23 diciembre 2010

Cartas desde el dolor: Correspondencia entre Sebastián Russo y Conrado Yasenza

Cartas desde el dolor

Terror en el Parque: Inquietudes y reflexiones sobre los acontecimientos del parque Indoamericano

Ilustración: Norberto Iera
Estas cartas no conforman un ejercicio periodístico. Tampoco una nota (aunque terminen siendo publicadas en una revista). La correspondencia vía correo electrónico entre Sebastián Russo y Conrado Yasenza constituye la necesidad de reflexionar sobre la pobreza, la xenofobia y la violencia desde la poca seguridad que nos ofrecen las inquietudes, las incertezas. Quizás un intento de interpretación que nos acerque a algún grado de comprensión y nos aleje del horror que producen los fantasmas más oscuros, los siempre latentes y atentos agenciadores de la fractura y el caos.

Querido Sebastián Russo:
Hay una inquietud que tengo desde hace tiempo y que con los sucesos del parque Indoamericano, y de discusiones que mantuve (estériles siempre), se reactiva. Es: cómo abordar la problemática de miles de seres humanos que no tienen dónde vivir, y que están excluidos de las condiciones y necesidades básicas, y que cuando se hacen visibles estalla nuevamente la caracterización de "negros de mierda", "villeros", "vagos que buscan que les den casa gratis"; Pero no termina allí: "además, tienen hijos a granel y los usan para legitimizar sus reclamos". Esto ligado a la infame caracterización de los medios que ya comienzan a establecer sus latiguillos burdos como Favelización, cartelización y otros que estarán por venir.
Personalmente me indigna esta ramplona y burda conceptualización y siempre termino en discusiones que no conducen a modificar ningún concepto en el otro, pero además siento que hay allí, en el sutrato de esas afirmaciones, una idea de familia, una idea de hijo, de prole, que choca fuertemente con la concepción de la clase media y alta de nuestra sociedad. Así que apelo a sus conocimientos para ver si me puede ayudar a echar algo de luz - si vale la metáfora - sobre estos conceptos que atraviesan nuestras capas sociales. Quizá pueda escribir una reflexión para la revista sobre este tema.
Espero su respuesta.

Abrazos.
Conrado Yasenza
Respuesta de Sebastián Russo*
Los negros

Noté en ese momento que toda la gente se reunía, se interpelaba y conversaba como en un club donde es agradable encontrarse entre personas del mismo mundo. Me expliqué también la extraña impresión que sentía de estar de más, de ser un poco intruso. Sin embargo, el periodista se dirigió a mí, sonriente. Me dijo que esperaba que todo saldría bien para mí. Le agradecí, y agregó: Usted sabe, hemos inflado un poco el asunto. El verano es la estación vacía para los periódicos. Y lo único que valía algo era su historia y la del parricida”. Albert Camus, “El extranjero”


Estimado Conrado,

Su inquietud es la mía. Incluso, su gesto, el de exhibir, socializar su inquietud, no puede ser menos que rescatado, como un acto del que pudiendo aposentarse sobre verdades esparcidas (sobretodo progresistas), dichas/no dichas, se interpela, en pos de un sincero, humilde “entender”, “saber”, o mejor, “interpretar” aquello que se (le/nos) presenta con una falsa transparencia.

Lejos de poder responder a su pregunta de “cómo abordar” las problemáticas que menciona, puedo apenas decirle que ese estado de inquietud, sostenerlo, interrogarlo, puede ser un primer, fundamental, motor interpretativo. Y es que, como dice, habría lógicas (de clase, aunque también étnicas, filosóficas, morales, como un todo entrelazado) que con-viven, pero que inevitablemente se enfrentan, generando, en el mejor de los casos, una convivencia de enfrentamiento; con la intentona aniquiladora del otro, siempre allí, apenas se raspa, apena se incentiva un poquito, caldo de cultivo xenófobo mediante.
Sostener la inquietud, además de impedir quedarse quieto, firme, en ideas pre-establecidas, es mantener el estado de reflexión sobre sucesos que arrasan nuestro entendimiento. Un entendimiento, basado en formas cotidianas de existencia (con/contra otros), tendiendo siempre a su cristalización, a través de un “sentido común” cocinado a fuego lento por los medios de comunicación masivos.
Casi no tengo que decirlo (pero sí): algunas de estas cristalizaciones tienen que ver con exigirle al otro, a cualquier otro, no solo al que se presenta como radicalmente otro, que actúe, piense, sienta como uno. Y un “uno”, tampoco tengo que decirlo (aunque sí, debemos seguir diciéndonoslo), que es una construcción, que basa su solidez en ocultar, sobretodo al mismo que enuncia “uno”, su carácter de constructo.
Esta distancia interpretativa, entre uno y otro, termina (empieza) por cristalizarse, en distinciones que no son intercambiables, producto del libre albedrío, sino hegemónicas. Cuando uno se convence a sí mismo, y al otro, que el propio actuar, pensar, sentir, en definitiva, que una de estas formas de existencia tiene más valor que la otra, he ahí el momento de la certeza, de la no inquietud, del arbitrio, de la fuerza.

