20 julio 2010

¿Somo Gatica? ¿Somos Pipita Higuaín?/ Por Horacio González

¿Somos Gatica? ¿Somos Pipita Higuaín?

Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)

Luego de la derrota de la selección, en la televisión pública se comenzó a pasar el film Gatica, de Leonardo Favio. El que quiso ver Paraguay-España tuvo que ir a otro canal. ¿Se trataba de un hecho casual, azares de la programación? ¿O se coló ahí un esbozo de interpretación de lo que estaba sucediendo? ¿Pero qué cosa estaba sucediendo? Las derrotas se sostienen en una vastísima literatura de imprecación y culpabilidad. Nadie goza con ellas, pero hay que saber sufrirlas, sin pensar en “elaborar el duelo” –solución fácil, concepto sedativo- ni dejar de intuir que de ese bache espiritual tarde o temprano se sale. Algunos, creyendo resumir el tema de la caída en un manojo de visiones sobre la escuela del dolor necesario, se reconciliaron con las imágenes de un Maradona titubeante, golpeado. El sentimiento de pérdida es desolador en cuanto ocurre y nadie piensa en un foso profundo del dolor que toda ruina será pasajera.
Sin embargo, una primera pregunta necesaria se refiere a si el fútbol puede generar equivalencias con los derrumbes colectivos de países y sociedades. El fútbol es metáfora, sobretodo en los efectos sentimentales que lo involucran. Pero ninguna metáfora es completa, ninguna ofrece un paralelismo total con su referente. De ahí que los relatores, jugadores y demás opinantes inmediatos luego del 4 a 0 con Alemania, recordaban que… “es un juego”, apenas un juego. No obstante, el fútbol es también un incesante tejido de conversaciones sobre el honor y el escarnio. Es difícil explicar de donde surge el sentimiento de agravio asociado a un mal resultado deportivo, pero en nuestro lenguaje diario habitan nuestros discernimientos y preferencias.
Una abstracción intelectual más o menos obvia nos indica que es posible decir que “no soy Pipita Higuaín” –el relator de la televisión lo decía, “todos somos Pipita”-, pero al mismo tiempo hemos hablado, hemos asociado nuestra lengua –es decir, nuestra capacidad de pensarnos como sujetos-, a un conjunto de valoraciones que “son y no son nuestras”. Al hablar tomamos identidades móviles, que parecen firmes en un momento y luego se diluyen. El fútbol es un juego y una manera de conversar sobre la honra, lo que también implica un juego. En la conversación futbolística podemos apartarnos de esas formas del honor más fácilmente que de otras, pues es evidente que solo una sustitución vicaria, un pobre consuelo que reemplaza a nuestras emociones reales, podría conducirnos a pensar que somos Pipita Higuaín. Pero hay confines de la representación, que a pesar de que hablen de nuestra impotencia espiritual, definen los alcances fugaces de lo que podríamos ser en un punto irreal de nuestras efusiones: entonces, en un momento iluso pero real, en los sueños del lenguaje, es decir, en nuestras ocultas nociones sobre el honor, somos Pipita Higuaín. Por eso, en el habla futbolística, somos vulnerados si se ataca a ese otro fantasmal que en ese momento somos.
¿Somos Gatica? Gatica es un film sobre una doble caída: la de Gatica y la del peronismo. Favio no se detiene en chiquitas. Su sistema alegórico es directo, frontal. Todo se sitúa en el plano sacrificial. Hay caída porque hay redención, pero cada uno elige en qué momento ubicarse. Aquí se cae sin remedio ni rescate. Gatica es testigo privilegiado del folletín sentimental y social de Perón y Evita y a la vez su partiquino esencial. “Dos potencias se saludan”. Da la impresión de que Favio tiene una idea fundamental sobre las agonías, sobre su valor preparatorio sobre una futura vida plena. En ese sentido, su alegorismo es cristiano. Gatica es Cristo con guantes de box, con borrachera, ingenuidad revulsiva, emotividad entendida no como natural derecho al llanto sino como desconocimiento de los golpes del destino. Que llegan.
El programador del Canal 7 quizás ya tenía ese film previsto, quizás surgió de una rápida y nebulosa decisión de querer decir algo sobre una derrota futbolística que sumió a miles y miles de personas en una congoja pública, tan asumida como sorprendente. En eso casos, varias actitudes se presentan. Está la de aquel que tenía críticas sofocadas hacia el desempeño del equipo vencido, y solo entonces pudo desplegarlas a modo de reparación personal. “¿Vieron? las falencias no podían ocultarse más tiempo”. Está la del comprensivo universal, que se guía por la frase piadosa de “no hacer leña del árbol caído”. Están los medidos comentaristas del Canal 7 –sobretodo Diego Latorre, que sorprendió con muy buenos análisis, por momentos cercanos a los de un Marcelo Bielsa, aunque no tan adustos-, y también están los partidarios de una fácil politización del fútbol, lo que el momento político autoriza para los ingenuos, pero que la difícil intransferibilidad del fútbol a cualquier otra circunstancia recomienda para la reflexión más madura. Para éstos últimos, roto un sortilegio, viene el castigo social para un gobierno que parece haber confiado demasiado en la tesis contraria, es decir, que un éxito deportivo se superponía a un clima social militantemente optimista.
Lo cierto es que el fútbol posee una sobrecarga de ilusión que convive muy bien con los sentimientos de los sibaritas del fútbol, que gozan del espectáculo por su significación misma, en la que ven resultados objetivos, fuerzas anímicas extraídas del poder competitivo real, hipótesis pedagógicas probadas, estrategias de movimientos y juegos posicionales que definen cuadros de acción en los que, medidamente, se inserta el pathos efectivo de la acción como un factor más y no como la subjetividad de comando. Marcelo Bielsa, que se mueve entre la retórica de las pasiones y los análisis de la estructura de juego, ha declarado que no prefiere que lo segundo se imponga sobre lo primero en el momento de definir verdaderamente lo que es el juego. Es explicable, entonces, que aún para los temperamentos dados a la reflexión sobre las estructuras, simetrías y órdenes sistémicos del fútbol, sea el factor pasional lo que cuente. Y éste factor lleva al tema de la representación colectiva, el punto de condensación total donde se abre una comunidad hacia su principio constitutivo de carácter honorífico, ya sea la idea de la victoria: in hoc signo vencis, asociado a la idea de la camiseta y su sueño de victoria, o ya sea abstine et sustine, el clásico “domínate y aguanta”, que no tiene el matiz de complicidad resignada y pseudo-amiguista con que este último vocablo suele usarse ahora. Cristianos y paganos dan siempre una provisión de actitudes, frases y simbolismos para los combates modernos.
Un compañero de trabajo, con motivo de que yo hubiera escrito un artículo en Página/12 sobre este mismo tema, en el que afirmo que “no somos Pipita Higuaín” (tomando la expresión que sí usaba un relator deportivo), me observó que cometía un error, pues es obvio que se buscan identificaciones y ésa era válida en un momento como el que se vivía. Yo me refería a que el fútbol puede gustarse y aún sufrirse sin que hubiera imposiciones sustitutas a la experiencia real personal, incluso la que se asocia al júbilo del un gol o a la intuición de una catástrofe deportiva, equiparable a un luto nacional completo. Esta última asociación es la concusión a la que se llega por la vía de imaginar que es toda una comunidad nacional la que está jugando. Por cierto, el misterioso hilo representacional actúa de diversas maneras. Los que se sustraen de su encanto deben rechazar al fútbol como un irracionalismo misticoide y populista, ¿pero es necesario construir una totalidad cohesiva con paralelismos tan extenuantes? Si realmente la programación de la televisión pública quiso comentar con la caída de un ídolo –al proyectar el film de Leonardo Favio Gatica-, el sentimiento que ganó a la población en el instante final del partido con Alemania, entonces un resultado frustrante en las condiciones en que éste se dio, sería un “analizador” –como decían los psicoanalistas- de la composición anímica del tejido comunitario mismo.
Volviendo a Gatica, Favio vio en él el ascenso y la caída de potencias plebeyas, paganas y cristianas, travestidas del demonio popular imbuído de un sentido crístico, trascendental y clonesco. Todo a un tiempo; ése es el milagro del gran cine de Favio. Los elementos redentistas están sostenidos por personajes santificados por sus vidas golpeadas, hechas en soledad o en la penuria del sustento. Cuando logran su victoria encarnan el poder popular, que llega con sus verdades prístinas y su nuevo rostro ingenuo. Los réprobos y mercaderes lo combaten, y nuevamente quedan los hombres de abajo, los deportistas salidos de las filas de un barro popular divinizado, los cantantes tocados por un halo de santidad estilizada por provenir de las márgenes olvidadas de la historia, para sostener un nuevo capítulo hasta que se de otra vez el retorno. Lo fascinante es la caída, momento pedagógico insigne. En ella todo se pone a prueba; lo inconsolable de las vidas desgarradas, el abandono de los oportunistas, la solidaridad pacata de los que a pesar de todo algo esperan, la muerte del ser abandonado que nada tenía para ofrecer sino su gloria y el desperdicio de su gloria.
La gloria es precisamente un ingrediente interno de la vida popular. Es ante la gloria que no hay diferencias de clase o de culturas. Todos pueden ser sujetos de la gloria en la medida en que ella –en su remoto origen helénico y luego cristiano-, se presenta en forma repentina como alimento carismático que repone una igualdad que en otros terrenos falta. Puede no tenerla el millonario y la consigue el hombre de ababjo. Maradona dijo que en el Mundial había hambre de gloria, por parte de muchachos que ya poseían todo lo que querían en materia de dinero y comodidades. De modo que la gloria era el principio general de equiparación paradójica, surgido de doctrinas milenarias respecto a que “el que tiene mucho no tiene nada” y siempre será posible aún teniendo mucho, aspirar a algo más, un surplus que es lo que realmente importan, el camino del cielo, el reconocimiento de los pueblos, el heroísmo profano que conmueve a las multitudes.
Por eso puede haber lazos identificatorios oscuros que representan un problema ya sea que se los tenga sin más (“somos Pipita”), ya sea que se los niegue como si no pasara nada, como si en la formación de comunidades ensoñadas, aunque trabajadas con la filigrana de la publicidad, los grandes negocios y los logos del consumismo universal, no se movieran también los párpados de los pueblos cruzados por mil divisiones existenciales y sociales. Pero no por eso dejan de añorar un momento único de sublimidad, como lo inconmensurable del espíritu que lleva a un más allá de las posibilidades expresivas, todavía con conciencia plena de que ese momento está ocurriendo y no es irracional, aunque tenga el carácter de un punto irrepresentable en el infinito. De ahí que en lo máximo de representación, la representación absoluta (“soy Pipita”), encontramos en un fragmento inesperado de tiempo comunitario, una representación indefinible que mágicamente se presenta como un cometa dadivoso o una catástrofe.
Y al ocurrir la catástrofe se presenta un sentimiento común de angustia que solo un partido del fútbol mundializado puede expresar. No tanto los grandes eventos nacionales –aniversarios, gestas sociales, luchas colectivas-, que se presentan más tenuemente aunque se alojan demorada y largamente en la memoria colectiva. Si bien hay una memoria del fútbol, es más diluida y circunstancial. Hay un juicio sobre lo bello y un juicio sobre lo sublime, se sabe. El primero puede estar despojado de compromisos comunitarios y nacionales, el segundo no. Es así que podemos festejar “la belleza del fútbol” pero ser superados por el sentimiento de que aún siendo bello el equipo que “nos” derrotó, “nos” debemos a la amargura colectiva en razón de que lo sublime de la gesta “de todos” resultó frustrada. O humillada. La expresión surgió por el resultado del partido con Alemania, y es propicia para lo que en los torneos de honor –como es el fútbol- se reavive el lazo de identidad atribuyendo la caída a un rasgo que por ventura podría contener la biografía o la experiencia real de quienes son parte de la nacionalidad de la que es portadora el equipo humillado. El diario Clarín tituló en sus versiones electrónicas “Humillación del equipo” pero luego la sacó, para titular en otras ediciones “En España hablan de humillación argentina”. Es evidente que querían cargar esa humillación a la cuenta de una transferencia a la esfera política (“antiKircher-antiMaradona”). El fracaso futbolístico se transponía hacia otros fracasos, pero luego percibieron que también estaban atados por esa “sublimidad herida”, ese colectivo inclusivo que fue propiamente humillado.
Sería fácil demostrar que esas asociaciones son vanas, pero rasgos enteros de un supuesto “carácter nacional” se deslizan en estos paralelismos. Y siempre se llega al mismo punto: el fútbol de ciudadanos universalizados, con sus planteos filosóficamente habermasianos –perdón por esto- en donde se resguarda tanto lo sistémico como el mundo de vida, en relación al fútbol romantizado, novelizado, de cracks individuales, maradonianos, que confían en genialidades repentinas y sucumben ante la panzerdivisionen de las democracias industriales en crisis. Me confirma la existencia de pensamientos como éstos, la charla con mi amigo Eduardo Grossman en El Británico, un día después de la caída. Escuchando sus finos análisis surge el fútbol como un pensamiento con historia y política, que tanto puede tener valor para una reflexión de las lógicas y dinámicas del desplazamiento humano, como lejanos ya de los que le es inherente, ser un motivo de locura momentánea, llorar por la pérdida como si perdieran batallas o seres queridos, pero saber salir de ese sentimiento no del mismo modo que si aquello otro que es realmente trágico hubiera ocurrido.
Está claro que si las tragedias futbolísticas no son enteramente alegóricas, son por lo menos metonímicas o vinculantes. No deja de tener razón la reflexión sobre modelos de organización y resolución ético-política de la conformación de grupos, tecnologías de la acción y urdimbres operativas. ¿Y si en estos casos fuera más fácil establecer el vínculo con la lógica social imperante en el país? Ardua discusión, que nos llevaría aún más lejos, pero no tanto como si la discusión siguiera con lo que insinuó Canal 7, la televisión pública, al hacer seguir la derrota por el film Gatica. En éste, el punto de fusión entre historia política popular y deporte sacrificial lo encontramos en el lecho de enferma de Evita, que el boxeador visita ante un adusto Perón, que pide silencio con rostro ceñudo. De alguna manera estábamos viendo el Maradona, que Favio aún no ha filmado.

