30 agosto 2012

Política/Variaciones en sol mayor para entender la Argentina/Giles Jorge


Variaciones en sol mayor para entender la Argentina

Los procesos de transformación se miden y cualifican, en primer lugar, por su encastre histórico. Es difícil que un gobierno, del signo que sea, se proponga medidas que modifiquen de cuajo la realidad, sin la necesidad de abrevar en la historia del país. Por ello es necesario darle historicidad al proyecto nacional, popular y democrático del Siglo XXI, que expresa y lidera Cristina Fernández de Kirchner, para revertir aquella centralidad aristocratizante y anacrónica cuya finalidad es volver a la preeminencia del mercado por sobre la política.


Por Jorge Giles*
(para La Tecl@ Eñe)



A pocas semanas de morir José de San Martín, uno de los políticos unitarios más reconocidos en esa época, Valentín Alsina, hablaba así de nuestro Libertador, según archivo citado por Norberto Galasso en su monumental obra Seamos libres y lo demás no importa nada:
“Como militar fue intachable, un héroe, pero en lo demás era muy mal mirado de los enemigos de Rosas…Ha hecho un gran daño a nuestra causa con sus prevenciones, casi agrestes y cerriles, contra el extranjero…Era de los que en la causa de América no ven más que la independencia del extranjero, sin importársele nada de la libertad y sus consecuencias…Y todavía lega a Rosas, tan luego su espada. Esto aturde, humilla e indigna…Por supuesto, en el diario me he guardado de decir nada de esto”.
Aquel unitario, honrado como tantos partidarios suyos en plazas, calles y ciudades,  escribió estas líneas llenas de odio en una carta fechada el 9 de noviembre de 1850.
Como sabemos, San Martín falleció el 17 de Agosto de ese mismo año.
Traemos esta cita porque en estos días sanmartinianos también vemos y oímos a personajes políticos y mediáticos que redoblan la apuesta discursiva de aquellos unitarios del siglo XIX.
Los diarios que responden a la corporación monopólica y sus asociados, publican sin pudor alguno, sus despiadadas críticas al modelo político liderado por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, haciendo eje en la necesidad de liberar el mercado cambiario, ingresar al mercado de capitales, asociarnos al flujo financiero del mercado global impulsado por el FMI y la banca mundial.
Para ellos, el mercado y no la política, definen nuestra suerte como país.
Así nos fue cuando fueron gobierno.
Cuando Mauricio Macri, por ejemplo, critica al gobierno “por su aislamiento del mundo” está resignificando aquello que los rivadavianos y mitristas de viejo cuño condenaban en San Martín y los Caudillos federales.
Releamos nuevamente a Valentín Alsina tirando lodo sobre el cadáver aún caliente del Padre de la Patria: “…era de los que en la causa de América no ven más que la independencia del extranjero, sin importársele nada de la libertad y sus consecuencias”.
¿No es lo mismo que escriben las editoriales de Clarín, La Nación y sus repetidoras para condenar las políticas del gobierno nacional? 
Alsina, como Macri y Bonelli hoy, no estaba en condiciones de apreciar que no cabe en el pensamiento liberador de un hombre como San Martín, otra idea principal que la lucha por la Independencia y la Soberanía. Y que para él, la libertad y sus consecuencias eran fruto de la Independencia o no eran nada.
San Martín no hizo la Revolución para morirnos de hambre, sino para poder comer y gozar en un país más libre, más justo y más igualitario.
En un país dependiente, toda “la libertad” cabe en un salón de la Sociedad Rural.
Del mismo modo, y hablando de nuestro tiempo, no hay mejor idea en el rumbo que eligió Néstor Kirchner y profundiza Cristina, que el desendeudamiento externo como herramienta imprescindible para liberarnos del constante y cíclico estrangulamiento que sufría nuestro país cuando la política la dictaban los mercados y no la política soberana de la democracia.
Los procesos de transformación se miden y cualifican, en primer lugar, por su encastre histórico. Es difícil, por no decir imposible, que un gobierno, del signo que sea, se proponga medidas que modifiquen de cuajo la realidad, sin la necesidad de abrevar en la historia del país.
La dictadura cívico militar se autoreferenciaba ideológicamente en la “Generación del 80”, en Rivadavia, en Mitre, en Caseros. Y tenían sus razones para hacerlo.
¿Cuál fue y sigue siendo la perversa táctica recurrente de esos enemigos de un país inclusivo, soberano, democrático, latinoamericano?: lograr la fragmentación y la descentralización de nuestro pensamiento. Y no nos referimos sólo al pensamiento más elaborado políticamente, más estratégico, más elevado, más filosófico.
Hablamos de ese pensamiento pero también del cotidiano, del que nos mueve las aspas del molino, del que nos lleva de casa al trabajo y del trabajo a casa o a al club del barrio, al local partidario, a la capilla, al café de todos los días, a la Plaza de Mayo. 
