15 marzo 2010

Olaso Sebastián/ Persona y Sociedad/ Literatura y Política

PERSONA Y SOCIEDAD EN LA POESÍA DE JULIO HUASI Y PACO URONDO

Por Sebastián Olaso*
(para La Tecl@ Eñe)

Si hacemos un poco de historia, notaremos que los artistas que se han ocupado de mostrar, lamentar, denunciar o simplemente nombrar cuestiones relacionadas con los problemas sociales, han sido casi siempre adjetivados de manera despectiva. No importa de qué país sean. La conciencia social, según dicta la conciencia colectiva, arruina el arte, obstruye el camino entre las emociones, y aquello que debía tener como cualidad máxima a la belleza se ha visto adulterado por un objetivo subjetivo. O, si queremos evitar el juego de palabras, por una intención personal.
Pero sucede que el lenguaje poético, en algún punto, se vuelve esquivo a los planteos concretos. La sutileza, la sugerencia, el trabajo sobre los referentes ocultos, la instalación de símbolos, las preguntas retóricas, el yo vulnerable y el ritmo envolvente, por citar algunos de los elementos poéticos más usados, mejor conceptuados y portadores de una efectividad poderosa, nos empujan casi sin remedio al plano de la intimidad. La mayoría de los poetas circulamos por estos carriles y nuestra obra se mueve en el amplio abanico que va desde el ego que se encierra en una burbuja y se vuelve indescifrable, hasta el ego que, incluso desde esa burbuja, puede aspirar a universalizarse, a desplazarse desde el yo hacia el ser.
¿Y si queremos incluir a la sociedad, rescatar la relevancia de ser parte de un nosotros, de un momento particular, de un proyecto que nos concierne a todos? ¿Y si queremos dejar un poco de lado la biografía, las relaciones personales que nos han marcado, la contemplación, la filosofía individualista, y hablar desde otro lugar? Entonces, nos encontraremos con que el trabajo sobre nuestra poesía deberá ser diferente. Y para que el trabajo sobre nuestra poesía sea diferente, deberá ser diferente también el trabajo sobre nosotros mismos.
En la poesía argentina del siglo XX tenemos, al menos, tres grandes ejemplos de hombres que han explorado ese otro costado con gran talento. El primero, el más conocido, el paradigmático, el único que sobrevive, es Juan Gelman. Gelman es un autor obligado cuando se habla de poesía social. Por esa razón, hoy prefiero dejarlo descansar un poco y hablar sobre los otros dos que, sin duda, están estrechamente emparentados con Gelman: Hablaré acerca del segundo, el que ha sido silenciado, el que quedará para siempre asociado al terrorismo de Estado de la última dictadura, ese poeta que se llamó Francisco “Paco” Urondo; y hablaré también acerca del tercero, el gran Julio Huasi, el poeta de culto, el que está al borde del olvido, el exiliado que no pudo sobrevivir a tanto horror.
Mucho se puede decir acerca de estos dos poetas. Pero me centraré en cómo han trascendido la individualidad. Comenzaré abordando un poema de Urondo que se desliza sobre la delgada línea que divide lo íntimo con lo social. A primera vista es un poema de amor. Uno ve a ese hombre hablándole a una mujer. Pero si ahondamos un poco más, veremos que hay algunas palabras que nos disparan hacia otra esfera: palabras como odio, victorias, verdad, aparecen contextualizadas de un modo inquietante. No parecen, de manera excluyente al menos, las palabras de un hombre enamorado. Parecen las palabras de un militante. La libido circula por esos versos y el amor está en primer plano, pero hay un deseo que contiene más ética, más ideales y más solidaridad, que sexo. Y sin embargo, la atmósfera intimista no sólo no se pierde, sino que le da más fuerza a sus palabras. Leamos este poema donde Urondo maneja el yo en un registro doble:

Dos líneas de fiebre, mareas y pronósticos
Oigo tu paso que se acerca o se
despide; revolcar la sangre, el odio; conocer,
reconocernos. Saber para qué sirven
los fracasos, las victorias del amor. Dejar
que a tu rincón se siente quien no debe sentarse.

Sin poder iluminarte; embarazada, sepultada,
mejor que valga la pena, que todo salga bien. Perdón
y desconfianza: tu pesado calor
es una muela de reproches
y agradecimientos y ternuras y miedos.

Rastro luminoso y cálido, perdido
para encontrarme. Rastro de la verdad que alcanzo
a tocar, rescatado por mi flagrancia vacilante, hirviendo
de terror. Rostro que levantamos para destrozar.

De una punta a la otra de la verdad,
voy a levantar tu nombre, como si fuera mi brazo derecho.

En el poema que leeremos ahora Urondo retoma esta mirada, sólo que aquí la atmósfera está invadida por alusiones a la lucha por los ideales. Si bien esta lucha está encarnada en la mujer a quien el poeta le habla, podemos deducir que el poeta se hace eco de esa lucha, que admira a esa mujer. O quizás no sea una mujer sino, por ejemplo, la patria. Y hay un respeto por ella que podríamos equiparar con el amor, aunque no se lo nombre de manera explícita. El amor y la lucha son parte de la misma pasión. O de pasiones que despiertan en el poeta el mismo fervor, la cima del fervor. Y hablando de la lucha, y no hablando de amor, este poema de Urondo huele, de todos modos, a intimista.

