29 octubre 2009

Modelos socioculturales del poder VIII/ Identidades Estalladas/ Enrique Carpintero


Modelos socioculturales del poder VIII

Identidades estalladas

Por Enrique Carpintero

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Carlos Alonso

Como afirmábamos en anteriores artículos el poder no se agota en los aparatos de funcionamiento del Estado, los partidos políticos y los grupos económicos sino fundamentalmente se encuentra en cómo se relacionan los sujetos en la sociedad. En este sentido la fortaleza del poder no está solamente afuera ya que también la encontramos en nosotros mismos organizando nuestra subjetividad en identidades adecuadas a las formas que imponen las clases dominantes.

Acerca de la ética. Se conoce obrando y se obra conociendo de manera que conocer es hacer y hacer es conocer. En este hacer se pone en juego lo que plantea la ética: hacernos responsables de nuestros actos. Por ello no hay ética más que con los otros.
La ética de Spinoza no responde a la pregunta ¿qué debo hacer? o, ¿qué pasará si no hago lo que debo? No es el “deber ser” la palabra de la ética de Spinoza sino una ética materialista del “poder ser”. Obrar éticamente consiste en desarrollar el poder del sujeto y no en seguir un deber dictado desde el exterior. El ser de Spinoza es poder y potencia, no deber. La cual se realiza a través del conocimiento de las propias pasiones para realizar una utilización de éstas que las conviertan de pasiones tristes (el odio, el egoísmo, la violencia, etc.) en pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.). De esta manera el objetivo de la liberación ética es pasar de las pasiones tristes a las pasiones alegres.

Para Spinoza necesidad y libertad no son contrarias. Lo contrario de necesidad es accidente, el de libertad, sometimiento. Por ello trata de resolver los interrogantes de la condición humana y su sometimiento al poder: ¿Por qué el ser humano lucha por su servidumbre como si lo hiciera por su salvación? ¿Por qué escucha más a los que lo envilecen, engañan y lo llenan de ideas falsas que a quienes aspiran a independizarlo?

La idea de libertad tal como es reconocida por el sujeto es una creencia imaginaria. Para Spinoza la creencia en la libertad de la voluntad proviene del hecho de que el sujeto tiene conciencia de que realiza acciones de acuerdo a su deseo, pero en realidad lo que ocurre es que ignora las causas que lo llevaron a realizar dichas acciones. Por ello la libertad del sujeto esta en conocer las razones de su acción para hacerse responsable de sus actos. En este sentido el sujeto es libre cuando se apropia de su capacidad de obrar. Es decir, cuando está determinado por ideas adecuadas que derivan en afectos activos. La libertad está vinculada a la potencia de ser y a lo que de ella se deriva: la alegría de lo necesario. No es la voluntad y lo que la regula socialmente. En este sentido la identidad en Spinoza es la identidad de lo posible y lo necesario. Es la identidad de la potencia de ser.

En la actualidad el vaciamiento de la subjetividad deviene de un imaginario social donde sólo existe la libertad de tener y el poder de dominar. Su resultado es que no potencia la capacidad de elegir ya que, no sólo la limita a la población que vive en la pobreza, sino que restringe la libertad al banalizar su potencia. Las características del actual capitalismo mundializado es saber adecuarse a lo más primario de la subjetividad de todo sujeto: su egoísmo y su crueldad. Es decir, la afirmación de una identidad que se alimenta del odio y vive del miedo. Estas circunstancias no son un defecto que al poder le interese corregir, por el contrario, son las condiciones necesarias para que se siga reproduciendo su sistema de dominación.

El vaciamiento de la subjetividad. La identidad es un permanente proceso de construcción y reconstrucción que depende de una subjetividad creada en la relación con los otros en el interior de una cultura. El proceso de mundialización capitalista ha llevado que estallen las identidades individuales y colectivas características de gran parte del siglo XX. La reorganización de la esfera estatal y económica que comienza a mediados de los setenta y se desarrolla, particularmente en la Argentina, durante la dictadura militar para afianzarse en los noventa, realizó un inmenso trabajo político tendiente a ejecutar un programa de destrucción metódica de los colectivos sociales capaces de cuestionar la lógica del mercado capitalista. Su resultado es que la cultura ha dejado de ser un espacio-soporte libidinal y simbólico generando una subjetividad donde predomina lo negativo: la sensación de vacío, la nada, en definitiva la violencia destructiva y autodestructiva. El individuo solo, aislado y sin poder, debe encontrar la forma de sobrevivir. Este vaciamiento de la subjetividad ha generado una sociedad fragmentada desde el punto de vista de sus modos de vida y su sociabilidad cuestionada parcialmente por diferentes sectores sociales que en la lucha encuentran formas de hacer comunidad.

