28 junio 2012

Política/Consenso y Confrontación/La hipocresía del consenso/Por Rubén Dri


La hipocresía del consenso


Las grandes corporaciones económicas, financieras, agrarias, mediáticas, tienen sus voceros que continuamente aluden a la muletilla del consenso y acusan al kirchnerismo de haber implantando en el país un régimen dictatorial o por lo menos autoritario. ¿Qué entienden los voceros de dichas corporaciones por “consenso”? Que sus intereses no sean tocados. Por lo menos desde que Hegel nos ilustró sobre la dialéctica del señor y el siervo sabemos que dicha contradicción no se resuelve por consenso. El consenso debe buscarse entre los sectores sociales que intentan liberarse de la dominación.


Por Rubén Dri*

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Juan Carlos Boveri
         
    


              En la pueblada del 19-20 de diciembre de 2001 los sectores populares ocuparon el espacio público y decretaron  el fin de una época, el quiebre del proyecto de dominación en su fase más mortífera que se conoce como neoliberalismo. El ¡que se vayan todos, que no quede ni uno solo! que atronó los aires durante días  y días, expresaba un  rechazo visceral, que salía de las entrañas en una pasión desbordante, no desprovista de racionalidad. Fue una conjunción superadora de pasión y razón.

                La pasión mueve a los sujetos, hace caminar la historia. Ninguna obra grande se ha hecho nunca sin pasión, ya sea en literatura, música, ciencia, filosofía, religión, arte o política. Pero no se trata de la pasión sola ni de la pasión como orientadora del movimiento, sino de la pasión orientada por la razón que no necesariamente es la razón académicamente desarrollada.

                Hegel afirma que hay un instinto de la razón. Cuando se llega a establecer una ley mediante la inducción a partir de casos particulares, en realidad lo que se ha hecho es seguir el instinto de la razón que no necesita dichos casos, los cuales no constituyen otra cosa que la aplicación de una ley que instintivamente se conoce de antemano. En la pueblada en cuestión, de tal manera la pasión que agitó a los sectores populares se encontraba orientada por la razón, que toda la violencia se dirigió hacia los verdaderos enemigos, no hacia los compañeros.

                La pueblada ponía al descubierto la contradicción entre dos proyectos de país. Uno hasta ese momento hegemónico que pugnaba por permanecer e incluso profundizarse a costa de los sectores populares, provocando superconcentración de riqueza y poder por una parte, y  desocupación, hambre y miseria, por otra. El otro, no formulado, latente, en busca de quien fuese capaz de articularlo y ponerlo en movimiento. En suma un proyecto dominante que se proponía continuar y otro, que todavía no lograba formularse positivamente. Se producía, de esa manera, la primera negación.

                Faltaba la segunda negación, la negación de la negación, o sea, la puesta en marcha del proyecto contrapuesto. Es lo que comienza a realizarse en el 2003 cuando Néstor Kirchner asume la presidencia. No se produce simplemente un cambio de nombre en la Casa Rosada sino que se pone en marcha un proyecto alternativo al que había llevado al país al desastre.

                No se trata de cualquier proyecto sino de un proyecto político en el sentido profundo y denso de lo que ello significa, o sea un cambio radical en lo político, en lo económico, en lo cultural, en las relaciones exteriores. Ello significa nada más y nada menos que un enfrentamiento con las corporaciones económicas, financieras, agrarias, mediáticas y eclesiásticas. 

                Normalmente las elecciones que se dicen “democráticas” y “republicanas” no consisten en otra cosa que en designar a quienes van a ocupar los cargos públicos mediante los cuales se va a continuar el sistema económico, social, político sin cambios de fondo. Los dueños de la economía, de las finanzas, de los medios de comunicación, seguirán siendo los mismos.

                Así suele suceder en la alternancia de los partidos en sociedades avanzadas. ¿Qué significado tiene el cambio de partido en el gobierno en los Estados Unidos? ¿El partido que accede al gobierno tiene realmente un proyecto alternativo que signifique cambios en profundidad? Al ascender Obama a la presidencia con promesas notables como la de desactivar Guantánamo recibió el premio del Nobel de la paz. ¿Cambió acaso la política de Bush que, con mentiras manifiestas, llevó el exterminio a Irak y Afganistán?

                Otro tanto suele pasar en las elecciones que tienen lugar en Inglaterra, en Francia, en Alemania. Sólo ahora, en el momento de la máxima crisis de la Eurozona ciertas elecciones como la de Francia, donde triunfó una cierta izquierda que significa un freno a la orgía ajustista liderada por la Alemania de Merkel.

                Las grandes corporaciones económicas, financieras, agrarias, mediáticas, conglomerados monopólicos como el grupo Clarín, tienen sus voceros que baten continuamente el parche del consenso y acusan al kirchnerismo de haber implantando en el país un régimen dictatorial o por lo menos autoritario, que además tiene la osadía de pretender perpetuarse en el poder. De esa manera, sostienen es el régimen instalado en Venezuela por el chavismo.     