*Sociólogo, docente y ensayista. Actualmente dirige La Biblioteca Nacional

Entrevista a Eduardo Rinesi/ Por Conrado Yasenza

Entrevista a Eduardo Rinesi

A los gobiernos puede medírselos por sus adversarios y sus impugnadores.

Eduardo Rinesi es politólogo, docente e investigador de la UBA y de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Es autor de Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo y Las mascaras de Jano (notas sobre el drama de la historia). En esta entrevista, Rinesi reflexiona y da claridad de ideas sobre la función del intelectual, la década del ’90; la irrupción como rareza, anomalía, de Néstor Kirchner en la escena del poder en la Argentina y la continuidad, con Cristina Fernández, de un proyecto basado en un programa social y políticamente más avanzado, de ampliación democrática de derechos como la asignación universal por hijo y la ley del matrimonio igualitario.

Por Conrado Yasenza


- Para comenzar, me interesa saber si los intelectuales generan hoy prácticas capaces de intervenir en la realidad.

- Por supuesto que sí, de todo tipo. Claro que cuando decimos “los intelectuales” estamos pensando en personas y grupos de personas de muy distintas características y que desarrollan actividades muy diversas: escritores, periodistas, académicos, economistas. Pero sí: es un momento, éste que vivimos hoy en Argentina, en las que en varios de estos campos tan distintos personas a las que según cualquier definición no demasiado estrecha corresponde llamar “intelectuales” están cumpliendo tareas de la mayor relevancia. Es notorio, por ejemplo, el modo en que el actual gabinete nacional está integrado por cuadros intelectuales del más alto nivel. En otro sentido, es igualmente claro que diversos grupos de “intelectuales” en el sentido más, digamos, tradicional del término están interviniendo en las discusiones públicas a través de distintos tipos de agrupamientos, a través de los medios masivos de comunicación, a través de la publicación de trabajos de todos los colores y pelajes…

- Qué es lo que queda como sustrato a nivel social de la experiencia vivida en los ’90, cuya culminación podríamos indentificar con los sucesos de diciembre del 2001?

- Hay mucho de los 90 en nuestra vida social presente. En muchos campos. Hay mucho de los 90 en la impunidad con la que personajes más o menos grotescos del mundo de la política y de los negocios, según leemos en los diarios día por medio, siguen confundiendo, como era común hacerlo en esos años, el patrimonio colectivo con un botín apropiable por los amigos de quienes en tal o cual momento ocupan cargos ejecutivos en algún área del gobierno. Cuando, por ejemplo, leemos que empresarios cercanos al jefe de gobierno de la capital, o que funcionarios de su propio staff, organizan fiestas privadas en lugares públicos, en lo que constituye una afrenta gravísima al más elemental sentido de lo republicano. Hay mucho de los 90, también, cuando esa misma confusión de los valores de lo público y lo privado se manifiesta en la tolerancia de una sociedad hacia el argumento penoso, lamentable, inaceptable, de un altísimo funcionario del Estado que justifica un determinado modo de votar en la cámara de senadores explicando que su corazón le dice una cosa diferente de lo que le dicen sus compromisos políticos públicos, y eligiendo, entre la política y el corazón, el corazón. Hay mucho de los 90, también, en algunos comportamientos sectoriales surgidos y estimulados al calor de la lógica que presidía el funcionamiento de algunas instituciones en aquellos años, y que no han desaparecido. Suelo usar el ejemplo de la Universidad, que en los últimos años ha visto incrementar considerablemente su presupuesto y, de la mano de su presupuesto, sus posibilidades de realizar aportes significativos a la resolución de los problemas del país, pero donde siguen primando comportamientos fortísimamente corporativos y conservadores, hijos del clima defensivo con el que organizábamos nuestra sobrevivencia en la Universidad en los 90, pero injustificables cuando la situación ha cambiado en el modo en que lo ha hecho.
Pero no sé si la pregunta iba en esa dirección o en la de determinar qué elementos de la crítica, de la oposición y la protesta organizada y democrática frente a las políticas de desmantelamiento de los 90 podemos encontrar todavía hoy entre nosotros. Ahí habría bastante para conversar. Pero yo creo que toda esa movilización que caracterizó la segunda mitad, sobre todo, de esa década, y el primer par de años de la siguiente, ha dejado marcas profundas en las formas de organización social y política que tenemos hoy: en la consolidación de movimientos importantísimos como el piquetero, en ciertas formas de democratización más o menos silvestre, pero interesantes, de la vida política y de la protesta social. El kirchnerismo, que tiene una pata en la vocación de recomposición del orden social y político que antes que Kirchner había encarnado el gobierno restaurador de Duhalde, tiene otra pata, de lo más interesante, en su vocación por escuchar las voces organizadas de los nuevos actores que surgen del ajuste estructural y de las políticas de desmantelamiento de todos los tejidos de la vida social que tuvieron lugar en los 90 (e incluso antes: de los movimientos de Derechos Humanos, y también del sindicalismo de matriz más clásica). De todos esos flecos está hecho ese fenómeno tan interesante que es el kirchnerismo, y por eso entenderlo exige también entender todo lo que pasó en este país desde mitad de los 70 para acá.

- ¿Cómo analiza la irrupción de Néstor Kirchner en el panorama político del país?

- Me parece que fue una sorpresa, una cosa bastante imprevista, que tiró de los distintos hilos que se anudaban en la difícil coyuntura de mitad del 2003 de un modo inesperado, creativo y original. Hay que recordar que a pocos votos de los que obtuvo Kirchner en aquellas elecciones quedó situado un caballero cuya idea más brillante era repetir, peor, las más remanidas recetas del pensamiento del ajuste que había llevado al país al abismo en la década anterior. Frente a eso, y en un contexto en el que nadie (ni siquiera él mismo durante los meses de la campaña electoral, hay que decirlo) proponía nada especialmente diferente ni especialmente osado, Kirchner elige otro camino: recuperar las voces de los actores más movilizados de los años anteriores (lo decíamos recién: los grupos piqueteros, los movimientos de Derechos Humanos) para impulsar a partir de su apoyo un proyecto neodesarrollista de recuperación del mercado interno y del papel y las responsabilidades del Estado. Con una agenda bastante más avanzada que la que ningún otro actor político sostenía en los meses de la salida de la crisis, Kirchner administró esa salida de una manera indudablemente progresista, cierto que, como se podrá objetar y como muchos han observado con razón, sin “tocar” algunas variables claves de lo que se llama el “modelo” heredado de la década anterior. De eso no hay duda, como tampoco la hay de que su estilo de gestión política no era el de una democracia popular amplia, deliberativa y activa, sino uno que combinaba (de modo igualmente original: eso también hay que decirlo) elementos de un populismo plebeyo más o menos arrebatado y de un jacobinismo social y político que no alimentó especialmente la organización democrática de la sociedad, sino que hizo de ella una espectadora más o menos fascinada de un conjunto de debates y del impulso de una serie de iniciativas que en general iban siempre en el sentido correcto, pero que tenían la evidente debilidad de no haber nacido siempre de su propio seno.

- ¿Y cuál es su visión sobre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner?

- Me parece que encarna un programa social y políticamente más avanzado que el de su predecesor. Por cierto, arranca en otro punto, con un Estado funcionando y una sociedad en franco y vigoroso crecimiento, y la sensación es que sabe mucho más adónde va y que trabaja con bastante consistencia para ir en la dirección en la que va. Por primera vez en mucho tiempo hay una política decidida y sistemática de ampliación muy democrática de una serie de derechos: la asignación universal por hijo y la ley del matrimonio igualitario son conquistas extraordinariamente importantes. Por supuesto que hay que pedir más: por supuesto que hay que seguir observando los puntos de no ruptura en los que el actual gobierno, como el anterior, insiste. Otra discusión es si esos puntos de no ruptura (digo, por ejemplo: la no revisión, la ostensible decisión de no revisar, el núcleo fundamental de la forma esencialmente extractiva y dañina en que se practica hoy la minería en el país) son los que definen lo “esencial” del modelo económico que este gobierno está impulsando. Pero esa discusión (que puede ser importante para juzgar la sensatez o insensatez del énfasis con el que suelen sostenerse ciertas posiciones críticas, digamos, “por izquierda”, al gobierno nacional) no debe llevarnos a desconocer que ahí hay algo que debe ser criticado sin duda y que debe corregirse, aunque el costo de esa corrección sea, para el gobierno, alto. Ahora: a los gobiernos, y a la potencialidad crítica y renovadora de los gobiernos, puede medírselos también por sus adversarios y sus impugnadores: el gobierno de Néstor Kirchner tenía como antagonista emblemático al diario La Nación: el clásico vocero de las posiciones antiperonistas en la Argentina de las últimas siete décadas; el de Cristina Fernández tiene del lado de enfrente al diario Clarín: el corazón del sistema altamente concentrado de poder corporativo, político y mediático que surge de la última dictadura militar, que no reacciona por puro prejuicio clasista ni por puro prejuicio antipopular, sino porque entiende perfectamente lo que está en juego en esta hora, en los términos del complejo entramado de intereses económicos que expresa, en el país.

- ¿Cree que durante la discusión sobre el proyecto de aumento de las alícuotas de retención a las exportaciones agropecuarias se desarrolló en sectores políticos y económicos un “clima destituyente”?

- Pero qué duda. Y eso en todos los puntos que iban del arco que se tendía entre la vecina indignada de la calle Santa Fe con su cartelito de “Andate yegua” y esas delicadezas hasta los miembros más señeros del staff de golpistas profesionales que tiene, desde hace muchas décadas, este país. Fue un momento fundamental, ése, en la vida política argentina actual. Que recordaba algo de los momentos más difíciles que en su momento tuvo que enfrentar Raúl Alfonsín frente a los mismos actores (a los mismos tics de los mismos actores) un cuarto de siglo atrás. Incluso en el orden del discurso: la presidenta Fernández de Kirchner desarrolló, durante esas semanas de luchas tan intensas contra los representantes corporativos y mediáticos de los intereses que había decidido enfrentar, una fuerte retórica de tipo liberal-institucionalista que recordaba mucho la del primer alfonsinismo: la de la lucha contra las “corporaciones” militar, clerical, sindical y agropecuaria, la de “nos, los representantes del pueblo”… Hace un momento sugería que el gobierno de Néstor Kirchner se sostenía sobre una combinación de populismo y jacobinismo. En el de Cristina Fernández esa combinación se asocia a un tercer elemento que estaba menos presente en el período anterior: un fuerte, decisivo componente liberal clásico. La pretensión de que habría que defender “la república”, como se lee por todas partes, de las pretensiones “hegemonistas”, autoritarias, despóticas, anti-liberales, del gobierno, no resiste, por eso, ningún análisis.

- ¿Cuál es su visión sobre los enfrentamientos entre el gobierno actual y lo que podríamos denominar ampliamente como la derecha argentina?

