09 diciembre 2008

Especial Violencia y Ciudad/ Blues en la ciudad del espanto - Por Vicente Zito Lema

Blues en la ciudad del espanto
Por Vicente Zito Lema

(especial para La Tecl@ Eñe)
Foto: Efraín Dávila
De pie, sobre la hoguera del espanto…
Veo el cielo. Entre torres, entre espejos y humos
serpenteados donde flotan los cadáveres, veo el cielo.
Lo que era azul y morado va hacia el negro, lento, lento…
y más tarde es un vaivén espiralado. En agonías llegan
las estrellas, son los ojos de los ángeles ciegos,
que traspiran los delirios de la eternidad. Y por detrás,
al galope, se atisva el otro cielo, que nos espera,
fuera del tiempo… Acaso sea un fuego con dientes
de acero, sobre un gran agujero. Una sustancia suspirante,
sin enconos ni piedad…

La ciudad que en las vísperas del horror en el horror
conoció los bombardeos (¡en su Plaza Mayor abierta de
par en par fue el bautismo del fuego!), tampoco desnuda
sus enconos, menos aún la dichosa piedad, que ha rodeado
la boca de sus dioses con alambre crispado, como si fuera luz.
Las púas se extienden hasta la garganta de la ciudad:
gris pardo en alabanzas es su color; de tabaco su aliento
que perdura.
Desde las nubes, sobre las joyas, entre relinchos de ayer
y bocinas del hoy, surge un cartel en su frontera:
Pobres, de Aquí no Pasan.
Sopla un viento que arde, se arremolina
en los bordes del hechizo… De allí en más las almas
cargarán con su desierto.

La muerte va y viene en los albores de un verano
prematuro. Son ráfagas de aquelarre las de noviembre;
arriman veneno a nuestras manos, como ayer rosas,
jazmines y otras flores pálidas, alado es el perfume…
Instalada a sus anchas en el camino que va,
hay una sombra que vuelve…

Las hojas de diarios se amontonan junto a un cuerpo
yacente. Es un cuerpo pequeño, esmirriado y encogido.
Grecia y Roma, el Imperio de los Godos y la Santa
Ley de Mercado le han machacado toda la noche
con un palo su cabeza. Es una cabeza achatada y sangrante,
allí pululan las pulgas y los piojos. Si quedan restos,
para el alba rosada hasta el hartazgo
se arrimarán las cucarachas.
El ruido es un silencio que sofoca. Y más
tarde es una sinfonía: se destacan los oboes y
las trompetas. De la bóveda celeste cae una lágrima
perfecta, podría ser un diamante.
Las bocinas de los ómnibus son como campanas
de iglesias blancas y cerradas, que despiden a las almas
en los umbrales del Gólgota.
Una voz me dicta: el alma no tiene fin
ni principio,
sólo es espanto…


Llegará la noche, a bocanadas. Lucirá perlas en su
cuello de gallo y andrajos hasta el final de sus largos
tobillos de cristal. Ocurrida la noche, como sonámbulo
se anunciará el día. ¿Qué harán los pájaros si irrumpe
la lluvia con su puñal mientras ellos cantan? Será
hermoso, vulgar e inevitable, igual que una tromba
marina. Cuando el agua se convierta en terciopelo, y el
humo que desgarra las carnes haga brotar el sol
–un sol volcánico, que no escuchará lamentos–,
se podrán inventariar los nuevos muertos. A horcajadas
del grito de la víctima, corre el grito del victimario.
La línea de la vida que los separa es más frágil
que un suspiro…
¡Uuuuhh! El empedrado se derrite! ¡Qué caiga
toda el agua del mar para aliviar el tufo de los vómitos!
¡Loada la inocencia!

Pobrecitos los muertos…
La ciudad de las dos costaneras que pisan las flores
del aire y empapan las almas del mañana como si fueran
las mieles del pasado, no se detiene para escuchar
a los muertos. Tampoco agita su abanico.
El estómago de la ciudad semeja una ballena. La voz
de las muertos titila en la agonía. No es más que una vela de
grasa, enmudece como el viento del verano. Su llama
dura menos que un suspiro.
Allí queda, inútil, como una corona de calas
en las puertas del infierno, la palabra con que cada muerto
se alejó del vientre de su madre.
¡Cosas de niños! ¡Dulzuras! La ballena abre
su boca en el fondo del primer océano. Olas en la ola.
Cresta en las crestas. La tempestad golpea
con puños de seda contra los muros de la ciudad.

Manos blanquecinas. Manos azuladas. O guantes
largos, de fiesta, almidonados, para servir con esmero
una lista de muertos…
Muertos a cuchilladas. Abundan. Se vacían las
venas. El color aquí es carmesí…
Muertos a tiros. El callejón retumba. Toda la
escena es un paisaje anegado sobre fondo oscuro. Oscuro
de trufas. Apesta.
Muertos en los hilos del azar. Oh, diosa, hay una
salidera bancaria que salió mal: es el mediodía
y el astro rey parte las frentes. A las corridas, el profundo
orín de los gatos seca los nomeolvides…


Muertos al levantar un coche con el pasaje
adentro. Fue de putas. El dueño miró fijo, amagó
resistir, y por las dudas… le tiramos, salió en la
cabeza
; la voz dijo, sonó aburrida. (Hay que tener
15 años para cagarse encima de miedo y reír a la vez
mientras el arma quema, porque la vida ya fue en la muerte,
más que opaca o perversa, gratuita… como el barquito de papel
que se arroja al río y no es más que un viaje hacia las tumbas)
Muertos porque vaciaban cervezas; en la plaza
los árboles que rozaban el cielo eran la noche, y en la noche
todos los gatos son pardos y todos los pobres son chorros
y la maldad se explica en la maldad
(como bien sostiene el principio aristotélico de identidad);
así que los policías bajaron del patrullero maneando
los cartucheras, y el que tira primero tira dos veces, más
si los otros, apenas niños, están desarmados y no hay otros
testigos que las mudas estrellas, por ejemplo la Cruz del Sur,
que poco sabe de la vida que pasa a ser la muerte
en menos que canta un gallo…
Muertos por ahorcarse en el calabozo. Es lo que
se dice, después de sacarle las medias del cuello
al que nunca se puso una media en el cuello. (Sobre
el piso, entre la tierra, junto al cuerpo de ojos saltones
deshecho a patadas, queda una media amarilla, sucia
de miedo y sudor, agujereada…)
Muertos porque la merca tenía demasiado vidrio
molido, demasiado polvo talco, demasiado raticida,
demasiado manos en la masa, demasiado de todo allí en el
tugurio donde no hay nada, ni siquiera un banco de madera
o una bandera roja, para detener el tren a la estrellas
que jamás para en la maldita estación que
deslinda el conurbano…

La lista de los muertos es el collar de Thánatos y
agobia, como agobia Febo en los escalones del estío.
El subte revienta. El shopping revienta. El super del chino
revienta. Nadie saca a pasear su corazón porque revienta.
El secreto de la vida es un grano de pus que revienta.
Siempre hay muertos para pisar o tapar en la ciudad
de las seis terminales de trenes con antiguo carbón y del reloj
en la Plaza de los Ingleses. (Allí mismo, con mis ojos,
he visto un ahorcamiento. Oh, sí, la desgracia ya estaba escrita.
Yo corrí y frente a un templo me detuve, temblé…)
Los muertos desnudos son el único rostro de un Dios
posible en la ciudad crecida sobre las espaldas del Río
de la Plata. Allí donde confluyen las miasmas y las desgracias,
donde el mayor hechizo es la tortura (ese cuerpo que cae
desde el avión, porque todo el cielo es un avión),
se pescan bagres en la madrugada, que parece eterna,
y los ahogados de pelo enmarañado salen del agua
que va del gris al marrón, con la lengua hinchada y
la carne blanda…
En la ciudad se cuentan como porotos de truco los
asesinatos sin misterio, se habla de fantasmas y
malevos y alguien calcula que hay 10 ratas por persona.
En la Villa 31 de Retiro las ratas van en aumento.
Todo está organizado para que se produzca
el nacimiento de la muerte. ¡Aleluya! La única cloaca serán
los rezos del alma. ¡Quién martiriza el feto!
En los pasillos de la villa el mayor placer es la
persecución de la luna. Nadie hace preguntas. Se sabe
que a la luna hay que estrangularla.
Allí se numeran a pedradas 100 ratas por niño,
el agua es más escasa que la sangre que es poca y se derrama,
y más costosa, y más sospechada que la frente celeste
del universo.
Sobre las camas sin sueños, desnudos frente
a una gran pantalla, los cuerpos con sus almas se violan
antes de los cinco años). Antes de que la razón se haga
y la conciencia despierte.
Así sea en la Tierra.
Así sea en el Averno. (Los ángeles del bien imaginan
que sus diosas del mal tienen los senos rosados y
y el pubis negro…)
A los muertos se les limpia los bolsillos
y más tarde dan pie a los altares, en sus cuellos
rebanados se depositan velas. Nadie paga por unas lágrimas.
Nadie memora la última tarde del sollozo. Nadie suspira
bajo aquellos cielos por una bandada de pájaros.

