06 mayo 2012

Lenguajes/Un caso de Inseguridad/López María Pía


Un caso de inseguridad

Por María Pía López
(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Germán. D . Zwanik

A las angustias clásicas del escritor –la falta de inspiración, la página en blanco, la incertidumbre sobre las palabras adecuadas- se le suma una, propiamente argentina: la de las viboritas rojas y verdes que nos arroja graciosamente el word. ¿O no? Ahí escribí word y ya, ya, vino el subrayadito colorado. Está bien, se entiende porque esa palabra no pertenece a nuestra lengua.
Puro préstamo es.
Pero la cosa es que escribo tenés que ir rápido –mi personaje es rioplatense- y el maldito subrayado aparece en el verbo tenés. Y ahí viene la duda: ¿me equivoqué en escribir?, ¿cómo tendría que hacerlo? Yo tengo, vos tenés, él tiene, nosotros tenemos… sólo en la conjugación de la segunda persona se irrita el programa. Pero no tengo otro modo de decirlo. Pruebo otra expresión: sentate delante mío. Uy, ahí rojos y verdes. Y encima hay que luchar porque el programa se arroga el derecho de cambiar el delante de mío por un inverosímil delante de mí.  ¿De dónde surgen las potestades para esta modalidad sancionatoria? ¿Bill Gates en contra del escritor argentino? ¿Acaso te ponés de su lado?
Todo aclarando que antes de comenzar a escribir indiqué: español (Argentina) en el teclado. Pero lo claro se oscurece, porque parece que Microsoft tiene firmado un convenio con la Real Academia de la Lengua con sede en Madrid para aplicar las normas que ella establece. El pobre narrador americano –para usar esa expresión de Sarmiento que de narrador americano tenía mucho y poquísimo de escueto- queda así sumergido en un acuerdo que lo excluye entre los programadores informáticos y los reguladores de la lengua.
Y de nuevo, estamos en problemas. Un caso flagrante de inseguridad, sólo que no de la que se menciona habitualmente con relación a la propiedad sino a lo que es el patrimonio fundamental: la lengua. Macanuda era la tarea del escritor cuando tenía pluma y papel o una máquina de escribir sin conexión normativa. Porque podía escribir de corrido sin ser asaltado, frase a frase, por una máquina de colocación de subrayados sancionatorios y, peor aún, sin tener que estar resguardándose, con precauciones infinitas, de los depredatorios intentos de sustituir las palabras que usa por otras que el programa y la academia disponen.
Igual, debo decir que obstinación no me falta y si la primera vez me encuentra distraída el corrector, la segunda no pasa y ante la insistencia acepta el modo irregular en el que escribo. Pero pienso y vuelvo a pensar: ¿cómo aprenden a escribir los millones de niños argentinos que usan netbooks? Cuando escriben, ¿cómo tramitan la aparición de las condenatorias viborillas? Tardaron décadas las instituciones escolares argentinas en aceptar el voseo, y ahora, cuando ya lo aceptaron, los estudiantes confrontan su escritura con una normativa que lo acepta a medias.
Estalla el coro: ¡demasiada inseguridad para nuestras huestes juveniles! Que van a escribir y dudar, dudar y aceptar cualquier corrección informática-normativa, que no van a poder diferenciar entre un error ortográfico y una forma usual de la variedad argentina. ¿Qué escritor surgirá de una lengua balbuceante frente al poder informático? No hay que ser pesimista, grandes literaturas surgieron de la disidencia contra las distintas lenguas normalizadas y por eso Deleuze pudo pensar a Kafka con la idea de una obra escrita desde la extranjería lingüística, y Arlt pudo encontrar la fuerza de su creación en la rebeldía contra toda ortodoncia gramatical. Pero la mayoría –ay, qué penoso es decirlo- no somos ni un Kafka ni un Arlt, para erigirnos en la pura libertad del que pelea, o en la luminosa fuga hacia el desierto, somos apenas balbuceantes oficiantes de la escritura. Y sin lengua propia, o con la lengua que usamos amenazada de esos coloridos acosos, será difícil que encontremos la fuerza para decir.
O tendremos que elegir el camino de mi amigo el anarquista, que cansado de esos subrayados oprobiosos optó por enloquecerlos, entonces lo suyo fue la empresa ardua del escribir con la mayor cantidad de errores posibles así en algún momento la máquina, harta ya de tanto esfuerzo, indicaba la suspensión de la corrección. Anarquista al fin, me dijo estar feliz por la derrota informático-gramatical. Sus escritos se habían salvado.

*Socióloga y ensayista. Docente e Investigadora en la Universidad de Buenos Aires.

1 comentario:

  1. También se puede escribir sin activar el corrector ortográfico, you know... ;)

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