15 mayo 2009

Vicente Zito Lema/Poema Inédito/Palabras para las manzanas y el miedo



Palabras para las manzanas y el miedo
(especial para La Tecl@ Eñe)


En el comienzo de los comienzos fue la necesidad
del fuego y de la luz; el vacío conoce la negrura
perpetua, no la caridad, tampoco escucha los cantos
y las risas del amor…
En la oscuridad sin fronteras nació el miedo,
era de esperar… Las flores son las hijas del
sol, repican las voces entusiastas de generación
en generación… El miedo siguió avanzando; Dios
no había nacido desde el dolor humano; el hambre
y el deseo dieron paso al monstruo de los monstruos:
la muerte que se piensa, la muerte como idea,
más monstruo cuanto más intangible…
En escena el miedo: el miedo nos encierra
en una caja de cristal y el cielo no hace otra cosa
que arrojar piedras al techo… (son piedras de furia,
o tal vez de desencanto…)
Muy cerca, el río pasa; hay arenillas a
diestra y siniestra, hay un hálito de palidez
en su lecho cercano…
Poco se repara en el brillo de los peces, la angustia
gana un lugar en la mesa; sólo preocupa el ritmo
de las olas, la posibilidad de ahogarnos pone lágrimas
de luto en nuestros ojos…

En el comienzo de los comienzos la naturaleza
quedó afuera del honor y del horror; no fue vista
como amiga o enemiga; el frío dejaba
su pasaje en los rostros, y el hielo y la nieve
con su corona sobre las espesas cabelleras
anunciaban el fin de una época…
El sol aparecía desde el fondo del mar con la belleza
en su lomo; las ofrendas y el misterio
se practicaban en silencio; alguien dijo:
la noche es el amor del cielo; los demás dijeron:
es hora de dormir, un vigía que suba a un árbol
y nos proteja… Las huellas de un gran animal
auguraban las sombras…

En el comienzo de los comienzos las palabras
se decían en la cara, fueran caricia o un duro
reproche; el viento que curte las hojas jamás
se esconde; la oscuridad se deshace en la luz
que chorrea; un niño dice: tengo hambre,
cien manos le alcanzan la comida, poco
y nada queda, un gesto, una sonrisa,
mañana será otro día; alguien quiere contar
las estrellas y llora: ¡son infinitas!, ¡son infinitas!;
la voz se apaga junto al fuego,
que no se apaga…. Lo que gira, gira;
lo que viene se va; si todo se reparte,
parejamente, el miedo de estar muerto
dormirá plácido en los brazos del alba…
Hay perfume de fogatas, la llovizna no lastima….

El comienzo de los comienzos llegó a su fin…
Hubo quien escuchó lúgubres campanas…
Hubo quien vio un pájaro de plumas negras y
pico negro, volando sobre nubes súbitamente negras
Hubo otro comienzo: un hombre sentó su gran culo
en una parva de manzanas,
y un niño soñó que sus pies eran un mar
para los peces; poca clemencia se conoció
a la hora de la cena, poco diálogo, poco canto;
discutieron y repartieron golpes hasta que alguien
gritó y golpeó la mesa:
¡Hay dueño, hay propiedad, hay renta!
¡Estos son mis intereses! (Pareció que el invierno
apresuraba sus pasos…)
Al que igual quiso comer las manzanas,
le cortaron la mano; y a otros en la hermosa pradera
se los vio colgados de los álamos; y aunque el viento
pasó de largo, ya nadie podría olvidarse del nuevo
principio: pagarás con la vida por comer
del árbol ajeno…
El niño con pies de peces camina por las aguas,
lo roe el hambre y sueña con manzanas…
El hombre, que ahora no es un hombre sino un dueño
ya no duerme en su casa, ya no besa a esa mujer
solitaria que sufre de soledad en la cama;
tampoco cuando la noche es roja se acerca al mar
para escuchar su canto y el canto de las sirenas…
Se siente amenazado… Sospecha de los saludos…
y de quien da vuelta su cara…
Las músicas le suenan como gritos de dolor
como ira y reclamos… Para él las nubes semejan
la boca de un diablo…
Día y noche, día y noche lo pasa en duermevela
sobre puntiagudas manzanas…
que esconde y cuida como el oro…
y que pronto se pudren…
y que poco perfuman…
olvidadas de que fueron en un largo amanecer
bellamente manzanas

¿Y el miedo? ¡Ah, con miedo el azul del prístino
cielo languidece!
¡Ah, el miedo nos devora el corazón!
¡Ah, el miedo cunde y se convierte en plaga!
El niño con peces en los pies cuenta una historia:
El árbol tiene miedo del dueño de las manzanas;
les exige, con veneno, que rindan más manzanas…
El dueño tiene un verdugo y tiene un guardián
para que nadie toque las manzanas (y mira al mundo
con aires de cortarle el cuello),
y tiene perros que aúllan a la luna; una luna pálida,
que muestra el miedo de ser comida, igual que
una manzana…
El niño deja libre sus pies de peces en el mar…
Más tarde o más temprano llegará con luces
el verano… ¿Quién recordará en su tumba
al que fue dueño de las manzanas…?
El viento pasa… El viento pasa…

Vicente Zito Lema,
Buenos Aires, Mayo de 2009
Para La Tecl@ Eñe

11 mayo 2009

Osvaldo Bayer/Entrevista: El coraje civil de la militancia- Por Conrado Yasenza

Entrevista con Osvaldo Bayer

El coraje civil de la militancia

Un intelectual es aquel que da testimonio de su época dijo Elías Canetti. Y Osvaldo Bayer es el testimonio vivo del intelectual comprometido con su tiempo e historia. Es el conocimiento y la coherencia puestos al servicio de la verdad. Sus obras y acciones dan cuenta de una vida en busca de la justicia y el coraje civil.
Siempre resultan insuficientes las palabras para describir la vida de un hombre como Bayer, humanamente ético y crítico. Además de un ser radiante en su bonhomía.
En esta entrevista Osvaldo Bayer nos ofrece su clara visión sobre el rol del intelectual, la relación entre cultura y medios de comunicación y el análisis de la realidad política y su proyección a futuro
.

Por Conrado Yasenza

- Conrado Yasenza: Para comenzar me interesa saber si los intelectuales generan hoy prácticas capaces de intervenir en la realidad.

- Osvaldo Bayer: Sí, algunos intelectuales son actores en ese sentido. No los que se encierran en su torre de marfil. Sí, son actores los que crean intelectualmente pero al mismo tiempo salen a la calle cuando ven que hay injusticias en la sociedad. Y acompañan a los que sufren. Los que se reúnen para buscar soluciones. Se convierten en creador, consejero, acompañante, buscador de soluciones. Hasta lograr terminar con la violencia en la sociedad. Hasta lograr la soñada “Paz Eterna” del filósofo Kant.

- ¿Cómo influyen las prácticas discursivas del poder político, y cómo repercuten en nuestra sociedad las políticas económicas basadas en el logro individual?

- No a la búsqueda de “prosperidad” de unos en deterioro de otros. Tampoco preferir el “mal menor” y conformarse. Luchar por la dignidad de todos. Por solucionar los problemas urgentes de nuestra sociedad que son: terminar con el hambre de nuestros niños bajo el nivel de desnutrición, terminar con las villas miseria creando viviendas dignas para todos, asegurar trabajo a todos los desocupados. Mientras no consigamos eso –que es deber de toda la sociedad- no podremos decir que vivimos en democracia. Esos tres puntos son el toque inicial para lograr una cultura para todos mediante el debate, el protagonismo de todos, la escuela y la cultura para todos, y nada de élites ni de barrios cerrados con murallas. Volcar el presupuesto militar al verdadero culto de la ciencia que es la educación y la búsqueda inclaudicable de nuevas metas para llegar a descifrar el misterio de nuestro origen como seres humanos y del origen del universo que nos rodea.

- ¿Qué relación existe en la actualidad entre periodismo, conocimiento y cultura?

- La relación de la superficialidad. Todo lo superficial ocupa los titulares y las hojas o pantallas de la información pública. De ahí lo fundamental para una democracia es que los medios no pertenezcan a capitales privados o a familias centenarias sino que sean de derecho público. Los medios deben ser verdaderas escuelas de debates y búsqueda de soluciones y no de influencias políticas partidistas o sectoriales. Los medios tienen que volcar la opinión de todos los sectores y buscar la armonía de la sociedad. Y no los odios y la búsqueda de interpretaciones irracionales que lleven al enfrentamiento. Conocer exige, primero, saber; cultura significa información fidedigna y profunda, en base al saber ético y científico.

- ¿Y entre Información y Cultura?

-Todo está interrelacionado con el ser humano. Salvo que se limite sobre la base de la existencia de clases. La clase trae violencia a través del privilegio. La ética y no el oportunismo. La verdad y no la demagogia. La asamblea y no el individualismo. La sociedad capitalista no ha solucionado ningún problema: ni la pobreza, ni las agresiones militares, ni el racismo.

- ¿Cuál es su visión sobre la actualidad política del país y su proyección a futuro?

- Seguimos sin resolver ninguno de los problemas fundamentales de nuestra sociedad, que vive en un país de riquezas naturales. La Argentina era cantada como el país de las “espigas de oro” por los poetas a principios del siglo pasado. Sí, pero hay hambre, y eso es resultado del sistema económico que sigue creando desigualdad. En nuestro país, políticamente, la izquierda no existe, lo que nos gobierna actualmente es sólo el “mal menor” y la oposición no ofrece soluciones sino sólo provocación y superficialidad personalista. Somos nosotros los que nos debemos sentir protagonistas y exigir más democracia en busca de ver, por fin, “en trono, a la noble igualdad” como cantamos en el himno.

- ¿Observa Usted vestigios de autoritarismo en el acontecer político de nuestro país?

- Sí. El presidencialismo en sí, como sistema, es personalismo y el personalismo es autoritarismo, a pesar de ciertos afeites. Creo que como primer paso a una verdadera democracia debemos limitar todos los mandatos a un máximo de cuatro años, sin reelección. Para acabar con los personalismos y para fundamentar el derecho y el deber de todos a tener la responsabilidad de representar las necesidades verdaderas del pueblo. Como segundo paso, cambiar el sistema presidencial por el sistema parlamentario. Ya lo ha propugnado el juez Zafaroni con buenos argumentos. De allí podríamos ensayar luego otros sistemas donde el pueblo tenga más capacidad de resolución. Darle más importancia a la convocatoria de asambleas para ciertos temas fundamentales. Bajo los nombres de yrigoyenismo y peronismo se han practicado sistemas que cambian de programa según la dirección del viento de las circunstancias. El ejemplo lo dio el menemismo, que en nombre del peronismo impuso el sistema más atrozmente capitalista de la historia argentina.

- ¿Debe el gobierno retomar temas de suma importancia aún pendientes como la inflación, la pobreza, el Indec?

- Por supuesto. Sin resolver esos temas no podemos sostener que esto sea una verdadera democracia. Democracia no es conformarse con poner un papelito en una caja llamada urna cada dos años, en los cuales elegimos personalismos y no programas. Tenemos que impulsar desde abajo una política justa y racional. Para eso, la protesta, el coraje civil de salir a la calle.

-¿Qué significa hoy el Peronismo?


- El peronismo significa hoy todo. Lo vemos hoy en la división y en los candidatos. Desde caudillos que recuerdan a los capo-maffia del pasado, como en el gran Buenos Aires, a personajes de la pantalla que nunca se interesaron por los problemas artgentinos. Desde Barrionuevo a Duhalde, desde “los gordos” de la CGT al ex gobernador Juárez, de Santiago del Estero. Todo eso y enfrente, a un John William Cooke y a un Paco Urondo. No, hay que aprender. Hay que borrar y comenzar de nuevo, fundar políticamente una nueva nación siguiendo fielmente los principios liberadores de Mayo, con aquel Mariano Moreno, aquel Castelli, aquel Belgrano. Releer sus escritos y aprender. Aprender del desastre mundial del capitalismo y seguir las líneas de la honestidad buscando la igualdad en libertad.