Los muertos desnudos pueden aburrirse o buscar
entre las sombras las señales del espanto. No se
escabullen fácilmente las gotas de aceite del sufrimiento.
Hay una cicatriz rebelde en la cara y la cara es una plegaria
que sucumbe en letanías. En los hombros del muerto
se destacan las serpientes tatuadas; cuando llegue la
noche se marcharán por el sueño con su veneno.
Ligeras son las nubes que arrastran el nombre
de los muertos. Son nubes espesas, de tormenta, justas
para unos muertos, pobres desde el día en que nacieron.
Nacieron en un mal día, en la peor espera,
en un maldito lugar y la partera estrelló un feto
contra el árbol. Sobran las augurios. Se ufanan las leyendas.
Alguna vez han soñado los muertos que viajaban
en un carro de plata hasta la luna. Allí los caballos
se bañaron con su espuma.
Tampoco conocen el mar, lo imaginan a los gritos,
sucio y sin horizonte.
La voz de un muerto se guarece en la penumbra:
al mar le daría una buena cuchillada en la garganta…
Esa piel amarillada de su serpiente relampaguea…

Suena justo que los muertos de la ciudad
tengan un monumento, o al menos una pira funeraria. (Un
rito puede calmar la boca del desprecio de unos dioses que
nacen en el establo.)
Las piedras arden. Y estallan para que llegue el alba.
A mano quedan los papeles, el cartón,
tiznadas maderas y hasta botellas de ron o de ginebra
donde alguna vez brillaron los fantasmas del amor. (Son
fantasmas que exhiben en el vientre un balazo de calibre 32)
Un cálculo prudente del horror arrastra los pasos de
los muertos, como si fueran las columnas de una iglesia. Los
muertos en la ciudad olvidan que sus ojos de olvido
están sumergidos bajo el derrumbe del espacio. Han
quedado abiertos, perpetuos, suspendidos en el tiempo,
girando en falso, igual que una estrella vacía…
Si la luz sin gasas los molesta, diríase que parpadean,
como si una arenilla movida por el viento del sur los irritara.
Sin embargo sus labios sin alabanzas están fríos,
si alguien los besara no despertarían.
Ello no sucederá. En las vigilias de la ciudad del
espanto, nadie besa a los muertos; las bocas soplan
un viento amargo. La eternidad cae sin gracia por el hueco
del ascensor.
…Cuerpos y cuerpos se arrastran por las calles,
en los arrabales del desierto las aves de rapiña acechan,
hay un temblequeo en sus alas, luz de neon en sus picos…
Allí pasan los cuerpos enceguecidos, de largo junto a
los muertos… Pensando en Dios evitan la piedad, como
si ella fuera la virgen del mucho rencor que trae el cáncer
a los huesos…
Se escucha la voz:
¡Oh, alma mía!
¡Que la oscuridad caiga sobre mí!
¡Y el agua del cielo inunde mi valle!

Sobre veredas de cenizas los ojos asombrados
de los muertos. Oh, sí, asombrados, sin huellas… Y
también fascinados. Inmóviles. Aunque el delirio, tejiendo
los flecos de las nubes rojas, no se detenga.
Igual que el río sin nombre de Heráclito, así pasan
pesadas, ¡tan pesadas!, las horas, y las aguas viejas se
convierten en vapor de hielo, que después sube al cielo,
siempre inmaculado, purísima pureza, derrame de lirios,
donde todo se desvanece, pronto, como las plegarias
entre destellos azulinos, indiferentes ante el aroma agobiante
de la perfección, mientras los monstruos de la Villa 31
(pegada a las terminales y el puerto, creciendo como el pasto
salvaje), oh monstruos de nuestro espíritu, oh idea de todas
las ideas, disputan a dentelladas el cuerpito ardiente de
ese niño, harto de pobre, harto de fiebre, demasiado muerto.
¡Que no sufra más, Parca! ¡Llévalo en tu barca!
Convertidas las heridas en estatuas de sal, jadeantes de
espanto abrimos los brazos al abismo, sin más redención
que el olvido…
Estamos arropados en el silencio. Estamos listos,
anclados en la bahía de los desperdicios para escuchar la voz:
¡Oh, alma mía!
dónde está el ángel
que levanta su espada
junto a la cabeza del niño
perdido; perdido, oh tú,
que apenas fuiste sombra…
Nada se detiene en la ciudad. Desde el mismo caos
surge la escena; todo el espacio supura la vera crueldad / toda
la historia es una vía cruxis de la pobreza, un exilio sin puerto.
Perseguidos, contra las cuerdas, la única estrategia será
sobrevivir. No da para mucho más.

Sobre los ruidos y los ruidos, entre gritos y blasfemias
se abre paso un violoncello. Su música de purezas anuncia
el agrio final, un final que se muerde la cola.

Va cayendo el telón. Si el drama es agrio, la tragedia
es dolorosa y el abandono piadoso de una mater es dolorosísimo.

Semejante dolor, religioso dolor en un escenario atroz,
fuera de lo humano, no duele, no perfora las costras, ya no basta…

Sin anuncios, sin coros ni sorpresas,
una luz acaramelada, un poniente viciado, ¡un olor! ¡un olor!,
desnuda el basural.

Sobre la sórdida basura se destaca, aún allí se
destaca, en el tun tun de la peor basura se destaca: un bulto,
una cosa, un desecho…

Pareciera que responde a una lógica distinta, y todavía así,
quebrada; un desatino en la demencia, el aullido de un loco que
ahuyenta a los locos en la Nave de los locos…

Poco importa si la realidad anidó primero, o si la
pesadilla construyó la realidad a su imagen y semejanza…

Lo que se ve, ¡lo que se ve!, ¡terrible Dios mío!
es la cabeza desnuda, separada, cortada del niño villero...
¡Sobras! ¡Sobras! ¡Aquí lo humano son sobras!...
Otra vez la bóveda celeste, impenetrable en sus designios.

El horror ha sido santificado y la víctima ocupa su lugar. Ya
no hay manos ni deseos para las plegarias, mientras las ratas
triunfantes dan vueltas y vueltas, acechadas de cerca por los
cerdos… en el supremo fuego del basural.
¡Escucha, escucha ciudad, hay una voz que dicta!:
¡Hemos nacido sin cuerpo…!
¡Yacemos sin espíritu...!
¡Nos devoramos sin pausas la vida…!
¡Nadie nos arroja un sudario!

Vicente Zito Lema, Noviembre de 2008.-

06 diciembre 2008

La Columna Grande/ Aforismos Implicados - Por Alfredo Grande


Los aforismos implicados van naciendo como texto anticipador de diferentes artículos.
Su importancia deriva de la condensación y el impacto.
Tienen distinta densidad, y muchos han sido construídos al calor de un debate o en la intensidad de una escritura.
Me ha parecido necesario y muy grato que sea LA TECL@ EÑE la encargada de su publicación.
Los aforismos seguirán en su devenir multiplicador, y nuevos textos le darán abrigo.
La travesía institucional tiene un nomadismo fundante para lo cual es necesario equipaje liviano y consistente.
Los aforismos son buena compañía.

1. Soy serio pero no solemne. Resultante de la contradicción insalvable entre estatura y apellido.
2. Pienso, luego existo. Pero si pienso como existo, entonces no pienso más. (Descarte posmoderno)
3. De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso. Ese paso hay que darlo.
4. Si no se trata de política sino de guerra, no hablemos de paz sino de tregua.
5. Hay que hablar de la soga en la casa del ahorcado.
6. El extremo es el punto medio de una serie infinita.
7. No se puede pedir a un vals lo que se encuentra en una lambada.
8. Sin dudar, el superyo tiene aspectos protectores. Son los peores.
9. Es fácil andar en bicicleta. Es difícil entender al equilibrio.
10. Hay un Freud del palacio y hay un Freud de la plaza.
11. Cada uno tiene el Freud que se merece.
12. Cuando un fascista se quema con leche, ve una vaca y la mata.
13. Cuando un progresista se quema con leche, ve una vaca y piensa que hizo para merecer eso.
14. Cuando un machista se quema con leche ve una vaca y piensa: va a estar buena la ternera.
15. Cuando un troskista se quema con leche, ve una vaca y dice: es evidente que la vaca está en una clara situación pre revolucionaria.
16. Nadie puede ser cristiano en el Vaticano.
17. En la sociedad de consumo, se consumen objetos. En el consumismo, se consume consumo.
18. Cobro por lo que trabajo, pero no trabajo por lo que cobro.
19. Es mas fácil saber porque hay que morir que porque hay que vivir.
20. La sociedad es tan paranoica, que descansar en paz es estar muerto.
21. Es difícil confiar en el progreso si pasar a mejor vida es morirse.
22. Si la religión es el opio de los pueblos, que el psicoanálisis sea un porrito.
23. La salud mental es la capacidad de tolerar la propia locura.
24. La salud mental es hacer masa con uno mismo.
25. La diferencia entre poco y nada es mucho.

