17 mayo 2010

Carpintero Enrique/Modelos socioculturales del poder IX

Modelos socioculturales del poder IX

PARA UN DEBATE SOBRE EL TRATAMIENTO DE LA LOCURA EN LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO

Por Enrique Carpintero*
enrique.carpitnero@topia.com.ar


(para La Tecl@ Eñe)

A partir de la invitación de Conrado Yasenza para escribir sobre la Argentina del Bicentenario creí necesario retomar algunas ideas referidas al campo de la Salud Mental. Quizás, a fuerza de repetir, se pueda abrir un debate sobre el estado calamitoso en que se encuentra la Salud Pública y en particular la Salud Mental.[i]
En la actualidad los políticos del poder se caracterizan por vaciar de contenido las palabras que pronuncian. Una de ellas es “la Argentina del Bicentenario”. Pareciera inevitable que el Bicentenario termine por escurrírsenos de las manos sin poder articular ningún debate. Debate necesario para saber donde estamos parados después de todos estos años. Eso sí, vamos tener muchos actos y palabras elogiosas a los próceres de la patria.
Cuando pronunciamos la palabra “hospital” esta se explica por sí misma sin cuestionar su sentido. Pero el hospital oculta y devela a la vez la historia de su nacimiento aunque se presente como una actualidad omnipotente. Sus edificios derruidos tienen una historia en la que el tiempo ha dejados sus marcas. ¿Cómo no encontrar en los hospicios una línea de continuidad donde siguen estando unidas la idea de pobreza, encierro y locura? A pesar de las profundas transformaciones que se han realizado en estos años estas ideas siguen estando unidas.
Veamos algunos momentos del tratamiento de la locura en la historia de nuestro país.

Para comenzar debemos aclarar que, con el término “locura”, nos estamos refiriendo a un padecimiento psíquico que es emergente de diversas patologías. Esta fue teniendo diferentes significaciones en la historia de nuestro país, ocupando un lugar en la cultura de estigmatizaciones y prejuicios propios de cada época. Es decir, el poder dominante, en cada período histórico, fue determinante para generar una cultura de la locura en la que se desarrollaron las prácticas de tratamiento.
El primer libro que trata este tema, en nuestro país, lleva por título La locura en la Argentina. Fue escrito, en 1919, por José Ingenieros. En este estudio plantea que en España durante los siglos de la conquista de América reinaban las ideas medievales sobre la locura y su represión. Los locos eran encerrados en las cárceles, tratados por frailes si eran blancos o hechiceros si eran negros. Es importante señalar que en Buenos Aires ¡dos tercios de la población eran negros, mestizos o mulatos! Sólo un tercio eran blancos. Los negros fueron exterminados en gran parte durante la guerra de la Independencia ya que los soldados eran casi todos negros o mestizos; los blancos formaban parte de la oficialidad.
Según la clasificación de la época, los locos se dividían en tres grupos: los furiosos, los deprimidos y los tranquilos. Los varones furiosos eran conducidos a la cárcel donde se los retenía por simple disposición municipal. Allí se los “amansaban” con ayuda de palos y duchas, se los ponían en cepos y, si aún así no se lograba “amansarlos” eran atados con una cadena fija de una pared, cuyo extremo se sujetaba a un solo pie. Pasado el período de agitación la familia se lo llevaba. Sí la agitación se prolongaba seguía encadenado hasta amansarse o morir. Las personas con dinero hacían construir calabozos en el fondo de la casa o en alguna quinta donde no pudieran molestar ni ser vistos. Las mujeres furiosas, si eran blancas y tenían dinero, eran recluidas en los conventos donde tenían celdas especiales. Si eran negras, mulatas o pobres recibían el mismo trato que los hombres. Los deprimidos eran asistidos en sus domicilios por un cura si era blanco o por un brujo si era negro. Cuando la enfermedad se hacía crónica y el enfermo pasaba al estado demencial, se los encerraba en alguna habitación fuera de la vista de todo el mundo si pertenecían a una familia adinerada, ocultando a sus relaciones su existencia la cual era vista con vergüenza. Los tranquilos representaban tres grupos: los maniáticos, los zonzos y los graciosos. Los primeros eran delirantes que vivían adaptados a un medio sencillo y tolerante. Los segundos hacían vida familiar o vivían en la calle. Los graciosos alegraban la vida urbana y se los trataba con simpatía. Es decir, durante el período colonial, los encargados de dar cuenta de la locura eran las autoridades, en el caso de los considerados “furiosos”. El resto, se integraban de diferentes maneras, según la clase social y la raza, a la vida comunitaria o se los escondía para evitar el estigma de tener un loco en la familia.
A partir del siglo XVIII se crea el primer hospital con una sala para encerrar a los locos. Estos eran administrados por sacerdotes de la orden de los Betlemitas los cuales mantenían las mismas condiciones que en la cárcel. Los religiosos usaban a los locos tranquilos para pedir limosna en los conventos y para diferentes trabajos. El resto vivían en condiciones espantosas. A partir de la Independencia continua la misma situación.
Para que se modificara debemos esperar que Pinel inaugure el mito de la psiquiatría, al liberar a los locos de sus cadenas. Este hecho llegará a mediados del siglo XIX cuando se crea el Hospital de mujeres con su Patio de Dementes y el Hospicio de Hombres de San Buenaventura que luego se lo cambia por Hospicio de las Mercedes en homenaje a la santa de los criminales y los locos. Toda una definición. Allí el médico asistía todos los días un breve tiempo luego los pacientes se manejaban solos en una situación de total abandono. La mayoría moría de inanición. Más moralmente prestigiosos, que científicamente confiables, los médicos comienzan a introducirse en el “Hospital de locos”. Los enfermos se prestan a ser ordenados y mantenidos según la razón del poder. Cada locura esta presta a ocupar su lugar en el discurso médico que impone las grandes estructuras de la sociedad burguesa y sus valores esenciales: La familia alrededor de la autoridad patriarcal; la falta y el castigo según la justicia de los poderosos; la locura-desorden alrededor del orden social y moral.
De esta manera comenzará la era del “Alienismo” en la que el loco será recluido por razones médicas. Como dice Foucault, con la moral que plantea Pinel entrará al asilo la moral burguesa para corregir y reeducar al loco a través de la culpa, el castigo y la recompensa desvaneciendo los límites entre tratar y penalizar. Este es el papel que cumplirá la psiquiatría. La misma estará determinada por: A) la vocación médica de curar. B) la inclinación social del alienista para ofrecer un medio que proteja al loco.
C) La protección de la sociedad del loco, considerado como peligroso.
La institucionalización del orden psiquiátrico, en nuestro país, se realiza entre 1880 y 1910. Este dispositivo se efectúa sobre la base del alienismo francés y, las condiciones en que se consolidó, llevó a un destacado médico como González Bosch a publicar, en 1931, un artículo en la revista de medicina cuyo título es significativo: “El pavoroso aspecto de la locura en la Argentina”. Debemos destacar que durante esa época se crean los Institutos Frenopáticos. Estas son instituciones privadas donde van los locos de familias con dinero cuyos servicios y condiciones edilicias eran evidentemente diferentes.