- ¿Qué opina de las candidaturas testimoniales?

- Lo de las candidaturas testimoniales es una burla teatral a la ingenuidad del pueblo. He propuesto ya en un escrito que en las próximas elecciones deberían estar impresos en las boletas electorales sólo los programas que se votan. Y en vez de nombres de candidatos, al dorso de esas boletas, sólo el numero de D.N.I. de ellos. Para que el pueblo vote ideas y no rostros de pantallas de una televisión idiotizante y defensora lasciva de un sistema de oprobio que permite niños con hambre.

- ¿Qué importancia adquiere el lenguaje, la palabra, en el contexto de crisis de paradigmas en la actualidad?

- La importancia de los fundamentos racionales. No a las mentiras, a las promesas, a las sonrisas hipócritas. Sí a los hechos. A la justicia, a la ética.

- Para Finalizar, cómo analiza Usted el fenómeno de la violencia instalada en nuestro país?

- Esa violencia es producto de nuestro sistema. Repito siempre: jamás habrá violencia de abajo si primero no hay violencia de arriba. Si el hogar tiene un techo digno, un trabajo que le permita solventar una vida honrada y alimentar a sus niños, escuela y porvenir, nadie sale a la calle a romper vidrios, a cortar calles o hasta cometer delitos. Como decíamos, no se arregla nada con erigir muros entre ricos y pobres. Se llega a la paz con la mano abierta para todos, con el derecho de todos a una vida con trabajo, dignidad y estudio.

Entrevista realizada por Conrado Yasenza
Mayo de 2009

Adolfo Vásquez Rocca/ Ensayo: La Metáfora Viral, sus mutaciones antropológicas y sus contaminaciones mediáticas

LA METÁFORA VIRAL, SUS MUTACIONES ANTROPOLÓGICAS Y SUS CONTAMINACIONES MEDIÁTICAS


Por Adolfo Vásquez Rocca*
para La Tecl@ Eñe


'Las epidemias se crean y se diseminan para lucrar con ellas, vender productos de consumo derivados y la eliminación de fuerzas productivas... tal y cual hacen las guerras... y con ello la ganancias de nuevos mercados, más aún en época de crisis...'

Adolfo Vásquez Rocca


"El miedo a un desastre hace que todo el mundo actúe de manera que fortalece el desastre".
Bertrand Russell

"Las pestes no perdonan y atacan con el mismo entusiasmo a los seres humanos y a los sistemas filosóficos...,los fenómenos sociales se tienen que considerar siempre desde un punto de vista epidemiológico y, a la inversa, también la memoria es muy oportunista y sólo recuerda aquellas catástrofes que a uno le son útiles. El sujeto moderno es una víctima propicia de obsesiones oportunistas, que en el lenguaje de la prensa se clasifican como información. Lo que se llama información, es en realidad una micro-obsesión que tiene carácter de epidemia colectiva".
Peter Sloterdijk


1.- De la literatura conspirativa a la espectralidad de la heroína[1].


"Emitir no puede ser nunca mas que un medio para emitir más, como la Droga. Trate usted de utilizar la droga como medio para otra cosa (...) Al emisor no le gusta la charla. El emisor no es un ser humano (...) Es el Virus Humano."

W. Burroughs

Burroughs[2] propaga su metáfora paranoica del virus a partir de Naked Lunch –El Almuerzo desnudo[3]–, obra casi inmediatamente posterior a Junky[4] que, desde la misma espectralidad de la heroína, emula con talento la escritura experimental de su época. La manía viral de Burroughs se muestra en cada una de sus obras, pero donde alcanza ribetes delirantes es en su Ensayo de ficción La revolución electrónica[5], donde el autor postula que el lenguaje humano es un sistema viral invasivo. Según Burroughs, una infección viral atacó a los homínidos del pre-paleolítico catalizando mutaciones deformantes de las neuronas, del aparato sonoro y de la estructura máxilofacial.

En la obra de William Burroughs el sujeto se encuentra manipulado y transformado por los procesos de contagio. El lenguaje es un virus que se reproduce con gran facilidad y condiciona cualquier actividad humana, dando cuenta de su intoxicada naturaleza. Los textos de Burroughs proliferan sin principio ni fin como una plaga, se reproducen y alargan en sentidos imprevisibles, son el producto de una hibridación de muy diversos registros que no tienen nada que ver con una evolución literaria tradicional, sus diferentes elementos ignoran la progresión de la narración y aparecen a la deriva desestructurando las novelas de su marco temporal, de su coexistencia espacial, de su significado, y posibilitando que sea el lector quien acabe por estructurarlas según sus propios deseos.

El propio Burroughs, en su novela Naked Lunch, visualiza masas ectoplásmicas compuestas de una substancia gelatinosa más viva, y por tanto más repugnante y más fascinante que la vida misma, que posee y simula indiferentemente tanto la fisonomía de los yonquis como la de los agentes federales que los persiguen. Repúblicas, corporaciones, organizaciones, laboratorios, sustancias, funcionarios, agentes, técnicos, víctimas, conspiradores, tan alucinados como hiper-reales conforman el cultivo viral, ectoplasmoide que palpita en torno al agujero negro de la Droga.




2.- La droga y sus ciclos compulsivos; monopolio y escatología.

Como podemos constatar en los textos inaugurales de Burroughs y en la legislación anti-droga que les precedieron por apenas unos años, el imaginario de la Droga ha invocado desde sus inicios la fobia del contagio. La droga figura como agente extraño que infecta el cuerpo social. Hasta la propia escritura sobre el flagelo, incluyendo este texto, debe poseer propiedades infecciosas, según los más adeptos censores. Hoy, en la época del HIV, y dadas las metonimias de droga, sexo y sangre que conforman sus historias de contagio, surge una encarnación espectral de la Cosa con grandes repercusiones imaginarias y simbólicas de valor atávico: ella es el plasma sanguíneo humano. Es perfectamente previsible y poco sorprendente que la Droga máxima, y por ende, el máximo agente viral por venir en esta época de revolución apocalíptica permanente, sea la sangre humana.

Un admirador de Burroughs, Terry Southern, pergeñó un oscuro relato titulado “La sangre de un pelucón”, donde el protagonista agarra tremendos embales inyectándose sangre humana gracias a sus contactos con una cábala de tecnólogos adjuntos a un manicomio donde ellos obtienen y distribuyen la sangre con propiedades psicoactivas de los pacientes esquizos. De hecho, el investigador del museo Pitts River de Oxford, Richard Rudgley, constata informes sobre la presencia natural del potente alucinógeno 5-MeO-DMT en la sangre de algunos esquizofrénicos. Por otro lado, el novelista británico Phillip Kerr, en su crónica de ciencia-ficción, El segundo ángel, visualiza un año 2069 cuando el precio estándar de la sangre regula la economía global.
El 80% de la población está contagiada de un virus análogo al HIV, aunque de acción más lenta y con pronóstico fatal de 100%. La acción retardada e inicialmente indetectable del virus decuplica su potencial de contagio. La única cura disponible supone una transfusión completa de sangre incontaminada. El precio del litro de sangre pura se dispara hasta rebasar por mucho el precio del oro, convirtiendo la sangre en nuevo estándar monetario de la economía internacional. Poderosos bancos de sangre rigen la economía. La actividad criminal se transforma: los bancos de sangre se albergan tras inexpugnables fortalezas digitalizadas; carteles hematológicos controlan un tráfico ilegal de sangre, bandidos vampirescos asaltan a personas incontaminadas para absorberles la última gota de plasma, sobrepreciada mercancía que anula el valor de toda otra posesión, incluyendo el dinero mismo -¡quién quiere tu dinero, lo que queremos es tu sangre ¡-tu sangre es dinero!
Ahora bien, el aparato lógico-retórico puede ser rearmado y asumir diversas formas. Algo similar acontece en un sistema viral, apto para reproducir a cada instante una replica de sí mismo. De aquí puede desprenderse una zozobra de carácter ontológico-lingüística, la duda: ¿somos nosotros los que hacemos el lenguaje o el lenguaje a nosotros? Beckett. El caso es que los virus, sean estos orgánicos o digitales (informáticos), ilustran de manera insuperable los caminos que escoge el universo para resumirse, en un ajuste de cuentas abstracto con los signos –y su vocación viral– que amenazan con un día detenernos para siempre en una confusión de lenguas: la dispersión en nuestra propia Babel, el extravío en nuestro laberinto recursivo.

Ante esta situación vírica que Burroughs considera que impregna la existencia, el escritor entiende que nuestro fin es el caos[6]. El caos como un espacio mítico donde reina lo híbrido, la fusión de lo contradictorio, el doble monstruoso. La función del caos en la escritura será una fascinación por los residuos, por el flujo verbal que nos lleva al hundimiento y a la perdida, por el retorno al silencio. La aspiración será “Encontrar un lenguaje endémico, caótico, que sea un lenguaje del cuerpo, que se convierta entonces en el fin reconocido de la escritura”[7].
Será así como Burroughs basará su trabajo literario en la discontinuidad, la reiteración, la contaminación, lo inacabado y desmembrado, todo ello reflejo de un mundo corrompido, en vías de descomposición, y de un individuo desgarrado y confuso, que se aproxima a su negación.
Al comparar los fenómenos orgánicos con los fenómenos reproductivos que acaecen en el mundo virtual, es indudable que podemos extraer lecciones profundas sobre la naturaleza de los procesos lógicos. Aquí los virus constituyen una metáfora fundamental que posibilita una lectura antropológico-literaria de los textos de Burroughs. Esto, por las particulares características de estos micro-organismos, por sus despliegues alambicados, por su autonomía y su narcótica autorreferencialidad y, sobretodo, por su hábil oportunismo.
El virus informático, es el más curioso y paradójico síntoma de que la tecnología, al desbordar sus finalidades, provoca imprevisibles ironías. Ellos, remotos, numerosos, multidireccionables, anónimos, apostados esperando el sabotaje patológico: a fuerza de autorreproducción ciega, amenazan con llevar el sistema al estado de entropía máxima, muerte térmica de la programación, donde sólo habita el virus.




Es posible que en algunos años las técnicas de escritura viral, ya hoy en un embrionario proceso invasivo, pasen a constituirse en los únicos medios de expresión, en el ultimo balbuceo de un lenguaje infiltrado y parasitado, en el cierre definitivo del universo del discurso.

Los actos de un toxicómano cualquiera, como los personajes que pululan en el alucinado universo de Burroughs, se estructuran como un lenguaje altamente inestable. La droga produce esa mirada extraña, ese estado alucinatorio a partir del cual se establecen paranoicas e instrumentales relaciones. Todos los valores sociales, culturales y morales del hombre parecen condensarse en una ecuación única que Burroughs llama el álgebra de la necesidad. El elemento alucinógeno no es más que un gran aparato de control, que a su vez se sitúa debajo de otro, el médico-policiaco, el cual cumple la misión de generar la adicción. "La droga es un molde de monopolio y posesión (...) la droga es el producto ideal (...) la mercancía definitiva" [8]
En el mundo de Burroughs la expresión "vivir para la droga" es inadecuada, pues la droga no sería siquiera el objeto de una vida. Más bien la droga sustituye el vivir, deja de ser objeto de la pulsión vital para sustituir esa pulsión con su propio ciclo compulsivo, con una 'vida' más real que la vida misma.

