09 septiembre 2009

El Estado ético según Hegel / Rubén Drí

El Estado ético según Hegel

por Rubén Dri

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Aimée Zito Lema




Uno de los ejes fundamentales del neoliberalismo que hizo estragos en nuestro país en la década del 90 fue el de la reducción del Estado a su mínima expresión, pues era el culpable de la crisis que sufría el sistema económico. Éste debía ser dejado absolutamente libre de toda intervención del Estado. Al aplicarse esta doctrina de una manera fundamentalista, se produjo la brutal concentración de riqueza en pocas manos y la multiplicación de la pobreza.

La doctrina neoliberal se vio favorecida, a su vez, por la denominada “globalización” que, entre otros efectos, implicaba la desaparición del Estado o, al menos su plena subordinación al poder económico. Esto no podía no llevar a una profunda crisis que en nuestro país estalló el 19-20 de diciembre de 2000. Penosamente se fue reconstruyendo el Estado cuya función vuelve a ser cuestionada por las corporaciones, por el poder, económico que tiene su expresión más visible y combativa en las corporaciones agrarias.

Creemos, pues, que repensar el Estado es importante para el proceso de reconstrucción que está viviendo la sociedad. Lo haremos comentando algunos párrafos de la concepción del Estado que desarrolla Hegel en Fundamentos de la Filosofía del Derecho. No se trata de aceptar plenamente esta concepción, sino de tomarla como una provocación o una ayuda para pensar esa realidad tan compleja.

“El Estado es la realidad de la idea ética, el espíritu ético en cuanto voluntad patente, ostensible a sí misma, sustancial, que se piensa y sabe y cumple aquello que sabe y en la medida en que lo sabe. En la costumbre tiene su existencia inmediata, y en la autoconciencia del individuo, en su saber y actividad, tiene su existencia mediada, así como esta autoconciencia –por el carácter-, tiene en él cual esencia suya, finalidad y productos de su actividad, su libertad sustancial” ( Hegel: FD, # 257).

El Estado en su esencia no es un aparato. Naturalmente que no existe Estado sin una estructura o aparato, pero éste no constituye su esencia. Es como su cuerpo. La “idea ética” o el “espíritu ético” no es una mera abstracción, no es una mera idea o representación. Es lo más concreto y, en consecuencia, lo más real –wirklich- en sentido fuerte, la plena intersubjetividad que sabe y realiza lo que quiere. En síntesis, el Estado es el pueblo en cuanto organizado.

La plena intersubjetividad en que consiste el Estado debe ser considerada en dos niveles, el de la inmediatez y el de la mediación, sabiendo que siempre lo inmediato es mediato y viceversa, sólo que la mediación siempre termina en una inmediatez devenida. La existencia inmediata del Estado está en las costumbres del pueblo, en el sentido común en cuyo seno anida el buen sentido como dice Gramsci. El sentido común o las costumbres constituyen el basamento del Estado. Está constituido por valores, necesidades, juicios, representaciones, que se fueron formando históricamente.

El otro nivel es el de la autoconciencia, en el cual los valores, representaciones, juicios de las costumbres, son pasados por el tamiz de la crítica. Es el buen sentido al que se refiere Gramsci elevado a visión coherente por la filosofía de la praxis. En este nivel se plantea la verdadera finalidad del Estado, la libertad substancial. Lo de “substancial” está para diferenciarla de la libertad meramente formal o subjetiva. Esta última consiste en el puro movimiento del sujeto de hacer una cosa u otra, siempre que se mueva en su propio espacio y no invada el del otro.

La libertad substancial, en cambio, consiste en la potenciación del sujeto mediante la riqueza de las relaciones intersubjetivas que hace que el sujeto amplíe constantemente su esfera de acción. El otro no funciona simplemente como límite de mi libertad, sino como ampliación de la misma. En la medida en que las relaciones intersubjetivas sean más ricas, mayor será el espacio de creación, es decir, de libertad.

“Los penates son los dioses internos, inferiores; el espíritu del pueblo (Atenea), es lo divino que se sabe y que quiere; la piedad es el sentimiento y la eticidad que se conduce en el sentimiento; la virtud política es el querer del fin pensado existente en sí y para sí” (Hegel: FD, # 257).

Ambos momentos, el de la inmediación y el de la mediación, el de las costumbres y el de la autoconciencia, son presentados ahora con las figuras de los Penates, dioses lares domésticos, y Atenea, el espíritu del pueblo, el espíritu autoconsciente que sabe lo que quiere y lo cumple. Los dioses lares representan la eticidad vivida en el sentimiento, en la inmediatez, mientras que Atenea expresa a la virtud política, la eticidad que se ha elevado del sentimiento a la autoconciencia.

“En cuanto realidad de la voluntad sustancial, realidad que ésta tiene en la autoconciencia particular elevada a su universalidad, el Estado es lo racional en sí y para sí. Esta unidad sustancial es autofinalidad absoluta, inmóvil, donde la libertad llega a su derecho supremo, así como esta finalidad última tiene el derecho supremo frente a los individuos, cuyo deber supremo consiste en ser miembros del Estado” (Hegel: FD, # 258).

El Estado es la “realidad –Wirklichkeit- de la voluntad sustancial”. La voluntad sustancial es la voluntad intersubjetiva, la “voluntad general”. El Estado es la voluntad general en su plena realidad, en su actuar plenamente consciente. “El Estado es lo racional en sí y para sí”, es decir, es el espíritu objetivo en cuanto plena intersubjetividad.

Sólo en el Estado “la libertad llega a su derecho supremo”. Libertad en el sentido sustancial ya aclarado. Sólo en la intersubjetividad, “en un pueblo libre” como lo afirmara Hegel en la Fenomenología del espíritu, se realiza plenamente la razón. Razón y libertad son momentos de la misma realidad del sujeto realizado. Kant afirmaba que la salida del estado de naturaleza hacia el Estado era un a priori de la razón. Hegel dice que el Estado es el ámbito de la plena realización del individuo, por lo cual “tiene el derecho supremo frente a los individuos”.

Es ésta una de las afirmaciones más controvertidas en la medida en que parece que el individuo o particular desaparece fagocitado por el universal. Ésta es la crítica central que le formula Adorno. La afirmación hegeliana es polémica. Pone frente a frente la universalidad del Estado y el particular que quisiera actuar independientemente de sus relaciones intersubjetivas.

El deber supremo de los individuos es “ser miembros del Estado”. Esto es escandaloso si interpretamos el Estado como el aparato de dominación, o simplemente como una organización burocrática o pero aún, como el “Estado policial”. Deja de serlo, en cambio, si el Estado expresa la plena intersubjetividad del mutuo reconocimiento, pues sólo en ese ámbito puede el individuo realizarse como sujeto. Ello se comprende perfectamente si se tiene en cuenta que “El Estado es espíritu objetivo; el individuo mismo sólo posee objetividad, verdad y eticidad como miembro del Estado mismo […] La determinación de los individuos es llevar una vida universal” (Hegel: FD, # 258).

El individuo es el “espíritu subjetivo” que sólo puede realizarse plenamente, alcanzando las más altas cumbres del “espíritu absoluto” si se encuentra plenamente integrado en el “espíritu objetivo” que es el Estado. Sólo como miembros del Estado, es decir, sólo en las relaciones intersubjetivas del mutuo reconocimiento, el individuo es “real” –wirklich-, no es un átomo, no es una mera persona de derechos, como en el imperio romano, sino un sujeto plenamente universal.

“Cuando el Estado se confunde con la sociedad civil, y se pone su determinación en la seguridad y la protección de la propiedad y de la libertad personal, entonces el interés de los individuos como tales constituye la finalidad última en que se unifican, y de ahí se sigue precisamente el que ser miembro del Estado sea algo discrecional” (Hegel: FD, # 258)

Ésta es la concepción liberal del Estado, la de John Locke y de Adam Smith, la del neoliberalismo de Friedrich Hayek y Milton Friedman. El Estado existe para la exclusiva protección de la propiedad y de la libertad individual, no debiendo meterse para nada en la dinámica que asume la propiedad, es decir, en las relaciones del mercado. En éste funciona la célebre “mano invisible” que distribuye los bienes. El lugar de la “mano invisible” en el actual neoliberalismo lo ocupa el “derrame”, es decir, una vez que la copa de la riqueza se llene, rebalsará para todos.

En esta concepción el Estado es simplemente un instrumento que los particulares pueden usar o no para proteger su propiedad y libertad personal. Ello significa que los individuos se realizan fuera del Estado, cada uno por su cuenta. No se puede hablar de un proyecto nacional.

“Considerada abstractamente, la racionalidad consiste en general en la unidad compenetradora de la universalidad y la individualidad y aquí, -en concreto, en cuanto al contenido-en la unidad de la libertad objetiva (es decir, de la voluntad sustancial universal) y de la libertad subjetiva, en cuanto libertad del saber individual y de la voluntad que busca su finalidad particular y por ello –en cuanto a la forma- en un actuar que se determina según leyes y principios pensados, es decir, universales” (Ibidem).

Para precisar más el concepto del Estado Hegel vuelve sobre el concepto de racionalidad, considerándola tanto en su aspecto abstracto como en el concreto. Abstractamente considerada la racionalidad que, como sabemos, es propia del espíritu o de la intersubjetividad, es “la unidad compenetradora de la universalidad y la individualidad”. Efectivamente, el sujeto, o sea, lo racional, es el universal abstracto que continuamente deviene concreto o individuo en la medida en que pasa por la particularidad.

En concreto, en el Estado, la universalidad es la “libertad objetiva”, es decir, la “voluntad sustancial universal”, en otras palabras, la “voluntad general” y la “individualidad” o “particularidad” es “la libertad subjetiva”, el libre saber y querer que busca su “finalidad particular”. La libertad sustancial que se expresa en “leyes y principios pensados” enmarca la libertad subjetiva, le da contenido, la hace real[1].

Después de señalar que aquí no es cuestión del “origen histórico del Estado”, sino de “la idea del Estado mismo”, concede a Rousseau el mérito de haber “establecido como “principio del Estado” el “pensamiento, y ciertamente el pensar mismo, a saber, la voluntad”. Lamentablemente este acierto se encuentra opacado por el hecho de que Rousseau haya entendido la voluntad sólo como individual, de modo que el Estado en último término sería el producto de un contrato, a todas luces incapaz de fundamentar el Estado como ya se vio, pues depende del arbitrio.

Nota: La sigla FD significa Fundamentos de la Filosofía del Derecho. Editorial Libertarias/Prodhufi, Buenos Aires, 1993.

Buenos Aires, 9 de septiembre de 2009



[1] Siempre será difícil la relación dialéctica entre la libertad del individuo y la realidad de la eticidad o libertad sustancial. El individuo aislado no existe. Siempre está marcado por la intersubjetividad o el “entramado de relaciones sociales”. Es la intersubjetividad o eticidad la que le da sustento y contenido a la libertad individual. En este sentido, la concepción hegeliana del Estado ético se encuentra equilibrada.

