24 diciembre 2011

A DIEZ AÑOS DEL 19-20 DE DICIEMBRE DE 2001: OTRAS VOCES

Voces: Diciembre de 2001. El poder de la reflexión*

Medios de comunicación y crisis

La crisis olvidada

El recuerdo de una situación personal sirve de referencia cuando cierto relato de la historia reciente de los medios hace confundir un poco las secuencias de sucesos. Para los que teníamos curiosidad por los problemas estructurales del sistema de medios argentino, los sucesos que parecen novedad estos últimos años ya eran parte de nuestras preocupaciones entonces.

Por Adriana Amado*

(para La Tecl@ Eñe)

El recuerdo de una situación personal me sirve de referencia cuando cierto relato de la historia reciente de los medios hace confundir un poco las secuencias de sucesos. Cosa que les pasa a los que descubrieron el tema de los medios hace poco y suelen omitir que ya era una preocupación de unos cuantos hace diez años atrás. Esos mismos días urgentes de diciembre de 2001 se inauguraba la primera cohorte del doctorado en Ciencias Sociales de Flacso con una reunión con los colegas admitidos. Hice el primer año en 2002, con los ahorros congelados y sin trabajo fijo. Pero lo más difícil de esa época fue pelear contra la incomprensión de mi proyecto de tesis para muchos sociólogos y comunicadores para quienes investigar los diarios y la producción de noticias era un tema menor. Lo curioso es que muchos son los mismos que por estos días abrazan la causa mediática con un fervor que les hace olvidar el trabajo de los investigadores que durante la crisis se ocuparon de registrar los datos que son argumento de muchas reformas legales.

Para los que teníamos curiosidad por los problemas estructurales del sistema de medios argentino, los sucesos que parecen novedad estos últimos años ya eran parte de nuestras preocupaciones entonces. En ese momento, la mayoría de los comunicadores transitaban los estudios culturales y militaban por esas líneas de estudio tanto como desatendían los marcos teóricos que hacen posible el estudio sistemático de los medios y sus efectos en la opinión pública. En los talleres del doctorado la mayoría incluso se mofaba del hecho de que en mi bibliografía estuvieran los libros de Julio Ramos, de Pablo Llonto, o las encuestas de la situación de los periodistas que se habían hecho en los noventa, que a mí me parecían imprescindibles como testimonios de una época. Sin embargo, que algunos miraran para otro lado entonces no desmentía que al inicio de este siglo eran varios los que habían empezado a discutir la complejidad del sistema de medios, como Becerra y Mastrini; a detectar los problemas de los oligopolios con casos como el fracaso de los diarios gratuitos en Argentina (una excepción en el mundo); o a sistematizar las consecuencias nefastas que iba a traer la concentración de las fuentes de información o el exceso de publicidad en las campañas electorales y gubernamentales. En 1999 nos escandalizó la campaña de la Alianza, que había gastado lo que en ese momento parecía una fortuna sideral. Diez años después, la cifra es lo que en 2011 se gastó en una semana de publicidad oficial, dinero que como entonces sigue beneficiando a la industria publicitaria y mediática.

Los que hoy dicen que no se hablaban de esas cosas ni se replanteaba el lugar del periodismo, seguramente se perdieron encuentros como el de “Autoexamen de la prensa” que a fines del siglo pasado reunió a los Defensores de lectores de los diarios “El tiempo” de Colombia y “El País” de España, junto con varios especialistas de Latinoamérica y periodistas de Argentina. Tampoco se enteraron que ahí mismo, en los coletazos de la crisis, el centro Cultural Rojas organizó un ciclo de charlas, bajo el impulso de María Moreno y Osvaldo Tcherkaski, que se llamó “Información, ¿se puede saber lo que pasa?”, que quedaron registradas en un libro homónimo. Claro que ambas actividades estaban apoyadas por universidades privadas y fundaciones extranjeras, y es posible que eso haya hecho que se miraran con la misma suspicacia que mi bibliografía. Pero lo cierto es que el ciclo del Rojas fue cerrado por Tomás Eloy Martínez, que a su vez había sido honrosamente antecedido en jornadas previas por periodistas del país que criticaron abiertamente lo que hoy algunos dicen que era intocable. De la misma manera ya a inicios del siglo la iniciativa de Diario sobre diarios hacía lectura crítica de los matutinos cada mañana, y desde 2002 se puso a disposición de todos los que quisieran leerlo vía web. Este observatorio de medios fue pionero también en ocuparse en su “Zona Dura” de temas como las ventas de los diarios o el juicio por la identidad de los hijos de Noble. La crisis motivó aportes muy valiosos.

