09 noviembre 2010

Sociedad/ Marcelo. M. Benítez: Qué es el matrimonio gay

¿Qué es el matrimonio gay?

Por Marcelo Manuel Benítez*
(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Jorge de la Vega
La historia de la homosexualidad es larga ( la práctica parece existir desde los primeros tiempos de la humanidad) y aunque desplegáramos una mirada siguiera superficial al tema ya tendríamos la sospecha de que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo no se dieron siempre dentro del mismo marco social ni con las mismas reglas. Es más, es muy probable que el varón homosexual y la mujer lesbiana no fueron siempre los mismos. El erómero del siglo de Perícles no fue de ninguna manera la mariquita travestida que vemos hoy desfilar todos los años en las manifestaciones que se organizan durante la semana del orgullo gay. Por lo que corresponde hacer un poco de historia:
Hacia el siglo V a de C., las relaciones sexuales al menos entre varones parecían disfrutar de un prestigio bien consolidado en la sociedad griega al punto de que el amor y el deseo que se demostraban ciertas parejas de hombres inspiraban los comentarios más tiernos entre amigos, vecinos y filósofos: incluso no importaba que uno de ellos fuera casado, siempre y cuando no descuidara sus deberes conyugales. La relación aconsejada era la constituida entre un hombre adulto y un jovencito púber. Hermosos poemas de amor fueron escritos en honor de aquellos jóvenes amantes si sabían entregarse a hombres rectos y serios para que los guiaran y los ayudaran a instalarse en la vida política de la ciudad. La única amenaza que pendía sobre esa amistad, en la que tan comprometida estaba el contacto sexual, era la aparición de la barba en el erómeno (o sea el púber). Un viejo adagio decía: “La navaja que corta la primera barba corta el hilo de los amores”, porque el ingreso del erómeno en la adultez significaba la prohibición de ocupar el rol femenino en el coito ( que era propio del púber). La situación de la lesbiana, por su parte, no parecía preocupar demasiado. Se sabe que el rol primordial de la mujer griega libre era casarse y darle hijos al marido, pero no se tienen datos claros de que fuera marginada o perseguida si al margen de sus deberes conyugales desarrollaba una sexualidad diferente. La mayor preocupación se dirigió siempre hacia el joven griego de condición libre ya que las relaciones sexuales entre varones podían comprometer la moral y el honor del muchacho. Existía siempre el peligro de que el joven y vulnerable erómeno se acostumbrara a los placeres del rol femenino o que se prostituyera tentado por amantes desconsiderados y extraviara así su camino en la sociedad. Es que las relaciones homosexuales tan aceptadas socialmente no debían obstaculizar el desarrollo de la virilidad en el muchacho, ni la fortaleza en el dominio del propio carácter. Todo joven griego libre estaba destinado a ocupar, en su adultez, un importante puesto político en la ciudad, en especial en la democracia ateniense, y si se había desarrollado afecto a las debilidades de la carne, a la displicencia de la personalidad femenina o aceptaba dinero a cambio de sus gentilezas, ese joven, pues, al alcanzar una magistratura sería un tirano.
Es por eso y quizás por otras muchas razones que en plena sociedad imperial, las relaciones entre varones despertaban sospechas. Por ejemplo en el siglo XI de nuestra era, en un tratado sobre el amor escrito por Petronio, encontramos una clara preferencia por las relaciones sexuales con la esposa. El ensayo, resuelto en forma de diálogos, narra el episodio tal vez autobiográfico en que Petronio visitó a unos parientes radicados en otra ciudad en ocasión de su luna de miel en momentos en que se desarrollaba entre ellos un pequeño drama: el hijo más joven de la familia (un adolescente de extraordinaria belleza) había sido secuestrado por una viuda que lo mantenía cautivo porque, decía, estaba muy enamorada de él. Esta situación había dado pie a una disputa entre los parientes y amigos acerca de si eran más convenientes las relaciones homosexuales o las heterosexuales: Allí Petronio expone con prolijidad los argumentos más difundidos en la comunidad griega favorables tanto a una como a la otra forma de actividad sexual. Pero la palabra final la da el mismo Petronio cuyo razonamiento lo lleva a la conclusión de que todos los sentimientos amorosos deben dirigirse a la esposa. Y sentencia: hay que amar a la esposa como si fuera un muchacho.