Debemos esperar el fin de la segunda guerra mundial para que el capitalismo necesite reformular un nuevo pacto social en el que se debía asegurar el desarrollo económico. Para ello, el Estado debe cumplir la función de brindar seguridad social y económica a los ciudadanos. El Estado de Bienestar, en su formulación keynesiana, establecía un nuevo pacto entre el capital y el trabajo. Las hipótesis de Keynes planteaban una respuesta a la crisis del capital y el problema del empleo con un Estado activo que, utiliza los mecanismos de redistribución social en la producción de servicios sociales para el conjunto de la población. Podemos señalar que, en este momento, la mitad de las camas de internación en el mundo eran psiquiátricas. Por lo tanto era necesario disminuir esos tremendos costos. Es en este contexto donde el proceso de transformación del orden manicomial estará determinado por esta dinámica política y económica. De esta manera, los manicomios comienzan a ser reestructurados en diferentes países de Europa y EEUU, dando cuenta de nuevas experiencias institucionales como las Comunidades Terapéuticas, los Hospitales de Día y el trabajo preventivo con la comunidad. Para ello se utilizaban los instrumentos que proporcionaban el psicoanálisis, la psicología institucional y la psiquiatría social. Es aquí donde aparece el concepto de “campo de la salud mental” como aglutinador de esta nueva corriente que pretende superar el manicomio como forma de asistencia.
En la Argentina, esta política coincide con la imposición del desarrollismo como estrategia económica, política y social en el período tecnocrático del gobierno de Frondizi y durante la dictadura de Onganía.
El proyecto desarrollista era formar profesionales que fueran “agentes de cambio” -como se los denominaba- de una sociedad en transformación. El fracaso de este proyecto no impidió una transformación en la manera de entender y abordar la salud mental cuya profundidad va a tener consecuencias que van a llegar hasta la actualidad. Los psiquiatras, de ser los únicos que trabajaban con el padecimiento subjetivo, pasan a compartir su práctica con otros profesionales: psicólogos, psicoanalistas, psicopedagogos, asistentes sociales, etc. Entre los principales maestros podemos mencionar a Enrique Pichón Riviére, Mimi Langer, Mauricio Goldemberg y José Bleger. Estos llevaron a un replanteo de los problemas de la Salud Mental en la Argentina, creando la construcción de un ámbito nuevo donde trabajaba el equipo interdisciplinario. Las conceptualizaciones del psicoanálisis, la sociología, la antropología, la psicología institucional y la psiquiatría comunitaria cuestionaban las instituciones manicomiales y ponían el acento en las prácticas comunitarias y preventivas-asistenciales.