Estado, Sociedad y Niñez/Ronaldo Wright

LOS PADRES Y EL ABUSO SEXUAL INFANTIL
Por Ronaldo Wright*

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Aimée Zito Lema

Hace pocos días recibí una invitación del Licenciado Conrado Yasenza -poeta, periodista y director de la revista “La Tecl@ Eñe”- solicitándome algunas reflexiones acerca de la aparición de casos de abusadores sexuales infantiles (vgr.: los símiles del monstruo de Austria), como así también los que se dan en instituciones como la Iglesia Católica (por ejemplo, lo ocurrido con el mediático cura Julio César Grassi). Intentaré a continuación acercarme a tan delicado tema, que aqueja tanto a la familia como a las instituciones y a la comunidad toda. Agradezco, asimismo, la posibilidad de participar con estas breves ideas en la mencionada revista de cultura y política.

Obviamente, lo primero a considerar respecto de todo abusador sexual infantil son las circunstancias puntuales que hacen a su singular subjetividad. Podemos decir que nos encontramos ante individuos perversos y sin freno social, utilizándose en relación a ellos términos tales como depravación, protervia, perversidad, inmoralidad, entre otros. Y hablamos de conductas corruptas y de obstinación en la malignidad, ya que poseen un claro entendimiento del grave daño que ocasionan en niños y jóvenes. Pero la pregunta concreta está dirigida no a los aspectos personales, sino a causas más genéricas para el abordaje de esta temática aún considerada tabú en nuestra sociedad.

Al referirnos a "padres" -en tanto jefes de familia o como integrantes del clero- no puede caber duda que el abuso sexual al que nos referimos se produce en un contexto donde el ofensor es consciente de su poder y ascendencia sobre el menor a su cargo. Estos niños y jóvenes suelen ser tomados como propiedad o pertenencia de sus padres y cuidadores, en un evidente resabio de las más viejas prácticas paternalistas que todavía no han desaparecido por completo. En algunos ámbitos aún sigue sin comprenderse que los chicos deben ser considerados como sujetos plenos de derechos y no como meros objetos de consumo o, desde la óptica abordada, como objetos de comercio sexual.

Esos niños y adolescentes se encuentran absolutamente “cosificados” por un padre que los trata como objetos destinatarios ya sea de sus improperios, ya sea de sus deseos incestuosos y perversos. La vulnerabilidad del menor y su dependencia con respecto a la figura paterna lo dejan en un estado de indefensión que, en casos como los que aquí nos ocupan, favorecen el advenimiento de sentimientos de confusión y alienación intensos. El abuso sexual infantil es un proceso a través del cual el adulto se aprovecha de la confianza que el niño ha depositado en él, conduciéndolo de un modo seductor y engañoso a satisfacer sus más bajos instintos de sometimiento y satisfacción sexual.

Nuestra antigua legislación consideraba al niño como un menor incapaz, y así lo siguen haciendo quienes han legitimado y naturalizado a los malos tratos psicofísicos como medio de disciplinar y educar a los que están a su cuidado. Aquellos que siguen sosteniendo esos sistemas de neto corte despótico y autoritario, no han querido enterarse que nuestro país suscribió, en el año 1990, la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño. Su art. 3º protege a los chicos contra toda forma de violencia, perjuicio, explotación o maltrato físico o mental -incluido el abuso sexual- mientras se encuentren bajo la custodia de sus padres, de un tutor o de cualquier otra persona que los tenga a su cargo.

Importante es destacar que la dinámica del abuso sexual infanto-juvenil no se agota en el hecho abusivo, sino que además conlleva en su práctica un maltrato psicológico del menor sometido que dejará en su psiquismo huellas traumáticas graves y duraderas. Tal forma de detentar el poder por parte de un padre de familia o de un sacerdote a cargo olvida que la política moderna procura constituir espacios de libertad frente al autoritarismo violento que ha impuesto el patriarcado, incluso a través de los malos tratos y del abuso sexual. Hoy rige el Interés Superior de los Niños al considerarlos sujetos activos de derechos, dada su condición de personas en desarrollo (cfr. Ley Nro. 26.061).

Respecto de los padres en un grupo familiar primario, digamos que poco tiempo atrás apareció en diversos medios de comunicación el caso del chacal de Mendoza, similar al del austríaco Josef Fritze, quien violó reiterada y sistemáticamente a su hija durante 24 años y tuvo con ella siete hijos. En nuestra provincia andina, Armando Lucero fue denunciado por una de sus hijas, abusada por él durante una veintena de años y habiendo engendrado también siete hijos-nietos. Si bien la causa judicial está en plena investigación procesal, cabe presumir el muy probable encubrimiento de esa situación absolutamente irregular por parte de la madre de la denunciante y a la vez concubina del imputado.

En cuanto a los padres en la Iglesia, son muchos los casos ventilados por la prensa pese a que el juicio contra el cura Grassi haya tomado gran notoriedad. Este fenómeno es muy común a nivel mundial, por lo que señalamos de modo meramente ilustrativo que en los EE.UU. se realizaron denuncias en más de cien diócesis. Unos cinco mil curas abusaron de doce mil chicos y chicas, ocasionando ello múltiples reclamos judiciales por los cuales la Iglesia Católica tuvo que pagar unos dos mil millones de dólares en concepto de indemnizaciones. Recordemos, además, que en el año 2002 el papa Juan Pablo II convocó en Roma a los cardenales estadounidenses para tratar tan delicada y sensible cuestión.

Los peores componentes de lo siniestro -con sus características inesperadamente espantosas- se han presentando en todas las situaciones precedentemente señaladas, sea dentro de una familia o en el ámbito eclesiástico. Los interrogantes son: ¿puede un padre violar sistemáticamente a una hija sin que la madre de la niña sospeche sobre ese aberrante proceder? ¿No habrá al lado de cada padre violador una madre que entrega a su hija o, al menos, que mira para otro lado? Y por su parte, en relación a la madre Iglesia, ¿no podemos hacernos estas mismas preguntas? En cuanto a la protección de la niñez, ¿cómo intercede aquélla ante ese paternalismo abusivo de algunos curas?

Afortunadamente, en ambos contextos aparece siempre un portavoz cuyas palabras y acciones permiten, finalmente, descifrar semejantes anómalas conductas y perversos procederes. Abogamos porque ello así continúe, junto a la numerosa y moderna legislación que viene produciéndose en el país desde hace algunos años. Es de destacar que para lograr el pleno respeto de la niñez es ineludible no sólo la responsabilidad gubernamental, sino que todos habremos de sumarnos desde nuestras respectivas responsabilidades familiares y con la ineludible participación comunitaria, necesaria a los fines de la tutela integral de los derechos y de las garantías de nuestros niños y jóvenes.

*RONALDO WRIGHT
Psicólogo Social - Abogado
www.ronaldowright.com.ar

08 septiembre 2009

Entrevista/ Adriana Amado Suárez - Por Conrado Yasenza


Entrevista a Adriana Amado Suárez
La publinota o el periodismo sin iniciativa


(para La Tecl@ Eñe)
Adriana Amado Suárez es Investigadora y profesora en la Universidad Nacional de La Matanza y docente de postgrado en universidades de Buenos Aires, La Plata y Córdoba. De formación en Letras (UBA), cuenta con una Maestría en Comunicación y un doctorado Ciencias Sociales en FLACSO.

En esta entrevista Amado Suárez analiza las prácticas discursivas que atraviesan tanto el universo político como el de los medios de comunicación; reflexiona sobre la relevancia de la palabra en contextos de crisis de los relatos comunicacionales y nos ofrece su visión sobre el tratamiento del proyecto de ley de Medios Audiovisuales

Por Conrado Yasenza



- Para comenzar me interesa saber si los intelectuales generan hoy prácticas capaces de intervenir en la realidad.


- No tengo tan claro el alcance de la expresión intervenir en la realidad. Si hablamos de incidencia en políticas públicas, creo que ha sido por activa la participación de los intelectuales en los últimos tiempos. Ahora, no podemos olvidar que estamos en sociedades donde los intelectuales formamos parte de un sector cada vez más privilegiado, en la medida en que ocupamos uno de los extremos separados por las brechas infocomunicacionales. El acceso al conocimiento y a la información es privilegio de un grupo, y no podemos olvidar que en todo el mundo el porcentaje de gente por fuera de sus derechos elementales aumenta día a día. No puedo dejar de preguntarme cuánto de la reflexión intelectual de las últimas décadas ha mejorado la calidad de vida de nuestras sociedades, y desde esa perspectiva, la intervención efectiva en la realidad social no parece haber sido lo suficientemente contundente. Y me pregunto también si la distancia creciente entre la clases excluidas y las privilegiadas no atenta contra esa posibilidad de transformación.

- ¿Qué importancia adquiere el lenguaje, la palabra, en el contexto de crisis de paradigmas en la actualidad?
- La palabra es el elemento central de los intercambios sociales y humanos, sin embargo, poco se hace últimamente para garantizar una completa competencia lingüística en la formación de todos los ciudadanos. Entre los docentes es cada vez más repetida la queja por las dificultades de comprensión y expresión de los estudiantes universitarios. Ni qué decir entre aquellos que no acceden al grado superior de formación educativa. Entonces, la duda que me surge ante la pregunta es si la crisis del lenguaje es causa o consecuencia de las crisis de los otros paradigmas. El quiebre que han tenido a fin de siglo todas las instituciones de la modernidad, entre ellas, la educación universal que viene desde el siglo XIX, nos obliga a repensar los alcances de la educación en este siglo. Muchas veces se atribuye a los medios electrónicos la causa principal del deterioro del lenguaje y la pérdida de referencialidad de la escuela como institución, sin embargo, creo que las causas son más profundas, y no solamente mediáticas.

- ¿Cómo influyen las prácticas discursivas del poder político, las cuales atraviesan el entramado cultural de nuestra sociedad, y cómo se organiza una cultura desde las premisas de una economía de mercado cuya directriz es la industria cultural?
- Creo que lo que ocurre es al revés: que la industria cultural esté atravesada por la economía de mercado (y no a la inversa, como se pregunta), no significa que haya que reducir el concepto de cultura a ese campo. Es curioso que aun los críticos más acérrimos del liberalismo terminen aceptando las categorías de mercado y de consumidor para definir la totalidad de intercambios sociales. Creo que los actores de poder político y económico están presos de esa lógica, pero hay infinidad de otros actores, olvidados del mercado y la política que están tratando de construir otros espacios y otras formas de cultura. No podemos olvidar que la industria cultural tradicional tiene su economía en jaque: no hay empresa mediática que no esté endeudada, ni industria relacionada con el viejo esquema de la propiedad intelectual que no esté preocupada por su destino. Por supuesto que es un paradigma muy poderoso, pero también es cierto que hay circuitos alternativos de comunicación que van a redefinir el sistema. Todavía es muy pronto para saber hacia donde se va, pero lo que no podemos obviar es que son los propios actores políticos los que siguen concediendo a las industrias culturales el pulmotor que las sigue manteniendo vivas, con extensiones indebidas de licencias, facilidades impositivas, condonaciones de deudas, etc.


- ¿Cuáles son esos circuitos alternativos de comunicación?