04 diciembre 2008

Entrevistas/Hernán: El poeta del camino entre gentes - Por Conrado Yasenza

Entrevista a Hernán
El poeta del camino entre gentes

Todavía es posible creer en la existencia del nexo que una al lenguaje musical con la palabra y la poesía en particular. Y por qué hago esta afirmación? Porque a través de la música llegué a la poesía de Hernán.
Hernán, así, sin apellido, representa uno de esos lazos o puentes por los cuales letra y música conforman una sensible experiencia poético-musical: Algunas letras de canciones de Pez fueron escritas por Hernán (seco, el agua es eléctrico).
Pero Hernán es un poeta; el poeta del oeste de la provincia de Buenos Aires (Merlo), y, a través de su sitio (
www.treneshaciaafuera.com.ar ) llegué a algunos de sus poemas leídos. Y al leerlos quise abordar su pensamiento.
En este interés permanente por saber un poco más de los seres que crean y hacen del mundo un lugar más vivíble o amigable, reside el origen de esta entrevista. Como un acto que reafirma lo antes dicho, cierra la entrevista un poema de su último libro que Hernán nos obsequia generosamente.

Por Conrado Yasenza
Fotos: Del sitio de Hernán
- Se ha preguntado y escrito mucho sobre los acontecimientos ocurridos en el 2001 en Argentina, pero poco se ha buscado la voz de los escritores. Es por eso que me interesaría saber cómo vivió Usted ese momento histórico y si elaboró alguna reflexión o sentimiento en torno a lo vivido.

- Lo viví con bronca, incredulidad y angustia. En esos días Vicente Luy (un amigo y poeta cordobés) nos propuso a Osvaldo Vigna y a mí escribir un diario de la transición. No prosperó la idea y los poemas de Vicente terminaron en su libro “No le pidan peras a Cuper”. ¿Recuerdan ese deseo de “que se vayan todos”? bueno, me parece que esa idea lamentablemente tampoco prosperó.

- ¿Cree Usted que existe una suerte de banalización de la vida en general? Quiero decir, se banalizan los discursos cotidianos, los políticos, los televisivos ( los discursos de los medios masivos en general)

- El saqueo arrasó con la palabra. El vaciamiento de su valor a través del discurso “oficial” (sea político, televisivo o cultural) redujo la palabra a poco menos que su uso cotidiano. Una moneda cuyo valor baja día a día. No creo que la vida pueda ser banalizada, puede ser mostrada como un espectáculo “real” de soñadores danzantes pero una cosa es el entretenimiento y otra la vida.

- ¿Le parece que la literatura que esboza algún grado de compromiso político tiene mala prensa en la actualidad?

- No tengo la menor idea. El quehacer literario me tiene sin cuidado, prefiero el quehacer.

- Y en todo caso, ¿qué significa para Usted el término o categoría “Literatura Comprometida”?

- Toda literatura es comprometida o debiera serlo. Yendo por partes no me siento “literato”. Soy poeta y lo mío no acaba en la letra. En cuanto al “compromiso” me parece que quien no está metido y “es” en su escritura (o sea podemos ver el ser detrás de las letras) es un “literato” un hombre o mujer de letras. Yo prefiero una visión no tan estrecha de la cosa.

- ¿Qué le sugiere la idea del encuentro o cruce de la literatura con el espacio de la muerte y la locura?. ¿ La literatura debe reivindicar para sí algo como la posibilidad de inquietar y enfrentarnos con fantasmas negados?

- El poema (perdón por reemplazar el término literatura, no lo siento ni cercano) es otra extremidad del que lo parió. Si la muerte y la locura lo rondan ¿cómo no van a empapar sus poemas?. Ahora el echar mano del tópico muerte o locura como herramienta para construir un relato, poema, etc. por su potencia me parece más relacionado con el quehacer literario y sinceramente no es algo que haga ni me interese leer.

- ¿Y cómo observa el fenómeno de Internet y su relación con la literatura?

- Internet es un medio. Sirve para acercar y alejar. Pone a disposición en el mismo paquete información de gran valor y montones de diarios íntimos / públicos en forma de blogs.

- ¿Cuál es el vínculo que existe entre literatura y mercado (la mercadotecnia?), y entre literatura y periodismo?

- No tengo relación con el mercado. La poesía (salvo contados casos) carece de valor para el mercado. El periodismo que se ocupa de la literatura nada tiene que ver con ella aunque sus autores sean también literatos.


-¿Y cómo observa el panorama de la creación y difusión poética en la argentina?

- Hay muchísimos más libros de los que una persona pueda leer. Yo veo esto: parece haber 4 o 5 poetas bajo cada baldosa y la impresión general es que muchísimo está ocurriendo. Ahora bien una cosa son los números y otra las letras. Una cosa es escribir versos y otra es un poeta. Lo que más perplejo me deja son los libros repletos de palabras que no dicen nada.

- Para finalizar, ¿cuál es a su entender la función de la literatura?

- Para mí es un camino entre gentes. Yo pongo en tinta aquello que atravesé o me atravesó y del otro lado del camino hay alguien que leyendo vuelve a convertir la tinta en algo que lo atraviesa.

verso

hay un verso dando vueltas que dice
“uno es el que escribe
y otro es el que vive”

yo no compro
estos poemas que suelto
son lo más parecido a mí que he visto

para mí la palabra siempre fue un medio
un agua / un bote
una moneda cuyo valor
fueron borrando
siglos de manos
frotándole su costado aladino

concentración en lo que pía
lo que cruje
lo que impacta al corazón

me gustan las letras
llenas de hombre
llenas de mujer
la mano que escribe lo que ha tocado .

(del libro “que esta palabra te encuentre”, 2008)

Ensayo/Sujeto libre... en caída libre - Por Juan Carlos Volnovich

Sujeto libre… en caída libre

Por Juan Carlos Volnovich
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustraciones: Mirta Narosky





