28 junio 2012

Literatura y Política/Lecciones de Barataria o del idealismo como aventura/Por Flavio Crecenzi


Lecciones de Barataria o del idealismo como aventura.


Está claro que el ejercicio de la pasión está asociado al idealismo, a sus múltiples líneas de fuga, a sus criterios numerosos. El idealismo deja un tufillo a revolución por donde pasa. Hoy más que nunca, el hombre que no se atreva a hacer esa revolución, que no se atreva a ejercer su pensamiento crítico, que no se digne a ser protagonista de este momento histórico sin precedentes, será devorado por un poder que ya no está en manos del estado


Por Flavio Crescenzi*
(para La Tecl@ Eñe)



“Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso, de tonto y mentecato?”
Cervantes

“Cervantes es vanguardia, como vanguardia es rebeldía y como rebelde deja herencia. Nadie en nuestra entraña progresista ha renegado de él, aunque muchos lo hayan utilizado como tintero de oro de sus escribanías inquisitoriales.”
Francisco Umbral

“La tarea del filósofo anarquista no consiste en probar la inminencia de una Edad de Oro, sino de justificar el valor de creer en sus posibilidades”.
Herbert Read


I
Gustave Flaubert, quien debe en buena medida su Madame Bovary a Cervantes, decía que en el Quijote se ven todos los paisajes sin que se describa ninguno. Quizás, la única descripción pertinente sea la de la inmensa apuesta del hidalgo manchego por llevar a la praxis lo que sólo era posible en los libros. El Quijote lleva la ficción al plano de lo real para finalmente transformarlo, busca o inventa similitudes, va haciendo que los libros que ha leído se muestren en la realidad como signos verdaderos. Foucault dice al respecto: “Al asemejarse a los textos de los cuales es testigo, representante, análogo verdadero, don Quijote debe proporcionar la demostración y ofrecer la marca indudable de que dicen verdad, de que son el lenguaje del mundo”. El Quijote, en este periplo de signos y similitudes, se encuentra queriendo llenar de contenido lo real, luchando por el encuentro superador entre la verdad y la ficción, si es que ambas entidades pueden diferenciarse al fin y al cabo.

Ahora bien, es sabido que en Don Quijote está presente la particularísima cosmovisión de Cervantes, misma que podremos analizar teniendo en cuenta lo siguiente:1) la locura de Don Quijote; 2) la idea de aventuras del caballero andante; 3) el ideal caballeresco relacionado con la ausencia/presencia de la Edad de Oro.

Desde el punto de vista de sus contemporáneos – barberos, bachilleres, curas, lectores- Don Quijote estaba loco de remate. Hoy, por el contrario, estamos convencidos de que Don Quijote era lo suficientemente lúcido. Influido por Erasmo, la locura es en Cervantes su verdadera sabiduría, su discurso disruptivo. Sin embargo, la lucidez y  la sensatez siempre fueron peligrosas, es por eso que es necesario proclamar loco a Don Quijote (cordero sacrificial, chivo expiatorio) para que no quede evidenciada la sutil y perversa locura de los cuerdos.

Pero no debemos olvidar que El Quijote es, ante todo, una novela de aventuras. La palabra aventura nos conduce al centro mismo del ideal de la caballería andante, nunca condenado irrestrictamente por Cervantes. La aventura es, precisamente, lo que adviene. Las aventuras se buscan, pero carecerían de sentido si no tuvieran en sí mismas un carácter de promesa.

Si el caballero andante es el que viene a traer libertad al mundo, lo hace porque viene a traer al mundo otra realidad, otro tiempo que es negación de los tiempos. La Edad de Oro es ese tiempo, tiempo que se contrapone a la España renacentista retratada por Cervantes, tiempo que es también una crítica a toda sociedad establecida. Podríamos equiparar La Edad de Oro a la idea de utopía, pero, en un sentido estricto, la utopía es algo que tal vez suceda en el futuro, cuando La Edad de Oro ha tenido lugar en un mítico pasado. El quiebre epistémico propuesto por Cervantes se advierte, entre otras cosas, en el hecho de pretender re-fundar, utópicamente, la Edad de Oro en el presente,  aun cuando esto parezca irrealizable.