- Bueno: de eso hablábamos. Pero, a ver: yo distinguiría dos planos. En uno de ellos, el más conceptual, el de la presentación de las posiciones ideológicas, digamos así, que están en pugna, me parece que eso que se puede denominar, en efecto, “la derecha” argentina insiste de un tiempo a esta parte en presentarse como la defensora o la garante de la salud de una cosa que han decidido llamar la república, por lo que entienden la inexistencia de conflictos que amenacen la armonía social. El consenso. La derecha, en efecto, es amiga de la idea de consenso, de no-conflicto, es amiga de la idea de que todos los individuos y los grupos estamos o podemos estar o deberíamos estar de acuerdo en un conjunto de cuestiones fundamentales, y tienden por lo tanto a hacer del conflicto, del desacuerdo, y de sus manifestaciones más o menos visibles o sonoras en el espacio público, una expresión de algo del orden de lo patológico, de lo incorrecto, de lo que no debería ser así. Las sociedades deberían ser armoniosas. Si hay conflicto es porque algo está mal, o porque los dirigentes o los gobernantes tienen un carácter podrido o están crispados o son no sé qué cosa. A ver: es vieja como la distinción misma entre derecha e izquierda la tendencia de la primera a abrazar una visión de la sociedad como orden y armonía y la tendencia de la segunda a abrazar una visión de las cosas que pone en el centro de la escena los conflictos entre los fuertes y los débiles, los ricos y los pobres, los explotadores y los explotados. Lo que es relativamente nuevo en el debate público argentino es la identificación de la primera de estas dos opciones con la idea de “república”. Porque la idea de república, en realidad, supone la idea de conflicto, de diferencia y de antagonismo entre sectores enfrentados. Hay república, en efecto (res publica: cosa pública, cosa de todos) porque hay un campo común, una zona compartida que nos pertenece a todos, pero también porque esa zona compartida, porque ese campo común, es un campo… de batalla. La eliminación de ese componente conflictivo, batallador, agonístico de la idea de república es una fuerte pérdida para el pensamiento político que se llama a sí mismo republicano. En fin: ésta es una larguísima discusión sobre la que valdría la pena extendernos mucho más, pero temo que eso podría llevarnos lejos. La contraposición entre un “republicanismo” bueno, moderado, armónico y consensualista, y, del otro lado, un “populismo” malo, crispado, conflictivista y belicoso es una de las representaciones más ideológicas, más empobrecedoras y más torpes de las que caracteriza el estado actual de las discusiones en nuestro espacio público político.
Ahora: el otro plano al que yo me refería, y sobre el que me parece que hay que decir alguna cosa, no es el plano de las ideas más o menos teóricas sobre la naturaleza de la vida social o sobre el modo en que la misma debería funcionar, sino el plano de la acción concreta de la derecha argentina en su enfrentamiento con el actual gobierno nacional. Y la verdad es que ahí esa derecha, que en el plano de la discusión más teórico-política intenta siempre presentarse como amiga de la república y de las instituciones y de las buenas maneras, asume en sus comportamientos políticos efectivos una serie de posiciones que se condicen poco con esta representación. Y no me refiero ahora, tampoco, a la modalidad, estrechamente corporativa y sectorial en el fondo, y decididamente violenta en las formas (con cortes de caminos, violación de derechos de todo el mundo, interrupción de la circulación de alimentos y personas), de la protesta desarrollada por los dueños de los campos argentinos en la ocasión que recordábamos hace un momento, dos años atrás. Pienso más bien en el tipo de iniciativas que esa derecha, que empieza ahora a ordenarse en torno a la módica pero en todo caso muy decisiva, si la sabe aprovechar, mayoría parlamentaria que representa la suma de los grupos que hoy la constituyen, está elaborando y empezando a llevar adelante en ese escenario –el legislativo–, donde hasta aquí venía moviéndose con extrema impericia, pero donde podría tal vez, si fuera capaz de corregir sus propias torpezas (y de conquistar algunos apoyos que hasta ahora vienen siéndole bastante esquivos), darnos a todos un buen susto. La propuesta de llevar las jubilaciones a un nivel que sin duda sería muy recomendable si se le dijera al gobierno cómo o de dónde obtener los fondos para sostenerlo, en un contexto en el que, lejos de eso, se busca en cambio, al mismo tiempo, reducir las posibilidades impositivas del Estado, resulta una irresponsabilidad evidente, flagrante. Me parece que acá hay algo a lo que también hay que estar sumamente atentos. Porque, en las antípodas del discurso “anti-populista” que también, al mismo tiempo, se enarbola, lo que está haciendo la derecha parlamentaria argentina, que no se cree ni a sí misma sus propios principios, es algo tan simple y tan peligroso como querer volverle ingobernable la situación al gobierno nacional. Hace un momento hablábamos de si había habido, en la Argentina de hace un par de años, un “espíritu destituyente”. Sí, y lo hay hoy también: ¿De qué otro modo interpretar la inesperadamente demagógica propuesta de una derecha tradicionalmente severa y restrictiva en punto a la administración de los recursos estatales de aumentar un conjunto de gastos del Estado y al mismo tiempo de dejar a ese Estado sin los instrumentos necesarios para financiar esos aumentos?

- ¿Existe en nuestra sociedad una inclinación a repetir ciclos o experiencias políticas y económicas que, ha quedado demostrado, dañaron profundamente el tejido social?

- Yo creo que no. Existen sí ciertos sectores sociales a los que sin duda les convendría la reiteración de experiencias políticas y económicas que estuvieron en la base de su enriquecimiento y a las que tienen buenos motivos sectoriales para querer volver. Y existen sí, también, las ideologías. La creencia de buena fe, digamos, de un montón de gente, en las malintencionadas tonterías que repiten las voces socialmente “autorizadas” para hablar de cosas tales como la economía y la política. Pero a mí me parece que los pueblos no comen vidrio, y que el nuestro ha hecho una experiencia importantísima a lo largo de los últimos años (de las últimas décadas, pero sobre todo de los últimos años), que es el mejor reaseguro contra cualquier posibilidad de involución. Por eso, también, es necesaria una democratización muy fuerte de los mecanismos de toma de las decisiones y de la gestión del momento actual de la Argentina. La ciudadanía, la ciudadanía organizada, movilizada, activa, estará tanto menos dispuesta a repetir recetas ya fracasadas del pasado, y a delegar en otros (en los mismos “otros” de siempre) la aplicación de esas recetas, cuanto más se sienta, cuanto más esté auténticamente convocada a participar activamente en el ejercicio del poder político en este momento tan singular de la historia nacional. Está muy bien decir (como dijo la presidenta durante el conflicto por la 125) “Sola no puedo”, que es un reconocimiento fundamental de que no se trata de sostener, sola, un combate que necesariamente reclama el concurso y la participación de la ciudadanía. Pero se trata ahora de dar el paso siguiente, que es el de la incorporación efectiva de esa ciudadanía en los mecanismos de decisión de las medidas que habrán de terminar de sacarnos de la emergencia y de permitirnos salir para adelante del modo más democrático y por lo mismo, también, más firme. La repetición de experiencias políticas y económicas retardatarias y antipopulares requiere como condición de posibilidad la exclusión del pueblo del campo de la deliberación y de las decisiones públicas: ese retroceso es el que no deberíamos admitir, porque admitido ese retroceso todos los demás siguen en cascada.

Entrevista realizada por Conrado Yasenza; Julio de 2010

PARECER DE IZQUIERDA O NO SER/ Por Rodolfo Braceli

PARECER DE IZQUIERDA O NO SER
(A propósito de Menotti)

Por Rodolfo Braceli
(para La Tecl@ Eñe)
Foto: Gentileza de R. Braceli

El Hamlet de don Shakespeare decía, fonéticamente: “Tubí o no tubí”. Bien. ¿Y el Hamlet argentino? Se me hace que dice: “Parecer o no ser”.
Esto podría aplicarse a eso que al voleo denominamos “la izquierda” y “la derecha”. Porque, que las hay las hay. Con esta reflexión vengo a completar una respuesta mía que salió incompleta en un extenso reportaje que me hizo Tiempo Argentino. Me preguntaron si yo era de izquierda. Les respondí que: “No podría responder a eso”. Y expliqué por qué. Pero mi respuesta a la repregunta se extravió en el vértigo del cierre. Me quedé con la leche, pero el mismo diario de inmediato me dio una página entera, la contratapa del suplemento deportivo, para desarrollar el tema. Comparto algunos fragmentos.

Voy por partes. Ser de izquierda o de derecha no lo entiendo como un tajo blanco / negro. Ambiciosos, corruptos, doblediscurseros, cabrones y vicepresidentes (perdón por el fallido, quise decir traidores) hay en los dos lados. Y seres genuinamente ocupados y preocupados, también. Pero, con candor tal vez güevón, sigo pensando que hay una cierta tendencia que diferencia los intereses de la una y de la otra.
Ni a la izquierda ni a la derecha les gusta la pobreza. Pero da la sensación que la derecha para terminar con los pobres prefiere esconderlos. Gente precavida: considera con afirmativa resignación que “pobres hubo y habrá siempre”, y que terminar con ellos no conviene porque, caramba, ¿quién reemplazaría a los esclavos?
Otro rasgo diferenciador es que la derecha propone la desmemoria con la coartada de un eficaz eufemismo: la reconciliación.

Vuelvo a lo de los intereses. Aquí salta otra gran diferencia: en la derecha el compromiso con sus intereses se cumple los 365 días. Paradójicamente, tan apegada a los mandamientos, no cumple niporputa no trabajar en los días de guardar. No se distraen, celan, jamás descansan en esa defensa, sagrada, de sus bolsillos. Guardan de lunes a sábado, y el domingo también.

Me permito en adelante el “nosotros”: los autodenominados progresistas no sostenemos vigilia por los intereses que enarbolamos. Ser de izquierda supone un compromiso, por empezar ético, en los 365 días del año. Algo podemos aprender de ellos: dormir con un ojo abierto, y siempre estar juntos, apretados. Nos distraemos como niños, haciéndonos zancadillas. Incurrimos en patéticos feriados de atención: la distracción es peor que la censura y hasta encarna complicidad. Nos decimos simulando autocrítica: “Somos un archipiélago de individualidades”. No llegamos a eso: la individualidad es una categoría; somos en realidad un montón de esquirlas de un sueño siempre postergado que petardeamos con nuestras vanidades. Nos une la tragedia consumada; no el proyecto. Así, no necesitamos enemigos.
A todo esto: ¿qué es lo que dije y no salió en el reportaje? Ya va, ya va.

¿Dónde estamos parados? En un casi agujero con forma de mapa. Nos entregaron y nos entregamos. Esto la derecha lo celebra. Don Vicente Huidobro, poesía mediante, advertía que “Los cuatro puntos cardinales son tres: el norte y el sur.” Si observamos la sostenida conducta de la eficaz derecha, la declaración de Huidobro es optimista: hace décadas aquí, desde los que violaban las vidas, y después las muertes, y encima afanaban criaturas, hasta llegar a la apoteosis entregadora del Invertebrado (el Señor de los Anillacos), aquí, los cuatro puntos cardinales fueron reducidos a dos: el Norte.
Sigo. Como estamos succionados por el Mundial, en esa entrevista me preguntaron qué me generaba recordar el Mundial 78. Respondí: En lo deportivo sospechas: “por algo habremos ganado”. (No nos distraigamos con el 6 a 0 a Perú.) Aquel Mundial me produjo congoja y asco. La “fiesta de todos” sucedió encima de un mapa de muertitos sin sepultara, al compás del entusiasmo de los elefantes Medios de Des-comunicación, entusiasmo que excedía a la innegable censura. Recordemos al lúcido Menotti actuando de izquierdista y abrazándose con dictadores torturadores. Ver nota y fotos de la revista “Siete Días” (24-02-82). Del dicho al hecho, un obsceno abismo.

Añado unos párrafos más sobre Menotti porque, en la órbita deportiva, ninguno como él reflexionó públicamente sobre lo ideológico. Con Menotti en persona discutí esto en dos reportajes (Siete días, 19-10-82, y La Semana, 11-7-86).
Que él haya sido técnico de aquella Selección no sería objetable si no hubiera hecho exhibición de “conciencia ideológica”. Nunca dejó de proclamarse “de izquierda”. Y así se convirtió en un arquetipo, lamentablemente de cierta izquierda trucha, reducida a la comodidad de los eslóganes y estribillos que se confunden con ideología. La insistente discusión futbolera “Menotti o Bilardo” nos distrajo de lo esencial. Si el señor Menotti se hubiese reducido a hablar de fútbol yo no lo estaría cuestionando.
Pero pontificó todo el tiempo sobre política. Con elocuente verba proclamó lo que traicionaba con sus hechos. Contó con la eficaz colaboración de la desmemoria. Decir esto al voleo sería insulto si no lo demostrara. Atención a los archivos, a sus declaraciones. Me dijo, entre tantos énfasis: “Creo que el peronismo como movimiento popular fue defraudado por sus dirigentes”. ¿También defraudado por Perón? “Yo pienso que sí.”
Sobre su gran status y notoria tristeza, me dijo: “Yo tengo la comodidad y la tristeza que me brinda mi comodidad. Yo quiero que la comodidad me brinde alegría. Entonces, ganar buen dinero para ganar tristeza es mucho más doloroso que no ganarlo”. Pobresanto.

Veamos ahora los comportamientos reales de Menotti, más allá de sus dichos. Este ciudadano que se declara defraudado por la dirigencia peronista y por Perón, cuando se candidateó en Santa Fe no sólo alistó en el peronismo, sino que se embadurnó con sectores de la derecha. Después coqueteó con Menem. En entrevista de Diego Bonadeo (Página 12, 29-3-99) lo elogió así: “Un revolucionario de la derecha”. Más tarde apoyó la fórmula Duhalde-Ortega (Palito). Bromas del destino: en el mismo enorme aviso con adhesiones a la fórmula Duhalde-Ortega apareció Carlos Bilardo. Los dos con fototipos. ¿Qué había pasado? ¿El izquierdista Menotti se había derechizado o el derechista Bilardo se había vuelto izquierdista?