Las cosas por su nombre. Voy a plantear de entrada que considero al término globalización, igual que al de neoliberalismo, un eufemismo para encubrir esa fase avanzada del capitalismo mundial que persigue a toda costa mantener sus tasas de ganancias en territorios cada vez más amplios. Quiero decir con esto que no se trata de la “globalización” sino del capitalismo obstinado en su habitual estrategia de acumulación y reproducción. Y, afirmo, sin reparo alguno, que el capitalismo no ha fracasado. Aun en el momento actual, cuando la así llamada crisis de los mercados parece envolvernos en una catástrofe infinita, puedo sostener que el capitalismo no ha fracasado. Quienes hablan de fracaso han perdido de vista que el capitalismo, cuando funciona, funciona así. Quienes hablan de fracaso contribuyen a mantener la ilusión de un sistema que, de haber funcionado bien, habría evitado el desastre que vivimos en la actualidad; desastre que –a qué ocultarlo-- sólo augura tiempos peores. Pues bien, el capitalismo funciona así: y ha triunfado porque logró instalar en el imaginario social su condición de único sistema posible, dueño absoluto de la democracia y de los valores de la libertad, de modo tal que las crisis por las que atraviesa (y que hace, a la humanidad toda correr el riesgo del arrasamiento material y simbólico), vendría a ser el resultado de su falla y no de su “naturaleza”. Así como Marx –muy dialéctico— sostenía que todo sistema lleva en su seno las fuerzas que le son antagónicas, el capitalismo triunfa cada vez que logra reforzar la idea de que lleva en su seno las fuerzas que se encargarán de salvarlo. De modo tal que sobre el psicoanálisis ha caído antes, y vuelve a recaer ahora, la enorme responsabilidad de posicionarse frente al capitalismo.
Las cosas, por su nombre. No es al psicoanálisis –- a la clínica y a los problemas que ella enfrenta— a los que voy a aludir, sino a la subjetividad en el mundo que nos tocó vivir. La pregunta no será entonces por el psicoanálisis sino por el sujeto cada vez más evaluado por su desempeño, por sus éxitos y sus claudicaciones; cada vez más evaluado por su desempeño y menos, por la subjetividad que lo atraviesa. Así, mi camino transitará por el estrecho margen que se abre entre el innatismo pertrechado por una cierta atemporalidad, y el sociologismo siempre abierto a los determinantes culturales. Quiero decir: una cosa es la siempre cambiante producción histórica de subjetividad marcada por la economía y la política y otra, bien distinta, las leyes que explican la constitución del sujeto psíquico.
Pero, vayamos a la clínica: la situación analítica crea un espacio privado-realidad de ficción-donde todo pasa sin que pase nada. Espacio privado, íntimo, destinado a ser escenario privilegiado para que aparezca esa parte del sujeto que --siendo muda-- lo determina. Espacio privado para que emerjan las raíces irracionales de sus construcciones lógicas, los núcleos de insensatez que hacen posible la manera singular en que se expresa su cordura. Y allí, de entrada, aparecen los números. Número de sesiones semanales o mensuales; horarios y… honorarios. El análisis comienza por los números; números que decidirán acerca del proceso. Y esto es así porque la aparición de los números trae, junto al contacto con la realidad, la presencia del Mercado --en este caso, la del mercado de almas-- que tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista, a la posición de prestador de un servicio. De modo tal que el psicoanálisis: el dispositivo más sofisticado puesto al servicio de reflexionar acerca de las relaciones del sujeto psíquico con el contexto que lo determina; el psicoanálisis: el edificio teórico más complejo e inteligente para el abordaje crítico de la subjetividad; el psicoanálisis: el último de los metarrelatos de la modernidad que aún permanece en plena producción, no se salva de contribuir, tal vez involuntariamente, a las imposiciones de la época.
“Nadie accede al estatuto de sujeto sin antes convertirse en un producto de consumo”[i] de modo tal que, triste es reconocerlo, si en nuestra época el fetichismo de la mercancía se ha visto desplazado del objeto al sujeto, cerrando así la cápsula ontológica del modo de producción capitalista que nos tocó vivir, nuestros analizados y nosotros mismos circulamos como sujetos-mercancías. Mercancías a veces suntuosas, mercancías a veces miserables (como las nombraba Marx cuando en los Manuscritos Económico-Filosóficos aludía al obrero industrial), pero siempre mercancías cuyas funciones y cualidades responden disciplinadamente a la mercadotecnia[ii].
Es por eso que un abismo separa el sentido previsto para la clínica del sentido que la clínica ha ido adquiriendo en el mundo capitalista donde el intercambio comercial disputa el lugar de privilegio a la elaboración simbólica del trauma y al interrogante que el síntoma instala. Por supuesto que son las condiciones materiales las que fundan el proceso. Siempre lo han sido. Eso no ha cambiado. Por supuesto que la economía del dinero y la economía libidinal han cantado presente desde el nacimiento del psicoanálisis. Por supuesto que horarios y honorarios jamás estuvieron ausentes de las reflexiones clínicas y teóricas desde Freud hasta la actualidad[iii] pero, ocurre que ambos, horarios y honorarios, habían quedado subordinados, justamente, a la reflexión teórica y a las contingencias clínicas. Me pregunto si aun hoy en día son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Y la respuesta va por la negativa. No. No son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Son los flujos mercantiles los que tienden a diluir las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Porque la nuestra tiende a ser una cultura sin Otro. Al menos, sin un Otro simbólico ante quien el sujeto pueda dirigir una demanda, hacer una pregunta o presentar una queja. La nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros vacíos[iv].