Porque 2001 también fue el año de la crisis de los medios, cuyos coletazos hoy son tan evidentes. En ese momento se hizo patente que la ciudadanía no reaccionaba a partir de lo que leía en los medios, más preocupados por lo que pasaba hacia arriba que por lo que se gestaba abajo. La opinión pública, en los casos que fue consultada con estudios sistemáticos, manifestaba su malestar con el periodismo: en ese momento dio claras señales de que el idilio que tuvieron hacia mitad de la última década del siglo XX estaba terminado. También para el 2001 Clarín ya había registrado la peor caída de ventas de su historia y la ciudadanía había mostrado mejor criterio en la elección de la programación televisiva que los propios productores (para esa época había nacido la televisión realidad que se convirtió en el fenómeno mediático de la década y brindó más fuentes de trabajo que la alicaída ficción). Fue por esa época que ya estaba planteada la transformación tecnológica que hoy está consolidada. También para 2001 ya había un gobierno que había hecho de la propaganda su principal capital y ya por entonces hubimos de comprobar tristemente que la imagen pública era más volátil aun que los capitales extranjeros.

No dejo de recordar, cada vez que trato de recuperar lo que pasaba hace diez años, que muchos de los cambios hoy son posibles porque algunos se animaron a ser pioneros en temas que no eran el eje central de la investigación académica. Aprendí que la opinión dominante tiende a omitir lo que le resulta incómodo. Y que, como ocurrió en el pasado, los cambios positivos de mañana seguramente provengan de los que creen en los derechos de la ciudadanía más allá de los ejes de poder, que siempre intentarán dar su versión de las leyes de la rotación terrestre. Epur si muove.


*Doctora en Ciencias Sociales (Flacso); Magister en Comunicación Institucional y Licenciada en Letras (UBA) Docente e investigadora de la Universidad de La Matanza. Autora del blog CÁTEDRA (www.catedra.com.ar ) y desarrolló www.alosmedios.com.ar para analizar el día a día de los medios.


Galasso Norberto. Historiador

Fin de Siglo

Tuve la sensación de que se acababa un ciclo, que la reacción popular auguraba un futuro mejor, pero al mismo tiempo la importancia de que carecíamos de un instrumento político que fuera capaz de encauzar esas ganas de cambio. Por supuesto, no sospechaba lo que iba a suceder entre 2003 y 2011.


López María Pía. Socióloga

2001: Entusiasmo y angustia

Viví ese momento con entusiasmo y angustia: entusiasmo porque sentía que los pasos de la multitud en la calle daban por terminadas muchas cosas que debían terminar -desde la dictadura (fin visible en el hecho de que el estado de sitio fuera tomado como objeto de desdén y rebelión) hasta las posibilidades de gobernar del modo en que se venía haciendo. Quizás no era tan claro todo esto, pero sí que algo llegaba a su fin, y ese algo había sido muy dañino para la vida popular. Angustia porque eso ocurría trágicamente, con lucha y muertes en la calle y con niveles cada vez más profundos de miseria. Fueron días, sin embargo, que implicaron una vitalidad distinta en la ocupación de las calles, en el encuentro con otros, en la invención de un cotidiano que parecía permitir otros modos de vida.

Martín Kohan. Escritor

Fastidio por la hipocresía

Lo viví azorado por la manera en que muchas personas parecían descubrir repentinamente la existencia masiva de millones de pobres en Argentina (todavía hoy se lee que los cartoneros en masa aparecieron en diciembre de 2001). Lo viví fastidiado por la hipocresía de la consigna "Piquete y cacerola, la lucha es una sola", que ciertamente se evaporó más bien pronto; y por la idiotez haragana de la consigna "Que se vayan todos", que ciertamente desembocó en Duhalde y en Carlos Menem como candidato más votado en las elecciones de 2003.


Saccomanno Guillermo. Escritor y periodista

Dolor e Indignación

Viví diciembre del 2001 con dolor y bronca. Hoy vivo ese entonces con la indignación que causa la impunidad de los asesinos. No me refiero sólo a los responsables materiales sino también a los responsables intelectuales. No menos indignación me producen la desaparición de Julio López y otras víctimas recientes de esta democracia, como Cristian Ferreyra. Incluyamos también a quienes mueren por desnutrición.


Mi 19 y 20.

Por Ari Lijalad*

(para La Tecl@ Eñe)

Siempre me conmovió el relato de John Reed en “Diez días que estremecieron al mundo”, libro recomendable si los hay. Reed, creo, condensó en su obra toda una tradición periodística, de la que formaron parte en nuestro país Jorge Masetti y Rodolfo Walsh, entre otros. Una tradición que puede definirse como lo hizo precisamente Walsh al recordar a Masetti tras su muerte. Decía Walsh sobre Masetti: “se metía, y llegaba antes, y volvía con la justa”. Eso mismo sucedió con Reed: se metió en el corazón de la incipiente Revolución Rusa, como había hecho poco antes con su homónima mexicana (1912, retratada en su libro “México insurgente”), lo hizo antes que nadie, con el periodismo como primera versión dela historia, y publicó, en su libro, la justa.