En mi reportaje le pregunté si dirigiría una selección de otro país. “Seguro. Soy internacionalista. También sería dirigente obrero en una fábrica de los Estados Unidos.” ¿Aceptaría dirigir la selección del Chile dominado por el nazifascista Pinochet? “Ni loco. Ni loco.” Y entonces, Menotti, ¿por qué en 1978 aceptó dirig… “Porque éste es mi país. Y aquí, desde mi puesto de lucha, me propuse hacer un fútbol libre, alegre, de izquierda.”
Bravo. Bravísimo. Cuando le pregunté por el abrazo efusivo con Galtieri, dijo que fue preparado hasta con fotógrafos; que se quedó mal y se tomó un avión para ver a Mercedes Sosa en el Ópera. Este Menotti es coherente con aquel que dijo: “Ganar buen dinero para ganar tristeza es mucho más doloroso que no ganarlo.” Pobremártir.

Muy conocida es la inquebrantable antinomia entre Dios y el Diablo. Pero hay un único punto en el que los dos coinciden: que no se puede estar de acuerdo con Dios y con el Diablo.
A todo esto: ¿qué carajo dije y no salió en el reportaje? El periodista me preguntó si soy de izquierda. “No podría responder a eso.” ¿Por qué? “Porque son las once de la mañana. Pienso que uno puede decir ‘soy de izquierda’ sólo al final del día, de acuerdo a lo que ese día haya hecho o dejado de hacer.”

Posdata: Arranqué con eso del Hamlet argentino: Parecer de izquierda no ser. ¿Cuánto nos falta para superar ese “parecer”, esa preponderancia de la mera apariencia que nos tiene empantanados, con tanta distancia entre el dicho y el hecho?
Ahora siento que me baja, desde los lectores, otra pregunta:
–Rodolfo, hoy todavía es temprano, pero anoche, ante la pregunta, ¿qué se respondió?
–Anoche… anoche bajé la cabeza.

* Braceli, como poeta, narrador, dramaturgo y periodista, es autor de más de veinte libros, algunos traducidos al inglés, francés, italiano y polaco. Entre sus títulos más difundidos están “El último padre”, “Don Borges, saque su cuchillo porque…”, “De fúltbol somos “, “La misa humana”, “Argentinos en la cornisa”, “Vincent, te espero desnuda al final del libro”, las biografías de Julio Bocca y Mercedes Sosa, y el reciente “Perfume de gol”. Para el cine escribió y dirigió el mediometraje “Nicolino Intocable Locche”. Para conocer más: www.rodolfobraceli.com.ar

19 julio 2010

La Columna Grande/MAMA DONNA: la otra fiesta de todos - Por Alfredo Grande

MAMA DONNA: la otra fiesta de todos

(Especial para LA TECLA Eñe)

Escribe ALFREDO GRANDE*
Ilustración:Roberto Carpani; Dios es argentino
“porque me gusta el fútbol, odio los mundiales” (aforismo implicado)


Finalizada la contienda con el triunfo de la madre patria, nada es lo que era antes. Se ha creado una curiosa y lamentable asociación entre la alegría y la manía. Diferenciar ambas es necesario para no pasar de triunfalismos vociferantes, al aplastamiento melancolizante. Hace tiempo que no he visto mayor carencia de pensamiento crítico que el empleado para analizar a nuestro seleccionado. Desde la clasificación, producto de una patriada de Schiavi/ Palermo, hasta el lapidario 0-4 contra los teutones, todo ha sido desmesura y Apocalipsis. El seleccionado era una serialidad de individuos brillantes. Incluido el técnico, que aparece como prenda de paz y de guerra luego del fracaso de Basile cuando los jugadores deciden que para que van a ganar cuando se puede empatar o perder. Los cachetazos / goles contra Bolivia fueron ocasionados según se dijo, por la altura. Un inmenso concierto de desaciertos que fueron tapados prolijamente por una propaganda oficial donde nada se puede decir contra el Diego. Un artículo de Pablo Llonto llegó a advertir de la polaridad “gorilas o maradonianos”. Ante el primer triunfo (con gol en contra) un mensaje que me llegó decía: Viva Perón. Otros compararon a Diego con el Che. El talento, la genialidad de Maradona no merece esta caricatura. La idealización es lo opuesto al ideal. ¿O se creyeron que el dedo era el de Dios? La picardía/astucia/estafa de un gol con la mano no se repara por una jugada antológica para la historia del “balonpié”. Diego no tenía con que ser director técnico de una selección que venía cuesta abajo, que soportaba estoicamente la alegría de haber sido y el dolor de ya no ser. Lo digo claramente: Maradona es el mejor jugador de fútbol de la historia del profesionalismo. Pero la “marca Maradona” no puede sostener y arreglar un proceso deportivo que se cae a pedazos. Ni puede ser el padre padrone Julio Grondona, que fue nombrado por el holding militar, el presidente de una asociación de fútbol, a menos que esta asociación tenga un funcionamiento mafioso. Y el Diego que supo enfrentar a Joao Havelange, lamentablemente negoció con Grondona. Y el Poder Ejecutivo que enfrenta al monopolio Clarín también negoció con Grondona, o sea, otro monopolio. Y entonces el seleccionado de fútbol genera la situación patética que el mejor jugador en la actualidad, botín de oro, no hace ni un solo gol, y como todos sabemos, los maderos no se corren. Poste, travesaño son el límite que separa la gloria del fracaso. Messi fracasó y sería bueno que se blanqueara por qué. No fue buen comienzo que ante la clasificación, conseguida con la misma dosis de suerte que tuvo el protagonista de “Match Point”, la invitación haya sido a “mamenlán”. Festejado por los que confunden lo popular con una simple grosería, y cualquier crítica con una confabulación de gorilas en la niebla. Agravado por el no menos famoso “la tenés adentro”, peligrosa analogía que se sabe donde empieza pero no necesariamente en el culo de quien termina. Otra grosería fue no aceptar la invitación presidencial para un saludo necesario, aunque seguramente menos necesario que recibir a todas y todos los que todavía no pueden disfrutar a plenitud de las ventajas de la economía K. Como decía el inolvidable Cholo Simeone, “a la suerte la busco y cuando la encuentro la acompaño”. Pues bien: hubo suerte en el gol en contra, en el gol en “orsay” del apache Tèvez, en empezar todos los partidos adelante en el marcador. Pero no se la pudo acompañar. Un gol con pelota parada, o sea, pura carambola, al principio del partido, que es lo mejor que te puede pasar, no pudo ser resuelta. El 0-4 es una catástrofe, apenas, porque no estaba en el horizonte deportivo de NADIE. Como el 0-6 contra Suecia, el 0-5 contra Colombia. Un cínico podría decir que de todos modos estamos mejorando, porque apenas perdimos 0-4, pero la negación maníaca de este fracaso no ayuda. Insisto: no fue derrota, porque no se perdió con un equipo mejor. La derrota ante España lo prueba y el partido que Uruguay le hace, a pesar de también empezar perdiendo, lo termina de demostrar. El travesaño (otra vez los maderos) impidió que la celeste de la mano, en realidad del pie, de Cachavacha Forlán, impusiera el pánico en el conjunto alemán. Y para colmo de todos los colmos, es elegido el mejor jugador del Mundial, otra cuestión que NADIE pudo anticipar. Superando a los 22 que jugaron la tristísima y aburrísima final de finales.
El Mundial de Fútbol o de balero no es una Causa Nacional. Para que lo sea, el Estado tiene que ser Totalitario, Hegemónico, Fascista, Dictatorial. No es la situación actual, y poco favor nos hacen los que lo plantean en términos de “Selección o Dependencia”. No quiero otra “fiesta de todos”. Hacerlo hasta el extremo de la pasión ridícula solo logrará bastardear la verdadera lucha de los pueblos.

*Médico Psiquiatra, Psicoanalista y Cooperativista. Miembro Fundador y actual Presidente Honorario de ATICO, la cooperativa en trabajo en salud mental. Docente Universitario en las Universidades de Lomas de Zamora, Buenos Aires, La Matanza y Favaloro.

El miedo al encuentro con el otro/Rubén Drí

El miedo al encuentro con el otro

Por Rubén Dri*

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Marc Chagall
El 16 de julio se acaba de aprobar la ley que establece el matrimonio igualitario, que otorga a los homosexuales la posibilidad de casarse entre ellos. Para la parte hegemónica de la jerarquía católica liderada por el cardenal Bergoglio, el homosexual es el otro que debe ser mantenido fuera del ordenado cosmos en el que se desenvuelve nuestra vida.
Son conocidas las narraciones evangélicas sobre la “multiplicación de los panes”, porque se trata de dos multiplicaciones, y no sólo de una. Dichas narraciones son simbólicas, expresándose en ellas el nivel económico del proyecto de nueva sociedad anunciado por Jesús con el símbolo “Reino de Dios”. La primer multiplicación, según Marcos, se realiza en la orilla oeste del “mar” de Galilea que era judía, y la segunda, en la otra orilla que era “pagana”.

Narra el evangelio de Marcos que Jesús después de la primera “multiplicación de los panes”, “obliga” a los militantes de su movimiento, denominados “discípulos”, a embarcarse para trasladarse al otro lado del “mar”. La travesía se encuentra obstaculizada por fuertes vientos que amenazan con hacer naufragar la embarcación. Como consecuencia de ello, claman por el salvador que se les aparece caminando sobre las aguas, pero ellos no lo conocen, creyéndolo un “fantasma”. Finalmente Jesús logra apaciguarlos y llevarlos al otro lado, a la región de los “paganos”, para hacer también allí la propuesta de la nueva sociedad.

El pretendido “mar” que hay que atravesar, en realidad es un lago de pequeñas dimensiones. Se lo denomina “mar” porque en la narración mitológica, es en el fondo del “mar” donde se encuentran los terribles monstruos del miedo al otro que pueden invadir nuestros cosmos, hacernos perder el sentido, la orientación. Los discípulos confunden a Jesús con un fantasma, símbolo éste claro de que los discípulos no tienen confianza en el proyecto de Jesús. Lo encuentran fantasmal

Lo que temen los discípulos es el encuentro con los paganos, “los otros”, el Otro, pues éste quiere invadir su “cosmos” donde todo está ordenado, donde presuntamente se sabe a ciencia cierta qué está bien y qué está mal. El otro es el monstruo que amenaza hacer naufragar la barca, es decir, el ordenado universo en el que estamos orientados.

El 16 de julio se acaba de aprobar la ley que establece el matrimonio igualitario, que otorga a los homosexuales la posibilidad de casarse entre ellos. Para parte de la sociedad y en especial para la parte hegemónica de la jerarquía católica liderada por el cardenal Bergoglio, el homosexual es el otro que debe ser mantenido fuera del ordenado cosmos en el que se desenvuelve nuestra vida.

Puede ser “tolerado” en la medida en que se lo mantenga al margen, en los límites de la sociedad. En 1994 Monseñor Antonio Quarracino, entonces cardenal primado abogó para que se les crease “una zona grande para que viviesen en ella todos los gays y lesbianas, con sus leyes, su periodismo y hasta su propia constitución”. O sea, un “apartheid”. De esa manera aclaró “se limpiaría una mancha innoble del rostro de la sociedad”.

El problema, pues, es que no contaminen la sociedad, por lo cual hay que mantenerlo al margen. Ahora si se los admite plenamente en las instituciones no habrá quien pare la contaminación. Que viven al margen, se tolera. Que pretendan gozar del matrimonio como la parte “sana” de la sociedad, es inadmisible.

Es por eso que el Dios del miedo calza la armadura y declara la guerra. Dice Bergoglio, el actual cardenal primado: “Aquí está en juego la identidad y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos”. Otra forma de familia hace tambalear el sentido fijado de una vez para siempre. Entramos en un tembladeral en que nada permanece fijo, todo se tambalea, y esto no puede más que ser obra del enemigo de Dios, el “demonio, padre de la mentira”.

¡Guerra, pues, al demonio! Pero hay que tener en cuenta que la guerra del Dios de Bergoglio no comienza ahora. Comenzó en el origen mismo de la humanidad, en el Edén cuando el demonio, bajo la figura de la serpiente se hizo presente para destruir el orden estatuido por Dios. Lo dice Bergoglio en la carta en que ordena a la legión de las carmelitas ponerse en orden de batalla: “Aquí también la envidia del demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra”.

“La imagen de Dios: hombre y mujer”. Es el cosmos, el universo con sentido. Todo está ordenado. Cada quien en su lugar. Viene ahora el demonio y amenaza destruir este orden. En lugar del cosmos, el caos. Todo se desordena, todo pierde sentido. El Dios que todo lo ha ordenado no puede menos que salir a dar pelea.

En el siglo XII era el Islam el que ponía en peligro el cosmos, por lo cual desde la cúspide de la Iglesia se ordena la “cruzada” en la que como dice San Bernardo “el soldado de Jesucristo mata gustoso a su enemigo y muere con mayor seguridad. Si muere, a sí se hace bien; si mata, lo hace a Jesucristo”.