II

En las exhortaciones de Don Quijote a Sancho Panza, cuando éste va a ser gobernador de la ínsula de Barataria, se percibe una cordura que ya es sabiduría y se encuentra, además, el modelo de lo que debería ser un buen gobernante si los hombres fueran verdaderamente cuerdos. He aquí las más valiosas: para ser un buen gobernador hay que conocerse a sí mismo (“yo sé quién soy”); hay que proceder con “blanda suavidad”; hay que hacer “gala de humildad”; no se debe temer a los poderosos; hay que ser virtuoso (“la virtud vale por sí sola lo que la sangra no vale”); hay que proceder sin arbitrariedad –sin “ley del encaje”-; hay que mostrar compasión hacia el pobre, hay que cuidarse de las intenciones de los ricos; hay que ser “compasivo” y no aplicar “todo el rigor de la ley al delincuente”; hay que ser misericorde, piadoso y clemente porque los hombres poseen, en la edad de hierro en que vivimos, una naturaleza caída; hay que ser “caritativo”.

Naturalmente los consejos de Don Quijote van en contra de las actitudes y los actos de jueces y gobernantes de su tiempo y de muchos otros tiempos. Las palabras de Don Quijote son revolucionarias ante el orden establecido, impugnan el status quo, lo instituido, instaurando un orden superior cargado de humanismo. Huelga decir que Sancho resulta ser un espléndido gobernante al acatar los consejos de su amo, logrando que la perdida Edad de Oro se realice, aunque más no sea brevemente, en aquella simple ínsula.

III

La gran lección de Cervantes fue la de poner patas arriba a las novelas de caballería (entretenimiento para el burgués de aquellas épocas, mercado de fantasía, sueño anacrónico) para extraerles lo único que tenían de virtuoso: su idealismo. La gran lección de Don Quijote, de igual manera, fue la de poner en acto ese idealismo, trasvasándolo a un mundo incapaz de reconocerlo como propio. 

Hoy en día, los que aprendieron muy bien esas lecciones, están manifestándose en España, en la calle, con el firme propósito de enfrentar las perversidades de un sistema neoliberal globalizado, apostando fatalmente a la aventura. Entretanto, en nuestra América, la lección de Barataria parecería estar empezando a asimilarse, y es así como muchos de sus países intentan cumplir con lo aconsejado por el Caballero de la Triste Figura. Aquí, en Argentina, sin ir más lejos, el gobierno ha aprendido a no temerle a los poderosos, a mostrar compasión hacia el pobre, a cuidarse de las intenciones de los ricos y a no aplicar todo el rigor de la ley al delincuente ofreciéndole siempre garantías. Pero todavía quedan consejos que aprender, todavía milagros que cumplir.

Tener sed de cambio y lejanía, voluntad de resolver los entuertos generados por una patria financiera (molinos de vientos o gigantes, ya poco importa en realidad), tiene sus costos. Los sectores reaccionarios, fariseicamente en nombre de una república de pocos, se manifiestan con frecuencia, a cacerolazo limpio, en repudio de la audacia y las pasiones. Estos sectores, que bien pueden equipararse a los explotadores, manteadores y duques aleves de Cervantes, dirigen su dudosa protesta social contra las restricciones puestas a la compra del dólar y contra “la inseguridad”, concepto que, para ellos, nada tiene que ver con la justa prevención del crimen, sino más bien con considerar al otro diferente un asaltante.
“Yo, como don Quijote, me invento pasiones para ejercitarme”, decía Voltaire. Está claro que el ejercicio de la pasión está asociado al idealismo, a sus múltiples líneas de fuga, a sus criterios numerosos. El idealismo deja un tufillo a revolución por donde pasa, deja un rastro de justicia que nada tiene que ver con jurídicos tratados. Hoy más que nunca, el hombre que no se atreva a hacer esa revolución, que no se atreva a ejercer su pensamiento crítico, que no se digne a ser protagonista de este momento histórico sin precedentes, será devorado por un poder que ya no está (y me atrevería a decir que nunca estuvo) en manos del estado. Hoy más nunca,  resuenan ladridos en el viento, los mismos gritos intolerantes de otras épocas, el mismo odio, la misma usura, y creo que estas señales indican que estamos cabalgando.


*Poeta y ensayista.

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