28 junio 2012

Política/Consensos y Confrontación/Sobre consensos a definir, a escribir.../Por Oscar Steimberg


Sobre consensos a definir, a escribir… 


Hoy tanto el consenso como la confrontación se definen en términos de temas y motivos múltiples. En cada etapa de conflicto puede tomar la escena un eje de oposición, que prevalece con respecto a otros en el conjunto del discurso político del momento, pero se trata de un momento con una extensión de vigencia que, aquí y en los otros espacios políticos del mundo, se presenta como de difícil descripción.


Por Oscar Steimberg*

(para La Tecl@ Eñe)    
Ilustración:Mauricio Nizzero                                                                                                                     



La experiencia contemporánea de todo lector, espectador, buscador u operador de la comunicación política le indica que las escenas que pueden entenderse como de confrontación, así como las llamadas de consenso, requieren para su interpretación, o simplemente para su reconocimiento, el acceso a datos múltiples. Tal vez haya sido siempre así, y no lo advertíamos porque eran muchos los factores de conflicto que permanecían estables de un enfrentamiento al otro. Ahora son también esos los que pueden exhibir una condición de novedad, y hasta de fugacidad. Y entonces es como si distintas denominaciones fueran cambiando (se mostraran cambiando) continuamente de sentido, o, en otros casos, como si algunos de sus significados posibles, y así estaría pasando con “confrontación”, hubiera crecido con respecto a los otros. El diccionario de la R.A.E. da un significado primero: “careo entre dos o más personas”, otro en segundo lugar: “cotejo de una cosa con otra”, y después un tercero: “acción de confrontar (ponerse una persona frente a otra); y hasta incluye un cuarto: con la aclaración de que se trata de un significado ya en desuso, agrega: “simpatía, conformidad natural entre personas o cosas”. Como si el cuarto sentido entrara a confrontar con los otros cabeza abajo. Aunque hoy, claro, habría que ver…
Por supuesto, es difícil, en relación con el eje consenso / confrontación, elegir una entrada temática. Hoy tanto el consenso como la confrontación se definen en términos de temas y motivos múltiples. En cada etapa de conflicto puede tomar la escena un eje de oposición, que prevalece con respecto a otros en el conjunto del discurso político del momento, pero se trata de un momento con una extensión de vigencia que, aquí y en los otros espacios políticos del mundo, se presenta como de difícil descripción... Y como efecto de la dificultad general instalada para reducir el número de los temas de cada puesta en fase de proyectos y propuestas la confrontación puede aparecer como el resultado de una oposición entre modos de hacer, que sustituye en principio a la que se establecería entre conceptos políticos con clausura temática. Y cuando la confrontación es entre haceres, pasa algo también en lo que respecta a la dimensión, o más bien el peso, del discurso.
Porque el problema no es, aunque a veces se acerque a esto, el de que los conceptos de base de cada corriente política hayan tomado la forma de proposiciones no previsibles, surgidas de una discusión derivante. Más bien, las dificultades surgirían de la necesidad de atender a una exigencia tácita de la comunicación contemporánea: la de que las proposiciones se digan, en cada formulación de la propuesta general, con recursos conceptuales y formales que se muestren elegidos para ese discurso, en ese momento político, social, económico y cultural. Como si hubieran caído (nunca será cierto del todo) los derechos de la repetición, y aunque se trate de una exigencia ante la que es difícil no fracasar (de hecho, ante la que casi todos, en principio, fracasan).
En discusiones contemporáneas sobre la definición del posicionamiento de los interlocutores en una situación de debate, uno de los temas de mayor tratamiento ha sido el de la aceptación o el rechazo de la universalidad de una regla por la que regiría, según una de las definiciones propuestas, “una especie de preconsenso interlocutorio” entre los sujetos de una discusión a partir de, al menos, el reconocimiento compartido de que se encuentran en una situación de interlocución, y de que en algo, entonces, sus roles son similares y son intercambiables. Se señala al respecto que parte del efecto social de los debates públicos –los efectos de confirmación de los vínculos generales sobre los que se construye la relación interlocutiva- depende de la implicación en la comunicación de ese consenso.