En el siglo XIV el Dios de Bergoglio sale a guerrear contra valdenses, albigenses, lombardos y hussitas. Son los “otros”, los herejes que hacían tambalear el orden. Desde el siglo XII el tribunal de la inquisición viene funcionando a pleno. El sínodo de Verona (1184) inculca a los obispos “el deber de proceder en todas las parroquias, mediante un sacerdote y algunos laicos de confianza, a la denuncia de los herejes y a su castigo por medio de la autoridad civil”.

En el siglo XIX el monstruo que amenaza lanzar el universo al caos se denomina “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” proclamado por la Revolución Francesa. Las condenaciones eclesiásticas apuntan a “la plena e inmoderada libertad de opiniones”, al “delirio” de sostener que “la libertad de conciencia y de culto es propia de cada hombre” que es, en realidad, la “libertad de perdición”.

Pío IX da a conocer un elenco de los errores modernos entre los que figura sostener que “el conocimiento de las cuestiones morales, lo mismo que las leyes civiles, puedan y deban ser independientes de la autoridad divina y eclesiástica”. Pero la perla de los ochenta errores enumerados es la que dice que es un error que debe ser condenado sostener que “el Pontífice Romano puede y debe reconciliarse con el progreso, el liberalismo y la reciente civilización”.

El otro que hoy amenaza el cosmos es el homosexual, el impuro. En el 587 aC los neo-babilonio se apoderan de Jerusalén y destierran al estamento dirigente de la sociedad, conformado fundamentalmente por los sacerdotes. Éstos, en Babilonia elaboran el proyecto de una sociedad sacerdotal, dividida en estamentos de acuerdo al grado de pureza. En la cúspide el Sumo Sacerdote que debía observar estrictas normas de pureza, y en el fondo, el leproso, impuro entre los impuros. Éste perturbaba absolutamente el orden social, resquebrajaba el cosmos, por lo cual establece el Levítico:

“Llevará los vestidos rasgados, se cubrirá hasta el bigote e irá despeinado gritando: ‘impuro, impuro’. Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo”.

¿Qué hace Jesús? Se acerca al leproso, lo toca, con lo cual él también se transforma en impuro según la concepción sacerdotal. Pero en realidad cura al leproso, es decir, lo incorpora a la sociedad, con el cual desaparece la impureza, o mejor, muestra que nunca la hubo. El orden sacerdotal se desploma. En efecto, Jesús le dice al ex-leproso que se presente al sacerdote según ordenaba la ley de Moisés, “en testimonio contra ellos”.

Para Bergoglio y su Dios el homosexual es el pagano, el musulmán, el valdense, el albigense, en una palabra, el hereje que amenaza a la familia, a la sociedad, esto es, al cosmos en que nuestra vida tiene sentido. Por ello ordena a su tropa ponerse en orden de combate. Es la “guerra de Dios”.

En realidad con la ley del matrimonio igualitario nuestra sociedad es mejor, nosotros somos mejores, en la medida en que hay una injusticia menos y nuestras relaciones intersubjetivas serán mejores, más creativas, más amigables. Desaparecerá un motivo para sentir culpa y todos seremos un poco más felices.

Buenos Aires, 17 de julio de 2010


* Profesor e investigador de filosofía en la facultad de ciencias sociales de la Universidad de Buenos Aires. Teólogo.

Algunas de sus publicaciones: Revolución burguesa y nueva racionalidad, Razón y libertad, intersubjetividad y reino de la verdad, La odisea de la conciencia moderna, La utopía que todo lo mueve. En lo referente al campo religioso ha publicado, La utopía de Jesús, Autoritarismo y democracia en la Biblia y en la Iglesia.

All you search is love/Juan Pablo Ringelheim

All you search is love

Los ´60 liberaron al mundo de las barricadas tradicionales que demoraban el avance veloz de un capitalismo de empresa y medios de comunicación. Los medios devolvieron los favores publicitando el emblema de aquellos años: belleza y juventud.


Por Juan Pablo Ringelheim*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Omar Panosetti

“Estas palabras son mías, este comentario es mío,
este post me pertenece”
Así habla el insensato, y se atormenta.
La verdad es que uno no se pertenece a sí mismo.
¿Qué decir de lo que viaja en Internet?
Mi Domo-Kun

1.

En 1965 el quinteto catalán Los Sirex llevó Que se mueran los feos a los hits del verano. La letra decía: “Yo soy muy feo y la estética por mucho que avance no me salvará”. Fue un error: hacía ya diez años la cirugía estética desarrollaba sus primeros centros de atención para el común de los que querían salvarse. También, es cierto, la cirugía estética dejaba sus primeros accidentes colaterales: feos muertos durante la operación. El biólogo Julian Huxley había escrito en 1957 una idea para mejorar la especie humana: eliminar gradualmente los pueblos feos o deprimentes, por inmorales. En fin, la cirugía estética estaba ajustando un poco las cosas hacia los ´60. El mercado de la seducción se expandía, llegaba la liberación sexual y la experiencia ganaba simpatizantes ante el matrimonio tradicional. Europa progresaba económicamente. Los astros se combinaban y en los ´60 el zodíaco debe haber parido una pera cortada con bisturí.

La minifalda y la píldora anticonceptiva llevaron a los jóvenes hacia una servidumbre voluntaria que llega hasta hoy: un trabajo tenaz por mantenerse en forma y aparentar gran interés por una sexualidad libre. Un trabajo tan constante y ascético como el de un protestante del siglo XIX. Jugos, aceites y cereales por la mañana; gimnasio: pesos, ruedas y poleas; productos para el cabello, la piel, los dientes; adelgazantes, antioxidantes; Pilates. El protestante trabajaba para disipar la duda acerca del amor que Dios le había reservado para después de la vida. El trabajo de seducir y aparentar un gran deseo sexual está dedicado a recrear un falso interés por la vida, por una intensidad ya perdida una vez que parece no haber cielo; expresa un non plus ultra. Caído el paraíso a la tierra, la felicidad prometida no está más allá, sino más abajo, más.

Los liberadores ´60 crearon unos años después individuos tan libres de la tradición como del amor. Nadie necesitaba decir antes de 1967 all you need is love; no era todo lo que faltaba. La respuesta ante esta situación fue el psicoanálisis, el new age o el gimnasio y las tecnologías de sexo y belleza. También hubo quienes carecieron de respuesta, y se casaron de todos modos.

2.

La belleza, el encanto y la juventud forman parte de un sistema de estratificación social. Quien posee esos atributos y los blande con eficacia es capaz de ejercer una enorme influencia sobre las mareas mentales. Si se lo propone, una mujer joven y bella será capaz de inclinar tanto a un rígido botón como a un multimillonario; lograr que su psicoanalista le condone los honorarios, o producir un ataque de pánico en un maestro de yoga; también podrá hacer bailar con gracia el carnaval carioca a un hombre con trastornos obsesivos compulsivos; o lograr que un fóbico le dedique un pasacalle en la calle Corrientes. Si toca los resortes adecuados, un hombre joven y fuerte será capaz de convertirse en estrella de rock o filósofo brillante; o bien podrá hacer de su cuarto un sistema de camas calientes, cuando una de sus presas deja la cama, ya otra está tomando el taxi para no dejarla enfriar.

El dinero estratifica la sociedad en clases y los más ricos suelen tener aversión a la distribución de la riqueza, pues por regla general intuyen que su riqueza la sostienen los pobres. No hay que dejarse confundir con las excepciones: “Si eres rico una vez al año podrás invitar a tu mejor peón a sentarse a tu mesa, debes procurar terminar tan borracho como él. De este modo verás con el tiempo cómo te nombra padrino de sus hijos y así asegurarás tus tenencias a futuro”, reza la etiqueta rural. Cuando el lindo invita a su cama a una mujer sin ningún encanto ni don, lo hace por cábala o desesperación, siendo paciente en relación a una capitalización futura. Y como el rico, el lindo tiene aversión por la distribución de la belleza: por regla general se opondrá a la socialización de la cirugía estética; ni que decir si el Estado decide subsidiarla con los fondos de la Anses. A quien tiene belleza la cirugía estética le parece antinatural. La naturaleza es el escenario donde gana el más fuerte.

Durante la última crisis económica, el 46 % de los europeos sin empleo hizo intentos por cambiar su imagen, parecer más joven, adelgazar, o alguna cirugía para tener mejor acceso al mercado laboral. En cambio, China apostó al futuro: una clínica de Shangai dio facilidades a los estudiantes para que se realicen operaciones estéticas: un tibio intento de socialización del poder. Aparte, es sabido que China desalienta la procreación. Si prosperase una verdadera distribución de la belleza en China, pronto tendríamos un imperio conducido por miles de millones de hijos únicos y lindos; no habría depresión por nacimiento de hermano ni necesidad de reducir poblaciones feas. Julian Huxley se equivocó al proponer eliminar la fealdad por inmoral. Si se reduce la brecha estética será porque se busca igualdad. La cirugía estética es un humanismo.

3.

El imperio de la juventud y la belleza consolidado desde los ´60 se sostiene además en un dualismo ontológico entre el adentro y el afuera. Se suele decir que alguien es lindo por fuera y por dentro; o bien, lindo por fuera pero feo por dentro, al revés también. La ingeniería genética deberá crear anteojos de visualización rápida del ADN de la persona que nos gusta. Así se sabrá si además de tener belleza exterior contiene belleza interior o buena leche; o una doble hélice de curvas proporcionadas. De este modo se aclararán rápidamente las cosas sin necesidad de conversar o atravesar tortuosas pruebas de fuego como las vacaciones.

Mientras las tecnologías genéticas no sean capaces de crear instrumentos de visualización del ADN, o incluso repararlo mediante una cirugía estética interior, la humanidad se estratificará por la belleza exterior. Así el capital adquirido por naturaleza, gimnasio y dietética, o cirugía, se expone en Facebook u otros centros de stockeo. La imagen llegó al poder, las cirugías realizan lo imposible.

4.

La imagen se expone en las entrevistas de trabajo, en el Malba y los mostradores de los centros médicos, es cierto; pero su hábitat natural es Internet y el boliche. En los boliches nocturnos y las fiestas es donde el capitalista de belleza arriesga su suerte. El look y la actitud acompañan el trabajo ascético de la semana, y se trata de capturar la mayor cantidad posible de miradas. En los boliches predomina la música y la gesticulación. En cambio la charla carece de importancia. El observador podrá notar que dos jóvenes que dialogan en un boliche dicen alguna frase breve, y cada uno a su turno acerca el oído a la boca del otro para poder escuchar otra frase breve. La emisión y recepción de información tiene la misma extensión que un mensaje de texto o una entrada en Twitter. Con un conjunto de sílabas más o menos ordenadas, con un corto gorjeo, alcanza. Los patovicas pronto serán entrenados para detectar y expulsar a esos que se entregan al diálogo extenso, a contar largamente lo que sucedió o sucederá: esa retorcida costumbre de narrar lo que no existe ya. Y algún día el manual de diagnóstico de desordenes mentales por fin integrará a la conversación entre las perversiones antisociales.

En un momento de transición hacia nuevas formas de comunicación suele haber confusión. Y todavía hay quienes creen que para relacionarse en un boliche hay que emitir algún tipo de sonido con la boca. En realidad, el óptimo de la comunicación debe carecer absolutamente de palabras y apoyarse sólo en el capital corporal. La música a todo volumen ayuda, las pantallas que pasan videos en los bares también; la publicidad que ha logrado hacer de toda frase entre amigos un slogan breve y efectivo nos lleva a asumir lo innecesario de la charla sinuosa y de final imprevisto. Pero el mayor aporte lo da el canal Internet. La emisión constante de signos en Facebook, Twitter, chats, mensajitos y correos agota el caudal de la charla, absorbe la energía del hablante y la canaliza hacia una nube vaporosa y multiforme: la palabra se pulveriza en energía eléctrica.

Veo sus fotos, leo sus opiniones, sus estados de ánimo, qué está haciendo en este momento, qué dejó de hacer; dónde está; sé qué música está escuchando, leyendo, cuál es su nuevo corte de pelo, sus consumos y amigos. Al encontrarla ya no necesito hablar. Sólo verla moverse, tomar, bailar, sentarse, gesticular. Ver su forma. Quizá, por costumbre y de momento, yo deba emitir un gorjeo: “¡hey!”; sólo de momento. Aprendí las cosas.

Llegará el día en que podamos fotografiar a la persona que queremos conocer en un boliche, o que está en la parada de un colectivo o en el otro asiento del subte, y la cámara nos revele, gracias a una base de datos universal, sus gustos, prontuario, composición genética, tendencia a enfermedades y consumos. Y luego la tecnología interprete y arroje índices de afinidad. Así se revelará, al fin, el sinsentido de la charla; quedará obsoleta la más soberbia de las tecnologías: la interpretación humana.

5.