- Los circuitos alternativos están en las desorganizaciones (que vienen a reemplazar las organizaciones sólidas de la modernidad): las agrupaciones de artistas, los emprendimientos comunitarios, las cooperativas de diseño y arte, los blogs y sus agrupaciones, los encuentros de gente en talleres y prácticas artisticas y literarias, entre un montón de espacios de vinculación de gente más allá de las instituciones. Creo que la crisis del cambio de siglo agudizó el ingenio para responder a crecientes necesidades de realizaciones por fuera de lo material. Esto se ve especialmente en los barrios más pobres, donde la devastación económica y social invitó a mucha gente a generar cosas para revertir la situación. La cooperativa de Toty Flores o El Culebrón Timbal son muy buenos ejemplos salidos de lo más duro del conurbano bonaerense.

- ¿Cuál es, a su entender, la lógica de los mass-media en cuanto al tratamiento de la información?


- Los mass media se han convertido en publicadores de información que producen otros. No existe en las redacciones el periodismo en el sentido moderno de productor genuino de información. A lo sumo funcionan como editores de la información que se produce como iniciativa de las grandes fuentes y de los agencias de comunicación. Ya no existe la investigación periodística en los grandes medios, que se fue corriendo a los libros o a algunos sitios web. Los grandes medios corren detrás de los anuncios y gacetillas que les envían sus anunciantes, y abandonaron el nicho de la información para instalarse cómodamente en la publinota. La mayoría de los medios comerciales son eficientes difusores de publicidad y prensa institucional, que han convertido en el eje de su negocio. El periodismo ha perdido su iniciativa.

- ¿Y qué relación existe en la actualidad entre periodismo, conocimiento y cultura?

- Si la cultura que aparece en los grandes medios es la que empujan las novedades editoriales, si la agenda cultural la marcan las promociones de artistas, no hay mucha relación. Si entendemos periodismo como el reporte reflexivo de los acontecimientos contemporáneos, quizás haya que pensar que el periodismo se corrió de los medios y hoy se ejerce en otros espacios que sí producen conocimiento y hacen circular la cultura.

- ¿Cómo observa el fenómeno de Internet y su relación con la difusión de ideas culturales? Tiene alguna posición tomada frente al auge de blogs y revistas digitales?

- Me parece que es el ámbito más activo y más genuino, aunque todavía tiene un grado de entropía que no permite que dé el salto de las comunidades virtuales a la opinión pública. Sin embargo, no dejan de ser una usina de ideas y de intercambio.

- Retomando la vieja idea de los medios como instrumentos manipuladores, ¿ qué es lo que ocurre con la capacidad de reelaborar el mensaje, de decodificarlo y reasignarle otra finalidad?

- Como vos señalás, es una "vieja" idea, que no creo que describa la realidad de un sistema mediático saturado, sin un centro definido, y con niveles de lectoría y de audiencias decrecientes. Me parece que seguir alimentando la fantasía de la manipulación sólo alienta a que se derroche dinero público en el sistema mediático privado, en campañas publicitarias que pese a su repetición y ubicuidad no parecen arrojar los resultados deseados. Un ejemplo interesante para reflexionar es por qué las campañas de educación vial (que estuvieron al tope de la inversión oficial en 2008) no tienen los mismos efectos que las publicidades de alcohol o de autos que toman velocidades ilegales. Un análisis concienzudo nos demostraría que hay otras motivaciones más allá que el mensaje publicitario que hacen que a un joven le atraiga salir a correr picadas con un auto, a pesar de que se le advierte que eso lo mata. ¿Por qué una campaña "manipula" y la otra no llega a convencer? ¿Si usan el mismo canal y los mismos recursos publicitarios? Seguramente porque el medio no es el mensaje, y a su indiscutible poder en la instalación de temas y miradas, hay que sumar otros factores de poder para suponer efectos más o menos homogéneos, pero que no llegarían a encuadrarse en esa vieja categoría de manipulación, tan relacionada con los sistemas de medios de regímenes totalitarios.
En nuestras sociedades el poder más fuerte lo tiene lo económico y el marketing, y la promesa de felicidad de una publicidad de auto es un mensaje con el que no puede competir ninguna campaña de concienciación, especialmente cuando son demasiado realistas y nos muestran la muerte, es decir, aquello de lo que todo ser humano cree que puede escapar. Margarita Riviere tiene un artículo fantástico donde señala que los medios suelen mostrar el paraíso en las publicidades y el infierno en los noticieros. ¿A dónde nos gustaría estar? Si a eso sumás que hasta los gobernantes nos miden por nuestra capacidad de compra (¿o qué es la línea de pobreza?), vemos que la vara del mercado es la que se impone. Los medios son arietes de esta fuerza, pero son medios, están a su servicio, pero no son la causa.

- ¿Qué opinión le merece el proyecto de ley de Medios Audiovisuales?

- La ley es la gran deuda de la democracia, deuda de la que son corresponsables los políticos y los medios. Su sanción es un deber cívico, pero que debe hacerse en el mayor de los respetos por los derechos de todos los ciudadanos. Creo que ha sido ejemplar, y que podría replicarse para otros proyectos necesarios para la democracia, la celebración de foros, y es esperable que ese espíritu democrático de sumar las sugerencias de todos, aunque no sean mayoría, se mantenga en la discusión en el congreso, que es el órgano que la democracia establece para la participación ciudadana.

- Para finalizar si hay palabras que han perdido su valor, su peso simbólico, ¿cómo se representa y explica el mundo hoy?
- Suscribo la idea de Scott Lash de que no estamos en tiempo de representaciones sino de "presentaciones": este sociólogo observa que en la actualidad los medios “No son espejos de situaciones sino extensiones de situaciones en otra parte". Hoy vemos que los noticiosos televisivos son menos una representación de la política que su continuación en otra parte, parafraseando a Lash. El debate pre electoral que se da en el canal de cable, solo existe ahí, y no tiene consecuencias fuera de ese espacio, en el sentido de que ninguno de sus participantes se sienten obligados a respetar los compromisos o las ideas que allí hayan expuesto. De la misma manera, que una noticia sobre un anuncio gubernamental no obliga a su cumplimiento. Ni siquiera invita al medio a su seguimiento.

Entrevista realizada por Conrado Yasenza
Agosto de 2009

Alfredo Grande/La Columna Grande/EL EXTRAÑO CASO DEL SR. HYDE Y EL DR JEKYLL

EL EXTRAÑO CASO DEL SR. HYDE Y EL DR JEKYLL

Escribe Alfredo Grande
(especial para La Tecla Eñe)

“no hay mal que dure cien años, a los 99 el conteo empieza nuevamente” (aforismo implicado)


Recuerdo ese momento terrible para la familia cuando el abuelo tuvo que aceptar que la radio spika había sido superada. Nunca pudo elaborar el duelo, posiblemente porque frente a la diversidad de catástrofes cotidianas y de las otras, el solo enunciado de su dolor por la portátil perdida le parecía ridículo. En realidad, era algo más que ridículo. Era patética. Se llevaba la mano vacía al oído como si en ese ritual pudiera encontrar la añorada radio. Recuerdo que en forma subrepticia coloqué en su último lecho de madera, como acurrucada junto a su oreja derecha, su amada spika. Los tiempos habían cambiado para el abuelo. Pero no solamente para él. Una profunda metamorfosis cultural, una absoluta alteración de los significados habituales, había sucedido sin que necesariamente se reparara en ella. Quizá los resplandores siniestros del genocidio cívico militar y el desgarrador nunca más a las prácticas de exterminio, no permitió mensurar en sus reales medidas los cambios sucedidos. Supongo que en la historia de la humanidad nadie se percató que, por ejemplo, empezaba el renacimiento. Quizá un diario de la época pudo haber titulado: Caída de la Edad Media. Incertidumbre y caos. Pero seguramente es como pasar de un país a otro por una frontera virtual, que puede incluso ser una baldosa. Jugar a la rayuela en ciertos lugares, te puede transportar de un país a otro en cada saltito. Es todo tan liviano, tan banal, que la brusquedad, los cimbronazos del cambio pasa desapercibido. Esperando un orgasmo, apenas se escucha un suspiro. Pero, con mayores distancias témporo espaciales, de todos modos algo puede percibirse. Desde ya, para eso es necesario tener apagada la televisión al menos 24 horas. Está bien: puede ser en dos ciclos de 12 horas cada uno. Pero es necesario para poder sentir estos cambios, el desarrollo del pensamiento y el sentimiento crítico. O sea: sostener entre la percepción de lo inmediata una cierta capacidad de análisis que siempre será mediata. Y poder sostener la incómoda situación de ir contra corriente, lo que es cansador, y sobre todo cuando las aguas bajan algo mas que turbias, lo que es peligroso. Parodiando el título de una conocida película, la pregunta que se me impone es: “¿Qué hice yo para llegar a esto?”. ¿Es posible que tengamos que elegir entre De Narváez o De Vido? Siempre hay un mal mayor, siempre es posible que un divorcio no solucione nada y empeore todo. Si los ángeles pardos de la derecha vienen marchando, no es solamente manoteando aliados que se los puede enfrentar. Tampoco decidir que es más importante: si la ley de radiodifusión o la de protección de los glaciares. A lo mejor, solo se trata de vivir, aunque el vivir de hoy no haya sido exactamente el que soñamos algunas décadas atrás. Pero hay una situación que no puede ser soslayada. La modernidad estuvo siempre atrapada por ese monstruo que la razón podría producir. El paradigmático Dr. Frankestein que tuvo la dudosa idea de dar vida a una remixado de órganos, es un símbolo perfecto de esas pesadillas. Logró su cometido porque el engendro por él creado tomó su nombre, o quizá sea mejor decir, arrebató el nombre del siniestro creador. La criatura engendrada que retorna en contra de su creador para destruirlo. Mucho antes de las burbujas financieras. Ni que hablar de las torres gemelas, que hubieran sido apetitosas para King Kong. Pero la novela que a mi criterio mas da cuenta de esta obsesión por la aparición de una racionalidad desquiciada la escribió en 1886 Robert Louis Stevenson. Quizá en tres días, quizá en tres semanas, quizá bajo los efectos de las sustancias alucinógenas del cornezuelo de centeno. O de las influencias de su esposa. Sabemos que el matrimonio potencia los fenómenos de despersonalización. Sea como fuera, la historia del noble galeno que por su ansia de conocer el alma humana, termina transformado en un ser bestial y depravado, es un clásico de la cultura. La esencia de lo humano era pensado como animal y la cultura tenía como misión domar a esa bestia que pugnaba por salir. Una versión más modesta pero más graciosa fue el inolvidable “otro yo” del Dr. Merengue. Naturalmente, el Yo oficial era extremadamente correcto, casi una caricatura del buen ciudadano y el perfecto marido castrado. Las tentaciones eran procesadas por el maligno y sarcástico “otro yo”. Sin embargo, la globalización, la demistificación, la caída de los meta relatos, o sea, de las intelectualizaciones más abarcativas, permitió que el Sr. Hyde apareciera a tiempo completo. Casi podríamos decir que cuanto más Hyde, más intención de voto. Claro que es un Hyde que ahora cuenta con asesores de imagen. Pero que tiene claro que el pobre Dr. Jekill es un perdedor, una especie de fósil académico que no entendió que la medicina es costo beneficio. De todos modos, para que Hyde llegue a destinos de gloria, tiene que tener “gestos” de la nobleza Jekyll. La política de los gestos, de los mohines, de los sobre entendidos, de las miraditas cómplices, de los entrecejos fruncidos, de los culitos cerrados. Son como rictus, un leve touch de civismo patrio y luego un go hacia micro fascismos anti pueblo. Para entender la importancia de lo que voy a denominar Síndrome de Hyde Jekyll, debo referirme al actual gobernador de la provincia de Buenos Aires. Cuando empezó su carrera política ahora en tierra, Daniel “el travieso” Scioli, fue un Hyde de pura cepa, cosecha 1990. El Master Hyde, Carlos Saúl, lo creó en su laboratorio de políticas públicas privatizadoras “primer mundo ya”. De un engendro mayor apareció un engendro menor, una versión emprolijada con algunos toques de Jekyll, pero poco. Cultivaba (es un decir, claro está) una especie de analfabetismo político que lo hacía, aunque esto suene incierto, seductor. La excitación que produce cualquier situación virginal. Era un Hyde más ingenuo, más sencillo, más inodoro, insípido y casi incoloro. Pero a no dudarlo, era mas 90 que tinelli. Para las elecciones del 2003, cuando había que formalizar la elección para suceder al Hyde Cabezón que junto a otros de su calaña había consumado la masacre del puente Pueyrredón, fue rápidamente transformado en un Jekyll compatible con la reconstrucción burguesa de la argentina de asambleas y fábricas recuperadas. Ya el Hyde alvearizado, el mismo que descubrió que un viaje en helicóptero bien valía la posibilidad de alejarse de la Pertiné, había sucumbido a la tentación de ser más Jekyll de lo necesario. Como en esas elecciones había por lo menos dos Hyde de pura raza (Carlos Saúl y el Ricardo López Murphy) era necesario tomar las pócimas necesarias para que el binomio Kirchner Scioli pareciera un poco Jekyll. El primero había dicho que Master Hyde era el mejor presidente que tuvo la Argentina. Y Daniel fue su padawan más célebre. Y la pócima resultó. Especialmente porque frente al arrugue del balotage, el Master Hyde huyó, pero cerca nomás. El momento cumbre del efecto pócima pro Jekyll fue el discurso por los derechos humanos, refrendado por bajar la foto de Videla. Hay que aceptar que la pócima tuvo efectos bastante duraderos, así que la debe seguir tomando. Con el inmenso alivio que en la reina del plata subió un Hyde Absoluto, con lo cual es mucho más fácil que las versiones menos definidas sean tomadas por mucho tiempo como Jekyll. Ciertos rasgos de omnipotencia, omnisciencia, doble discurso, etc., dan señalas que Hyde está latente y que la pócima encubridora no puede ser abandonada.
En otras comunicaciones clínicas podré mostrar el Síndrome de Hyde Jekyll en todos los presidentes del Estado de derecho. Cada uno con su modalidad, su estilo, su glamour, pero con la férrea determinación de que, pase lo que pase, el pueblo es soberano para morirse de hambre. Veremos si el bicentenario será de Hyde o de Jekyll.