Corro el riesgo de que la memoria me juegue una de sus avivadas, es decir, que junte dos hechos que en realidad sucedieron separados pero que la búsqueda de un relato coherente y atrapante los haga parecer correlativos. Pero me animo a asegurar que fue por esos días de finales de 2001, cuando yo tenía 17 años y estaba terminando 4to año del secundario, que leí por primera vez el libro de Reed por recomendación de mi viejo. Y, en ese libro, además de los pormenores de las pugnas internas entre bolcheviques y mencheviques, de los relatos de los mitines donde comenzaba a destacarse Trotsky, del clima de época donde brotaban los soviets, había algo que a Reed le llamaba la atención. Aún en ese momento, había gente que iba al teatro. O sea, parte de la vida cotidiana seguía funcionando, en medio de uno de los acontecimientos más rupturistas del siglo XX.

Al intentar recordar donde estaba el 19 y 20 de diciembre de 2001, lo primero que recuerdo es que estaba en una plaza, pero ni cerca de la Plaza de Mayo. Disfrutaba de un día de verano que era el prólogo del casamiento de mi hermana. Casamiento curioso: entró al civil con un presidente y salió de la fiesta -realizada si mal no recuerdo bajo el Estado de sitio- con otro. Pero lo cierto es que todos estábamos más pendientes de la televisión y la radio que del casamiento. Antes que eso, recuerdo a mi viejo, militante setentista retornado del exilio -donde habíamos nacido todos sus hijos-, metiéndome en mi casa mientras aseguraba que habría muertos. Yo le gritaba que eso no sucedía más, que eran reflejos setentistas. Pero tenía razón el viejo. Intuía, o sabía mejor dicho, lo que significaba el Estado de sitio. Él, igualmente, encaró para Plaza de Mayo. Recuerdo, entonces, vida cotidiana y vida política entremezcladas. Pero creo que, a diferencia del relato de Reed, en diciembre de 2001 fue imposible abstraerse de lo que sucedía. Algunos, seguramente, pretendían seguir con una cotidianidad que era, en los hechos, insostenible.

No fui a la Plaza, ni me enfrenté a la montada. Todavía no entendía que eso era lo que había que hacer. Si lo entendieron miles de jóvenes, que ya en ese momento militaban aunque eran ignorados por los medios, precarizados por los empresarios y bastardeados por los dirigentes políticos. Pero fueron ellos los que nos salvaron la cabeza a los que comprendimos más tarde lo que había sucedido. Los motoqueros, los valientes de las fábricas recuperadas, los imprescindibles como el “Pocho” Lepratti, las Madres y los HIJOS como siempre, los miles dispersos pero convencidos de que algo no andaba bien. Y creo que por ahí está una de las claves. Decir que todo fue un gran saqueo promovido por punteros es tan falso como asegurar que fueron todos autoconvocados. Afirmar que fue todo clase media a la que sólo le importaba que le hubieran tocado los ahorros le pifia tanto como sostener que fue una revuelta exclusivamente porteña.

Recién al año comprendí lo que había pasado. Era diciembre de 2002, terminaba el secundario y salí buscar laburo. Ya algo intuía. En julio la policía había demostrado que las balas de plomo de diciembre no eran una excepción al asesinar a Kosteki y Santillán. Mi generación, creo, recuerdo, enfrentó un país desolado. No teníamos experiencia laboral ni ahorros. Teníamos que elegir una carrera universitaria de dudosas perspectivas laborales. Los más afortunados, conseguimos algún laburo haciendo encuestas o vendiendo celulares. Era el real significado de la crisis de 2001. Comprendíamos, a la fuerza, que la onda expansiva de la explosión del modelo de valorización financiera aún dañaba los cimientos de un entramado social que, en unos años, comenzarían a reconstruirse.

Después de leer mucho, y aprender, y recordar, sobre el 19 y 20, creo que lo esencial fue la imposibilidad de abstraerse de lo que sucedía. No sólo por los avances en las tecnologías comunicacionales que, retornando al ejemplo de la Revolución Rusa, traían ahora los saqueos al living de casa. Sino por el violento quiebre de una matriz neoliberal impuesta en la noche dictatorial y retocada por la segunda década infame del menemato. De eso, ninguno pudo zafar. Y hoy, ninguno puede olvidar.

Ari Lijalad

*Periodista

ari_lijalad@yahoo.com.ar

*Producción: Conrado Yasenza. Testimonios ofrecidos para La Tecl@ Eñe

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