Las palabras han encontrado hace tiempo los caudales eléctricos que las llevan al vapor informático. Un hombre escribe una palabra; carga y sube. Ya la palabra se integra a esa atmosfera llamada Internet. Otro busca, pulsa “search” y aquella palabra renace ante su vista, fue solidificada por la nube. Esos extraños canales vaporosos del mundo souflé se multiplican sin necesidad de cuerpos presentes. El lenguaje crece autónomamente. En realidad, jamás perteneció a los hombres. Primero el lenguaje fue de las musas o de Dios, luego de la naturaleza, y ahora de Internet. El hombre y la mujer en el boliche podrán prescindir de la palabra completamente, pues esta se incuba y crece en otra atmósfera.

Los ´60 aceleraron las cosas: el ataque a la tradición religiosa barrió con el último obstáculo para la carrera individual-capitalista; el desprecio por la familia tradicional puso fin a la última célula comunista, donde cada cual hacía según sus posibilidades y recibía según sus necesidades. Los ´60 liberaron al mundo de las barricadas tradicionales que demoraban el avance veloz de un capitalismo de empresa y medios de comunicación. Los medios devolvieron los favores publicitando el emblema de aquellos años: belleza y juventud.

Hay LCD, Lolas, Nike, Culos, Peugeot, Onda, Gafas, Samsung. Hay Palermo. Pero no hay amor. Los últimos fluidos de amor se derramaron en las alfombras de los centros de liberación sexual. La inocencia, el pudor, el olor a transpiración de la primera vez; el volver a confiar por la mañana en la misma persona en que confiamos anoche; todo esto no resiste más de dos años de giras exitosas por boliches o una decena de blisters de experiencia sexual.

El hombre y la mujer herederos de los ´60, que siendo niños han pasado largas noches con empleadas domésticas o abuelas pues sus padres debían liberarse, ese hombre y mujer desamparados, sin embargo, siguen siendo mamíferos. Los mamíferos suelen extrañar de por vida el calor del vientre materno, y su voz. El observador atento notará que el gato pisa una y otra vez la panza de su amo. Pues una sensación remota le recuerda que pisando la panza de su madre podía extraer leche tibia. Así también viene en el gato el ronroneo, aquel sonido que acompañaba el fluir. Los hijos de los padres liberados son acompañados durante su vida por un holograma de un cuerpo cálido y confiable, a un brazo de distancia; que les da esperanza, antes de deshacerse en cada nuevo abrazo. Y cada diálogo verborrágico en un encuentro esperanzado es la cinta al revés de un ronroneo que viene desde el fondo del cráneo, aquellas palabras hoy inaudibles: “calma… calma… acá estoy… ya”. “Calma… calma… acá estoy…ya”.

Te busco en Internet. Pulso “search”. Estás. Busco una casa, mi casa, otra casa en Google Earth. Está. Busco tu cara de la infancia. Estás. En el Messenger, en Skype, en Twitter podés estar. Te busco en Google, estás. Me calmo. Siempre que busco, sólo busco aquella arcaica respuesta de “calma… acá estoy… ya… ”, transfigurada en miles de millones de variaciones, remixes de esa vieja canción.

Pero ¿qué de nosotros viaja por Internet? El eco electrónico de aquellas palabras de cuna. Ya inaudibles. Como el tic tac del cursor. Al que ahora le escribo: Estoy.

*Docente e investigador de la UNQ y la UBA

Los patrones, el lenguaje y el error/Sebastián Olaso

Los patrones, el lenguaje y el error
Por Sebastián Olaso*

(para la Tecl@ Eñe)
Ilustración: Fernand Léger
–Hola, ¿Sebastián?
–Sí, ¿quién habla?
–Soy Federico. Escuchame, estoy cerca de tu casa. ¿Nos encontramos a tomar un café?
–Qué lástima. Estoy en Vicente López en este momento.
–¿En Vicente López? ¿Y qué estás haciendo en Vicente López?
–Estoy dando una clase y…
–¡Andá! –me interrumpió– ¿Y hablás por teléfono mientras das clases, vos?
–No, estoy en un recreo que justo ahora se está terminando.
–Mirá, yo mañana también voy a andar por acá, ¿nos juntamos a almorzar?
–Mañana no puedo, pero… mirá, tengo que entrar en la clase. Después te llamo.

Federico se enojó conmigo porque yo respondía por teléfono de manera lacónica a sus preguntas. Horas después lo supe, cuando lo llamé con más tiempo. Me dijo que yo le contestaba como diciendo “no me interesa nada de lo que me decís”. Y que él no iba a dejarse maltratar por mí. Para él, que yo estuviera entrando en una clase en Vicente López no era más que una excusa para agredirlo. No hubo modo de convencerlo: Según él, si una persona está en el trabajo, directamente no atiende el celular.
Una conocida en común me contó que una vez había tenido un problema parecido: Federico la había llamado para encontrarse un viernes a cenar, y como esta persona le contestó que tenía que encontrarse con unos amigos, Federico le dijo: “Ah, creía que yo era amigo tuyo también, pero se ve que me equivoqué”.
Más allá de la sensibilidad extrema de Federico, que roza con la paranoia, su caso es bastante revelador de lo que sucede cuando nos dejamos llevar por los patrones.
Intuimos, suponemos, inferimos. Gran parte de nuestra percepción del mundo no está en ese mundo, precisamente, sino en nuestro mundo interior. A partir de allí, respondemos: agradecemos, nos quejamos, tomamos represalias. Lo que los demás hacen adquiere para nosotros una significación que no necesariamente es la que los demás buscaban. Pero se la adjudicamos, seguros de que las cosas son como nosotros creemos que somos.
A menudo a esta percepción se la llama dogma, pero sólo se trata de patrones. Los patrones son inferencias propias, familiares o grupales que no se ponen en discusión. A diferencia del dogma, no hay una ley indiscutible detrás, sino la convicción de que todos miramos la situación desde el mismo ángulo.
Si alguien cuenta chistes en una reunión y no para de hacer referencias a sí mismo, asumimos que se trata de un exhibicionista, de una persona que busca ser el centro de atención porque se cree superior a nosotros. Probablemente sea así. Probablemente sea así casi siempre. Pero detrás de ese histrionismo en expansión quizás no está el mensaje de “aquí estoy yo, mírenme”. Puede suceder que esa persona esté transmitiendo, de manera consciente o inconsciente, otro mensaje: “estoy angustiado, estoy ansioso, no soporto los movimientos que tengo dentro de mí y los tapo como puedo con una hiperactividad que no puedo dominar”.
Recuerdo que hace tiempo me contaron que había un empresario que despedía a los empleados que trabajaban con la bufanda puesta. El empresario decía: Con esa actitud, los que se dejan la bufanda puesta están diciendo que están de paso, que tienen ganas de irse. Sí, en algunos casos puede ser cierto. Pero hay que corroborarlo. Quizás algunos sólo estén diciendo que tienen frío, que el respaldo de la silla está sucio, o que tienen una madre que no les transmitió el patrón “bufanda puesta es igual a ganas de irse”.
Christopher Boone, el protagonista de “El curioso incidente del perro a medianoche”, de Mark Haddon, dice:

La gente me provoca confusión.
Eso me pasa por dos razones principales.
La primera razón principal es que la gente habla mucho sin utilizar ninguna palabra. Siobhan dice que si uno arquea una ceja puede querer decir montones de cosas distintas. Puede significar «quiero tener relaciones sexuales contigo» y también puede querer decir «creo que lo que acabas de decir es una estupidez».
Siobhan también dice que si cierras la boca y expeles aire con fuerza por la nariz puede significar que estás relajado, o que estás aburrido o que estás enfadado, y todo depende de cuánto aire te salga por la nariz y con qué rapidez y de qué forma tenga tu boca cuando lo hagas y de cómo estés sentado y de lo que hayas dicho justo antes y de cientos de otras cosas que son demasiado complicadas para entenderlas en sólo unos segundos.

En general, no solemos hacernos este tipo de cuestionamientos. Decidimos a partir de nuestros patrones que quien arqueó una ceja quiso decir algo específico. Y no nos parece, no nos preguntamos si nos parece, no nos preguntamos si es posible que otro haya entendido algo diferente. Y tampoco corroboramos con la persona que arqueó las cejas qué es lo que quiso decir. O si quiso decir algo.
En su cuento “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, Raymond Carver muestra a dos parejas charlando en una sobremesa. A partir de una mención a una persona, la charla deriva en el tema del amor y los cuatro se ven sorprendidos, incrédulos y conmovidos cuando descubren que cada uno tiene un concepto del amor diferente, propio, extraño, incompatible con el concepto del amor de los otros. Y la gran sorpresa viene (intuyo, supongo, infiero) porque hasta ese momento cada uno asumía que cuando hablaba de amor con otra persona estaba hablando de la misma cosa, de un sentimiento común, conocido y reconocible por todos, de un sentimiento que no se define ni se analiza porque partimos del patrón de que todos amamos de la misma manera.
Vaya revelación, entonces. La comunicación es más compleja de lo que creíamos. ¿Cuántas veces nos habremos enojado, sonrojado, sentido halagados por error? ¿Cuántas veces más nos sucederá? ¿Cuántos se habrán sentido heridos por una inferencia equivocada? En más ocasiones de las que creemos, somos actores o espectadores confundidos y quizás ni siquiera valga la pena intentar remediarlo.

* Poeta y Narrador. Estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y periodismo en el Taller Escuela Agencia (TEA)

El debate que falta/Sarlo-Forster - Por Eduardo Sartelli

El debate que falta
Acerca de la insoportable levedad intelectual de la burguesía argentina


Por Eduardo Sartelli*

El presente artículo surge del debate publicado por Diego Rojas entre Beatríz Sarlo y Ricardo Forster en la revista Contraeditorial N° 21 de Febrero de 2010

Ditirámbico como siempre, Diego Rojas lo presenta como el debate entre “dos de los pensadores más prestigiosos del país”. Lo que está claro es que si lo son, por la razón que fuera, no lo han demostrado en estas páginas. Ni por asomo puede considerarse en la línea de Sarmiento y Alberdi, un intercambio elemental entre dos miembros de la misma configuración ideológica. Porque, más allá de las alturas respectivas y los salvando las distancias, Sarlo y Forster piensan lo mismo. Un mismo que engloba a Fernando Iglesias, Luis Majul y José Pablo Feinnman, porque a ninguno se le ocurre que hay vida más allá de este sistema social. A ninguno le parece que los males de los que opinan pero cuya causa desconocen, brotan de su propia naturaleza. La consecuencia lógica de esa limitada visión es un repertorio de vulgaridades que desmiente la desmesurada apreciación del cronista. Si en otra ocasión Feinnman ya había hecho profesión de fatalismo histórico, ahora Sarlo reconoce que las “sociedades son horribles”, mientras Forster, igual que Iglesias, explícitamente repudia una posibilidad no capitalista que, obviamente, Majul tampoco considera. Presos de ese horizonte, oscilan entre la ilusión por un simbolismo vacío de todo contenido real (Forster, Feinnman) y una crítica realista que se vacía en un formalismo abstracto (Iglesias, Sarlo).
El “debate”, al menos lo publicado, expresa con claridad esa falta de perspectivas. Forster se desgrana en lo que en el barrio llamaríamos chamuyo; conciente, Sarlo se aburre y le da justa “pereza” contestarle. “Hagamos esto divertido”, le pide él; “no vine a divertirme”, retruca ella, que está indudablemente muy por encima del retador. Forster se indigna ante la sospecha de que se considere tontos a Horacio González, Nicolás Casullo y a él mismo; “Horacio González, no”, precisa Sarlo... Los dos son kirchneristas a su manera: Sarlo, desencantada, se queja de que Néstor no persistiera en su “mejor momento” y se aliara con los intendentes “corruptos” del Conurbano, como si el resto de la clase política se compusiera de adalides de la honestidad republicana (¿hemos de recordar a la Franja Morada que hizo y deshizo en la UBA, o todo lo que el caso “Cromañón” expuso sobre el manejo “progresista” de la ciudad de Buenos Aires?); Forster celebra todo, transformando a Kirchner en el héroe que recoge a la sociedad del barro de la devastación y la conduce a la orilla de su propio destino (como si los indicadores sociales y económicos reales estuvieran demasiado lejos del pantano menemista).