Entonces, de lo expuesto hasta ahora podemos deducir que en estas sociedades por más tolerantes que fueran el matrimonio gay era impensable, porque las relaciones sexuales entre varones se hallaban contenidas dentro de la normalidad de la personalidad masculina pero siempre que no lesionaran las instituciones sagradas de la virilidad como era el matrimonio heterosexual.
Más tarde actuó el dogma cristiano que condenó de plano a todas las formas del placer sexual que no conduzcan a la reproducción, y en especial a la sodomización entendida como coito anal pero tanto practicada con un hombre como con una mujer. El verdadero crimen era despreciar ese don sagrado de la multiplicación. Y en el medioevo cristiano, si bien las relaciones sexuales entre varones eran frecuentes tampoco se manifestaba el homosexual tal como lo conocemos hoy.
Con el correr de los siglos otro saber se va desarrollando: la medicina. Y de sus teorías de los humores y los climas va concretando un conocimiento que se impondrá por fin en la sociedad como verdad indiscutible desplazando al cristianismo. Ya en el siglo XIX, y acompañado por los psiquiatras y los pedagogos, el médico reserva para sí el tema de la sexualidad. Así, de la vigilancia minuciosa de las actividades secretas de los adolescentes, lo que se revela del análisis de los reglamentos de los asilos, de los colegios de internados y de los reformatorios, se ha efectuando una división fundamental: surge la problematización de un sexo sano y un sexo enfermo. De este modo, homosexuales y lesbianas ingresan en una cada vez más minuciosa clasificación de la degradación propia de una enfermedad. Naturalmente que el saber médico se cuida muy bien de hacer coincidir sus teorías acerca del amor perverso con la vieja doctrina cristiana, pero su tema no será más el pecado, sino la enfermedad, y la preservación de la vida (que el homosexual pone en riesgo al resistirse a la reproducción) y el vigor del cuerpo. Ya no es lo divino lo desafiado por las sexualidades consideradas aberrantes sino la naturaleza, tanto del organismo como de la sociedad.
Con el tiempo, los mismos afectados por la exhaustiva clasificación médica, es decir los homosexuales y las lesbianas, asumen estas personalidades que los condenan al ámbito de la diferencia. Unos con loa preocupación de considerarse enfermos, pero otros con el desafío de instalarse en la sociedad como personas normales.
Así comienza la lucha política de los homosexuales cuya meta no fue otra que pasar del mundo de la enfermedad al que los condenó el saber médico para instalarse en las consideraciones de la salud y la normalidad. La finalidad de la conducta humana( el thelos) en la antigüedad grecorromana fue la sabiduría, toda persona debía procurar ser sabia. En el medioevo con el triunfo del cristianismo la finalidad fue la santidad. Pero ya en la modernidad y por influencia de los médicos es la normalidad.
Y es precisamente alrededor de esta nueva exigencia que giró el debate sobre el matrimonio igualitario, tanto aquí, en nuestro país, como en el extranjero. Hace tiempo que el matrimonio en general, aparte de otorgar derechos hereditarios sobre los bienes adquiridos en común, se sostiene por la existencia de sentimientos y emociones entre personas libres y sanas. Entonces, con la aprobación del matrimonio igualitario y los derechos para homosexuales y lesbianas de adoptar niños o acceder a la inseminación artificial, estos se alejan, por lo menos al nivel de la ley, de los rótulos de enfermedad o degeneración. Naturalmente que en el seno de la sociedad, en el ámbito de la vida cotidiana, perduran los prejuicios (¿qué es lo primero que se gritan dos hombres cuando se pelean?: “ puto”, “trolo” o “maraca”). Pero, aún así, esta sanción de la ley del matrimonio igualitario puede que contribuya a morigerar los resabios autoritarios, cree conciencia en la población más intolerante de la insensatez de la discriminación y despeje el espacio para que una nueva actitud nos acerque los unos a los otros en una misma comunidad pluralista en la que predomine, para el bienestar de todos, el respeto y la libertad.

*Psicólogo y poeta

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