Para el Gobierno Nacional la
búsqueda de consensos es con la sociedad, con la historia, con el respeto
irrestricto a los derechos humanos, antes que con cualquier otro sujeto. Tanto
Néstor Kirchner como Cristina Fernández rompen desde un primer momento el
consenso del posibilismo que reconoce como “el otro” exclusivamente al colega y
al par de la acción política, pero que al mismo tiempo desconocía al colectivo
popular como el sujeto y el objeto de esa acción.
Por Jorge Giles*
(para La Tecl@ Eñe)
El golpe en Paraguay contra Lugo
y la embestida de Moyano- Macri y Clarín contra Cristina, son parte de un mismo
proceso de desestabilización regional.
¿Es el estertor o el reciclaje
del Consenso de Washington? No lo
sabemos. Por las dudas habrá que estar atentos, unidos y organizados, en la
convicción de que cualquier “salida” de este tiempo político que vive
Latinoamérica, es necesariamente por derecha. Y por la peor de las derechas; la
que asesora un personaje nefasto como Durán Barba, por ejemplo.
El proyecto político que gobierna
la Argentina desde el 25 de Mayo de 2003, primero con el presidente Néstor
Kirchner y luego con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, es antes que
nada expresión de una innovación radical en la forma de concebir la acción
política.
Es probable que su consolidación
en el tiempo asimile esta concepción a todo o gran parte del arco político, más
allá de matices y diferencias. Ojala así sea.
Vamos al punto.
Para Kirchner, como para
Cristina, la búsqueda de consensos, es con la sociedad, con la historia, con el
respeto irrestricto a los derechos humanos, antes que con cualquier otro
sujeto. Rompe desde un primer momento el consenso del posibilismo, ese que
reconocía como “el otro” exclusivamente al colega y al par de la acción
política, pero que al mismo tiempo desconocía al colectivo popular como el
sujeto y el objeto de esa acción.
La presidenta cuenta que cuándo
le preguntaron cómo haría Kirchner, con apenas el 22 % de los votos, para encarar las transformaciones que se
proponía realizar en todos los planos de la realidad, ella respondió: “Con
iniciativas políticas a favor de los intereses del pueblo y de la nación”.
Es decir, el kirchnerismo no
encara la acción gubernamental mirándose en el espejo del contrincante o del
aliado, ni hace suma y resta con las corporaciones.
Se construye a sí mismo mientras
construye con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Desde ese punto de vista es que
rompe con la lógica de la vieja política
donde todo o casi todo era concebido y desarrollado en una mesa de negociación
entre pares, en una rosca de comité o peor aún, en los salones oscuros de una
corporación del poder económico mediático.
Esa otredad popular que no estaba
representada en el escenario política institucional, que no tenía voz ni voto,
que había dicho “basta” el 19 y el 20 de diciembre del 2001, que no renegaba de
la política sino de los malos políticos, fue y es la fuente de inspiración y
desvelos de la actual conducción política e institucional del país.
¿O acaso había consensos en la
comunidad política para tomar las decisiones radicales que encaró Kirchner
desde el primer día de su gestión?
¿Acaso no recibió críticas de esa
comunidad “bien intencionada” por pecar de “ingenuo”, “voluntarista” y abrir
varios frentes de conflicto al mismo tiempo?
El kirchnerismo tuvo esa impronta
desde un primer momento. Advertido de una necesidad social y de un abanico de
derechos conculcados, acudió prontamente a reparar esos derechos y satisfacer
en lo posible esas necesidades. No midió consecuencias de sus acciones en
términos especulativos. No hace o deja de hacer en función de si algo es o no
es “políticamente correcto”.
El kirchnerismo vino a
representar esa otredad ausente, la que dolía más, la otredad de un pueblo que
había quedado huérfano de representación política. Por eso decimos que el
kirchnersmo es la primera vez de algo nuevo. Abrió las puertas del futuro y
ahora jugamos todos. No hay nada que nos impida hacerlo.
Tomemos cualquiera de sus
acciones más notorias.
El rechazo al ALCA, la
construcción o reconstrucción de la unidad latinoamericana, la política de
enjuiciamiento a los genocidas, la recuperación del empleo, la decisión de no
reprimir ningún conflicto social, por ejemplo, están expresando una voluntad
política en estado puro.
