17 mayo 2010

Blaustein Eduardo/Bicentenario de soledades

Bicentenario de soledades

Por Eduardo Blaustein*
(para La Tecl@ Eñe)

El sol del 25 viene asomando, decía el verso remoto, pero el Bicentenario se insinúa parcialmente nublado y mistongo. No sé si habrá que saltar con esa asociación automática entre 25 de mayo y Bicentenario; es la que sale. Y sale quizá porque desde siempre nos comieron el coco con el otro Centenario, el que sí fue radiante, radiante y excluyente diremos los progres y los nack & pop, pero lleno de bonitos ornamentos en la Buenos Aires del 10 (¿llegó a algún otro punto de la geografía nacional?), y de emprendimientos urbanísticos, y de mil fastos enjaezados con ilustres visitantes. Debe haber sido un Centenario retilingo, un suponer. Lo que hace suponer otra cosa: Marcelo Tinelli bien pudo haber sido el gran productor del Bicentenario de lo que parecemos ser un siglo después, al menos en la superficie. Mediante su saber y sus destrezas estarían entre nosotros: Paris Hilton, el/la último/a cantante surgido de American Idol, el Pulga Messi, algún correcto figurín transnacional que se muestre sensible ante los hambrientos, el medio ambiente global, we are the world y no la Patria.
No quiero ser cínico con el Bicentenario. Para eso tuve al amigo Jorge Lanata, que mientras dirigió el diario Crítica llegó a hacer juegos de palabras tan logrados como Vicente Nario, sólo para que nos regocijemos en la idea de cuán pelotudos y quebrados somos los argentinos, del primero al último.
No me gusta cómo nos agarra el Bicentenario. O me gusta contradictoriamente y de a cachos (qué pícaro, eso podría decirlo cualquiera). Nos agarra abrumados o fatigados por nuestra propia historia. Fragmentados en quichicientos archipiélagos, como sucede con toda sociedad capitalista contemporánea. Pero peor: nos agarra entre rabiosos y autistas. Empobrecidos material y simbólicamente. Embrutecidos, crispados desde mucho antes de que se iniciaran los años kirchneristas. Nos encuentra con algunos avances en términos de recreación del proyecto de país menos malo de lo que hay en el mercado. Pero también con una amenaza de aplausos ante un eventual nuevo retroceso, que, de llegar, vendrá con más derrota, más empobrecimiento, nuevas violencias.
¿Y por qué el Bicentenario debería ser distinto a lo que pinta? Si es por el ideal de Patria, ese ideal quedó lejos y hecho polvo tras las desmesuras patrioteras y genocidas de la dictadura y Malvinas. Me cansé de comprobar en este último cuarto de siglo cómo los tipos que hoy tienen entre 40 y 50 años aprendieron con dolor a desconfiar de la Patria, de los Chalchaleros y las danzas folklóricas en la escuela pública, del Estado como retorcida máscara del ideal de Patria.
Patria –se sabe– como algo más o menos parecido a un ideal de pertenencia, de proyectos y futuros a construir colectivamente.
Revindico en parte ese ideal. Me resulta relativamente fácil porque llegué a vivir en mi infanto adolescencia –con las suficientes dosis de ironía y distanciamiento– esa escuela pública cariñosamente patriotera, porque mamé folklore de chico, porque nos enseñaban que las vaquitas y el trigo, y que en Misiones se cultivaban tres “tes”: té, tártago, tung y tabaco, y que el petróleo en el Sur nos hacía grandes. O porque tenía un juego de mesa que se llamaba Rutas Argentinas. O porque era vagamente consciente de lo que significaban las obras públicas, Chapadmalal, los hoteles sindicales. O porque los pibes apostaban a la Caja de Ahorros Postal. O porque sus viejos compraban la casa en cuotas. O porque leía Patoruzú y los cuentos de Wimpi. O porque bardeábamos en las veredas y potreros, casi como queriéndonos en lugar de temiéndonos, odiándonos. O porque nos íbamos de campamento al Futalaufquen y el anteúltimo día un peón nos carneaba un cordero. O por los últimos almacenes de ramos generales. O porque aquel país de mi infancia era infinitamente más justo y plácido que el de la adolescencia de mis hijas. La Patria es la infancia; ése es el país en que crecí.

Lo colectivo, hoy. ¿Qué es hoy hablar de identidad en Argentina? ¿Cuántas y cuáles son nuestras identidades dominantes? ¿Qué nos une, si es unión, además de la selección y las representaciones mediáticas? Ni pueblo, ni “gente”, somos un archipiélago, islas de sentido, multiplicadas realidades reales y otras cuantas virtuales.
Patrias de Operación triunfo o Gran Hermano, de los Redondos o los Piojos, cumbia y botineras, del chat, del PJ bonaerense, de los mojones en blanco y celeste que hacía pintar el general Bussi en Tucumán, de Palermo Soho y Varela, del arriero y el creativo publicitario y los wichis y el camionero y el gastronómico y el abogado patricio de la multi. Las copleras tucumanas, los dueños del circo, las Trillizas de Oro, los piojos resucitados. ¿Qué tenemos en común?
La Patria de los excluidos que no entran en la representación mediática de lo que somos excepto en tiempos de saqueos, inundaciones y demás crímenes. O en publicidades sensibleras de la política o una privatizada. Adiviná de dónde te estoy llamando.
La publicidad, los medios, Tinelli. Antes que inexistentes proyectos político culturales, son ellos los más eficaces construyendo sentidos de pertenencia, por feos que pinten.
Patria en una Nación-Estado que temió seriamente desaparecer en los años 2001-2002. Algún día sucederá, lo de desaparecer.

