El espacio de pensamiento sobre lo público, que utópicamente imaginamos
como un espacio terso, de planos que se superponen y se cortan sin
determinaciones últimas, parece ordenarse en esta época a partir de dos axiales
que prescriben el sentido basal de lo que se significa con cada enunciado que
se pronuncia. Esos dos axiales discursivos, que determinan el ordenamiento del
campo simbólico y político contemporáneo, son la épica y el cinismo. ¿Qué hacer
cuando los discursos y posiciones sobre lo público sólo se orientan, en su
mayoría, en torno y a partir de ellos? Apelar a la crítica, para que irrumpa
entre ambos, quizá sea una de las posibles respuestas.
Ilustración: Lo Bianco
Por Alejandro Boverio*
(para La Tecl@ Eñe)
El espacio de pensamiento sobre
lo público, que utópicamente imaginamos como un espacio terso, de planos que se
superponen y se cortan sin determinaciones últimas, parece ordenarse en esta
época a partir de dos axiales que prescriben el sentido basal de lo que se significa
con cada enunciado que se pronuncia. Es lo que predetermina aquello que se dice
y se piensa, y que no está dado inicialmente por las posiciones institucionales
o económicas de aquel que lo pronuncia (aunque sin dudas ellas también son
mediaciones necesarias que determinan su sentido), sino por cierta politicidad
que encuentra, en el discurso, su lugar de visibilidad más eminente.
¿En qué sentido un discurso puede
tener un ordenamiento? Ya Foucault nos enseñó suficiente sobre este problema
que, en la actualidad, encuentra su planteamiento más extremo a partir de una
disputa en torno a cómo debe entenderse lo público. Efectivamente, el
ordenamiento se encuentra dado por dos planos axiales que suturan gran parte
del flujo discursivo y, así, restan profundidad crítica a un discurso que se
vuelve, en última instancia, superficial,
ya que se adhiere sin más a la superficie de uno de estos planos axiales y
pierde de vista, entonces, la complejidad de lo real.
Esos dos axiales discursivos, que
determinan el ordenamiento del campo simbólico y político contemporáneo, son la
épica y el cinismo. En el primer caso, nos referimos a cierta estetización de la política cuya función
tiende fundamentalmente al culto. En el segundo, y como contrapartida, pensamos
en un pathos escindido de cualquier vínculo
con lo que es, y que se piensa a sí mismo más allá de todo, en términos notoriamente
individualistas. ¿Qué hacer cuando los discursos y posiciones sobre lo público sólo
se orientan, en su mayoría, en torno y a partir de ellos? Debemos apelar a la
crítica, para que irrumpa entre ambos, esto es, entre la épica y el cinismo.
Pero no como un axial intermedio que vendría a “conciliar lo inconciliable” de
dos formas tan disímiles como engañosas para pensar lo público, sino, por el
contrario, como la forma que, en su irrupción, pone de manifiesto cómo está
dado este ordenamiento y lo querella sin concesiones. Por supuesto, esto nunca
puede hacerse en abstracto sino en concreto, es decir, a partir de cierto
problema político que esté siendo tensionado en una coyuntura histórica por
estos dos axiales que hoy parecen dominar el espacio de pensamiento.
En este caso, y a partir del tema
que se nos propone para esta ocasión, la del vínculo entre el campo social y el
campo político en esta época, quiero cuestionar cierta división analítica en la
que muchas veces se monta un discurso cínico para operar una disyunción que
tiene consecuencias directas sobre lo real: esto es, una separación radical entre
el campo político y el campo social. Lo que quiero señalar, en primer lugar, es
la ficción de tal disyunción, ya que el ordenamiento del espacio discursivo en
la forma indicada, atraviesa a los dos campos, de una punta a la otra. La
operación cínica de esta división apunta, en cierta medida, a una despolitización
de lo social. Un solo ejemplo para ilustrar la cuestión. Una nota del último
domingo que está en la portada del diario La Nación ,
es titulada con el imperativo “Con amigos, de política mejor ni hablar”. Y la
bajada, como se dice, afirma a su vez lo siguiente: “Las discusiones en torno
del kirchnerismo producen trastornos, peleas, distanciamientos”. ¿De qué
amistad se está hablando? Además del hecho de que un discurso superficial como ése
no hace más que insistir en la homogeneidad discursiva a la que me refería
antes, al mismo tiempo pretende borrar ilusoriamente del campo de lo social
aquello que lo funda como tal: esto es, lo político. ¿Pero cómo excluir de lo
político, a su vez, el movimiento de lo social? La pretensión de que lo que
sucede en el campo político puede aislarse de lo social ya fue criticada como
ilusoria por Marx en La miseria de la
filosofía: “No digáis que el movimiento social excluye el movimiento
político. No hay jamás movimiento político que, al mismo tiempo, no sea social”.
Por otro lado, tenemos la
prerrogativa del discurso épico que, por oposición al discurso cínico, no
genera una disyunción absoluta de ambos campos, sino que, al contrario, impulsa
una suturación total de un campo al otro. De este modo, cualquier fenómeno o
experiencia del campo social, por más mínima o íntima que sea, para este
discurso responde o debe responder solamente a la lógica política. Esa
suturación, que anula en cierto modo al campo social o, mejor dicho, lo hace
funcional exclusivamente a la lógica de lo político, produce en lo real un reduccionismo
equivalente al del discurso cínico. Y esta crítica que es preciso acometer
frente a la suturación de un campo a otro, no debe ser confundida con la
crítica liberal que, en última instancia, se reconoce en la exaltación de una
sociedad civil compuesta por individuos completamente autónomos (que, vale
aclarar, no existen ni nunca existieron), y para la que lo político no debería
interferir en lo social. En efecto, lo político es intrínseco a lo social y, en
ese sentido, no puede eliminarse. Sin embargo, ello tampoco equivale a que lo
social pueda ser reducido sin más a lo político.
La tensión de oposición en la que
se sostienen ambos discursos, uno afirmando una completa separación de los dos
campos y el otro una absoluta subsunción de un campo al otro, ignora la
posibilidad de una autonomía relativa del campo social con respecto al campo
político: esto es, que al tiempo que el campo social se mantiene en su propia
lógica no puede sino también reclamar necesariamente momentos de contacto con
el campo de lo político. Pensando, en el campo de lo social, desde, por
ejemplo, la cuestión de la universidad, pasando por los movimientos sociales, y
llegando hasta el más íntimo vínculo humano, creo que tanto el hecho de reducirlos
a una funcionalidad política como el de dejarlos girando en el vacío de una
autonomía absoluta, ejercen una violencia no sólo sobre un campo, sino sobre
los dos y su relación. Es la violencia de un pathos discursivo que constituye tanto al discurso épico como al
cínico, y que es necesario cuestionar.
* Filósofo y Sociólogo.
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