Septiembre 2009

Informe/El Estado y sus relatos

El Estado y sus ficciones: Narraciones para una identidad desenmascarada

El Estado es un discurso de poder, una suerte de soporte que narra procesos históricos, construye tropos, metáforas, ficciones y literaturas capaces de convertirse en dispositivos de ideas que sustentaran la formación histórica de relatos fundantes de la identidad nacional y sus dialécticos conflictos.
La literatura y sus autores dan cuenta de esos relatos capaces de hilvanar lo pasado con lo presente; ofrecen un puente que nos permite analizar algunas narraciones que se perpetúan a través de los tiempos transformando en actuales discursos creados en el pasado para dar vigencia a debates ideológicos aún no saldados.
Por ejemplo, los tópicos sarmientinos de civilización y barbarie – representados en el unitarismo con sus ojos puestos en una Europa pujante e industrial; y un gauchaje en constante desasosiego frente a una Pampa interminable – tuvieron su correlato en los años 70, donde la burguesía nacional observaba con horror el surgimiento de una clase trabajadora bautizada como aluvión zoológico o “cabecitas negras”.
Es decir que los procesos históricos fueron tomando densidad en las construcciones narrativas y ficcionales que daban testimonio de la época (diría Hegel); así Sarmiento escribió el inclasificable Facundo, Esteban Echeverría El Matadero y La Cautiva, Leopoldo Lugones intentó erigirse en el poeta nacional que dio testimonio de “la hora de la espada” en una Argentina que iniciaba la década infame. Jorge Luis Borges representó la excelencia lingüística y literaria mientras que Roberto Arlt reivindicó para siempre – aunque hoy se siga discutiendo en la academia – el “escribir feo y por prepotencia de trabajo”. Y podríamos seguir citando ejemplos que abundarían el concepto de relatos ficcionales de un Estado determinado en una época, en un tiempo y la elaboración de su contrarrelato.
Como dirá el poeta y ensayista Flavio Crescenzi, en un trabajo que conforma el cuerpo temático de este número, la verdad es eterna y el Estado su único intérprete visible. Desenmascarar la ficción estatal es tarea ardua, pero no imposible. Para ello es necesario primero desenmascararnos a nosotros.

Conrado Yasenza
Septiembre de 2009

El Estado y sus relatos/ Claudio Díaz

La necesidad de una Identidad
(para no dejar de Ser)


Por Claudio Díaz

(para La Tecl@ Eñe )

En este “nuevo mundo” envasado al vacío total, la humanidad ha ingresado a una etapa donde la vida aparece digitada desde las pantallas de la comunicación. Una sucesión de imágenes truncas, una especie de zapping publicitario donde todo vale pero a su vez casi nada tiene valor. Verdadero escenario de decadencia que lleva a preguntarnos si será posible construir otro tipo de existencia que no sea la que pretende modelar esta elite que ha decidido codificar la libertad, el amor, la virtud, los sentimientos más puros de la persona.

Ya no vivimos en el mundo que leíamos en los libros y manuales escolares, cuando calcábamos, con prolijidad, los mapas, y dibujábamos las fronteras entre los países, que coloreábamos con diferentes pinturitas. En el horno de las corporaciones transnacionales se empezaron a fundir los estados nacionales y surgen bloques geopolítico-económicos que borran los límites de nuestros hogares comunes. La globalización avasalladora, vehiculizada por esta verdadera sinarquía multimedia, produce disciplinamiento colectivo y uniformización cultural.
La moda, los códigos y lenguajes, los usos de consumo, las tecnologías coexisten en todos los puntos del globo: la globalización, claro. Casi que se puede oír la misma canción o engullir similar comida chatarra en puntos del planeta muy distantes entre sí. No es extraño, entonces, que en estos momentos surja, casi con desesperación, la pregunta por la identidad, la sed del ser, del recorte particular.
Diferenciarse y ser uno, pero no tanto como para quedar afuera. Parecerse y ser como todos, pero no tanto como para ser transparentes. ¿Cómo saber quién se es si uno es igual a todo el mundo? ¿Cómo recortar una identidad propia que a uno lo distinga del resto del mundo pero que, al mismo tiempo, lo mantenga cerca de los que son sus iguales? ¿Cómo diferenciarse y cómo ser igual?
Teníamos a la identidad nacional como indicador confiable de filiación a una matriz que nos comprende y nos contiene en raza y tradición, un determinismo histórico, una “imposición del destino” que nos lleva a ser como somos y nos impulsa a ser lo que debamos ser porque ya estamos condicionados por un origen y un común destino que nos aguarda a futuro, aunque sabiendo que venimos desde el fondo de UNA historia.

Pero los detentadores del poder trabajan para que esos valores comunes se pierdan. No nos dejan Ser. Y esto es lo primero que tenemos que reconocer para saber hacia dónde vamos. Ejercicio que implica aceptar que no vamos a poder construir nuestro mañana si no ahondamos en el ayer y en el hoy, y si dejamos de atender lo que nos corresponde como modelo propio de vida. Un país no es solamente una coyuntura económica. Un país es un proyecto cotidiano.

Por eso, y a contramano de lo que impulsan los concesionarios de la cultura, hay que pensar la historia en bloque y no en retazos. Como lo que es: una continuidad. Engarzando cada eslabón hasta formar la cadena. Porque nos enseñan a pensar los procesos históricos en miniatura. No se puede entender 1976 sin antes saber qué fue 1955. Que es lo que pasa con las nuevas generaciones, que “creen” que el drama nacional nació con Videla y Martínez de Hoz.

En igual sentido, no se puede entender a, por ejemplo, un Menem sin antes saber quién fue Sarmiento, más allá de que al prócer liberal se le quiera reconocer su apuesta por la educación (aunque pocas veces se recuerda que la instrucción que auspiciaba tenía una clara direccionalidad ideológico-cultural ahistórica porque no se asentaba sobre la matriz territorial. Por ello fue a contratar maestras a los Estados Unidos, para que enseñaran inglés y de paso atenuaran el predominio católico con sus creencias y prácticas protestantes).

Si los argentinos, sobre todo sus “capas medias”, llegaran a tomar nota de que la historia de un pueblo es la sucesión de búsquedas, logros y frustraciones para Ser, tal vez comprenderían que el proyecto de convertir a la Argentina en un terreno colonial es el mismo que se viene dando –con breves interrupciones- desde mediados del 1800, tras el triunfo del bando (o mejor dicho: de la banda…) de los unitarios.

Hay un intento permanente por disminuirnos, por hacernos creer que somos una “cagadita” que no le interesa a nadie. Política auspiciada desde afuera pero muy bien aceptada aquí adentro, como todo producto importado que seduce y sensibiliza a esas capas medias. ¿Qué es eso de creernos el ombligo del mundo cuando nadie se fija en nosotros? Esto nos lo vienen diciendo desde hace rato. Pero será así realmente?

¿Por qué, entonces, los poderes mundiales se preocupan tanto de nuestra existencia? ¿Por qué Churchill abre y cierra el momento más importante de la Argentina del siglo XX -es decir: los prolegómenos de 1945 y el capítulo final de 1955- con sentencias tan drásticas…? Vamos a recordarlas, por si acaso: “No dejen que Argentina se convierte en potencia. Arrastrará con ella a toda América Latina” (en Yalta, febrero de 1945). “La caída de Perón es el acontecimiento más importante para Gran Bretaña después de la victoria lograda en la Segunda Guerra” (en la Cámara de los Comunes, noviembre de 1955).

Si insistiéramos por este camino, ¿por qué una delegada del poder mundial como Jeanne Kirkpatrick (ex embajadora de Ronald Ragan ante la ONU), elaboró un ensayo sobre la “peligrosidad” que constituye el peronismo cuando presentó su tesis final para recibirse de politóloga en la Universidad de Maryland? ¿Por qué si el peronismo, y por extensión la Argentina, no le interesan a nadie, otra representente de esos intereses, Condoleeza Rice, pronunció en 2005 un discurso en Naciones Unidas el que remarcó que el inconveniente que presenta Iberoamérica es el tipo de populismo que prohijó el peronismo?

