15 marzo 2010

Aviso Importante

Aviso Importante a los lectores y colaboradores de La Tecl@ Eñe:

Debido a una medida inconsulta y totalmente arbitraria por parte de Blogger ( quien suministra la plantilla necesaria para poder realizar la publicación) no es posible ver en su totalidad el contenido del número, es decir, hasta hoy todas las notas eran visibles sin tener que saltar a otra página usando, por ejemplo, el item entradas antiguas – que se encuentra al final de la página -.
El motivo que exponen es que nos hacen la vida telemática más fácil ya que de este modo los blogs, publicaciones, revistas, no se vuelven tan pesados y se pueden navegar mejor. Falacias; es sólo un tema económico que se está enmascarando a través de una supuesta preocupación funcional que redundaría en un dudoso beneficio de agilidad para recorrer las páginas. ¡Gracias Blogger; no nos cuiden tanto!
Control y disciplinamiento para aquellos que utilizamos la poca libertad disponible en nuestras modernas sociedades: las plantillas de blogger son útiles también para quienes las usamos como medio alternativo de comunicación y difusión de ideas que no circulan por otros canales.
Sugiero que tengan en cuenta el Sumario - en el margen derecho de la pantalla - y desde él accedan a todas las notas que fueron correctamente publicadas – espero con este dato no terminar de despertar a la matrix.
Saludos y ojalá puedan disfrutar del número 39 de La Tecl@ Eñe.

Conrado Yasenza
Director de La Tecl@ Eñe Revista digital de Cultura y Política

Schmucler Héctor/ Entrevista

Entrevista a Héctor Schmucler
El mundo que habitamos y la ficción orwelliana

Por Conrado Yasenza

(para la Tecl@ Eñe)


Héctor Schmucler ama las palabras, su potente universo simbólico. Es semiólogo. Y cree en ellas. Por eso desde hace mucho considera que cierto cansancio que recorre el planeta se debe al desvanecimiento que las palabras han sufrido en la relación entre los hombres. En esta entrevista Schmucler abordará, sin pereza, inquietudes que giran en torno al fracaso de los proyectos políticos, del conflicto y la tensión como campo donde se desarrollan procesos abiertos y del riesgo de la construcción de un relato totalitario.


- ¿Cree usted que existe una suerte de fascinación irresponsable, digamos una actitud de negación de responsabilidades y culpas, en el hecho de regodearse cíclicamente en el apuntalamiento del fracaso de proyectos políticos que tengan como objetivo el desarrollo social en conjunto del país?

- Hablar de una “fascinación irresponsable” parece presuponer que podría haber otra que fuera responsable. Creo, por lo contrario, que fascinación y responsabilidad, rigurosamente, son incompatibles. La primera está en el campo del embrujo, de esas fuerzas capaces de captar la voluntad humana por misteriosos caminos ajenos a la razón. Cuando estamos fascinados por algo anulamos cualquier distancia crítica que, a su vez, es una exigencia inexcusable de lo que llamamos responsabilidad. La fascinación permanece ajena a las razones: uno puede describir el objeto o la idea que lo fascina pero difícilmente podría explicar el porqué de la gozosa entrega a la que se siente empujado. La fascinación no mide las consecuencias: es, en un buen sentido, una experiencia estética. La responsabilidad, en cambio, es tributaria de la ética, deriva de ciertos valores que condicionan nuestro pensar y, sobre todo, nuestro actuar. En consecuencia me parece que, si realmente existiera una tendencia a impulsar acciones que lleven al fracaso de determinados proyectos, sería inadecuado adjudicarla a una “fascinación irresponsable”. Pensarlo así, incorporando la idea de la fascinación, abrimos la puerta de la irresponsabilidad, es decir, de la inimputabilidad de las palabras que se pronuncian y de las acciones que se ejercen.
Prefiero pensar en términos de política. No son ingenuos impulsos los que han contribuido a distorsionar la buena práctica de la confrontación de ideas como sustento de la acción colectiva. En todo caso, es una manera de concebir la política que personalmente no comparto: considerar que aquello con lo que no simpatizamos merece ser combatido (cuando no destruido) de cualquier manera. Y en este “de cualquier manera” se sustenta un método de acción política que, a su vez, enraíza en concepciones y creencias sobre la condición humana. La responsabilidad, en el actuar político, es irrenunciable; nadie está liberado de la obligación de responder por lo que hace, salvo que en el momento de hacerlo esté impedido de ejercer la libertad de optar.
En definitiva, lo que está en cuestión es el tipo de convicciones políticas que se ponen en práctica. Y es claro que no estoy negando, ni mucho menos, los componentes emocionales que participan de las decisiones políticas. Me resisto, sí, a que nos declaremos imposibilitados de juzgar –según nuestros parámetros, por supuesto- lo que consideramos adecuado para el convivir en sociedad. Naturalizar la fascinación excluye la responsabilidad, nos hace menos libres.

- ¿Y cual es el rol de la clase media en estos procesos?

- Al responder la primera pregunta intenté situarla en un espacio de comprensión un tanto diferente al que podría surgir de la aceptación literal de sus términos. ¿En relación a qué debería colocar esta segunda? ¿A alguna proclividad de la clase media a obrar de acuerdo a un estado de fascinación? ¿Al lugar que frecuentemente juega en los procesos políticos? Quisiera poder evitar el facilismo de plegarme a ciertos infecundos lugares comunes y, a riesgo de ser reiterativo, me gustaría preguntarme de qué estamos hablando cuando aludimos a la clase media. Es sabido que en la historia de la sociología y de la política no ha resultado fácil establecer acuerdos sobre qué se pretende señalar con el concepto de clase. Pero cuando nos referimos a la llamada “clase media”, los caprichos semánticos resultan ilimitados y, en consecuencia, el arco de papeles históricos que se le asigna incluye extremos sorprendentes: desde los que la colocan en un lugar ideal en el que la humanidad debería retratarse, hasta los que observan en ella el origen de todos los fracasos, de todo lo innoble y, de paso, de todas las traiciones. Hace ya casi un siglo, hacia 1920 y cuando todo era incierto en el devenir de la Revolución Rusa, Lenin instaló –sin decirlo así- la sospecha y la esperanza mientras buscaba la etiología de esa enfermedad prematura que aquejaba a los comunistas: el izquierdismo. Pero ya a Marx, mucho antes, no le resultaba cómodo ubicar a este sector social en el esquema de clases en conflicto que describió como sustento explicativo de la sociedad capitalista. Mirada la sociedad con óptica biclasista, burguesía y proletariado, un sector de la población quedaba a mitad de camino: la pequeña burguesía ni era totalmente burguesa, ni totalmente proletaria. En todo caso formaba un subgrupo vinculado a las dos clases mayores, como lo señala en El 18 brumario de Luis Bonaparte y estaba destinada a desaparecer, plegada a una de las grandes clases entre las que se dirimía la construcción del porvenir. De estas inquietudes, que millones de marxistas en el mundo hicimos teóricamente nuestras, se desprendían consecuencias de envergadura: por una parte, los revolucionarios debían esforzarse por ganar para el destino proletario a esta clase indecisa. Al mismo tiempo, y porque la pequeña burguesía era indecisa por su propia naturaleza, los mismos revolucionarios debían tener el ojo atento a sus comportamientos que con frecuencia eran favorables a la clase enemiga. Huérfana de determinaciones estructurales, como eran la burguesía y el proletariado, la pequeña burguesía podía desertar del rumbo de la historia y plegarse, traidoramente, al sector social que los revolucionarios pretendían borrar de la historia.
No siempre resulta claro si es lícito homologar sociológicamente los conceptos de “pequeña burguesía” con el de “clase media”. Esta última se mueve con soltura en la descripción estamentaria de la sociedad pero, a su vez, lleva en sus espaldas la nominación de “clase”. Insustancial en la percepción ortodoxa del marxismo, entre nosotros, en Argentina, es imaginada como un comodín que suele servir para tranquilizar nuestra incapacidad de comprensión o para evitarnos enfrentar el doloroso derrumbe de las seguridades etiquetadas. Así, el comportamiento de la clase media –como si fuera ajena a nosotros mismos- suele objetivarse como centro explicativo de procesos históricos: la Reforma Universitaria en 1918, la incomprensión de la gesta peronista que la llevó a celebrar con algarabía la Revolución Libertadora de 1955, su posterior “nacionalización” que la empujó a enrolarse en la recién descubierta vocación revolucionaria del peronismo de los años 1970. Ahora, en nuestros días, esa clase media está en todas partes.
Ni ángel bueno, ni ángel caído, la clase media no parece destinada a nada en especial. Es verdad que en nuestro tiempo los tradicionales análisis marxistas casi no están en uso y los razonamientos que parecían sustentarse en verdades “científicas” se desarticulan ante nuevas realidades que parecen relegar al olvido las seguridades que nos permitían “entender” un mundo cuya historia marchaba hacia alguna parte. La interpretación del papel de la llamada clase media, que siempre fue entendida como un lugar “entre”, se encuentra ante el desconcertante dilema de ser un interrogante más entre dos interrogantes: ¿qué es hoy la burguesía? ¿qué el proletariado que tenía marcado el papel de concluir con todos los oprobios que acompañaron los días de la humanidad’. Si aceptáramos estas consideraciones, tal vez deberíamos enfrentarnos a una nueva realidad inquietante pero luminosa que nos exige abandonar la modorra de sentirnos víctimas. Se trata, creo, una vez más, de desnudar las ideas en las que –no siempre de manera conciente- se asientan las accione políticas.

- ¿Qué opinión le merece la idea generalizada de que en el país impera una especie de restauración del odio social que puede traducirse en un clima de crispación política? ¿Configuraría esto una reactualización del concepto de lucha de clases?

