31 octubre 2012

Política y Sociedad/El camino del héroe/Por Sebastián Lalaurette


EL CAMINO DEL HÉROE

“Insoportablemente vivo” es el lema que tiñó la rememoración del segundo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner en el Parque Lezama y en otros lugares. Es un lema muy revelador. Kirchner puede no haber sido tan insoportable después de todo, pero en el rescate de las clases populares, más allá del maniqueísmo con que se ha venido dando y de las intenciones ulteriores, se juega una verdad esencial: Néstor es el líder espiritual de los insoportables. Si en tiempos de Perón el adjetivo “descamisado” perdió su carácter descalificatorio para ser adoptado con orgullo por aquellas gentes, hoy se da un fenómeno comparable. El pueblo kirchnerista hace fiestas bajo el lema “Negros De Mierda (NDM)” y se ríe ante el horror de quienes odian esa molesta, peligrosa, intolerable negritud.


Por Sebastián Lalaurette*
(para La Tecl@ Eñe)

Ilustraciones: Daniel Santoro




BRAAAAAAINS!

En una de sus observaciones más sagaces (que ignoro si es original suya), Eric Rabkin establece una correspondencia entre los monstruos más persistentes en la moderna cultura occidental y los miedos a los que responden. Los vampiros, al menos desde Drácula, suelen provenir de la clase alta (la criatura de Bram Stoker es un conde, nada menos) y representar la amenaza de la vieja oligarquía deteniendo y asfixiando el progreso de las nuevas generaciones, más seculares; el hombre lobo, en tanto, es el reflejo de un terror de clase media, el de lo instintivo, animal, brotando desde el interior e impidiendo al hombre funcionar en sociedad (un poco como Gregorio Samsa, o un mucho); finalmente, los zombies vendrían a hablar de un problema con la clase baja, mirada desde las otras: la amenaza de los pobres amparados en su número, una masa informe, sin mente ni individualidad, que viene a arrasar con el mundo que conocemos, a aplastarlo, movida sólo por el hambre. Pero no sólo eso: lo que los zombies vienen a comerse no es nuestro almuerzo ni nuestro corazón sino nuestro cerebro, el asiento de la mente, lo más preciado que tenemos y lo que nos permite poner distancia entre nuestra realidad civilizada y el mundo salvaje.
El zombie como entidad individual representa una amenaza muy limitada. Incapaz de empuñar y apuntar un arma, de conducir un vehículo o de formular una estrategia, se limita a caminar lentamente en busca de un alimento que necesariamente debe ponerse en su camino para ser consumido. La lucha contra un zombie (uno solo) no es lucha: es masacre, un sangriento trámite. El problema reside en el número. La fuerza del zombie es la horda, la multitud imparable, avasallante como la lava.
Desde esta óptica, no es extraño que las películas y series sobre zombies abunden hoy en tiempos en que el Imperio del Norte se encuentra mirando cara a cara a sus propios pobres. El miedo a la debacle, por fuera de los mecanismos sancionados y aceptados del ascenso social, es patente en el rechazo a lo que se ha dado en llamar "Occupy Movement", a cuyos participantes frecuentemente se les achaca una intelectualidad cercana a cero, una identificación errónea de los problemas y acciones que condujeron a la crisis y una penosa ingenuidad a la hora de proponer soluciones. Se les achaca, en definitiva, ser ciegos, formar parte de una masa anárquica y amental. Monstruos.
No es requisito de una rebelión, sin embargo, que haya un Plan B bien definido o una literatura revolucionaria que justifique la ira. Lo primero, como diría el filósofo, es la conciencia de la ignominia; lo demás es movimiento fino, táctica y estrategia, segunda instancia.

