31 octubre 2012

Literatura/Entrevista/Entrevista a Damián Huergo/Por Conrado Yasenza


Entrevista  a Damián Huergo/Escritor

IDA: Literatura entre ferrocarriles y librerías

Damián Huergo es Escritor, Periodista, Sociólogo y Docente. Acaba de publicar su primer libro de cuentos-relatos, Ida, (Editorial Parque Moebius, 2012) con el cual obtuvo una mención de honor en el Certamen “Premio Municipal de Literatura Luis José de Tejada” organizado por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Córdoba. En esta entrevista Huergo reflexiona sobre los trenes, las librerías, los climas de época y los cruces entre literatura y sociología.

Por Conrado Yasenza
(para La Tecl@ Eñe)



- Conrado Yasenza: En el libro coexisten dos ámbitos definidos: El Ferrocarril y las Librerías. ¿Cuáles son los puntos de contacto, si existen, que vinculan a estos dos espacios?

- Damián Huergo: La idea original de Ida era escribir un cuento por estación, desde Glew hasta Constitución, el recorrido de una de las líneas del tren Roca. A la vez, había empezado otro proyecto que tenía a diferentes librerías como locación. Ambos estaban atravesados por el mismo personaje, un pibe, estudiante universitario, de clase media devenida “nuevos pobres”, que debía viajar desde la periferia al centro a diario. Los libros eran parte de esos viajes, como hechos sociales que interactuaban con el contexto. Del mismo modo, el cansancio del traslado estaba presente en las jornadas laborales en la librería. El vínculo, además del personaje, pasa por el mapeo de las ruinas que dejó el neoliberalismo: trabajos precarizados, transporte público ineficiente, amores fugaces y todos los etcéteras que conocimos tardíamente.

- CY: ¿Cuándo fueron escritos los cuentos que conforman el libro?

- DH: El tiempo de escritura en sí, va desde el 2005 hasta el 2008. En esos años, en algunos ámbitos, se coreaba la teoría de los no lugares de Marc Auge como si fuese El capital en los setenta. Yo escuchaba y sentía ruido en esas afirmaciones. Me pasaba que viajaba dos horas por día para ir a la facultad o al trabajo y escuchaba esa arenga de que en los lugares -supuestamente negados- no pasaba nada trascendental. Yo veía todo lo contrario: en el tren había más levante que en los boliches, los pasajeros lloraban como si fuese un ámbito privado, se peleaban, reían, puteaban; se cruzaban hombres y mujeres de distintas clases sociales, compartían un asiento cuarenta minutos y respetaban los códigos del viaje sin imponer las relaciones de dominio que los habían moldeado. Veía historias por todas partes, en todos los asientos, en todas las caras. Luego, algo de esas personas se perdía en la confusión de la ciudad o en la familiaridad del barrio. Por eso me centré en ese espacio, en ese momento donde algo de ellos se definía, un punto medio entre el anonimato y la pertenencia, entre lo que eran y aspiraban a ser.

- CY: El clima del libro remite al post 2001. ¿Tuvo, a la hora de escribir los cuentos, la intención de reflejar ese clima de época?

- DH: En el momento de la escritura no fue la intención. En particular me cuesta ponerme un objetivo y decir “voy a escribir sobre tal tema”, como si fuese una composición escolar. Sucede que uno, consciente o no, se vuelca sobre sus obsesiones. Sin dudas que mi percepción del mundo fue modificada por eso que llamamos “diciembre del 2001”; por las asambleas que uno recorrió, las lecturas que me acompañaron, las discusiones en las que participé. Ida no trata puntualmente sobre un hecho de esos días, no apela a la memoria social ni hay un elemento que remita a esa fecha buscando potencia simbólica. El 2001 -y el verano del 2002- se percibe en una taza canjeada en el club del trueque o en un entuerto con turistas para conseguir divisas; detalles que rozan las historias y en simultaneo les dan un contexto de pertenencia histórica.  

- CY: Imagino que Usted es el personaje central de sus relatos, y además teniendo en cuenta que es Sociólogo, ¿cuánto de observación de conductas, ritos, situaciones que se reiteran, hay en la escritura del libro? ¿Es posible arriesgar que existe un cruce entre literatura y sociología?

- DH: Creo que siempre, aunque no sea nuestra voluntad, uno termina hablando de su biografía. Puede hacerlo de diferentes modos: cenando con zombis, atravesando portales o desfigurando un recuerdo. Ida tiene quizá el defecto o tal vez la virtud de los primeros libros: tiré todo lo que vine acumulando durante años: experiencias, construcción de un lenguaje, lecturas y eso que en los primeros años de la carrera llaman “mirada sociológica”. En los cuentos hay señas particulares donde es fácil reconocer al autor. No están puestas para fomentar una imagen ni para exprimir ese limón agrio que es la literatura del yo. Al trabajar con temas que exceden a lo individual, con problemas que suele ocuparse la sociología, la exposición de lo íntimo y familiar me sirvió para la creación del universo del libro. Por ejemplo, tratar sobre la muerte de un padre, el derrumbe económico de la clase media baja, conocer la guerrilla de los 70 por sus poetas, son cuestiones familiares pero que -en función de los relatos- me desbordan hasta hacer desaparecer los hilos que nos enlazan. Me cuesta ver dónde termina la mirada sociológica y dónde continúa el hacer literatura. En todo caso, supongo, todo convive dentro de la misma mescolanza.