- No estoy convencido de que sea tan generalizada la idea de que existe una “restauración” del odio social, aunque no me cabe duda de que existe un clima de inquietud, tal vez de descontento, bastante expandido. Pero creo que deberíamos ser cuidadosos con los calificativos, tanto como con los engolosinamientos lexicales. A veces nos enamoramos de las palabras –buen ejemplo de la fascinación a la que aludimos más arriba- y vemos como realidades evidentes aquello que nuestra imaginación ha construido. Es el mayor riesgo de cierta soberbia que con frecuencia se apodera de quienes se asumen (nos asumimos) como intelectuales. En mi caso, no niego que exagere en el cuidado de las palabras. Ocurre que aún creo en ellas y desde hace mucho considero que cierto cansancio que hoy muestra el planeta se debe al desvanecimiento que las palabras han sufrido en la relación entre los hombres (y mujeres, por supuesto). Cuando, como ocurre en esta pregunta, se señala una presunta restauración del odio social, queda presupuesto que tal odio existió en el pasado y en algún momento habría cesado. Cabría preguntarse si la idea de “odio social” da cuenta de los distintos enfrentamientos que nuestra sociedad, como todas las sociedades, ha protagonizado. Desde nuestras mesas de trabajo, muchas veces protegidos por situaciones económicas nada desdeñables, solemos dibujar ordenamientos conceptuales que satisfacen nuestra vocación especulativa. Decidimos cómo es el mundo exterior y con esas lentes, con el color de esas lentes, nos asomamos para contemplar los hechos sin la precaución de la duda. Me parece que nuestro momento histórico está plagado de palabras exorbitantes que reemplazan el esfuerzo de indagar, de conocer. Con dolor, deberíamos reconocer que desde la izquierda –si llamamos izquierda a los que nos ubicamos en el campo de los desconformes con el mundo tal cual es- venimos repitiendo este camino casi desde siempre. Alguna vez Walter Benjamín tuvo el coraje de señalarlo: el rumbo que seguimos no nos lleva a la salvación sino al desastre.

- ¿Está de acuerdo con la idea de que la política es conflicto y tensión? Y de ser así, ¿cómo se resuelven estas tensiones y conflictos en la Argentina de hoy?¿Es posible hablar de la memoria como construcción de un relato totalitario’

- Sin conflicto la política no existe. Este es el sentido último del invento de la política: reconocer conflictos, es decir, diferencias, como situación en la que los seres humanos conviven colectivamente. ¿Porqué anhelar que los conflictos se agoten, se resuelvan? Un mundo de iguales, es decir, donde todo pudiera ser sustituido por algo equivalente, dejaría de ser, según mi criterio, un mundo humano. La idea misma de la vida entraña el permanente conflicto que opone la imaginación a la pura reproducción técnica. El otro, con el que comparto el mundo, es otro porque es distinto y me permite reconocerme a mí mismo. El temor al conflicto, en este sentido, expresa el temor a asumir la responsabilidad de ser uno mismo.
Por supuesto que a veces –y este es el rasgo más preciso y horrible del totalitarismo- se presupone que los conflictos son intolerables y debe saldarse mediante la eliminación de uno de los contendientes para establecer una especie de armonía inmóvil. Las utopías suelen auspiciar ese mundo estático para siempre. Es el orden de la muerte, de la peor muerte porque simula que la vida continúa. El 1984 de George Orwell narra ese post-mundo, ese orden donde el poder penetra cada espacio hasta el extremo de no poder reconocerlo. Ese fin del mundo humano –la eliminación del conflicto- tiene dos claves: la construcción de un lenguaje sin espesor porque no hay espacio para la metáfora, y la imposición de una memoria única que impone un necesario presente. El poder se cierra en sí mismo. Me pregunto ahora si el mundo que habitamos, en un largo marchitarse, no empieza a parecerse a la ficción orwelliana.

Marzo de 2010

Grande Alfredo/ La columna Grande

LA NIÑEZ NÓMADE: la otra metamorfosis.

por Alfredo Grande
(para La Tecl@ Eñe)

“hay personas que hacen leña del arbol caído. Hay otras que para hacer leña, primero tiran el árbol”. (aforismo implicado)

Para los que poco tienen, una buena noticia. Tienen una ley penal propia. Casi tan dura como la tributaria, e intentado, al igual que ésta, lograr un nuevo avance en construir nueva cultura. Pero claro: cuando insemina el diablo, lo que se da a luz son demonios. La nueva cultura (tributaria o de responsabilidad penal) son nuevas vueltas de tuerca, con varios remaches, y de paso cañazo, algunas vueltas de garrote vil. Jardín de las delicias de la cultura represora. A la que definimos como la hegemonía absoluta del mandato, la amenaza y el castigo. Trípode siniestro que cultivado con la cruz, la espada y la picana, logra disciplinar las molestas rebeldías de los que se atreven a cuestionar a la cínica teoría del derrame. Que como aquella otra de “los dos demonios”, retorna una y otra vez. Esa teoría ni siquiera es una hipótesis, apenas una metáfora encubridora de decir que, al ser imposible ganar todo el pan necesario con el sudor de la frente, el recurso democrático que queda es abrir el bolsillo para que algún cobre se deslice desde la caja fuerte del patrón. Forma perversa de la nunca concretada distribución de la riqueza, que termina con una versión posmo de la cada vez mayor distribución de la pobreza. Pero hablar de cultura represora nos permite gambetear la zancadilla jurídica y el patadón moral. O sea: no se trata de resolver el tema de la inseguridad. Se trata de demoler el paradigma de la inseguridad. La inseguridad es una entelequia, una forma de simplificación de una realidad densa y compleja, no apta para comunicadores y funcionarios de sangre tibia. Cuando un lejano ministro de varios imposibles, de profesión hipnotizador, habló del “costo social del ajuste”, obviamente pensó que era un costo social que los pobres de la tierra iban a pagar mansamente. Como clase media en cabina de peaje. No quiso pensar, o mejor dicho, se negó a pensar que ese costo social iba a ser capturado por la maquinaria mafiosa-policial-juridica. Una metamorfosis monstruosa empezó a consumarse. El chiquilín de bachín pasó a ser el “junior” que disparó sin miramientos. O sea: que la máquina trituradora de vidas tenía en esos campos yermos de la infancia y adolescencia huerfana, el mejor ejército de reserva que alguna fuerza represiva pudiera soñar. El delirio de “pobres contra pobres” podía consumarse. Sembrar la discordia en la casa del hermano, para heredar todos los vientos. El hambre, la falta de comida, la humillación permanente, la soledad, los maltratos, el frío, el calor, la sed, la violencia, todas circunstancias que agravan y potencian la metamorfosis necesaria para consolidar a la cultura represora. ¿Cómo fabricamos en serie a pequeños asesinos por naturaleza? Claro que hablo de la naturaleza cultural, que no es la ley de la selva sino la del parque jurásico, una de las formas en las que el genocidio continúa por otros medios. Algunos morirán, pero los que sobrevivan serán los más aptos. Para encubrir la desgarradora realidad, diremos que los niños están en situación de calle. Claro que también están en situación de subte, de mercado central, de abuso sexual, de maltrato, de consumo de drogas, de no consumo de comida…..¡Demasiadas situaciones y ninguna flor! Son los nómades forzados, a los cuales el único sedentarismo que se les permite es el de los institutos de encierro y castigo, las comisarías, familias sustitutas que poco sustituyen, las cárceles pret a porter-. Esta metamorfosis es producto directo de estas formas de las democracias ajustadas. Ajustadas a diversas formas de la impunidad financiera, con políticas pendulares respecto a la justicia social. ¿Asignación universal o rebaja /anulación del IVA para los alimentos de la canasta no demasiada básica? Se entrega con el codo lo que se quita con las dos manos. Pero nada alcanzará. Porque la demanda es totalmente imposible de satisfacer, en tanto la cantidad y calidad de la oferta de mercadería berreta, de marca, con marca o sin marca, tienen una velocidad y aceleración demencial. Lo que denomino “consumismo”. O sea: consumir consumo. Alpargatas si, libros no, ha dejado de ser una consigna políticamente sustentable. Con lo que cuestan las zapatillas…. Un solo par equivale a 8 libros de CRONICAS DE TRAPO. Y encima no hay que leerlas. Los mercados existen, y además, son maníaco depresivos Por eso la metamorfosis ha sido posible. Como la tormenta perfecta, tres factores se han potenciado: vulnerabilidad extrema; delito como constante de ajuste; pacto juridico policial. Pero del monstruo nadie se hace cargo. No hay matriz detectable que lo parió. Pero esa monstruosidad, que piadosamente denominan “pibes chorros”, debe ser cruelmente castigada.. No sea que las honestas y mediocres mentalidades pequeño y mediano burguesas empiecen a sospechar que, lejos de ser un estado ausente, el Estado tiene una siniestra presencia. Alarmas, escándalos, comunicadoras sociales y sexuales que se espantan y piden mano dura, o algo duro al menos. “Mano dura sin tortura”, la hipócrita consigna que, con su sonrisa de guasón aniquilador, pretendía Ruckauf. Vino mano dura con tortura, ya se sabe que nadie es perfecto. Los monstruos de mas de 14 años serán imputables….de su monstruosidad. Pero como la máquina estatal trituradora es piadosa, inventará la “responsabilidad penal”. Que es en realidad la sempiterna, conocida, y siempre bien ponderada excremento de la cultura represora: la culpa. Nada más pero, para que nadie se engañe, nada menos. Culpa cultivada por la cultura represora, confesional o laica, para legitimar y legalizar el mandato, la amenaza y el castigo. Se los hacen penalmente responsables..O sea: se los declara culpables, por ahora desde los 14, de ser lo que son, de hacer lo que hacen, de vivir como viven, de matar como matan. Vamos a decirlo con la misma claridad que Maria Galindo y Sonia Sanchez cuando cuestionan la naturalización de la prostitución, y señalan con profundidad y justicia: “ninguna mujer nace para puta”. Pues bien: ningún pibe nace para chorro, niningún pibe nace para asesino. De esa metamorfosis se tiene que hacer cargo una legión de saqueadores, de hordas que adulteran la vida, de plagas que intoxican las almas de esos pibes. Almas que quizá nunca fueron bellas, pero que tampoco tenían el destino de romper ningún espejo. Pero lo que el sistema predador jamás podrá admitir, es que estas almas que han torturado desde el nacimiento, y mucho antes también, desde el nacimiento de sus padres, ya que son varias generaciones viviendo “en situación” de calle, y “en situación” de desocupados, estas almas también saben rebelarse. Lo hacen con la marca de caín, después que abel los mató con todas las formas de la indiferencia. Estos pibes que han sido metamorfoseados en asesinos, matan para intentar no morir del todo. Matan porque han sido llenados de muerte, y matan con lo poco de vida que todavía tienen. Es en la desesperación atroz de la sed, tomar agua envenenada. Pero los que envenenan la vida utilizan el reduccionismo jurídico y el cinismo existencial para decir que resuelven un problema, cuando en realidad están causando muchos otros. De todos modos, ni siquiera tienen el pudor de barrer bajo la alfombra. Ahora tiran todo directamente encima, y a eso lo llaman “basurales a cielo abierto”. Como cantaba la Bersuit: “los demócratas de mierda y los forros pacifistas” han convertido en basura imputable a nuestra niñez y a nuestra adolescencia. Han tirado el árbol y ahora, ellos sí, con total impunidad, harán leña. Para prender la más espantosa de las hogueras. No de brujas como disfrutaba el Santo oficio, sino de aquellos que alguna vez supieron ser “los únicos privilegiados”.

