiese pasado del sueño a la muerte sin darse cuenta.
Quedo mudo, observando su cara de pobre tipo, y tratando de encontrar aquella cara joven y bonita de labios rojos.

Andrés Fabián Valdés


NOTA BIOGRÁFICA


Oriundo de Uruguay, nacido el día 17 de julio de 1978. Actualmente residiendo en Argentina.


1997 – Egresa como publicista gráfico en Escuela de Artes y Artesanías “Dr. Pedro Figari”.

2004 – Seleccionado en el VIII Certamen Internacional de Poesía y Narrativa Breve. Editorial De Los Cuatro Vientos. Director Pablo Albornoz. Argentina.

2005 – septiembre – Comienza a publicar bimensualmente hasta el mes de junio del año 2006 en la revista de arte “Vademécum”, dirigida por Lautaro Salgado. (Uruguay)

2006 – 24 de julio – Viaja a Argentina donde se pone en contacto con diferentes medios literarios.

2006 – diciembre - Publica variedad de cuentos en “Revista Literaria Azul@rte”, revista digital peruana diseñada por el editor y poeta Jaime Serey.
http://revistaliterariaazularte.blogspot.com/search/label/Uruguay

2006 – 22 de diciembre – Participa como miembro en “Planeta SF”, Creado y coordinado por Sergio Gaut vel Hartman, director de la revista literaria Axxón.

2007 – 12 de enero – Publica en el Blog de “Revista Esperando a Godot”, revista digital argentina diseñada por el editor Víctor Malumián.
http://www.egodot.blogspot.com/

2007 – 15 de enero – Publica en revista digital argentina “La Tecl@ Eñe” No 21, dirigida por el periodista y poeta Conrado Yasenza.
http://lateclaene.blogspot.com/2007/01/zona-literariacuento_17.html

2007 – 18 de enero – Publica en “Marca Acme”, portal de literatura, arte y eventos culturales en Nicaragua y Centroamérica, editado y dirigido por Rodrigo Peñalba, y co-editado por Eunice Shade.
http://marcaacme.com/index.php
http://marcaacme.com/escritor-view.php?id=90

2007 – 31 de enero – Publica las obras poéticas “A orillas de la ruina”, “Deseos en la noche”, “Jugar serio” y “Voz que busca el sonido” en revista de creación literaria y actualidad cultural “Remolinos” No 20, revista digital de Perú, dirigida por el editor y poeta Paolo Astorga.
http://es.geocities.com/revista_remolinos/
http://es.geocities.com/poesiaremolinos/index_p39.htm

2007 – comienzo de febrero – Publica las obras poéticas “Jugar serio”, “Confesión” y “Voz que busca el sonido” en revista digital de Brasil “Jornal De Poesía” editada por Soares Feitosa, en sección “Banda Hispânica” coordinada por Floriano Martins.
http://www.secrel.com.br/jpoesia/bh33valdes.htm

2007 – 17 de febrero – Publica en espacio de creación “Poesiasalvaje.org”.
http://www.poesiasalvaje.org/aire/index.php?option=com_content&task=view&id=182&Itemid=35

2007 – 19 de febrero – Publica cuentos y las obras poéticas “A orillas de la ruina”, “Deseos en la noche”, “Jugar serio”, “Dormir en mi cama” y “Era nuestro amor” en portal de Madrid (España) “Liceus -El portal de las humanidades-”
http://www.liceus.com/cgi-bin/ac/pu/Andres_Fabian_poemas.asp
http://www.liceus.com/cgi-bin/ac/pu/Andres_Fabian_relatos.asp

Correo: navegaaporfia@hotmail.com

10 marzo 2007

Zona de Clivaje/Sociedad - Carpintero Enrique


El presente texto pertenece al libro Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ´60 y ´70 , de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer.


La década del ´60: los Psicoanalistas son públicos
Por Enrique Carpintero y Alejandro Vainer

La modernidad de los ‘60 llegó a Buenos Aires para transformar un imaginario social tradicional. Y con ella surgieron también las contradicciones y desencuentros entre la vanguardia artística y la política. En el campo de la Salud Mental y el psicoanálisis esas tensiones también se pusieron de manifiesto.