Es en el espacio urbano, quizás debido a la gran concentración de sus habitantes, donde se muestra espacialmente lo que se inscribe en la subjetividad de aquellos que lo habitan. De esta manera encontramos formas de vida antitéticas y de conexiones complejas donde el miedo se constituye en un ordenador social. Por un lado, sectores de altos ingresos en barrios cerrados y edificios vigilados y, por otro, la segregación de los pobres en asentamientos y villas miserias. En el medio aparecen zonas intermedias entre ricos y pobres caracterizadas por la privatización cuyo eje de socialización son los shopping. Es decir, mientras se produce un avance de los espacios residenciales con la construcción de viviendas para sectores de alto poder adquisitivo encontramos el aislamiento de los pobres que se vincula a la escasa posibilidad de integrarse al mercado laboral ya que cuando lo hacen sólo pueden conseguir trabajos precarizados y en “negro”. También debemos señalar el deterioro de los servicios públicos, en especial la educación y la salud, en beneficio de empresas privadas. Esto determina que en la actualidad, con diferentes políticas económicas, continúa el modelo neoliberal de representación social de dominación al reforzar la exclusión social y el aislamiento de los pobres.

En este sentido, como plantea Pierre Bourdieu:

Las relaciones objetivas de poder tienden a reproducirse en las relaciones de poder simbólico. En la lucha simbólica por la producción del sentido común o, más precisamente, por el monopolio de la nominación legítima, los agentes empeñan el capital simbólico que adquirieron en las luchas anteriores y que puede ser jurídicamente garantizado.

De esta manera, los sectores dominantes utilizan su “capital simbólico” para nombrar las identidades colectivas que permiten mantener las formas de dominación en que ese poder se perpetúa. Es en el discurso mediático donde encontramos la denominación de una subjetividad construida en la ruptura del lazo social: la “gente” y los pobres. Todos son “gente” mientras puedan mantener cierto poder adquisitivo. La “gente” son los que consumen. Por supuesto, hay “gente” más importante que otra. Estos son aquellos que, desde un nuevo phatos subjetivo, hacen un culto del individualismo exhibiendo su fortuna como paradigma de una supuesta felicidad familiar. En este mundo privado, hecho público a través de los medios de comunicación, los pobres son arrojados hacia el desarraigo, la confusión y las márgenes de la sociedad. La visibilidad de la “gente”, transmitida como modelo identificatorio para el conjunto de la sociedad, tiene que sostenerse en la invisibilidad de los pobres. Ellos no deben molestar, por el contrario, tienen que padecer en silencio la precariedad de sus condiciones de vida. Es así como la preocupación por la pobreza tiene características autoritarias asociadas a mantener la seguridad y la libre circulación.

En este sentido los noventa finalizaron en relación a los sectores políticos que gobernaban el país pero, con diferentes variantes, continúan en la actualidad en el imaginario social de dominación. Por ello las luchas políticas, sociales y culturales que llevan adelante las nuevas formas en que aparecen las identidades de clase, de género y generación deben tener en cuenta lo que sostiene Bourdieu:

Para cambiar el mundo, es necesario cambiar las maneras de hacer el mundo, es decir la visión del mundo y las operaciones prácticas por las cuales los grupos son producidos y reproducidos.

Este artículo esta basado en el texto: Carpintero, Enrique, “La identidad de la alegría de lo necesario”, revista Topía, Nº 46, abril de 2006.

Bibliografía
Bourdieu, Pierre, Cosas dichas, Editorial Gedisa, Barcelona, 1993.

Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, segunda edición corregida y aumentada, editorial Topía, Buenos Aires, 2007.

Rozitchner, León, Freud y el problema del poder, editorial Plaza y Valdés, México, 1987.

Spinoza, Baruch, Ética, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 1982.

Wortman, Ana, Imágenes publicitarias / nuevos burgueses, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2005.

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