Este año se cumplen 33 años de la desaparición del escritor Héctor Oesterheld. Por ello creemos necesario recordar que, en 1957, comienza a publicarse una historieta que refleja el imaginario de esta época: “El Eternauta”. La historia de Juan Salvo y sus amigos que enfrentan la nevada mortal, producida por un invasor desconocido, refiere al mito del héroe colectivo. Este período, que estamos comentando, corresponde al modernismo en su máxima expresión. El mundo era posible de ser cambiado. Había un imaginario social que permitía una cultura que creaba un espacio-soporte de la muerte como pulsión. Esta se podía desplazar a través de la creatividad y la solidaridad de los diferentes grupos sociales. Si bien la inestabilidad política era una constante se creía en la posibilidad de transformar el mundo. El modernismo avanzaba hacia el progreso y solo había que empujar para que este, mecánicamente, se alcanzara. El héroe colectivo que planteaba “El Eternauta” era posible. Pero no todo era un jardín de rosas. La realidad se encargaba de desmentir esos supuestos. Las experiencias en “el campo de la salud mental” eran parciales y, sus modificaciones, no terminaban de plasmarse en su totalidad.
La eclosión social que se produce en “El Cordobazo”, durante el año 1969, determina que, el héroe colectivo de “El Eternauta” se había hecho realidad. El concepto de neutralidad es cuestionado por la implicación de los llamados “trabajadores de la salud mental” comprometidos políticamente y socialmente. El mito de Prometeo aparece para que este héroe colectivo asuma su responsabilidad como actor social y realice las transformaciones necesarias para modificar la injusticia de un sistema que sólo beneficia a los poderosos. La política invade todos lo ordenes de la sociedad. Las polémicas enriquecen los debates y permiten desarrollos teóricos y prácticas en salud mental guiadas por el héroe prometeico. Pero Prometeo comienza a enfrentarse con un poder cuya respuesta es la muerte. El héroe colectivo va quedando solo para enfrentarse a la nevada mortal.
La dictadura militar instala el Terror de Estado y, el miedo se inscribe en la subjetividad determinando la ruptura de los lazos de solidaridad. En la cultura aparece un imaginario social que no permite la constitución de un espacio-soporte de la muerte como pulsión. De esta manera se libera en toda su intensidad. No sólo en una acción sistemática de terrorismo de Estado para los lideres políticos, sindicales y sociales, sino imponiendo una política económica que llega hasta nuestros días. Uno de sus objetivos fue la destrucción de los servicios de Salud Mental. Las instituciones fueron intervenidas por una burocracia cívico-militar para llevar adelante la Doctrina de Seguridad Nacional.
Cuando comienza el período de transición democrática, se intenta generar una política en Salud Mental para recuperar los espacios destruidos por la dictadura. Desde la perspectiva de Atención Primaria en Salud se realizan experiencias, como la del Plan Piloto de Salud Mental (La Boca-Barracas) en la CABA, que se agotan rápidamente por falta de un presupuesto adecuado y una decisión política para continuarlas. El mayor logro fue la reforma antimanicomial realizada en la provincia de Río Negro. Pero en los noventa se reafirma una política neoliberal regida por la desregulación, la privatización y la competencia. La salud queda en manos del mercado. Es decir, de los grandes laboratorios y empresas de medicina. Su consecuencia es una derechización de la gestión de las crisis sociales que modificará las reglas de juego en el campo de las políticas sanitarias. El Estado desaparece en su función social de atender la salud pública para afirmar el poder privado. De esta manera se produce el desmantelamiento de las instituciones públicas ya que la salud queda en manos de la iniciativa privada donde su eje es costos-beneficios. El proceso de concentración y globalización capitalista trae aparejado la exclusión y desafiliación de amplios sectores de la población, cuyo resultado es quedar en los márgenes de la sociedad. En la actualidad, con algunas variantes, la situación sigue siendo la misma.
Si en los inicios de la modernidad, la locura ocupó un lugar periférico en la ciudad y su modelo es el manicomio como orden represivo, en la actualidad no existe interés en producir nuevas instituciones. Como venimos afirmando en diferentes artículos el manicomio ya no tiene sentido para el poder: a el loco, como al conjunto de los excluidos y desafiliados, no los necesita encerrar ¡Se los ignora! No existen y, si molestan, se utilizan las fuerzas de seguridad, como en la época de la Colonia. Por ello, el sistema no necesita de profesionales para atender la locura. Si la psiquiatría clásica, a principios de siglo, estaba al servicio de mantener el orden represivo de la locura para luego, compartir con otros profesionales el “campo de la salud mental”, en la actualidad, la psiquiatría biológica pretende hegemonizar la salud mental al servicio de las empresas de medicina y los grandes laboratorios. De esta manera la locura importa, si el paciente tiene plata para comprar medicamentos, pagarse una internación o lograr que algún pre-pago u obra social pueda solventar sus gastos. Como ocurre desde hace 200 años a los locos si son pobres se los ignora. Hoy la Salud Mental es para los que tienen plata. Los pobres no pueden obtener del Estado aquellos servicios a los cuales tienen derechos. Su salud depende de profesionales que tratan, parcialmente, de dar cuenta de su padecimiento psíquico en instituciones públicas cuyo abandono refleja esta situación.