1 - La modernidad de los ‘60 llegó a la Argentina

La modernidad de los ‘60 llegó a Buenos Aires para transformar un imaginario social tradicional. Aunque los sectores que participaron no fueron la mayoría de la población tuvieron una significación importante para generar un modelo de subjetividad de ese período. Sin embargo no estamos en París, Londres o California. Mientras el país se debatía entre dictaduras militares y gobiernos civiles poco representativos la rebeldía creativa intentaba encontrar diferentes formas de expresión para dar cuenta de las necesidades de la época. La consigna Sexo, drogas y rock and roll tenía las características propias de nuestro país: la sexualidad estaba censurada; la marihuana era muy poco consumida ya que estaba muy cara. En su reemplazo se tomaban pastillas de anfetaminas; el rock en castellano no era impulsado por las grandes compañías discográficas, lentamente fue ganando un espacio gracias al empuje de diferentes grupos.
El Instituto Di Tella fue el gran centro de la vanguardia artística de los ‘60. Sus principales campos de actividad fueron la investigación en ciencias sociales y el arte contemporáneo. Fue este último el que tuvo mayor resonancia por la actitud vanguardista de las obras que se presentaban. Un público de clase media interesado en un arte que anunciaba la llegada de la modernidad colmaba permanentemente sus instalaciones ubicadas en un local de la Galería del Este en la calle Florida. El programa de arte contemporáneo estaba organizado en tres centros: el de Experimentación Audiovisual más próximo al teatro y al espectáculo en general; el de Artes Visuales que funcionaba como un museo de arte contemporáneo y el de Altos Estudios Musicales cuya tarea consistía en formar jóvenes compositores latinoamericanos.1
En muy poco tiempo la zona del Di Tella comenzó a ser el centro cultural de Buenos Aires. A pocas cuadras estaba la Facultad de Filosofía y Letras con sus bares “Coto” y “El Florida”. Sobre la calle Florida había muchas galerías de arte y frente al Instituto Di Tella el bar Moderno donde se encontraban artistas de vanguardia, intelectuales y rockeros.
La gente concurría a la llamada “manzana loca” para observar las experiencias de los nuevos pintores figurativos como Luis Felipe Noé, Ernesto Deira y Romulo Macció, participar del arte cinético que proponía Julio Le Parc y de los happenings realizados por Marta Minujin. Las salas se llenaban para ver los espectáculos de Alfredo Araiz, Iris Scaccheri y Susana Zimmerman y la puesta en escena de obras como “Ubu encadenado” de Alfred Jarry dirigida por Roberto Villanueva y “Libertad y otras intoxicaciones” de Mario Trejo. También la “nueva canción” encontró un espacio para que iniciaran su carrera profesional Les Luthiers, Nacha Guevara y Jorge Schusseheim.
En esta apretada síntesis queremos mostrar como el entrecruzamiento de diferentes formas creativas permitió producir un hecho cultural sin precedentes en nuestro país. Pero, como dice uno de los directores del Instituto: “Al recordar la experiencia del Di Tella, como actor institucional en la compleja dinámica de la vanguardia artística, aparece claramente que no era la institución la que producía los artistas. Ellos emergían numerosos, con potencia creadora, como resultado de procesos culturales complejos que se habían dado en Buenos Aires y en otras partes del país y naturalmente en el mundo.”2
También otros actores sociales contribuian a producir transformaciones simbólicas e imaginarias en el conjunto social. En 1967 hicieron su presentación en sociedad los “hippies a la criolla”. Más de 200 jóvenes con pelos largos y vistiendo ropas de colores se congregaron en Plaza San Martín para ser fotografiados por el periodismo. Con el lema “libertad, paz y amor” querían romper las convenciones sociales de horarios, saco y corbata. La dictadura de Onganía comenzó a detenerlos por un edicto municipal de “vagancia y mendicidad”.3 La televisión comenzó a ocupar un lugar de gran importancia ya que a finales de la década, el 90% de la población tenía un televisor. Los jóvenes encontraron un protagonismo social antes reservado solamente para los adultos.4 El rock cantado en castellano reflejaba en sus letras a diferentes sectores juveniles: el tema “Muchacha (ojos de papel)” se enfrentaba a “Avellaneda Blues”. Es decir, el grupo Almendra se oponía a Manal como el norte al sur. Los rockeros suburbanos o de clase obrera apodados “firestones” acusaban a Almendra de blandos y burgueses. Cada uno se disputaba interpretar las vivencias de la juventud.5 En el cine un grupo de realizadores que se llamó “la generación del ‘60” realizaron una serie de películas con una estética innovadora. Una de ellas fue “Los jóvenes viejos” dirigida por Rodolfo Kuhn. Su argumento relataba los problemas existenciales de tres parejas mientras veranean en el balneario de Villa Gessell. Fue así como esta playa se transformó en el lugar de encuentro del verano para las jóvenes generaciones. Las vacaciones en Villa Gessell debían tener características diferentes al “ocio represivo” -como lo llamaba Juan José Sebreli- que caracterizaba el veraneo de la clase media en las playas de Mar del Plata. Las mujeres lograban una autonomía sexual que se reflejaba en la moda de minifaldas, bikinis y pantalones pescadores muy ajustados. Además las estadísticas indicaban que se había producido un ingreso masivo de mujeres en la universidad. Como dice Ana María Fernández: “Esto marcó no sólo un modo de organización del capital simbólico hasta ese momento reservado a los varones de clase alta y media, sino que creó algunas condiciones en la institución de un nuevo modo de subjetivación de las mujeres”. Ellas no sólo estudiaban en la universidad sino que también ingresaban en la vida política, estudiantil, artística e intelectual. No fueron todas las mujeres de esa época, ni siquiera la mayoría. “Su importancia no estuvo en el número, sino en una particular potencia de sus prácticas... Algunas cuestiones parecían haber quedado atrás para siempre. Él no era el novio, ni el marido. Se llamaba compañero. Se compartió la militancia, el erotismo, los sueños, las tareas domésticas y la crianza de los bebés que no tardaron en llegar. Los gastos se pagaban -con orgullo- fifty-fifty… Irse a vivir solas, trabajar y mantenerse eran cuestiones prioritarias. Casarse por iglesia era algo impensable. Por civil, casi de mal gusto, sólo cuando la presión familiar era demasiado fuerte. Todos los rituales de la vida cotidiana quedaron cuestionados… Sentimientos como el miedo o la culpa no debían existir. Había que ser valiente, tanto en la vida privada como en la vida pública. La revolución estaba por llegar y había que entrenar tanto el cuerpo para la pelea como el alma para la solidaridad.”6
De esta manera se iniciaron tiempos en que apareció una generación que ya no creía más en el poder de la clase dominante. Tiempos en los que se inicia una ruptura generacional donde las llamadas condiciones de la época determinaron que importantes sectores de jóvenes de la clase media y obrera iniciaran su militancia política. Su práctica comenzó en la calle, la fábrica, la escuela y la universidad. La imagen del héroe colectivo y el militante revolucionario constituyeron un factor simbólico en las relaciones sociales. Esto llevó a posiciones sectarias que provocaron un desencuentro con otros grupos culturales. Es que las “urgencias revolucionarias” requerían dedicación y sacrificio, no se podía perder el tiempo en supuestas banalidades. Se creía firmemente que la revolución estaba “a la vuelta de la esquina” y todo lo que se desviara de ese objetivo tenía que ser rechazado por “burgués” o “contrarevolucionario”. La vida se vivía en blanco y negro sin tener en cuenta diferentes tonalidades. Por ello a los hippies se los veía como “una avanzada del neocapitalismo”. El Instituto Di Tella era criticado por promover una cultura pasatista. El músico Pipo Lernoud recordaba que para los intelectuales de izquierda “en ese momento todo era ‘el opio de los pueblos’: la música, la religión, la paz, la marihuana, todo”. Para el artista y crítico de Arte Roberto Jacoby, esto significó una pérdida: “(Artistas, militantes, universitarios) se movían en una misma zona de la ciudad… la mayoría se desdeñaba recíprocamente sin aprender unos de otros, sin escucharse demasiado. En la librería de Jorge Álvarez podían cruzarse Rodolfo Walsh con los músicos de Manal, sin que eso modificara a ninguno de ellos.”7
A fines de esta década las grandes contradicciones de los ‘70 comenzaron a anunciarse. La dictadura de Onganía y los sectores conservadores que lo apoyaban limitaron cada vez más las libertades democráticas. Las autoridades del Instituto Di Tella luego de varios atentados de grupos fascistas y censuras a diferentes actividades por parte del gobierno decidieron cerrar sus puertas. La mayoría de los hippies, cansados de persecuciones policiales, se fueron de la ciudad y formaron comunidades en el interior del país. En cambio los grupos de rock continuaron su protagonismo entre la juventud en medio de ese clima de intolerancia y represión por parte del poder.
Es en este momento cuando un grupo numeroso de artistas plásticos porteños, rosarinos y santafesinos realizaron, durante el año 1968, una serie de acciones artístico-políticas que culminó en la obra colectiva denominada “Tucumán Arde”. Este hecho condujo al distanciamiento de muchos artistas de las instituciones de arte, tanto en sus instancias tradicionales como modernizadoras. Para ellos defender la obra de arte colectiva implicaba adoptar como procedimiento artístico formas de operar propias de las acciones políticas radicalizadas: sabotear la presentación de un premio cortando la luz de la sala, leer una proclama-manifiesto, gritar a coro consignas contra la dictadura en medio de una exposición.8 Convencidos de la necesidad de actuar políticamente sin dejar de hacer arte de vanguardia, los artistas se ubicaban “en una posición difícil de sostener, al margen de museos, becas, premios y galerías, buscan conscientemente un nuevo ámbito institucional, un nuevo soporte (material, social, político, teórico, y utópico) para una nueva forma de hacer arte.”9 El mismo Oscar Masotta planteaba la posibilidad de que confluyera la vanguardia artística con la plástica: “… Las obras de comunicación masivas son susceptibles -y esto a raíz de su propio concepto y de su propia estructura- de recibir contenidos políticos, quiero decir, de izquierda, realmente convulsivos, capaces de fundir la ‘praxis revolucionaria’ con la ‘praxis estética’.”10
Un grupo de artistas decidió viajar a Tucumán para denunciar la pobreza y desocupación en esa provincia a partir del cierre de muchos ingenios azucareros. Cuando volvieron a Rosario, en la sede de la CGT de los Argentinos, inauguraron una muestra con carteles, textos, fotografías y películas con el nombre de “Tucumán Arde”. Pocos días después tuvo lugar otra muestra en la sede central de la CGT de los Argentinos, en Buenos Aires. Duró solamente un día ante la amenaza de cierre por parte del gobierno pero también ante las luchas políticas entre los que participaban de la muestra, ocasionadas por la aparición de un cartel donde se decía: “Libertad a los patriotas de Taco Ralo”. Algunos cuestionaban la “peronización” de la muestra al defender a un grupo guerrillero que se reivindicaba como peronista. Otros aludían a que el término “patriota” no pertenecía a una tradición de izquierda. Los rosarinos acusaban a los de Buenos Aires de haber introducido el cartel sin consultarlos. Es decir, si “Tucumán Arde” fue la culminación hacia fines de los años ‘60 del encuentro entre vanguardia política y estética, también “puede entenderse que en esa misma obra está ya insinuada (inscripta, en cierto forma, en el cartel) la marca del desencuentro que los tiempos inminentes acarrearía, y la fragmentación y el enfrentamiento entre los sectores políticos, sindicales y culturales que hasta entonces habían actuado en un frente común contra la dictadura de Onganía.”11
Como no podía ser de otra manera vamos a encontrar también esta situación en el campo de la Salud Mental y el psicoanálisis.