Mujer al fin

Sometida a las tormentas
más caprichosas. Sola
ante el aire polvoriento; vulnerable
a la respiración y al río
que la presiden como un fuego.

Abandonada al recuerdo
de un tipo de amor; arrancada
sin que hubiera abrevado, recién
humedecida su libertad.

Sola y sufriendo las dilaciones
del amor, los rasguidos
solitarios del mundo; ardiendo
con su juventud, última
vencedora, primera vìctima.

Para hablar de Huasi tendré que pasar por alto la ternura que empapa casi toda su poesía y el ritmo arrollador impulsado por una cadena, una espiral interminable de oraciones subordinadas a otras oraciones subordinadas. Tampoco podré hablar acerca de sus neologismos tan personales, que se asoman y deslumbran en los momentos menos esperados: seximental, sobremurientes, ensuración, milongura, humanería. El poema que les voy a presentar tiene una serie de elementos que vienen de la visión (no del estilo) modernista: el hombre solo que le habla a una mujer ausente, perfecta, inalcanzable, a través de un intermediario. Como en la visión modernista, el intermediario es ajeno a la especie humana. Gracias a este recurso, el poema es, formalmente, intimista, individualista o, si quisiéramos tomar los términos despectivos que se utilizan en estos casos, diríamos que es ombliguista y cursi.

Golondrinas

tengo celos, envidia feroz de las golondrinas,
conocen esta américa mejor que uno y eso que uno
anduvo y desanduvo los llagales de su madre,
australes y boreales tañen el dulce cordaje
de trópicos, cuadrantes, los mil rumbos y tientos de la rosa
como si fuera un arpa familiar, las señoras músicas
siempre de gira ellas por flor en aire verde.
Cuéntenme algo de mis hermanos, cantoras mías,
mis mujeres, cuñados, cachorros, tata y mama,
cómo andan de salud, de amores, de balazos, por
aquí todo bien, ya regamos los sangrales este otoño,
y si ven a la que más añoro díganle que sin ella
toda primavera será bruma, pero como cosa suya,
cuando vuelvan por el sur no se olviden de sus ojos,
cuántas veces lo encargué y siempre se distraen
por tanto bosque y soles haciéndose el amor,
claro, y que a uno se lo coman los insomnios,
pucha que son largas las noches del virreino. Miren,
princesas, cómo tiemblan las brújulas locas de mi rebelión,
vienen volando densas bandadas de clavelaire
con sus largas alas, remos de ultracielo, no se hagan
de rogar, mis guitarristas, tóquense algo hermoso
y díganme suavecito cómo es la libertad

El enorme talento de Huasi nos lleva a ver a ese hombre solitario que mira al cielo y le pregunta a Dios dónde está la mujer de sus sueños. Pero el contenido de sus palabras dejan sólo el armazón, las golondrinas becquerianas se vuelven mensajeras esquivas, en lugar de la mujer inalcanzable que está en una torre de marfil hay una mujer que quizás simbolice a la libertad, y a un continente que sufre; y el deseo del poeta, como elemento condensador, es la libertad. La propia, la de su continente, la de la mujer lejana, la de las golondrinas.
En Ultrazul, el poema que leeremos a continuación, la atmósfera intimista no se modela a partir del amor, sino a partir de lo místico. El amor y la mística son los elementos que tienen, per se, mayor carga de intimidad, de encuentro con los sentimientos más profundos y con el eje existencial. Huasi utiliza la mística para crear esta atmósfera, pero la mística está al servicio de una causa, de un deseo social, de la esperanza en ver que sus ideales se han cumplido.

Ultrazul

una luna con vendajes de guerra
gotea su cirio amarillo en el país
que una vez fuera azul y en su azul estallaban
lámparas de jazmines y gaviotas,
colisión de fotones, luz contra luz, idilio
donde horneaban los octubres como panes con
harina de malvón y levadura de calandrias
y una montonera de sueños cabalgaba la fragancia
de la noche en montura de tigres y estrellumbre
y la primavera austral ultrazul transfiguraba
la cruz del sur en pascua de cieluras, una
invasión mortífera de nieblas cayó
sobre la patria y trepamos peldaño a peldaño
la escalera del bandoneón sumergido sobre
músicos que pulsan aún el botón más hondo,
sonatas de guerra para mano izquierda perpetua
de niños que llevan a sus madres en brazos,
bordona que no cesará jamás, argentina,
hasta que nazcan nuevos panes en octubre
en la boca despojada de tus niños,
encenderemos tus hornos, patria, y será
tu navidad

Coincidirán conmigo en que este análisis sólo es una aproximación, tanto al tema planteado, como a la obra de estos poetas. No obstante, considero que servirá como puntapié inicial para que intercambiemos opiniones acerca de cómo escribir un poema social sin caer en el panfleto. Finalmente, creo que este recurso de utilizar elementos que estamos acostumbrados a ver como intimistas, puede ser un buen camino.

*Sebastián Olaso es poeta y ensayista

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