                Ahora bien, es cierto que hay ciertas semejanzas entre el gobierno de Hugo Chávez, el de Rafael Correa, el de Evo Morales y el Néstor-Cristina Kirchner. Lo común que tienen estos distintos gobiernos es el de salir definitivamente del neoliberalismo que ha destruido a sus países y caminar hacia una sociedad libre del cepo imperialista, con crecimiento e inclusión social. Tienen en común también la falta de definiciones sobre la nueva sociedad o la nueva etapa de la sociedad. Sólo Chávez habla de “socialismo” al que le agrega “del siglo XXI”, para indicar que no se trata de ninguna repetición de los socialismos históricos.

                Esta falta de definición no la pensamos como un defecto sino todo lo contrario, como un aprendizaje que nos van dejando proyectos históricos que han mostrado virtudes y defectos. Es el caminar de los movimientos políticos liderados por los gobernantes citados el que va señalando qué es lo que no hay que repetir y qué es lo que hay que intentar.

                Los elementos teóricos y prácticos que se tienen son suficientes para afirmar que se trata de procesos de cambios profundos hacia una mayor igualdad, una mayor libertad, que sólo se puede conseguir en la medida en que se rompan los límites-cepos de las respectivas patrias chicas y se avance hacia la construcción de la Patria Grande Latinoamericana.  

                Está claro que estas transformaciones no se pueden realizar sin una confrontación con las corporaciones citadas, porque son precisamente sus intereses los que son afectados. En Argentina cuando dichas corporaciones veían que de alguna manera sus intereses eran afectados recurrían sin ningún escrúpulo al golpe militar. Por supuesto que siempre se hizo para “salvar la democracia” que el gobierno autoritario, dictatorial de turno no respetaba.

                ¿Qué entienden los voceros de dichas corporaciones por “consenso”? Que sus intereses no sean tocados. Por lo menos desde que Hegel nos ilustró sobre la dialéctica del señor y el siervo sabemos que dicha contradicción no se resuelve por consenso. Lo que el siervo hace contra sí mismo debe hacerlo contra el señor, es decir, el autocastigo debe invertirse en castigo al señor. En otras palabras, debe confrontar. El consenso, que por otra parte se logra mediante el debate-articulación de visiones, debe buscarse entre los sectores sociales que buscan liberarse de la dominación.

                El Jesús de Nazaret presentado por el evangelista Mateo lo tenía claro. Efectivamente, hablando para los sectores dominados, en su mayoría campesinos, en el denominado “sermón de la montaña”, les recomendaba “presentar la otra mejilla” en el caso de la agresión, hermosa metáfora que significa desterrar la violencia, la confrontación, entre compañeros. Es el ámbito del consenso.

                Pero cuando sus palabras se dirigían a los dominadores, escribas y fariseos, no hablaba de presentar la otra mejilla sino que iba directo a la confrontación, tildándolos de “sepulcros blanqueados”, llenos de podredumbre, “hijos de víboras”. El Reino de Dios donde se daría la otra mejilla sólo podía llegar previa confrontación con los sectores sociales que con todas sus fuerzas se oponían.  

                Cuando lo que se debate no consiste simplemente en quién será el representante de un sistema en el que no se presentarán cambios sustanciales, sino cambios que afectan a los dueños del poder, es inevitable que surja la confrontación que, en un sistema democrático se realiza con medios democráticos que los teóricos del consenso suelen no aceptar a pesar de proclamarlos.

                Un proceso de transformación profunda que choca con los intereses de los poderosos grupos dominantes debe contar con los instrumentos idóneos que le ofrece la democracia, y cuando éstos faltan, debe tener la voluntad política de conseguirlos por vía democrática.  Es el caso de la reforma de la constitución y de la posibilidad de reelegir a quien ejerce el liderazgo hasta que las transformaciones alcancen los niveles de profundidad que haga imposible un retroceso significativo.

                En 1853 se plasmó la constitución para un proyecto de país limitado a la pampa húmeda con el puerto de Buenos Aires, la patria chica. En 1949 se redactó una constitución que respondía a las grandes transformaciones que había producido el peronismo. Lamentablemente el golpe oligárquico del 55 la derogó y repuso la de 1853. En 1994 hubo una reforma que introdujo algunos cambios importantes, pero que, en el fondo respondía al proyecto político del consenso de Washington.

                Las profundas transformaciones que ya ha producido el movimiento nacional, popular, democrático liderado por Cristina Kirchner requieren un instrumento constitucional idóneo. Desde abajo hacia arriba, como se hizo con la Ley de Medios Audiovisuales se ha debatir sobre el tema. No se podrán ni deberán rehuir las confrontaciones, realizadas siempre con una amplia y libre participación democrática.


*Filósofo y teólogo.


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