07 noviembre 2011

Poesía/La poética del dolor social y sus máscaras/Vicente Zito Lema

El poeta, periodista y dramaturgo Vicente Zito Lema nos ofrece, en esta edición de La Tecl@ Eñe, un poema inédito de reciente escritura. Compartimos con los lectores de la revista la lectura de Zito Lema, quien con su poesía nos invita a conmovernos y reflexionar sobre las máscaras del poder y el dolor social e individual que ellas producen.

La poética del dolor social y sus máscaras

Por Vicente Zito Lema

(especial para La Tecl@ Eñe)


Ilustraciones: Mauricio Nizzero

1.

La historia humana también podría ser contada como el sueño de la poesía (esa poesía que

anida en todo arte, en cada acto del pleno amor a la vida), para sublimar, reparar y acaso

superar el dolor, la angustia y la tristeza sin fin de las almas, que provocan el crimen de la

pobreza, y todos los crímenes que de allí nacen, como flores malditas, como veneno

del fruto prohibido.

2.

Cómo negar que la crueldad social sigue en pie y que la historia no ha dejado de ser

alimentada con los cuerpos inocentes; y sin embargo la poesía persiste soñando,

desafiando la realidad, como una obstinación de la especie, y crece viva, más que el agua y el

fuego, también detrás de las rejas y murallones, donde el poder del estado organiza, con plena

conciencia (y exuberante prepotencia), la depositación del mal humano. Ese mal

que deberá existir, y a la par habrá que castigar, para mantener organizado el mundo a partir

de la pobreza, para no perder los beneficios y monstruosos privilegios que provoca el crimen

de la pobreza, hoy más que nunca desnudando hasta el hartazgo que allí está el origen de la

violencia, del sufrimiento general y de la muerte.

3.

Si nada es más material que los sueños, así también los sueños tienen su límite en la realidad

que impone el poder.

Pecado, sinrazón y delito serán así – según el momento y las circunstancias- los nombres con

que el poder titula y desnuda a la pobreza, que en ese universo de la perversidad jamás será

parte del bien instituido. Y nunca despertará la belleza, tampoco el gozo de lo sublime.

Se sacralizará el rostro del silencio y del vacío.

De allí en más, la vida de muchos se pagará con monedas de muerte. Y el crimen,

como opresión, como marginación, como usurpación de la dignidad humana,

será el anunciado devenir de otros crímenes, tan inútiles como dolorosos,

tan evitables como repetidos, en una inmensidad y numerosidad que agobia.

(Y para siempre la diosa Belleza nos besará con sus labios manchados de sangre...)

4.

La realidad de nuestro tiempo es el dolor social. Habrá que hablar de ese dolor.

Habrá que llenar nuestros ojos con todos los espacios sociales donde se desarrolla el dolor.

Ese dolor que es también la soledad y esa soledad que es igual al espanto.

La cárcel no es más que una caja de cristal llena de espectros del espanto, donde la mayor

pesadilla será que los cuerpos resuciten después de la vida sin conocer la muerte.

Nuestra vida social está llena de víctimas y victimarios. Las víctimas sólo se irán de la escena

del crimen cuando con conciencia de su libertad destruyan la pobreza: será el momento

de la emancipación.

Los victimarios, por su parte, gozan de impunidad, nunca admiten el dolo en el daño,

ni siquiera un atisbo de culpa o de responsabilidad roe sus frentes. Viven en la falsa conciencia,

bajo el fetichismo y la renegación de los actos, fascinados por los ruidosos

estertores de las víctimas.

En los otros crímenes, los que se denuncian con grandes voces, reclamando seguridad,

los que los códigos, la religión y la moral sancionan, sólo hay víctimas.

La primera víctima es el muerto, el herido, el violado, el humillado y

desposeído con violencia en todas las formas...

La segunda víctima es el autor del crimen: pagará con la libertad. Si la

valora, cada día será su martirio. De no valorarla, la pregunta es: ¿qué

horror hay en su historia que oscurece la conciencia de lo que perdió...?

En otros casos, los de extrema perversidad, tal vez los menos, la pregunta

será: ¿qué horror hay en la historia del que no admite la culpabilidad ni

siente dolor por el horror que causó? (¿Acaso escuchan el sonido de la

pasión como si una lluvia de sangre fuera la ley universal...?)

5.

Las almas arden en la tierra...

Hay una pesadilla que opaca el brillo del más antiguo de los sueños y

obliga a plantearnos: ¿no es la libertad, paradójicamente, la materia con

que el poder se cobra, en los cuerpos que persigue, las deudas de los

delitos, como si estuvieran en juego unas cuantas libras de carne...?

Detrás del crimen siempre se consuman un ritual y un discurso de muerte,

aunque la víctima no perezca.

En cada delito, en cada delirio y en todo castigo aparece un cuerpo que se

mortifica en la agonía y suena un grito que lo denuncia...

Y si la poesía del silencio alivia el alma sufriente,

la poesía del grito la exaspera hasta alcanzar los cielos en el infierno.

