29 abril 2011

Informe Política y Literatura/Literatura, cultura y estética comunicacional/Varela Santiago

Literatura, cultura y estética comunicacional

En una época globalizada donde lo mediático pretende determinar lo que existe y lo que no, cada texto debe ser analizado, revisado y, fundamentalmente, cuestionado. Incluso Wikileaks. En ese contexto es claro que la literatura podrá ser políticamente neutra, pero no ideológicamente neutral.

Por Santiago Varela*
(para La Tecl@ Eñe)

En estos días, gracias a la visita de Vargas Llosa a nuestro país, se está discutiendo con vehemencia acerca de la vinculación entre literatura y política. Más allá de las posturas de unos y de otros, lo importante ha sido la discusión como tal. Como sociedad ya no podemos hacernos los tontos o los distraídos. Sabemos que ambas cosas, literatura y política, están íntimamente relacionadas. Y si bien los que no compartimos las posturas militantes actuales del Premio Nobel, seguimos recordando su brillante obra literaria, nos queda como posible explicación para un análisis, el hecho de que Vargas Llosa “antes”, cuando escribía la literatura que nos apasionaba, pensaba de otra manera. Tenía otras ideas políticas, otra ideología. Las personas no son como los libros que quedan fijados el día de su publicación, las personas -por suerte- cambian. Aunque estos cambios, a veces, no sean de nuestro agrado.
Personalmente no creo que el Vargas Llosa de hoy, tan a la derecha del dial, hubiera podido escribir la Ciudad y los Perros. Imposible. Eso lo escribió el Vargas Llosa de los 60. Otro señor.
Si bien el proceso literario es sumamente complejo, por las variables que en él intervienen, sobre todo por la imposibilidad de acceder a los pasadizos profundos y secretos del autor, lo cierto es que pueden arriesgarse algunas definiciones. Es claro que la literatura aséptica, pasteurizada de todo contenido ideológico, no existe. Podrá ser políticamente neutra, pero no ideológicamente neutral. Consciente o inconcientemente el autor debe fidelidad a la estructura interna de su pensamiento.
Puede simular, mentir; pero solo será eso, una simulación, una mentira. Y si bien el disfraz o la astucia sirven para un discurso político o un panfleto, no alcanzan para hacer buena literatura.
También que una obra esté vacía de anclaje con el entorno, real o simbólico, debe ser tomado como una postura ideológica. Es lo que los humoristas definen cuando se hace humor con náufragos en islas desiertas. (género bastante común) Ese humor intenta estar por fuera de todo contexto espacial y temporal. El personaje está solo con su chiste, aislado del mundo. Sin embargo, ese tipo de humor -lo del náufrago es sólo un ejemplo entre cientos- tiene un claro contenido ideológico. Desde que Ariel Dorfman con su clásico “Para leer el Pato Donald” reveló los significados ocultos de las situaciones aparentemente “inocentes”, la inocencia se murió.
En una época globalizada donde lo mediático pretende determinar lo que existe y lo que no, lo que debemos saber y lo que no, cada texto debe ser analizado, revisado y, fundamentalmente, cuestionado. Así como los pasajeros debemos pasar los controles de seguridad en los aeropuertos, así los textos deben pasar los filtros de confiabilidad. Incluso Wikileaks.
Podrá el autor decirnos que nos brinda una novela de amor, pero el pobre no pudo evitar que le saliera un panfleto. Podrá el escritor jurar que no tiene un pensamiento machista pero en su obra no hay personaje femenino que no termine en la hoguera… salvo su madre.
Los humanos emanamos, exhalamos, irradiamos ideología en cada acto que realizamos. No podemos evitarlo. Somos como el patito criollito, un pasito, una cagadita. Y en cada cagadita está lo que somos en profundidad, está nuestra ideología.
Y cuando escribimos, escribimos, casualmente de eso.
Por supuesto la ideología no es como el ADN que viene incorporado como un código de barras desde el nacimiento, sino que se trata de una construcción cultural en la que intervienen cientos… o miles… de factores. En la medida en que esos factores cambien -o los cambiemos-, se modificará nuestra manera de pensar el mundo, nuestra ideología.
Ahora incorporemos en nuestro análisis al “otro”, con otra ideología, con otra formación, tal vez con otro origen cultural.
¿Podemos interactuar con otras ideologías distintas sin matarnos? La historia nos muestra que los humanos tenemos una vocación bastante instalada y estimulada, dirigida a eliminar lo que aparezca como distinto. Genéticamente somos mamíferos territoriales y algunos, además, venimos con vocación de machos alfa.