VERSIONES DE NEW YORK

Con el Occupy Movement mirándose a sí mismo al mismo tiempo que los demás lo miran, cabe recordar que las raíces de esta actitud indignada no sólo proceden de las protestas en España y otros países europeos, sino también, y tal vez más acabadamente, del horror post-11/9/2001. Los Estados Unidos han entrado tarde y de costado al concepto de revolución popular, al menos como cosa posible y pensable en su propio país. Es por esto que Hollywood ha adoptado una actitud ambivalente frente a estos alborotadores de lucidez variable.
Luego del ataque terrorista se exaltó la idea del “héroe colectivo”: una docena de vecinos de a pie atajando amorosamente el cuerpo de Peter Parker extenuado tras impedir que un tren se precipitara al vacío, prometiéndole que no revelarán su identidad como Spider-Man y cumpliendo luego esa promesa; los “buenos” y los “malos” de Ciudad Gótica evitando hacerse volar mutuamente en pedazos y frustrando así el plan macabro (y un poco tonto, hay que decirlo) del Guasón. Sin embargo, ante la irrupción de Occupy, la saga de Batman se volvió más desconfiada de la idea del pueblo como depositario de la autoridad política y moral. En un ensayo brillante, Slavoj Zizek ha diseccionado la tercera y última película de Christopher Nolan sobre el vigilante enmascarado, y ha visto en ella la doble fascinación que el “héroe colectivo” ejerce sobre el director, dispuesto a mostrar simultáneamente a la gente de Gótica como encargada de diseñar su liberación y su destino y como rebaño que necesita del justiciero, de la policía y de los guardianes políticos y económicos para funcionar.
Ciudad Gótica es, claramente, New York, y en las tomas aéreas de la ciudad sitiada uno puede imaginar a la minúscula figura de Spider-Man balanceándose de edificio a edificio en unos hilos finísimos e invisibles a la distancia. El mismo pueblo capaz de exhibir solidaridad y compasión destellantes puede volverse una bestia peligrosa si se lo pone a cargo de la ciudad, dice Nolan; sólo puede haber solidaridad y compasión dentro del sistema, como instrumentos destinados a humanizarlo y perpetuarlo. En la lucha por el sueño (norte)americano, el “héroe colectivo” puede ser héroe o villano.
También por estos lares recrudece el miedo a la masa, al pobrerío en el poder. Aunque la realidad dista mucho, muchísimo, de la posibilidad de que se realice tal posibilidad, Buenos Aires, que quiere ser New York, teme y desconfía.

ÉL

Escribo estas líneas en los alrededores del segundo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. Últimamente ha renacido el afán nominativo que se disparó en los meses que siguieron a esa muerte (le pusieron su nombre, ahora, a una rotonda ubicada en el acceso a la ciudad de La Plata) y también ha resurgido la emoción avivada por el recuerdo. Así como mucha gente prefirió recordar a los Beatles en su versión de dibujo animado, la que puede verse en la película Yellow submarine, muchos evocan a Kirchner en la imagen del Eternéstor, una apropiación publicitaria de la imagen del Eternauta de Héctor Oesterheld para los fines políticos del kirchnerismo. Néstor es también, así, una especie de superhéroe: es el hombre que se animó a salir cuando todos los demás se encerraban en su miedo y preferían no ver, el que caminó bajo la nevada mortal y vivió para contarlo. Pero, a pesar de esa presentación en solitario, se trata de un personaje que homenajea al “héroe colectivo”, por el que está validado y al que, de alguna manera, se encuentra supeditado. La Cámpora, al menos, no deja de insistir en ello.
Aunque la Presidenta ya no lo nombre de esa manera en cada discurso público que pronuncia, Néstor Kirchner sigue siendo “Él”, así, con mayúscula: el mismo término que se utiliza para referirse a Dios. La herejía no debe sorprender (por otra parte, sería sólo un problema de los creyentes reconciliarse con esto) porque en el discurso kirchnerista el Líder comparte características centrales con otros que se atribuyeron literalmente un carácter divino. Como Gilgamesh, el rey era era dos tercios dios, “Él” es individual, único, porque ha borrado a sus antecesores: la lucha por la recuperación de la memoria y la revalidación de los derechos humanos no habría tenido que ver con nada que hubiera hecho Raúl Alfonsín, por ejemplo, de manera que duros y ochentosos días que debió enfrentar aquel presidente (campo de Mayo, Villa Martelli, La Tablada) parecen ahora inexplicables, una obra de ficción. Y los kirchneristas más parlanchines insisten cada tanto en desafiar la cronología peronista afirmando que el de Néstor y el de Cristina han sido los mejores gobiernos en X cantidad de años, donde X tiende peligrosamente a superar hacia atrás, en la línea del tiempo, al primer gobierno de Juan Domingo Perón; aun cuando no lo hace, siempre y sin duda ocluye al tercero. Néstor, héroe y guerrero, dios fundador.
(Por otra parte, hasta Daniel Scioli, en su afán reeleccionista, se permitió gastar millones en una campaña publicitaria que lo mostraba rezando a página entera y con un colofón consistente simplemente en las letras “DS”, la más común abreviatura de “Dios” en los textos de los exégetas. Así que lo de “Él” es cualquier cosa menos extraño.)