2- Cuando los psicoanalistas comienzan a estar en Primera Plana

La Revista Primera Plana fue fundada el 13 de noviembre de 1962 por Jacobo Timerman. Era una revista semanal de política, actualidad y cultura. Inauguró una nueva concepción periodística dirigida a un “lector moderno”. Para ello cuestionaba a los políticos tradicionales y criticaba a los sectores de izquierda. Esto la llevó, inclusive, a apoyar algunos golpes militares, como el de Onganía, defendiendo su política económica desarrollista.
El mundo cultural encontró en ella una forma de divulgación de las innovaciones en el psicoanálisis, el estructuralismo y las investigaciones antropológicas denominadas “historias de vida”. Como plantea Horacio González: “precisamente, en Primera Plana comienza el proceso periodístico cultural en el que se consagra como concepto enfático la figura del lector. Por primera vez se piensa en un lector que está simultáneamente situado en el campo de la historia, la política, el consumo de publicaciones y el consumo de bienes, que coincide con el que estaba siendo detectado al unísono por las flamantes sociologías que procuraban indagar las identidades culturales del mercado y por las semiologías publicitarias que convertían el enunciado propagandístico en un complejo acto de identificación simbólica... Las agencias de publicidad, los servicios para el consumidor, el comentario de obras culturales y la crítica de espectáculos comienzan a manifestarse en términos de una elaboración que en sí misma moviliza un lenguaje que busca complicidades con el lector, que lo imagina como militante de un mundo de significaciones y de prestigios que se están construyendo colectivamente.”12 Por lo tanto, no nos debe extrañar que se transformara, desde el primer número, en el principal difusor del psicoanálisis en la Argentina.
El análisis del primer número es significativo.13 En la tapa apareció J. F. Kennedy, con un subtítulo, que fue un guiño a la clase media psicoanalizada: “no tiene complejos”. Luego, en el editorial, Jacobo Timerman escribía sobre una investigación titulada “¿somos todos neuróticos?”, donde planteaba que “…un grupo de redactores de Primera Plana ha intentado una estadística de nuevo tipo: determinar el nivel de neurosis o equilibrio que existe en la personalidad del ciudadano medio argentino. Ha entrevistado a numerosos especialistas, prácticamente a todos los que con alguna seriedad se dedican al problema de las enfermedades nerviosas”. El trabajo comenzaba con una reflexión de un “psicólogo argentino” que observaba los rostros de los automovilistas diciendo que constituian “la mejor radiografía del estado anímico de nuestra población: los gritos, las furias expresadas en las miradas, el abatimiento de los que no podían avanzar a su gusto, las ironías punzantes.” Luego, se concentraba en revisar el grado de enfermedad mental que podía padecer la ciudad y el país, “trabado por una especie de parálisis que nos impide asumir nuestras responsabilidades y al mismo tiempo nos obliga a volcarnos hacia los ‘pequeños gustos’ rápidos y cotidianos”. Para esto resumía y definía los tipos de rasgos de carácter de un individuo: obsesivo, fóbico, paranoico e histérico. Pero al consultar estadísticas oficiales se encontraban con el problema de que no existían datos actualizados en las diversas instituciones oficiales. Por lo tanto recurrieron como fuentes centrales a investigaciones de especialistas, tales como el trabajo de Floreal Ferrara y Milcíades Peña de 1959.14
Por todos estos datos, uno de los ejes fue analizar un fenómeno del momento. Es decir, la “moda” del psicoanálisis: “La neurosis es la enfermedad del momento. Es lícito sospechar que no todos los que se psicoanalizan lo necesiten tanto, que hay mucho de moda y esnobismo en el asunto.” Los periodistas relatan cómo se iba extendiendo esta “moda” entre familiares y amigos de quienes consultaban. A la vez afirmaban que los psicoanalistas trabajaban un mínimo de 66 horas semanales y que por sus honorarios tenían un muy buen nivel de ingresos. Entre los mencionados figuraban en el texto y en fotos los dos pioneros de la APA: Enrique Pichon Rivière y Arnaldo Rascovsky.
Para continuar el estudio revisaban temáticas como el autoritarismo, los prejuicios, la ironía y la depresión. Inclusive consultaban a Mauricio Goldenberg sobre el incremento de la neurosis en los jóvenes, fruto de su experiencia en el Servicio de Psiquiatría del Policlínico de Lanús, que ya comenzaba a tener prestigio. Pero también de las dificultades de los padres. Afirmaba que “los adultos experimentan una gran traba para comunicarse, y los medios tecnológicos de comunicación la impiden”. El final del artículo ironizaba acerca de las interpretaciones psicoanalíticas salvajes de la vida social argentina, tales como que “la caída de Perón fue el asesinato del padre”. Y en boca de un sociólogo se referían a que todas ellas eran “pavadas”. Era un reconocimiento pero a la vez una crítica del psicoanálisis.
En los diferentes números regularmente aparecieron referencias a la relación del psicoanálisis con la cultura. Esto llevó a que durante los años 1966 y 1967 Enrique Pichon Rivière tuviera semanalmente una columna escrita en colaboración con Ana Pampliega de Quiroga. En la misma Pichon desarrollaba sus ideas de la Psicología Social desde el Psicoanálisis, y realizaba divulgación manteniendo la rigurosidad de sus concepciones. Podemos encontrar títulos como “La moda, barómetro social”; “Fútbol y política, Fútbol y filosofía”; “El jugador y su contorno”. Pichón también fue un adelantado al reflexionar sobre la computación en “Psicología y Cibernética”; “La conspiración de los Robots”; “Caos y Creación”. En este último texto desarrolló su perspectiva acerca del acto creativo. Afirmaba que “El descubrimiento, el acto creador, responde a un mecanismo por el cual el sujeto evita el caos interior, resultante de una situación básica de depresión. Se patentiza así la relación entre creación y locura, ya que el creador, acosado por un mundo interno fragmentado en vías de desintegración, busca en su obra la reaparición de sus vínculos positivos con la realidad. La creación es un constante juego de muerte y resurrección del objeto... El enfrentar el objeto estético o de conocimiento configura siempre una situación triangular, a la que hemos caracterizado como bipersonal y tripersonal. Es un drama que tiene como protagonistas al investigador, el objeto y como tercer término, el miedo del investigador o creador de quedar atrapado en el objeto... Sólo una distancia óptima entre el investigador y su objeto puede permitir una comunicación positiva. En cambio, si la ansiedad es demasiado grande, comienza a escapar del objeto, que siente como perseguidor. Por eso el descubrimiento, la develación del objeto es un acto de coraje que implica vencer el miedo a lo insólito, lo nuevo o lo siniestro que puede ocultarse en el objeto... El arte creador tiene en Norbert Wiener, padre de la cibernética, su paradigma. Wiener, depositario y portavoz de un universo desintegrado, inventó la ‘ciencia del control’ para no enloquecer. El testamento científico de este hombre, muerto hace dos años, aporta al psicoanalista un material tan arcaico, tan primitivo, como el que puede observarse en un salvaje o en un psicótico.”