Ninguna de esas acciones de
carácter estratégico pasó antes por el filtro del posibilismo consensual para
realizarse.
Kirchner se tiró más de una vez
con la pileta vacía y una vez en el fondo, comenzaba a llenarla a baldazos y
con sus propias manos. Cristina hace exactamente lo mismo. Hacerse cargo y
asumir riesgos es la cualidad primera del militante político.
Medir costos y beneficios
especulativamente, es la impronta de los “operadores políticos”, que son una
especie distinta. Y los Kirchner fueron y son militantes de la política.
En este marco conceptual, se
entiende por qué el proyecto gobernante confronta casi exclusivamente con los
poderes corporativos. Tanto los de cabotaje como los de afuera. No confronta
con los delegados de aquellos poderes ni con la dirigencia opositora de ningún
signo, salvo que se pongan de ariete de aquellos poderes. Y allí también es
implacable en defensa del conjunto social y el bien común que debe ser
preservado en toda comunidad que se precie de tal. Lo sucedido con la extorsión
y el desabastecimiento de la dupla Camioneros-Clarín es una muestra de esa
voluntad política.
Confronta con las corporaciones
que superponen su capacidad de daño por sobre el interés colectivo, cualquiera
sea este. Lo hizo con todas las corporaciones, cada vez que la situación así lo
requería.
En el último tramo confronta como
nunca antes con el colonialismo británico en defensa de nuestras Islas Malvinas
y con la dirigencia neoliberal de ese viejo mundo que insiste en hacernos creer
que está escalando cuando en verdad está empujando al vacío a millones de
personas en el mundo entero.
¿Se puede hacerle zancadillas a
un gobierno de la democracia mientras batalla en el G-20, en la Cumbre
Ambiental de Río o en el Comité de Descolonización de la ONU en defensa de
nuestra digna historia como pueblo?
Evidentemente que la respuesta es
“sí”. Porque eso es lo que demostraron los opositores políticos y sindicales,
guiados y tutelados por la corporación mediática de Clarín y La Nación.
Cristina confrontaba en el G-20
con el premier inglés, David Cameron, mientras aquí se gestaba el mayor ataque
a la convivencia social de los argentinos.
¿Cómo se llama eso sino atentar
contra la paz social de un pueblo?
Nadie pretendería jamás obturar
las demandas de la sociedad, sean justas o no. Pero una mínima condición de
pueblo, de comunidad, de nación, indica aquí y en la China que aplaudir al
viejo Imperio mientras afirma que “la Argentina es colonialista” también es
atentar contra la unidad nacional y los intereses colectivos.
Allí es donde cualquier
pretendido “neutralismo” es inevitablemente cipayo. Y perdón por las molestias
que pueda causar recordarlo.
Además, entre el agresor y el
agredido hace rato que optamos tomar partido por los agredidos. Y los agredidos
son los hombres y mujeres de este país y este continente.
El salvajismo corporativo de
Moyano y compañía, usado hasta el hartazgo por el Grupo Clarín, es demostrativo
que de ahora en más no dudarán en usar todas las armas a su alcance para
desestabilizar al gobierno de la democracia.
El kirchnerismo, creemos, seguirá
velando por la paz social en nombre de los cuarenta millones. Utilizará para
ello, la fuerza de la ley y la acción política como lo demostró recientemente
ante el lockout-sindical camionero. No quedará esperando ni dudará a la hora de
actuar democráticamente. No confundirá los roles ni los planos. Sabe cuál es su
responsabilidad ante la vida cotidiana, camino al horizonte.
Todo consenso es vertical, aunque
se diga horizontal.
El consenso que deberíamos
escribir en este tiempo de transformaciones debería partir por señalar que la
democracia, el pueblo, la paz, el desarrollo económico, la inclusión social y
el gobierno elegido por mandato popular, son nuestro patrimonio cultural. Y por
eso mismo hay que cuidarlo.
La palabra es nuestra herramienta
y no hay lugares comunes ni obviedades ni presuntos neutralismos cuando el
golpismo acecha. Digamos lo que haya que decir para seguir avanzando. El
silencio, en circunstancias históricas como esta, es el único excluido en un
país de inclusión.
Es la hora de América Latina. Y
esta vez, si hay unidad y organización, nadie atrasará el reloj.
*Periodista y escritor.
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