No hay Otro en la cultura actual y todavía está por verse si el Mercado reúne las condiciones de dios único, capaz de postularse para ocupar el lugar vacante que el Otro tuvo en la modernidad[v]. Más bien parecería que los nuevos tipos de dominación remiten a una “tiranía sin tirano”[vi] donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso a la pura impetuosidad de los apetitos. El capitalismo ha descubierto –y está imponiendo-- una manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no intenta controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los individuos para que obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora, simplemente destruye, disuelve las instituciones de modo tal que los sujetos quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del Mercado, por los flujos comerciales; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados de prisa[vii]. La cultura actual produce sujetos flotantes, libres de toda atadura simbólica. “Al quedar recusada toda referencia simbólica capaz de garantizar los intercambios humanos, sólo hay mercancías que se intercambian sobre el fondo de un ambiente de venalidad y nihilismo generalizado...El “neoliberalismo” está haciendo realidad el viejo sueño del capitalismo. No sólo amplía el territorio de la mercancía a los límites del mundo en el que todo objeto ha llegado a ser mercancía, también procura expandirlo en profundidad a fin de abarcar los asuntos privados, alguna vez a cargo del individuo (subjetividad, sexualidad) y ahora incluirlos en la categoría de mercancía”[viii].
Si mi afirmación tuviera algo de verdad, si no hay Otro en la cultura actual, el desafío que se abre a las puertas del análisis, adquiere un valor definitivo porque lo que se juega allí es, justamente, la posibilidad de sostener un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a resistir el arrasamiento subjetivo; la propuesta a darse un tiempo–todo el tiempo necesario—, a pagar un precio –casi siempre alto aunque la gratuidad del servicio hospitalario a veces tienda a disimularlo--para tomar distancia del vértigo indetenible de los flujos consumistas; paradójicamente, a consumir psicoanálisis para poner distancia respecto de los imperativos que nos quieren productivos, eficaces, exitosos, acríticos y líquidos.
Decía antes que la aparición de los números trae, junto al contacto con la realidad, la presencia del Mercado que tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista, a la posición de prestador de un servicio. No obstante, el trato que en el análisis se inaugura es enteramente diferente a cualquier otro. Es un trato de palabra; es un contrato anacrónico si se quiere: corresponde a una época donde la palabra, la palabra de honor, valía tanto o más que cualquier papel firmado. Época en la que no era necesario firmar papeles pero, cuando aparecían papeles firmados, (el dinero, por ejemplo) valían para siempre por que tenían respaldo en oro y porque estaban garantizados por el poder de un Imperio acreedor o por la fe en Dios (in God we trust). Hoy en día el Imperio es el principal deudor del mundo y, ni la palabra de honor tiene el valor que supo detentar en el pasado, ni los papeles garantizan aquello que deja vacío la palabra. No obstante, en el análisis, la palabra, aún vale. Y, si bien los papeles no están del todo ausentes desde el inicio, lo cierto es que el contrato analítico es un acuerdo de palabra donde cada uno confía en la honestidad, en la decencia del otro. Así, hoy en día, el análisis cumple con el delicado trabajo de invitar a un sueño, de ilusionar otro universo, de proponer un juego que, desde el seno mismo del torrente mercantil, a la velocidad que los flujos imponen, pueda construir una isla, un mínimo dispositivo simbólico, un acuerdo tan sólido como flexible para, desde allí y con esos recursos, hacerle frente al dolor y al sufrimiento que la adaptación al sistema no sólo no ha logrado atenuar, sino que aporta como plus, como malestar en la cultura. Hoy en día, el espacio de la clínica debería estar al servicio de la imaginación, de la denuncia de la naturalización del consumo (incluido, claro está, el consumo de psicoanálisis); al servicio de sembrar la ilusión de un tránsito habitable con peso y valor crítico por el mundo. En última instancia, la desaceleración del flujo soportada por la transferencia. Pero no sólo la transferencia del analizando y la transferencia recíproca del analista, sino la transferencia, siempre asimétrica, de ambos con el psicoanálisis. Porque el psicoanálisis deviene en un espacio digno que en potencia es irreductible al precio. La dignidad del psicoanálisis, esa parte pequeñita que hace alusión más que evidencia, no encaja en el flujo comercial, no le es funcional al Mercado porque no tiene precio ni equivalente.
Así, la transferencia con el psicoanálisis se presenta como esa tabla salvadora, tabla flotadora que, en parte, aunque sólo sea en parte, resiste al torrente devastador y, de esa manera, autoriza a cada uno, a cada una, a defender su lugar, a registrar y usar los propios recursos, a apropiarse de su talento. “En tiempos de información, la velocidad de imágenes es arrasadora; por consiguiente no puede constituirse la subjetividad ni la experiencia si no se producen las operaciones pertinentes de desaceleración del flujo.”[ix] No obstante, la clínica corre el riesgo de quedar prisionera de la lógica capitalista que convierte la escucha en servicio que se brinda al mejor postor. Escucha e inconsciente del analista que se ofrece, que está en oferta, dispuesta a competir con otras ofertas: terapias alternativas, libros de autoayuda, pertenencia a alguna secta, creencia religiosa, los psicofármacos, siempre.
Si hasta ahora la clínica estaba allí para incitar a la emancipación del Otro (los dioses, los amos, el poder del superyó); si hasta ahora la clínica estaba allí para iniciar al sujeto en el camino de la subversión, ahora debería aportar al proyecto de ligar al sujeto descolgado, al sujeto “neoliberal”, tan libre de ataduras como expuesto a la crueldad que supone la dominación económica y social de los mejor adaptados; ligarlo a un cuerpo simbólico cuya construcción pasa pura y exclusivamente por el análisis. Ligarlo, decía, al soporte simbólico que no es, necesariamente, la forma jurídica que sugiere Legendre[x]. Lo simbólico no tiene por qué quedar reducido a lo legal, a la normatividad dogmática de la sociedad. Dicho de otra manera: la obediencia a las reglas no garantiza que la clínica cumpla con su función de “rectificación simbólica”[xi].
Entonces, la clínica al servicio de “…ligar al sujeto descolgado a un cuerpo simbólico.” Esto es así no sólo para el posible analizando sino, también, para el analista. Porque el caso es que los flujos capitalistas arrastran y atraviesan todo el dispositivo y, en la actualidad, el analista concurre a la cita tan frágil y precario como sus pacientes: sin Freud y sin Lacan. Con sociedades psicoanalíticas detrás, sí. Con voces ecolálicas del muerto, sí. Desde dentro de la esfera de influencia de empresas y empresarios del psicoanálisis, sí. Pero, sin Otro.
Hace ya muchos años que Serge Leclaire[xii] alertó acerca del “cerrojo incestuoso” de Freud y del “cerrojo narcisista” de Lacan. El “cerrojo incestuoso” de Freud, la IPA, el Estado psicoanalítico efecto de la parte impaga del legado de Freud (Anna Freud y la tendencia endogámica en las primeras épocas del psicoanálisis); y el “cerrojo narcisista” al que Lacan contribuyó proponiéndose como ídolo unificador y regulando el sistema a partir de las relaciones siempre entre los mismos consagrados. Pero ahora, sin Freud y sin Lacan, sueltos y descolgados, somos los mismos analistas los que corremos el riesgo de dejarnos tentar por el dogma o por la burocracia para atenuar el dolor por la ausencia del Padre; somos los mismos analistas los que, libres y huérfanos, quedamos expuestos a las delicias de la democracia del vale todo y del vale todo por igual. Nosotros, también. Clientes potenciales, libres de elegir entre las ofertas del mercado. Individuos flotantes, abiertos a todas las presiones consumistas.
En realidad, esto no es nuevo. Remitir al sujeto a su propio deseo ha sido desde siempre, anhelo del psicoanálisis y es probable que ese acto fuera en alto grado subversivo en los regímenes en los que el sujeto estaba simbólicamente sometido al Otro. Pero, en nuestras democracias de Mercado, donde todo reposa al fin de cuentas en el individualismo más condensado, ese criterio corre fácilmente el riesgo de transformarse en una iniciativa profundamente reaccionaria, al servicio de la adaptación sumisa al sistema. Ese gesto psicoanalítico de remitir al sujeto a su deseo plantea hoy un serio problema político, puesto que lo que está en juego es nada más ni nada menos que la supervivencia y el destino de la especie.
Decía antes que en el mercado de almas el analista se ofrece dispuesto a competir con otras ofertas: terapias alternativas, libros de autoayuda, pertenencia a alguna secta, creencia religiosa, psicofármacos, siempre. En efecto: las leyes del “mercado” amenazan al psicoanálisis desde fuera y desde dentro. Desde fuera por el avance de los predicadores de todo tipo (evangélicos a la cabeza) y por las neurociencias que, antes que enfrentarlo para destruirlo, han descubierto que Freud tenía razón en todo lo que afirmaba. Esto es, que la disciplina positiva que ellos dominan no ha venido para otra cosa que para confirmar –ahora, “científicamente”-- aquello que en el psicoanálisis era pura retórica. De manera tal que podríamos seguir sólo con las neurociencias (y, de paso, con los laboratorios de especialidades medicinales que subsidian sus investigaciones en nombre del avance del conocimiento de la mente): ellas llevan en su seno un psicoanálisis diluido y...desactivado.
Las leyes del Mercado amenazan al psicoanálisis desde dentro cuando contribuyen a ignorar cómo las instituciones distorsionan y tienden a silenciar todo aquello que ponga en riesgo lo instituido. Cuando las instituciones demandan la sacralización de la teoría y cuando los maestros exigen una adhesión acrítica, entonces, el anatema reemplaza a la controversia y en su lugar, las guerras de prestigio se desatan para ahogar la reflexión. También, cuando los analistas no reparan en el precio del peaje que el psicoanálisis tiene que pagar para ser bien recibido e incluirse en el santuario de la salud mental de los ministerios y allanarse al discurso universitario para disfrutar del festín de la academia.
Si comencé apelando a nombrar las cosas por su nombre; si comencé afirmando que globalización era el eufemismo que encubría al capitalismo y el capitalismo triunfante había logrado consenso acerca de su condición de único sistema posible, que lleva en su seno las fuerzas que se encargarán de salvarlo, terminaré ahora afirmando con Freud que “una cultura que deja insatisfecho a un número tan importante de sus integrantes y los empuja a la revuelta, ni tiene posibilidades de permanecer eternamente, ni se lo merece”[xiii].










[i] Bauman, Zygmunt: Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica. 2007.
[ii] Lacan, J: L´envers de la psychanalyse. Seuil. París. 1991. En la lógica capitalista el esclavo antiguo fue sustituido por hombres reducidos al estado de productos: productos tan consumibles como los demás. El capitalismo, cuando se consuma, lo consume todo (los recursos naturales, los individuos), y no sólo al esclavo antiguo.
[iii] Bleichmar, Silvia: “Una cuestión que debe ser abordada sin hipocresía”. En Imago Agenda. No 88 Abril de 2005.
[iv] Dufour, Dany-Robert: “El carácter incompleto del Otro” En : El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[v] Dufour, Dany-Robert: “¿El Mercado será el nuevo gran Sujeto?” En : El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[vi] Arendt, Hanna: Du mensonge a la violence. Calman Levy. París.1972.
[vii] Virilio, Paul: La inseguridad del territorio. Asunto Impreso. Buenos Aires. 2000.
[viii] Dufour, Dany-Robert: El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[ix] Corea, Cristina: “Un nuevo estatuto de la lectura”. En Corea, Cristina. Lewkowicz, Ignacio: Pedagogía del aburrido. Paidos. Buenos Aires. 2004.
[x] Legendre,P: L´amour du censeur. Essai sur l´ordre dogmatique. Seuil. París. 1974
[xi] Lacan, J. Escritos I - Función y campo de la palabra en psicoanálisis
[xii] Leclaire, Serge: Rompre les chaines. InterEditions. París. 1981.
[xiii] Freud, Sigmund: El malestar en la cultura; en Obras Completas; Madrid, Biblioteca Nueva, 1948.

Especial Violencia y Ciudad/ La violencia en la ciudad de Buenos Aires - Por Rubén Drí

La violencia en la ciudad de Buenos Aires: Estado de naturaleza

Por Rubén Dri
(Para La Tecl@ Eñe)

Lo que conocemos como violencia es el uso desproporcionado de la fuerza inherente a todo ser viviente y, en este caso, a todo ser humano, o sea, a todo sujeto. Éste se constituye como sujeto en la medida en que “se pone”, es decir, que enfrenta las situaciones que se les presentan como obstáculos para su realización, lo cual significa que ejerce violencia sobre todo lo que se presenta como impedimento para su realización.

No sólo eso, sino que sólo puede construirse como sujeto en la medida en que es reconocido y reconoce a los otros. En todo sujeto se da siempre una lucha por el reconocimiento. Sin esta lucha el sujeto nunca logra ser tal, pues sólo es sujeto en la medida en que reconoce a los otros y es reconocido por éstos. Es por ello que esta lucha se da en todos los ámbitos de la sociedad, en la familia, en la escuela, en el gremio, en el partido político, en la calle.

Apenas salido del vientre materno el sujeto humano comienza su lucha por el reconocimiento. No llora sólo porque tiene hambre o porque experimenta algún dolor físico, sino también y de manera especial cuando es dejado solo, es decir, no se lo reconoce. Esta lucha lo acompaña durante toda la vida.