"La droga –señala Burroughs– es una inoculación de muerte que mantiene el cuerpo en condición de emergencia"[9]. Un cuerpo para el capital es un cuerpo en perenne condición de emergencia. El capital se retroalimenta de la revolución permanente de sus propias condiciones de producción, que se repiten y perpetúan gracias a su autodestrucción cíclica continua. La droga como mercancía importada por los centros capitalistas de occidente es la advocación escatológica del ciclo del capital, su absoluto end-product revelado como avatar tóxico de sí mismo.
Su principal síntoma fue el lenguaje. En este teorema de Burroughs el síntoma y el agente infeccioso son indistinguibles. El lenguaje humano es una espora semiótica de virus desmolecularizados, con los que la CIA, la KGB y otras instituciones espectrales infectan y reinfectan a la población incauta. La adición a las drogas, las perversiones y los motines urbanos actúan como señales sintomáticas y como dispositivos de contagio. El oficiante underground de la droga, del sexo y de la violencia cumple su tarea revolucionaria al acelerar indefinidamente la propagación viral masiva con todo tipo de trucos electrónicos y massmediáticos. El objetivo es la revolución apocalíptica permanente. No es difícil deducir que existe una relación simbiótica entre el recurso del apocalipsis y la consistencia espectral de las instituciones del poder.

Consideremos además que la droga, esta droga –la morfina– o cualquier otra, es un anti-objeto; que la droga es poco definible como objeto de deseo, pues la construcción de su hábito conlleva sustituir los objetos de deseo ordinarios forjados, perseguidos, sitiados, capturados o evadidos en las fantasías de la realidad cotidiana, por un solo objeto que, como el dinero, representa a todos los objetos sin poseer otro valor que sustituir esos objetos.

*Adolfo Vásquez Rocca.

Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. – En octubre de 2006 y 2007 es invitado por la 'Fundación Hombre y Mundo' y la UNAM a dictar un Ciclo de Conferencias en México. – Miembro del Consejo Editorial Internacional de la 'Fundación Ética Mundial' de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Director de
Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. Artista conceptual. Ha publicado recientemente el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008.


[1] Desarrollos preliminares de este Artículo pueden encontrarse en:
- VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “William Burroughs; Metáfora Viral, compulsión y Literatura conspirativa”, En Revista Observaciones Filosóficas , ISSN 0718-3712, Literatura, 2007.http://www.observacionesfilosoficas.net/metaforaviral.html
- VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, "La Metáfora Viral y sus mutaciones antropológicas en W. Burroughs", En Escáner Cultural, Revista de Arte contemporáneo y nuevas tendencias, Nº 115 - Mayo 2009
[2] William Burroughs, St. Louis EEUU, 1914-1997.
[3] BURROUGHS, William, El Almuerzo desnudo, Ed. Bruguera, 1980.
[4] BURROUGHS, William, Yonqui, Ed. Júcar, Barcelona, 1988.
[5] BURROUGHS, William, "The Electronic Revolution", 1970.
[6] CORTÉS, José M., Orden y Caos; Un estudio sobre lo monstruoso en el arte, Ed. Anagrama, Barcelona, 1997, p. 191.
[7] GRÜNBERG, S., À la recherche d’un corps (Language et silence dans l’oeuvre de William Burroughs), Paris, Seuil, 1979, p. 81.
[8] BURROUGHS, William, El Almuerzo desnudo, Ed. Bruguera, 1980, p. 8-9
[9] BOCKRIS, Victor, Con William Burroughs; Conversaciones privadas con un genio moderno, Ed. Alba, Barcelona, 1998.

Informe sobre Inseguridad/Rubén Drí: Las raíces de la inseguridad


Las raíces de la inseguridad

Por Rubén Dri

para La Tecl@ Eñe

El tema de la “inseguridad” se ha instalado con fuerza desmesurada en nuestra sociedad. Al ver diversos programas y noticieros de los canales de televisión uno tiene la impresión que vivimos en una sociedad en la que en cualquier momento puedes perder la vida. Parece que no hubiera seguridad en ninguna parte, ni en las casas particulares de los ciudadanos comunes, ni en las mansiones de los ricos, ni en los countries. Se imaginan y construyen murallas de protección, se aumentan los miembros de la policía, se propone la pena de muerte, se baja la edad de imputabilidad de los menores, pero nada parece aminorar la “sensación” de inseguridad que nos rodea.

Acabamos de escribir “sensación” de inseguridad porque efectivamente de lo que se trata es efectivamente, de una sensación y no tanto de una realidad, o mejor, de una realidad aumentada exageradamente de manera que parezca que nuestra vida se encuentre siempre amenazada. Es cierto que siempre estamos amenazados por la muerte, que ésta nos acecha, pero no es cierto que su amenaza sea inminente. Se encuentra en el horizonte de nuestra vida y sólo en determinados momentos la sentiremos cerca, cuando efectivamente ella se haya acercado.

Trataremos, pues, de bucear un poco en nuestra realidad como sujetos, como seres humanos, para tratar de clarificar cuanto de realidad y cuanto de ficción creada tiene esta sensación de inseguridad que nos inunda. Para ello debemos internarnos en la esencia del ser humano y de la sociedad en la que éste vive.

El ser humano comparte el mundo-tierra con otros seres vivientes como son los vegetales y los animales. Dejando de lado a los primeros, bastante alejados, nos detendremos brevemente en la realidad de los animales, a fin de ver sus relaciones con los seres humanos en cuanto al fenómeno “inseguridad”.

Tantos los animales como los seres humanos habitan un determinado ethos. Es ésta una palabra griega cuyo primer significado es “guarida”, refugio, morada. Se trata de la guarida del animal, el lugar donde el animal encuentra seguridad. En el lenguaje criollo, la mejor traducción es “querencia”. El gallo tiene su querencia, el lugar donde están sus amores al que vuelve siempre después de sus excursiones y al que defiende con sus afilados espolones y su torvo pico.

El ethos es, pues, la casa del hornero, el nido del pirincho y el de la cotorra, la cueva de la vizcacha, pero es, además, el espacio que rodea tanto a la casa del hornero, como al nido del pirincho y la cotorra y a la cueva de la vizcacha. Cuando el cazador se acerca al ethos o ámbito en que se encuentra su casa, el hornero comienza su enloquecedor canto alertando sobre el inminente peligro.

De manera que el ethos, a partir de un centro en el cual anida la máxima seguridad, se amplía hasta abarcar un espacio en el que no sólo puede vivir, sino también realizar la actividad necesaria para la recolección del alimento. Esta ampliación abarca todo el ámbito de la naturaleza sensible, la cual constituye propiamente el ethos o hábitat del animal o de los animales.

El sujeto o ser humano es un animal al que lo caracteriza una profunda ruptura con la naturaleza sensible y, en consecuencia, con la animalidad. Acontece esta ruptura cuando aparece la razón, o el intelecto, o el alma o el espíritu, en la medida en que este “fenómeno” significa la apertura a la universalidad, a la totalidad. Mientras los animales quedan aprisionados por sus sentidos, plenamente identificados con la naturaleza sensible, el ser humano ha roto con ella, extrañándose de esa manera del ethos o hábitat natural, sensible.

Debe, en consecuencia, crear un nuevo ethos, un nuevo hábitat en el cual la vida no sólo pueda ser posible, sino que también le permita al sujeto realizar todas sus potencialidades. Ese nuevo ethos es lo que Hegel denominó la eticidad, el ámbito ético que constituye la casa espiritual, el hábitat en el que vida humana puede realizarse.

La eticidad o hábitat del ser humano es el ámbito de la intersubjetividad, es decir, el ámbito en el que los sujetos se reconocen entre sí como sujetos. No se trata del reconocimiento meramente intelectual, sino del reconocimiento teórico-práctico en su sentido pleno. Ello significa que no se trata de una mera abstracción. Se encuentra casi superada la etapa en la que a determinados seres humanos, los negros de África, por ejemplo, o los miembros de los pueblos originarios de América, no eran reconocidos como plenos seres humanos ni siquiera teóricamente.

Pero ese reconocimiento teórico es una mera abstracción si no se expresa en prácticas reales de reconocimiento. El hecho de que los conquistadores españoles reconociesen que los miembros de los pueblos originarios tenían alma, es decir, que eran seres humanos, no se tradujo en prácticas de reconocimiento, como lo atestiguara Fray Bartolomé de las Casas.

La intersubjetividad sólo se realiza cuando se produce de manera efectiva, práctica, el mutuo reconocimiento. Se crea entonces el espacio de libertad indispensable. Pero no se trata de la libertad a la que se refiere el capitalismo en general, y en especial su expresión neoliberal que constituye la máxima realización del capitalismo. Según esta concepción la libertad consiste en el espacio individual, privado. Cuanto más puedo ensanchar este espacio, más libre soy. El problema es que sólo lo puedo ensanchar a costa del otro, de los otros.

Se trata, en consecuencia, de acumular riqueza, de ensanchar la propiedad, que sólo se puede hacer achicando la propiedad de los demás. El ideal, la utopía, es el apoderamiento de todo el espacio. Se produce entonces la acumulación de riqueza y en consecuencia, del poder en unos y el despojamiento de toda propiedad y poder en otros.

En contra de esa concepción, el concepto humanista de libertad implica la superación de ese individualismo excluyente. La libertad no consiste en ensanchar el espacio privado, sino en compartir los espacios, en mejorar las relaciones intersubjetivas. Libertad en este sentido equivale a realización, a ampliación de las posibilidades de auto-realización. Mejorando la intersubjetividad, es decir, las relaciones humanas, ampliamos y potenciamos la libertad.

En este segundo caso, no existe el problema de la “seguridad” como fenómeno social relevante. No es que no existan peligros, que no haya crímenes y amenazas, pero se dan en un marco de seguridad colectiva fundada en la real posibilidad que tienen todos, o la gran mayoría, de realizar sus potencialidades. Seres humanos con trabajo creativo, con sus necesidades materiales satisfechas, con proyectos, no experimentan la sensación de inseguridad como fenómeno preocupante.

En cambio, en el primer caso, la sensación de inseguridad se vuelve no sólo preocupante, sino obsesiva. No puede ser de otra manera por cuanto se ha instalado la verdadera ley de la selva, la de la lucha de todos contra todos tan bien expuesta por Hobbes, quien la puso en el supuesto “estado de naturaleza”, aunque en realidad, se trata de la denominada “sociedad civil” a partir de Hegel, cuando ésta madura con el neoliberalismo.

El trabajo de la dictadura militar genocida con su política de romper los lazos sociales, introducir el terror y la sospecha, pues el “enemigo” podía ser tu vecino, prepara el terreno para el más crudo individualismo que se instala definitivamente en la infausta década del 90, mientras la riqueza se concentra cada vez en pocas manos. Riquezas enormes que no se ocultan, sino que se exhiben de manera obscena, van creando un ambiente en el que lo que interesa es ser triunfador, no importa cómo se llegue a esa meta.



El ethos, el hábitat, se resquebraja. Las nuevas generaciones nacen en ese espacio insalubre, en el que cada uno debe velar por sí y ver al otro como el enemigo real o potencial. Por otra parte, a la vista están los medios espurios con los que los ricos, los triunfadores, han acumulado su riqueza. ¿Por qué no hacer lo mismo?

A ello se agrega un ingrediente explosivo. Desde el 2003, con pasos vacilantes se van realizando reformas, retoques, en ese ámbito insalubre. Derechos humanos, juicio a los genocidas, renovación de la suprema corte, nacionalización de determinadas empresas, prenden la luz de alerta en los “ganadores”. Menester es frenar esta marcha que amenaza con cercenar los logros alcanzados.

Para ello nada mejor que hacer llover sobre mojado. Allí está la inseguridad instalada por la estructura neoliberal que los mismos ganadores habían creado. ¿Por qué no remachar el clavo y exagerar el fenómeno de la inseguridad hasta convertirla en una sensación insoportable, haciendo de ello culpable al gobierno, autor de medidas que amenazaban con hacerles perder parte de las ganancias obtenidas?