Forster Ricardo/ El aturdimiento en la sociedad contemporánea

EL ATURDIMIENTO EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA

Por RICARDO FORSTER
(para La Tecl@ Eñe)

La filosofía tiene un recurso a través del cual ciertas sociedades intentaron pensar críticamente el horizonte de la verdad, de la libertad, del conocimiento, de los vínculos, de la relación con los otros. El aturdimiento es aquello que opera como un mecanismo de vaciamiento de toda intervención crítica de matriz filosófica.


El Aturdimiento en la sociedad contemporánea

Creo que una de las características centrales de la sociedad contemporánea es esa mezcla o alquimia de adicción, ruido, mercado, consumo, como si viésemos delante nuestro cómo se van transformando las conciencias, cómo se van colonizando a los sujetos, cómo se los va vaciando de contenido, cómo se los va llenando con insustancialidades, se los va empolvando, de alguna manera, con sustancias tóxicas, se les va quitando la posibilidad de crear una reflexión crítica, de tomar distancia, de correrse de la vorágine. Es una sociedad, que en ese sentido, produce una manía espectacular, es decir podríamos encerrarla en esa frase que dominaba los ’90, el “Pum para arriba”, el fervor, la efervescencia, la supuesta fiesta continua; esa sensación de banalidad, de vacío, que se llenaba con ruido, con insustancialidades, y al mismo tiempo, como complemento y corolario, la depresión. Porque una vez que el acto maníaco se llena, se consume. Porque el acto maníaco tiene una duración, una intensidad y después ofrece el rostro de la desesperanza, del vacío, del nihilismo, de la pérdida de sentido, de lo que en la patología psíquica contemporánea ya domina el escenario que es la gran depresión. Es la paradoja de la época, por un lado lo rutilante, las luces multicolores, la fiesta signada por la idea de gozar e inmediatamente el vacío del goce, la pérdida de sentido, la caída en el abismo, la nada que sigue después de esa sensación de haber supuestamente tocado el cielo con las manos. Me parece que mucho de esto está ligado a un dispositivo del sistema, que tiene que ver con la colonización de las conciencias, como vaciamiento, como embrutecimiento, que principalmente se ceba en los cuerpos de los más jóvenes, aquellos que podrían ser sujetos de una crítica, de una protesta, de una búsqueda de otro tipo de vida y que quedan absolutamente adheridos, absorbidos y son manipulados, vaciados o domesticados, por distintas formas propias del sistema del hiperconsumo. Por un lado, la construcción de una industria de la cultura cada vez más banal, cada vez más enajenante, y por el otro lado, también la proliferación de todo tipo de adicciones. Porque una sociedad de hiperconsumo, de hiper-hedonismo, tanto para los que pueden acceder cómo para aquellos que desean estar dentro de ese hiperconsumo, es al mismo tiempo un sistema y una sociedad que promueve la estructura adictiva de los individuos que la integran. Entonces, para que esa estructura se mantenga, se despliegue y sostenga su intensidad, hay que llenar el vacío ha cómo de lugar. Las formas de llenar ese vacío es a través de esta proliferación o esa mezcla de alcohol, de distintas sustancias que tienden a la alucinación o al fervor con el ruido que viene a llenar los silencios de la vida de una forma absolutamente enajenante. Entonces el escenario es la sensación de que, por ejemplo, los fines de semana son ese territorio donde la subjetividad del joven queda plasmada en un engranaje que la va licuando, que la va vaciando, que la va transformando en un lugar sin intensidad, sin rugosidades, sin complejidades. Esto hay que rastrearlo, entre otras cosas, ya en los años ’60; hay que ir a buscar a las matrices de esto, entendiéndolo casi cómo estructura paradojal. Los años ’60 fueron los de la contracultura, la emergencia del sujeto joven como sujeto rebelde que venía a protestar contra una sociedad injusta, que ya se mostraba como hiperconsumista, contra la sociedad de los padres. Al mismo tiempo que protestaba contra esa sociedad, tenemos el escenario de la guerra de Vietnam, que es una de las puertas principales de entrada al consumo de drogas entre los jóvenes de sociedades opulentas. A partir de los años ’60 deja de haber una relación más minoritaria, más localizada, con algunas drogas para literalmente ver cómo invade sobre esas culturas que venían a protestar contra el capitalismo, aquello que las van a ir de a poco vaciando, secando, corroyendo. Entonces, me parece que es importante leer en un sentido más amplio porque incluso la transformación del pasaje de la marihuana a la cocaína marca el pasaje de una droga como la marihuana, ligada a experiencias comunitarias, ligada a la contracultura de los ’60, a una droga como la cocaína y sus derivados prostibularios como el crack, el paco, que son drogas que se corresponden con una sociedad vaciada, de consumo, hiperquinética. Por un lado la cocaína como droga del ejecutivo o de aquel que está en la cresta de la ola o las formas derivadas y pobres que vienen a vaciar y a destruir los cuerpos de los jóvenes más pobres de la sociedad. Es una combinación altamente compleja que tiene que ver con el capitalismo. El capitalismo es un sistema adictivo, es un sistema de vaciamiento de la subjetividad, es un sistema que va aniquilando la capacidad de intervención crítica de los individuos y que sobre todo se ceba en los cuerpos de los más jóvenes que por muchos motivos son vulnerables a estos estímulos, a estas demandas, a estas exigencias, a esta suerte de conglomerado que, como decía antes, por un lado tiene esta dimensión maníaca y por el otro tiene la dimensión depresiva. Entonces ahí vemos los fenómenos destructivos, los fenómenos de violencia que también hay que vincularlos con la desestructuración de las identidades, la fragmentación de la vida social, el estallido de los vínculos intergeneracionales. Todo eso nos va mostrando y nos va ofreciendo un mapa complicado, un mapa peligroso respecto a lo que son nuestras sociedades.

Ruido y aturdimiento: La colonización de la subjetividad

Creo que pasamos de lo que eran las formas de la enajenación en los sistemas industriales - esa imagen de Chaplin en “Tiempos modernos” repitiendo mil veces el mismo gesto mecánico y esa obstrucción de la alienación en el interior del dispositivo económico - a la alienación del tipo “del ocio” ó alienación de la sociedad del espectáculo. Es lo que Guy Debord llamaba el pasaje a la sociedad del espectáculo. Quiero decir, esa sociedad en que la espectacularización de la vida va atrayendo al individuo de tal modo que el individuo entra como en el interior de una caja donde el ruido, el movimiento, la intensidad, el instante la fugacidad, hacen que literalmente quede desprovisto de su propio lenguaje para decir algo distinto a aquello que se le está ofreciendo y que lo está atravesando. Creo que el sistema no es el Pentágono. Es decir, no son tres tipos que están planificando como dominar a los jóvenes o cómo crear mecanismos para someter al otro pero es el sistema por definición, es un sistema de consumo, es un sistema que va literalmente fragmentando, desnutriendo al individuo de capacidad crítica, vaciando las construcciones identitarias, generando formas inéditas de soledad. Y la paradoja también de este tiempo es que los individuos viven en el interior de sociedades de masas pero al mismo tiempo que parecen que están vinculados con los otros, están más solos que nunca. Los sistemas telemáticos, las formas de la comunicación son sucedáneos de aquello que hoy nos muestra una forma extrema de pérdida de comunicabilidad real y efectiva con el otro, incluso la dimensión de lo privado. Lo privado cada vez más deja de ser el lugar donde el individuo puede mirarse a sí mismo y mirar el mundo desde su propia experiencia para convertirse en un lugar saqueado por la industria del espectáculo y los medios de comunicación. Es decir, la experiencia de cada individuo ya no es propia sino que se da a través de una pantalla de televisión. Entonces esto nos va mostrando una forma, una proliferación del sistema que constituye un funcional para su propio sostenimiento y despliegue, aquello que tiene que ver con el sofocamiento de la capacidad reflexiva, la capacidad de escuchar los sonidos del mundo cuando el ruido lo que hace es ensordecer a cualquiera que habita en la ciudad contemporánea. Son elementos que tienen que ver con la enajenación, con la fetichización del consumo; tienen que ver con la masificación de la vida, con los procesos de obturación, tienen que ver con la metamorfosis del individuo en la sociedad de masas, en la sociedad del capitalismo tardío. En fin, tiene que ver con las nuevas tecnologías que van configurando nuevas formas de subjetividad y van construyendo nuevas estructuras de valores porque no es cierto que la sociedad contemporánea no tenga valores. Toda sociedad se instituye en torno a valores, lo que pasa es que esos valores pueden ser valores despreciables, valores sostenidos en base a la lógica del egoísmo, del embrutecimiento o del sometimiento, o de la maximización de las riquezas o de las ganancias. Toda sociedad se estructura en torno a valores, el problema es cuando los valores dominantes no encuentran confrontación con otros valores que tengan la fuerza suficiente cómo para ponerlos en cuestión. Creo que en un punto lo que ha avanzado es la homogeneización de la cultura y esa homogeneización ligada a la lógica del consumo, de la mercancía, a lo propio del despliegue del capitalismo global, va limitando fuertemente la dimensión libre del sujeto en la sociedad contemporánea. Esto no significa por supuesto, que no haya resistencias, que las hay, que no haya intentos de correrse de esa lógica homogeneizante y enajenante, pero la potencia del sistema sigue siendo todavía mayor sobre todo, insisto, sobre los sectores más lábiles de la población, las franjas etáreas que se sienten más interpeladas por la fastuosidad del discurso y de la oferta de la sociedad de consumo y la sociedad del espectáculo.