En las sociedades capitalistas, debido a que están constituidas en base a la competencia, la lucha por el reconocimiento produce siempre ganadores y perdedores, y éstos últimos tienden a ser marginados, “desconocidos”, objetualizados, es decir, reducidos a objetos despreciables. El problema asume rasgos catastróficos en las etapas neoliberales, pues aquí se trata de una guerra a muerte con el resultado de que sólo sobreviven los “más aptos”.

En estos casos, los sujetos no logran su reconocimiento y, en consecuencia, su realización como tales, y esto vale tanto para los “ganadores” como para los “perdedores”. Efectivamente, la reducción del otro a objeto, a cosa, a obstáculo que debe ser superado, hace que no pueda producirse el mutuo reconocimiento de sujetos. Un profundo sentimiento de insatisfacción, de frustración, de resentimiento, corroe los ánimos de los sujetos frustrados.

Es entonces cuando la violencia inherente al sujeto se desborda, sale de sus límites normales y no sólo se ejerce contra los demás, sino que se vuelve contra los mismos que la ejercen. Al “ganador”, o sea, dominador, no le basta dominar. Necesita que la dominación se sienta, se ejerza con violencia inusitada. Guantánamo es el símbolo mayor de este sadismo desbordado. La violencia desbordada siempre comienza por el dominador.

El “perdedor”, siente que su fuerza creativa, la violencia que debiera a forzar al otro al reconocimiento, gira en el vacío, no sólo no logra el reconocimiento, sino que provoca irremediablemente la represión. Nada de reconocimiento. El neoliberalismo ha proclamado que cada cual debe velar por sí, que el otro no es el otro a reconocer, sino a vencer, a dominar.

Se produce entonces lo que Hobbes equivocadamente llamó “estado de naturaleza” al que describe con los rasgos más sombríos, pues en él se da la lucha de todos contra todos, pero no para el mutuo reconocimiento, sino para la mutua aniquilación. Las fuerzas creativas de los seres humanos se transforman en fuerzas destructivas. Sólo un Estado-monstruo, el Leviatán, puede contener esta violencia de muerte que atraviesa a todos los sujetos.

Ello se acrecienta en las grandes ciudades, como es el caso de de Buenos Aires capital, pues en ellas la relación entre los sujetos es estrecha y vencedores y perdedores se encuentra unos frente a los otros en espacios reducidos. Si los ganadores llegan a ser tales recurriendo a cualquier medio, por qué el perdedor no puede hacer lo mismo.

Para solucionar el problema los ganadores exigen que se recurra a la represión. Más años de cárcel, reducción de la edad de imputabilidad, derecho de la policía a reprimir violentamente. Ello en lugar de encaminar la solución al problema, no hace más que exacerbarlo. Los perdedores son ahora doblemente perdedores. El resentimiento que, de esa manera, se genera, es inextinguible.

El camino de la solución posible se encuentra en la superación del neoliberalismo o, en otras palabras, en la recomposición del ámbito ético en el que, si bien, se reconocen las desigualdades sociales, porque nos encontramos en el capitalismo, sin embargo, se reconocen también las mutuas relaciones de reconocimiento.
Buenos Aires, 16 de noviembre de 2008

Especial Violencia y Ciudad/ Violencia Sexual: Pedofilia - Por Mirta Vazquez de Teitelbaum



Violencia Sexual
Pedofilia
El fin de la edad de la inocencia


Por Mirta Vázquez de Teitelbaum*


(para La Tecl@ Eñe)


Ha finalizado el Siglo XX llamado el siglo del niño ya que luego del ominoso siglo XIX, Charles Dickens mediante, la civilización occidental hizo un mea culpa ocupándose de lograr la tan ansiada felicidad de la edad de la inocencia
Claro que hubieron niños, muchos, que en la Europa del Siglo pasado no la pasaron nada bien, baste recordar los campos de exterminio nazi. Y otros tantos niños de los países “del tercer mundo” como se les llamó en los 60, que sufrieron hambrunas, como en Biafra o desnutrición, como en varios países de nuestra América.
Ellos no gozaron de sus derechos, ni mucho menos de sus ventajas.
Pero ¿cómo pensar a un niño sin tomar en cuenta el discurso social que lo define? Acaso ¿no sabemos que no es lo mismo un niño en alguna tribu que aún mantiene su cultura indígena que en la cultura urbana de cualquier país occidental?
Tomemos un clásico de la literatura de los 60 como Lolita de Vladimir Nabokov. ¿Se podría juzgar hoy en día esa historia de amor contemporánea entre una niña y un adulto como una perversión? ¿Sería quizás ese hombre condenado a pesar de que hay leyes que prohíben el comercio sexual con menores?
En fin, la idea de qué es un niño ha quedado subvertida por Sigmund Freud en plena época victoriana. Es a fines del siglo XIX cuando descubre la sexualidad infantil. El escándalo que su texto de 1905 produjo determinó que las instituciones que velaban por la integridad de los infantes lo sacaran de sus filas. Para ellos los niños no tenían sexualidad, menos aún libido, de modo que eran como ángeles hasta el despertar de la pubertad cuando las hormonas se encargaban de producir sensaciones que se debían reprimir hasta ser adultos de pleno derecho para ejercer una sexualidad al servicio de la procreación.
Ese era el discurso oficial. Aunque Lewis Carrol ya había escrito Alicia en el país de las maravillas, texto dedicado a una niña de la edad de la Lolita de Nabokov.
Se sabe hoy que la sexualidad no se manifiesta de manera genital solamente, que el concepto freudiano abarca toda manifestación que busca placer, que el cuerpo alberga zonas erógenas que, justamente, se conforman en la más tierna infancia y que el seno es el primer objeto de satisfacción del recién nacido, aún antes de que entre en el campo del lenguaje. El sujeto se constituye conforme al recorrido de la pulsión la que delimita el objeto con el cual encontrará su satisfacción sexual.
Si esto es así ¿porqué, entonces, la sociedad occidental prohíbe que un sujeto adulto entre en contacto sexual con un niño?
Se dice que las sociedades llevan en sí el germen de su destrucción. Es una manera de articular la pulsión de muerte a la civilización. Así como la vida es el conjunto de fuerzas que se oponen a la muerte debemos pensar en el progreso de sus etapas como una manera de proteger la supervivencia de las sociedades. Por tal motivo la cultura se funda sobre la prohibición y, la primera, es la del incesto. Es Levis Strauss quien da, finalmente, el argumento antropológico que necesitaba el psicoanálisis: la prohibición del incesto es universal. Recae sobre la Madre y toma la forma de un mandato que posibilita la exogamia.
La protección de la infancia parte de la prematuración de la especie humana: nacemos sin poder abastecernos durante mucho tiempo. Por tal motivo los niños deben adecuarse al discurso social imperante a través del aprendizaje de sus normas. La alienación radical a la lengua materna no le permite al sujeto discutir y, mucho menos, intentar cambiar esas normas. Debe adaptarse a ellas para sobrevivir. De modo que la elección sexual queda postergada hasta que el sujeto-niño se desarrolle biológicamente y entre en la pubertad.
Se sabe que hubo épocas en que las niñas eran destinadas al matrimonio a esa edad. Lo cuenta Shakespeare en Romeo y Julieta cuando el padre de ella le dice a quien ha elegido para futuro esposo de su hija que Julieta ya tiene 14 años, la misma edad que tenía su madre cuando la tuvo y ahora que ya está mayor no puede procrear. Es decir que la madre tenía en ese momento 28 años y era ¡vieja!
De modo que las leyes que regulan y a veces prohíben estas relaciones (con permiso de sus mayores los adolescentes pueden casarse) están al servicio de preservar la continuación de la sociedad de la manera que se constituye.
¿Cómo pensar ahora la cuestión de la pedofilia sino como una perversión?
Las relaciones con niños antes de la pubertad suponen una violencia ejercida sobre un sujeto que se está constituyendo y no puede aún elegir el tipo de objeto del que dependerá su satisfacción sexual.
Por eso cualquier trato de esa índole por parte de un adulto es un abuso, porque supone un exceso de excitación para el niño que no está en condiciones de derivar. Las preliminares de un acto sexual entre adultos suponen un incremento de excitación que cada partenaire buscará satisfacer. Al niño no le es posible.
El niño abusado está bajo una doble presión: la de una excitación desconocida y la de los sentimientos que le despierta su abusador. En algunos casos son de temor, terror, asco, miedo, rechazo o repulsa y a veces quedan soterrados porque los abusadores suelen ser personas que tienen un lugar especial en su entorno. Hermanos o hermanas mayores, padres, tíos, padrastros, amigos o conocidos caen bajo sospecha.
Y acá el psicoanálisis también es pionero: Freud descubre que en ocasiones el sujeto infantil cree vivir estas experiencias. Determina que hay un fantasma fundamental en la infancia que es la seducción por un adulto. En verdad la dependencia del niño hace que quienes lo cuidan tengan que tocar su cuerpo. La higiene del niño, las caricias, el sostén que necesita determinan que el contacto físico primero parte de parte de los adultos. El niño acepta pasivamente esta situación y en base a ello partes de su cuerpo se privilegian como fuentes de placer. Son las llamadas zonas erógenas y se constituyen en el desarrollo efectivo del infante con sus mayores.


