28 junio 2012

Política/Consenso y Confrontación/El kirchnerismo como representación de la otredad/ Por Jorge Giles


El kirchnerismo como representación de la otredad


Para el Gobierno Nacional la búsqueda de consensos es con la sociedad, con la historia, con el respeto irrestricto a los derechos humanos, antes que con cualquier otro sujeto. Tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández rompen desde un primer momento el consenso del posibilismo que reconoce como “el otro” exclusivamente al colega y al par de la acción política, pero que al mismo tiempo desconocía al colectivo popular como el sujeto y el objeto de esa acción.


Por Jorge Giles*

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Carlos Alonso



El golpe en Paraguay contra Lugo y la embestida de Moyano- Macri y Clarín contra Cristina, son parte de un mismo proceso de desestabilización regional.
¿Es el estertor o el reciclaje del Consenso de Washington?  No lo sabemos. Por las dudas habrá que estar atentos, unidos y organizados, en la convicción de que cualquier “salida” de este tiempo político que vive Latinoamérica, es necesariamente por derecha. Y por la peor de las derechas; la que asesora un personaje nefasto como Durán Barba, por ejemplo.
El proyecto político que gobierna la Argentina desde el 25 de Mayo de 2003, primero con el presidente Néstor Kirchner y luego con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, es antes que nada expresión de una innovación radical en la forma de concebir la acción política.
Es probable que su consolidación en el tiempo asimile esta concepción a todo o gran parte del arco político, más allá de matices y diferencias. Ojala así sea.
Vamos al punto.
Para Kirchner, como para Cristina, la búsqueda de consensos, es con la sociedad, con la historia, con el respeto irrestricto a los derechos humanos, antes que con cualquier otro sujeto. Rompe desde un primer momento el consenso del posibilismo, ese que reconocía como “el otro” exclusivamente al colega y al par de la acción política, pero que al mismo tiempo desconocía al colectivo popular como el sujeto y el objeto de esa acción.
La presidenta cuenta que cuándo le preguntaron cómo haría Kirchner, con apenas el 22 % de los votos,  para encarar las transformaciones que se proponía realizar en todos los planos de la realidad, ella respondió: “Con iniciativas políticas a favor de los intereses del pueblo y de la nación”.
Es decir, el kirchnerismo no encara la acción gubernamental mirándose en el espejo del contrincante o del aliado, ni hace suma y resta con las corporaciones.
Se construye a sí mismo mientras construye con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Desde ese punto de vista es que rompe con la lógica de la  vieja política donde todo o casi todo era concebido y desarrollado en una mesa de negociación entre pares, en una rosca de comité o peor aún, en los salones oscuros de una corporación del poder económico mediático. 
Esa otredad popular que no estaba representada en el escenario política institucional, que no tenía voz ni voto, que había dicho “basta” el 19 y el 20 de diciembre del 2001, que no renegaba de la política sino de los malos políticos, fue y es la fuente de inspiración y desvelos de la actual conducción política e institucional del país.
¿O acaso había consensos en la comunidad política para tomar las decisiones radicales que encaró Kirchner desde el primer día de su gestión?
¿Acaso no recibió críticas de esa comunidad “bien intencionada” por pecar de “ingenuo”, “voluntarista” y abrir varios frentes de conflicto al mismo tiempo?
El kirchnerismo tuvo esa impronta desde un primer momento. Advertido de una necesidad social y de un abanico de derechos conculcados, acudió prontamente a reparar esos derechos y satisfacer en lo posible esas necesidades. No midió consecuencias de sus acciones en términos especulativos. No hace o deja de hacer en función de si algo es o no es “políticamente correcto”.
El kirchnerismo vino a representar esa otredad ausente, la que dolía más, la otredad de un pueblo que había quedado huérfano de representación política. Por eso decimos que el kirchnersmo es la primera vez de algo nuevo. Abrió las puertas del futuro y ahora jugamos todos. No hay nada que nos impida hacerlo.
Tomemos cualquiera de sus acciones más notorias.