No me chamuyes más…

Forster se desgrana en largas frases vagas y vacías de contenido real: “hay un esfuerzo por estructurar matrices de la realidad argentina que tienden, con deficiencias, a una cierta recuperación de la dimensión política. A recolocar la noción de conflicto como núcleo para pensar la sociedad democrática, a plantear la cuestión de la distribución y de la relación de la Argentina en un contexto latinoamericano particular.” Todo esto para decir algo obviamente falso hasta para las estadísticas del Indec: en estos últimos años ha habido una “redistribución” regresiva, los ricos son más ricos y los pobres más pobres; son los bancos que se quedaron con la plata de todos los que más plata ganaron; todo se reduce al impulso de la soja, que hubiera dado este resultado con cualquier administración, incluso de la “derecha”. Forster lo reconoce al aludir a la fe “desarrollista” de ayer del matrimonio presidencial, aunque cree que la asignación por hijo, de por sí mezquina por decirlo suavemente y a la que la inflación ya redujo sustantivamente antes de que llegue a sus destinatarios, va a significar un golpe de timón a las tendencias expropiadoras del capitalismo. Cierra los ojos y hace fuerza por creer que los Kirchner se enfrentan “al poder”, aunque tiene que aceptar que la fantasmática oligarquía es “demodé”. No dice nada, sin embargo, sobre el verdadero sostén del kirchnerismo, a saber, la fracción más poderosa de la burguesía argentina, Macri padre incluido. Quiere creer que Néstor y Cristina son la expresión local de Hugo y Evo. Si ya ellos mismos tienen mucho de trampantojo, qué decir de sus émulos pampeanos, que envían tropas a Haití, pagan con anticipación la deuda, justifican la política norteamericana con Irán y desarman las causas por crímenes de lesa humanidad de modo que una fracción ridícula de represores se haya sentado en el banquillo luego de siete años.
El peor problema con Forster no es lo que reivindica y lo que calla del gobierno “matricero” y “recolocador”, sino su evidente incapacidad de diagnóstico sobre las causas de esta tan triste realidad argentina: “esta tardo modernidad del capitalismo neoliberal”; “un capitalismo depredador”. Dicho de otro modo, el capitalismo no es malo en sí, simplemente nos ha tocado una versión (un “paradigma”, dice Forster, que no resiste la tentación de ponerle a todo un toque “filosófico”) particularmente dañina. Aunque poco después habla de una “sociedad poscapitalista mediática”… ¿En qué quedamos? ¿Es el capitalismo o no? Es obvio que el filósofo no sabe nada de economía, de allí la ingenuidad sorprendente con la que agita la roja bandera de… Marcó del Pont. Parece que su elevación al manejo de las reservas argentinas para pagar la deuda (¡el Fondo del Bicentenario¡) es una especie de gesto leninista. Sorprende porque a nadie escapa que “Mercedes” pertenece a esa prosapia desarrollista que el mismo Forster reconoció insuficiente y cuyo aparente abandono por Cristina, a santo de la asignación por hijo, el filósofo K saludó esperanzado. Hace ya sesenta años, desde al menos el plan de ajuste de Perón al inicio de su segundo mandato, que con gobiernos liberales, radicales, peronistas, desarrollistas, proteccionistas, partidarios del dólar alto o del dólar bajo, civiles o militares, la Argentina expresa las mismas tendencias a la degradación de la vida social. Habría que ir buscando otra respuesta.

Decí algo, Betty, decí algo

Sarlo tiene, en el achatado ambiente intelectual de la burguesía argentina, una evidente superioridad sobre la media de los “pensadores” locales. Con un realismo que no deja lugar a dudas, saca las conclusiones obvias de las contradicciones del discurso “filosófico” del kirchnerismo: si la realidad fuera como ellos dicen, el matrimonio dado a las “matrices” confrontativas no debería perder ninguna elección. Es indudable que contra ese hecho bruto no tiene ningún sentido apelar a la perfidia de la “clase media”, que no representa más que una porción minoritaria del electorado. La cuestión es si, superado el primer momento de la crítica, Sarlo es capaz de proponer algo mejor. Y no. Nada. No dice nada.
En efecto, demasiado conciente para creer que ese conglomerado de incapaces de incapacidad probada (¿o hay que recordar que la mayoría de ellos ya fracasó bajo Alfonsín, Menem o De la Rúa?) que dice llamarse oposición, signifique alguna alternativa real, Sarlo cree que el problema son las formas. La forma en que se manejaron con la 125, la Ley de medios no puede ser contra un grupo, el gobierno tiene que dialogar con la oposición. Es obvio que Sarlo no tiene nada concreto que decir del mundo real. Ya Sarmiento había concluido, acertadamente, que el problema no es la forma de las superestructuras políticas sino las fuerzas sociales reales. La forma de las superestructuras es, en todo caso, el resultado de las fuerzas reales actuantes en la realidad. De allí su proyecto de expandir la pequeña propiedad como base de una democracia a la norteamericana. Eso sólo ilustra lo perdido de la intelectualidad burguesa argentina, que sólo puede concluir, a pesar de la lucidez del momento destructivo de la crítica, en un aristocrático pesimismo sin futuro: “las sociedades son horribles”.

Una sociedad viva

Forster y Sarlo coinciden mucho más de lo que disienten. No sólo en su estrechez de miras, sino en su balance de la sociedad argentina actual. Forster cree que está “desguazada”, “languideciente” y “fragmentada”. Sarlo no lo desmiente. A los dos, el Argentinazo se les ocurre una manifestación patológica más que una reacción saludable. Por eso están detrás, no delante, de esa sociedad a la que juzgan tan mal, la que se animó a pensar más allá. El “que se vayan todos”, las fábricas ocupadas, el movimiento piquetero, hasta el Club de trueque con toda su imaginería trágicamente ridícula, son testimonio de que en el seno de las masas argentinas emerge un pensamiento fronterizo. Es decir, que se anima a pensar más allá de los límites del país burgués. Dicho de otro modo, se anima a pensar el problema que constituye el corazón del verdadero debate que falta: ¿hay solución real a los problemas más importantes bajo esta forma social o llegó el momento de volver a la revolución socialista?
* Licenciado en Historia (UBA). Es director del Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales (CEICS) e integrante del comité editorial de Razón y Revolución y El Aromo. Autor de los libros La Cajita infeliz. Un viaje marxista a través del capitalismo y Contra la Cultura del trabajo: una crítica marxista del sentido de la vida en la sociedad capitalista, entre otros

De los ejes teóricos de la ciencia social a la realidad argentina y latinoamericana/ Alberto. J. Franzoia

De los ejes teóricos de la ciencia social a la realidad argentina y latinoamericana

Por Alberto J. Franzoia*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Luis Felipe Noé
Introducción

Le ciencia social ha recorrido un camino no tan largo como el de la ciencia natural pero a esta altura muy significativo. Si bien hay diversas interpretaciones con respecto a dónde y con quién o quiénes ubicamos los inicios de esta ciencia (totalizadora en sus abordajes de la realidad social) nos inclinamos por los estudios de intelectuales como Alvin Gouldner, quien en “La crisis de la sociología occidental” (1) señala como punto de partida el pensamiento de Saint Simon entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Este pensador francés, influenciado por dos corrientes filosóficas europeas claramente antitéticas (el iluminismo y la reacción romántico conservadora), dará inicio a una nueva ciencia. Y es la riqueza de su pensamiento, nutrido por esas dos expresiones filosóficas de signo contrario, lo que permitirá explicar la división que se operó desde un comienzo, ya que los discípulos de Saint Simon escogerán caminos alternativos para desarrollar las ideas del maestro. Unos (como Comte y luego Durkheim), haciendo hincapié en sus aspectos más conservadores, provenientes de la reacción conservadora, iniciarán el eje teórico del orden, otros (socialistas utópicos como Fourier y Owen) retomando lo que hay de revolucionario para la época en su planteo, proveniente de las influencias iluministas, darán los primeros pasos hacia una teoría del conflicto desarrollada y profundizada más tarde, durante ese siglo XIX, por Mar y Engels.

Cada eje produjo un abordaje de la realidad social y un vocabulario para describirla y explicarla que resultan incompatibles entre sí, tal como lo refleja un trabajo sociológico muy claro al respecto como el de John Horton (2). Este cientista social afirma: “Las teorías del orden tienen en común una imagen de la sociedad como sistema de acción unificado, en el nivel más general, por un sistema compartido, por consenso de valores (o por lo menos de costumbres), de comunicación y de organización política”. Y agrega: “El concepto de anomia es clave en el análisis de los problemas del sistema (problemas sociales, desviación, conflicto). Los problemas sociales pueden resultar de la anomia o promoverla. La anomia significa desequilibrio del sistema o desorganización social, una carencia o fracaso en la organización que se refleja en el debilitamiento del control social, en la inadecuada institucionalización de objetivos, en los medios inadecuados para alcanzar los objetivos del sistema, en la inadecuada socialización, etc. En el nivel de análisis socio-psicológico, la anomia termina con el fracaso de los individuos para satisfacer las necesidades de conservación del sistema social”.

Dejando a un lado los matices particulares que se manifiestan entre los diversos representantes de este eje teórico, recurriendo a una esquematización como lo hace Horton, podemos señalar que existe un núcleo duro compartido. Los principales componentes del mismo son:
Ø La estabilidad social del sistema es producto del consenso con respecto a un conjunto de valores, normas, ideas y creencias.
Ø A veces se da un desequilibrio por la presencia de situaciones anómicas que pueden ser producto de problemas sociales o generarlos.
Ø Así como la conformidad con los valores del sistema y el adecuado desempeño de los roles representan la salud, la desviación con respecto a ellos de individuos o grupos constituye una patología.
Ø Cuando esto ocurre, las soluciones se gestan en el propio sistema: mejorando los procesos de socialización, favoreciendo medios más adecuados para el logro de objetivos, o fortaleciendo los mecanismos de control social. Todo apunta a evitar la anomia.

La definición de salud de Parsons, citada en el trabajo de Horton es emblemática: “Podemos definir a la salud como el estado de óptima capacidad de un individuo para la efectiva realización de los roles y tareas para las cuales ha sido socializado...”

El enfoque opuesto a éste es presentado por Horton en los siguientes términos: “Los teóricos del conflicto concuerdan en su rechazo del modelo de orden de la sociedad contemporánea. Interpretan el análisis del orden como la estrategia de un grupo dirigente, una reificación de sus valores y motivaciones, una racionalización para lograr un control social más efectivo.” “El análisis del conflicto es sinónimo del análisis histórico: la interpretación de los procesos intersistémicos que producen la transformación de las relaciones sociales. Un concepto clave en el análisis del cambio histórico es el de alienación-separación, no del sistema social tal como lo definen los grupos dominantes sino separación de la naturaleza universal del hombre o de un estado de cosas deseado. El cambio es la respuesta progresiva a la alienación”.

En este eje también podemos identificar, si recurrimos nuevamente a una esquematización, un núcleo teórico (duro) compartido:
Ø Se considera el orden vigente como el producto estratégico de un grupo dirigente, que racionaliza sus valores y motivaciones para controlar al conjunto social, pero sin responder a los verdaderos intereses generales sino a los propios (intereses de la clase dominante).
Ø El concepto de alienación resulta esencial para comprender la justificación del cambio de las relaciones sociales (ya que la alienación implica un proceso de deshumanización generada por el sistema);
Ø Por lo tanto, se incorpora la noción de cambio histórico y social a partir de la práctica colectiva de los hombres como respuesta necesaria al proceso de alineación.

El texto de Horton, si bien peca de un exceso de simplificación, de todas maneras tiene el mérito de presentar sintéticamente y sin ambages la innegable polarización teórica de la ciencia social. Sin embargo, resulta imprescindible proponerle al lector una profundización en estos problemas teóricos (pasar del trazo grueso a otro más fino), ya que algunos exponentes del orden estudian ciertas formas de conflicto y cambio que no se deben descuidar (Robert Merton cuando analiza las disfunciones, o Gino Germani cuando se ocupa de los procesos de modernización); a su vez, representantes del conflicto incursionan en el campo del consenso presentándolo como un componente fundamental del cambio estructural (tal es el caso de Antonio Gramsci con su teoría acerca de los procesos que se perfilan hacia la producción de una nueva hegemonía, entendida como una nueva conducción intelectual a partir del consenso obtenido por la visión de las clases subalternas o dominadas). Es decir, los trazos gruesos que se presentan tienen un fin pedagógico, que consiste en expresar con claridad los rasgos distintivos de cada eje, para que luego el lector profundice en la riqueza de matices que siempre deben ser considerados.

¿Cómo se manifiestan los ejes del orden y del conflicto en política?
Los ejes teóricos de la ciencia social también se manifiestan en un campo tan específico como el de la política. Según John Horton los teóricos del orden se identifican con posturas políticas liberales, mientras los del conflicto están relacionados con las diversas expresiones que adhieren a posturas socialistas y anarquistas. En el lenguaje cotidiano se hace referencia a la derecha y la izquierda, sin embargo, a partir de esta diferencia gruesa es necesario formular algunas precisiones teóricas y prácticas.

La primera precisión que se impone es destacar que no es lo mismo analizar la política en un país dominante y desarrollado que en otro dominado y subdesarrollado. En los países que se han consolidado como naciones con una autonomía reconocible es correcto referirse a un panorama político dividido por posiciones de derecha e izquierda, extremos entre los que se ubica el centro. Para completar esta caracterización con un mayor rigor teórico es necesario recurrir a la visión que cada postura tiene con respecto a la estructura de la sociedad y su posible cambio.

