07 noviembre 2011

Poesía/Los jóvenes maestros/Víctor Redondo


Agradecemos al poeta Víctor Redondo el envío de su poema inédito Los Jóvenes Maestros.


LOS JÓVENES MAESTROS

a José Carlos Becerra

(México 1937-Brindisi, Italia, 1970)


UNO

Una vez más frente a frente.

Pero ahora el miedo

ha quitado de las palabras el ropaje de las palabras

y ahora las palabras, pero no las palabras,

son palabras finalmente, y no aquéllas.

Hay mucha exageración en todo esto

y una pequeña parte de verdad, "tengo

ciertos miedos que pertenecen al futuro".

No se halla nunca el comienzo

y es tan difícil terminar. Un poema

quisiera extenderse como un pecado nuevo,

siempre insuficiente. ¿Para quién se escribe?

La ficción comienza antes del primer acto,

antes de entrar en la sala de los enigmas, antes

de sentarnos frente a la hoja, enjoyados por el hastío,

y antes de ser los animales jóvenes en busca del deseo.

No me mires así, sobre esto debo hablar.

Deja que destierre en paz estas almas que recuerdo

en cenizas, en trampas, en las noches donde vierto

la triste espuma de un vino inacabable.

Hemos nacido para el éxtasis seco,

para la furia de no comprender,

para tener cadenas por necesidad de cadenas y gozar

la lujuria de la rebelión. Deja que hable.

Pero no me dices que no hable: no me escuchas.

Hablo a la fría lucidez de los muertos

que no creen necesario contestar.

Ser o no ser son dos espejos ausentes.

Sobre esto es inútil hablar.

Tengo las palabras cubiertas de polvo.

Necesito que me respondas, ese silencio enloquece.

Necesito enfrentar palabras para oponer palabras.

Necesito creer en el mal para vencer lo irremediable.

El veneno de la serpiente

nos defiende de la serpiente. Y estamos hablando

de las involuntarias víctimas de un antiguo mal. Eso creo.

Quizás estamos hablando de otra cosa

y yo esté demasiado solo esta noche.

DOS

Oye si es que no cantan

los peces de la noche en sus negras aguas.

Mira, si es que no sabemos ver sino pasiones sagradas,

los pájaros que beben junto a los melancólicos animales.

Huele las botas, el lodo de los reyes guerreros,

si es que no tenemos más que palabras en la mano.

No puedo darte nada que te salve,

y si arrojo hacia ti una cuerda, veré, sufriré sonriendo,

una cuerda en tu cuello, una mano pálida buscando el horizonte.

Y más allá nada. Pero más acá

la trama de oscuras cabezas bajo la lluvia,

paraísos perdidos en un mar borrado.

Y conducidos ante la alta sombra sin respuestas

cenaremos como desenfrenados, tendremos dientes de abismo.

Ahora esta palabra te recuerda por no haberte conocido.

Ahora esta palabra, hecha de polvo y de ciudades,

vendrá con su horrible aliento a envejecer estas páginas,

y tú seguirás sin estar.

Entre la mierda de los perros y la basura de los edificios

pasarán las aguas como un espejo

y no tendrán tu rostro

hecho de infinitas armonías desesperadas, ni tus manos,

ni tus piernas, ni tus ojos de ahogado.

Mas pasarán de boca en boca,

pesarán en los nervios, serán una cruz

poemas de tan corta vida.

Cernuda, lo hemos leído hasta olvidarnos los ojos,

nos hablaría de ilustres efebos sin nombre,

de prados donde el silencio crece entre los cuerpos,

y nos perdería en su voz, fuente del deseo.

Pero seríamos igualmente tres náufragos en la noche,

sin nadie que nos oyera. Pero si alguien nos oyera

¿nos salvaría? Por los labios

cruza una estrella, una primera canción de rumores de almendro,

un misterio abierto para los ojos abiertos.

Y no, no era la luz lo terrible del amanecer.

No eran las sombras que cantaban frente a tu vista

lo que yo he mirado. Eran rostros de espuma

en una noche sin fin, un terrible peso

más poderoso que el amor.

Para estar realmente solos fue necesario habernos conocido.

Y yo te hablo a ti pero tú a nadie hablabas.

Eras más sabio que yo, escribías desde la muerte.

Otoño tras otoño, a orillas del mismo mar,

buscábamos alguna señal de los ahogados, alguna palabra

que arrojada contra las piedras aún cantara

bajo la sal de sus cuerpos podridos.

Y volvíamos desnudos, solitarios en la intemperie,

a nuestro hogar terrestre donde la ropa

temblaba en la cuerda como un fantasma

que clama ser poseído. Y no teníamos

un cuerpo para ofrecer. Sólo palabras, triste amigo,

besando la brisa de los mares, una eterna soledad.

TRES

Y he creado tu nombre

para inventarme uno propio. Cortinas de humo

para despertar palabras que nadie vea.

¿Y si me vieras cantando, solo, melancólico como un perro viejo,

frente al espejo de mi única herencia,

me seguirías viendo? ¿Dirías: frutos prohibidos?

¿Dirías: victoria del polvo? Y no has de regresar.

Esa fue la primera certeza del poeta. Nadie puede regresar

del país oscuro o claro donde canta la sombra o la luz.

Pero veremos --somos viejos hechiceros--

el beso de los espíritus entre las mismas palabras.

No será un triunfo claro,

apenas alquimias del alma errante

que busca labios que la nombren

entre fríos y cadenas deshabitados.

¿Quién lee ahora lo que no has escrito?

Te he soñado, te pido responder. Debes ser mi ficción, mi fe.

¿Quién ha hecho de la noche el verdugo sin rostro?

¿Quién nos ha hecho creer que la luz nos salva?

Si no lo supimos, nunca lo sabremos. Si no lo sabremos

esta vida

un goce de palabras

una desnudez sin cuerpo.

Toda noche tiene su música oculta.

Es necesario crearse oídos para oírla.

Y eso, nuestro cuerpo y nuestra sangre lo saben,

ya nos ha costado demasiada vida.

Somos héroes de un ejército perdido.

Somos peregrinos y por ahora

la inmensidad vence. Volveremos a nacer

con el lenguaje de los cuervos. Tornaremos a las felices lágrimas

luego del falso vino de los templos. Y ya no será necesario

ocultar los fantasmas que poseen nuestra razón.

Comprenderemos que jamás, jamás,

jamás, como si no tuviera importancia.

--Este es nuestro daño, tiene deseos y soberbia,

pero pide la clemencia de las manos ardientes.

Son insectos de mujeres en el sueño,

son silencios de dioses muertos que retornan,

son bestias de silencio, o bestias de palabras,

son nada, triste amigo,

pero es nuestra creación.

Y la literatura no tiene importancia

cuando tus ojos nadan extraviados en el océano de los continentes.

Y tus ojos son nada frente a los continentes sin forma

que han marcado tu cruel partida. Todo es el hombre

y nosotros --¡fantasma, fantasma, fantasma!--

ya no somos sino fantasmas

de lo que hubiéramos podido ser.

Sí, falta el amor, el peligro, la aproximación,

faltan paisajes donde el Sol se alce y nos recorra

y nos vuelva a crear hijos de la Luz.

Derrochamos muerte, nos falta pasión. Volvemos siempre

al pensamiento que se muerde la cola

y muere en las estériles tierras sedientas

donde se estremece la codicia del conocimiento.


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