Al inicio del artículo decíamos de la necesidad de un debate. El año pasado se logró media sanción en la Cámara de Diputados del Congreso Nacional un anteproyecto de Ley Nacional de Salud Mental. Dicha Ley –entre otras cuestiones- garantiza los Derechos Humanos de los pacientes de Salud Mental, prohíbe la creación de nuevos manicomios, establece nuevas reglas a los existentes y restringe la internación forzosa. Sin embargo el conjunto de las asociaciones de psiquiatras, diferentes organizaciones médicas, los laboratorios, la burocracia sindical ligada a través de las obras sociales con instituciones privadas de medicina comenzaron a hacer lobby en la Cámara de senadores del Congreso Nacional para oponerse a su sanción con diferentes argumentos. El principal es que la Ley pone el centro del tratamiento en Salud Mental en el equipo interdisciplinario. De esta manera equipara al psiquiatra con otros profesionales de la Salud Mental y limita los días de internación. Es decir, la Ley cuestiona el poder del psiquiatra y su función de garantizar que el eje del tratamiento sea la medicación y los negocios con las internaciones. Además de tener que competir con otros profesionales en los concursos de jefes de servicios de Salud Mental. Evidentemente, su objetivo es plantear una disputa en relación a las prácticas profesionales para no debatir los contenidos éticos, científicos y políticos que debe sostener una Ley Nacional de Salud Mental.[ii]
Por todo lo que venimos desarrollando, debemos tener en cuenta que para oponerse al poder privado es necesario que el Estado sostenga la salud pública desarrollando una política universalista de seguridad social con la participación de equipos interdisciplinarios y los usuarios. Para ello debe asignar un presupuesto adecuado para dar una cobertura de Salud a todos los ciudadanos independientemente de sus posibilidades económicas y que los profesionales cobren un sueldo acorde con la práctica que realizan. Esto no sólo es posible sino necesario para garantizar que la salud sea un derecho para el conjunto de la población.

*Dr. Enrique Carpintero, psicoanalista, editor y director de la revista y la editorial Topía. Coautor junto a Alejandro Vainer de Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ´60 y ´70 Tomo I (1957-1969), Tomo II (1970-1983), editorial Topía, Buenos Aires, 2004- 2005. Su último libro publicado es La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, segunda edición corregida y aumentada, editorial Topía, Buenos Aires 2007.


[i] Para un desarrollo de este tema leer Carpintero, Enrique “La Argentina del bicentenario. El poder en el campo de la Salud Mental” revista Topía, Nº 58, abril de 2010. Este texto se puede encontrar en www.topia.com.ar
[ii] El documento firmado por el conjunto de las asociaciones de psiquiátricas y médicas se denomina “Por un plan Nacional de salud Mental”. Entre otras consideraciones plantea que esta Ley “No va a ser un instrumento útil para una necesaria reforma en la Salud Mental porque es inaplicable. Contiene numerosas definiciones que están viciadas de una insanable imprecisión científica y jurídica. La terapéutica pertenece al arte de curar y no es materia legislativa, ni instrumento de castigo. Crea un `pseudo equipo interdisciplinario` que borra las especificidades de cada profesión y sus respectivos derechos y obligaciones transformándose en un dispositivo de control y censura, potencialmente iatrogénico, negligente y peligroso para el paciente.” El texto esta firmado por: AMM – AMA - AAP – AGP – APBA (Asociación de Psiquiatras Biológicos de la Argentina) – APSA – COLEGIO DE MÉDICOS DISTRITO IV- COMFEMECO – COMRA – FACULTAD DE MEDICINA (UBA) - FEMECA

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