La homogeneización de la cultura, el aturdimiento y la función de la escuela y la educación


La escuela está en una crisis muy decisiva. Pensemos que en el tiempo clásico o en el tiempo que se construyó el modelo de la educación pública en la Argentina, pero no sólo en la Argentina, lo que predominaba era una sociedad laica y la educación era la retransmisión de los valores de la república. La educación aparecía como el modelo de construcción de ciudadanía, forjaba los ideales de esa sociedad y de alguna manera acompañaba el rol de los padres. Bien, ese modelo hace mucho tiempo que entró en crisis, estalló y se fragmentó porque las instituciones se vaciaron, porque el corpus ideológico o los relatos que instituían la educación o se debilitaron fuertemente ó literalmente se vaciaron de sentido. Los relatos de la Nación, los relatos de la Republica, los relatos de la equidad, estaban en la educación como valor de la construcción de una profesión, del conocimiento. Eran valores fuertes de la sociedad decimonónica, de la sociedad liberal democrática o de la sociedad pensada en tradiciones igualitaristas. Ahí había un intercambio y una coincidencia pero esta concepción entró en crisis brutalmente en correspondencia con el despliegue mayúsculo de la sociedad de consumo, de la sociedad del espectáculo, de la cultura de las seguridades en el interior de nuestras sociedades, cuando los individuos descubrieron que la orfandad, que el peligro de perder lo que uno tenía, que la garantía de entrar en un trabajo y recorrer todo un camino en el interior de ese trabajo se había roto; que las lógicas del trabajo se habían transformado, que el capitalismo pasaba de una forma productiva a una forma especulativo financiera como núcleo central de su despliegue histórico; que una serie de mecanismos de sociabilización mutaban y la educación también entraba en crisis. Y entró en crisis de una manera muy fuerte porque también empezó a ponerse en cuestión el valor de lo público. La educación fue, o es, uno de los últimos referentes de espacio público que permanentemente está puesta en cuestión. Las clases medias ya prácticamente no mandan a sus hijos a la escuela pública y esto indica una profundización del abismo social, de la fragmentación. Entonces estamos frente a un momento complejo donde la educación no ha logrado salir de un paradigma que la dominó durante mucho tiempo. La educación se halla en una especie de tierra de nadie que la licua, que la pone delante de su propio abismo y no termina de construir alternativas reales en un sentido que podríamos llamar de transformación, de mejora y de construcción de un paradigma que esté a la altura de las demandas de la sociedad contemporánea. Algunos piensan que más tecnología, es decir sumar computadoras a las escuelas, va a mejorar como por arte de magia o por arte de la técnica la circunstancia de la situación educativa y el mundo de los jóvenes. Es una falacia tremenda. He escuchado a periodistas decir por qué no hay computadoras por cada chico, argumentar que si se necesitan un millón de computadoras que cuestan 300 dólares finalmente son trescientos millones de dólares y de esa forma se mejoraría el sistema educativo. Esa quimera, esa utopía que ya atrasa el reloj porque es la utopía del maquinismo y de la liberación a través de la técnica del siglo XIX, esa quimera atrasa en cuanto a que el problema es de otro orden. El problema es del orden de la construcción de los sujetos, de la pérdida de legitimidad, de la fragmentación social, de la crisis identificatoria, de la sociedad del capitalismo tardío. Conforman un conjunto de situaciones que no se resuelven llevando computadoras a las escuelas, como implica la quimera que viene del otro lado del Río de La Plata – Se dice: Uruguay es grande y va a ser grande porque el gobierno de Tabaré Vázquez repartió computadoras - cuando de lo que se trata es de discutir, para decirlo metafóricamente, qué hay adentro de la computadora, qué es una computadora en términos de construcción de redes de sociabilización, qué es la información, qué se hace con la información, qué se hace con niños y jóvenes que no pueden decodificar la construcción gramatical de una frase, y que por lo tanto la computadora lejos de ampliarles la decodificación gramatical lo que va a generar es una distancia mayor respecto, en muchos casos, a la capacidad de decodificar críticamente lo que está pasando a su alrededor. Esto no significa que esté en contra de que los chicos tengan computadoras, lo que quiero decir es que es un elemento más, ni siquiera el más significativo. El elemento más importante es reconstruir redes de participación, redes de contención, que la escuela pública vuelva a ser un lugar referencial, que el docente sienta que tiene un lugar simbólicamente importante en la sociedad contemporánea y no sólo alguien que todos los años lo único que está haciendo es ver como logra que su salario aumente. Que la escuela pública no sea el vertedero de los pobres más pobres de la sociedad. Entonces, yo diría, la educación tiene una responsabilidad clave a la hora de revisar la trama de una sociedad pero la educación es deudora de concepciones políticas, económicas, de tramas ideológicas, de circunstancias propias del orden del sistema. Esto conlleva un trabajo urgente, complejo, que implica dar pasos. No se trata de esperar que cambie el mundo para mejorar la situación de nuestros niños o nuestros jóvenes porque si no estaríamos en un gesto de pasividad. Se trata de ir avanzando sobre todo aquello en que se pueda ir avanzando para ir creando condiciones para abrir la dimensión de la participación y la reflexión crítica en todos aquellos que hoy están siendo profundamente absorbidos por un sistema que hace del ruido el único dispositivo.

Política del ruido

La banalización de la política, la despolitización de la sociedad, la reducción de la política al lenguaje televisivo mediático está ligada directamente a la caída de la participación, a la democratización de los vínculos la reflexión crítica. Es decir, el proceso de vaciamiento, de corrosión, de banalización de la política, lo que llamamos la despolitización de las sociedades, es funcional absolutamente a un sistema de desigualdad, a un sistema de opresión, a un sistema de enajenación que lo que quiere hacer es justamente vaciar a la política de su rasgo fundamental que es la búsqueda del bien común, el conflicto por la igualdad, la búsqueda de transformar una escena socialmente injusta y lograr las condiciones para una sociedad más equitativa.
La crisis de la política, que es la crisis de la representación, y también la crisis de las identidades, está vinculada directamente a la crisis del sujeto en la sociedad contemporánea, a la crisis de los grandes relatos de la modernidad, a la crisis de los vínculos sociales, a la crisis de construcción de identidades dentro de nuestras sociedades. Por eso es interesante ver hoy cómo hay un lugar, una región del mundo, que es como una suerte de anomalía, y es América Latina. América Latina es todavía como si fuésemos anacrónicos o estuviéramos recuperando tradiciones, en este caso políticas de raíz popular, emancipatorias en contra de una tendencia mundial del capitalismo global a desasociar la política y convertirla en una mera gestión empresarial. Al leer la conformación del gabinete del millonario presidente de Chile observamos una alquimia de millonarios y jóvenes tecnócratas. El gerente de Falabella, Ministro de relaciones exteriores; el Ministro de salud, el último gerenciador de uno de los sanatorios más finos del barrio más pituco de Chile, más jóvenes tecnócratas, funcionarios “eficientes” que vienen a ofrecer la asepsia técnica. Esto es el modelo de liberalismo en su forma más cruda, más brutal. Es la conjunción de las técnicas vacías de sentido con el mito de la época que es el mito del millonario. Entre nosotros sería más o menos así: De Narváez ó Macri, presidente; Ministro de Salud, el dueño de Swiss Medical Group; y Ministro de Educación, por ejemplo, el decano de Universidad Austral; Ministro de Relaciones Exteriores, el presidente de Kraft; Secretario de Comunicaciones, Marcelo Tinelli. Millonarios más jóvenes tecnócratas que aseguran gestión, que se educaron en las Universidades de EE.UU, que son lindos y buenos frente a los sucios, feos y malos que despliegan las formas de populismo en América Latina.
Pensar desde el comienzo la noción de aturdimiento y los efectos sobre los sujetos en la sociedad contemporánea implica una manera de atravesar toda esta compleja estructura alrededor de la cual se van desplegando las formas actuales de sociabilidad, de construcción política, de orden económico. Esto tiene que ver con la idea de que las cosas se naturalizan, como si lo que pasa es equivalente a la lluvia, y cuando todo es equivalente a la lluvia, cuando todo es natural no hay responsables, no hay construcciones de sentido, no hay ideologías. Es de alguna manera como la inflación. La inflación es un fenómeno natural o la culpa la tiene siempre el gobierno de turno pero nunca hay formadores de precios, nunca hay intereses del capitalismo, nunca hay grandes empresarios, nunca son responsables los humores del mercado, esa especie de eufemismo para no hablar de que las corporaciones económicas son responsables de la formación de precios, de la misma manera que la lucha contra la inflación tiene que ser leída siempre como enfriamiento de la economía, depresión de la base monetaria y por lo tanto caída de los salarios. Todo esto es parte de la misma estructura. Los lenguajes que se van imponiendo vacían al sujeto de la capacidad de interpelar críticamente aquello que está pasando y el ruido es la metáfora máxima de ese vaciamiento.

*Doctor en Filósofía

Febrero 11 de 2010

Vilker Shila/ Informe Junventud, participación y compromiso

Causas justas
Participación, compromiso y expresiones micropolíticas juveniles



Por Shila Vilker*
(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Ezequiel Linares


La “participación social” es un tópico discursivo de la transición democrática. El modo en que él pervive aún hoy, en muchos discursos, asume una forma nostálgica. Son muchas las voces que lamentan la escasa participación juvenil y alzan la voz ante la resistencia que los jóvenes manifiestan contra las instituciones tradicionales. Veremos más adelante que se trata de voces profundamente conservadoras que esperan para el presente reduplicar formas participativas que hoy han quedado perimidas y que no se amalgaman con las nuevas creencias, sospechas e incertezas juveniles. Por eso, ante este panorama, haremos mejor en replantearnos de qué hablamos cuando hablamos de participación y cuál es la imaginación social en la que se asienta.

