28 junio 2012

Cine y Política/Tierra de Cartas/Por Sebastián Russo


Tierra de cartas

Nicolás Prividera, en su segunda película, Tierra de los padres*, realiza una magnánima propuesta, tanto en su apuesta cinematográfica, como en su contenido histórico-político. Narrar la Nación, sus embates, contradicciones, violencias, a través de unas decenas de cartas y textos varios leídos en el cementerio de la Recoleta. Una propuesta, sin dudas, provocadora, que no podía pasar inadvertida.

Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)



Nicolás Prividera, en su segunda película, Tierra de los padres, realiza una magnánima propuesta, tanto en su apuesta cinematográfica, como en su contenido histórico-político. Narrar la Nación, sus embates, contradicciones, violencias, a través de unas decenas de cartas y textos varios leídos en el cementerio de la Recoleta. Una propuesta, sin dudas, provocadora, que no podía pasar inadvertida. Cosa que efectivamente no ocurrió, incluso, antes de su estreno. La película no fue seleccionada en ninguno de los dos festivales más importantes de la Argentina. Prividera, que irrumpió en la escena local con M,  que fue premiada –en Mar del Plata- y vitoreada –en el BAFICI-, por las mismas instituciones que ahora lo ignoran, ante esta situación, escribió una carta abierta (http://micropsia.otroscines.com/2012/04/bafici-2012-el-caso-tierra-de-los-padres-de-nicolas-prividera/), y luego otra (http://micropsia.otroscines.com/2012/04/bafici-2012-mas-alla-de-tierra-de-los-padres-segunda-carta/) . He aquí algunas ideas surgidas en torno a todo este significativo entuerto, a pocos días del estreno oficial del film en cuestión, y que permiten evidenciar entramados –digamos- político-culturales que lo exceden, a la vez que configuran.
Se podría empezar por decir (algo bastante obvio, y que quizás sea en definitiva lo único que digamos, aunque creemos también que tampoco sea tan poca cosa a revelar), que ambas propuestas (película y cartas abiertas) están atravesadas y constituidas por el mismo espíritu, la misma lógica (de la) política: la de entenderla (a la política) confrontación, por explicitación de antagonismos.
Por un lado un film excesivo por donde se lo mire, que recupera aunque de modo fragmentario los grandes debates nacionales, a la vez que consuma una suerte de disrupción cinematográfica a partir de una apuesta formal que elude cualquier tipo conciliación narrativa (salvo la de un final “conclusivo”, aunque apoteótico) Y por otro, unas cartas que discuten furiosamente el consenso neutralista y aparentemente a-conflictivo de todo Festival, en los que “las deliberaciones y los criterios mismos de programación –que responden a políticas cinematográficas, y no a meras opiniones- permanecen secretos y no se fundamentan (lo que presta a confundir discreción con discrecionalidad)”, y constituidos por (y constituidores de) “reglas del medio, que aconsejan bajar la cabeza y aceptar las cosas como son. Pero que, claro, no son naturales y ni siquiera contractuales: son sólo tácitamente asumidas, por miedo, complicidad, o simple condescendencia”
Carácter conflictivo entonces, que incluso estas cartas en cuestión, con lo de convocatoria a explicitar públicamente un debate que toda carta abierta tiene, y como singular condición de producción/reconocimiento del film, viene a engrosar aun más, y actualizándolo (a nuestro entender, su más interesante aporte), el estatus dilemático que en Tierra de los Padres anida en su misma constitución, digamos, ontológica.
Si en este último film de Prividera se produce una operación de develamiento de la faz barbárica de lo civilizado, de lo oculto espectralmente en las superficies de “lo dicho”, “lo mostrado”, en torno a lo nacional, en torno a nuestra tierra paterna/materna de lenguas e imágenes, no es otra la operatoria que anida -actualizada, vuelta espacial y temporalmente ubicua- en sus cartas abiertas.
Tal actualización se da evidenciando por un lado que la recuperación de aquellos relatos encendidos de ayer (o anteayer, Massera, sus palabras, por ejemplo, tienen su espacio en la película) no es una mera re-presentación, re-visión de los enconos nacionales, sino la expresión del sustrato necesario y convocante de una lógica del debate que sigue siendo, epistolarmente (o del modo que sea) insumo básico de las batallas contemporáneas. Y por otro lado, por explicitar que la denuncia de “los poderes de turno”, para que trasunte un carácter político, requiere necesaria y fundamentalmente historizarlos. Delimitando contrincantes, conceptos, historizándolos (a los contrincantes, a los conceptos) una –esta, epistolar- diatriba se vuelve carne, permite “tomar partido”, discutir argumentos, o sea, eludir las elucubraciones abstractas, que devienen neutralizadoras, incluso en la discusión sobre la abstracción y neutralización de lo político. Esta historización, incluso, convoca a “poner en serie” tales operaciones denunciadas, con la saga de burocratizaciones institucionales (como en algún sentido también ocurre en su primer film, M) más o menos sofisticadas, más o menos aniquiladoras, que heredamos, y moldean nuestra actualidad (nuestro cine, nuestra historia)