Vamos a dar por aceptado (aunque a muchos no nos guste exhibir esa actitud vanidosa) que es verdad que nos creemos el ombligo del mundo. Lo que habría que preguntarse es si la fanfarronería criolla, esa soberbia patriotera que nos sale por los poros de la piel, no será culpa de Borges, Cortázar y Piazzolla, de Maradona, Fangio y Monzón. Teniendo tipos así cualquiera se la puede creer, ¿no? Pero hay más. Uno también se interroga si la excesiva consideración que tenemos por nosotros mismos, políticamente hablando, no tendrá que ver con el hecho de que -no se sabe cómo miércoles pudo haber sucedido aquí, en el trasero del mundo- hayan nacido con diferencia de apenas 30 años Perón, Evita y el Che? Es mucho, ¿no? Encima, y salvando las distancias (pero salvándolas por muchos miles de kilómetros, ¡eh!) en el último lustro apareció un matrimonio que se las arregló para repartirse el poder. ¡Estos argentinos egocéntricos siempre tienen algo nuevo a mano para sorprender al mundo!

En todo caso sería bueno atender las reflexiones de un hombre de nuestra cultura, Abel Posse, al que nadie puede tachar de nacionalista egocéntrico. Las plantea en un libro interesantísimo acerca de la indocilidad de la Argentina para aceptar un papel subordinado en la historia de la humanidad, aun siendo muy joven como pueblo. El que fuera embajador en España hasta 2004 enumera lo que son verdaderos hitos de una conducta atípica para un país al que las potencias centrales habían programado para la dependencia.

Con permiso de Don Posse, entonces, reproducimos un fragmento de La santa locura de los argentinos (Emecé, 2006) que ilustra mucho mejor que nuestras palabras: “Lo cierto es que la rebeldía es la constante de nuestra historia. Es como una determinación genética: revolución e independencia que fueron no sólo un alzamiento contra España sino contra el orden mundial instaurado por Metternich y Talleyrand en el Congreso de Viena (1815, la Santa Alianza). Después las guerras de la independencia encabezadas por aquellos genios militares que fueron Bolívar y San Martín, considerados dos meros rebeldes con la cabeza puesta a precio por Europa (…). Más tarde Roca, expulsando al nuncio apostólico por haber opinado sobre nuestra de ley de enseñanza laica y obligatoria. Luego, con Irigoyen, un neutralismo justo y valiente pese a las presiones de los bien pensantes del mundo ‘civilizado’. Esta conducta la repiten en la Segunda Guerra Mundial los conservadores y los militares de la revolución del 43. Dos años después, cuando los Estados Unidos emergen como la superpotencia de Occidente, lanzamos el Braden o Perón. Y nos enfrentamos a la opinión mundial rompiendo el boicot contra España. Regalamos cereal cuando los bien pensantes de Occidente pretendían castigar a Franco, por su alianza con los nazis, hambreando al pueblo español (…) Décadas después, esa misma pasión por la independencia llevaría a un ministro ultraconservador de un gobierno militar a no plegarse al boicot cerealero contra la Unión Soviética (…)”.

Perdidos en un rincón austral del mundo, casi siempre a contramano y a contrapelo de todo, pues aquí seguimos. Con la obstinada manía de patalear cuando los espantapájaros del Nuevo Orden Mundial quieren venir a mandarnos como si fuésemos súbditos suyos. ¿No está bueno que seamos así…? Es decir: muchas veces ingenuos y confiados, pero luego indómitos… Porque queremos ser. Contra todo y contra todos.

Scalabrini Ortiz lo dijo con poesía: “¡Creer…! He allí toda la magia de la vida. Luchar por un alto fin es el goce mayor que se ofrece a la perspectiva del hombre. Luchar es, en cierta manera, sinónimo de vivir: se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo. Se lucha con el mar para transportar de un lado a otro del planeta mercaderías y ansiedades. Se lucha con la pluma. Se lucha con la espada. El que no lucha se estanca como el agua. Y el que se estanca, se pudre”.


Claudio Díaz
Agosto de 2009

El Estado y sus relatos/ Franzoia Alberto. J



Las interminables dicotomías nacionales: barbarie o civilización, peronismo o antiperonismo…

Por Alberto J. Franzoia*

(para La Tecl@ Eñe)


Ilustración: Aimée Zito Lema

Breve introducción a los modelos dicotómicos

Los modelos dicotómicos, como intento teórico de facilitar el abordaje de una realidad mucho más compleja que ellos, han estado presentes en la ciencia social prácticamente desde sus orígenes. Quizás uno de las dicotomías más conocidas es en el campo de la sociología aquella que construyó hacia fines del siglo XIX el francés Emile Durkheim (1). Sus polos eran sociedades basadas en la solidaridad mecánica por un lado y sociedades basadas en la solidaridad orgánica por otro. Así daba cuenta de las agrupaciones humanas más primitivas o simples hasta llegar a las más complejas, que se correspondían con la sociedad industrial. Obviamente el paso de una a otra era producto de un lento proceso histórico de transformaciones cuyo eje estaba, según el sociólogo francés, en la división del trabajo. Cuanto más se desarrolla la división del trabajo (por la cual los hombres se van especializando en el desempeño de diversas tareas crecientemente complejas) más se avanza en un tipo de solidaridad social (la orgánica) que aparece como superadora de otra mucho más simple o primitiva (la mecánica). Muchos años después Gino Germani aplicó otra dicotomía que hizo escuela para abordar el desarrollo de los países dentro del sistema capitalista mundial, se refirió entonces a sociedades tradicionales y sociedades modernas o industriales. La diferencia la marcaba el proceso de secularización o modernización que cada una había llevado adelante en los planos económico, social y político. Cuanta más secularización más desarrollo. Los desarrollistas creyeron encontrar allí la clave para pasar del subdesarrollo del tercer mundo al desarrollo que ostentan los países centrales del sistema mundial. Sólo era cuestión, creían (como el mismo Germani), de seguir el ejemplo del Norte promoviendo procesos similares con la ayuda del capital externo, su tecnología y sus técnicos para desterrar el atraso.

En ese tipo de abordajes brilla por su ausencia cualquier consideración dialéctica (los opuestos como partes constitutivas de una misma unidad), en tanto los elementos de la contradicción al excluirse mutuamente (formando unidades distintas) no se influyen y transforman hasta alcanzar una síntesis superadora. Por el contrario, se trata de un proceso armoniosamente evolutivo, el paso gradual de un estado a otro, en el que todo conflicto es visualizado como patológico (excepcional) o disfuncional (no favorable a la reproducción del sistema). Es entonces ese proceso evolutivo el que conduce a la progresiva desaparición de lo simple o primitivo mientras se va desarrollando lo complejo o moderno.

Estas construcciones teóricas no han escapado, a su vez, a las influencias que ejercen las ideologías, pero rara vez es reconocido por sus autores, ya que suelen presentarse a sí mismos como la suma del conocimiento científico. Sin embargo,, aunque ciertos “científicos” lo ignoren (u oculten), ellos al ser también miembros de la sociedad de su tiempo y ocupar un lugar en la estructura social, identificándose con la clase a la que pertenecen o bien con otra a la que adoptan como grupo de referencia, no son ajenos a las visiones de mundo que las atraviesan. De allí que toda teoría que intenta ser científica deba reconocer críticamente las influencias recibidas para lograr un examen más equilibrado entre verdad y necesidad. Los sociólogos mencionados no actuaron, por lo tanto, sólo como científicos sino como intelectuales orgánicos de sus respectivas burguesías, ya que en los casos mencionados se visualiza a dicha clase como sujeto de esa armoniosa transformación.


Dicotomías argentinas: civilización o barbarie

Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía civilización o barbarie (2). Para el pensador sanjuanino la civilización se correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa fracción del norte que es EE.UU.

En otro trabajo sosteníamos:
“Cuando la cultura propia se enriquece con el aporte de otras culturas, estamos en presencia de un fenómeno absolutamente positivo, como ha ocurrido cada vez que una creación, independientemente del contexto en el que haya surgido, se propagó por el mundo por la fuerza de sus propios méritos. Grandes descubrimientos científicos y célebres manifestaciones de arte, se encuadran en esta reivindicación de lo que se conoce como asimilación cultural. La verdadera cultura universal surge de la integración de diversas manifestaciones de culturas nacionales y regionales. Cuando Cervantes describió las andanzas del decadente caballero Don Quijote, ensambló su espíritu con el de la tierra manchega, pero al hacerlo con maestría su relato adquirió dimensiones universales, porque logró satisfacer necesidades de seres que habitan en otras latitudes. Qué decir del tango, que expresa toda la melancolía del hombre rioplatense, pero que ha penetrado en las profundidades de una cultura tan distinta como la japonesa para nutrirla. En el campo de la ciencia social podemos comprobar que cuando un método y una teoría surgidos en otro contexto, fueron adaptados y aplicados con creatividad al estudio de lo propio, favorecieron el esclarecimiento y la resolución de los problemas investigados. Un ejemplo muy claro al respecto, lo constituye la utilización del materialismo dialéctico por parte de Hernández Arregui para abordar precisamente la cultura nacional” (3).

No fue esa la visión de Sarmiento, quien sólo admitía en su práctica sustituir la barbarie para implantar la civilización. Es decir, no sólo excluye la asimilación cultural, sino que era mucho más partidario de la sustitución abrupta que de la evolución. Por eso aconsejaba regar nuestra tierra con sangre de gauchos, ya que según el ilustre maestro, era lo único que tenían de humanos. Quizás por eso también admiraba tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la civilización europea había barrido con todo vestigio de cultura autóctona, pues la conquista anglosajona, a diferencia de la hispana, no se caracterizó por la fusión y el mestizaje. EE.UU. era la posibilidad cierta de implantar Europa en América, borrando la América preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran distintas, si bien nadie que no sea un hispanista fanático podrá negar que hubiera exterminio, pillaje y explotación de la población nativa durante la conquista y colonización, simultáneamente debe admitirse que hubo fusión cultural y étnica. De allí que la actual América Latina sea, como lo era en tiempos de Sarmiento, una América esencialmente mestiza y culturalmente iberoamericana. Doble problema para el maestro que aborrecía no sólo lo autóctono sino todo lo proveniente de los sectores europeos atrasados o “bárbaros”.