Ello sucede en la poesía escrita en las cárceles, o desde los socavones

donde se amontonan los delirios y los fantasmas de la demencia.

6.

La reclusión en las cárceles -y en los hospicios y en los asilos para niños y

viejos-, es un crimen y es un dolor extremo de consumación continua y perpetua,

aunque dure momentos, que nace y se desvanece con cada víctima,

en cada infierno disfrazado de azar o de destino, o instituido como antídoto

eficaz contra la violencia, el vicio y sobre todo la maldad, paradigmas

de la racionalidad social.

Un orden sano de adaptación pasiva que se consuma con el decir bíblico:

sólo come el que trabaja, y sus consecuencias explicitadas como dura

advertencia al desobediente: sembrarás vientos y cosecharás tempestades.

La cárcel y el manicomio, o la tumba, pasan a ser el ojo de la tempestad.

Las instituciones de castigo creadas para la pobreza, como la misma

pobreza que crea las instituciones y les da de comer -con sus cuerpos y

sus almas rindiendo una última plusvalía, en la postrer bocanada...-

multiplican los daños, los agigantan, los prolongan en el tiempo y dejan

llagas sin cura en el cuerpo de los castigados, y en el cuerpo de los hijos y

de los hijos de sus hijos, que heredarán sin beneficio de inventario los

sarcófagos de la mortificación, nada más que piedras y tierra sin semillas...

Que la poesía nazca en semejante tierra, porque la poesía también se

escribe en las cárceles (y demás catacumbas), sobre las espaldas

del que sufre, habla de un milagro, si llamamos milagro a la

obstinada resistencia humana para seguir vivos en el final del día...

7.

El espacio es ahora la cárcel: todo flota bajo límites precisos...

El tiempo de la cárcel es una sinfonía de desgracias...

La fragilidad del instante se funde en la soledad del infinito:

Unas mujeres, escriben.

Todos los simulacros de la realidad quedan bajo el hechizo de semejante

acto: hasta la libertad renace de sí misma. Ya no hay calma, toda la cárcel,

cada uno de los calabozos, cada barrote arde en las hogueras de la poesía.

Los cuerpos recobran su alma. Los objetos reanudan su magia... Unas mujeres tras los muros

desafían la soledad de las estrellas y escriben...

La belleza clama en la noche del mundo…

8.

Así como los muertos nos hablan de la muerte y ningún muerto ni todos los

muertos son la muerte, y menos aún la eternidad; así también el dolor de la pobreza,

el dolor de la reclusión, el dolor de la no libertad que acrecienta hasta el delirio la necesidad de

libertad, no es toda la humanidad, y sin embargo hace que la humanidad pierda su sentido.

Cada pobre, hablo aquí de cada ser con pobreza de su libertad, vive la temporalidad estricta de

su pobreza; sin embargo no la agota ni confunde su sustancia –propia e indeclinable por su

sentido de trascendencia– con esa pobreza que no es en su origen naturaleza, menos

aún designio de la divinidad. (Es inconcebible una perfecta divinidad que

haga “trampas” a sus criaturas , pervirtiendo con la aparición de la pobreza

ese poder de acción en libertad que define lo humano, que hace de lo

humano el espejo donde la vida se refleja como amor en los ojos del otro).

9.

La conciencia de la vida se magnifica igual que el fuego...

Cómo nombrar ese bien y esa belleza que son anteriores a la palabra, y

que por tanto no pudieron ser pensados sino que fueron en sí

como la piedra y el árbol...

¿Quién escucha en la noche...? ¿Quién abre su ventana de clausura en la

cárcel o en el manicomio...?

Estamos hablando del bien y de la belleza, pensamos como criaturas que

soportan el nudo de una soga en la garganta en el único espacio de

necesidad y deseo donde el bien y la belleza brillan de puro significado...

10.

Es el cuerpo del muerto que nos da conciencia de la vida...

Es el cuerpo de la locura que nos descubre la razón...

Es el cuerpo en la cárcel donde se desata la libertad...

De esto se trata: cómo la muerte, la locura y el crimen no son mucho más

en nuestro tiempo que las máscaras del dolor con que el poder rinde

tributo a la estructura final que le da nombre y sostén: la pobreza.

Será preciso el socorro de la poesía, para que Prometeo en nombre de

todos los hombres sufrientes le robe a Dios nuevamente el fuego,

y aunque el dolor infinito sea el castigo, otra vez el bien y la belleza serán la

esperanza...

11.

Las viejas verdades existen en el mundo, también la bruma

en la orilla del mar...

En la orilla de la vida se acurruca el dolor de la pobreza, la angustia de todos los castigos

que de allí en más nacen; ni siquiera la bruma extiende sus alas para cubrir la realidad

del horror de nuestros días…

Habrá que recordar: el que a hierro hiere, a hierro muere...

La mano que nunca conoció ni las sobras del amor, es la mano que se extiende

ante el misterio de la vida.

¿Cómo se escuchan las músicas del desprecio y la desesperanza?

¿Cómo se pronuncia la palabra piedad...?

Cuando se abran todas las puertas, ¿habrá glorias en los cielos…?

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