Pero esa distancia, ante una muerte, arriba a un cisma. A una situación de no retorno; sobretodo por el retorno trágico, de otros muertos, fantasmáticos. De esos muertos a los que no podemos acostumbrarnos. Ya que la muerte de un oprimido, de un débil, de un “negro”, trasmuta ese no acostumbramiento en insoportable inquietud, en inadmisible quietud, en acción.

En la Facultad de Humanidades de La Plata, en uno de sus costados externos, una gigantesca sentencia y pregunta: “4 años sin López ¿A que estás dispuesto a acostumbrarte?” Bueno, estos cuerpos muertos, como espectros, no pueden dejar de acosarnos, inquietarnos: he allí un primer, fundamental movimiento, de incomodidad, de agobiante asedio.

Para terminar, dos apostillas a partir de un texto de Horacio González publicado en medio del conflicto.
Habla González de un “sin más”. De un deber de “estar con el oprimido”, sin más. Desechando la pregunta por la justificación, el beneficio/costo político. Sin más, estas muertes deben evitarse, deben repudiarse, deben combatirse. Luego, la relación de fuerzas de la política. Anteponiendo una decisión moral fundamental. Atiende González las posibles críticas desde el “realismo político”, que marcarían que no habría un antes de la política, un antes de la correlación de fuerzas, de la violencia. Entendiendo, González, que este “sin más”, sería efectivamente un (el) contundente acontecimiento político, en tanto umbral de lo innegociable.
También habla de un (nuevo) orden fundado en la incorporación (crítica) de aquello que aqueja, y la autorreflexión. Y me recuerda precisamente al modo en que las comunidades bolivianas deliberan y toman decisiones. Donde el fundamento y la posible/imposible resolución está en la palabra dicha, discutida, hasta el hartazgo de quien no confía en ella, de quien prefiere la instrumentalidad racional, de quien no quiere perder tiempo (porque, claro, es dinero) Este afanoso trabajo de argumentación, de (auto)reflexión, de respeto por la palabra (las propias, las del otro), y entendiendo que es allí, aunque “cueste” tiempo (pero porque cuesta tiempo), donde un modo de la política se desenvuelve. Modo complejo, lento, prolongado, siendo estas características lo que le dan densidad afectiva, emocional, y desde allí, densidad racional. Una forma política, un política de la forma, fundada en términos que en absoluto son a-conflictivos, muy por el contrario, no dejan de evidenciar las diferencias, pero tampoco dejan de mostrar la escucha, la espera, la importancia del otro (que, claro, soy yo)

Siempre fuimos y seremos unos negros de mierda. Y porque lo somos (nos lo han hecho saber, con su mirada, o así la sentimos, los primermundistas, o peor, los apólogos del “primermundismo”) nos apuramos en catalogar a otro de la misma forma, como despegando una etiqueta que no deja de seguir allí, cual tatuaje estigmático.
Qué distinto, estimado Conrado, sería poder pararnos sobre tal epíteto y resignificarlo, como gesto identitario del siempre oprimido.
El gesto de reconocerse oprimido, sojuzgado, y desde allí construir una identidad, no es un acto de constreñimiento, sino un comprender el estado de diferencia que funda las relaciones sociales, y su misma absurdidad. Es el lugar de “El extranjero”, propio de toda construcción identitaria: el sentimiento (vivencia) de extranjería ante todo aquello “otro” que nos rodea, y solo desde allí, la construcción de un “uno”, siempre dado a re-definirse, a con-vivir con su otro.

Con afecto,
Sebastián.