Sarmiento no era sin embargo un naufrago que soñaba en su isla, sino un intelectual orgánico de la clase que se constituía como dominante en Argentina y en el resto de América Latina: la oligarquía. Sus ideas resultaron muy funcionales a los intereses de clase que se correspondían con esos grupos privilegiados que identificaban progreso (avance hacia la civilización) con la incorporación de Argentina (y América Latina en su conjunto) a la división internacional del trabajo en condición de productores de materias primas y alimentos para Europa. Curiosa civilización sin industria. Por lo tanto, el modelo teórico que este intelectual produjo, no sólo cumplió con la necesidad de expresar orgánicamente los intereses de las oligarquías nativas, sino también de las burguesías del mundo civilizado. De allí que lejos de propiciar la asimilación cultural su discurso fue vehiculo de la colonización.
“Distinto es el caso cuando asistimos a procesos de colonización cultural, ya que la incorporación selectiva y adaptativa que realiza democráticamente un pueblo para responder a sus necesidades, es sustituida por una invasión indiscriminada que forma parte de un proyecto político autoritario de las elites. Su objetivo central es borrar toda manifestación estructurada y estructurante de una cultura autóctona, como condición necesaria para someter materialmente a los sectores populares permitiendo sólo la concreción de sus intereses de clase, estrechamente vinculados con los de la clase dominante de las metrópolis. Esta aclaración resulta pertinente a la hora de abordar la realidad cultural de los países de América Latina, ya que en numerosas oportunidades la producción más visible no fue la más auténtica, pues poco ha tenido que ver con nuestra tierra y sus pueblos. En reiteradas ocasiones resultaron ser productos de imitación, surgidos de una visión de mundo subordinada a los grandes centros del poder mundial, que se manifestaron en campos tan diversos como la economía, el arte, la filosofía, etc. En este proceso colonizador mucho han tenido que ver tanto la clase dominante como sus intelectuales orgánicos, convertidos en el eslabón necesario para que el sometimiento cultural fuese posible, como así también otros que, más allá de su honestidad intelectual, quedaron atrapados en las "modas y verdades" transmitidas por los agentes del orden establecido” (4)

Civilización o barbarie vino a desempeñar a su vez una extraordinaria función azonzadora en las capas medias. Don Arturo Jauretche no casualmente señala a esta dicotomía como la madre de todas las zonceras argentinas:
“Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las ha generado a todas —hijas, nietas, bisnietas y tataranietas—. (Los padres son distintos y de distinta época —y hay también partenogénesis—, pero madre hay una sola y ella es la que determina la filiación).Esta zoncera madre es Civilización y barbarie. Su padre fue Domingo Faustino Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía vigencia antes del bautismo en que la reconoció como suya” (5).
Tan útil resultó la dicotomía a las clases dominantes de adentro y de afuera, que cada vez que los sectores populares se encolumnaron tras un proceso `político que intentaba darles voz y presencia en esa realidad de la cual eran habitualmente excluidos, civilización o barbarie retornaba a la escena como justificación cultural para perpetuar su sometimiento económico, social y político. Esto que ya había ocurrido en el primer tercio del siglo XX con el yrigoyenismo, regresó aún con mayor virulencia a partir de 1945.


Dicotomías argentinas: peronismo o antiperonismo


Cuando el 17 de octubre de 1945 los trabajadores argentinos inundaron las calles de la ciudad puerto que durante tanto tiempo había mirado a Europa pretendiendo ignorar la Patria real, ésta reapareció (aunque nunca se había ido realmente) con toda la potencia que en el siglo XIX expresaron las fuerzas federales. Es que el desarrollo de un importante proletariado nacional, como producto de esa industria sustitutiva de importaciones que fue necesaria para suplir la carencia de bienes de consumo para el mercado interno ocasionada por la crisis de los años treinta y luego por la segunda guerra interimperialista, tuvo la enorme virtud de potenciar condiciones para que los sectores populares volvieran al centro de la escena. El incipiente desarrollo de la industria gestado por necesidad, aún a contrapelo de los intereses oligárquicos agroexportadores, aceleraba el desarrollo de una clase social muy débil hasta entonces. Pero ese desarrollo social que brotó de una cambiante materialidad no había encontrado aún correlato en la superestructura política. Hasta que la aparición de un militar identificado con la fracción industrialista del ejército, desbordó los objetivos del gobierno de facto instalado en 1943 (gobierno del GOU) para convertirse en la expresión política del nuevo sujeto social.

La irrupción económica y política del proletariado argentino no podía menos que generar la inmediata respuesta del bloque oligárquico-imperialista, que tras la caída de Hipólito Yrigoyen en 1930 había manejado los destinos del país ya sin obstáculos a la vista. En esas circunstancias la dicotomía cultural (ideológica) civilización o barbarie fue fogoneada por la oligarquía con una pasión digna de mejor causa. Sin embargo la misma va a manifestarse a través de nuevos conceptos. Peronismo o antiperonismo, aluvión zoológico o gente civilizada, fascistas o demócratas. Son las consignas antitéticas de esa época. Justo es reconocerle a Sarmiento, que ninguno de los teóricos oligárquicos que lo sucedieron alcanzó su estatua intelectual. No hay expresión conceptual más acabada acerca de la dicotomía concebida en su versión oligárquica, que la que él diseñó en el siglo XIX a través de la categorización: civilización o barbarie.

Pero el frente nacional conducido por Perón, en respuesta a la supuesta “dictadura de las alpargatas”, consigna instalada por estudiantes de las capas medias antiperonistas, lanzó un enérgico “alpargatas sí libros no”. ¿Qué significaba en realidad esta dicotomía en la versión gestada por los sectores populares? Dice el teórico de la izquierda nacional Jorge Enea Spilimbergo:
"(1)La autoreivindicación como sujeto histórico activo de la mujer y el hombre obligados a la alpargata, socialmente preteridos. (2)Su exigencia de zapatos para ellos y sus niños, muchas veces descalzos. (3)Su aspiración a que sus hijos tuviesen acceso a la alfabetización, la enseñanza media y aún superior, privilegios los dos últimos de minorías. (4)La impugnación de los libros (la ideología liberal-imperialista, formulada como razón universal) que enseñaba como "natural", platónicamente "justo", el orden que condenaba a las alpargatas, el hambre y la ignorancia a la inmensa mayoría. (5)La decisión superadora y culturalmente genética de cambiar ese orden".
"Era, pues, dicha consigna, la expresión vigorosa y primaria de un hecho cultural fundador: la nueva relación de fuerzas creada por el ascenso de los trabajadores al primer plano de la vida política" (6).

Obsérvese que Spilimbergo aborda en términos dialécticos (que es como se manifiesta la realidad más allá de las categorizaciones abstractas y estáticas que formulan los pensadores liberales) la dicotomía alpargatas o libros. Porque a través de la reivindicación de las alpargatas el peronismo no niega los libros sino una manifestación de ellos, Ya que a su vez lucha por alcanzar el acceso a la educación y a una cultura amplia (los libros) para los hijos de los trabajadores. Para conquistar dicho objetivo, era necesario enfrentar simultáneamente la versión liberal-imperialista de los libros, que condenaba a la ignorancia a los portadores de alpargatas. Sólo de esa lucha entre opuestos puede salir un orden alternativo al dominante, en el que quien usa alpargatas no accede a los libros, y quien accede a los libros es porque no usa alpargatas. Aquí queda claramente expresada la diferencia entre un abordaje dialéctico de la realidad y otro metafísico.

Proyecciones de una dicotomía no resuelta


El segundo gobierno de Perón cayó en 1955. La oligarquía, aliada con las burguesías imperialistas del Norte, volvía al gobierno porque no había sido eliminada la base material de su poder. El peronismo dio pasos enormes en pos de la independencia económica y la justicia social, pero las clases dominantes no habían sido derrotadas en forma definitiva. El signo más evidente de lo afirmado es que la oligarquía nunca perdió el control monopólico sobre la propiedad de las ricas tierras de la pampa húmeda. Tras largos años de dominio del bloque oligárquico-imperialista, sólo interrumpido hasta 2003 por un breve período peronista rápida y brutamente abortado por el terrorismo de Estado, la clase dominante argentina no sólo conserva su poder en el sector agrario, como lo demuestra con frecuencia, sino que ha extendido sus tentáculos a los sectores más concentrados de la industria y desde luego al sector financiero.

Más allá de sus innegables contradicciones el inicio en 2003 del proceso democrático K, ha resultado un escollo que no se había registrado en los 27 o 28 años anteriores para los objetivos de las clases dominantes. No estamos en presencia de un peronismo duro ni mucho menos de un socialismo nacional, sin embargo varias medidas de signo contrario a la ortodoxia liberal, que benefician a los sectores populares, han crispado los ánimos de todos aquellos que estaban acostumbrados a realizar sus privilegios de clase sin la menor resistencia. No resultará casual entonces que, ante medidas que conspiran aunque más no sea parcialmente contra dichos privilegios, se esté produciendo una reacción oligárquica de envergadura. Sin embargo, nuevamente el bloque oligárquico-imperialista necesita de una base social más amplia para llevar adelante sus objetivos políticos que apuntan a desestabilizar al gobierno popular. En ese marco es absolutamente necesario contar con por lo menos franjas significativas de las capas medias. De allí que el arsenal de ideas sintetizadas en dicotomías de cuño reaccionario vuelve a aparecer con la brutal potencia de otros tiempos.

Utilizar hoy como polos de la dicotomía los conceptos peronismo o antiperonismo es no decir absolutamente nada, ya que después del huracán menemista que arrasó con la estructura política justicialista, la oligarquía cuenta con no pocos muchachos que tocan el bombo y cantan la marcha entre sus filas. La prensa los llama “peronismo disidente”, para el deleite de los mismos protagonistas, ya que de pronto se encuentran con un título político (peronismo) que buena parte del pueblo les retiró en los noventa. Por este motivo todo parece indicar que hoy la dicotomía real pasa por ser kirchnerista o antikirchnerista. Pero en la visión de la clase dominante y sus intelectuales, ser kirchnerista (o apoyarlo en sus trazos gruesos) se correspondería con ser partidario de la intolerancia, el hegemonismo antidemocrático, el atentado a la libertad de expresión, el hostigamiento injustificado al campo (y por lo tanto a la patria), la obstaculización para las benditas inversiones extranjeras y, en su versión macartista, significa ser un montonero que busca dividir la patria. En cambio, si se es antikirchnerista está asegurada la pertenencia al territorio de los demócratas, de los republicanos, de los defensores de la libertad de expresión, de los abanderados de la productividad agraria (por lo tanto amantes de la patria, porque ya sabemos que “todos vivimos del campo”), de los responsables propiciadores de la inversión extranjera para el desarrollo y, en su versión macartista, significa pertenecer a esas buenas personas que solo trabajan por la unidad de todos los argentinos sin revanchismos.

Si uno lee a Sarmiento e investiga su biografía real (no la que diseñó la historia mitrista), pocas dificultades tendrá en encontrar curiosas coincidencias entre el discurso de nuestros intelectuales bien pensantes de la actualidad, al estilo Marcos Aguinis, y las diferencias que para Sarmiento mediaban entre los civilizados y los bárbaros, como así también las soluciones que proponía. Sin embargo, sólo las buenas teorías, las que tienen más contenido empírico y menos ideología, son las que logran superar las pruebas del tiempo. El modelo civilización o barbarie y sus proyecciones a lo largo de la historia argentina, ha sido reiteradamente refutado por la realidad concreta, porque lo observable es que los civilizadores suelen cerrarle el paso a la verdadera civilización, aquella que logrará satisfacer las necesidades materiales y espirituales del conjunto social gracias al integral aprovechamiento de los avances científico-culturales. Para que eso ocurra, se requiere que la “barbarie” triunfe sobe la “civilización”, o que las alpargatas se impongan a la versión oligárquico-imperialista de los libros.

La Plata, 7 de septiembre de 2009



* Por Lic. Alberto J. Franzoia

Director General del Cuaderno de la IN
http://www.elortiba.org/in.html)


Director General del Cuaderno
de la Ciencia Social

http://www.elortiba.org/cs.html

Obras citadas:


(1) Emile Durkheim, La División del trabajo social, 1893

(2) Domingo Faustino Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, 1845

(3) Alberto J. Franzoia, Reflexiones sobre cultura, en revista “Política” nº 4, 2007

(4) Alberto J. Franzoia, texto citado

(5) Arturo Jauretche, Manual de zonceras argentinas, 1968


(6) Spilimbergo Jorge: "Hombre, Estado, Comunidad", página 65 a 69, en Proyecciones del Pensamiento Nacional, actas del simposio A 40 años de "La Comunidad Organizada", convocado por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y organizado por la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales desde el 20 al 22 de abril de 1989.