Nada más fácil para los “ganadores” pues son dueños de la inmensa mayoría de los grandes medios de comunicación. La Nación, el Clarín, la inmensa mayoría de los canales de Televisión baten el parche de la inseguridad de tal manera que lo que pasa en Irak parece un poroto comparado con lo que sucede en nuestro país. Se crea, de esa manera, una sensación de inseguridad que poco tiene que ver con la realidad.

En la etapa actual del capitalismo que alcanzó la cúspide de la perfección con la orgía especulativa, y se desbarranca en una crisis sin precedentes, el fenómeno de la inseguridad no puede menos que recorrer el mundo. En algunas partes el fenómeno se produce con mayor intensidad que en otros. No es precisamente nuestro país donde el fenómeno revista los mayores niveles de intensidad, pero sí de “sensación” de la misma, fenómeno creado artificialmente.

Buenos Aires, 24 de abril de 2009.

Informe sobre Inseguridad/Enrique Carpintero/Modelos Socioculturales del poder IX: Los muros de la violencia

Los muros de la violencia

Por Enrique Carpintero*
para La Tecl@ Eñe

Ilustración: Mauricio Nizzero/Animales del hambre

La crisis económica internacional

La cultura dominante ha transformado al sujeto en un consumidor consumido por la mercancía. El fetichismo de la mercancía -como la denomina Marx- cobra la forma de ofrecer al conjunto social lo que llamamos “La utopía de la felicidad privada”[i]. La felicidad puede ser comprada en cómodas cuotas mensuales. Sin embargo la crisis económica internacional con sus créditos tóxicos y la burbuja financiera ha puesto en evidencia la crisis del tejido social y ecológico.
Digámoslo claramente. Pensar que la crisis económica internacional es producto de una coyuntura económica que se arregla inyectando billones de dólares dentro del sistema implica dejar de lado los factores sociales y políticos. Esta no es una crisis producto del “descontrol de los mercados” o como consecuencia de “factores psicológicos de los agentes económicos”. Esta es una crisis causada por las contradicciones inherentes al sistema de producción capitalista. En este sentido dentro del sistema cualquier salida es gatopardista para que algo cambie pero todo siga igual.
El capitalismo mundializado plantea una catástrofe humana sin precedentes en nuestra historia que pone en peligro el sistema ecológico y ha hecho estallar el conjunto de las relaciones sociales. Su resultado lo podemos encontrar en los cambios climáticos, la deforestación de grandes extensiones de bosques, la escasez de recursos hidrológicos, la acumulación de residuos tóxicos, etc. A esta situación le debemos agregar un sistema social y económico que se basa en la exclusión de la mayoría de la población. Mientras 1/3 de la población mundial vive con 20 u/s diarios, otro 1/3 no alcanza a tener 2 u/s diarios y el 1/3 restante que vive en la pobreza extrema tiene menos de 2 u/s diarios.
Para no abrumar con datos un solo ejemplo es suficiente para demostrar la inviabilidad de este sistema. Si la totalidad del planeta tuviera el nivel de consumo de EEUU, se necesitarían siete planetas para satisfacerlo. La otra cara del bienestar de las grandes metrópolis son las dimensiones del hambre y la miseria que se extiende a todas las regiones del planeta. Estos no disminuyen sino que aumentan. La conclusión es que, como modelo susceptible de asegurar al conjunto de la humanidad un futuro habitable, el actual sistema capitalista mundializado que impera en el planeta no solo es inservible, sino absolutamente destructivo. Uno de sus resultados es la ruptura de los vínculos de solidaridad.


Los muros que sostienen la comunidad entrópica

En los ’90, con la llamada mundialización capitalista, el sentimiento de comunidad comienza a ser reemplazado por el de individuos unidos en sociedades anónimas. Por ello la relación social se construye en una unidad paradójica, es decir una unidad en la desunión que lleva a la incertidumbre y la imprevisibilidad, en definitiva a una vorágine de permanente desintegración y renovación, de ambigüedad y angustia. Su resultado ha sido una cultura que dejó de constituirse en un espacio-soporte de la pulsión de muerte. En ella la fractura del soporte imaginario y simbólico del espacio comunitario refiere a un mundo perdido. A un mundo que no existe más. Hoy las comunidades son homogéneas. Son comunidades de iguales donde los diferentes están afuera. Ellos son los otros de los cuales hay que protegerse. Es decir, allí no hay comunidad sino mera cohabitación. Por ejemplo, encontramos comunidades privadas muy vigiladas por policías y medios electrónicos con viviendas muy caras donde se paga el precio de vivir una intimidad separada del otro. También hay comunidades de iguales que definen su pertenencia en relación a un otro del que es necesario diferenciarse. En este sentido la comunidad como espacio heterogéneo que permite los intercambios libidinales y simbólicos se ha transformado en un lugar homogéneo al servicio de un sujeto solo y aislado. Es decir, una comunidad entrópica que ha dejado de constituirse en un espacio-soporte cuya consecuencia es una subjetividad atravesada por los efectos de la pulsión de muerte: la sensación de “vacío”, de “no salida”, la violencia contra el otro y la violencia autodestructiva.
En este sentido el sueño de una sociedad “perfecta”, es decir transparente, predecible y carente de contingencias, tiene ahora como objetivo la “seguridad de la comunidad del vecindario”. Por lo tanto lo que se vislumbra en el horizonte hacia “la comunidad segura” es la extraña mutación de un “gueto voluntario”. Estos “guetos voluntarios” se diferencian de los guetos reales en que de estos últimos no se podía salir. Por el contrario en los “guetos voluntarios” no se puede entrar. Se hacen vallas y muros para que no entren los otros. Por ello el “gueto voluntario” supone la imposibilidad de comunidad ya que su objetivo es lograr el aislamiento del mundo exterior donde viven esos nuevos bárbaros que están más allá de sus murallas. De esta manera en el actual proceso de mundialización capitalista el espacio deja de tener sentido para ganar un significado que trasciende las fronteras del estado-nación. La fragmentación mundial se afirma en territorios donde cada uno se atrinchera en sus diferencias. Cada zona, cada ciudad, cada barrio, cada región es un territorio que debe ser defendido de esos bárbaros, que siempre son los otros.
Esta situación nos lleva a la fragmentación de las relaciones sociales que se intenta solucionar invocando la palabra “solidaridad”. Pero esta tiene las características de una generalización y ambigüedad que la ha transformado en una palabra vacía. Es decir, refiere a un pragmatismo que oculta diferentes formas de asistencialismo.


Nizzero,M: Otro ajuste

La seguridad privada

En la Argentina el impacto de la mundialización capitalista tiene profundas consecuencias en nuestra sociedad fragmentada. A pesar de los datos oficiales del INDEC y el doble discurso del gobierno la pobreza y las diferencias entre los más pobres y los más ricos ha aumentado. Los gastos en salud y educación han disminuido. El dengue es una epidemia de países pobres que no han tomado las medidas necesarias. Otras enfermedades erradicadas han vuelto. La tuberculosis que es una enfermedad de la pobreza y la mala alimentación. El mal de Chagas, pues el plan de fumigaciones contra la vinchuca (el animal que provoca el mal de Chagas) se dejó de aplicar en los últimos años. La sífilis, el hantavirus. La desnutrición y la mortalidad infantil también aumentaron. En el gran Buenos Aires el promedio de vida es de dos años menos que en la Ciudad de Buenos Aires debido, en gran medida, a la degradación del ambiente en las zonas pobres. Más de 400.000 jóvenes en el gran Buenos Aires no trabajan ni estudian. A esta situación debemos agregar una policía corrupta, cárceles transformadas en verdaderos campos de concentración como informa el CELS, la facilidad con que circula la droga, menores a los que se le provee armas para que salgan a delinquir. Evidentemente nos encontramos con una sociedad donde necesariamente debe predominar la violencia.
Ante esto la cultura propone la panacea del consumo haciéndonos creer que es fácil acceder a la riqueza y que la codicia y la ambición individual son algo natural que esta fuera de cuestión. De esta manera la seguridad deviene en un bien preciado cuya posesión marca fronteras sociales. Su ejemplo paradigmático es el muro que se intentó colocar entre los barrios de Villa Jardín en San Fernando y la Horqueta en San Isidro.
Esta separación entre clases sociales implica como plantea Maristella Svampa que “el enclave como forma de control y de seguridad, y el muro como dispositivo mayor, van modulando y redefiniendo varios de los nodos problemáticos de la sociedad contemporánea: tanto aquel que se refiere a las relaciones entre el Norte rico y el Sur empobrecido, como el de las relaciones de clase al interior de las diferentes sociedades nacionales. Por último, resulta claro que la forma enclave potencia -y se nutre- del avance de lo privado sobre lo público, sea que este ilustre un dispositivo de control y disciplinamiento sobre poblaciones consideradas `peligrosas`; sea que éste se manifieste como un dispositivo de apropiación -se trate de empresas o agentes privados- que avanza decididamente sobre el espacio público”[ii].
Atrincherados del otro lado del muro las clases medias altas y algunos sectores de la clase media piden que se aplique “mano dura” contra los delincuentes. Desde el gobierno se responde que la inseguridad es una “sensación generada por los medios de comunicación”. Sin embargo nadie habla de la inseguridad que padecen los pobres donde la delincuencia, las enfermedades y las drogas se cobran víctimas todos los días. Claro, ellos son los otros, los bárbaros de quienes hay que cuidarse. No son las víctimas de un sistema social, político y económico que no les puede ofrecer las condiciones mínimas para vivir dignamente.
En este sentido es ilusoria cualquier propuesta sobre seguridad que se siga sosteniendo en la ruptura del lazo social. De allí la importancia de construir redes que permitan afianzar relaciones de solidaridad. Es decir, construir alternativas sociales y políticas que produzcan comunidad donde la solidaridad da cuenta de mi socius esencial en el que yo mismo es otro. Donde la condición de ser nosotros es tener al otro en nosotros.

*Psicoanalista. Director de la editorial y la revista Topía




[i] Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topía, Buenos Aires, 2007, segunda edición corregida y aumentada.
[ii] Svampa, Maristella, “Los muros de la exclusión”, revista Ñ, 18 de abril de 2009.

Informe sobre Inseguridad/Estela Calvo: ¿Hay algo más inseguro que ser pobre?

¿HAY ALGO MÁS INSEGURO QUE SER POBRE?


Por Estela Calvo


para La Tecl@ Eñe

Ilustración: Kenti/El olvido del Edén


Dicen los expertos que la cantidad de menores que cometen delitos graves en los que hay implicado un asesinato, es muy baja en relación a la cantidad de población[1]; dicen que el porcentaje de delitos a manos de menores en Argentina es de los más bajos de América Latina; dicen que allí donde se ha aplicado mano dura y pena de muerte, el delito y la violencia han aumentado, ya que en lugar de la inclusión y la integración de los jóvenes se los excluye definitivamente y se los empuja hacia el armado de bandas muy cohesionadas, con esquemas de mando estratificados, altamente violentas y que han cortado lazos con la familia y la sociedad; dicen que no es verdad que el delito cometido por menores haya aumentado, ni aquí ni en ningún lugar del planeta, pero sí ha aumentado el eco social de cada caso, especialmente de la mano de la televisión y la prensa amarillista; dicen que, de la mano de esa prensa, se advierte lo que están dando en llamar una erótica de la violencia y hasta una pornografía de la violencia; dicen que no hay delito grave cometido por un menor que no haya contado con un sistema de adultos que no funcionó y con un sistema de adultos que se aprovecho de él.

¿Por qué, entonces, ese clamor que llega a la exasperación cada vez que un delito grave es cometido por un menor?

Quiero aportar algunas líneas argumentales que apenas si esbozarán un problema de tanta complejjdad, con el propósito de sumar a un debate que recién está comenzando y que tiene mucho por caminar.