La disidencia tomó la forma de un pedido de acotación de los alcances de ese efecto: se dijo, por ejemplo, que “es erróneo creer que todos los géneros del discurso ofrecen la misma disposición[1]”. En el sentido de que distintos usos del lenguaje pueden tomar la escena más allá de los implícitos de un consenso interlocutivo, o de unas previsiones específicas con respecto a los modos de su escucha o su lectura; todo puede complicarse y pedir atención a su condición de novedad, a partir de juegos y proposiciones de diversa índole que no definen de entrada el modo de jugar o responder.
Podríamos pensar, ya acercándonos a otro debate, que el “estilo de época”, dentro y fuera de nuestro espacio cultural y político, ha generalizado esa posibilidad. Se dijo mucho: podríamos decir una vez más que la mostración del ir haciéndose del propio discurso es actualmente una necesidad expuesta en toda producción textual destinada a una circulación no previsible, tanto en el campo de las artes en sentido tradicional como en el del conjunto de los géneros mediáticos. El lugar del curador crecido en toda manifestación artística es compartido por el artista que suspende el cierre del momento de producción de su obra y asume además, él mismo, su instancia crítica, y por  su público, convocado de distintos modos a una performance de la espectación.
Pero no se trata de fenómenos circunscriptos al campo del arte, y el del discurso político ha sido tan sensible a ese estallido lúdico y metadiscursivo como el de la información. Y con enunciaciones que lo practican como propio (al discurso que se muestra como específicamente político) desde lugares en los que se evitaba asumirlo como marca: cuando el acontecimiento informado ha sido el discurso de una figura pública en los medios informativos se lo trabaja desde los medios como insumo de diálogo (a veces comentando frase por frase), o como conjunto de síntomas (a interpretar, también por fragmentos, desde diferentes disciplinas), o como texto multilingüe, dirigido, con apelación a jergas a reconocer y descifrar, a una sucesión de destinatarios a la vez secretos y públicos.
Pero el discurso del funcionario o el político, enunciado ahora como la primera instancia de una circulación multigenérica (a la mañana siguiente se lo verá trabajado como relato policial, como teatro de costumbres, como autobiografía, como round…), también ha crecido en diversidad. Por motivos que exceden los provistos por el tratamiento mediático (dicen que hoy el político, tanto el de acá como el del resto del mundo, tiene que demostrar que su discurso da cuenta no sólo de su proyecto de gestión, sino también del misterioso día que pasa), los discursos oficiales también tienen formas y procederes múltiples. Y el tema del día pudo ser escandido en la alternancia con las anécdotas del chiste popular (en Chávez), con el dato puesto con inflexión de discusión parlamentaria (Cristina) o con la convocación histórica y étnica, en formas múltiples, de los pueblos originarios (Morales). En cada caso, como un recurso entre muchos; y entrando en asociaciones impredecibles con las formas y tonalidades amigas y enemigas del contexto.
Tratando de volver a la relación entre consenso y confrontación en nuestro discurso político: la comunicación multigenérica y multiestilística que, por ahora, parece haber vuelto para quedarse, practicada, con intención o no, por todos los personajes en escena, parece también prometer, una vez más, confrontaciones y consensos a definir y redefinir durante su desarrollo. Tal vez como pasó en los períodos fundacionales de los partidos nacidos sin libro (el radicalismo primero, el peronismo después), con los partidos con libro tratando, sin lograrlo, de hacer entender que los consensos y las confrontaciones tenían que haber sido, primero, escritos. Lo que no implicó, de ninguno de los dos lados, falta de escritura. Probablemente, sí, una diferencia más en relación con el concepto de cierre: una contemporaneidad con novedoso ejercicio de gobierno vuelve a la argumentación de fuera del discurso. Unos haceres convocan consensos que deben definirse en términos de lo que ha ocurrido en términos de cambio de relaciones, de paisaje...


* Semiólogo, escritor y poeta.



[1] La acotación del campo a la que se hace referencia es la propuesta por Jean François Lyotard, a partir de un debate con Richard Rorty, en Moralidades posmodernas, ed. Madrid, Tecnos, 1998 (1993), especialmente cap. 9.

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