El Estado y sus relatos/ Agustín Gribodo

Civilización y barbarie
Apuntes de una literatura en conflicto
por Agustín Gribodo*


(para La Tecl@ Eñe)


Así como la historia no es monolítica, la literatura tampoco tiene una dirección única ni puede ser comprimida en un corpus de carácter “nacional”. Aunque sí existen características que hacen a la idiosincrasia de un pueblo y que, inexorablemente, se proyectan en el pensamiento y las obras de los artistas.
Y es la literatura la rama del arte que más estrechamente está ligada a la historia de un pueblo, pues por medio de la literatura se pueden desarrollar (en el texto teatral, el cuento, la novela y la poesía épica) líneas de pensamiento que interactúan con los hechos que forman el pasado y el porvenir de ese pueblo, ya sea de manera explícita o alegórica.
De ningún modo –conviene aclararlo– estoy hablando de la “historia novelada”. Lo que se intenta establecer en estos apuntes es la conexión profunda de la literatura con un pueblo, o mejor dicho, con la historia de ese pueblo.

Esteban Echeverría


Las letras argentinas alcanzan su primera expresión de compromiso en El matadero, cuento de Esteban Echeverría escrito hacia 1839 –pero publicado en 1871, dos décadas después de la muerte de su autor, por La revista del Río de la Plata–. Esa es, al fin, la primera obra narrativa que sale del esquema costumbrista descriptivo de ambientes y situaciones pintorescas, esquema que hasta entonces sólo había inquietado con alguna que otra observación social.
Echeverría consigue en El matadero, considerado por muchos el primer cuento argentino, no sólo una verdadera tensión narrativa, sino también un tratamiento en el cual los personajes están al servicio de una situación dramática que testimonia la dicotomía de la época en la que fue escrito: federales y unitarios. Y el modo de exponer estos dos modelos opuestos es tan cruda como precisa: los bárbaros federales, simbolizados en los matarifes, y los civilizados unitarios, personificados en la víctima, un joven culto y de buena presencia. Se puede, entonces, a partir de El matadero, hablar de una representación literaria de la antinomia “civilización y barbarie”.
Con esto no quiero decir que esa dualidad esencial de la Argentina naciera con el advenimiento de Rosas y los caudillos, o con el fusilamiento de Dorrego a manos de Lavalle. Pues, con distintas motivaciones, la división ya venía desde la Colonia y el período revolucionario de las últimas décadas del siglo XVIII y las dos primeras del siglo XIX. Por entonces la dicotomía estaba planteada entre “la seguridad que daba la dependencia comercial de España” y “la orfandad que significaba la incipiente liberación”. Mucho tiempo después, a mediados del siglo XX, estas dos posiciones, a grandes rasgos, darían lugar a términos y expresiones tales como cipayo, gorila, cabecita negra y aluvión zoológico. Reiteración que evidencia la continuidad histórica de la lucha entre “dependencia” y “liberación”. Pero volviendo a la literatura, lo que se busca señalar aquí es que El matadero es la primera expresión “genuinamente literaria” que marca en toda la dimensión social y política la antinomia que caracteriza a nuestro pueblo.
También a la pluma de Echeverría se le debe la pintura de otro ámbito histórico en el que se desarrolla el contraste entre civilización y barbarie. En La cautiva, poema épico publicado en 1837, se muestra la visión del hombre blanco respecto del “problema de la tierra”. Por un lado, la civilización que “toma lo que considera suyo”; por el otro, la barbarie de los aborígenes que pelean por “recuperar lo suyo”. La figura expuesta aquí es el saqueo, el robo. Lo robado es María, la cautiva, el personaje femenino, y el reivindicador será Brian, su esposo; aunque finalmente los dos mueren en la vasta llanura desértica. Para hacer más trágica la historia y mostrar la crueldad de la que son capaces los “salvajes saqueadores”, Echeverría desliza, sobre el final y a modo de golpe bajo, el degüello del hijo de María a manos de los indios.
El problema que surge aquí es establecer quién es el ladrón y quién la víctima del robo. Esto, como no podía ser de otra manera, quedará culturalmente definido desde la perspectiva del hombre blanco y su arrolladora e inevitable “civilización”. No muchas décadas después de la escritura de La cautiva, el despojo quedará legitimizado “bárbaramente” con las campañas al desierto.

Domingo Faustino Sarmiento


Apenas seis años después de que Echeverría escribiera El matadero, se publica la obra más importante de Domingo Faustino Sarmiento: Facundo, que hoy, en la mayoría de las ediciones, lleva por subtítulo la perturbadora y tajante oposición entre civilización y barbarie. Y lo que pretendió ser un libro de denuncia, una suma de textos escritos desde el exilio en Chile y con la urgencia propia de los artículos que periódicamente aparecían en el diario trasandino El Tribuno, terminó siendo una obra esencial de la literatura argentina.
Pero Facundo es una obra inclasificable que excede los fines para los cuales fue escrita. Novela, ensayo, historia, panfleto, estudio sociológico... Todo le cabe a este libro por medio del cual Sarmiento batalla contra Juan Manuel de Rosas, dueño del poder en Buenos Aires. Y la prueba de que esta obra excede las circunstancias históricas del momento en el que fue escrita se encuentra en el título de la primera edición, hecha en Santiago de Chile en 1845: Civilización y barbarie. Sólo como subtítulo aparece: Vida de Juan Facundo Quiroga. En la elección del título, Sarmiento priorizó, como fin esencial de su libro, estudiar y exponer bajo su propia perspectiva la división que hasta ese momento presentaba la historia argentina desde sus orígenes.
La figura de Facundo, al fin y al cabo, simbolizaba, para el escritor sanjuanino, la mitad de esa dicotomía. Y además encarnaba algo así como el álter ego de Juan Manuel de Rosas. Con la inmediatez histórica de ese material, Sarmiento pretendía en última instancia extirpar el supuesto “cáncer” y esbozar un modelo de país, un modelo que estaba lejos de concretarse y que para hacerlo necesitaba no sólo de la caída de Rosas, sino también de un gobierno central que acabara con el caudillismo y orientara los destinos del país.
De ahí que el Facundo tenga un comienzo al mejor estilo literario: “¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo!”. Para luego, apenas unas líneas más adelante, recurrir a la moderación del tono ensayístico al decir: “Necesítase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que lo forman y buscar en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que están pegados”.
Sarmiento expresó en Facundo sus ideales políticos porque él fue, qué duda cabe, un hombre político. También lo fueron Echeverría, José Mármol, Juan Bautista Alberdi, Bartolomé Mitre y otros más que, en su conjunto, trascendieron como la Generación del 37. Todos ellos, como característica, compartieron el hecho de ser opositores a Rosas y, en consecuencia, el exilio.
Esta tendencia en la literatura de entonces es más comprensible cuando se alcanza a ver que en el siglo XIX el país todavía no estaba hecho, faltaba un modelo, un esquema de república. Por eso los escritores no tenían alternativa y sus obras estaban cargadas de intenciones políticas, pues había que encontrar el modelo y a la vez organizar el territorio según las bases de ese modelo. Era difícil abstraerse de esa búsqueda: no había espacio ni tiempo para practicar el arte como fin. Y en ese contexto surge Facundo, obra que muestra el apasionado ímpetu de su creador proyectado en una prosa ágil y nerviosa, una prosa que rompe los lazos con una “preceptiva académica” que adormecía las mejores intenciones, una prosa que funda un estilo americano de ver y hacer literatura: una literatura urgente. Tal vez sea ése el mayor mérito del libro.
Juzgar a la distancia los valores de aquellas intenciones políticas cuando se estaban definiendo cuestiones territoriales y constitutivas de un país que aún no había nacido como tal, me parece aventurado. No hay que olvidar que los caudillos, ya sean federales o unitarios, como los intelectuales de la Generación del 37 (muchos de ellos hombres que en su momento tomaron las armas) defendían intereses y, en el mejor de los casos, tenían ideales, algo poco común en la mayoría de los políticos de hoy en día.
Y en esto conviene ser claro: de ningún modo Sarmiento pretendió hacer con Facundo la gran obra literaria. El resultado fue un libro auténtico en el cual el autor describe, con errores y aciertos, lo que para él había sido la historia argentina hasta ese momento. Lo hizo con una descalificación desmedida del gaucho y un ataque feroz al federalismo; una partición tajante, una división absoluta entre negro y blanco, un esquema donde no había espacio para los tonos grises. Fuera de tal maniqueísmo, del modelo de país se encargaron la historia y la posición geográfica privilegiada de la ciudad Buenos Aires, que, con federalismo o sin él, siguió centralizando el poder político y económico. Y por último, del gaucho se ocupó José Hernández, que en su Martín Fierro humanizó y dignificó aquel personaje que en Facundo había sido “barbarizado”.

Arlt, Mallea, Borges, Sabato...


Lo que Sarmiento no sabía, y ni siquiera podía intuir, era que desde el título de aquella primera edición de 1845 (Civilización y barbarie) estaba sentenciando el porvenir de la República Argentina. Porque así como en la vida política la oposición entre rosistas y antirrosistas dominó gran parte del siglo XIX, en el siglo siguiente las posiciones del peronismo y el antiperonismo marcaron a fuego la historia nacional.
Esa dicotomía permanente de los argentinos se trasladó a las letras, que heredaron ciertas tendencias excluyentes. La principal fue la que derivó en el enfrentamiento entre literatura “con un fin social” y literatura “con un fin artístico”. De estas dos maneras de encarar el oficio literario surgieron los grupos de Boedo y Florida.
Más allá de quiénes pertenecieron a un grupo u otro, esa división se proyectó a lo largo de todo el siglo con variados matices. Roberto Arlt criticó duramente a quienes “escribían lindo”, y lo hizo no sólo desde la acidez corrosiva de sus comentarios sino también desde una narrativa cruda y sin concesiones. Eduardo Mallea recurrió, en Historia de una pasión argentina, a la distinción entre “el hombre visible” y “el hombre invisible”, por medio de los cuales simbolizó los dos materiales que constituyen el “ser argentino”: lo visible era la apariencia, la frivolidad, la politiquería de los oportunistas; lo invisible era la honestidad de millones de hombres y mujeres que asumían modesta y calladamente sus oficios. Por otra parte, hacia la década del setenta, se presentó como antípodas a Jorge Luis Borges y a Ernesto Sabato; sobre estas dos maneras de hacer literatura y ver el mundo hasta se han escrito libros de “conversaciones” entre ambos escritores. Tras los años negros de la última dictadura militar surgió el cruce entre los intelectuales que se quedaron y los que se fueron, como si alguna de las dos decisiones hubiera atenuado en algo la tortura y el plomo de la época.
Y así se podría seguir acumulando ejemplos de cómo la dicotomía esencial de los argentinos se refleja en el ámbito literario. En fin, como se dijo al principio de estos apuntes en forma de artículo, existen características que hacen a la idiosincrasia de un pueblo y que, inexorablemente, se proyectan en el pensamiento y las obras de los artistas. Somos lo que somos, aceptarlo no nos hace inferiores..., negarlo sí.