Se trata de un concepto polivalente que hace referencia a realidades variadas, plurales, multifacéticas.
· Una primera confusión deriva de la indistinción entre las formas de participación orgánicas y persistentes de las directas, espontáneas y casuales.
· Por otro lado, la idea de participación está inscripta en una matriz jerárquica y representativa vinculada a la toma de decisiones. Esta perspectiva convive sin problemas con otra que no excluye la idea de participación y la entiende, estrictamente, como “ser parte”.
· Además, la participación refiere a una práctica que puede ser o no sostenida en el tiempo. Se puede participar en clubes, instituciones religiosas, movimientos de base, partidos políticos, o en el sector educativo, pero también a través de intervenciones esporádicas como firmas de adhesión, los grupos de compromiso de las redes sociales informáticas, donaciones en el marco de campañas mediáticas, utilización de merchandising, etc.
· Se participa organizando, representando, acompañando en una marcha o siendo socio o usuario de una institución… incluso, la idea de participación presupone pasar de la pasividad a la actividad y de ésta al compromiso.
Como se ve, la naturaleza de la participación es realmente compleja y diversa. A pesar de las diferencias señaladas, en casi todos estos modelos prima una matriz estadocéntrica, ligada a la toma de decisiones y que se organiza en torno de la formación dirigencial de cuadros. Ahora, es precisamente esta la zona conflictiva en tanto que la reticencia a la participación juvenil se ancla en el descrédito y el recelo hacia las instituciones tradicionales de la política. Y en este sentido, hasta aquí no hacemos más de girar en círculos alrededor de nuestra propia imaginación, profundamente conservadora, sobre lo que es la participación.
El que aquí se confíe -e incluso, desde otros ámbitos, se impulse-, a pesar de todo, la participación tradicional de los jóvenes y se destaque la importancia del acceso de la singularidad de esta voz al mundo público no obtura el reconocimiento de un problema persistente: el clima de opinión que revela una profunda desconfianza hacia las instituciones políticas y de la democracia; hacia los partidos políticos y el Parlamento. ¿Por qué tanto recelo ante el fenómeno de la participación social?
En primer lugar, los medios escasamente presentan relatos positivos de prácticas de participación colectiva, orgánica, sostenida y ligada a la toma de decisiones y cuando lo hacen, resaltan más la entrega individual que la construcción colectiva. Los acentos discursivos se desplazan de la participación a secas al participante individual, sobre todo en el marco de juegos agónicos y egoístas. A su vez, la profusión de relatos de fuerte corte despectivo hacen converger la idea participación con la de protesta social. Así, la participación es procesada de modo negativo en la forma de una figura que, cada vez más, se vincula a la “profesionalización”. A través de este rodeo, entonces, la participación se profesionaliza y esto, lisa y llanamente, significa que, en los relatos mediáticos, la participación aparece corriendo el riesgo de caer en el clientelismo.
En segundo lugar, ha emergido una nueva socialidad juvenil en la que las redes de intercambio social se asientan sobre mecanismos no tradicionales. El desarrollo de la tecnología de la información ha potenciado formas de cooperación grupal que pasan por el ámbito laboral pero que se ha extendido hacia ese campo, más laxo, que es el de los modos de vida. Esto significa que, en muchos casos, los jóvenes llevan adelante sus vidas a través de gestiones asociadas. Estos nuevos modelos experienciales son menos permeables a las rígidas estructuras institucionales que las formas clásicas de participación pretenden emular.
A pesar de la escasa práctica de participación real y efectiva por parte de los jóvenes y de estas imágenes predominantemente negativas de circulación social, el que no haya una activa participación en el sentido indagado, no significa que no haya compromiso con las causas. Esto sí que es alentador. No nos encontramos ante el fin de la política. La transformación de las formas participativas antes denuncian nuestra incapacidad para comprender los modos renovados de estos asociacionismos que el fin del compromiso social por parte de los jóvenes.
1. En primer lugar, se trata de revalorizar las formas participativas espontáneas y no orgánicas; regidas por temas específicos y acotados, muchas veces, motivilizados afectivamente.
2. En segundo lugar, debemos considerar una idea de participación vinculada a los campos festivos, convivenciales y culturales; se trata de formas de participación pasajeras, eventuales, que pueden o no tener un tono politizante pero que empujan a pensar en la dimensión micropolítica de las nuevas expresiones sociales juveniles.
3. También debemos desandar la línea que une la participación con la incidencia sobre el ámbito público. En este sentido, se trata de entender lo político de un modo más complejo y no sólo en el estricto sentido institucional. El campo de la ecología podría servir de ejemplo.
4. Tendríamos, a su vez, que repensar las formas de expresión colectivas, hoy más proclives a conjugar formas simultáneas de masividad e individualidad.
5. Finalmente, es necesario incluir los nuevos mecanismos participativos no orgánicos que se despliegan con las nuevas tecnologías de la información.

Antes de llorar por la participación perdida, se trata de atender a nuevos emergentes más afines a un modelo de ciudadanía de derechos plenos, civiles, políticos, sociales y culturales. Haremos bien, entonces, en reconocer el compromiso de los jóvenes con las causas justas y aceptar que éstas, cada vez más, se expresan en formas no tradicionales de participación.

Marzo de 2010

*Licenciada en Ciencias de la Comunicación, docente e investigadora, autora de Le digo me dice (Paradiso)

Dri Rubén/ Informe Juventud y aturdimiento

Juventud sin horizontes: Odiseas y contextos
por Rubén Dri*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: F. Bacon
“La juventud, en el buen sentido de la palabra, cree tener alas y que todo lo justo y cierto espera su llegada tempestuosa, va a ser conformada por ella, o, al menos, va a ser liberado por ella”, así presenta Ernst Bloch a la juventud. Pero “si la juventud coincide, sobre todo, con una época revolucionaria, con un giro de los tiempos, y si la mentira no le ha puesto en la cabeza sobre los hombros, como hoy acontece tan a menudo en occidente, entonces es cuando sí que sabe lo que significa el sueño hacia delante”.

La infancia es la primera etapa de la odisea que comienza a realizar el sujeto, etapa en la cual puede decirse que propiamente no es sujeto, es decir, no está puesto, en sentido hegeliano, o en acto como diría Aristóteles. Es un sujeto en-sí, inmerso en el ámbito familiar, protegido y al mismo tiempo enclaustrado en ese ámbito. Para realizarse necesariamente debe salir de ese ámbito, romper el cascarón.

Cunado lo haga experimentará de manera alternativa y contradictoria, el desgarro de la ruptura, la angustia de la desprotección y la alegría desbordante de la libertad iluminada por el horizonte abierto a sus proyectos. Es una etapa pletórica de vida y, como tal, de contradicciones. De las efusiones más entusiastas pasará a los momentos de noche y amargura, hasta encontrar el derrotero por donde transitará su odisea.

Ese derrotero no es el de la conformidad, el del acomodamiento, sino el de la apertura del horizonte hacia nuevos mundos. Todo está por hacer. El mundo lo estaba esperando, las cosas deben hacerse de otro modo. Es el momento de la utopía desbordante que encuentra la manera de irse realizando con proyectos que calan en la realidad.

Es el momento en que se da cuenta que no está solo, que nunca lo estuvo, que siempre estuvo con otros, y que esos otros constituyen una sociedad organizada en un Estado, el cual a su vez se encuentra en un continente que forma parte de un mundo conformado por otras tantas sociedades y Estados.

Se encuentran, en consecuencia, dos odiseas que se entrecruzan y condicionan mutuamente, la del individuo y la de la sociedad, la del individuo y la del mundo. En otras palabras, se trata de la odisea del individuo en su contexto. El horizonte de la odisea del individuo se encuentra con el horizonte de la odisea del contexto, porque éste también está formado por sujeto como lo es el individuo.

Ahora bien, el contexto, o sea, el mundo con el que se encuentra el individuo puede encontrarse en un momento de transformaciones profundas, revolucionarias, o de aparente quietud conformista. Puede ser un momento de apertura, de creatividad, de avances políticos, culturales, sociales, de represión y censura o de aplanamiento, burocratización y conformismo.

El horizonte que presente el contexto no dejará de influir en la odisea del sujeto en cuestión. No se trata de determinismo sino de condicionamiento. Tanto el sujeto individual influye en el contexto, como éste en aquél. El ámbito de realización del sujeto es el que le presenta el contexto. Nadie puede realizarse fuera del mismo, pero no necesariamente en su conformidad.

Los individuos que accedían a su etapa juvenil en la segunda mitad de los 60 y en la primera de los 70 se encontraban con el horizonte del contexto abierto para las más exaltantes y osadas transformaciones. No había nubarrones en su horizonte, sino el azul que invitaba a escalar montañas, navegar a velas desplegadas, participar como protagonistas en la construcción de un mundo nuevo florido y soleado.

Fue esa una década que la podemos situar de 1966, cuando se instala la dictadura de Onganía hasta 1976 cuando, mediante el enésimo golpe de Estado se hace con el poder el trío genocida formado por Videla, Massera y Agosti, máximos jefes de las tres armas. Los jóvenes esa década no sólo amaban profundamente la vida, sino que la expresaban de mil maneras, la festejaban, y luchaban para acrecentarla, transformando las estructuras de dominación.

Una explosión de vida circulaba por todas las venas y arterias del país. Vida desbordante que pasaba por encima de todos los obstáculos. Los que desde siempre habían monopolizado el poder, esparciendo la muerte vieron el peligro para sus propios intereses por el florecer de tanta vida, y determinaron su destrucción. Los militares fueron los encargados de tamaña tarea.

Es que se encontraban dos juventudes, dos aperturas, dos momentos de máxima creatividad, el de los individuos que accedían a la juventud y el del contexto que vivía su propia juventud. Se repetía analógicamente el contexto del Renacimiento europeo y el nacimiento del joven que en forma espléndida describe Hegel en la Fenomenología del espíritu.

El espléndido panorama de las décadas del 60 y del 70 se oscureció en forma terrorífica en las jornadas de “noche y niebla” protagonizadas por las Fuerzas Armadas que perpetraron el más horroroso genocidio de los últimos tiempos en nuestro país. De ese oscurecimiento pareció que se salía con los gobiernos democráticos, pero no sólo no fue así, sino que finalmente volvió el oscurecimiento, aunque nunca en forma tan terrible como bajo al dictadura militar genocida.

Y así llegamos al 2010. ¿Cómo es hoy el horizonte del contexto con el que se encuentran los individuos que transitan la etapa juvenil de su odisea? Es el contexto de un mundo ahogado completamente por lo que Adorno denominó la “industria cultural”, potenciada hasta límites increíbles por la invasión tecnológica que logró que el sistema de dominación y embrutecimiento penetrase en todos los rincones de la vida humana, haciendo desparecer todo límite entre lo público y lo privado.

Es el reino de los “medios de comunicación” que, en realidad, se han transformado en los medios de “incomunicación”. Expresan y potencian el clima generado a fines de la década del 80 y principios del 90 que se sintetiza en nombres como “pensamiento único”, “posmodernidad”, fin de las ideologías, de las utopías, de la historia, en una palabra, cierre de todo horizonte de transformación posible.

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo puede la prepotencia de vida juvenil abrirse paso hacia su realización? “La industria cultural”, dice Adorno, “es perversa, pero no como Babel pecadora, sino como catedral de la alta diversión”. Televisión con sus múltiples canales, celulares con la parafernalia más sofisticada, periódicos y revistas, propuestas de diversión a todo ritmo.

El eterno presente. Nada hay más allá del presente. Todo debe ser vivido allí, en este momento. “El principio del sistema”, continúa Adorno, “ordena presentar todas las necesidades como susceptibles de ser satisfechas por la industria cultural, más, por otra parte, organizar previamente esas mismas necesidades de tal forma que en ellas se experimente a sí mismo sólo como eterno consumidor, como objeto de la industria cultural”.

El desborde de vida que en la juventud pugna por transformar la realidad, gira en el vacío. Nada que valga la pena, nada que la convoque para una empresa transformadora. Pero esa vida tiene que gastarse. La industria cultural tiene la solución. En efecto, allí están las fiestas con alcohol, droga y música atronadora que impide toda posibilidad de comunicación.