1) La peste
2) Los medios
3) La subjetividad

1) La peste: Una de las estrategias del poder económico dominante y de los grupos políticos, sociales y periodísticos que le son afines, es fragmentar la sociedad para que no pueda constituirse una mayoría con un proyecto que recupere la historia y construya un horizonte de futuro. Dentro de esa estrategia general, un mecanismo muy utilizado es la declaración de la peste. “La peste es un mecanismo mediante el cual, repentinamente se infunde en la sociedad el miedo a un mal potencial, inminente e incierto que amenaza a todos y cada uno de los miembros de la sociedad. Estos males pueden ser absolutamente falsos o pueden utilizarse problemas reales. Por ejemplo, en muchas ocasiones se manipula la sensación de inseguridad frente a los delitos para generar este mecanismo de miedo colectivo. Lo cierto es que este mecanismo busca producir los mismos efectos sociales que antiguamente cumplía la declaración de la peste”. (Alberto Binder: “La sociedad fragmentada”)

Mediante la peste, los grupos sociales se declaran la guerra a sí mismos, ya que cualquiera puede transmitir el mal. Sin embargo, es propio de la peste que existan chivos expiatorios, grupos de personas que son especialmente culpables de la contaminación social, así como antiguamente existía siempre un judío o un gitano a quien se acusaba de haber envenenado el agua de las fuentes.

La cultura de la peste, es una cultura de desencuentro, agresiva, promueve el aislamiento, el miedo, la hostilidad, el odio, la fragmentación, casi una guerra interna de la sociedad. Una guerra informal que, como toda guerra, implica y genera la destrucción de la política en tanto lazo social.

Estamos frente a una de esas situaciones en la que, diariamente, desde los medios de comunicación, se realiza y se refuerza la declaración de la peste. Todas las épocas sufrieron su propia peste, pero no es tanto la peste lo que cuenta como la declaración de la misma. Que es la que habilita el sin fin de medidas extraordinarias para hacerle frente.

Pero hay una diferencia con las pestes que la humanidad soportó a lo largo del tiempo. Y es que en la medida en que se suponía la peste como un castigo divino sobre un país, una región o una ciudad, la sociedad se formulaba la pregunta sobre cuáles habrían sido los pecados cometidos para merecerla. Más allá de la explicación religiosa, lo interesante era que se establecía una conexión entre la peste que se padecía y alguna causa que habitaba en la conducta colectiva de ese pueblo o en la conducta individual impropia de un gobernante, como en el caso de Edipo. Más aún, en el caso de Edipo, ni siquiera el ignorar que había matado a su padre y se había casado con su madre, ni siquiera el hecho de haber sido mandado matar por su padre cuando era un niño pequeño, lo eximen a él de pagar su culpa y al pueblo de la peste que cae sobre su cabeza. Es decir, los hombres, los pueblos, los gobernantes, podían y debían dar respuesta al por qué de la peste. Entraba en juego la responsabilidad.

En esta peste, en cambio, se identifica con claridad un agente productor: el menor, básicamente pobre, pero la sociedad no registra en sí misma ninguna falta o falla que haya generado el “castigo”.

2) Los medios: Si en épocas pretéritas de la humanidad la noticia de la peste se transmitía de boca en boca, hoy la transmisión cuenta con un medio privilegiado y formidable: la prensa, la televisión en particular, es el medio más eficaz para la declaración de la peste. Y, al mismo tiempo, ¿no es el mejor medio para su propagación?, puesto que ¿no es muy atractivo para un joven poco adiestrado en el dominio de sus impulsos agresivos y estimulado por un contexto violento, ver lo que puede conseguir de notoriedad y trascendencia, (amén de las nuevas ideas para enriquecer su actividad delictiva) en lo que la TV le muestra?.
Repitiendo hasta la saciedad “el” caso que a fuerza de repetición se vuelve cien, la televisión despierta y estimula el costado morboso de cada uno hasta elevarlo a la categoría de lámpara que ilumina el pensamiento y rige las urgencias colectivas que empujan con apariencia de participación democrática. La sed de venganza y el morbo colectivo devienen así insumos para la toma de decisiones políticas de una clase dirigente que no está muy dispuesta a bancarse el rechazo de salir a decir que ese no es el camino y a introducir la necesaria cuota de razonamiento, prudencia y justicia.

La televisión, dice Pierre Bourdieu, produce en el campo político un efecto similar al que produce en otros campos: pone en tela de juicio los derechos de la autonomía. “A través de los medios de comunicación, que actúan como un instrumento de información movilizadora, puede surgir una forma perversa de democracia directa que hace desaparecer la distancia respecto a la urgencia, a la presión de las pasiones colectivas, no necesariamente democráticas, que normalmente está garantizada por la lógica relativamente autónoma del campo político. Se ve como se reconstituye una lógica de la venganza contra la que toda la lógica jurídica, e incluso política, se ha constituido”. (Pierre Bourdieu: “Sobre la televisión”)

En esta peste, la prensa, en particular la TV, opera como el ente acusador que busca al “contagiado”, le cuelga alguna cruz que lo identifique fácilmente, a él, a su casa, a su familia, a su barrio, propone que se lo aisle y llegado el caso, convoca para que sea linchado, quemado, destruido, en la confianza de que así desaparecerá el mal.

3) La subjetividad: me refiero, no sin riesgos, a cierta subjetividad de la época, que ha sido formada bajo el imperio de un ideal de consumo que establece inclusiones y exclusiones, niveles de pertenencia y categorizaciones; una subjetividad arrasada, dispuesta a dejarse seducir por discursos vacíos y embarcada en lógicas devastadoras y fácil eco de todo lo que se presente por televisión o internet. Cabe retomar aquí el punto de la responsabilidad.

“Nuestra época –afirmaba Kierkegaard en la suya- es lo bastante melancólica como para no desconocer que existe algo que se llama responsabilidad y que es importante. Sin embargo, agregaba, en tanto todos estarían satisfechos de ejercer el mando, no hay nadie que consienta en asumir la responsabilidad”…”de esta manera todo concluye atribuyendo a los serenos o a los guardias municipales la responsabilidad”. (Kierkegaard: “La Tragedia”). Esta época no es tan melancólica, si reconocemos como un rasgo principal de la melancolía el auto-reproche. Más bien, es el reclamo lo que predomina, la reivindicación, la queja, por lo que la vida, la sociedad, el gobierno, cualquier otra cosa que venga a cuento, no da. Es esta una época “maestra” en eso de poner la responsabilidad afuera. Al igual que en el relato de Kierkegaard, es frecuente entre nosotros que nadie quiera asumir las responsabilidades, delegándolas hacia arriba, si estamos abajo y hacia abajo, si estamos arriba…


Luis Felipe Noé: La espera



Verificado este modus operandi en muchas de las instituciones por las que uno transita a diario, no parece ser distinto lo que ocurre a nivel social cuando se trata de ubicar a los responsables del problema de la inseguridad; rápidamente se establece un pasamanos por el cual los que terminan siendo responsables…¡son los niños! Más aún, los niños pobres, ya que en esta cultura de responsabilizar para abajo, abajo del todo están los pobres y más abajo aún, los niños pobres.

Y sin embargo, ¿hay algo más inseguro que ser pobre?. El pobre carece de aquellos bienestares que configuran la seguridad social básica: una vivienda digna y segura, un trabajo estable, en blanco, que asegure un sueldo todos los meses, más aguinaldo y vacaciones pagas; un salario que le permita proveer a los hijos buena alimentación, educación, salud y recreación; una obra social o buena atención de la salud y la salvaguarda de la estabilidad laboral y el sueldo mientras está enfermo; una jubilación que le permita vivir decorosamente después, etc. Pero esto no forma parte del interés de los sectores que más se preocupan por el tema. Para ellos sólo cuenta la conservación de las supuestas seguridades de un sector medio y medio alto y la respuesta rápida se encuentra en culpabilizar a los pobres y dentro de ellos a los niños. De esa manera se desentienden de enterarse de que la mayor cantidad de delitos (coimas, estafas, monopolios, desabastecimientos, vaciamientos, quiebras, evasiones, malversaciones, falsificaciones, contaminaciones del medio ambiente, contrabandos, tráfico y venta de droga, crímenes por encargo, etc, etc,), por un lado, afectan a cientos de miles de personas porque son mayoritariamente, delitos contra la sociedad y, por otro, no son cometidos por pobres y mucho menos, menores. O en todo caso, si hay un menor que ejecuta, es el último eslabón, el más frágil y descartable, de una cadena en cuyo inicio se encuentran capitalistas hábiles, concientes y mayores de edad.

Y además, ¿hay algo más inseguro que ser joven?. ¿O niño, si además se es pobre?.
Los doscientos jóvenes muertos en Cromagnon, los tantos pibes muertos o estropeados en los boliches por patovicas –adultos- entrenados para matar y regenteados por dueños –adultos- de esos mismos boliches, los chicos muertos por gatillo fácil, los atropellados por un sinfín de conductores asesinos, las chicas llevadas por violencia o engaño para ejercer la prostitución, los chicos muertos por los accidentes domésticos de la pobreza y los 80000 chicos que mueren cada año en América Latina por causas de violencia familiar, son evidencia suficiente de que los jóvenes, los chicos, viven inseguros, algunos por las condiciones propias de la pobreza, o porque son tomados como culpables o como objeto de la violencia que los adultos necesitan ejercer sobre otro más débil o como signo de que esta sociedad está más tentada de tomar el rumbo del filicidio cultural que de hacerse cargo del cuidado, de la educación y de la protección de las generaciones que le sucederán. Bajar la edad de imputabilidad ¿no es hacer cada vez más responsable al que no tendría que serlo y desligar del asunto a los adultos que deberían ampararlo? ¿No es otra manera de delegar la responsabilidad hacia abajo?.

Y en lugar de aquella “Modesta (e irónica) Proposición…” con la que Johnatan Swift sugería poner fin a la pobreza y que implicaba que las familias pobres criaran bebes gorditos para ofrecerlos al año como alimento de las familias adineradas, cobrando por ello y generando una serie de “beneficios” para la sociedad toda, hoy y aquí, la propuesta social parece ser eliminar a los niños pobres que delinquen, (o que “podrían” hacerlo en el futuro), como manera de que algunos puedan seguir acumulando riquezas que producen pobres (desechos), y eliminarlos sin que la sociedad vaya más allá en el análisis ni cuestione el accionar de quienes se benefician con la delincuencia juvenil, y con el tema de la inseguridad en general.

En una conferencia ante magistrados, el prestigioso psicoanalista D. Winnicott, presentó un aspecto de la delincuencia: el vínculo de la misma con la falta de vida hogareña. Sugirió considerar la palabra inconciente. Sorprendido de que algunos pensadores de primera línea, incluso algunos científicos, no hubieran podido utilizar ese progreso particular, se preguntó: “¿No vemos acaso como los economistas pasan por alto la voracidad inconsciente, como los políticos ignoran el odio reprimido…? Incluso tenemos jueces incapaces de comprender que los ladrones buscan inconscientemente algo más importante que bicicletas y lapiceras”. (D.Winnicott: “Deprivación y Delincuencia”). Y agrega que el delito, en los jóvenes, es un llamado. Entonces, podemos decir que los jóvenes que delinquen muestran a la sociedad que algo ha fallado en ella. El delito, a su vez, señala Winnicott, provoca sentimientos públicos de venganza y la venganza pública podría significar algo muy peligroso si no existieran la ley y quienes la aplican. Una de las funciones de la ley consiste en proteger al delincuente –y a la sociedad toda- contra esa venganza inconsciente y por ende, ciega. Esa que, desde algunos sectores, -entre ellos la prensa, pero no el único- se agita irresponsable e impunemente.