*Poeta


Agosto de 2009

El Estado y sus relatos/ Rubén Américo Liggera

ALPARGATAS Sí, LIBROS NO
¿Civilización y barbarie en la cultura peronista?

“…la lucha actual de la República Argentina lo es sólo de civilización y barbarie, bastaría a probarlo el no hallarse del lado de Rosas un solo escritor, un solo poeta…”
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo. Civilización y Barbarie (1845)
(para La Tecl@ Eñe)
El tópico sarmientino “civilización y barbarie” es una constante en nuestra historia política, social y cultural durante los siglos XIX, XX y también en el actual. Baste recordar la profusión de imágenes que describieron en los medios televisivos el conflicto entre la patronal del campo y el gobierno para tener una acabada idea sobre la narración maniquea a la que fuimos sometidos. Sin embargo, los términos ahora son invertidos: los “campesinos” fueron mostrados como rubios, elegantes, educados, pertenecientes a las clases media y media alta y los defensores del gobierno-devenidos en clases urbanas- morochos, poco instruidos, mal trazados, agresivos, arriados por caudillos inescrupulosos por la coca y el sánguche. Espíritu patriota y desinteresado versus clientelismo vil. Aunque como veremos más adelante, los términos pueden mudar.
Señala Félix Luna en El 45, “Se tejieron infundios sobre los adversarios atribuyéndoles una barbarie irredimible, una estolidez absoluta. En esto, el tono de la Unión Democrática no se diferenciaba mucho de lo que se usó contra Irigoyen en 1928” (Pág.453) Dos gobiernos populares, dos líderes venerados por el pueblo estigmatizados por la oligarquía argentina. Sus seguidores serán (y son) la chusma, la merzada, el aluvión zoológico, los cabecitas, los grasas y así por el estilo. Porque se“…pretendía juzgar los hechos [políticos] en términos estéticos. Dejaban afuera de todo análisis la significación profunda de esa irrupción de las masas en la vida política”(Luna F. Ibíd., p 320; las negritas son nuestras)
Curiosamente, también como sucede por estos días, la prensa “seria” en 1945 ninguneaba tanto a Perón, manipulaba y tergiversaba con tanta impunidad la información, que construía una realidad ilusoria. Pero, a pesar de esta circunstancia adversa, el General Perón arrasó en las elecciones. Y conste que lo dice un autor como Luna, para nada partidario del peronismo.
El eslogan “alpargatas sí, libros no” no pertenece a Perón sino a Américo Ghioldi, autor de un libro titulado precisamente Alpargatas y libros en la historia argentina, de 1946. Sucede que inmediatamente los trabajadores lo tomaron como propio para diferenciarse de la cultura libresca, extranjerizante y elitista, para oponerse a las jerarquías sociales y el poder instituido que los oprimía; ellos pertenecían al mundo del trabajo, representaban lo nacional y popular. De ningún modo la intención era sojuzgar o eliminar la educación formal o la literatura, aunque se pretendía instalar que una turba ignorante y maleable, conducida por un líder sanguinario, reinstalaría el terror de la mazorca.
“Ciertamente, -dirá Marcelo Luna en “Perón en caricaturas”- el valor de la cultura letrada fue el rasgo que pretendía ´separar aguas´ entre lo peronista y lo no-peronista. Era una distinción no sólo política sino también cultural que, al estilo del pensador Domingo Faustino Sarmiento, buscaba revalidar la antinomia de la ´civilización´ y la ´barbarie´, provenientes del planteo ideológico liberal del siglo XIX. Para Sarmiento el primer concepto equivalía al ´progreso´, y abarcaba una serie de medidas liberales (fortalecimiento de la autoridad estatal, apertura al mercado externo, inversiones extranjeras, inmigración, secularización, entre otras). La ´barbarie´ era, por el contrario, el ´atraso´, que culturalmente se presentaba como ´lo hispánico´: el caudillismo rural, el fetichismo religioso, la vida monótona que se desenvolvía en el ´desierto´. Es en el peronismo donde reaparece ahora, para los caricaturistas, la ´barbarie´. En efecto, fue siguiendo esa línea que Tristán[José Antonio Ginzo] anotó en el anterior dibujo, sobre el lomo de su personaje, « !Biba Rosas¡ » -con errores de ortografía y los signos de exclamación mal ubicados-, para destacar la filiación histórica del peronismo (de la que no renegaron -ni reniegan- los peronistas): los tiempos de Juan Manuel de Rosas, caudillo y gobernador de la provincia de Buenos Aires, que manejó el poder entre 1829 y 1852, apelando incluso a una dictadura plebiscitaria” (Las negritas son del autor)
Perón será un nuevo Rosas, la”segunda tiranía” que impuso en Argentina un sistema antidemocrático, totalitario, fascista, sangriento, etc., etc. (y de esto puedo dar fe, pues ¡así fui adoctrinado en los ´60 en mi paso por la secundaria!, hasta que por suerte en los ´70 la calle me mostró la otra historia…)
La plantilla formal propuesta por “El matadero” de Echeverría se reproduce posteriormente en nuestra literatura. Susana Rosano (“El peronismo a la luz de la ´desviación americana´:Literatura y sujeto popular”, Colorado Review of Hispanic Studies, 2003) propone la siguiente secuencia:“La fiesta del Monstruo”(Borges y Bioy Casares,1947), “Cabecita negra” (Germán Rozenmacher, 1964) y “El niño proletario”(Leónidas Lamborghini, 1973).
José Pablo Feinmann (1999) plantea: “El matadero”, “La Refalosa” de Ascasubi y “La Fiesta del Monstruo”. Y así por el estilo podríamos armar nuestra propia genealogía literaria con obras que aludan a la antinomia civilización-barbarie. Y viceversa, porque la “barbarie” anida en las sociedades más “civilizadas”:¿O acaso Hiroshima, Vietnam o las guerras genocidas del nuevo milenio a manos del imperio, la tortura, la xenofobia irracional, el hambre y los miles de refugiados en el mundo no son una ofensa a la condición humana?
La revancha del ´55 y sus contradicciones es relatada por Saccomanno en La lengua del malón (2003):”En los patios de los colegios, maestras y maestros ordenaban quemar los libros de lectura que habían sido impuestos por el tirano depuesto. Mientras estudiantes de guardapolvo cantaban el himno a Sarmiento ardían en piras La razón de mi vida, los retratos del General y Evita, el escudo justicialista. Curioso acto educativo el de quemar libros en las escuelas. Mientras contemplaba el fuego envolviendo los textos pensé que era otro triunfo de la civilización sobre la barbarie” (P.228, las negritas son nuestras) Vemos otra vez la inversión de los términos.
Podemos sumar a nuestro canon a Cortázar, a Viñas, a Lastra, a Beatriz Guido, a Wernike, a Andrés Ribera, a Saer, a Bayer, a Walsh, a Soriano además de los numerosos autores más jóvenes que publicaron sus obras en la post dictadura. Ardua y dolorosa tarea la de asumir literariamente la más grande y jamás pensada barbarie”occidental y cristiana”.
Es cierto que durante el peronismo los intelectuales manifestaron su rechazo y su desprecio al gobierno popular, salvo excepciones como Jauretche, Scalabrini Ortiz, Gálvez, Marechal (¡”el poeta depuesto!”), Discépolo, Manzi, Expósito, y otros no tan conocidos, condenados luego al silencio y también al ostracismo.
En su trabajo “¿Aliados o enemigos? Los intelectuales en los gobiernos de Vargas y Perón”(2004), Flavia Fiorucci, expresan una verdad con respecto a la actitud de Perón, muy diferente a la del líder brasileño:”Perón repartió el poder entre quienes fueron en gran medida responsables de su triunfo, en especial los líderes sindicales y reaccionó con indiferencia a la oposición de los letrados a la vez que otorgó a la cultura un lugar subordinado en su lista de prioridades”(P.10) Aclaremos una vez más que estamos hablando de una cultura ejecutada y disfrutada por una minoría ilustrada que giraba en torno a Victoria Ocampo, la revista Sur y los diarios de la oligarquía y que sabemos, muy diferente de la nacional y popular, donde a partir de ese momento, además, el Estado cumplirá una labor destacada.
Y en el mismo sentido, dice Fiorucci en el estudio citado:”El hecho de que la mayoría de los estudiantes y los intelectuales rechazaron al régimen peronista desde sus inicios parece haber aumentado los sentimientos antiintelectuales de los obreros. No podemos dejar de recordar en este punto que el grito de guerra de los obreros en su camino a la Plaza de Mayo era ´Alpargatas sí, libros no´y ´Haga patria, mate un estudiante´ ”(P.14)
Invito a los amigos cibernautas que visiten esta página a leer estos textos si acaso no lo hubiera hecho y a memorar los propios, esos que tal vez no conozcamos. Porque, entre todos, seremos capaces de reconstruir esta historia nuestra de violencia, de terror y de muerte, protagonizada por civilizados y bárbaros, a veces no tan civilizados y otras tantas no tan bárbaros.
No vendría mal adelantar que “El matadero”, es considerado un texto fundante de la literatura ilustrada argentina; que “La fiesta del Monstruo” de Bustos Domecq (Borges-Bioy) es un texto paródico y sobreactuado donde un 17 de Octubre la turba mata a piedrazos y a cuchilladas a un intelectual judío para luego escuchar el mensaje del Monstruo, obviamente, Perón (José P. Feinmann con agudeza y humor señala que el lenguaje del narrador es más parecido al de Catita [Niní Marshal] que al de un obrero argentino); que “Cabecita negra” muestra la invasión de la casa del “culto” Linari por un policía negro y bruto y su hermana borracha, y finalmente, que “El niño proletario”, es un cuento revulsivo, de una violencia física y sexual explícita, pero donde los violadores del niño proletario son tres muchachitos burgueses, o sea, civilizados poseídos por la barbarie.
También -como adelantáramos- podría invertirse la ecuación y afirmar: el peronismo es civilización y el liberalismo la barbarie. Susana Vellegia (Peronistas, Nº 4 , septiembre de 2003) argumenta así: “Para la doctrina justicialista que Perón funda, la civilización consiste en la facultad del nuevo orden social-concebido tanto en términos económicos como culturales y morales para armonizar intereses en conflicto y producir una convivencia armónica(…) La barbarie sería asimilable al régimen de las democracias liberales de mercado, donde el interés común sucumbe frente al avance arrollador de los intereses individuales, la dimensión material de las prácticas humanas desplaza los valores espirituales y las metas pragmáticas a los fines trascendentes que dan sentido a la existencia de personas y comunidades” (Pp.100-101) En síntesis, civilización, sí, ma non troppo!...
Y para no abundar en más detalles que podrían llegar a resultar redundantes, terminemos el desarrollo de estos apuntes con una cita de Arturo Jauretche:”Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las ha generado a todas –hijas, nietas, bisnietas y tataranietas-. (Los padres son distintos y de distinta época-y hay también partenogénesis-, pero madre hay una sola y ella es la que determina la filiación)
Esta zoncera madre es Civilización y Barbarie. Zoncera Nº 1” (Manual de Zonceras Argentinas, 1972, P.25)
A partir de este supuesto cardinal se desprenden todos los prejuicios intelectuales enarbolados por gran parte de nuestra intelectualidad.

Por Rubén Américo Liggera, en Junín, Buenos Aires, Agosto de 2009