Para los teóricos del orden la estructura social es igual a un conjunto de roles e instituciones interrelacionados. A partir de allí conciben dos tipos fundamentales de cambio. Las expresiones más conservadoras de la derecha sólo contemplan el cambio en la estructura, es decir, los roles e instituciones permanecen inmutables mientras lo que se modifica es el personal que desempeña los roles o que actúa en las instituciones. Los representantes del centro avanzan hacia un cambio más abarcativo al contemplar el cambio de la estructura, es decir, aquel cambio que no es sólo del personal, sino que incluye cambio de roles e instituciones, por ejemplo impulsando el paso de una monarquía constitucional a una república. Por lo tanto, en la derecha de los países desarrollados se alinean sectores políticos conservadores (que pretenden conservar la estructura), mientras que en el centro podemos encontrar a liberales progresistas y socialdemócratas (que admiten y hasta impulsan cambios de roles e instituciones). No hay que descartar de todas maneras algunas posturas hoy minoritarias que proponen un regreso a estructuras ya perimidas, allí se inscriben los sectores políticos definidos como reaccionarios, es decir aquellos que sostienen como propuesta de futuro un regreso al pasado.

La izquierda de una nación independiente está relacionada con una postura mucho más radical que se ubica en el eje del conflicto. Esta postura parte de una definición de la estructura social distinta a la que sostienen los teóricos del orden, ya que para sus exponentes ésta es conceptuada como el conjunto de las relaciones de producción de una sociedad (relaciones entre las principales clases sociales a partir de la propiedad o no propiedad de los medios de producción). Por lo tanto, el cambio de la estructura (cambio revolucionario), que es aquello que los representantes de una política de izquierda proponen, siempre tendrá que ver con construir relaciones de producción alternativas a las vigentes, e interpretan a los cambios propuestos por los representantes de orden (incluyendo a las posturas social demócratas) como expresiones conservadoras o en el mejor de los casos reformistas, ya que nunca cuestionan las relaciones de producción. Sin embargo, en estos países, las condiciones objetivas existentes no han permitido en las últimas décadas (en realidad desde que el imperialismo se instaló beneficiando sus economías) un desarrollo sostenido de esta posición.

El esquemático cuadro político presentado suele ser aplicado por los teóricos del orden, e inclusive por algunos sectores de la izquierda, en forma mecánica a la realidad de los países dependientes y subdesarrollados. Son aquellos que deducen su comportamiento político a partir de lo que ocurre en sociedades muy distintas a las nuestras.

¿Cómo se manifiestan los ejes políticos del orden y conflicto en los países dependientes que luchan por su liberación, como es el caso de Argentina?

Para los países dependientes el eje del orden formula una teoría específica que recibe el nombre de teoría de la modernización (3). Así como los sectores políticamente vinculados a la tradición liberal-conservadora intentan mantener el statu quo valiéndose del estado como garante, los modernizadores asumen una postura de cambio (de roles e instituciones) que favorezca un desarrollo similar al de los países centrales (o primer mundo) siguiendo sus mismas pautas. El objetivo, por lo tanto, es promover con un estado intervensionista la modernización económica y social, para lo cual el propio estado debe modernizarse (modernización política). En las primeras etapas de esta modernización el capital y la tecnología provenientes del primer mundo (a modo de ayuda) juegan un papel fundamental, siempre que el estado nacional los oriente hacia las áreas estratégicas que garanticen el éxito del plan; en otros tiempos la siderurgia, el petróleo; hoy la informática y las comunicaciones. Cuando se ha logrado alcanzar el desarrollo o modernización la necesidad de ayuda proveniente del primer mundo desaparece. Semejante planteo es posible porque esta teoría no identifica al imperialismo como factor asociado al subdesarrollo en la periferia del sistema, de allí sus expectativas desarrollistas.

Desde el eje del conflicto la teoría de la dependencia (4), a la cual las izquierdas nacionales mucho han aportado (5), nos presenta un panorama político bien distinto para aquellos países que aún no son independientes, es decir, que no han logrado constituirse como naciones autónomas. En estos casos, se aportan elementos para un análisis diferenciador. Como el subdesarrollo es explicado por la dependencia que estos países han tenido con respecto a los centrales o dominantes (donde tiene su sede la burguesía imperialista), la única posibilidad de desarrollo pasa por liberarse de la dependencia, por lo que el estado, que también es intervencionista, debe asumir una política de transformaciones revolucionarias. Y eso sólo puede ocurrir si las clases tradicionalmente dominadas acceden a su control.

Se sostiene que existe una contradicción principal expresada por dos grandes bloques. Uno constituido por todas aquellas clases y sectores que por su vinculación con el imperialismo impiden el desarrollo de la nación (oligarquías nativas, burguesías claudicantes, capas medias colonizadas), y otro bloque, nacional, que incluye a todas las clases y sectores que luchan por la liberación nacional y social (obreros, capas medias nacionales, pequeña y mediana burguesía nacional, más recientemente sectores desocupados e informales). Cada uno de estos bloques tiene a su vez, su derecha, centro e izquierda. De esa manera se explica, por ejemplo, por qué cuando surgió el peronismo en Argentina un sector de la izquierda se dedicó a combatirlo (izquierda tradicional, stalinistas, trotskistas no nacionales) y otro sector lo apoyó (la izquierda nacional), panorama que con las variantes lógicas gestadas por el paso del tiempo se reitera en la Argentina de los Kirchner.

Las diferencias entre derecha, centro e izquierda dentro de cada frente (social y político) tienen que ver, por otra parte, con la magnitud y profundidad de los cambios o continuidades propuestos. Dentro de un frente nacional todos luchan por la liberación, pero mientras algunos integrantes consideran que es suficiente con liberarse manteniendo las relaciones de producción dentro del marco del capitalismo (planteo nacional-burgués), otros sectores sostienen que sólo se podrá profundizar y consolidar la liberación si se van socializando progresivamente esas relaciones de producción (planteo socialista), con lo que la liberación social pasa a ser central para profundizar y consolidar la liberación nacional. Es decir, para unos la liberación puede consolidarse dentro de los límites del capitalismo, para otros es necesario trascenderlos hacia el socialismo.

Nuestra visión

Desde nuestra visión teórica, en sintonía con los aportes realizados por la teoría de la dependencia y la izquierda nacional, consideramos que la historia argentina y latinoamericana demuestra objetivamente la existencia de una contradicción principal aún no resuelta en forma definitiva entre el bloque oligárquico-imperialista y el bloque nacional-popular, y que la resolución profunda de la misma será producto de un socialismo con características latinoamericanas. Sin embargo, como lo demuestra la política concreta que actualmente se desenvuelve en Argentina, la simple enunciación de dicha contradicción, si bien representa un avance teórico muy significativo, no resuelve prácticamente el problema. Tanto es así que ante la conformación de un bloque nacional con ciertas debilidades pero no pocos aciertos (sobre todo si lo comparamos con las políticas de estado seguidas en años anteriores por los que hoy constituyen la oposición posible), observamos sectores que se despistan para terminar encolumnados objetivamente con el bloque oligárquico-imperialista.

Ese punto no es una cuestión menor; veamos por qué. En Argentina existen actualmente algunas fuerzas políticas de la genérica centroizquierda, como las que conduce Pino Solanas, que a diferencia de aquella izquierda históricamente alineada en el bloque oligárquico imperialista, enuncian correctamente la contradicción principal para un país que lucha por su liberación nacional y social como es nuestro caso. Sin embargo, sabemos que como bien sentencia la sabiduría popular: del dicho al hecho suele existir un largo trecho. Superar esa contradicción, seguramente para enfrentar otras, pero nuevas, supone descubrir cuál es el proceder político más adecuado para que el problema viejo, ya superado, dé paso a nuevos desafíos, pues en la historia de la humanidad no es posible avanzar de otra manera. Para resolver entonces la actual contradicción principal se impone construir antes que nada una relación de fuerzas favorables al campo popular, no sólo en Argentina sino en el conjunto de la Patria Grande Latinoamericana. Y esa construcción no es igual a soplar y hacer botellas. Así se manifiestan los aventureros y charlatanes, pero eso poco tiene que ver con gestar con responsabilidad las condiciones para un cambio estructural.

Cuando el teórico y político italiano Antonio Gramsci se refirió a las grandes ideas, lo hizo con una claridad de la cual carecen las fuerzas a las que nos referimos (6):
“Las grandes ideas y las fórmulas vagas. Las ideas son grandes en cuanto son realizables, o sea, en cuanto aclaran una relación real inmanente a la situación, y la aclaran en cuanto muestran concretamente el proceso de actos a través de los cuales una voluntad colectiva organizada da a luz esa relación (la crea) o, una vez manifiesta, la destruye y la sustituye. Los grandes proyectistas charlatanes son charlatanes precisamente porque no saben ver los vínculos de la "gran idea" lanzada con la realidad concreta, no saben establecer el proceso real de actuación. El estadista de categoría intuye simultáneamente la idea y el proceso real de actuación: redacta el proyecto junto con el "reglamento" para la ejecución. El proyectista charlatán procede tentando y volviendo a probar: son las "idas y venidas" de la fábula. ¿Qué quiere decir "conceptualmente" que hay que añadir al proyecto un reglamento? Quiere decir que el proyecto tiene que ser comprendido por todo elemento activo, de tal modo que vea cuál tiene que ser su tarea en la realización y actuación: que el proyecto, al sugerir un acto, permita prever sus consecuencias positivas y negativas, de adhesión y de reacción, y contenga en sí mismo las respuestas a esas adhesiones y reacciones, ofreciendo, en suma, un campo de organización. Este es un aspecto de la unidad de la teoría y la práctica.”

A esta altura de nuestra historia resulta irrelevante seguir perdiendo el tiempo con la izquierda tradicional que siempre se convierte, en términos objetivos, en la izquierda del bloque oligárquico-imperialista, porque su aislamiento de las clases y sectores del campo nacional la inhabilita como protagonista para un cambio deseable. De allí su constante raquitismo en materia de representación popular. Distinto es el caso con quienes han sido compañeros de ruta hasta no hace mucho tiempo, algunos pertenecientes a una izquierda del campo nacional (7). Reincorporar a esos compañeros que abandonaron la nave común, supone poner en claro que un proyecto sin reglamento termina siendo un proyecto abortado. En este segundo caso se impone entonces una inversión de tiempo para el trabajo cultural, ya que es una batalla que nunca se debe dar por perdida. No sólo porque hay un abordaje teórico con coincidencias que nos llevan a identificar una misma contradicción principal; también existe una historia de vínculos políticos y sociales concretos que avalan la posibilidad de un reencuentro necesario. Definitivamente necesario porque resultará imposible resolver la contradicción principal si a las fuerzas actualmente operantes en el bloque nacional-popular no se le incorporan otras que se han desperdigado en los últimos tiempos. En estos casos lo cuantitativo tiene una fuerte correlación con el salto cualitativo.

Por otra parte, consideramos que la posibilidad cierta de resolver a favor de los sectores populares la contradicción entre el bloque oligárquico-imperialista y el nacional-popular pasa por cuestiones internas (argentinas) y “externas” (latinoamericanas). En lo estrictamente interno se impone la construcción de una gran alianza entre los trabajadores (ocupados, semiocupados y desocupados) con buena parte de las capas medias (todos los que no se encuentran objetivamente integrados en el frente adversario más allá de algunos desvaríos teóricos). Y en el plano “externo” (que en realidad no debe ser concebido como externo, sí como un segundo anillo interno) favoreciendo una cada vez más importante integración latinoamericana, que debe superar la exclusividad de los contenidos económicos para trascender a la esfera político-social y sobre todo cultural. Dirección a la que apuntan conducciones políticas como la de Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia. En realidad, sólo un trabajo cultural que haga eje en la cuestión irresuelta de una Patria Grande balcanizada por el imperialismo y sus aliados internos (las diversas fracciones de la oligarquía: agraria, comercial, industrial y financiera) nos permitirá visualizar como no externos los procesos vividos en otras regiones de esa Patria y nos posibilitará una construcción de vínculos orgánicos indispensables para transitar el camino de la liberación nacional y social.

La Plata, Julio de 2010

* Alberto J. Franzoia, sociólogo, director del Cuaderno de la Izquierda Nacional y Presidente del Centro Cultural América Criolla.
Su mail es:
albertofranzoia@yahoo.com.ar

Bibliografía:
1. Alvin Gouldner: La crisis de la sociología occidental, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979
2. John Horton: Las teorías de orden y conflicto de los problemas sociales como dos ideologías contrapuestas, fichas de la cátedra de Sociología de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata
3. Alberto Franzoia: Las teorías sociales en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX, en Política (para la unidad y la independencia de América Latina), Año 1, nº 2, 2006
4. Alberto Franzoia: trabajo ya citado
5. Alberto Franzoia: Spilimbergo y la teoría de la dependencia, Texto presentado en el Congreso del Pensamiento Iberoamericano, Holguín, Cuba, 25, 26 y 27 de octubre 2007.
En Internet: Cuaderno de la Izquierda Nacional, http://www.elortiba.org/in.html
6. Antonio Gramsci: Las grandes ideas, en Cuadernos de la Cárcel, http://www.gramsci.org.ar/
7. Alberto Franzoia: Cuando el voluntarismo político conduce al gorilismo, en Señales Populares, publicación dirigida por Norberto Galasso, junio de 2010.
En Internet: Cuaderno de la Izquierda Nacional, http://www.elortiba.org/in.html