17 mayo 2010

Rabey Mario/DOCIENTOS AÑOS DE IMAGINACION INSTITUYENTE EN SUDAMÉRICA

DOCIENTOS AÑOS DE IMAGINACION INSTITUYENTE EN SUDAMÉRICA:
VISIÓN, NARRACIÓN, PODER, ABOGADOS Y TESTIGOS

Por Mario Rabey*

(para La Tecl@ Eñe)

Volveré y seré millones
Tupac Khatari 1776; Eva Perón 1952
Ya su trono dignísimo abrieron las Provincias Unidas del Sur
Himno Nacional de las Provincias Unidas de América del Sur 1813
El siglo XXI nos encontrará unidos o dominados
Juan Perón 1968; refraseado por Hugo Chávez 2010
No cuentes los que viste en los jardines, no tendrás poder, ni abogados, ni testigos
Charly García, 1980
Oprimidos pero no vencidos
Silvia Rivera Cusicanqui, 1984
Nuestro orden jurídico parte del genocidio colonizador
Eugenio Raúl Zaffaroni 2010

En 1980, en el Club Obras Sanitarias de Buenos Aires, a poca distancia del campo de exterminio que funcionaba en la ESMA, Escuela de Mecánica de la Armada, Charly García cantaba, en una tragedia sudamericana: “Enciende los candiles que los brujos piensan en volver a nublarnos el camino”. Nosotros, un coro de varios miles de jóvenes, encendimos nuestros encendedores, nuestros candiles. Y el Protagonista Charly cantó: “No cuentes los que viste en los jardines, no tendrás poder, ni abogados, ni testigos”. Doscientos años antes, en los jardines de América del Sur, en La Paz de los españoles, a la cual los indios llamaban y llaman Chuquiago Marka, el líder revolucionario aymara Tupac Khatari, luego de ser derrotada una de las tantas rebeliones que trataban de construir poder indígena contra la opresión colonial, había sido descuartizado vivo, mientras profetizaba su retorno como Pueblo. Ahora que los sudamericanos estamos narrando lo que vimos, volvemos a construir poder, poder popular. Y tenemos abogados y testigos.

Según la narratio rerum gestarum –la narración (europea hegemónica) de las cosas que sucedieron, habitualmente llamada Historia-, hace doscientos años en algunas ciudades importantes del Imperio colonial español en Suramérica se habían instalado narraciones locales –de esas que son mencionadas por la Historia como Noticias-, según las cuales en la Metrópoli Colonial el Rey Borbónico había sido despojado de su Corona y reemplazado por un Rey advenedizo, hermano de Napoleón Bonaparte. También circulaba la noticia según la cual en Sevilla se había formado una Junta que gobernaba en nombre del Rey legítimo, el Borbón.

Esto sucedía en 1810, especialmente en Bogotá, Capital del Virreinato (es decir, Colonia) de Nueva Granada y en Buenos Ayres, Capital del Virreinato (es decir, Colonia) del Río de la Plata. Cuenta la Historia que las élites locales, los españoles nacidos en América, los criollos, decidieron que podían hacer lo mismo que los españoles nacidos en Europa. Seis años después el Congreso de Tucumán daba un paso más y declaraba la Independencia de las Provincias Unidas de América del Sur.

Pero hace doscientos años, además de los españoles nacidos en América, había otros conjuntos humanos de gran importancia demográfica, económica y sociocultural. No estaban en la Historia, en esa narración europea hegemónica: según Hegel, eran (somos) parte de los “Pueblos sin Historia”. Pero se ha dicho también –me parece que el primero fue el antropólogo árabe Talal Asad- que eran (somos) actuantes y narradores de la Historia de los Pueblos sin Europa. Tal vez, mejor aún, de la Historia de los Pueblos contra (o pese a) Europa.

