28 junio 2012

Política/Consensos y confrontación/La crítica: entre la épica y el cinismo/Por Alejandro Boverio


La crítica: entre la épica y el cinismo


El espacio de pensamiento sobre lo público, que utópicamente imaginamos como un espacio terso, de planos que se superponen y se cortan sin determinaciones últimas, parece ordenarse en esta época a partir de dos axiales que prescriben el sentido basal de lo que se significa con cada enunciado que se pronuncia. Esos dos axiales discursivos, que determinan el ordenamiento del campo simbólico y político contemporáneo, son la épica y el cinismo. ¿Qué hacer cuando los discursos y posiciones sobre lo público sólo se orientan, en su mayoría, en torno y a partir de ellos? Apelar a la crítica, para que irrumpa entre ambos, quizá sea una de las posibles respuestas.

Ilustración: Lo Bianco 

Por Alejandro Boverio*
(para La Tecl@ Eñe)



El espacio de pensamiento sobre lo público, que utópicamente imaginamos como un espacio terso, de planos que se superponen y se cortan sin determinaciones últimas, parece ordenarse en esta época a partir de dos axiales que prescriben el sentido basal de lo que se significa con cada enunciado que se pronuncia. Es lo que predetermina aquello que se dice y se piensa, y que no está dado inicialmente por las posiciones institucionales o económicas de aquel que lo pronuncia (aunque sin dudas ellas también son mediaciones necesarias que determinan su sentido), sino por cierta politicidad que encuentra, en el discurso, su lugar de visibilidad más eminente.
¿En qué sentido un discurso puede tener un ordenamiento? Ya Foucault nos enseñó suficiente sobre este problema que, en la actualidad, encuentra su planteamiento más extremo a partir de una disputa en torno a cómo debe entenderse lo público. Efectivamente, el ordenamiento se encuentra dado por dos planos axiales que suturan gran parte del flujo discursivo y, así, restan profundidad crítica a un discurso que se vuelve, en última instancia, superficial, ya que se adhiere sin más a la superficie de uno de estos planos axiales y pierde de vista, entonces, la complejidad de lo real.
Esos dos axiales discursivos, que determinan el ordenamiento del campo simbólico y político contemporáneo, son la épica y el cinismo. En el primer caso, nos referimos a cierta estetización de la política cuya función tiende fundamentalmente al culto. En el segundo, y como contrapartida, pensamos en un pathos escindido de cualquier vínculo con lo que es, y que se piensa a sí mismo más allá de todo, en términos notoriamente individualistas. ¿Qué hacer cuando los discursos y posiciones sobre lo público sólo se orientan, en su mayoría, en torno y a partir de ellos? Debemos apelar a la crítica, para que irrumpa entre ambos, esto es, entre la épica y el cinismo. Pero no como un axial intermedio que vendría a “conciliar lo inconciliable” de dos formas tan disímiles como engañosas para pensar lo público, sino, por el contrario, como la forma que, en su irrupción, pone de manifiesto cómo está dado este ordenamiento y lo querella sin concesiones. Por supuesto, esto nunca puede hacerse en abstracto sino en concreto, es decir, a partir de cierto problema político que esté siendo tensionado en una coyuntura histórica por estos dos axiales que hoy parecen dominar el espacio de pensamiento.
En este caso, y a partir del tema que se nos propone para esta ocasión, la del vínculo entre el campo social y el campo político en esta época, quiero cuestionar cierta división analítica en la que muchas veces se monta un discurso cínico para operar una disyunción que tiene consecuencias directas sobre lo real: esto es, una separación radical entre el campo político y el campo social. Lo que quiero señalar, en primer lugar, es la ficción de tal disyunción, ya que el ordenamiento del espacio discursivo en la forma indicada, atraviesa a los dos campos, de una punta a la otra. La operación cínica de esta división apunta, en cierta medida, a una despolitización de lo social. Un solo ejemplo para ilustrar la cuestión. Una nota del último domingo que está en la portada del diario La Nación, es titulada con el imperativo “Con amigos, de política mejor ni hablar”. Y la bajada, como se dice, afirma a su vez lo siguiente: “Las discusiones en torno del kirchnerismo producen trastornos, peleas, distanciamientos”. ¿De qué amistad se está hablando? Además del hecho de que un discurso superficial como ése no hace más que insistir en la homogeneidad discursiva a la que me refería antes, al mismo tiempo pretende borrar ilusoriamente del campo de lo social aquello que lo funda como tal: esto es, lo político. ¿Pero cómo excluir de lo político, a su vez, el movimiento de lo social? La pretensión de que lo que sucede en el campo político puede aislarse de lo social ya fue criticada como ilusoria por Marx en La miseria de la filosofía: “No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay jamás movimiento político que, al mismo tiempo, no sea social”.
Por otro lado, tenemos la prerrogativa del discurso épico que, por oposición al discurso cínico, no genera una disyunción absoluta de ambos campos, sino que, al contrario, impulsa una suturación total de un campo al otro. De este modo, cualquier fenómeno o experiencia del campo social, por más mínima o íntima que sea, para este discurso responde o debe responder solamente a la lógica política. Esa suturación, que anula en cierto modo al campo social o, mejor dicho, lo hace funcional exclusivamente a la lógica de lo político, produce en lo real un reduccionismo equivalente al del discurso cínico. Y esta crítica que es preciso acometer frente a la suturación de un campo a otro, no debe ser confundida con la crítica liberal que, en última instancia, se reconoce en la exaltación de una sociedad civil compuesta por individuos completamente autónomos (que, vale aclarar, no existen ni nunca existieron), y para la que lo político no debería interferir en lo social. En efecto, lo político es intrínseco a lo social y, en ese sentido, no puede eliminarse. Sin embargo, ello tampoco equivale a que lo social pueda ser reducido sin más a lo político.
La tensión de oposición en la que se sostienen ambos discursos, uno afirmando una completa separación de los dos campos y el otro una absoluta subsunción de un campo al otro, ignora la posibilidad de una autonomía relativa del campo social con respecto al campo político: esto es, que al tiempo que el campo social se mantiene en su propia lógica no puede sino también reclamar necesariamente momentos de contacto con el campo de lo político. Pensando, en el campo de lo social, desde, por ejemplo, la cuestión de la universidad, pasando por los movimientos sociales, y llegando hasta el más íntimo vínculo humano, creo que tanto el hecho de reducirlos a una funcionalidad política como el de dejarlos girando en el vacío de una autonomía absoluta, ejercen una violencia no sólo sobre un campo, sino sobre los dos y su relación. Es la violencia de un pathos discursivo que constituye tanto al discurso épico como al cínico, y que es necesario cuestionar.


* Filósofo y Sociólogo.



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