Todo niño de nuestra cultura accede a la genitalidad luego de atravesar una etapa en la cual la sociedad marcó en parte su sexualidad. Pero este fantasma que se constituye en la infancia forma parte de la particular manera que cada quien tiene para encontrar finalmente la satisfacción sexual a partir de la pubertad.
Cuando, en cambio hay una violación efectiva está claro que la satisfacción del violador consiste en causar dolor a su víctima. Se trata de un sádico y, por ende, es un sujeto que precisa una víctima para satisfacerse.
Hay una figura que es “la violación seguida de muerte”. Es obvio que lo que busca el perverso es aniquilar al otro gozando de él previamente. Surge acá una pregunta: ¿por qué a la sociedad le cuesta entender esto y deja libre a violadores y asesinos como si se pudieran “curar”?
Quizás porque el sadismo también es constitutivo del ser humano.
Las relaciones entre padres e hijos no son sencillas y el maltrato de los niños y su abuso en base a castigos corporales y verbales no han cesado. Es cierto que podemos reconocer que los niños hoy están educados bajo fórmulas menos brutales que en épocas anteriores. Pero la posibilidad de ejercer la autoridad bajo una forma sádica maltratando al más débil es propio de nuestra especie y sólo un difícil camino de elaboración nos permite decir no a esa tendencia derivándola hacia fines menos ultrajantes hacia el otro.
Hay una forma de la pedofilia que ha tomado estado público a partir de Internet pero existió siempre: la prostitución infantil. La pregunta acá es ¿qué hace que un niño se preste a dejarse tomar fotos o a ser manoseado delante de otros o, aún más, a ser entregado como objeto de satisfacción sexual?
En general se trata de redes de prostitución que operan mafiosamente bajo un régimen de terror y, por su dependencia, el niño es aún más vulnerable aún que los adultos que caen bajo estas organizaciones.
La pedofilia, entonces, es una perversión. Quienes maltratan bajo las formas antedichas a niños son personas cuya condición de goce es fija: necesitan armar la escena perversa para satisfacerse de esa única manera. El psicoanálisis nos enseña que hasta ahora es imposible modificar esta posición.
Quienes son responsables de alguna manera de la infancia deberían saberlo para estar advertidos y obrar en consecuencia ante la posibilidad de un hecho de pedofilia.
No se trata de la sospecha generalizada, los niños una vez seducidos nos seducen y es un logro de la cultura que la demostración amorosa pase por el cuerpo: caricias, mimos, juegos son una forma de obtener placer en la relación entre adultos y menores.
Me parece que se trata de, en cada caso, verificar si lo que el niño dice obedece a su fantasma o puede tener lugar en la realidad como una forma de estar presente en las visicitudes que la vida erótica le plantea al sujeto que se está formando.


*Mirta Vazquez de Teitelbaum
Miembro de la Asociación Mundial de psicoanálisis
Miembro de la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana)











Especial Violencia y Ciudad/ Violencias... naturalmente - Por Jorge Garaventa



Violencias… naturalmente


Por Jorge Garaventa*

(para La Tecl@ Eñe)


Asistimos azorados ante la sorpresa de una sociedad que se extraña de que sus jóvenes sean violentos, o para ser mas explícitos, asistimos azorados ante la sorpresa de una sociedad violenta que se extraña de sus jóvenes también lo sean.
Una sociedad naturalmente golpeadora en crianzas y educaciones y autoritaria en sus concepciones tiene poco margen de variedad en sus productos.
La niñez mama violencia antes que leche materna, ya sea como víctima directa y/o espectadora de una interacción entre adultos, con códigos de maltrato, abuso, descalificación, humillación y golpes. La niña o el niño, rápidamente concluirán que dicha interacción no es tal, y que de lo que estamos hablando es de una relación agresiva asimétrica donde la violencia a menudo partirá del polo socialmente más poderoso, el hombre, para someter a sus designios a la mujer, y por extensión a niños y niñas.
Si bien la sociedad colabora en el diseño final de las formas en que sus miembros se relacionarán, el horno donde se recibe la cocción primordial es la familia.
Mas allá de las distintas teorías socio psicológicas y de erróneas lecturas de los esquemas instintuales planteados por el psicoanálisis, hoy concluimos contundentemente que la expresión activa de la violencia no es esencial de niños y jóvenes, sino que inexorablemente estamos hablando de conductas aprendidas.
Las violencias en los grupos familiares tienen distintas formas de expresión que a su vez devendrá en diversas conductas por parte de quienes de forma directa o indirecta son foco de las mismas.
Vamos a hacer un rodeo para enmarcar la situación. La sociedad se estructura inmersa en una cultura patriarcal que pone el eje en la hegemonía masculina que es percibida como natural. Esta hegemonía presupone entonces el rol de la mujer como secundario y sumiso y como extensión de esta, los niños y las niñas.
La Nicaragüense María López Vigil nos describe claramente el decantado emergente: “En la casa, la violencia es vista como algo natural, necesario. El padre le grita y le pega a la madre, la madre le grita y le pega a los hijos y a las hijas, las hijas e hijos mayores gritan y golpean a sus hermanos y hermanas más pequeñas, y los más pequeños apalean al perro y salen a la calle a matar pájaros a pedradas... Generación tras generación, cada uno de los eslabones se engarza con el otro en una cadena sin fin. El eslabón más débil siempre ha sido y continúa siendo el de las niñas y el de las mujeres”
Se suele hacer un parangón entre las consecuencias en la niñez del abuso sexual por un lado, y el maltrato físico emocional por otro. Si bien en ambas situaciones estamos hablando de maltrato extremo, si no hacemos la diferenciación corremos el riesgo de no poder evaluar claramente los efectos y por ende hacer un abordaje erróneo de los efectos, tanto en lo psicológico personal- familiar como en lo social.
Quién ha sufrido abuso sexual infantil ha sido psíquicamente arrasado. Imposibilitado de reacción, sus mecanismos de defensa básicos han sido aniquilados por lo cual queda propenso a distintas formas de abuso en todos y cada uno de los escenarios de su vida.
Todas las estrategias de seducción, silencio y amenaza que preceden y acompañan al abuso le dan una impronta de clandestinidad que acentúa las sensaciones de culpa y responsabilidad en la víctima.
El maltrato suele ser público, abierto, “natural” y consensuado. La sociedad golpeadora no se cuestiona la educación del golpe, ese repertorio injustificado que va desde el chirlo a la paliza, y por ende habilita el aprendizaje de roles. Aquí, a diferencia del abuso, rara vez hay mucho escondido.
El varón aprende que ha nacido para dar, y la mujer para recibir. El aprendizaje violento tiene su correlato en el lenguaje. El varón será activo y fuerte, la mujer, pasiva y débil. Por extensión se aplica también a conductas sexuales. La mujer será fuertemente cuestionada desde lo moral cuando se aparte de estas conductas esperadas.
En este escenario se aprende entonces que las diferencias se resuelven a los golpes, a favor del más fuerte, cotidianamente confirmado además por los distintos medios de comunicación y los video juegos. Hay una identificación directa y masiva con los adultos significativos del mismo sexo. En el camino se aprendió que el cuerpo propio y el ajeno no son valiosos, por ende se sale a matar o morir en un constante vértigo de conductas riesgosas.
Si además se es joven y humilde, la constante incentivación al consumismo será una invitación inevitable a tomar ya, con los medios que se tenga “al alcance de la mano”, todo objeto de deseo generosamente ofertado pero al que la ley del mercado pone a la distancia.
El producto final de semejante secuencia suele ser ese joven violento con el que nadie tiene ni quiere tener que ver, que delinque vaya a saber porqué y al que la sociedad necesita estigmatizar para no hacerse cargo de los dañinos efectos de la educación aceptada.
Las familias, ya lo dijo Eva Giberti, no suelen ser el lugar mas seguro para la niñez. La exclusión es el caldo de cultivo en el que maduran las violencias. La falta de políticas sociales serias, extensas y permanentes son la mano que aprieta el gatillo.