Archipiélago de las soledades. Alguna vez hice un programita sobre la Patria en el canal Ciudad Abierta. Había una secuencia ridícula armada con cartoncitos sucesivos, cual poética ridícula. Decían los cartoncitos: de modo que no nos gustan/ Las viejas Patrias de estampitas y cañones/ Aquellas Patrias en conserva/ De modo que los viejos Estados/ Ya no ofrecen calor de hogar/ Y que andamos como perdidos/ como locos a los gritos/ Las penas de nosotros/ Y las Patrias poniéndose ajenas.
Un cartel final decía esto otro:
Calor de hogar se necesita. C/ experiencia.
Presentarse en Ciudad Abierta.
Corrientes 1530. 2º piso.
De 9 a 15hs.

Y alguna otra vez, en marzo de 1995, dedicamos la tapa del mensuario Página/30 a la misma pregunta melancólica: una vieja moneda de un peso con la efigie a la francesa y que dónde se metió la Patria.
Ya que todo esto es a vuelapluma rescato cosas del interior de esa revista.
Una cita de Abel Gilbert acerca de lo inquietantemente profético que resultó esta frase inscripta hace añares en el Colegio Militar de la Nación: “Cuando el clarín de la Patria llama/ hasta el gemido de una madre calla”.
Abundantes referencias acerca de cómo, prudentemente, fue desapareciendo el sustantivo Patria en los discursos políticos y sociales. Me fui como quien se desangra.
Una buena escena imaginada por Guillermo Saccomanno: larga sesión de creativos publicitarios que fracasan en la tarea de hacer vendible el producto Patria. Hasta que llega la noche y con ella un apagón definitivo.
Una frase de Dante Caputo: fue la Patria la que nos desamparó.

Local/ global. Y por el mismo precio la generosa abundancia de procesos culturales intervinientes en la licuación del ideal de Patria, que excede largamente a la Argentina. Resumiendo: ¿con qué Patria tirarle a una sociedad hedonista? ¿Cómo la marca Patria podría competir con tantas marcas globales? ¿Qué de la Patria sigue vigente en épocas de globalización y migraciones masivas? ¿Qué de Patria ante tantas viejas creencias fenecidas o gastadas? ¿Y qué con la agonía del Estado-nación, aún cuando se hable de culturas híbridas y “glocalización”?
Escribió Néstor García Canclini hace añares:
“Agregaré que además la globalización –o más bien las estrategias globales de las corporaciones y de muchos Estados– configuran máquinas segregantes y dispersadoras: producen desafiliación a sindicatos, mercados informales conectados por redes de corrupción y lumpenización. Engendran asalariados empobrecidos que ven sin poder consumir, migrantes temporales que oscilan entre una cultura y otra, indocumentados con derechos restringidos, consumidores y televidentes recluidos en la vida doméstica, sin capacidad de responder en forma colectiva a las políticas hegemónicas”.
Opongámosle este bellísmo sermón de Monseñor Victorio Bonamín, emitido ante Jorge Rafael Videla el 5 de diciembre de 1976:
“Cerros de Tucumán, benditos seáis, porque en vosotros se abrió el año de gloria. La Patria y la religión salieron ganando como para que su año fuera el año de la grandeza y el año de la sobrenaturalidad. La grandeza se salvó en Tucumán por el Ejército Argentino. Los pueblos podrían vivir sin riquezas, sin poder y hasta a veces pueden vivir forzosamente sin libertad. Pero no pueden vivir sin grandeza”.

Incertidumbre y geología. Se sabe: si se trata del presente fugacísimo, vivimos años bizarros, los del kirchnerismo, más parecidos a una extraña carambola de billar que al resultado científico de lo que puedan determinar las leyes de la Historia. No hay en el kirchnerismo –no la hay en el resto de las formaciones políticas, no la hay en el mundo– ni un lenguaje ni un proyecto de Nación generoso en estrategias y sofisticaciones, o claro como el proyecto del primer Centenario. Hay sí recuperaciones valiosas, a veces primitivas, el Estado, un tipo de desarrollismo que no parece particularmente delicado cuando se trata de pensar a la sociedad en su medio ambiente. El kirchnerismo es más una resistencia como se pueda a lo peor del neoliberalismo que otra cosa.
Y sin embargo, con sus viejas lecturas de Jauretche y Hernández Arregui, con sus toscos modos comunicacionales, con su incapacidad de generar mejores articulaciones culturales, hay algo del kirchnerismo que parece que quedará: sedimentos que generarán otros sedimentos nuevos. Un cierto retorno de la idea de autoridad política y de autoridad estatal, ademanes justicieros aunque desmañados y desparejos, interpelación a actores sociales que venían largamente golpeados y mal tratados. Y están, y quedarán, en los sedimentos generados por el kirchnerismo, nuevas militancias, aprendizajes de los movimientos sociales, blogueros libertarios, Carta Abierta, discusión sobre el poder de los medios, disputas de hegemonía cuando hasta hace tan poco todo era aceptación.
Resistencias. ¿Alcanza para un Bicentenario luminoso? No. Pero difícilmente podría ser de otro modo en un país sistemáticamente devastado. El Bicentenario pudo haber sido algún tipo de bisagra, de inflexión, de pausa para pensarnos y acaso reconstituirnos. Pudo, no será. No podría haber sido de otro modo siendo que estamos hechos de archipiélagos furiosos.
*Periodista y escritor- Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona, autor del libro Decíamos Ayer

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