La visión de los menores delincuentes es, tal vez, insoportable para una sociedad que, por poco que estuviese dispuesta a ver, encontraría alguna responsabilidad en ello. ¿O acaso el que paga tres veces menos que el precio oficial, por un repuesto de un auto en el mercado negro no es, en parte, responsable de que alguien robe –y ocasionalmente, mate- para que ese repuesto llegue, más barato, a sus manos? ¿Por qué ese señor no admite que, si no puede pagar lo que ese repuesto vale, no está en condiciones de tener ese auto, que está por encima de sus posibilidades reales? Y los legisladores que votaron en su momento la flexibilidad laboral, por ejemplo, ¿no advertían que permitiendo que empresarios voraces dejaran fuera del sistema laboral a miles de personas o que eliminaran las múltiples conquistas sociales que tanto había costado conseguir establecían las bases para una nueva era de marginación? ¿No contemplaban que una cantidad de jóvenes quedarían sin rumbo ni futuro y serían fácil presa de adultos que los introducirían en las redes del delito? ¿Y no vivimos a diario en un clima de violencia donde todos parecemos ser enemigos entre nosotros y donde cada vez que salimos a la calle contamos con una alta probabilidad de morir a manos de algún conductor que utiliza su vehículo como descarga gratuita e impune de agresión? ¿Y no admitimos sin ruborizarnos, que nuestros hijos estén horas en el cyber o en su cuarto entrenándose para la vida en juegos donde la hazaña consiste en atropellar, derribar y matar de múltiples formas posibles?

Pero esta peste, encuentra para hacerle frente, una subjetividad que se queja sin preguntarse por la responsabilidad que le cabe en el drama del que se queja y que elude el compromiso de analizar y evaluar cada situación que se le presenta como peste, antes de implicarse en su reproducción a-crítica.

Concluyendo: en todo caso, la comprobación del aumento de los así llamados delitos comunes con mayor participación de menores en los mismos, no tendría que distraernos de considerar la distancia que hay entre la ocurrencia de un hecho social y la manera en que el cuerpo social toma conciencia de él y lo pondera. Y preguntarnos por que, aún si estas formas del delito han proliferado, las tasas de mortalidad muestran que es mucho más probable morir o sufrir lesiones en un accidente de tránsito que en un asalto a mano armada y sin embargo no está allí el foco de la seguridad que la sociedad reclama. Y preguntarnos también, por qué son estas formas del delito las que la población percibe como más graves, cuando otras formas de transgresión como las estafas al Estado, la corrupción de los funcionarios, etc. producen todavía mayor daño al cuerpo social que los atentados ocasionales contra la propiedad privada que comete algún delincuente común.
Como todo problema social que puede entenderse y leerse desde varios lugares, ‘la violencia’ es un proceso multidimensional complejo y su remedio será también un proceso sociocultural complejo. La "seguridad pública", entonces, se puede entender en el sentido amplio de los derechos tanto políticos, como sociales, que constituyen la ciudadanía, en vez de tomarla desde la única perspectiva de garantizar la ‘seguridad física de personas y bienes’ proponiendo una represión más eficaz sobre contraventores y delincuentes. (FLACSO: “Violencia, delito, cultura política, sociabilidad y seguridad pública en conglomerados urbanos”)
Y finalmente, cabe preguntarse si en una sociedad tan desigual, la proliferación del delito no es, al fin y al cabo, una forma (irracional e injusta, pero finalmente lógica) de redistribuir la riqueza, que se instituye cuando las otras, las racionales, justas, formales y legales se tornan cada vez más lejanas, utópicas, imposibles.



[1] (460 chicos institucionalizados por delitos graves en 15 millones de habitantes en Bs. Aires)

Informe sobre Inseguridad/Jorge Garaventa: La venganza de los pobres

La venganza de los pobres

Por Jorge Garaventa



para La Tecl@ Eñe

¿Cuál es el punto medio, precisamente no el tibio, que nos permita reflexionar sobre la sensación de inseguridad?. ¿Hay una forma de hacerlo que como remanente legue un pensamiento en función social?
Si queremos hablar seriamente de inseguridad, hay cuestiones que no se pueden soslayar. Por un lado la relación del tema con los medios de comunicación masiva u holding informativos, y por el otro, cuestiones históricas que hacen al tema del delito y la represión.
Si bien nos referimos a lo que los medios han logrado instalar como sensación de inseguridad en una primera etapa para luego pasar, en un segundo tramo a lo que llamaran estado de inseguridad, es necesario aclarar que el término es utilizado de forma intencionalmente mezquina, ya que si quisiéramos tomarlo en su verdadera acepción lingüístico-social, el riesgo de ser víctima de un delito ocuparía alguna de las preocupaciones sobre la cotidiana vulnerabilidad, pero bastante lejos de la principal.
La historia nos viene a advertir que lo que hoy se denuncia como fenómeno de la modernidad ha estado presente en distintos períodos, y que el primero del que dan cuenta los medios data de la época de la colonia cuando una serie de crímenes puso de pie a la minoría céntrica para defender sus intereses puestos en riesgo por el avance de habitantes de los suburbios, descendientes directos de los originarios moradores del lugar, desalojados en nombre de la civilización.
Desde entonces no han sido pocas las veces que la sensibilidad porteña se vio sobrepasada por el miedo. Detrás subyacía la directa defensa de los intereses de clase.
Hay mecanismos de discriminación e intolerancia a las diferencias, inconscientes y no tanto, pero también burdas maniobras de preservación de privilegios. Algún crimen, por lo general cruel, injustificado y espectacular pone en marcha los mecanismos de sed de exterminio que irremediable y repetidamente culminan en el “clamor” de pena de muerte. Y esta, finalmente, es un arma que apunta al exterminio de los desclasados.
El germen psíquico de la pena de muerte no responde a un concepto de justicia sino que es una respuesta de clase. Quiénes tienen algún tipo de responsabilidad en las diferencias socio económico saben de la ira de los excluidos del sistema. Son conocedores de primera mano de lo que Jorge Amado llama “la venganza de los pobres”. Hay que eliminar entonces de raíz a cualquier testigo de los privilegios. Porque además, la furia del “delincuente” produce, desde el terror culposo, la visión de generalización de hechos aislados. Luego veremos que cierta prensa hará el resto.
Es un hecho irrefutable que el clamor por mano dura encarna rápidamente en la clase media, que fácilmente se apropia del como sí vanguardista. En épocas de crisis, ( y aquí es fundamental recordar que los raptus de inseguridad no son convivientes de épocas de bonanza sino que aparecen como directa manifestación de cada crack del sistema capitalista liberal), las clases medias entran en pánico al percibir por un lado la labilidad de su punto de pertenencia, la lejanía de sus referencias, y finalmente el miedo al desliz hacia el sitio odiado. Ahí nacen los muros psíquicos que separan, que ciegan y que finalmente invitan a “tirar al pichón”.
En paralelo es fundamental entender cómo se construyen las noticias que finalmente instalan las sensaciones. Una variable para nada contingente en estos climas de inseguridad modernos suelen ser los enfrentamientos, abiertos o solapados entre las mega empresas informativas y algunos de los poderes del Estado o sectores importantes del mismo. Esto, independientemente de la calidad de dichos poderes. Se sobreentiende entonces que hay un ciudadano indefenso ante el avance de fuerzas bestiales, y un estado connivente con el delito. Los derechos humanos descienden a su nivel más degradado y son sinónimo de impunidad para el mal. “Estamos solos, nadie nos defiende, todo depende de nosotros”. La implementación de la horda civilizada, y al grito de pena de muerte y cárcel desde chiquitos se organiza en “pacíficas” manifestaciones. A veces en silencio…”ya dijimos todo, ahora actúen o actuaremos nosotros.”¿Hay algo más violento y amenazante que el silencio del enojo?

Ilustración: Luis Felipe Noé/Cómo ocurren las cosas

Los medios masivos de comunicación no pueden inventar las noticias que generan una sensación, pero si “trabajar” con ellas. En las redacciones acumulan, proviniendo de fuentes propias, agencias de noticias y otros medios una cantidad infinitamente mayor de noticias que las publicables. Y es aquí donde empieza a tallar el “criterio editorial”. Lo usual es la elección de algunas temáticas que presupongan el interés del lector, oyente o televidente. Los estilos de cada medio finalmente terminan de delinear la masa clientelar a la que se apunta. Cuando aparece un nuevo medio, usualmente ha decidido previamente el nicho en el que se quiere instalar. Esto es el ABC, público, conocido, tradicional, y que poco ha cambiado pese a la revolución que han sufrido las empresas informativas.
¿Cuál es la relación entre esta descripción y la mentada cuestión del clima de inseguridad cotidiano?
Los medios responden a intereses de clase o de grupo, según corresponda, y desde la entrega menemista esta situación ha quedado retratada aún con más brutalidad. Se diría que ante la lesión o simple amenaza a sus propios intereses, estas herramientas sectoriales desinforman, omiten o filetean las noticias de modo que la llegada al receptor es un amasijo sumamente difícil de procesar criteriosamente. No está de más recordar que hoy los medios son un conglomerado de diarios, radios, canales y revistas que suelen pertenecer al mismo holding.
Y aquí es donde aparece la cuestión del “trabajo” con la noticia.
Quienes responden al requerimiento de los medios sobre el crecimiento de determinados delitos, se encuentran de inmediato con la infaltable pregunta- disparador: ¿Por qué hoy hay más… ? (violaciones, asaltos, asesinatos, abusos). Lejos está esta interrogación de proponer un análisis serio sobre las violencias urbanas. El paso siguiente será, independientemente de la respuesta del entrevistado, la reflexión acerca de los efectos sociales de perdida de autoridad de padres y docentes, la mano blanda de los jueces, el libertinaje, el exceso de derechos hacia el niño y todo aquello que subrepticiamente reivindique nostálgicamente la cultura represora y la educación golpeadora. O sea, en una habilidosa vuelta de campana, lo que presumimos como las causas de las violencias actuales son presentadas como la solución del mal.
Para cerrar este segmento subrayemos que una campaña que instala una sensación no es gratuita, casual o espontánea. Hechos que cotidianamente pasan sin pena ni gloria por las redacciones son tomados, subrayados, y lo esencial, arbitrariamente encadenados y mostrados como un conjunto. Y justamente es este encadenado y esta muestra totalizadora de situaciones aisladas lo que produce en la clase media asustada y la alta con conciencia temerosa, la convicción de que una amenaza fatal se ciñe sobre ellos. El resto se hace solo.
Lejos de la intención de este escrito está sostener que el delito no existe, que no es un problema serio o que nada hay que hacer al respecto.
Lo que se trata de señalar es que se intenta, con el pretexto de enfrentar tanto los delitos de siempre como a las nuevas violencias urbanas, reestablecer métodos represivos que ponen entre paréntesis los derechos humanos, atacando el síntoma, que en definitiva es un producto social mientras que no sólo no se atienden sino que se dejan intactas o se recrean las condiciones que llevan a un individuo a transitar el triste camino de delinquir.
No existe la sociedad por un lado y los delincuentes por otro. Quien roba, mata, viola, abusa ha desarrollado su subjetividad en circunstancias que la sociedad suele juzgar como ajenas y privadas pero de las cuales no puede desresponsabilizarse. Ningún producto social tiene autonomía previa. Si triunfan los buenos se podrá encarcelar de por vida, incriminar a los niños y matar a los irrecuperables. Pero mientras no se combatan las causas profundas, que requieren decidida acción estatal que garantice salud social, económica y afectiva, el círculo vicioso seguirá pariendo hombres y mujeres que podrán jugar del lado de los malos o de los buenos, pero nunca de los justos.
Todo está muy bien, ¿pero mientras tanto?... No hay un mientras tanto. Las concepciones inclusivas no son a futuro. Ya se ha dicho que donde hay una necesidad hay un derecho. Ninguna teoría económica justifica la postergación de la plena vigencia de los derechos sociales. Si además garantizamos que rijan en todos los ámbitos los derechos humanos las soluciones estarán al alcance de la mano. De lo que se trata en definitiva es de pensar incluyendo al semejante. Pensar con el otro, no por el otro o contra el otro.