“La película –dice Prividera en su carta- no deja de ser apenas la lamentable excusa para hablar de un problema que la excede: el funcionamiento del sistema de legitimación institucional” Un sistema de legitimación institucional, que aquí es el cinematográfico (pero podría ser otro), y que a través de una “política (por caso) cinematográfica”, y no por “motivos puramente (y en esta circunstancia) cinematográficos” deja afuera un film, que es “un buen ejemplo de aquellas que necesitan el amparo (en su producción, difusión y distribución) del mismo sistema que parece expulsarlas”. Cuestión esta última que abriría un –otro, tal vez el mismo- debate (no explicitado por Prividera), que refiere a la naturalización de este “deber ser” institucional. Que en tal caso es el que debe exigirse e intentar imponer a fuerza de debate (como bien lo hacen estas cartas), más que pretenderlo obligación “natural”. Y que la mera existencia de esas condiciones de posibilidad de exigir ese amparo como “obligación” de la política cinematográfica, ya de por sí merece un reconocimiento, si es que a su vez se hace una historización de lo que fueron estas instituciones –Festivales, INCAA-, al menos en los últimos años.
Dice Prividera sistema de legitimación institucional, y con lo de relevante que tiene tal generalización (entramando un sistema en otros, que lo exceden, y explican), es a la vez igual de importante su particularización: “se corre el riesgo de generar el encastamiento –dice- de una suerte de burocrático grupo de poder (parecido a aquel que el Nuevo Cine Argentino y su crítica aliada vinieron a derribar, aunque ahora muchos de ellos ocupen el mismo lugar que antes execraban), guiado en este caso por los dictados de una aristocracia del gusto (ligada a un grupo, una escuela, un medio, o incluso a todo eso junto)” Y agrega, “y cuando eso sucede ya no se trata de defender posiciones estéticas, sino del mero ejercicio de determinar que se ve y que no en un ámbito ganado por la lógica de las camarillas (y sus premios y castigos)”
Visibilizando la lógica política de estas instituciones, los festivales públicos, Prividera en sus cartas, contribuye a recuperar el carácter dilemático de una (la) lógica política, precisamente a partir de evidenciar el mecanismo de visibilizar e invisibilizar, de delimitar un afuera y un adentro, en suma, de la capacidad de todo poder instituido de construir (cuanto menos) por medio de sus nominaciones (de consecuencias más o menos violentas) un estado de cosas determinado, que de hecho tiene a la lógica de la invisibilización de la conflictividad (lógica que anida en todo clasificación, en toda calificación, en toda nombrar), como su grado sumo de eficacia y sofisticación. El mismo hecho de denominar, por ejemplo, al “Nuevo cine argentino”, como independiente (“digamos de una vez lo que todos sabemos bien –dice- el cine independiente no existe: todo cine que aspire a encontrar un público dentro del sistema depende de innumerables condiciones, económicas, estéticas, ideológicas: en una palabra, políticas”), y como argentino (siendo eminentemente porteño, algo que no dice Prividera, sino el que suscribe estas líneas), no son más que los atisbos más visibles de esta trama invisibilizadora del conflicto que adquiere, en sus vertientes consensualistas/neutralistas, la política.
Expresar el carácter conflictivo de esa ficción llamada Nación, agrupando urticantes (y constitutivos) relatos-de-la-nación, y del modo descomunal y árido en el que Prividera los presenta en su película, dialoga entonces –según sostenemos- con el debate epistolar sobre su no-inclusión festivalera. Al punto que proponiendo en su película, un espíritu crítico, dilemático y convocando a una suerte de genealogía de la violencia política, Prividera, ante el “suceso excluidor”, ya no-podía-menos que generar lo-que-generó: un (otro/el mismo) debate.
Y lo hace, claro, con estas dos cartas, y diciendo (otras) cosas como: “todo film debe ser discutido… y es que no se trata de un film maldito sino de un film maldecido. Solo resta preguntarnos por qué, y romper una lanza (como hacemos con estas mismas líneas)”. Para terminar y no de modo casual parafraseando uno de los apotegmas liberales por excelencia (luego de “time is money”): “todas las películas nacen iguales, es un dicho que gustan repetir algunos críticos y programadores. Lo que muchos no asumen es que ese liberalismo termina en el mismo lugar en que los derechos del hombre: algunos son más iguales que otros, como ironizaba Orwell”. No es casual, dijimos, ya que es precisamente el ideario liberal, presuntamente igualitario, y explícitamente pragmático, del que se deriva la misma idea de democracia liberal, que en su proclama discursiva contiene a la armonía, la paz social, como atributos aparentemente contrincantes a los conflictos ideológicos, a las crispaciones político-culturales.
Estas cartas de Prividera así, y entramándose creemos en la tradición epistolar que conformó sustanciosamente las querellas nacionales (y a las que contribuye recuperar, reinstalar en su film), contribuyen a densificar un debate público, con la especificidad y potencia de darse dentro de un campo disciplinar, y con la generalidad de aportar a la lógica misma de la política (la del dirimir en la arena pública una diferencia de intereses, valores e ideas), en una contemporaneidad que ya no abjura de los posicionamientos político-ideológico, sino que por el contrario los re-genera.


* Tierra de los padres se estrena el jueves 5 de Julio del 2012 en la sala Leopoldo Luganes del Teatro San Martin (Av Corrientes 1530, Buenos Aires)

*Sebastián Russo es sociólogo, coordinador de la revista Tierra En Trance y Director Editorial de la revista En Ciernes. Epistolarias

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