También los artículos giraban en relación a la problemática social y política que sucedían en la época: “El lugar del miedo”; “La opinión pública”; “Más sobre el rumor”; “Aislamiento, poder e información”; “Censor y censurado”; “La violencia”; “El agitador” y “Afiliación y pertenencia”, entre otras tantas cuestiones.
La importancia de estas columnas se reflejó en que años después serán compiladas en el libro Psicología de la Vida cotidiana de Enrique Pichon Rivière y Ana P. de Quiroga.
El peso del psicoanálisis era tan fuerte que en un número siguiente a un extenso artículo sobre el psicoanálisis “Verdad y mentira del psicoanálisis”, se recibieron dos cartas de lectores. En la primera, Emilio Rodrigué alababa el artículo pero se quejaba de un chiste que develaba los altos ingresos de los psicoanalistas. Por otro lado, Cecilia Hopen y Carlos Morini de la Escuela de Psiquiatría Psicoanalítica Gestáltica, dirigida por Fernando Taragano, afirmaban en una carta de lectores que en el artículo de la revista anterior se desconocían otros grupos de formación psicoanalítica diferentes de la APA, que monopolizaba al psicoanálisis. Consideraban que el enfoque de Taragano “elimina la contradicción señalada en el artículo, entre la psiquiatría y el psicoanálisis”. Finalmente insistían en la forma de abordaje postulada por ellos haciendo hincapié en la integración de diferentes estudios para la mejor atención de pacientes.
En el número del 20 de agosto de 1968, la revista realizó una extensa investigación sobre las diferentes corrientes psicoanalíticas de la época. Dada su importancia para entender las perspectivas teóricas y clínicas predominantes nos extenderemos en ella. El título de tapa fue, por primera vez en la historia del periodismo argentino, anunciado con anterioridad: “La muerte del psicoanálisis”. En el editorial se destacaba esta situación planteando que a partir de este hecho “sucedieron dos cosas: una cadena de llamados telefónicos que solicitaban precisiones acerca de tal extraña frase -lo que tal vez pruebe la vasta cantidad de analizados que hay en Buenos Aires- y la puesta en marcha por parte de dos publicaciones colegas, de un artículo sobre el mismo asunto.” Este informe especial realizado por los periodistas Oscar Caballero, Félix Samoilovich y Martín Cullen, se basó en entrevistas a quince psicoterapeutas que debieron responder a 547 preguntas, las cuales intentaban elucidar las diferentes escuelas, tendencias y procedimientos del psicoanálisis en el país. La perspectiva de los periodistas se reflejó en la conclusión, donde señalaban que: “el psicoanálisis es cuestionable como ciencia y dudosamente efectivo como terapia; hasta es posible que, juzgado desde tales miras, no exista. Es su costado de investigación, el que está más vivo que nunca”.
El informe comenzaba diciendo: “que Herbert Marcuse lo culpe de ‘denunciar una sociedad enferma para después adaptar a los individuos a esa sociedad’, no es tan grave como que la propia hija de Sigmund Freud, Anna, haya reconocido, en abril de este año, que ‘los jóvenes no se interesan, ahora, en la lucha del hombre consigo mismo, sino, en la lucha del hombre contra la sociedad. Ven en el psicoanálisis un medio que puede adaptarlos a la sociedad: justamente, lo único que ellos no desean’. Para la hija ‘el desencanto de la juventud es apenas uno de los problemas; otro, el avance de los procedimientos de la psiquiatría estrictamente médica: muchos de esos métodos no existían en los comienzos del psicoanálisis.’” Luego continuaban desarrollando las críticas al psicoanálisis realizadas por el epistemólogo Karl Popper, y también las del psicólogo H. J. Eysenck, para luego señalar que con el psicoanálisis sucedió lo mismo que con otras doctrinas como el liberalismo, el marxismo y el cristianismo. Sus principios fundamentales se difundieron tanto que ya formaban parte del patrimonio de la cultura moderna. Posteriormente destacaban la importancia que tenían en la Argentina las ideas de Freud, ya que se utilizaban cada vez que se quería analizar la conducta de un político, educar a un niño, redactar un aviso publicitario o evaluar una novela. En este sentido el psicoanálisis no había muerto, sino que por el contrario, había triunfado por completo.
Luego de exponer las ideas de psicoanalistas de diferentes escuelas, establecían cuáles eran las orientaciones que coexistían para los autores en ese momento. Desde allí describían y clasificaban las orientaciones en psicoanalíticas y no psicoanalíticas.
Comenzaban con los Psiquiatras:
Psiquiatras clásicos: quienes desconfiaban del psicoanálisis.
Psiquiatras pavlovianos: no le daban a la psicoterapia el alcance de la interpretación del inconsciente y podían o no aceptar el nombre de reflexólogos. Entre ellos estaban también los que a la psicoterapia pavloviana le añadían alguna comprensión del inconsciente y le otorgaban enfoques extraídos de la Psicología Concreta del psicólogo marxista Georges Pollitzer.
Psiquiatras Existencialistas: se inspiraban en una perspectiva extraída de la Psiquiatría Fenomenológica. Algunos desde la de Sartre; otros desde la de Binswanger, “discípulo de Heiddeger”; otros desde Karl Jaspers; y otros desde Viktor Frankl, discípulo católico de Jung que creó la logoterapia.
Agrupaban a los psicoanalistas dentro de la APA en:
Freudianos ortodoxos: eran definidos como aquellos que aplicaban rígidamente a Freud, eran individualistas y su cosmovisión no respetaba nada más que al sexo y los traumas originarios.
Dinámicos: agrupaba la escuela de Enrique Pichon Rivière. Tenían terminología propia, eran abiertos a lo social y hacían terapia de grupo. Su concepción consistía en que el enfermo era el grupo y el individuo asumía la enfermedad grupal.
Kleinianos: Como los ortodoxos creían en los instintos, pero no sólo en los eróticos, sino también en los de muerte. De ahí el basamento de los impulsos de agresión primarios en las primeras etapas de la vida. En muchos de los seguidores argentinos las teorías kleinianas se mezclaban con las del freudismo ortodoxo y las aperturas a lo social: una síntesis que aún estaba lejos de la coherencia. Destacaban que tal vez por solidaridad de sexo, “abundan las kleinianas entre las egresadas de la Carrera de Psicología que, al no ser médicas, no integran la APA”.
Psicoanalistas fuera de la APA:
Técnicas Experimentales: los que usaban el ácido lisérgico, la hipnosis o la sofrología, el psicodrama y hasta la Terapia Celular.
Psicoanalistas católicos: Sin escuela propia. Eran existencialistas como Jorge Saurí o intentaban combinar a Freud con Dios, como Raúl Usandivaras y Alberto Zuloaga Palencia.
Jungianos: no se dedicaban a la psicoterapia sino, como Enrique Butelman, a la pedagogía y a la psicología social. Creían en el inconsciente colectivo y otorgaban un nuevo valor científico a la vivencia mística.
Neofreudianos: pertenecían a las escuelas predominantes en EEUU de Abraham Kardiner, Karen Horney, Erich Fromm, Harry Stack Sullivan. Estaba poco desarrollada en el país y su ideólogo principal era León Pérez. Compartían muchas tesis y enfoques con la escuela dinámica de Pichon Rivière.