El rechazo al ALCA, la construcción o reconstrucción de la unidad latinoamericana, la política de enjuiciamiento a los genocidas, la recuperación del empleo, la decisión de no reprimir ningún conflicto social, por ejemplo, están expresando una voluntad política en estado puro.
Ninguna de esas acciones de carácter estratégico pasó antes por el filtro del posibilismo consensual para realizarse.
Kirchner se tiró más de una vez con la pileta vacía y una vez en el fondo, comenzaba a llenarla a baldazos y con sus propias manos. Cristina hace exactamente lo mismo. Hacerse cargo y asumir riesgos es la cualidad primera del militante político.
Medir costos y beneficios especulativamente, es la impronta de los “operadores políticos”, que son una especie distinta. Y los Kirchner fueron y son militantes de la política.
En este marco conceptual, se entiende por qué el proyecto gobernante confronta casi exclusivamente con los poderes corporativos. Tanto los de cabotaje como los de afuera. No confronta con los delegados de aquellos poderes ni con la dirigencia opositora de ningún signo, salvo que se pongan de ariete de aquellos poderes. Y allí también es implacable en defensa del conjunto social y el bien común que debe ser preservado en toda comunidad que se precie de tal. Lo sucedido con la extorsión y el desabastecimiento de la dupla Camioneros-Clarín es una muestra de esa voluntad política.
Confronta con las corporaciones que superponen su capacidad de daño por sobre el interés colectivo, cualquiera sea este. Lo hizo con todas las corporaciones, cada vez que la situación así lo requería.
En el último tramo confronta como nunca antes con el colonialismo británico en defensa de nuestras Islas Malvinas y con la dirigencia neoliberal de ese viejo mundo que insiste en hacernos creer que está escalando cuando en verdad está empujando al vacío a millones de personas en el mundo entero.
¿Se puede hacerle zancadillas a un gobierno de la democracia mientras batalla en el G-20, en la Cumbre Ambiental de Río o en el Comité de Descolonización de la ONU en defensa de nuestra digna historia como pueblo?
Evidentemente que la respuesta es “sí”. Porque eso es lo que demostraron los opositores políticos y sindicales, guiados y tutelados por la corporación mediática de Clarín y La Nación.
Cristina confrontaba en el G-20 con el premier inglés, David Cameron, mientras aquí se gestaba el mayor ataque a la convivencia social de los argentinos.
¿Cómo se llama eso sino atentar contra la paz social de un pueblo?
Nadie pretendería jamás obturar las demandas de la sociedad, sean justas o no. Pero una mínima condición de pueblo, de comunidad, de nación, indica aquí y en la China que aplaudir al viejo Imperio mientras afirma que “la Argentina es colonialista” también es atentar contra la unidad nacional y los intereses colectivos.
Allí es donde cualquier pretendido “neutralismo” es inevitablemente cipayo. Y perdón por las molestias que pueda causar recordarlo.
Además, entre el agresor y el agredido hace rato que optamos tomar partido por los agredidos. Y los agredidos son los hombres y mujeres de este país y este continente.
El salvajismo corporativo de Moyano y compañía, usado hasta el hartazgo por el Grupo Clarín, es demostrativo que de ahora en más no dudarán en usar todas las armas a su alcance para desestabilizar al gobierno de la democracia.
El kirchnerismo, creemos, seguirá velando por la paz social en nombre de los cuarenta millones. Utilizará para ello, la fuerza de la ley y la acción política como lo demostró recientemente ante el lockout-sindical camionero. No quedará esperando ni dudará a la hora de actuar democráticamente. No confundirá los roles ni los planos. Sabe cuál es su responsabilidad ante la vida cotidiana, camino al horizonte.
Todo consenso es vertical, aunque se diga horizontal.
El consenso que deberíamos escribir en este tiempo de transformaciones debería partir por señalar que la democracia, el pueblo, la paz, el desarrollo económico, la inclusión social y el gobierno elegido por mandato popular, son nuestro patrimonio cultural. Y por eso mismo hay que cuidarlo.
La palabra es nuestra herramienta y no hay lugares comunes ni obviedades ni presuntos neutralismos cuando el golpismo acecha. Digamos lo que haya que decir para seguir avanzando. El silencio, en circunstancias históricas como esta, es el único excluido en un país de inclusión.
Es la hora de América Latina. Y esta vez, si hay unidad y organización, nadie atrasará el reloj. 

*Periodista y escritor.


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