- CY: El libro tiene muchas referencias a la zona sur del conurbano. ¿Se debe ello a la decisión de realizar algún tipo de acto reivindicatorio de ese sur?

- DH: Uno de mis objetivos -que me repetía todas las mañanas frente a la computadora- era no hacer literatura barrial, no conurbanizar las historias, no hacer del estigma mediático de vivir en el sur un emblema, como fue habitual en muchos escritores de la última década.  Desde el nombre, Ida, planteo un viaje de un lugar a otro. Esos dos extremos se pueden resumir en la periferia y el centro del área metropolitana, es decir el recorrido que va desde el tercer cordón del conurbano bonaerense hasta la capital. Los personajes no son de un lado ni del otro: viven en tránsito. Por eso creo que el lugar, el espacio físico de los relatos -aun en aquellos cuentos que tienen como locación las librerías- son los vagones del tren; como si fuese el purgatorio, con la particularidad de que en ningún momento queda en claro cuál es el infierno y cuál es el paraíso, si el lugar de llegada o el de partida.

- CY: El tipo de escritura es ágil y directa. ¿Es una elección que tiene algún tipo de conexión con las situaciones que narran los relatos, con el Sur del conurbano, con la cotidianeidad y el acontecer de la vida popular?

- DH: Más que con una situación territorial, espacial, veo la elección de la escritura breve y ágil, en sintonía con los modos de lectura más acotada de la época –como los llama el escritor y crítico Mavrakis. Suele pensarse que la escritura fragmentaria es más sencilla. Creo que es todo lo contrario. Los escritores del siglo XXI nos enfrentamos al desafío de agarrar por las pelotas al lector en el inicio y de dejarlo con las ganas en el final para que salte a la siguiente página. Me dirán que eso pasó siempre; el tema es que al escribir textos breves los comienzos y finales suceden más seguidos. Ya no hay espacio ni tiempo para lagunear. Eso no significa que no se vayan a escribir novelas de mil páginas. Lo que quiero decir es que la brevedad de los textos, de los capítulos, ayuda a los lectores a avanzar y a no abandonar antes de la primera centena. Uno -salvo que sea Nabokov- siempre escribe para otros. Ignorar las condiciones y hábitos de recepción de los nuevos lectores sería romper la estructura básica de la comunicación. Hasta las novelas de largo aliento de los últimos escritores del siglo XX -pienso en 2666 de Bolaño o Cámara Gesell de Saccomanno- dan cuenta de tal transición. En fin, capítulos breves que puedan ser leídos de un tirón mientras se descarga la última serie que pusimos a bajar.

- CY: El último relato, Plaza Constitución, es una suerte de colofón en el que convergen los personajes de todos los relatos. ¿Esto se debe a una decisión literaria, a una suerte de cierre del libro donde convergen todos los protagonistas en una acción solidaria?

- DH: Un poco de ambas. Es una decisión literaria, sobre todo porque considero que más allá de la fuerte presencia de Danilo –el narrador de la mayoría de los cuentos-, el personaje principal es el lugar y las personas que lo transitan. En el último cuento aparece eso que podemos llamar “pueblo” o “multitud” encaminada en un fin colectivo. Sin embargo, dentro de ese bloque también se señalan grietas, subjetividades que siguen operando con la lógica individualista que fueron educados durante la -denominada- segunda década infame. 


- CY: ¿Qué autores argentinos te parecen que han influido en tu escritura y por qué?

- DH: Briante y Tizón, por la simplicidad para narrar un territorio. Elvio Gandolfo, por mostrar la necesidad del humor en la literatura. Gombrowicz, por la irreverencia. Viel Temperley, por enseñarme a comulgar. David Viñas, por exigirme a contextualizar un texto. Walsh y Conti, por rescatar de la banalización la palabra compromiso. Y entre los sub 50, Juan Bautista Duizeide; por la versatilidad de su obra a destiempo de las corrientes de moda, y por la sinceridad y honestidad con que asume la derrota de hacer literatura.

- CY: ¿Qué autores argentinos de tu generación te parecen interesantes y por qué?

- DH: Una de las características de estos años fue la proliferación de buenos ensayistas, que publicaron sus primeros textos en blogs u otras plataformas virtuales. Muchos de ellos también son escritores de ficción o de poesía. Hernán Vanoli me parece interesante por los cruces que hace entre literatura y sociología. Agustín J. Valle por los modos de complejizar el lenguaje de la política sin empantanarlo. Luciano Lamberti y Federico Falco, porque amplían la gama de registros literarios sin perder en el intento. Luciana De Mello por su crítica coherente y con ideas, y no falsamente celebrativa. Y, por último, Fernando Krapp por narrar con caos, dispersión y desparpajo y hacerme reir y pensar en el mientras tanto.


Entrevista realizada por Conrado Yasenza para La Tecl@ Eñe


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