LOS INSOPORTABLES

Pero la contracara de ese halo de unicidad sobrehumana es la identificación con el pueblo. “Néstor se hizo carne en su pueblo”, dijo alguien durante las recordaciones por el segundo aniversario de su muerte. Un viejo tópico del populismo es, evidentemente, esta duplicidad de los líderes, que a pesar de procurar una cercanía con el hombre común, integrante del cuerpo popular, a la vez y contradictoriamente es percibido como un hombre superior, de estatura legendaria. Interesantemente, el género discursivo de la anécdota laudatoria, en el cual el pequeño incidente, la respuesta rápida, la ironía certera, colocan al líder por encima de las maquinaciones de los simples mortales, ha tomado como sujetos recurrentes tanto a Perón como a Borges, mutuas antípodas en el espectro de lo popular. Esto sólo es posible gracias a esa tensión entre popular y elitista que ha hecho de Perón lo que fue y de Kirchner lo que viene siendo.
“Insoportablemente vivo” es el lema que tiñó, esta vez, la rememoración del Eternéstor en el Parque Lezama y en otros lugares. Es un lema muy revelador. Kirchner puede no haber sido tan insoportable después de todo (pagarle a alguien todo lo que se le debe difícilmente amerite ser considerado el cenit de la rebeldía), pero en el rescate de las clases populares, más allá del maniqueísmo con que se ha venido dando y de las intenciones ulteriores, se juega una verdad esencial: Néstor es el líder espiritual de los insoportables. Si en tiempos de Perón el adjetivo “descamisado” perdió su carácter descalificatorio para ser adoptado con orgullo por aquellas gentes, hoy se da un fenómeno comparable. El pueblo kirchnerista hace fiestas bajo el lema “Negros De Mierda (NDM)” y se ríe ante el horror de quienes odian esa molesta, peligrosa, intolerable negritud.
Volviendo a Rabkin: I walked with a zombie (1941), uno de los filmes pioneros del género de marras, justifica la aparición de los monstruos en la tradición haitiana del vudú, al menos tal como se la conocía en Norteamérica por aquel entonces. “Esto es, quizá, una justificación para que los zombies sean negros con grandes ojos saltones”, dice Rabkin. “Pero, coincidentemente, para el norteamericano blanco promedio en 1941, los negros son indistinguibles, son ellos: los trabajadores, los sucios, los ‘Necesitamos su trabajo, pero ¿y si no podemos controlarlos?’ Y no podemos controlarlos si, a fin de cuentas, no podemos matarlos.”
Kirchner como el Eternauta es una operación de marketing falaz, el subrayado de un pasado que nunca existió. Kirchner como líder zombie, horror de las clases altas y medias altas, sujeto a fascinación y desconfianza: ésta es una imagen un poco más descriptiva de cierta verdad profunda. En la complejidad de la representación populista le ha tocado el papel de santo patrón, y en la mirada de los privilegiados, la denigración de sus seguidores como criaturas básicas y exentas de toda intelectualidad y sutileza. A Cristina Fernández le ha tocado vivir, aquí en la tierra, con ambas cosas.
Hay mucho, muchísimo para deplorar en las formas y los fondos de la apropiación kirchnerista de “lo popular”. Pero, en definitiva, tal apropiación (y su espejo: la apropiación de Kirchner por parte del pueblo) habla de un vínculo que la política no producía hace tiempo. Al menos por un rato, es hora de brindar por los insoportables.

*Periodista y Escritor


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