Buenos Aires, 2 de marzo de 2010

*Filósofo, teólogo y ensayista

Garaventa Jorge/ Informe Juventud y aturdimiento

"Ética y Estética del Reviente Joven.
Avatares de una Implosión Inducida".


por Jorge Garaventa*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: F. Bacon
Algo está funcionando muy mal en la sociedad si hay porciones de jóvenes sumergidos en el reviente. No caben discusiones vanas. Importa poco si son los mas, los menos o los del medio. Si, al decir del Indio Solari, están muriendo potros sin galopar, no es necesaria ninguna mensura para subrayar el escándalo.
Don Jorge Luis Borges, que nunca fue santo, ni mucho menos tenía mi devoción, cuentan que solía decir: “los familiares dicen que los desparecidos son 30000, los militares dicen que 3000, discusión vana porque conque haya habido un solo desaparecido hay una falta ética gravísima”. La cita no es textual pero sirve para graficar discusiones envolventes y distractivas que en definitiva dejan de costado la esencia.
Hablamos de reviente joven, y hablamos de una ética y una estética, y rematamos con una sospecha de implosión inducida. ¿No será mucho? Veamos y definamos.
Decir reviente joven, nada tiene que ver con apreciaciones despectivas de adultos que no comulgan con actividades o conductas de este sector social. Lejos de ello, se trata de actitudes de desborde y descontrol que ponen en serio, real y comprobable riesgo físico y psíquico a quienes caen inmersos en ellas. Por eso, a fuerza de repetitivos es fundamental señalar que no estamos haciendo un abordaje moral al problema sino una apreciación desde el corazón mismo de la salud mental.
No afirmamos que la juventud es así sino que un sector importante de ella se encuentra inmersa en un ritual violento, con dinámica propia pero que no deja de ser producto de época. Tampoco nos referimos al consumo de drogas o alcohol que puede o no estar incluido en el reviente. Mas bien se trata de una extralimitación ostentosa, una de las formas más siniestras de negociar reconocimiento, pertenencia y valorización. Jugar al límite para ser el mejor, para ganar, aunque siempre se pierde, a veces por knock out, otras por puntos, pero siempre se va perdiendo…la vida.
Ir viendo de qué se trata mostrará una extraña pero evidente similitud con valores carcelarios. ¿Será esta una señal de cómo perciben el mundo social algunos jóvenes de hoy?
¿Por qué hablamos de Ética? Hay una serie de normas “morales” que rigen la movida. No cualquiera entra, no cualquiera participa, nadie abandona salvo por destrucción. Y esta destrucción será un valor en sí mismo. Aquel que retorne e insista será el más valorado. Como dirían los Redondos: “Vos crees ser el más fiero, el más prontuariado aquí, el animador del juego, (el condimentador ) ¿Por qué de Estética? Tomemos dos definiciones. Por un lado, es un concepto que refiere a la apreciación o percepción de la belleza. Estamos en el reinado del placer estético. Por otro lado hablamos de un conjunto de elementos estilísticos y temáticos que caracterizan a un determinado autor o movimiento artístico. Si nos damos una licencia literaria estamos entonces frente a la estética del Reviente. Seguramente escapa a nuestro raciocinio romántico pero sin dudas hay una belleza que encandila y atrae notablemente a quienes transitan esta movida. A veces evidente, a veces embozada, pero sin dudas lo que vertebra esta dinámica es la violencia contra sí mismo o contra los demás.
Beber hasta caer en coma, drogarse hasta la sobredosis, pelear a matar o morir son paisajes de esta dolorosa geografía que fundamentalmente los fines de semana viste las proximidades de algunos lugares de “diversión” juvenil.
Los multimedios han tomado este tema sólo para reforzar el blanco móvil con el que pretenden embolsar a la juventud y sus actitudes “incontrolables”, Entonces, una adolescente en coma alcohólico, un joven muerto por un infarto de sobredosis o “el sexo desenfrenado en el amanecer de las playas de Villa Gesell” son harina para el mismo pan. Se moraliza para oscurecer porque se necesitan chivos que drenen la “basura” social.
La moralización coloca en los primeros planos y planas la cuestión de las drogas y sus adicciones. Razonamiento mezquino y oscurecedor oculta una cuestión esencial. Las drogas son catalizadores, ni agregan ni restan a la conducta humana más que la dinamización o la parquedad de comportamientos habituales. Fluye lo que hay, lo que la pedagogía de la vida ha ido instalando.
La violencia es una conducta aprendida. La agresividad estructural señalada por el psicoanálisis y otras corrientes, poco o nada tiene que ver con el ejercicio de estas violencias extremas. Las identificaciones con figuras fuertes, los enojos extremos y las culpas en un clima de violencia naturalizada, visible o no, se constituyen en el perverso potaje que desemboca en esos “monstruos “ asesinos y suicidas, contra los que hay que actuar rigurosamente para salvar a la sociedad y a la familia.
Los sistemas familiares violentos constituyen esquemas de violencia naturalizada donde los niños comienzan siendo víctimas y observadores pero que paulatinamente se van incorporando a la dinámica para finalmente ser una parte mas de ello. Productos terminados de ingeniería fina, salen luego a la sociedad a mostrar la crudeza del aprendizaje.
María López Vigil, una cubana radicada en Nicaragua, valiente denunciante además, de las denuncias de abuso sexual que pesan contra el presidente Daniel Ortega por parte de su hijastra ha sido quien mejor ha retratado las cuestiones familiares que referíamos: “En la casa, la violencia es vista como algo natural, necesario. El padre le grita y le pega a la madre, la madre le grita y le pega a los hijos y a las hijas, las hijas e hijos mayores gritan y golpean a sus hermanos y hermanas más pequeñas, y los más pequeños apalean al perro y salen a la calle a matar pájaros a pedradas... Generación tras generación, cada uno de los eslabones se engarza con el otro en una cadena sin fin.” Con la salvedad de lo esquemático como pretexto para empezar a comprender decimos: cuando predomina el enojo extremo tallado a base de abandonos, violencias y abusos estamos en el campo del ataque insensible hacia el cuerpo del otro que tiene como fin último la aniquilación. Si el sujeto ha incorporado que todo lo vivido tiene sus merecimientos en sus propias “miserias naturales”, hay entonces un anclaje en la culpa de un individuo que ha sido criado para implosionar. Vocablo moderno para un mecanismo arcaico, erróneamente emparentado con el suicidio, la implosión era la forma en que explotaban los televisores antiguos, hacia adentro y sin ensuciar nada. Incluso la Real Academia Española, órgano disciplinador de la palabra, por excelencia, nos da una pista en la definición consensuada por los “sabios”: “Acción de romperse hacia dentro con estruendo las paredes de una cavidad cuya presión es inferior a la externa.” Hablamos de una disimulada incapacidad de defensa.
Efectivamente, si alguien hizo un paralelo entre estos violentos exponentes sociales y los hombres robots que Oesterheld nos dibujaba en las nevadas batallas de “El Eternauta”, está efectivamente en lo cierto. Pobres individuos, finalmente, privados de su voluntad, que no tienen otra posibilidad que recorrer el carril de su destino que “los manos” extranjeros les han diseñado. Sólo que estos “manos” modernos son bastante menos extranjeros, y menos aún productos de comics.
Insistiremos hasta el hastío del cansancio que hablamos de productos sociales y que ninguna institución de nuestra “comunidad organizada” podrá mirar hacia otro lado cuando de responsabilidad se trata.
¿Una sociedad que sigue siendo condescendiente con los distintos disfraces de la educación golpeadora, puede alegar sorpresa?
¿Si el abuso sexual infantil y el maltrato hacia la niñez son delitos cuya tasa de ocurrencia no desciende pese a los claro intentos sectoriales de visibilizarlos, es posible mirar hacia otro lado?
También es cierto que este mismo escrito surge del seno de esta cuestionada sociedad sin que presumamos por ello de almas bellas. Mas bien sostenemos que el pensamiento implicado es una de las herramientas más efectivas contra cualquier tipo de violencias, las propias y las ajenas.
Las violencias son portadoras de lógicas desentrañables cuando se pone entre signos de preguntas el status social. La inequidad social no explica todo. Las dinámicas familiares y sociales completan y por eso los defensores de la tradición y las familias “bien constituidas” corren a proponer como solución la causa.
No casualmente “El Eternauta” ofrece como final el comienzo. No casualmente Oesterheld desaparece cuando se intenta aniquilar el pensamiento.
Pero esto pretende ser apenas un esbozo de pensamiento…con final abierto.

* Psicólogo

Pompei Marcelo/ Informe Juventud y aturdimiento

Tres respuestas al vacio
Por Marcelo Pompei*


(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: F. Bacon

A pesar de su posible afectación poética, voy usar la palabra vacio; creo que reúne las realidades del dolor, de la necesidad y la insatisfacción. No encuentro otra. Toda existencia humana, en algún momento, constata un vacio. Su vacio. Esto es ineludible. Llegado a un punto no hay nada donde se suponía que había todo, o algo. Conscientemente se lo ve o inconscientemente se hace sentir, de una u otra manera el hueco tenebroso se presenta, lo mismo que la urgencia por colmarlo como sea. Esta angustia apremiante obliga a unos movimientos y respuestas sanadoras o analgésicas. Abundan las promesas de sanación bajo receta farmacéutica y las pastorales autoayudas; el mercado de analgésicos y anestésicos es abundante y variado. Su riqueza y falsa eficacia es incuestionable. El consumo compulsivo consumado o el simple deseo constante de cualquier cosa se presentan como su evidencia psíquica, la insatisfacción ansiosa. Y al contrario rara vez se aprovechan las posibilidades ofrecidas por el vacio. Estas posibilidades no existen de antemano, se provocan con impulsos de antagonista. Erótica prometeica.
Sin embargo no son pocas las respuestas y las alternativas disponibles en el filo del remolino. Las vamos adquiriendo por educación, aprendizaje, costumbre, imitación o inercia de sonámbulo. Son conductas de góndola, no conquistadas. Voy a proponer tres; no me es ajena ninguna. Entiendo que dentro de cada una de estas reacciones hay matices e inflexiones –en dónde no lo hay-, pero opté por proponer formas más pronunciadas para que resalten por contraste, y por beneficio de la elocuencia.

1.