Por un lado, estaban los indios –los originarios de América-, que formaban parte de dos grandes subconjuntos. Había indios dentro del sistema colonial dedicados a la producción de bienes y servicios para ellos, para los españoles en América y para la recaudación metropolitana. Trabajaban como encomendados agrícolas, como mitayos mineros, como servidumbre doméstica: eran indios oprimidos, pero no vencidos, como los indios aymara y kechua que instituyen hoy en Bolivia uno de los centros del nuevo poder en América del Sur, y como muchos otros pueblos originarios que quedaron incluidos dentro del orden colonial, principalmente –aunque no exclusivamente- en la gran región de los Andes: sus montañas, sus altiplanos y sus valles. Había, además indios fuera del espacio político colonial. Las Colonias eran grandes territorios, aislados entre sí por otros grandes territorios habitados por sociedades de pueblos originarios que mantuvieron su autonomía hasta hace poco más de cien años: la Patagonia, la Pampa, el Gran Chaco. La Amazonia perduró aun más tiempo autónoma.

Por otro lado, estaban los negros –originarios de África -, que habían sido comprados en su Continente de origen por traficantes de esclavos, a Reyes también negros, corrompidos por la codicia estimulada por el “espíritu capitalista” -de periferia, pero capitalista al fin-, y traídos a América –del Norte y del Sur- a trabajar como bestias, pues eso eran jurídicamente, en las plantaciones. Además, estaban los que fueron llamados gauchos –hijos y nietos de españoles pobres, de indios y de negros escapados-: pobres rurales, habitantes de los despoblados, cazadores de vacas y domesticadores de caballos, actividad y género de vida en el cual competían con los indios que habitaban fuera del sistema colonial. Con el correr de las décadas, la población gaucha –los pobres del campo- fue incorporando hijos de inmigrantes de otros países, de otras regiones. Hasta que la industrialización y la mecanización de las actividades rurales los (nos) fue trayendo a las ciudades y convirtiendo en cabecitas negras, en esos grasitas a cuyo servicio se puso Eva Perón, y a quienes les dedicó sus últimas palabras en su lecho de muerte, cuando se preparaba para volver y ser millones, como su antepasado político Khatari.

Así, hace doscientos años, una élite criolla fue imaginando una comunidad continental políticamente independizada de la Metrópolis colonial: América del Sur. La imaginó en Nueva Granada, la imaginó en el Río de la Plata. Sus ejércitos confluyeron unos diez años después en el Perú, donde –nada imaginariamente- derrotaron al ejército español que intentaba reconstruir el imperio colonial para la Corona Borbónica ya reinstalada en España después de la derrota de Napoleón y así hicieron real la Independencia del Continente.

Pero no su institucionalidad como tal. No fuimos los Estados Unidos de América del Sur, las Provincias Unidas del Sur instauradas entre 1810 y 1816. Rápidamente, con el paso de la situación colonial a la neocolonial, el Nuevo Continente imaginado como unidad político-social se fragmentó en territorios y jefaturas, cuyas élites pasaron a imaginarse al mando de naciones a su vez imaginadas según el modelo de las que se habían configurado –y siguieron configurándose durante todo el siglo XIX- en Europa, como Estados-Naciones. Las naciones así imaginadas debían ocupar cada una de ellas un fragmento de un Continente (Europa, América), donde todo –territorio, Pueblos, producción, ideas, idioma, arte, poder- estaría ocupado por las naciones, que limitarían unas con las otras a través de fronteras internacionales, definidas por arreglos mutuos, incluyendo guerras para resolver las diferencias. Una parte importante de esa élite –que desde la segunda mitad del Siglo XIX predominó políticamente hasta que en el Siglo XX emergieron los populismos- concibió a estas nuevas naciones como una extensión cultural de Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica.