La cultura es lo distinto, es lo que contextualiza lo genético, lo que nos torna humanos. En este plano se desarrollan las batallas culturales. Si bien algunas sociedades suelen recurrir muy rápidamente al garrote, sobre todo cuando tienen vocaciones imperiales y cantidades suficientes de aviones y bombas como para justificar sus ambiciones, saben que deben apoyarse en la cultura para intentar justificar sus actos. Se bombardea para salvar vidas, de la misma manera en que la Inquisición chamuscaba gente con el loable propósito de salvar sus almas.
Para acreditar sus acciones, algunas sociedades utilizan los aspectos más presentables de su cultura como un caballo de Troya. Lo rodean de palabras bonitas, lo envuelven como para regalo… y en cuanto nos descuidamos, nos embocan.
Palabras bonitas, políticamente correctas. Esta es una de las armas de destrucción masiva que se suelen utilizar en las batallas culturales. La clave está en usar aquellos términos que son valorados universalmente, digamos: libertad, democracia, igualdad… Pero el quid está en usar sólo la parte de afuera de esas palabras, sin su significado interior. Así salen más baratas. Una explicación probable es que en esta época la cantidad de información es sencillamente abrumadora. De la misma manera en que un viajero puede perderse por falta de camino, también puede volverse loco por exceso de caminos y huellas que se dirigen hacia distintas partes. Hoy nos llegan tantas palabras a través de los diarios, de los libros, de Internet, de los SMS y de la televisión, que si tuviésemos que prestarle atención a cada una, no tendríamos tiempo de escucharlas y/o leerlas a todas. Son demasiadas. Por más q se achiken, no hay caso, son demasiadas.
Es así que en los diarios prácticamente se han dejado de escribir los cuerpos de las notas. Lo que valen son los títulos y, a lo sumo, las bajadas. Muchos lectores aún no lo han notado, pero los cuerpos de las notas son los mismos, se repiten constantemente. Es más, el título puede referirse al “Triunfo de la Democracia en Irak” y la nota traer la receta de las torrejas de berenjenas. O bien el titular hablar de la “Ingerencia del Gobierno en la Educación” y la nota hablar, nuevamente, de las torrejas de berenjenas.
Lo mismo pasa en televisión. Un movilero tiene 30 segundos para llegar hasta alguien a quien no conoce y preguntarle algo, cualquier cosa, sobre un tema del cual tampoco sabe nada. Luego viene la tanda, los goles de la semana y otra tanda. ¡No hay tiempo! No podemos detenernos sobre cada palabra a ver qué dijo o qué quiso decir.
Esto también lo saben los políticos por eso en campaña, si los dejan, cada vez hablan más y dicen menos. Pero si el espacio lo tienen que pagar ellos, entonces hablan menos y no dicen nada. Lo importante es la imagen y el slogan. ¡Una sonrisa, una frase… y sale con fritas!
En esta era tecnológica en la que todo queda registrado, los comunicadores, mariscales de estas batallas mediáticas, no pueden darse el lujo de ser coherentes con ellos mismos, porque todo lo que se dice o se escribe tiene un sentido táctico inmediato, totalmente distinto al de ayer.
Que dos políticos, días atrás, se hayan matado y hoy se den besitos en la trompita no debe interpretarse como una incoherencia, sino como pragmatismo de alto nivel de pureza. Eso es lo que hay que vender. La duda es la jactancia de los intelectuales, Rico dixit. Y los intelectuales son unos eternos rompepelotas, dixit muchos otros... y con razón.
Por suerte vino Vargas Llosa y se logró que por unos días no se hable, por lo menos no tanto, de Manguera y Juanita, el otro eje fundamental de nuestra Realidad Nacional. Digamos que esto es parte de una batalla cultural, parte de otra mayor, que se viene dando desde hace milenios, desde que los imperios existen.

Otrosídigo: Lo contradictorio de esta nota es que corremos el riesgo de ser acotados, superficiales, corridos por el tiempo o por la cantidad de caracteres o por la simplificación pseudo didáctica. Es evidente que la cultura del movilero se nos está metiendo entre las tripas.

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Santiago Varela/2011
*Periodista y escritor. Co-conduce el programa radial “Argentina tiene historia” junto a Jorge Halperín y Nora Anchart en Radio Nacional.

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