29 octubre 2009

A treinta años de un debate que hizo historia/ Ulises Gorini

Cultura, ética y política
A treinta años de un debate que hizo historia

Por Ulises Gorini*

(para La Tecl@ Eñe)

Todo empezó en Atenas. Los demócratas acababan de triunfar sobre los Treinta Tiranos y, para sorpresa de estos últimos, los vencedores anunciaron el perdón a sus enemigos. Fue en el año 403 A.C. y se conoce como la primera amnistía.
Desde entonces hasta avanzado el siglo XX, el olvido de los eventuales crímenes cometidos en el marco de las luchas políticas y la consiguiente neutralización de la justicia acumuló una larga tradición, en la cual adquirió un marcado signo de progresividad.
La Argentina no solo no era una excepción a esta regla, sino que había aportado una larga saga de amnistías que, por lo general, sucedían luego de enfrentamientos políticos agudos, levantamientos armados, dictaduras y otros acontecimientos en los que la violencia se manifestaba con particular intensidad.
Pero a finales de esta centuria, un grupo de mujeres con pañuelos blancos sobre sus cabezas contribuyeron decisivamente a producir un cambio cultural, político, ético e ideológico fundamental en la historia de la humanidad.
En 1979, una delegación de Madres de Plaza de Mayo viajó a Brasil para participar de un encuentro con otros movimientos y organismos de derechos humanos del continente. La idea de la reunión era compartir experiencias, discutir políticas y, en lo posible, coordinar acciones conjuntas frente a problemas comunes: la represión, los asesinatos, la desaparición de personas. Al igual que la Argentina, Brasil estaba gobernado por una dictadura, pero mientras todavía la Junta Militar local se mostraba muy fuerte, en el país hermano el gobierno de Joao Figueiredo empezaba a flaquear bajo la presión de dos consignas que abrirían paso a un proceso de democratización: el llamado a elecciones y la aprobación de una amnistía. Ambas eran consignas del movimiento de resistencia.
¿Amnistía? Al escuchar ese reclamo de los movimientos de derechos humanos del Brasil, las Madres no salían de su asombro. Se preguntaban cómo era posible que un movimiento de resistencia planteara el reclamo de una medida que no sólo liberaría a los detenidos del movimiento popular y revolucionario y que permitiría el regreso de miles de militantes que habían escapado a las garras de la represión, sino que, al mismo tiempo, dejaría impune a los criminales de lesa humanidad que habían ejercido esa represión.
Para el movimiento popular brasileño, al menos para la mayoría de sus componentes, la consigna no presentaba discusión alguna; es más, se correspondía con la tradición de las luchas populares que, al término de ciertos períodos de represión y al comienzo de procesos de transición, reclamaban la ampliación de las libertades civiles. Esa misma era la tradición de todos los movimientos populares y revolucionario de América Latina y el mundo; la amnistía figuraba en todos los reclamos de la izquierda latinoamericana. Pero no era el caso de las Madres.
Esas mujeres del pañuelo blanco, cuya imagen empezaba a conocerse en todo el mundo, hasta el punto de que en pocos meses más –a principios de 1980- serían candidateadas al Premio Nóbel de la Paz mantenían una relación compleja con las tradiciones del movimiento popular de la Argentina y del resto del mundo. En este punto concreto, pensaban que la amnistía no era una consigna del campo popular sino una necesidad del enemigo para garantizar la impunidad de sus crímenes.
En aquella oportunidad, en Brasil, el debate fue muy duro y no pudo saldarse. La mayoría de los participantes se fueron del encuentro con la misma opinión con la que habían llegado. Pero se había sembrado una semilla.
En ese mismo año de 1979, el dictador Figueiredo dictó una amnistía, limitada y amañada, pero celebrada por la mayoría de los sectores populares del Brasil como una conquista arrancada al régimen. Treinta años después de aquella ley de perdón y de otras leyes que se dictaron posteriormente, la mayoría del movimiento popular del Brasil, en especial los vinculados a los derechos humanos, tiene que luchar y lo está haciendo contra aquella trama jurídica que cristalizaba la impunidad. ¿Qué y por qué cambio?
Desde 1979, las Madres sostuvieron que la libertad de los militantes populares no podía sostenerse como moneda de cambio de la libertad de los criminales de lesa humanidad que habían encarnado dictaduras a lo largo y ancho de América Latina. La libertad de esos militantes debía sostenerse en el debate ideológico y político que demostrara la legitimidad de sus luchas. Y en razón de esa misma legitimidad no podía ponerse en la misma balanza las acciones de los militantes populares y los crímenes de los que detentaron el poder a contrapelo de la soberanía popular y la democracia. La aspiración a la libertad de los compañeros, aún en condiciones de una correlación de fuerza desfavorable para el campo popular, no podía ser materia de una negociación que garantizara impunidad para los represores. Ética y política sellaban un pacto indisoluble.
En el transcurso de los últimos 30 años, las Madres ganaron ese debate. Hoy la amnistía se ha convertido en una mala palabra en Brasil, en Chile, en Uruguay como en la Argentina y otros tantos países. Un documento de las Naciones Unidas que hace una evaluación de las condiciones de impunidad en el planeta reconoce en aquella postura de las Madres un punto de inflexión en la historia de la humanidad.
La posición de las Madres era solitaria no sólo en América latina sino también en la Argentina, pero con el paso del tiempo y la lucha, comenzó a convertirse en hegemónica. Sólo unos pocos, dentro del campo popular, defendieron las amnistías y muchos menos los indultos que canjeaban la libertad de Videla y Massera por la de dirigentes Montoneros, aún a pesar de la aceptación de esos indultos por parte de Firmenich y otros. Incluso algunos años después de esos acontecimientos, cuando en plena década infame, la del menemato, miles de militantes populares se encontraban procesados por diversas acciones de lucha que pretendían ser encuadradas por la justicia del régimen en el código penal, se abrió una interesante discusión en la Central de Trabajadores Argentinos: ¿había que pedir o exigir una amnistía, una suerte de perdón para evitar que los militantes populares terminaran en la cárcel o había que exigir su desprocesamiento fundado en que las acciones protagonizadas por esos militantes no podían tipificar nunca un delito, porque cuando se cortaba una calle o una ruta no se estaba violando la seguridad pública sino que se ejercía el derecho de peticionar ante las autoridades, sin más recurso que ese? Como resultado del debate, se concluyó en exigir el desprocesamiento y rechazar cualquier tipo de amnistía. La amnistía comenzaba a ser así una mala palabra.
El cambio cultural que ha implicado aquella inicial postura de las Madres de Plaza de Mayo es fabulosamente impactante: ha empezado a cambiar la cultura política –en su más amplia acepción, que no sólo incluye las prácticas políticas profesionales, sino las representaciones y creencias de los sectores populares en general-, estableciendo lazos firmes entre política y ética. Y su impacto ha ocurrido en nuestro país y también en el resto del mundo. Una seña positiva que los argentinos hemos aportado a la cultura universal: la de esa universalización de los valores humanos que no tiene nada que ver con la globalización capitalista.
*Historiador y Director de Acción Cooperativa

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