Respuesta a Sebastián Russo

El Corazón en las tinieblas ( escrito desde la urgencia y el dolor)

Estimado Sebastián
Sospecho que comienzo a comprender, por lo menos desde uno de los posibles enfoques de la dramática serie de episodios violentos que nos interpelan desde Soldati, en este caso, pero desde las profundidades de nuestro cuerpo social también, que la irracionalidad de las muertes sufridas en estos días tienen su origen, tal vez tangencial, tal vez no, en aquello parecido a la idea de la territorialización sostenida en algo que perder, digamos una propiedad, un espacio habitacional, que en algunas oportunidades, como la vivida en los sucesos del parque Indoamericano, se vinculan con el profundo daño que siguen causando las ramificaciones de un período neoliberal que nos acecha de modo persistente. Años de desangrado del tejido social; años de una pobreza aún dura. Aquellos que han obtenido su espacio temen la pérdida y allí entran en juego esas construcciones de sentido común, el peor de los sentidos a veces, que hacen de ese otro, de ese otro pobre, más pobre, una amenaza que justifica el tomar una vida. Dramático y angustiante para nuestro país que intenta la reconstrucción luego de su Guernica. Es como diría Conrad, a través del Capitán Kurtz, El Horror... sí, el horror del corazón en las tinieblas. El hombre lobo del hombre.
Ya no sólo se trata de una clásica cuestión de clases enfrentadas, sino de la degradación hacia dentro de una clase pauperizada y sometida por la pobreza, las prebendas y las traiciones históricas; clase sojuzgada, sometida, intracolonizada, diría, la de los residentes que se ven amenazados, en su pobreza envilecida, por los visitantes "okupas" en una experiencia de ampliación de la idea de invasión, no sólo espacial sino territorial, extraña, extranjera que horroriza por la demostración palmaria de la precariedad de una identidad sostenida por el miedo y el rechazo de lo que ese otro humano devela en su condición de oprimido trashumante. Y allí el terreno fértil para los "relatos" cristalizados desde los pantanos de la xenófoba matríz comunicacional pero con asentamiento en una, creo, precondición profunda en lo humano. Sin patrimonios exclusivos de las derechas, aunque con una responsabilidad inocultable en el racismo declarado de Macri, ni de la siempre ubicua progresía burguesa, sino de una precondición que desflora las construcciones culturales que nos alejan del sinsentido, del violento imperio de la fuerza.
No soy ingenuo: hay allí operadores políticos de todo fuste, cazadores a la espera para derrumbar las vallas de contención que liberan la animalidad, el horror; pero también espera en lo oscuro la profunda y atávica violencia del ser. Lo complejo y dramático es, para mi humilde y torpe visión, esta condición que ante la fragilidad de la civilización se manifiesta del peor modo: Cobrándose vidas. Y siempre vidas pobres; vidas de los condenados por los dueños de la tierra que los expulsa, que los contiene, que los martiriza, que los enfrenta; que nos enfrenta al profundo dolor de saber que la vida sigue siendo subsidiaria de los espacios, de los territorios, de los mecanismos y las herramientas que el poder, el real, el fáctico, siempre pone en manos de sus verdugos - asalariados, instituidos, y a veces, sólo voluntariosos enceguecidos por el odio y la mezquindad - para hacer caer el hacha de la historia sobre la cabeza de un cuerpo todavía perdido en las cloacas de la razón y la propiedad.
Es la profunda tristeza que se siente cada vez que irrumpe la cara oculta y dolorosa de la muerte agitando los fantasmas que creíamos haber conjurado.
Siguen siendo sólo inquietudes, incertezas, y hasta quizás, injustas apreciaciones querido Sebastián.
Soy ese otro yo mismo.
Con especial afecto.
Conrado Yasenza**