Así suele suceder que, en el plano de la intimidad, se elija el padecimiento y la consecuente dramatización autocompasiva de la existencia. No es raro ver allí cómo la existencia se trasforma en una enfermedad autoinmune de largo plazo. En su manifestación actual el lamento, o las exhibiciones emocionales en general, son la serenata, ya no bajo, sino dentro de ventanas provistas por recursos informáticos. Se reduce a mera publicación o lástima impúdica. La recompensa recibida es una vibración de baja intensidad; el intercambio de dramas es interminable y pobre. Vida de reclusión cerebral traducida en bytes de emoción y una elevada inversión de tiempo para la poca experiencia material que logra consolidarse. Millones islotes psíquicos conectados por servicios de mensajería. Un abuso en el ahorro de fuerzas físicas y un aumento de actividad cerebral superficial. Se la protagoniza como martirio agónico o juegos de placeres débiles donde la presencia queda eliminada inaugurando un nuevo ascetismo sin rigores. Realidad sin densidad. Aquí la desdicha es un acto coquetería anímica lanzada como pregón a una infinita oscuridad habitada por ausencias. Los dramas se viven y resuelven en el modo sedentario. Hablando en jerga informática podría decirse que la vida se inicia en el modo a prueba de fallos; un uso mínimo e indispensable de procesos para no exigirle al sistema más que lo necesario. En los intrincados corredores de información digital se establecen contactos humanos desde la más extrema soledad y arrinconamiento en el interior de redes sociales donde alguien es nadie y todos somos ninguno. Paradoja que crea contactos sin carne y remedos de identidad. Conclusión cartesiana hecha realidad, ya no más una certeza ontológica sobre el papel. El material especulativo del filósofo ha cobrado vida, la conciencia se contenta con saber sólo de sí y se independiza del cuerpo, que comienza a vivir una vida independiente y parásita. La res extensa va cayendo en un olvido parapléjico. En el lujo de la antimateria el drama y la comedia pierden peso, sustancia y acto. Teatralidad plana y estándar. Sólo unas líneas de texto seguidas por otras, un reguero frágil y abreviado que no promete ningún anegamiento. Luego, hacia fuera, cuando toca salir, el otro se transforma en una cuestión difícil de resolver: transpira, se mueve, respira, habla, exige, desea, intenta, detesta, besa o pega…. Su rostro tiene un rictus que desconozco ni sé interpretar. Su presencia también son aromas…. Las dificultades de manipular una mano o sostener la mirada, trabar una conversación, responder a un gesto, podrían ocasionar una debacle en la motricidad compartida. Todo esto es materia pesada. Una incógnita. La carne reclama carne. Los amigos, las novias, cualquier vecino u otros desconocidos por la calle habitan en las conciencias como problemas apremiantes mal resueltos. Objetos indescifrables y peligrosos vividos como ataques de pánico. La solución se encuentra en un escape al nicho protector. Los antiguos códigos morales de donde se deducía la culpa, el afecto y todos los sentimientos que unen a la complicada comunión social se van diluyendo de a poco en códigos mínimos, traducidos a una iconografía candorosa y pobre. Bobalicona. Nietszche pudo alzarse contra aquellos valores por la resistencia que ofrecían, por sus consecuencias en su presente y por la gravedad con la que habían decantado en una forma de civilización o en la peste de su propia cultura; civilización y cultura agarrotada en su cuerpo y su pensamiento. Pudo hacer su genealogía, prometer su transvaloración y anticipar el superhombre. La reducción icónica, uniformada y repetitiva, de muecas, aprobaciones o desaprobaciones, y estados de ánimo en serie, no ofrecen resistencia; pensar su transvaloración sería idiota. Recomiendo el cuento de James Ballard, Unidad de cuidados intensivos, recopilado en una selección de cuentos llamada Mitos del futuro próximo. Allí un médico opera a distancia a su enfermo mediante comandos complejos y circuitos cerrados de televisión… “una sensibilidad en la punta de los dedos que era el equivalente moderno de las habilidades operatorias del cirujano clásico”. Otro breve pasaje: “De niño me había criado en la escuela del hospital, ahorrándome así todos los peligros psicológicos de una vida familiar físicamente íntima (para no mencionar los riesgos, estéticos y no estéticos, de una compartida higiene doméstica)

2.

En el extremo opuesto a lo dicho en el párrafo anterior, los detractores del presente tecnológico suelen optar por opiniones o placebos defensivos para el rápido amurallamiento y distanciamiento ético del mundo de los pecadores y equivocados. Estos son la casi totalidad de sus contemporáneos ciegos, entregados y obedientes a los mensajes del genio maligno de su época: la técnica devenida en tecnología envuelta en una palabra maldita que no se cansan de condenar: la pantalla. Su batalla no es política ni ideológica y, si lo es, lo es en el modo de Savonarola. Es moral. Sacerdotes de la pureza. Para mitigar ardores intelectuales o morales apelan a la pedantería mal informada. Sus conocimientos de las complejidades tecnológicas sobre la que nos advierten son nulos. Su somnolienta pereza para estudiar y entender es disfrazada de anuncios espantosos. Sus herramientas y coartadas discursivas abarcan un espectro bien pensado que facilitan la absorción de cualquier crítica que se les pueda oponer… Unas convicciones fáciles de defender. Unas víctimas inventadas para satisfacción de vanidosos instintos heroicos. Discursos de molde. Soluciones de instructivo. Hazañas sin sorpresa y mucha prensa; la industria editorial no los desprecia. El señalamiento de enemigos pueriles, compuestos de masa tecnológica sin voluntad, con múltiples prestaciones y muchos botones, teclas y pulsadores (sé que es trivial decirlo pero uno de ellos, y habría que señalárselos, es el interruptor de encendido y apagado, al que insisten en no querer ver y cuya función instala un significado y sella una realidad: el hombre aún gobierna la máquina. Aunque cabe reconocer también que muchos interruptores distan muy lejos de nuestros dedos.) Presumen enfermizas amenazas conspirativas hacia objetivos poco atractivos, esto es, cada uno de nosotros en nuestra intimidad sin aventura ni objetivos. Formulan hipótesis de conflicto donde el hombre es el predador y la naturaleza una doncella ofrecida en sacrificio a alguna deidad del mercado de consumo. Ceremonias vegetarianas y un canto bucólico a favor de la vuelta a los pagos. El culto ritual de la vida sana porque sí. Repetición de eslóganes proporcionados por los últimos éxitos del mundillo filosófico que relame los azucares de la biopolítica. Con enojo, denuncia, indignación e impugnaciones de living-comedor hacen sonar las alarmas como género literario, y al final, amonestan. Todo condensado y envuelto en el aliento pesado de una amargura militante.
Recursos discusivos agazapados frente al Mal y nostalgias de un paraíso perdido, fraguado en el propio aturdimiento, para evitar someter al pensamiento a las tensiones de lo ambiguo y de lo contradictorio que componen la realidad, y en particular la realidad política y tecnológica. Su estrategia es hacer ver fácil lo difícil, y sus soluciones quedan aposentadas en el papel y babean en la boca del conferenciante. Lujurias ilustradas de los que no deben tomar decisiones frente a las disyuntivas. Todo conflicto es polar o múltiple, pero su solución es la adhesión a alguno de los polos, por lo general el más fácil, el reaccionario, o el tradicional e inútil escape utópico. Al reaccionario cultivado le alcanza con hacer memoria de lo quiere que haya existido e intentar proyectarlo hacia el futuro, lo contrario es informase, conocer, estudiar, inventar, investigar, corregir y solucionar lo que se avecina. Si nos preocupa el presente no es por lo que hemos perdido o por lo que ya no somos, sino porque no sabemos cómo será mañana ni cómo será el mundo donde vamos estar parados. Al reaccionario cultivado le basta con una colección de mitos regulativos y normativos que transforman en programa. La ontología del presente no incluye ofenderse por lo que pasa.
El mundo presente, los vaivenes económicos, políticos e incluso el de los fenómenos naturales, son demasiado reales y complejos para entregarse a los fraudes de la imaginación y el consuelo. Las aporías en las que cae el pensamiento, y que Platón no tuvo vergüenza de presentar, ellos las intentan eliminar con la tozudez de los necios. Una de las nuestras es real y material, no lógica ni especulativa, el hombre no puede desandar el camino y retomar un humanismo a la luz de vela, no puede deshacerse de aquello que lo trasforma en una nueva modalidad de lo humano. No somos aquellos ni somos los mismos. El hombre de Pico della Mirandola es un ancestro no un modelo.

3.

Una tercera posibilidad frente al vacio se refiere ya no una forma de vida cotidiana, ni a una forma del pensamiento y la crítica, sino a una conducta: la violencia. Esta puede ser entendida como la forma de expresión más común y más humana del vacio y de respuesta contra el vacio. La más interesante de pensar por su intensidad y realidad. No me refiero a las formas de violencia meditadas, programadas, elaboradas según un plan y una finalidad, el crimen o la guerra, sino a las formas de violencia minúscula, individual y privada. La violencia manifestada como espasmos defensivos o rutinas de agresividad gratuita para gratificación de algún complejo mal resuelto y apremiante. Forma de salida inmediata y regenerativa del trasfondo humano, demasiado contenido y educado. Mortificado. Qué niño no desea ver sangrar, por su propia mano, la nariz del compañerito de banco o quebrado un sanitario luego de salir del coma pedagógico al que fue y seguirá siendo sometido durante noventa minutos en un pupitre ortopédico durante doce años de escolaridad obligada. Qué adulto se reprime de echar mano del salvífico sueño alcohólico, de lamer una pepa estroboscópica en una monótonorave, de un revolcón estilo violación, de masticarse un cuarto de libra de Xanax, de hacerse moler a trompadas en una esquina por no sabe bien por qué, de hacer la danza de la Mastercard sobre un terroncito de cocaína, luego de ochos horas, mínimo, de “si señores” a führes de felpa semianalfabetos o de juntar cartón podrido en un carrito de media tonelada o de no hacer absolutamente nada durante veinticuatro horas como una reacción al aburrimiento catatónico. Violencias íntimas, secretas y redentoras de las que nadie está exento; sus formas, su intensidad y consecuencias son múltiples. Quien niegue sus fantasías violentas es un farsante. Quien no vea su entrega diaria, pasiva o activa, a un mínimo porcentaje de violencia le picó el bichito tibetano. El de la violencia es el espejo en donde se refleja el ser humano completo.
En esto la dificultad está en encontrar un sentido o un significado de esa violencia; su dinámica profunda. Algo que el esfuerzo reflexivo haga inteligible. Unos hallazgos que la explique según una cadena de causas y efectos. Entre este pensamiento y la manifestación real de la violencia suele abrirse una brecha, como la que hay entre el capricho y la verdadera necesidad. Lo cual no invalidada el intento de pensar rumiando respuestas incompletas o descripciones sin veredictos ni diagnósticos definitivos. Pero tampoco elimina la posibilidad del sermoneo, el de una ética asustada, el asco apostólico o una sociología de púlpito. Queda la literatura o la búsqueda filosófica desapasionada, estudiosa y atenta. Hobbes, como otros y por citar un caso, hizo inherente a su naturaleza los arrebatos violentos del hombre. El Leviatán comienza con la naturaleza del hombre para desembocar en el artificio del Estado. No desechó la violencia como dato primario. La constató como realidad sin buscar su significado más allá de sus manifestaciones y de inmediato dio el salto a lo político, al pacto y la negociación. Encerró la plataforma de la existencia humana en un círculo de miedo y violencia que la política debería abrir y reencauzar. Su elaboración filosófico-política se inicia y encuentra justificación en este punto de partida. Los hombres se matan entre sí y por eso mismo se temen. La violencia y el miedo no desaparecen, no es posible, se administran. Y los modos de la administración política fue lo que lo preocupó y alimentó al Leviatán.
Son varios los tópicos iniciales del pensamiento filosófico, el de las pasiones humanas es uno de ellos y, quizás el más complejo. Las soluciones ofrecidas abarcan un arco muy amplio. Hay escuelas y ascetismos de toda índole. Cómo actuamos o reaccionamos con lo que nos pasa o hacemos, qué hacemos con las consecuencias de nuestros actos motivados por emociones. Platónicos, estoicos, aristotélicos, epicúreos, cristianos, cínicos, atomistas, la industria farmacéutica, la religiosidad balsámica, los credos oscuros, el sectarismos, la sociología de consorcio, la expiación sacrificial, la informática, la ciencias duras y las ciencias marginales, el urbanismo ecológico y el urbanismo de acero y concreto, la especulación financiera, los automóviles y la pornografía de alta gama, la robótica y el sex shop, la pornosofía de voyeristas académicos, las expediciones al Dalai Lama o el budismo tibetano de Thames, entre Nicaragua y Soler; respuesta, recetas, diagnósticos, consejos, planes, talleres, y yo y él y ella y todos seguimos asustados, nerviosos y solos.
Ensayé tres posibles respuestas que creo ver para eso que llamé vacio, el cero doloroso de la existencia: la insularidad autocompasiva, el despecho docto y atávico, la eyección violenta. Estos modos no distinguen tres grupos diferenciados, sino que nos ilustran a cada uno en nuestra simultánea variedad de contradictorias réplicas.

