31 octubre 2012

Contrapágina/Editar y editar, esa es la cuestión/Félix Bruzzone


Editar y editar, esa es la cuestión

Por Félix Bruzzone*
(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Kenti


Soy un despistado. A mediados de 2002 un amigo músico estaba haciendo su primer disco y entonces le pregunté cómo iba todo. Lo estoy editando, contestó. Hasta ese momento, pensaba yo que editar era una palabra que sólo se usaba para referirse a la edición de libros.
De hecho, las empresas que se dedicaban a hacer libros se llamaban, como hasta hoy, editoriales. Pero fue un despiste, insisto. Yo ya usaba el Word hacía bastante, así que la palabra “editar” estaba también en el día a día de ese programa antiquísimo; y había escuchado, seguramente muchas veces, eso de editar un disco, una noticia, una película. Pero nunca se me había ocurrido que ese uso de la palabra “editar” podía haberse extendido hasta mis amigos, que nunca habían hablado de cosas semejantes. Igual, no le presté atención, y hasta pensé que mi amigo, entusiasmado con su disco, se había apropiado de una de esas jergas insoportables que, para contraseña de los iniciados y segregación de los neófitos, tienden siempre a oscurecerlo todo.
Al tiempo, le pregunté también a un amigo director de cine cómo iba con su primera película. Esta vez, cuando me dijo que la estaba “editando”, pensé en una especie de virus. Por lo que parecía, no hacía falta ser parte de ninguna secta o sociedad secreta para usar la palabrita esa. Si lo hacían mis amigos, lo podía hacer cualquiera. De hecho, cuando les mostré a ellos lo que yo mismo estaba escribiendo por esa época, me dijeron que lo que yo necesitaba era un editor. ¿Un editor?, ¿ustedes piensan que esto podría publicarse? No, eso sería después, ahora necesitás a alguien que te ordene un poco todo, que te oriente un poco.
Porque editar era eso, cierto. Ordenar, emprolijar, mejorar.
Y fue por esa época que estalló (al menos para mí), la era del photoshop.
El verbo “photoshopear” era más específico que “editar”; pero su uso, creo, se extendió bastante más allá del universo de las fotos. Para ironizar, por ejemplo, “photoshopear” estaba bien. Aunque aclaro que yo nunca lo usaba, y me quedaba con mi viejo y conocido “editar”. Como mucho, llegaba a usar el genérico, y más local, “producir”.
Eran meses de grandes cambios. No sólo materiales, o visuales. Cambios afectivos. Las palabras, y el desorden de esas palabras que ya empezaba a usar hasta la insufrible gente despistada como yo, conservadora y poco efusiva, daban cuenta de todo esto. Y no por internet y el sinnúmero de programas y aplicaciones que empezaron a pulular desde entonces, hasta el éxtasis de la web 2.0. No por eso que comenta Mariano Blatt sobre el mundo de los putos a partir de internet, primero, y de la web 2.0, después: ese universo en constante expansión al que hoy internet acelera como nunca jamás.
O sea: no por la influencia de las nuevas tecnologías. Eso es casi anecdótico. Las tecnologías podrían haber sido otras. Lo que había, creo, era una necesidad de algo nuevo, y una inmensa imaginación alrededor. En 2001 había caído el muro de la General Paz y el conurbano bonaerense había dado su veredicto sobre por dónde venían los trenes. El viejo romance con los 90, ya decadentes, espesos, abarrotados de secciones para el amor, todas apelmazadas en estanterías de locales de todo por dos pesos en los que ya casi nada costaba dos pesos, daba lugar a pensar lo nuevo con sensación de mariposas en la panza, que todo lo mezclan.
Así fue que en 2006, víctimas, y agentes, de todo ese colorido big bang, con unos amigos escritores fundamos una editorial y nos convertimos en editores. La era de las editoriales independientes nos agarró al pasar y nos puso velozmente sobre la cinta transportadora. Carlos Gamerro nos dijo, en aquellos días: “¿Otra editorial independiente?”. Daniel Guebel también dijo lo suyo: “Antes hacían bandas de rock, ahora hacen editoriales independientes”. Mi admiración para ambos. Hay algo de cierto en esos empujones al abismo. Pero también algo de irónico, que acaso valga más. Aunque… qué decir; hoy, como me pasaba en 2002, nadie sabe bien qué es un editor (ni siquiera en una editorial grande), y es porque creo que el amor sigue pinchando, y mezcla todo.

*Escritor. Autor de la novela “Los Topos”


No hay comentarios:

Publicar un comentario

comentarios