Informe sobre Inseguridad/Claudio Barbará/Aguafuertes de la Modernidad: Feos, malos e inadaptados

Aguafuertes de la Modernidad
Feos, malos e inadaptados
Claudio Barbará
[i]

para La Tecl@ Eñe

Parece no ser difícil seguir la lógica de cierto movimiento: si se está en estado, en la invisible frontera, en el riesgo abrupto, de perder algo en cualquier momento, ya sea la billetera, la bicicleta o la vida, a eso, a eso precisamente, se lo ha denominado “inseguridad”.
¿Quién lo dice? Lo dicen los medios, claro. Diga lo que se diga el significante “inseguridad” se ha instalado en la cultura por la vía de aquellos que “informan”. Luego, ya establecido su nombre, la cosa marcha sola: se repite y se pierden su causa y sus consecuencias en la maraña de impresiones y sensaciones del común (me refiero, al que se le llama ciudadano).
Ciudadano es aquel que, investido con los trapos de su ciudadanía, exige los derechos que le asisten y se prescriben en el código. ¿A quién se lo exige? Al amo, claro, garante último del pacto señalado. Se lo escucha berrear y patalear, en su indignación y en su dolor, acorralado más por la insistencia de la queja, que por la fatalidad.
En este entrevero, de idas y venidas, de reclamos airados y perfecta confusión, de pérdidas inexorables y daño por doquier, se levantan las voces que invocan una drástica solución. La drástica solución va a contrapelo del ejercicio de pensar: “ojo por ojo, diente por diente”. Esta posición no es patrimonio de unos pocos, por el contrario, constituye la ideología de la multitud. La masa, agitada y agitable, no sabe de sutilezas ni de matices, obedece al impacto del slogan, del spot publicitario, del clisés mediático y repetido. Entonces: “el que mata tiene que morir”, y todos esos dichos similares que se oyen por doquier.
Son el torbellino de los signos de la época: ¿los derechos a quién asisten? ¿Los derechos de quién? No es por esta vía por la cual se alcanza algún esclarecimiento del asunto. Ese formato del derecho privado y el derecho público ya no basta para dar las razones, ni para regular los goces de la civilización.
Los bordes del malestar desbordan las fronteras delineadas para una sociedad que fracasa de puertas para adentro: entonces, por ejemplo, en San Isidro/San Fernando alguien decide levantar un muro de ladrillos, para contener la violencia de un goce malsano que amenaza a la ciudadanía. Claro está, iniciativa que fracasa antes de ser llevada a cabo: una muestra más de la impotencia.
Males de la sociedad capitalita, soluciones con el sello de la ideología capitalista; quiero decir: ante todo debe preservarse el modo de satisfacción libre y en libertad, el “plus-de-gozar”, como lo denominó J. Lacan, fragmentario y autónomo, sin relación con el otro. Muros que van cerrándose sobre otros muros, aislando al sujeto moderno en un goce autista, atentando contra el lazo social.
Es notable que Lacan en los años ’70 no dejara de hacer sentir, en forma rotunda, a dónde nos llevarían todas estas novedades de la ciencia moderna, supeditada al mercado y al desarrollo tecnológico, para bien de la vida contemporánea.
Dice Lacan en 1973: “No les digo en absoluto que el discurso capitalista sea débil, tonto, al contrario es algo locamente astuto, ¿verdad? Muy astuto, pero destinado a reventar, en fin es el discurso más astuto que se haya jamás tenido. Pero destinado a reventar. Porque es insostenible”. Y Agrega: “…justamente eso marcha así velozmente a su consumación, eso se consume, eso se consume hasta su consunción”.
De la “consunción” vamos siendo testigos; ¿o es una exageración? Un discurso, el capitalista, loco y astuto, pero que se consume y consume a la vez, destinado a la consunción, al agotamiento de su loca lógica interna. Somos testigos además de las medidas que intentan atemperar su violencia: ejemplo, los nuevos lineamientos del G20, y el fin del consenso de Washington. “El llamado discurso capitalista es una cierta variedad del discurso del amo”, señala Lacan.
¿Qué más? El mundo así se ha vuelto inestable, inseguro, impredecible. Estamos de acuerdo. Es lo que se dice todo el tiempo: “inseguridad”. Los medios de comunicación, al menos en la Argentina, no dejan de pregonar que la “inseguridad” se resuelve con más policías, con más cárceles, con leyes más duras, con menos tolerancia, con menos garantías. Esto parece obedecer a una idea del mundo: el mismo sería maravilloso si no fuera porque hay algunos (o muchos) feos, malos e inadaptados, que lo vuelve peligroso. Es la idea de los que pregonan que sólo existe el individuo, responsable de su individualidad; y rechazan la noción de que el sujeto se constituye en el Otro.
El significante “inseguridad” nos viene del Otro, de la cultura actual, de los clisés, de los “dichos” instalados en la civilización; ergo, no podemos estar seguros de nada. ¿En dónde sostenerse entonces? Si nada en el imaginario colectivo es seguro, si todo es posible, entonces la desesperación, la angustia, o como diagnostica el manual de psicopatología vigente: panic attack. Solución: hacer acallar el síntoma en donde el sujeto está representado; enmudecer la angustia, la desesperación, para eso la nueva generación de psicofármacos, siguiendo la misma lógica que a alguien le hace decir: “el que mata debe morir”. Problema individual, solución individual.
Son algunas de las beldades de la Era del Individuo: ahora eso marcha, veloz, a su consunción. Veremos.


[i] Psicoanalista. Miembro del Foro Analítico del Río de la Plata. Escuela de Psicoanálisis de la Internacional de los Foros del Campo Lacaniano.

Eduardo Sartelli/Entrevista: La política en el capitalismo es banal o asesina

Entrevista a Eduardo Sartelli


La política en el capitalismo es banal o es asesina


por Conrado Yasenza
para La Tecl@ Eñe

Eduardo Sartelli es Licenciado en Historia de la Universidad de Buenos Aires. Investiga y dicta clases en la UBA y en la Universidad de La Plata. Es director del Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales (CEICS) e integrante del consejo editorial de las revistas Razón y Revolución y El Aromo. En su libro La Cajita Infeliz.
Un viaje a través del capitalismo anunció la crisis de la economía real.
Las relaciones entre política, economía y poder; entre poder y medios de comunicación constituye el andarivel central por donde transcurre esta entrevista.



Por Conrado Yasenza

- Conrado Yasenza: Para comenzar me interesa saber si los intelectuales generan hoy prácticas capaces de intervenir en la realidad.

- Eduardo Sartelli: Los intelectuales siempre intervienen en la realidad, por acción u omisión, sencillamente porque no existe otro mundo que éste. El intelectual que cree que puede mantenerse al margen sencillamente es conservador. Su inacción es una forma de acción que beneficia al poder existente. Todo aquel que no se suma a la lucha contra la injusticia, la apoya. En todo caso habría que preguntarse qué intelectuales tienen qué tipo de intervención sobre qué realidad. En la Argentina actual el fenómeno más interesante es la división de los intelectuales burgueses y el abandono que muchos de ellos han hecho de posiciones simpáticas con la clase obrera. Es un fenómeno propio del Kirchnerismo: hasta la caída de De la Rúa, buena parte de la intelectualidad burguesa, aquello que conocemos como “progresismo”, se había ido acercando a posiciones cercanas al movimiento piquetero o, al menos, a la oposición al “neoliberalismo”. El arribo del matrimonio K, en particular, su política de derechos humanos, logró la cooptación de una capa importante, que va desde Hebe de Bonafini hasta filósofos como Ricardo Forster y José Pablo Feinmann. Son los que se nuclean en “Carta abierta”. Otro grupo, más ligado históricamente con el radicalismo (Beatriz Sarlo, por ejemplo) cayó muy en desgracia por su asociación con el delarruismo, pero reflotó con la crisis del campo. En torno a Carrió, por ejemplo, se han juntado profesores de Filosofía y Letras de la UBA (como el filósofo senador Samuel Cabanchik), con posiciones cada vez más derechistas.
¿Qué es lo unifica a estos grupos? Su terror a la crisis. El 2001 los marcó a fuego. Incapaces de imaginar otra salida que no sea capitalista, no se les ocurre nada mejor que o la reivindicación alfonsinista del kirchnerismo (“es lo que hay”, dice Feinman) o el programa de Barrionuevo (“hay que dejarse de robar”, dice Carrió). Por esta razón es que el debate entre ambos tiene mucho de trompe l’oeil, de trampantojo, como dicen los españoles. No expresan más que a una clase social en decadencia que se debate entre un populismo trucho (Kirchner) y un derechismo no menos trucho (Macri, Carrió).


- ¿Cómo influyen las prácticas discursivas del poder político, las cuales atraviesan el entramado cultural de nuestra sociedad, y cómo repercuten las políticas económicas, es decir, cómo se organiza una cultura desde las premisas de una economía de mercado cuya directriz es la industria cultural?

- No existe la “economía de mercado”. Todas las sociedades más o menos complejas (es decir, todas después del comunismo primitivo) han tenido “mercado”. Nuestra sociedad tiene un nombre específico: “capitalismo”. Lo que caracteriza al capitalismo es la compra-venta de fuerza de trabajo, es decir, la explotación de individuos desposeídos de todo, salvo de su capacidad para trabajar. La cultura capitalista se funda sobre la premisa de la explotación. Esta premisa no depende de la existencia o no de una “industria cultural” ni de gobiernos “pro-mercado” o “anti-mercado”. Todo en el capitalismo es una “industria”, o lo que es lo mismo, se produce en el marco de acumulaciones de poder social (empresas) propiedad privada de unos pocos (burgueses). Por esa razón, todos los políticos burgueses son “pro-mercado”: desde Hitler hasta Nelson Mandela; desde Gandhi a Mussolini. Y lo son para cualquier “producto”, lo mismo da si se trata de medicamentos o champán, libros o alpargatas. De modo que no hay ninguna “práctica” discursiva específica ni ninguna política económica específica que organice una “cultura” más o menos “mercantil”. El capitalismo funciona así, siempre. En determinado momento, por presiones de las masas, se ve obligado a dibujarse una máscara más amable, pero una máscara sigue siendo una máscara. Lo propio de la “cultura” bajo el capitalismo es la lucha por la verdad más importante: ¿existe o no existe la explotación? Los intelectuales burgueses dedican su vida a negarlo. Los revolucionarios a demostrarlo. Los intelectuales burgueses tienen todo el capitalismo a su favor. Los revolucionarios, en contra.
Este hecho de la explotación como eje de la cultura capitalista, que podría ser objeto de otra charla, tiñe absolutamente todo y por eso se oculta incluso cuando se lo muestra. Sólo por dar unos pocos ejemplos: veremos por televisión que se denuncia (en programas como La Liga) el trabajo infantil o los talleres textiles “de esclavos”. Nunca se pasará de la raya: no se trata de un sistema que funciona necesariamente así y que no se puede reformar, siempre se trata de “empresarios inescrupulosos” o de “funcionarios corruptos” que no controlan debidamente. Felipe Pigna criticará las atrocidades del Proceso Militar, incluso remarcará que tuvo una funcionalidad económica y que benefició a muchos empresarios. No dirá nunca que Alfonsín, sin torturar ni matar a nadie, hizo lo mismo, que Illia hizo lo mismo, que todos los presidentes hacen lo mismo porque todos representan a la misma clase, la burguesía, y su función es beneficiarla permanentemente. Si durante la “democracia” no se “desaparecieron” personas (algo falso como sabe cualquiera que recuerde el tercer gobierno de Perón), no por eso se mata menos: 10.000 niños mueren antes de cumplir el año de vida en la Argentina, por causas evitables, todos los años. Por cosas como el precio de una mamadera de plástico. Dicho de otra manera, todos los años, bajo cualquier gobierno, el capitalismo argentino libra un “Proceso militar” contra los niños de este país. Este es el hecho “cultural” por excelencia, que pasa desapercibido si hablamos “del mercado” o de la “industria cultural”, que sólo son formas de evitar hablar del problema real, el capitalismo.