Gestálticos: contaban con una Clínica de Psiquiatría Psicoanalítica Gestáltica cuyo director era Fernando Taragano.
En el final del informe destacaban que el precio de la entrevista individual oscilaba entre los 2000 y 9000 pesos. El promedio era de 4000 pesos. Si lo llevamos a la actualidad, las entrevistas individuales oscilaban entre 50 y 200 pesos y el promedio alrededor de 100 pesos.
Luego el informe continúa con algunas respuestas de los cuestionarios entregados a diferentes terapeutas.15 Las preguntas se dividieron en temas. Transcribiremos algunas de ellas.
El primer tema se refería a la Terapia de Grupo.
“¿La Terapia de Grupo es igual a la individual, pero más barata? ¿qué le parece la costumbre de considerar que cuando el paciente no tiene plata como para pagar un tratamiento individual apela al grupo como sucedáneo?”
“Alberto Fontana: Una concepción de malos terapeutas de grupo. En mi clínica, como se trabaja en equipo, se altera la típica actitud de pago, lo que evita ingresar a grupo por razones económicas. Si es necesario, se reducen los precios de la individual.
“Hernán Kesselman: La posibilidad de hacer grupo abarata el costo respecto de la individual, lo que no implica que sea peor, sino de otra clase.
“¿Considera que del grupo emergen cualidades nuevas que no existían a nivel de individuo; comparte la teoría de ‘transferencia grupal’?”
“Alberto Fontana: Sí, se potencializa la comprensión de que existen otros sujetos y problemas comunes a todos.
“Hernán Kesselman: Creo que la idea de Pichon Rivière -la unidad de la enfermedad es grupal, el proceso corrector puede encararse a través de dicha unidad- es acertada. Yo trabajo con la idea de ‘transferencia grupal’.
Otro de los temas era sobre las Técnicas psiquiátricas:
“¿Qué piensa usted del coma insulínico?”
“Omar Ipar: Es un método en vigencia con indicaciones precisas: melancolías involutivas, formas clínicas de la esquizofrenia. Es decir, es siempre parte de un tratamiento general.
“¿Qué piensa del electroshock? ¿Qué piensa de sus riesgos?”
“Omar Ipar: Económico, rápido, efectivo en casos como el de confusiones mentales que no evolucionan favorablemente o depresiones melancólicas. Tratamiento sintomático, no cura lesiones orgánicas. Con las técnicas actuales, prácticamente no hay riesgos.
Otro tema fue el de los Procedimientos:
“¿Cree vigentes las barreras convencionales a la libre comunicación entre terapeuta y paciente? ¿Qué opina del diván? ¿Cree usted imprescindible que el terapeuta y el paciente no se miren cara a cara durante la sesión?”
“Marie Langer: En psicoterapia breve utilizo el frente a frente. En un encuadre típico de psicoanálisis (sesiones cuatro veces por semana) utilizo el diván.
“Isaac Gubel: Ni el diván ni el cara a cara son catalizadores de psicoterapia. Estas posiciones tienen carácter de rituales. Lo importante es que el paciente sienta que el terapeuta lo entiende y quiere ayudarlo y que éste comprenda a su enfermo y se interese por él. Dejo a elección de mi paciente la posición que le resulte más cómoda. Y dejo también, que si así lo desea la cambie de una sesión a otra.
“¿Qué medidas adopta para controlar la contratransferencia?”
“Marie Langer: No la controlo, la utilizo para interpretar. Utilizo los sentimientos que me provoca el paciente para la mayor comprensión de su caso.
“Isaac Gubel: La única válida y a veces parcial, es el análisis del terapeuta.
“¿Debe cobrarse en todos los casos la sesión a la que el paciente falta?”
“Marie Langer: Acá se acostumbra así, pero no es inamovible.
“Isaac Gubel: Si la falta es un fenómeno de resistencia del paciente, sí. Si se debe a enfermedad física o compromisos laborales, no la cobro.
“Es común a la literatura especializada hablar de sociedades enfermas. Si uno de los objetivos del análisis es el de que los individuos se desenvuelvan mejor ¿eso no supone una actitud adaptativa? Si es así, se lo curaría desde el punto de vista individual, pero reforzando su compromiso con el contexto enfermo, ¿es posible conciliar esa paradoja?”
“Marie Langer: ¿‘Actitud adaptativa’ significa aceptación de la sociedad actual? El psicoanálisis, per se, no implica su aceptación. Pretende integrar al paciente a su ideología, eliminando contradicciones. Pero no adaptarlo.
“Hernán Kesselman. El psicoanálisis permite al sujeto una mayor libertad de optar, pero él debe afrontar solo esas opciones. Es lícito hablar de sociedades enfermas y pienso que el psicoanálisis puede ir más allá de adaptar solamente al enfermo a una sociedad que lo conflictúa. Es decir: el paciente va a lograr mayor adaptación social -si está curado- pero también va a tener mayor misión social. Cada sujeto curado aumentará su papel en la curación social.
“Antonio Caparrós: Yo no puedo desentenderme de las consecuencias sociales de mi acción como terapeuta.
“Arnaldo Rascovsky: Podría ocurrir que un individuo sano no pudiera sobrellevar una sociedad enferma; creo que el caso de la Alemania nazi sería un buen ejemplo. En una sociedad paranoica no podría vivir un hombre sano. De cualquier manera, me gustaría recalcar que el hombre es un animal neurótico, y el filicidio, uno de los elementos fundamentales en esto.
“¿Cómo se explica que coexistan confortablemente una cantidad de escuelas psicoanalíticas? ¿todas curan?”
“Marie Langer: Ninguna cura, pero todas mejoran. Si son practicadas con inteligencia, humanismo, seriedad.
“Antonio Caparrós: No todas las escuelas curan por igual. Sin embargo, habría que apuntar algo importante: muchas veces es posible curar aun sobre la base de una simbología falsa. Es el caso de un analista que no percibe que el sexo -muchas veces- puede ser símbolo de otra cosa, no la última razón de la conducta. Pero aun así, es posible pensar en curación.”
El informe finalizaba con una serie de respuestas generales entre las que destacamos la de Emilio Rodrigué: “Son muy importantes los problemas éticos que plantea el psicoanálisis, aunque recién ahora se esté tomando conciencia de ello.”
El lugar y la importancia social a la que el psicoanálisis había llegado se reflejó no en una nota sino en una publicidad de las Líneas Aéreas Brasileñas Varig, en una página completa de la revista del 29 de julio de 1969. En ella se encontraba una foto de Freud con la pregunta “¿Lo conoce?”. Debajo tenía el siguiente texto con letras grandes: “Es nuestro mejor vendedor de pasajes a Río”. Luego aclaraba: “Algunas personas creyeron, después del aviso que publicamos diciendo que ‘un pasaje a Río cuesta menos que un mes de psicoanálisis y es la mejor terapia del mundo’, que Varig estaba en contra del psicoanálisis. ¿Contra qué? Nosotros que somos freudianos 100 %? ¿No fue Freud quien descubrió las técnicas de exploración del inconsciente? Nosotros, mucho más modestos, descubrimos solamente que en el inconsciente de muchísimos argentinos había hambre y sed de disfrutar Río, la capital mundial del sol y la alegría. Y les demostramos que con muy pocos pesos de anticipo e ínfimas cuotas mensuales podían recostarse en los cómodos divanes de nuestros lujosos Boeing y bajar en Río para comérselo con Pan de Azúcar y todo. Consulte a su Agente de Viajes IATA y, en nombre de Freud, Jung, Adler y Fromm... hágale caso a su inconsciente, caramba. Recuerde que lo malo es reprimir, racionalizar y cosas peores.”

Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ´60 y ´70. Capítulo 10, Tomo I (1957-1969), editorial Topía, Buenos Aires, 2004. de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer

Notas

1 Oteiza, Enrique, “El cierre de los centros de Arte del Instituto Torcuato Di Tella” en Varios, Cultura y política en los años ‘60, editado por el Instituto de Investigaciones “Gino Germani”, Facultad de Ciencia Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina, 1997.

2 Oteiza, Enrique, op. cit., pág. 92.

3 Fitz Patrick, Mariel “Hippies a la criolla”, Revista de política, cultura y sociedad en Los ‘70, Año 1, N° 8, Bs. As., sin fecha de publicación.

4 Es interesante señalar cómo un libro publicado a fines de los ‘60 por un autor defensor de las estructuras dominantes llamaba la atención sobre cómo “Hoy, en nuestra sociedad la adolescencia es el sector más poderoso, solicitado y rico. A ellos se dirigen el consumo y en ellos vuelcan sus ansiedades los padres”. Esto provoca que “La total sorpresa que tienen los adultos de hoy frente a los jóvenes en el mundo moderno indica a las claras el distanciamiento, la extrañeza y la incompresión”. Su resultado ha sido que: “La familia moderna cada vez se ha convertido en lugar de descanso, de dormidero. Un lugar de estar, no de actividad. La TV, las revistas modernas han arrebatado el poco tiempo libre que quedaba dentro de ella”. En este sentido destaca el autor que: “En la vieja sociedad tradicional argentina un individuo nacía dentro de un círculo personal: la comunidad, el vecindario, la familia. Un grupo de seres íntimos con los que estaba vinculado en vida y por la relación en algunos casos consanguínea y otras semiconsanguínea. El joven de hoy o la joven tiene que crear su propia comunidad personal… cada joven debe ser co-creador de sus pautas”. Estas cuestionaban el conjunto de la organización social. Por lo tanto, el conflicto con un poder autoritario era inevitable. Mafud, Julio Las rebeliones juveniles en la sociedad argentina, Santiago Rueda Editores, Bs. As., 1969.

5 Grieco y Bavio, Alfredo, Cómo fueron los ‘60, Editorial Espasa Calpe, Bs. As., 1994.

6 Fernández, Ana María, Instituciones estalladas, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Bs. As., 1999, pág. 446.

7 Grieco y Bavio, Alfredo, op. cit., pág. 154.

8 Longoni, Ana, “Vanguardia plástica y radicalización política”, en Revista Política, cultura y sociedad en Los ‘70, Año 1, N° 5, Bs. As, sin fecha de publicación.

9 Longoni, Ana, Tucumán Arde: encuentros y desencuentros ente vanguardia artística y política en Oteiza, Enrique, op. cit., pág. 317.

10 Masotta, Oscar, Conciencia y estructura, Editorial Corregidor, Bs. As., 1990, pág. 15.

11 Longoni, Ana, op. cit., pág. 316.

12 González, Horacio, “Primera Plana. Literatura, política y periodismo” en Revista de Política, Cultura y Sociedad en Los ’70, año 1, N° 5, Bs. As., sin fecha de publicación.

13 Para este apartado utilizamos los siguientes números de la revista Primera Plana: año I, N° 1, 13 de noviembre de 1962; año V, N° 254, 7 de noviembre de 1967; año VI, N° 295, 20 de agosto de 1968; año VII, N° 335, 27 de mayo de 1969; año VII, N° 342, 8 de julio de 1969.

14 Dicha investigación está desarrollada en el capítulo I.

15 Este cuestionario había sido respondido por Hernán Kesselman, Alberto Fontana, César Castillo, Mauricio Neuman, Marie Langer, Isaac Gubel, Alberto Zuloaga Palencia, Jorge Saurí, Natan Kaufman, Arnaldo Rascovsky, Ángel Garma, Omar Ipar, Emilio Rodrigué, Antonio Caparrós y José Alberto Itzighson.

Zona Literaria/Ensayo Adolfo Vásquez Rocca


El vértigo de la sobremodernidad;
“No lugares”, Espacios Públicos y Figuras del anonimato.


Por Dr. Adolfo Vásquez Rocca
(especial para La Tecl@ Eñe)
En nuestra sociedad de la masificación, en la que la mayoría de las personas portan el rostro del anonimato, el espacio público se comporta no como un espacio social sino como un espacio previo a lo social al tiempo que su requisito, premisa escénica de cualquier sociedad.


1.- Espacios Públicos y Figuras del anonimato.



Todos aquellos espectadores, ansiosos de intimidades que asaltaban los museos antiguos como quien allana una vivienda burguesa, todos aquellos decepcionados por el lenguaje plano y discreto de la pintura abstracta, todos los espectadores corrientes del arte moderno se quedan sin palabras ante la patética soledad de los personajes que pululan en obras como las de Edward Hooper. Aunque Hopper mismo no lo supiese, lo que pintaba era un mundo sin salida, donde sus habitantes estaban atrapados. Todos sus cuadros parecen encerrarse en una impotencia tranquila, resignada, que fluye desde el rostro de las figuras solitarias o se disemina por las escenas urbanas, de gasolineras abandonadas. De los perfiles velados por la melancolía y el clima, de la “American Scene”, fría e impersonal, como si el lienzo fuera el registro agujereado por la descarga a quemarropa de dos gangsters al amanecer[1]. Nunca un espacio público apareció tan desolado. La vulnerable intimidad de los “Halcones de la noche” nunca fue más vacía, nunca el espacio público estuvo habitado por fantasmas de una identidad más declinada.

