04 diciembre 2008

Ensayo/Modelos Socioculturales del Poder VI/Desesperanza y Postmodernidad: síntoma social y proyecto político - por Enrique Carpintero

Modelos socioculturales del poder VI

Desesperanza y Postmodernidad: síntoma social y proyecto político *



Por Enrique Carpintero
Psicoanalista, director de la revista y la editorial Topía
enrique.carpintero@topia.com.ar


(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Mirta Narosky




La actual crisis económica-financiera ha puesto en cuestionamiento no solo la base económica del capitalismo mundializado sino también la cultura en la que se sostiene. De allí la importancia de reflexionar sobre el concepto de postmodernidad, tal como algunos autores definen la actualidad de nuestra cultura.


La sociedad, desde la hegemonía de la cultura llamada postmoderna, ha sufrido una metamorfosis: nadie sabe hacia donde caminamos. O, más aún, el futuro se presenta como catastrófico.


El concepto de postmodernidad comenzó en el arte, luego se afianzó en otras áreas durante los `80 y los `90 con el pensamiento postestructuralista y la teoría de la sociedad postindustrial. Un grupo de teóricos franceses –Lyotard, Baudrillar- y de EEUU bajo el rotulo de postestructuralistas continuaron con las ideas antihumanistas desarrolladas por Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Michel Foucault. Es necesario destacar la importancia de las ideas de estos autores. Pero es preciso distinguir las teorías filosóficas desarrolladas entre las décadas de los `50 y `70 de la apropiación que se hizo de ellas durante los años `80 para apoyar las tesis de la nueva era postmoderna. Desde diferentes perspectivas, sus desarrollos teóricos enfatizaron el carácter fragmentario y heterogéneo de la realidad, negaron la capacidad del pensamiento humano de alcanzar una explicación objetiva y plantearon la incapacidad de fundar la oposición al poder que pretendieron articular. En definitiva decretaron el triunfo del “pensamiento débil”. Todo es discurso, texto de textos, imágenes, sujetos sujetados, sujetos construidos.


La teoría de la sociedad postindustrial desarrollada por sociólogos como Daniel Bell y Alain Touraine ofrece una versión de las presuntas transformaciones sufridas por las sociedades occidentales en los últimos 25 años. Para estos autores el mundo desarrollado ha pasado de una economía basada en la producción industrial a una economía en donde la producción de servicios y la investigación teórica constituyen el motor del crecimiento. Esto ha llevado a profundas transformaciones sociales, políticas y culturales cuya consecuencia es la desaparición de un sujeto social que se oponga al poder de la cultura dominante.


Desde esta perspectiva se sostiene que ha aparecido una Nueva Era donde el mundo se hace de nuevo con la producción masiva, el consumo masivo, la flexibilidad laboral, la diversidad y la mundialización. Sin embargo, la tendencia a la internacionalización del capital todavía permite preservar un gran poder a los Estado nacionales para incidir en la tasa de acumulación y distribución de bienes dentro de sus fronteras. El trabajo asalariado, con la inmigración del campo a la ciudad y la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, se ha extendido en todo el mundo. El que gran parte de este trabajo no este destinado a producir bienes sino servicios no modifica la relaciones sociales y el lugar histórico del trabajador.


El libro de Loytard La condición postmoderna, publicado en 1979, conjuga toda esta perspectiva para plantear -entre otras cuestiones- la imposibilidad de una alternativa al capitalismo neoliberal. Es decir, su versión de un mundo “posthistórico” desprovisto de significado lleva a un triunfalismo del capitalismo y un pesimismo cultural. Lo postmoderno se define como un pensamiento incrédulo con respecto a los grandes relatos que puedan elaborar una teoría sobre una sociedad más justa. Su defensa de los microrrelatos le sirve para oponerse a los grandes relatos cuyo paradigma esta representado por el marxismo y el psicoanálisis. La lucha de clases no existe y la subjetividad debe ser entendida como una estructura de lenguaje. De esta manera se deja de lado una subjetividad construida en la relación con otro humano en un sistema de relaciones de producción.


La hegemonía de este pensamiento tiene sus bases en el contexto histórico en el que se desarrolló. Este lo podemos definir por tres características:


1º) La caída del socialismo totalitario estalinista, la aparición de violentos y destructivos nacionalismos en diferentes partes del mundo y el resurgimiento de una extrema derecha en los países europeos. Todo esto ha reforzado la creencia de que los fundamentos de una política de emancipación social ya no pueden ser posibles.


2º) El desarrollo del capitalismo mundializado ha traído profundas transformaciones económicas, político-sociales y culturales. Su consecuencia ha llevado a una subjetividad construida en la ruptura de las relaciones de solidaridad donde a las políticas neoliberales se las acepta como un hecho natural.


3º) El lugar de los intelectuales. En vez de plantearse la lucha por la hegemonía acorde a los nuevos problemas sociales, políticos y culturales la mayoría de los intelectuales se quedaron en silencio en relación a las modificaciones estructurales de la sociedad. Esto los llevó a la aceptación de lo establecido como si fuera un horizonte imposible de superar de la historia actual y futura.


En este sentido hablar de postmodernidad significa la imposibilidad de pensar racionalmente un mundo diferente al que estamos viviendo. Someternos a la cultura dominante. Es decir, aceptar lo que denominamos “la utopía de la felicidad privada”. La felicidad que se puede comprar en cómodas cuotas mensuales. Claro, a partir de los créditos tóxicos no solo la economía capitalista ha entrado en crisis sino la posibilidad de obtener esta felicidad privada. Es decir, la cultura que lo sostiene


Desde esta perspectiva la postmodernidad es un síntoma social cuyo resultado es la desesperanza individual y colectiva que caracteriza la actualidad de nuestra cultura.