- ¿Cuál es su visión sobre la actualidad política del país y su proyección a futuro teniendo en cuenta los acontecimientos ocurridos en torno al conflicto campo-gobierno y la crisis económica o financiera norteamericana?

- La Argentina es un barquito de papel en medio del Katrina. La crisis mundial no es financiera ni es norteamericana. Es de la economía real y es mundial. No empezó ayer. En la revista Razón y Revolución la vengo anunciando (junto con un conjunto de economistas marxistas de todo el mundo, como Anwar Shaikh y Fred Moseley, y de la Argentina, como Juan Iñigo Carrera) desde 1996. Cuando todo el mundo decía que ya había pasado lo peor, hacia el 2004, en La Cajita Infeliz, señalé exactamente lo contrario (junto, otra vez, con los mismos de siempre). Ahora ya nadie duda de su existencia y de su fuerza. Lo único que se discute hoy es si vamos a una depresión de largo plazo o no. Mi posición es que sí, que vamos hacia algo peor a lo de la crisis del ’30. En La Cajita explico por qué y por razones de espacio no puedo repetir aquí. En ese contexto, la Argentina no tiene muchas posibilidades de escapar a un proceso al que nadie escapa. Lo peculiar de la Argentina es la tendencia a la descomposición aguda que acompaña cada momento de la crisis mundial. La actual crisis se anunció varias veces: 1975 (crisis del petróleo), 1982 (crisis de la deuda), 1989 (caída de Wall Street), 2001 (fin de la burbuja de internet), 2008 (fin de la burbuja inmobiliaria). Si recordamos los últimos 30 años de historia argentina (que analizo en La Plaza es nuestra) esas fechas corresponden a las grandes crisis nacionales: 1975 (Rodrigazo), 1982 (crisis de la deuda), 1989 (los saqueos bajo Alfonsín), 2001 (caída de De la Rúa). No hay ninguna razón para que no vuelva a ocurrir, porque la economía argentina sigue siendo lo que siempre fue: basta seguir el precio de los commodities (agropecuarios más petróleo) y veremos que coincide la caída de sus precios con la crisis nacional. Aunque algunos crean que la soja no va a caer, no hay experiencia histórica importante en que los precios de un producto se escapen a la tendencia general. China ha visto caer su crecimiento del 11% a la mitad, y la crisis recién empezó. Lo importante, para la Argentina, es que cada crisis es peor. Lo que veo hacia el futuro es una tendencia hacia la disolución de las relaciones sociales al estilo 2001. No se trata de ponerse a llorar o esconder la cabeza bajo la arena, sino de razonar: ¿es este tipo de sociedad, el capitalismo, una forma de vida que deba ser salvada de su propia bancarrota? Dicho de otro modo: ¿vamos a salvar a los capitalistas de su fracaso histórico para que sigan explotándonos y llevándonos de crisis en crisis y de guerra en guerra? Llegó el momento de pensar en un cambio importante, en un cambio general de nuestro modo de vida. Es la hora del socialismo.


- ¿La concentración de poder a cualquier costo y en base a todo tipo de alianzas, es signo de una sociedad que no tolera el disenso; es síntoma de cierto grado de violencia dentro y desde el poder institucional ?

- Kirchner no tiene ningún poder, es pura hojarasca. El poder ya está concentrado en la Argentina y no depende de éste o aquél presidente: todos los políticos de los partidos burgueses son, obviamente, burgueses. Esos partidos son financiados por las empresas capitalistas, es decir, por burgueses. El Estado es burgués, no sólo por su estructura y función, sino por su personal: los jueces son burgueses, los miembros del generalato son miembros de la burguesía, el personal burocrático de la administración central, los que dominan el área de economía, el Banco Central, etc., son todos burgueses. Todos ellos trabajan para la burguesía, igual que los miembros importantes de la Iglesia y de los grandes medios de comunicación. Pueden pelearse entre ellos por el reparto de la torta, pero nunca van a entregarla a otra clase. Hay un monopolio absoluto del poder social por una clase, la burguesía. Eso es lo que hay que discutir, superando las apariencias (las personas, las leyes, los partidos) para concentrarse en la realidad (las clases sociales). La sociedad capitalista, efectivamente, no tolera el disenso real (la disputa de su poder por otras clases sociales) aunque hace alarde permanente de la libertad, que es “real” mientras se concentre en cuestiones secundarias.

- ¿Qué relación existe en la actualidad entre periodismo, conocimiento y cultura?

- El periodismo no puede ser juzgado como un bloque. Hay periodistas comprometidos con el pueblo, con los obreros, con los explotados, y periodistas del sistema. Obviamente, éstos últimos tienen un compromiso, pero no por el conocimiento sino con el poder burgués, lo que los lleva a ocultar, mentir, deformar, desinformar, etc. Una cultura que surge de esos medios no puede ser más que una cultura castrada, deformada y mentirosa. Los periodistas y los medios que se ubican en la vereda de enfrente carecen de recursos y arriesgan su existencia todos los días. Esos son los que valen, como diría Brecht. Gracias a ellos la verdad y la cultura tienen una oportunidad. Es difícil, pero de la lucha surge el futuro. Y el futuro es nuestro, más temprano que tarde.

- ¿Y entre información y cultura o saber?

- En la sociedad capitalista, como en toda sociedad de clases, la información es poder. Por eso hay que luchar por ella. La clase obrera, los explotados, deben darse sus medios de información, pelear por la cultura y hacer un culto del saber. Otra vez, Brecht: “estudia obrero en la fábrica, estás llamado a ser un dirigente”. El que no sabe es esclavo. Por eso hay que poner un particular énfasis en la educación de los explotados, si queremos dejar de ser dirigidos y ser dirigentes. Ese día nuestra vida será verdaderamente nuestra.

- ¿Cree Ud. que existe una suerte de "banalización de la memoria política" y de los discursos en torno al tema?

- La política en el capitalismo o es banal o es asesina. Es decir, durante los períodos de estabilidad los partidos burgueses se disputan el gobierno del Estado simplemente por cuestiones de conveniencia personal o sectorial. No se discute nada sustantivo y todo pasa por discursos morales: el que todavía no pudo robar acusa de ladrón al que gobierna. La masa de la población en esos momentos sólo es convocada a elegir el ladrón de turno. No se discute nada importante. Cuando algo importante empieza a discutirse, como por ejemplo, qué clase social gobierna y cuál debiera hacerlo, la propia burguesía baja la persiana de la democracia, de hecho o de derecho. Digo: de “derecho”: una dictadura abierta que establece una nueva “legalidad”: Onganía, Videla. De hecho: gobiernos “democráticos” que matan más obreros que las peores dictaduras. Yrigoyen se llevó a la tumba más de mil obreros, entre la Semana Trágica, la Patagonia, las masacres de las huelgas pampeanas, la Forestal, etc. Ninguno de los asesinos fue preso. Se cansó de mandar regimientos a sofocar huelgas y matar obreros. Perón participó de la represión en la Semana Trágica y en La Forestal, además de inventar la Triple A. Se cuentan por miles los obreros encausados por la lucha social, de 1983 hasta aquí y no hace falta que recordemos a De la Rúa y sus muertos, a Kostequi y Santillán.
La “memoria” política sufre de los mismos problemas: o es banal o es mentirosa. Es banal, porque no se “recuerda” nada importante. Es mentirosa, porque lo que se recuerda es lo que conviene al poder. En los casos de los que recién hablamos tenemos ejemplo de lo que decimos. Kirchner “reivindica” los derechos humanos y se “olvida” de la Triple A de Perón. El radicalismo habla de “democracia” y se “olvida” de las huelgas de la Patagonia. El discurso de los derechos humanos ya es en sí una banalización de la “memoria”: a los “desaparecidos” no los mató gente que no respetaba los “derechos humanos”, sino militantes de una clase social, la burguesía, en defensa de sus privilegios.

- ¿Observa Ud. vestigios de autoritarismo, ya sea verbal o simbólico, en el acontecer político de nuestro país?

- No hay “vestigios” de autoritarismo, la democracia burguesa, aquí y en cualquier lugar del mundo, no es más que la dictadura de la burguesía en momentos de “normalidad”. Es decir, mientras no se vota nada importante nos dejan jugar a la democracia. Cuando se nos ocurre discutir algo en serio, el dueño de la pelota se la lleva y se acabó el partido. La sociedad capitalista es en sí misma dictatorial: la dictadura de la necesidad. Si no tenés plata no comés. Para tener plata hay que trabajar. Los dueños de las cosas con las que se trabaja (las fábricas, los campos, etc.) son, entonces, los dueños de tu vida.

- ¿Qué importancia adquiere el lenguaje, la palabra, en el contexto de crisis de paradigmas en la actualidad?

- No hay ninguna crisis de paradigmas. Hay una crisis del poder capitalista y, por lo tanto, de sus ideologías. No es la crisis del mundo entero ni la catástrofe del universo. Las clases dominantes siempre identifican su crisis con la crisis de la civilización misma. Identifican su decadencia con la decadencia de la humanidad, la crisis de su ideología con la crisis de la razón misma. Pero el mundo es mucho más que la burguesía. Mientras las ideologías burguesas se caen, resurgen los críticos de esas ideologías: todos los días escuchamos nuevas noticias sobre el aumento de ventas de libros de izquierda. La última, hace unas semanas, destacaba cómo Marx se transforma en best seller en Europa. Asistimos, con felicidad, a la crisis de la ideología burguesa.

- ¿Seguimos pensando nuestra realidad desde las categorías del Poder? ¿Y de qué Poder?

- Las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante, decía Marx y tenía razón. Si hay ideas de la clase dominante quiere decir que las hay también de la clase dominada. Hay que animarse a pensar en términos de clase.

- ¿Qué significa hoy el Peronismo? ¿Es un territorio de la cultura popular o responde más a una estructura orgánica vinculada al Justicialismo?

- Por suerte, el peronismo murió hace rato. Siempre fue un movimiento de masas dominado por la burguesía. Hoy su contenido es puramente burgués, es decir, ha desaparecido como canal de expresión de algunos intereses populares secundarios.

- Para Finalizar, ¿cómo analiza Usted el fenómeno de la violencia instalada en nuestro país y su correlato mediático expresado en la noción de inseguridad?

- Expresa la descomposición de una sociedad: masas que se quedan fuera de un futuro razonable, condenadas a la miseria y al hambre, son la base de una situación de violencia generalizada. Como la descomposición afecta a toda la sociedad, no sólo la clase obrera se encuentra en esta situación. Masas cada vez mayores de pequeña burguesía, en particular los jóvenes de la ex “clase media”, se suman a un proceso que se expresa no sólo en la violencia callejera sino también en la drogadicción, en el ausentismo escolar, el alcoholismo, etc. Incluso la vida burguesa se vuelve cada vez más mafiosa: en un país que se descompone hasta los burgueses se descomponen. El mundo del narcotráfico, que reúne a lúmpenes que venden paco, a “clases medias” reducidoras y grandes empresarios mayoristas, protegidos por políticos y policías y custodiados por barras bravas de fútbol, patoteros sindicales, patovicas y comparsas políticas, es el mejor ejemplo de este proceso. Es la expresión de una sociedad, la capitalista, que no puede ofrecer nada mejor. Insisto: ha llegado el momento de pensar en otro tipo de sociedad porque esta no tiene arreglo.

Entrevista realizada por Conrado Yasenza
Mayo del 2009