15 de diciembre
Respuesta de Sebastián Russo

Estimado Conrado,

Sus palabras (sentidas, reflexivas, agudas, de una poética desgarradora) creo abarcan gran parte de la complejidad de lo sucedido.
Hablan por un lado del problema del territorio, o sin eufemismo, del de la propiedad, y las mezquindades e irracionalidades (fundadas en una muy ajustada racionalidad instrumental) que propicia el temor a perder “lo que se tiene”. Y claro, dice propiedad (privada) y habla del fundamento de un sistema (económico, pero sobretodo de valores, creencias), llamado de muchas formas, pero que sigue siendo el capitalista, desde hace años en su radical y brutal versión neo-liberal. Como dice, las derechas, y sus coyunturales acólitos, tienen allí un dogma, una verdad irrefutable, su indiscutible fundamentalismo; pero hemos visto en estos días (y no solo en estos días) que la progresía bienpensante encuentra su propio límite, el de su defensa del otro, el límite que da “lo material”: dentro de “lo simbólico”, el lenguaje progresista puede aceptarlo e incluso serlo todo –“todos somos…”-, pero cuando lo que está en juego ya no son consignas humanistas, sino la materialidad misma, aquel bendito enano fascista florece exultante, demostrando los arraigados verdaderos triunfos del neo-liberalismo.
Hablan también de invasión. Interesante y dramática actualización de aquella vieja pero aun efectiva metáfora/excusa para una contra-invasión, desmedida, jubilosa. Del malón a la conquista del desierto. De la oleada inmigratoria a la Ley de Miguel Cané. Del aluvión zoológico al bombardeo de la plaza de mayo. De la lucha armada al exterminio genocida. Del piquete y cacerola a Darío y Maxi. La barbarie, invadiendo a una civilización que debe defenderse, propinando contragolpes aberrantes. Y no puedo dejar de atormentarme con una imagen que no vi, que leí, como es la del supuesto cuarto muerto, desaparecido por días, cuerpo -según cuenta la crónica- sacado de la ambulancia y fusilado, ahí a la vista de todos, y a la de un médico que no pudo resistir tamaña secuencia, desprendida de algún arcón hollywoodense clase b, pero no, allí, frente a sus ojos. ¿Acaso los espectros de las aberraciones de antaño no nos acosan lo suficiente para aletargar su retorno?¿Qué imposible terreno de la argucia política puede engendrar ese acto?
Y allí otro de los temas que ud toca: los operadores. Dice que no es ingenuo, y que sabe (se sabe) que éstas tomas de predios no pueden ser casuales: que más allá de una indiscutible “crisis habitacional”, estos espacios distantes el uno del otro, con sus singularidades, no por nada se expresan del mismo modo y simultáneamente. Y agrego, en diciembre, en vísperas de elecciones, y con una desvalida “oposición” que parecía ya no tener armas para combatir la coyuntural fortaleza del gobierno nacional. Dentro de esta trama compleja (en la que vuelve aparecer el “sin más” gonzaliano) rescato su “no soy ingenuo”, que evidencia un lector crítico de la realidad, que me recuerda a la mentada propuesta de guerrilla semiológica del no menos mentado de Umberto Eco. El que precisamente pugnaba por “receptores críticos” allí donde estén, no necesariamente organizados, pero sí (cuales focos guerrilleros) con un mismo gesto de desconfianza con lo que se enuncia, pudiendo deconstruir y resignificar los “mensajes” que se difunden. Que a su vez me recuerda a los muchos que entrevistados o consultados del por qué estaban en la plaza en el velorio de Nestor Kirchner, decían, rápidamente, justificándose, que si bien no coincidían plenamente con el gobierno, efectivamente éste había hecho cosas muy relevantes, cosas que ningun otro gobierno había hecho, y cosas que menos aún podrían hacer “los de la oposición”. Un gesto de reflexión que expresa un aptitud crítica, una capacidad reflexiva de aquel que intenta ponderar y elegir, por sobre la furibunda batería massmediática, siendo esta capacidad reflexiva uno de los importantes atributos del actual proceso. Atributo que me permite tener esperanzas dentro de momentos (como el de estos días) donde la calamidad opera para cegar nuestro entendimiento, imponer una tabula rasa, y que las aves de rapiñan se alimenten de la carroña que generan a su paso.
Por último, querría destacar su alusión a las vidas pobres, a las pobres vidas, que teminan expuestas (siempre ellas) a estas viles operaciones de política carroñera, aunque también, a una desvalía que emerge de estas formas nefastas, pero que no encuentran (ni se le otorgan) modos genuinos, no reproductivos, de escapar del círculo de la explotación y la pobreza. Cuerpos desgarrados de miserias varias, acorralados entre la verdad que su condición de oprimido le dicta, y la mentira de truculentos negociados político-económicos.
Profundamente consternado por los sucesos que nos ocupan, y que atraviesan nuestros cuerpos, mentes, sentires; le dejo estas palabras urgentes, que se expulsan de mí, urgidas por entramarse en algo -esta carta- que me otorgue un poco de claridad, calma.

Lo saludo afectuosamente,
Sebastián Russo.

*Sebastián Russo es sociólogo y coordinador de la revista Tierra En Trance
**Conrado Yasenza es periodista, aspirante a poeta y Director de la revista digital de Cultura y Política La Tecl@ Eñe

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