En la realidad sudamericana, las Naciones quedaron implantadas en los antiguos territorios coloniales, pero separados entre sí y muchas veces francamente aislados por la presencia de territorios indígenas políticamente autónomos, aun cuando en los mapas éstos figuraran como “pertenecientes” a los nuevos Estados nacionales, del mismo modo en que durante el período colonial habían figurado como pertenecientes a los Imperios español, portugués, inglés, francés, holandés. La Amazonia se intercalaba entre Venezuela por el norte, Ecuador y Perú por el oeste, Bolivia y Paraguay por el sur, Brasil por el oeste; y estaba habitada por muchos pueblos originarios, cada uno con su economía, cosmovisión, tecnología, organización social, orden normativo, sistema de gobierno, idioma: cada uno de esos pueblos tenía lo que los antropólogos llamamos una cultura. El Gran Chaco, entre Bolivia al oeste, Paraguay al este, Argentina al sur y la Amazonia por el norte, también era la sede de numerosas etnias con sus culturas. Pampa y Patagonia, territorios mucho menos poblados en tiempos precoloniales y coloniales, quedaron intercaladas entre Argentina y Chile recibieron el aporte demográfico de poblaciones mapuche que llegaron desde el otro lado de los Andes escapando a la servidumbre colonial, para llegar durante la mayor parte del siglo XIX, a conformar una verdadera confederación pluriétnica y pluritribal que duró hasta su derrota final, seguida de exterminio, a manos del ejército de Julio Argentino Roca y del empresariado terrateniente que se repartió las tierras que les fueron arrebatadas.

Pese a su autonomía cultural, cosmovisional y política, algunos de estos pueblos indígenas –como en el caso de los Pampas en las Pampas-, estaban intrincadamente vinculados por lazos económico-comerciales con los territorios criollos. Buenos Aires y Chile se disputaron durante décadas el producto de las cacerías de vacunos cimarrones en las cuales se especializaron los Pampas, cuyas carnes se destinaban a los saladeros que exportaban tasajo a las plantaciones esclavistas del área circuncaribeña.

Pero en unos cincuenta años más, los territorios autónomos de los indígenas empezaron a recibir presión militar para ser incorporados a las nuevas Naciones. Durante el período neocolonial de América del Sur, aquellos territorios nacionales de la imaginación se fueron entonces realizando, por medio de la conquista, el sometimiento y el aniquilamiento de sus pueblos. Nuestra construcción nacional, nuestra obra de elaboración de un plexo jurídico, nuestra labor constituyente, tienen como cúspide instituyente a la integración territorial que requirió del genocidio y el etnocidio, ese genocidio comenzado en la colonia y completado ahora en el período neocolonial y que es mencionado por Zaffaroni como la grundnorm o norma básica kelseniana en la cual se apoya nuestro sistema normativo. Primero fueron invadidas, conquistadas y repartidas la Región Pampeana y la Patagonia, hacia 1880-1890. Poco tiempo después el Gran Chaco, especialmente en su territorio argentino, pero en un proceso que tardó algunas décadas en completarse, cosa que culminó con la guerra paraguayo-boliviana en 1936. Y finalmente la Amazonia, que recién ahora, a principios del siglo XXI, termina de ser incorporada a las Naciones Estado sudamericanas.

Así, recién durante las tres o cuatro décadas que rodean en el tiempo al primer Centenario, las Naciones de América del Sur que fueron instituidas imaginariamente hace doscientos años por las élites blancas (y blanco-mestizas en los países más indios) completaron su territorio para beneficio de las herederas político-sociales de aquellas élites, una tarea “nacional” que recién ahora se está finalizando en la Amazonia. Sociedades modernas completas recién ahora completan su instalación. Las primeras sociedades locales, las originales “Provincias”, como se llamaron en Argentina, que eran el territorio poblado en forma muy dispersa y centrado en una única ciudad que había convertido a su Municipio en un Gobierno Estadual –y a veces Nacional- que seguía defendiendo su territorio de los indios que lo rodeaban –muchas veces entremezclados con poblaciones de gauchos y otras similares-, pasaron a ser verdaderos territorios contiguos y fronterizos a otros. La producción, que hace doscientos años combinaba campesinado subordinado a la sociedad mayor con algunas actividades extractivas concentradas, había dejado lugar a un empresariado concentrado y concentrador. El transporte de bienes y personas –e información- , que circulaban en carretas a tracción animal o lisa y llanamente montado a caballo o en mula, había pasado masivamente a bordo de los ferrocarriles y las embarcaciones fluviales. La energía, que antes era exclusivamente humana y animal, estaba siendo reemplazada por combustibles fósiles, entonces casi exclusivamente el carbón, aunque aquélla mantenía su supremacía absoluta en la producción agroganadera. Y las instituciones políticas de 1810, que eran Municipios autocentrados, con una vaga referencia a autoridades virreinales de mayor escala, habían dejado lugar en 1910 a Estados Naciones gobernados por Presidentes, muy semejantes a Monarcas electivos.