*Pompei, Marcelo (docente Facultad de Ciencias Sociales, UBA)

Hazaki César/ Informe Juventud y aturdimiento

La cultura adolescente de los Bad Boys y los Fondos Buitres

por César Hazaki *

Ilustración: F. Bacon
“En la actualidad el vaciamiento de la subjetividad deviene de un imaginario social donde sólo existe la libertad de tener y el poder de dominar. Su resultado es que no potencia la capacidad de elegir ya que, no sólo limita a la mitad de la población que vive en la pobreza, sino que restringe la libertad al banalizar su potencia”.
Enrique Carpintero

El poder da impunidad

En momentos nuevamente álgidos por el debate acerca del pago de la deuda externa, trataremos de rastrear algunos aspectos de los condimentos de tan explosivo problema. Conocimos los fondos buitres en todo su esplendor en los noventa cuando se lanzaron sobre las economías emergentes, eufemismo que habla de los países sometidos a las disposiciones de las grandes empresas multinacionales y el imperialismo a través del Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y demás organismos que prepararon el desembarco, con sus consejos, presiones y técnicos, de la “ocupación financiera”.
Los Fondos Buitres, como su nombre lo indica, aprovechan la debilidad de una empresa comprando sus deudas y, a través de ellas, las empujan hacia el peligro de muerte. Es ese el momento preciso para hacerse propietario de la misma con el menor costo y esfuerzo posible. No es difícil establecer relaciones entre la riqueza y la sexualidad. El diccionario de la Real Academia Española define a la codicia como: “Afán excesivo por las riquezas/apetito sexual”.
Capitalismo salvaje, bonos basura, fondos buitres fueron formas habituales de denominación de las acciones más recalcitrantes de la concentración monopólica. Sobre ellos se imprime una categoría apreciada: “Libertad” sólo que le agrega una palabrita mágica: “Mercado”. Así libertad de mercado es la vía por la que los fondos buitres y el capitalismo forman parte del pragmatismo ramplón para justificar la lógica que da la expropiación global, la que permite lanzar burbujas financieras para recoger fastuosas ganancias y empobrecer, una y otra vez, a los pueblos del mundo. “El poder da impunidad”, la frase de Yabrán ilumina en estas pampas el modelo de apretar, ahogar y devorar empresas, de alguna forma podemos decir que dejó en ella un modelo a seguir.

Fondos Buitres y su modelo para exportar

Los Fondos Buitres requirieron gente entrenada y endurecida en la guerra económica para lograr la destrucción y sometimiento de empresas. En general reclutan gente joven de las universidades más conspicuas entrenándola en el tema. No hay más que recordar la película Wall Street y el entrenamiento de Michael Douglas sobre el joven para que aprenda a delinquir en la bolsa de valores.
Esos jóvenes fueron los conocidos yuppies, contracara del modelo hippie de los años sesenta, que marcaron con sello de identidad el placer por ganar dinero, la ostentación y el consumo. Fueron el paradigma que el imperialismo mostró como ideal para la juventud de los ochenta. El joven narcisista, exitoso, consumidor de todo tipo de exclusivos bienes y estrechamente asociado a la cocaína. Lo que se dice un modelo para exportar que tiene al doctor Johnson como el Dale Carnegie del momento. Ya no se trata de ganar amigos, sino de seguir su indicación: El hombre debe dedicarse a ganar dinero dado que es una actividad recomendable y placentera. Frase que parece sacada de un libro de autoayuda del capitalismo para expandirla por vía mediática a todo el globo. Bourdieu da cuenta qué se propone detrás de todo esto: “Las relaciones objetivas de poder tienden a reproducirse en las relaciones de poder simbólico. En la lucha simbólica por la producción del sentido común o, más precisamente, por el monopolio de la nominación legítima, los agentes empeñan el capital simbólico que adquirieron en las luchas anteriores y que puede ser jurídicamente garantizada”1.
Vemos así cómo: “los sectores dominantes utilizan su “capital simbólico” para nombrar las identidades colectivas que permiten mantener las formas de dominación en que ese poder se perpetúa”2.

Los Chicos Malos

Han salido a la luz algunas cuestiones que hacen a las formas de relación entre los jóvenes de clase alta en sus diversiones de fin de semana, en especial en countrys -de las que poco suele conocerse dado que se mantienen dentro del espacio cerrado de los mismos-, los lugares de diversión nocturna y zonas de veraneo. Como suele ocurrir son las crónicas policiales, al mejor estilo de la siempre vigente novela negra, las que pueden mostrarnos los indicios para analizar los hechos. Nos referimos a asesinatos en riña y otros modos de pelea los cuales adquieren formas sorprendentes para aquéllos que creen que el bienestar y la riqueza alejan a los jóvenes de las clases acomodadas de la violencia y el sadismo. Estos hechos en su esencia no son producto de la xenofobia, ni de la diferencia de clase, sino que forman parte de una serie de acciones que toman a la diversión al modo de una ordalía que se realiza cada sábado.
Los crímenes del poder hacia la juventud son más que conocidos en Argentina y los mismos se fueron deslizando desde el terrorismo de estado, a las jóvenes como María Soledad, la reciente desaparición de Luciano Arruga y los ejecutados por el “gatillo fácil” de las distintas policías del país. En todos estos ejemplos es el poder, en sus distintas formas, el que se constituye en amo y señor de las vidas y muerte de los jóvenes.
Los casos que estamos tratando de entender son diferentes por la misma razón que antes mencionamos: se da entre personas que pertenecen a un mismo grupo y no parece haber ningún intento de apoderamiento del espacio físico -como es el caso de barras de barrio- ni interés económico de por medio. Entonces, ¿por qué ocurren? ¿Qué expresan?
Vale la pena intentar algunas ideas: los jóvenes son parte de una sociedad que les da modelos y propuestas. Dado que no existe una sola forma de ser adolescente, tenemos que ir comprendiendo que estas conductas y estos grupos no surgen de la nada y poco parecen tener que ver con el nivel educativo y económico que poseen. Cabe aclarar que hablamos de estas situaciones a sabiendas de que hechos violentos en las clases altas han ocurrido siempre y que seguirán ocurriendo. Lo que cambia, en los casos que nos ocupan, es que nos pueden ir indicando hacia dónde están preparando las clases dominantes, con qué ejemplos, con qué cosas permitidas, cuáles prohibidas, modelos a imitar, etc., a sus hijos.

Duro y cruel

Son jóvenes que pueden llevar una pelea hasta el aniquilamiento del otro, que no tienen códigos de pelea sino que buscan armar celadas para que la o las víctimas siempre sean elegidas siendo menos y con pocas posibilidades de defenderse. Una vez logrado esto la posibilidad de muerte del rival no los detiene sino que parece actuar como un acicate.
Cabe preguntarse entonces cuáles serán los destinos de estos muchachos, para qué se están preparando, casi sin saberlo, y qué les pedirá la sociedad el día de mañana. Podemos decir que son hijos de Yabrán dado que creen en la impunidad de su propio poder y lo refuerzan buscando rivales más pequeños en número para triunfar en sus raids nocturnos de fin de semana, en esta especie de “deporte extremo”. A diferencia de los violentos solitarios, estos otros andan en grupo y, es más, necesitan estar juntos para realizar estas acciones. Adrenalina pura conseguida con energizantes -parece una terrible ironía el nombre de estas bebidas-, alcohol y éxtasis. Otros como parte del mismo tipo de acciones han salido en 4x4 para disparar con armas de fuego a los pobres.
Toda esta forma de goce extremo y ritualizado no es conveniente, para el poder, que se exprese tan “en vivo y en directo” por sus propios hijos. Dado que se trata de convencer a la sociedad de lo contrario, esto es, que la violencia, el asesinato y demás delitos son sólo asuntos de los pobres hacinados en las villas, de jóvenes marginales, de los piqueteros duros, de bandas de narcos, de la mafia china, etc. Puestos así los Bad Boys, en blanco sobre negro, a los ricos se les rompe el espejo ideológico con el que aspiran y necesitan que la sociedad los vea e idealice.
No hay duda que tales “diversiones” ponen de manifiesto, de arriba hacia abajo, el sadismo que recorre la sociedad capitalista en la que vivimos. Aquí se muestra esa subjetividad hecha de desechos, de restos amorfos de la anterior, como dice Silvia Bleichmar3, preparada en las clases altas para expandir el modelo del sálvese quien pueda y que propugna jóvenes endurecidos para trabajar como los fondos buitres, agregamos nosotros.
No se trata de temer a los “Chicos Malos” y declararlos peligrosos para la sociedad sino de lo inverso: ver en ellos el entrenamiento adaptativo en el sadismo y la crueldad para que luego, ya adultos, lo apliquen en sus lugares de mando.
Notas

1 Bourdieu, Pierre, Cosas Dichas, Editorial Gedisa, Barcelona, 1993.
2 Carpintero, Enrique, Topía Revista, Nº 46, abril de 2006.
3 Bleichmar, Silvia, Topía Revista, número 46, abril de 2006.