Si la esperanza se refiere a la carencia de algo importante para el sujeto con la convicción de que se va a solucionar. La desesperanza es la incapacidad de rescatar la esperanza. Por ello lo opuesto a la esperanza no es la desesperanza sino el miedo. Para Spinoza lo que se espera es lo que se ha perdido o se teme perder. Por ello dice que “No hay esperanza sin temor, ni temor sin esperanza”. Sólo se espera lo que no se tiene, lo que se ignora, lo que no depende de nosotros: “las afecciones de la esperanza y el temor no pueden ser buenas por sí mismas” y todos los esfuerzos de la razón propenden a liberarnos de ella.


Este factor ilusorio de la esperanza en tanto espera de un salvador que nos de lo que nosotros tenemos que conseguir lo podemos encontrar en los mitos griegos:


Pandora por orden de Zeus fue modelada con tierra y con agua, pero Hermes puso en su corazón la mentira. Los dioses para proteger a los humanos encerraron a los males en una vasija. Pandora, que estaba destinada a castigar a los mortales por la osadía de Prometeo, la abrió y todos se esparcieron volando por el mundo menos la esperanza que se quedó encerrada en el fondo. La esperanza impidió que los humanos se suicidaran en masa ante la propagación de los males. Desde ese momento reparte sus engañosos consuelos en el mundo. En el Prometeo encadenado, Esquilo hace decir a Prometeo que dio a los mortales el fuego y la esperanza, que es ciega, para impedirles a los humanos que contemplen su destino. Esta ambivalencia de la esperanza nos sirve para destacar que es un mal necesario en tanto no quedemos atrapados en la ilusión que provoca.


Si al inicio decíamos que el postmodernismo era un síntoma cuyo resultado es la desesperanza, debemos agregar que la desesperanza está sostenida en una política que refleja sobre el conjunto de la sociedad los miedos de la cultura dominante. Es decir, el poder ejerce su sometimiento generando miedos cuyo resultado es la sensación de que nada puede ser cambiando. De allí la importancia de encontrar una esperanza basada -al decir de Spinoza- en una razón apasionada. Es decir, una política sostenida en las pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.) que enfrente las pasiones tristes (el odio, el miedo, la depresión, etc.). Cuando Spinoza se refiere a “la alegría” esta pensando en la concepción antigua –y necesaria de recuperar- donde la alegría es pensada como una fuerza expansiva que posibilita lazos sociales –la tristeza se pensaba como una experiencia de humillación-. Lo mismo acurre con el “amor”, tal como lo plantea Freud, en tanto energía libidinal que permite los procesos de ligazón. A esto se opone la pulsión de muerte como violencia destructiva y autodestructiva, es decir el odio. Para ello es necesario que nos una el amor (en tanto fuerza de construcción de lazo social) y no el espanto. La responsabilidad y no la culpa. El compromiso y no el sacrificio. La solidaridad y no el pietismo religioso. La alegría y no la tristeza. En definitiva un gran relato donde la esperanza tenga formas organizativas políticas sostenidas en el colectivo social. Desde aquí podremos construir una política de la subjetividad que se oponga a la cultura dominante. Una política que recupere las nuevas formas que adquieren las identidades de clase, de genero y generación. Una política de la alegría de lo necesario basada en una distribución equitativa de los bienes materiales y no materiales.


Llegados a este punto debemos decir que el problema de cómo radicalizar esta modernidad tardía a través de una transformación social que realice la promesa de una sociedad libre y racional para el conjunto de la sociedad, no ha terminado aún. Lo que si podemos decir es que las ideas que podamos desarrollar deben encontrar en la praxis su fuerza de sustentación.
Por ello quisiera finalizar este texto relatando una parábola:
Hace muchos años vivía en un lejano país un rey sabio rodeado de sabios y consejeros. Ese año, al aproximarse el tiempo de la cosecha un anciano consejero se acercó a él. Había en su rostro evidente preocupación.
-¿Qué te sucede? Le preguntó el rey
-Se trata de algo que he observado en las estrellas, Su Majestad
-¡Habla ya!
- He visto en las estrellas algo terrible, todos los que coman de la nueva cosecha enloquecerán irremediablemente.
-¿Podemos darle al pueblo sólo de la cosecha anterior?
-No, dijo el anciano, no hay cantidad suficiente, pero si la hay para que usted y yo comamos y así nos salvemos de la locura.
El rey meditó unos instantes y luego dijo: ¿De qué nos serviría ser los únicos cuerdos en un país de locos?
No, comeremos de la nueva cosecha pero nos haremos ambos una marca sobre la frente, viviremos entre locos y no notaremos la diferencia, pero al encontrarnos y vernos las marcas recordaremos que estamos locos y que toda la locura que vemos y nos parece natural, sencillamente no lo es.
En esta parábola podemos encontrar múltiples sentidos. Quiero rescatar el hecho de que nosotros no estamos exentos de la locura que padece este mundo. Nuestras reflexiones críticas no lograrán revertir esta situación. Pero las mismas pueden funcionar para grabar en nuestras frentes que muchas cosas que ocurren en este mundo son producto de la alienación. Tomar conciencia de ello quizás puede revertir lo que nos ocurre.

*Este texto se basa en la exposición desarrollada en el Centro de la Cooperación durante la mesa redonda: “Desánimo y postmodernidad: ¿Proyecto político o síntoma social?”. La misma se realizó el 2/12/2008 con la participación de Enrique Carpintero, Juan Carlos Volnovich, Atilio Boron y Monika Arredondo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

comentarios