Durante el segundo siglo de nuestro ciclo sudamericano de organización en Naciones modernas, los territorios concentraron su población, como iba sucediendo en todo el mundo, primero en un sistema territorial jerarquizado de ciudades, que poco a poco fueron cediendo su mayor caudal de población a regiones metropolitanas y aún a megápolis. Hoy grandes conurbaciones como la de la Región Metropolitana de Buenos Aires concentran una población que puede llegar a abarcar a la tercera parte del total del país. La producción, en este segundo siglo de historia independiente, ha pasado a centrarse en el mundo de la industria, incluyendo obviamente las grandes agroindustrias, así como la propia agricultura, casi completamente mecanizada, y la minería, organizada en procesos de extraordinaria tecnificación y transformación in situ de los recursos. En el transporte, el ferrocarril y en gran parte las embarcaciones fluviales han sido reemplazadas por los camiones. El carbón, por el petróleo y sus derivados; y la energía humana cada vez menos aplicada en forma directa.

Finalmente, durante estos últimos cien años, nuestras instituciones políticas, basadas en Presidencialismos muy fuertes, encabezados por Presidentes a los que antes comparé con Monarcas Electivos, en diversos momentos y diversos lugares, fueron siendo reemplazados –y así siguió sucediendo hasta hace veinte años- por Jefes Militares devenidos además en Jefes de Estado y Gobierno. Sin embargo, aun cuando afortunadamente haya sido interrumpida la tradición de interrumpir mediante sublevaciones militares y cívico-militares la continuidad democrática constitucional, durante estos últimos veinte a veinticinco años, numerosos gobiernos sudamericanos interrumpieron su mandato electivo. Aunque no es ahora a través de sublevaciones basadas en el poder de los ejércitos neocoloniales en contra del pueblo, ni tampoco por rebeliones militares populistas y anticoloniales –que también las hubo, en distintos países y momentos-.

Se trata actualmente de irrupciones que parecen estar configurando un nuevo poder popular instituyente en medio de la masiva crisis del orden civilizatorio imperial que – a diferencia de lo que sucedía hace cien y doscientos años cuando coexistían diversos imperios y aún civilizaciones- se ha convertido en mundial y tiene escala planetaria. Si con este nuevo poder popular instituyente se completa el ciclo que se está conmemorando como Bicentenario, entonces iremos re-constituyendo un orden normativo, cuya norma básica ya no será el consenso sobre el genocidio y el etnocidio originales en la construcción de nuestras naciones fragmentarias y hoy poscoloniales. Este nuevo orden normativo deberá asentarse en la memoria, la reparación, y la integración respetuosa de las diferencias y las identidades, no solamente doscientos sino quinientos años después de la incorporación a la Historia Europea de un continente que ya venía teniendo su Historia sin Europa y que no se llamaba América. Nos estamos imaginando nuevamente a nuestro continente.


1 comentario:

  1. Sobre Tupac Khatari.

    Una corrección y una aclaración.

    La correción. Tupuc Khatari (o Catari, o Katari), habría pronunciado la frase en 1781, antes de ser descuartizado por sus verdugos coloniales (no en 1776, como dice mi texto).

    La aclaración. Hasta donde yo sepa, no se conocen fuentes documentales (contemporáneas a Tupac y Evita) donde estén reproducidas las frases. Ambas nos llegan a través del registro de ls historia popular, de la historia de los pueblos sin Europa, o pese a Europa.

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