La centralidad del viejo país, después de la derrota de nuestros padres fundadores en el siglo XIX, la puso siempre el pensamiento unitario, colonizado, dependiente y excluyente de las clases populares.
En consecuencia, es necesario darle historicidad al proyecto nacional, popular y democrático del Siglo XXI que expresa y lidera Cristina para revertir aquella centralidad aristocratizante y anacrónica.  
Para eso se hace imprescindible encontrarle conectividad a los argumentos que están enraizados en la misma historia de nuestro país.
Digámoslo sin ambigüedades: el proyecto nacional nació con la patria, cayó derrotado una y cien veces, volvió a renacer, fue derrotado nuevamente y desde hace más de 9 años va camino a convertirse en el pilar inconmovible de un país con destino a ser libre, justo y democrático por 200 años más.
Por eso la tensión que recurrentemente alimentan los destituyentes. Saben o intuyen que esta vez perdieron la partida de la historia.
Conclusión hasta acá: la pugna sigue siendo entre dos proyectos de país. Pase y tome ubicación. Hay lugar para todos.
Sigamos.
La reciente y caótica situación vivida y sufrida en la Ciudad de Buenos Aires tiene como trasfondo el talante de los políticos de la derecha que no reconocen otro estanque donde abrevar sus ideas que no sea el viejo estanque de las aguas quietas del neoliberalismo de finales del siglo XX.
Macri es esa vieja política.
Lo es cuando hoy dice una cosa y mañana dice otra, como pasó con los Subtes.
Lo es cuando pide a los gritos que quiere lo autoricen a endeudar la Ciudad en el mercado de capitales.
Lo es cuando condena la política de unidad latinoamericana de Cristina y propone una nueva alianza con los países centrales del hemisferio norte.
Lo es cuando, banalizando todo, privilegia la forma sobre el contenido.
Lo es cuando bastardea el valor de la política y de la palabra.
Podríamos seguir, pero alcanza hasta aquí para definirlo.
Aún así, pese a Macri y esa intransigencia divisionista de la sociedad que vanamente intenta lograr, la unidad de la Nación Argentina está favorablemente sustentada por la convivencia democrática y por la representación institucional que plenamente ejerce la Presidenta.  
Hoy todos estamos convencidos que no hay atajos, que la única puerta de salida posible será siempre, según marque el calendario electoral, una urna llena de votos del pueblo. 
Pero el núcleo de la unidad nacional es otra cosa: precisa de la coincidencia vital e imprescindible de aquellos que están decididos, con aciertos y errores, a forjar sin tapujos un proyecto de país industrializado, soberano e integrado fuertemente a la América del Sur.
Esa es la nueva centralidad de los argentinos y es la clave de sol para entender esta Argentina.
Algo parecido a los conflictos suscitados en la Ciudad de Buenos Aires y que afectan principalmente a los trabajadores y a los usuarios de lo público, sucede con las decisiones políticas, contrarias a las políticas emanadas del modelo nacional,  implementadas por algunos gobernadores como José Manuel de la Sota en Córdoba y Daniel Scioli en Buenos Aires.
Uno afecta las jubilaciones de los trabajadores públicos y otro afectó el derecho al aguinaldo y ahora amenazaría con afectar derechos que hacen a la calidad de la educación pública. 
Pues bien; si el parámetro de la unidad fuese la vieja política de la rosca, aunque no se la asuma como tal, va de suyo que sería de necios atentar contra un entramado de alianzas que, se presume, a la larga redundará en votos.
Si el parámetro fuese la forma y no el contenido de las políticas diseñadas e implementadas nacionalmente, va de suyo que no hay forma más tranquila y elegante de vivir que hacerlo sin conflictos ni desavenencias en la cima de la gobernabilidad. 
Pero si el parámetro es garantizar, en un mundo que se cae, la coherencia de un rumbo nacional cada vez más inclusivo socialmente y a la vez garantizar, que cualquier sintonía fina se  realizará reordenando eficientemente la casa propia, pero afectando sólo los intereses de los que más tienen para poder resguardar los derechos del  pueblo, entonces, el conflicto entre intereses contrapuestos es inevitable.
Cada uno elije a quién defender y a quién enfrentar en consecuencia. A esta altura de la historia, nadie puede hacerse el distraído.
El proyecto nacional y popular no afecta el trabajo de los trabajadores, los recupera.
No cierra hospitales, los abre.
No oscurece ciudades, las ilumina.
No ajusta el “gasto público”, invierte en consumo, en educación, en salud, en producción, en industrialización, en desendeudamiento externo.
De tal manera que la unidad nacional tan deseada, con todas las variaciones que sean posibles y necesarias, sólo se instrumentará en esa clave de sol de la que hablamos antes.
Ojala todos los instrumentos se afinen en la misma clave.
Sea para las mayorías, sea para las minorías, la más maravillosa música tendría que ser  siempre la misma. 

 *Periodista y escritor

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