Los cuadros modernos están llenos de rostros sin perfiles, son los espacios del anonimato. En nuestra sociedad de la masificación, en la que la mayoría de las personas portan el rostro del anonimato, en calidad de sujetos estadísticos, el espacio público se comporta no como un espacio social, determinado por estructuras y jerarquías, sino como un espacio en muchos sentidos protosocial, un espacio previo a lo social al tiempo que su requisito, premisa escénica de cualquier sociedad. El espacio público es aquél en el que el sujeto que se objetiva, que se hace cuerpo, que reclama y obtiene el derecho de presencia, se nihiliza, se convierte en una nada ambulante e inestable. Ese cuerpo lleva consigo todas sus propiedades, tanto las que proclama como las que oculta, tanto las reales como las que simula, las de su infamia como las de su honra, y con respecto a todas esas propiedades lo que reclama es la abolición tanto de unas como otras, puesto que el espacio en que ha irrumpido es anterior y ajeno a todo esquema fijado, a todo lugar, a todo orden establecido. Quien se ha hecho presente en el espacio público ha desertado de su sitio y transcurre por lo que por definición es una tierra de nadie, ámbito de la pura disponibilidad, de la pura potencia, de la posibilidad como del riesgo, territorio huidizo –la calle, el vestíbulo de estación, la playa atestada de gente, el pasillo que conecta líneas de metro, el bar, la grada del estadio– en el más radical anonimato de la aglomeración, donde el único rol que le corresponde es el de tan sólo circular. Ese espacio cognitivo que es la calle obedece a pautas que van más allá -o se sitúan antes, de las lógicas institucionales y de las causalidades orgánico-estructurales, trascienden o se niegan a penetrar el sistema de las clasificaciones identitarias, dado que se auto-regulan a partir de un repertorio de negociaciones y señales autómatas[2]. Las relaciones de tránsito consisten en vínculos ocasionales entre “conocidos” o simples extraños, con frecuencia en marcos de interacción mínima, en el límite mismo de no ser relación en absoluto. Aquí se esta librado a los avatares de la vida pública, entendida como la serie de interacciones casuales, espontáneas, consistentes en mezclarse durante y por causa de las actividades ordinarias. Las unidades que se forman surgen y se diluyen continuamente, siguiendo el ritmo y el flujo de la vida diaria, lo que causa una trama inmensa de interacciones efímeras que se entrelazan siguiendo reglas explícitas, pero sobre todo latentes o inconscientes. Los protagonistas de la interacción transitoria no se conocen, no saben nada el uno del otro, y es en razón de esto que aquí se gesta la posibilidad de albergarse en el anonimato, en esta especie de película protectora que hace de su auténtica identidad, de sus secretos que lo incriminan o redimen, o de. igual forma, de sus verdaderas intenciones, como terrorista, turista, misionero o emigrante, un arcano para el otro.

Todos, también, hemos estado solos en algún aeropuerto, en ese terminal de una red inmensa e indeterminada de flujos que se mueven y se mezclan en todas direcciones, en esa situación de tránsito tan propio de los no-lugares, se experimentan ciertos estados de gracia posmodernos como el del viaje, cuando en lugar de estar, nos deslizamos, transcurrimos, sin afincar nuestra identidad ni tener que comprometernos más allá de dos horas. Aquí, en estos nuevos espacios de la indefinición donde el tiempo se extiende como goma de mascar advienen nuevas y extrañas enfermedades como las cronopatías -derivadas del abrupto cambio de usos horarios no asimilables a los ciclos biológicos. Este extraño personaje, el viajero, nunca está, ni nunca estuvo realmente en un sitio, sino que más bien se traslada, se desplaza, él mismo es sólo ese tránsito que efectúa y en el momento justo en que lo efectúa.

Todo esto acontece –o deja de acontecer– en los así denominados “no lugares” en oposición al concepto "antropológico de lugar” asociado por Mauss y toda una tradición etnológica con el de cultura localizada en el tiempo y en el espacio. Los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transportes, o también los campos de transito prolongado. En este momento en el que, sintomáticamente, se vuelve a hablar de patria[3], de la tierra y de las raíces, lo que prevalece es el turismo a gran escala.

2.- Turismo a gran escala; la ciudad como museo.

La interrogación por los nuevos sentidos del espacio público adquiere una dimensión antropológica y estética. Pensar en los lugares y las formas urbanas de relación – la circulación acelerada de personas - permite definir los nuevos modos de ser humano, constatar la nuevas formas de soledad y aislamiento en una urbe sobrepoblada, la incomunicación del individuo en medio de las redes y las carreteras de la información, el entrecruzamiento de producciones socioestéticas diversas que producen ciudades metafóricas y fragmentadas, donde la heterogeneidad y la dispersión de los signos identitarios patrios nos convierte a unos respecto de otros en transeúntes que apenas intercambian huidizas miradas, desfigurados, con un rostro velado, verdaderas espectros, figuras del anonimato, desposeídos de nuestra identidad por la celeridad de nuestros desplazamientos reales o virtuales.

Para convertirse en turista es necesario adoptar una actitud: revisar folletos, proyectar itinerarios, tramitar documentación. Curiosamente el pasajero de los no lugares sólo encuentra su identidad en el control aduanero. Mientras espera, obedece al mismo código que los demás, registra los mismos mensajes, responde a las mismas apelaciones. El espacio del no lugar no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud[4]. ¿Por qué? Porque los no lugares mediatizan la relación del individuo con el espacio al crear una contractualidad solitaria; los no lugares se definen por las palabras o los textos que nos proponen para que podamos establecer una relación con ellos. cuando la relación con la historia se estetiza y desocializa, cuando se vuelve artificiosa, como en el caso del turismo y en el que el tour y el calendario fotográfico se vuelven souvenir de los sitios y las ciudades se transformadas en museos y en mera alusión: la imagen suplanta al monumento, al lugar y la relación que con él pueden establecer los individuos, y deja, por tanto, de ser una forma de fijar la identidad. Más bien es una forma de suplantación o simulacro. Como el protagonista es incapaz de crear un vínculo real tanto con los espacios como con las personas, el simulacro es la única manera que se le ocurre para reencontrarse consigo mismo.

La ciudad como hecho colectivo se manifiesta, fundamentalmente, en la red de espacios públicos. La ciudad es un plexo geográfico, una organización económica, un proceso institucional, el teatro de la acción social, un símbolo estético de unidad colectiva[5]. Principales referentes de la memoria colectiva, representan el encuentro con el otro y con el lugar, y a ellos se asocia la capacidad de identificación y apropiación ciudadana, contribuyendo decisivamente a la estructuración y al reconocimiento de la ciudad. Ello explica que los espacios públicos ocupen tradicionalmente un lugar preferente en los discursos sobre la ciudad, pues, a fin de cuentas, reflexionar sobre el espacio público significa reflexionar sobre la ciudad, sobre las maneras de habitarla y las formas a través de las cuales se construye y se representa[6]. Sin embargo, estos discursos se han vuelto ambiguos, dominando más bien la despreocupación de los ciudadanos por la cosa pública, cuestión que marcha de la mano con la crisis de identidad y falta de albergue metafísico. Ambos síntomas suelen ir acompañados de notorias desorientaciones geopolíticas, desconocimientos históricos y prejuicios ideológicos.

Aludir a la “cosa pública” significa remitirse a ese ámbito de la vida en el que nos encontramos con los otros humanos, un espacio abierto de concurrencia caracterizado orteguianamente como “vida en común” pero que el léxico progresista gusta designar como “esfera pública”, o espacio de actuación ciudadana y cívica, y que de una forma más clásica se conoce como sociabilidad o praxis política. Con el término “identidad” significamos el sentimiento de pertenencia a un determinado lugar o espacio de acción en el que los hombres se desenvuelven; esto es, no designa tanto un sitio en el que nos encerramos o aislamos, sino en el que nos situamos, conformando así la perspectiva particular de nuestro horizonte vital, a fin de poseerlo plenamente y de extenderlo. Identificarnos con un entorno vital permite, entonces, más que atarnos a un lugar, actuar libremente; vale decir, de manera lo más desenvuelta posible.

Un mundo donde se nace en una clínica y se muere en un hospital, dónde pueden tener lugar futuristas ceremonias fúnebres con el cuerpo expelido en un cohete de acero, un contenedor rumbo a realizar periplos de inmortalidad. Un mundo extraño, donde se multiplican en modalidades lujosas o inhumanas los habitáculos, desde un foso en Guantánamo a un lujoso hotel-cápsula de Japón[7] –diseñados para ejecutivos sin tiempo para volver a casa; los puntos de tránsito y las ocupaciones full time, las cadenas de hoteles y las habitaciones ocupadas en el Green Plaza Shinjuku, los clubes de vacaciones, los campos de refugiados, las barracas miserables destinadas a desaparecer o a degradarse progresivamente produciendo zapatillas Nike; un mundo donde se desarrolla una abigarrada red de transporte que son también espacios habitados[8], donde el habitué de los megamercados, de los malles, de los cajeros automáticos renueva con los gestos pantomímicos del comercio autista. Un mundo así desacralizado por oficio y sin rituales, mudo e indiferente, prometido a la individualidad solitaria, a lo fugaz y efímero , al paisaje de neón, a los fundidos del inconsciente un destello turbador y una oquedad donde hundir la cabeza. Sólo las ciudades del futuro pueden ofrecer la esperanza de un verdadero lugar donde el corazón no sea turbado, un lugar proféticamente anunciado, donde hay muchas moradas, más que las del Green Plaza de Tokio. Allí donde finaliza el país retórico y una alteración del umbral del entendimiento ciega al sabio, dando paso a una zona de indiscernibilidad espiritual. Se abren aquí nuevas perspectivas ya no sólo para una antropología de la sobre-modernidad, sino para una etnología de la soledad y la esperanza escatológica.


Adolfo Vásquez Rocca PH. D.


Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Teoría del Conocimiento y Pensamiento Contemporáneo. Áreas de Especialización: Antropología y Estética. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la PUCV, del Magíster en Etnopsicología, Escuela de Psicología PUCV, Profesor de Antropología y de Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la UNAB. Profesor asociado al Grupo Theoria, Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado. Director de la Revista Observaciones Filosóficas http://www.observacionesfilosoficas.net/. Secretario de Ejecutivo de PHILOSOPHICA, Revista del Instituto de Filosofía de la PUCV http://www.philosophica.ucv.cl/editorial.htm, Editor Asociado de Psikeba —Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, Buenos Aires— http://www.psikeba.com.ar/, miembro del Consejo Editorial de Escaner Cultural —Revista de arte contemporáneo y nuevas tendencias— http://www.escaner.cl/ y Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas, Argentina. ISSN 1669-9092 http://www.konvergencias.net/;
Miembro del Consejo Editorial Internacional de la Fundación Ética Mundial de México,
Miembro del Consejo Editorial Internacional de 'Cuadernos del Seminario' - Revista del Seminario del Espacio ISSN 0718-4247 Vicerrectoría de Investigación y Estudios Avanzados Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

adolfovrocca@gmail.com

[1] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Edward Hopper y el ocaso del sueño americano, en Revista Heterogénesis Nº 50-51 [Swedish-Spanish] _ Revista de arte contemporáneo. Tidskrift för samtidskonst: http://www.heterogenesis.se/Ensayos/Vasquez/Vasquez2.htm
[2] DELGADO RUIZ, M., Anonimato y ciudadanía, Mugak, Centro de Estudios y Documentación sobre racismo y xenofobia, Nº 20, tercer trimestre de 2002.
[3] Ver SLOTERDIJK, Peter, “Patria y globalización; Notas sobre un recipiente hecho pedazos”, en Revista Observaciones Filosóficas < http://www.observacionesfilosoficas.net/patriayglobal.html
[4] AUGÉ, Marc, Los “no lugares”; espacios del anonimato, Ed. Gedisa, Barcelona, 1998, pp.106-107.
[5] MUMFORD, Lewis, “What is a city”, Richard T. LeGates y Frederic Stout (eds.), 1996, Londres: Routdlege, pp.184-188).
[6] MENDOLA, G., La ciudad postmoderna. Magia y miedo de la metrópoli contemporánea, Ed. Celeste. Barcelona, 2000.
[7] El Green Plaza Shinjuku, es el mayor hotel-cápsula de Tokio y probablemente del mundo. El precio –4.300 yenes (31 euros)– da derecho a Hiroshi a pasar la noche en una cápsula, a guardar sus pertenencias en una estrecha taquilla en la que le esperan la yukata (el tradicional albornoz japonés) y una toalla, y a hacer uso de las instalaciones colectivas del hotel, que se publicitan como propias de un establecimiento de cuatro estrellas. El recepcionista ofrece una llave-pulsera a Hiroshi, que se ajusta a la muñeca, y le dirige hacia la zona de taquillas, estrechos espacios diseñados para contener un traje y un ordenador portátil, el equipaje del hombre de negocios japonés. Junto a medio centenar más de hombres silenciosos, cambia su traje por el albornoz, la única vestimenta permitida en el interior del hotel. Con las zapatillas de celulosa en las que luce el logo del Green Plaza, Hiroshi recorre interminables pasillos repletos de cápsulas que dan la sensación de encontrarse en un cementerio. Filas de dos pisos de nichos. Un piloto verde encendido avisa de cuáles están ya alquiladas, aunque la mayoría de ellas tiene recogida la esterilla de bambú que hace de puerta, y aparece vacía. Busca su cápsula, la 2136, y se introduce en el pequeño cubículo amarillo: 1 metro de alto, 1 de ancho y 1,90 de largo. Hace calor. Abre la boca del aire acondicionado, situada en el techo sobre la cabeza, a pocos centímetros de la única fuente de luz del interior. Una fresca corriente de aire inunda el pequeño nicho, acompañada de un susurro. Un blanco haz de luz revela los detalles del alojamiento, que no cuenta con ningún ángulo recto ni esquinas afiladas, que suponen un peligro en tan reducido espacio. En el lado izquierdo, la pared sólo cuenta con un espejo circular y un panel en el que se explican las rutas de escape en caso de emergencia. También se detallan algunas prohibiciones como la de fumar en el interior o la de pernoctar dos o más personas en un solo cubículo, algo incomprensible para la mentalidad occidental. El lateral derecho cuenta con un pequeño saliente a modo de repisa, y sobre él se encuentra el panel de mandos, con el que se controla desde la intensidad de la luz hasta el canal del televisor. Tras comprobar que la pantalla empotrada en el techo funciona, se dirige con su toalla al quinto piso del hotel, donde están los baños y las saunas comunitarias.
[8] AUGÉ, Marc, Los “no lugares”; espacios del anonimato, Ed. Gedisa, Barcelona, 1998, p. 84.