*Especialista en abuso sexual infantil y violencia contra la niñez y la mujer

Especial Violencia y Ciudad/ Ciudad y Violencia - Por Araceli Otamendi

Ciudad y violencia: Un problema de toda la sociedad

Por Araceli Otamendi*
(para La Tecl@ Eñe)

Leo en un recuadro en la sección policiales del diario Clarín del 18 de noviembre una estadística de homicidios cada 100.000 habitantes. En la Argentina, dice, hay 6,8 víctimas cada 100.000 habitantes; en Guatemala los homicidios son 24, 2; En Brasil 31 y en El Salvador 43,2. Es una estadística de la Organización Panamericana de la Salud.
No conozco si estas cifras están tomadas por los homicidios ocurridos en las grandes ciudades o en general. Tampoco he investigado otras estadísticas. Al solicitarme La Tecla Eñe mi opinión sobre el tema ciudad y violencia, se me ocurre que estamos sujetos a un bombardeo continuo de los grandes medios de comunicación donde se nos muestran hechos de violencia por televisión con detalles muchas veces escabrosos como nunca se había hecho antes y que parecen superar algunas películas de Tarantino. La agenda televisiva de los años 90 de la que es heredera la actual televisión - salvo excepciones- pareció potenciarse en una vocación aparentemente desenmascaradora, sin límites, donde convivieron la posibilidad de exhibir lo peor de la sociedad en sus conductas individuales y sociales y la posibilidad de convertir lo peor en un espectáculo.
También, hace varios años irrumpieron films como Natural Born Killers - en la Argentina fue titulada como Asesinos por naturaleza- cuyos personajes, Mallory Wilson, una chica típica adolescente norteamericana se enamora de un carnicero, Mickey Knox, - y juntos viven una frenética luna de miel desafiando la ley. Cincuenta y dos será el número de víctimas de estos herederos de Bonnie and Clyde, interpretados por Woody Harrelson y Juliette Lewis. La pareja de asesinos se transforma a través de los medios - particularmente de la televisión - en una expresión emblemática de la impugnación a una cultura y a un sistema de vida. Las aventuras de Mickey y Mallory, que terminan con la transmisión televisiva en vivo de su captura y asesinato - que incluye la muerte del reportero que los persigue - pueden ser leídas como la más acabada síntesis de la problemática de la relación medios, violencia y opinión pública de los años 90.
Filmada con ritmo de video clip sobre guión original de Quentin Tarantino, adaptado por Oliver Stone que la dirigió, en una versión que le valió la reprobación de Tarantino, el film fue cuestionado por gran parte de la crítica especializada.
Natural Born Killers, The Truman Show, Kika y Tesis mostraron en los años 90 hasta qué punto la televisión intenta manipularnos, fortaleciendo nuestra condición de espectadores-consumidores frente a nuestra condición de ciudadanos.
Lo que vemos por la televisión son ejemplos y son los ejemplos lo que forman la mente de los niños y de los jóvenes.
Por otra parte, la marginación, la pobreza y la exclusión social, que no se pueden negar y que todavía no se ha logrado revertir en la forma que sería necesario hacerlo, no ayudan a formar a nadie y, al contrario, ayudan a fomentar actitudes antisociales. Esto es más visible en las grandes ciudades que ya de por sí ofrecen ventajas como el acceso a la escuela y a los hospitales pero donde también los lazos sociales se diluyen en el anonimato.
En las grandes ciudades ya no hay la cultura solidaria que existe en los pueblos donde todo el mundo se conoce y sabe quién vive en la casa de al lado o en la de enfrente. En el pueblo, el vecino nos puede socorrer en algún apuro, visitar en la enfermedad, preocuparse cuando ve algo extraño en la cuadra. Se mantienen formas de vida más solidarias.
En la gran ciudad todos somos anónimos y por eso nos sentimos más expuestos.
Tendrá que haber nuevamente una cultura del trabajo, talleres de artes y oficios y saber y enseñar - madres y padres, docentes, educadores, periodistas, intelectuales - que todos los trabajos pueden ser dignos.
Que la educación es necesaria y promueve el ascenso social como ha ocurrido en la Argentina desde hace muchísimos años como en ningún otro país de Latinoamérica.
Tendrá que haber también otra televisión con otra programación y otra forma de transmitir las noticias que nos aleje de esos pésimos ejemplos y hacer de este problema un problema de toda la sociedad.
A eso tenemos que aspirar.

Noviembre de 2008
(c) Araceli Otamendi

Bibliografía: nota "Un nuevo renacimiento o la fascinación de lo imposible", Araceli Otamendi, publicada en la revista Cultura Segunda época.
Patricio Lóizaga, El imperio del cinismo, Editorial Emecé


*Araceli Otamendi, directora de las revistas digitales de cultura Archivos del Sur y Barco de Papel (infantil). Escritora y periodista. Actuó como jurado en las Fajas de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores -literatura infantil y juvenil y aforismos. También fue jurado del Primer Concurso Internacional convocado por la revista Archivos del Sur junto al escritor boliviano Víctor Montoya y a la escritora chilena María Cristina da Fonseca y actualmente Jurado del Segundo Concurso de cuentos organizado por la revista Archivos del Sur. Fue directora de talleres literarios de la Sociedad Argentina de Escritores (período 2002-2003). Recibió el Premio Fundación El Libro-Edenor en 1994 por su novela policial Pájaros debajo de la piel y cerveza y el Premio Prestigio del sitio brasilero “Ca estamos nos” por su labor en la revista Archivos del Sur. Publicó la antología de autores hispanoamericanos Una mirada sobre New York, que se presentó en el Centro Español Rey Juan Carlos I (New York University), ciudad de New York en 2000, con prólogo del Prof. James Fernández, como edición especial de la Revista Cultura Segunda Época. Sus cuentos, relatos, ensayos y entrevistas han sido publicados en revistas y suplementos literarios de la Argentina y de otros países, y han sido publicados también en antologías de autores argentinos y del exterior.

Especial Violencia y Ciudad/La ciudad canalla - Por Norma Lamborghini

La ciudad canalla
Por Norma Lamborghini


(para la Tecl@ Eñe)
Ilustración: León Ferrari
Fue Roberto Arlt el primero que " pintó " en sus relatos la ciudad canalla de Buenos Aires como ni siquiera lo hicieron posteriormente los duros de E.E U.U en sus policiales negros. Los escenarios oscuros, sórdidos; los móviles más bajos, los investigadores más fracasados, eran el reflejo de la ciudad moderna; la fábrica avanzando, el ruido avasallando, las Fieras en el lumpen entrando. La violencia citadina encuentra personajes que, como en aquella crisis del 30, yiran entre el burdel y el palacete francés, sin hallar un lugar sin persecución, de la mente enferma, de la exclusión programada. Aquellos eran cafiyos, matarifes, putas y ladrones que se veían hasta ferozmente dulces detrás de la vidriera de un bar del mundo.
¿Quién dudaría en "pintar" la mínima cotidianidad de la ciudad canalla, de un paisaje del microcentro ( hoy llamado nuevo bajo ), como las acciones de fieras alatigadas y no como acciones humanas?

Norma Lamborghini

Ensayo/Modelos Socioculturales del Poder VI/Desesperanza y Postmodernidad: síntoma social y proyecto político - por Enrique Carpintero

Modelos socioculturales del poder VI

Desesperanza y Postmodernidad: síntoma social y proyecto político *



Por Enrique Carpintero
Psicoanalista, director de la revista y la editorial Topía
enrique.carpintero@topia.com.ar


(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Mirta Narosky




La actual crisis económica-financiera ha puesto en cuestionamiento no solo la base económica del capitalismo mundializado sino también la cultura en la que se sostiene. De allí la importancia de reflexionar sobre el concepto de postmodernidad, tal como algunos autores definen la actualidad de nuestra cultura.


La sociedad, desde la hegemonía de la cultura llamada postmoderna, ha sufrido una metamorfosis: nadie sabe hacia donde caminamos. O, más aún, el futuro se presenta como catastrófico.


El concepto de postmodernidad comenzó en el arte, luego se afianzó en otras áreas durante los `80 y los `90 con el pensamiento postestructuralista y la teoría de la sociedad postindustrial. Un grupo de teóricos franceses –Lyotard, Baudrillar- y de EEUU bajo el rotulo de postestructuralistas continuaron con las ideas antihumanistas desarrolladas por Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Michel Foucault. Es necesario destacar la importancia de las ideas de estos autores. Pero es preciso distinguir las teorías filosóficas desarrolladas entre las décadas de los `50 y `70 de la apropiación que se hizo de ellas durante los años `80 para apoyar las tesis de la nueva era postmoderna. Desde diferentes perspectivas, sus desarrollos teóricos enfatizaron el carácter fragmentario y heterogéneo de la realidad, negaron la capacidad del pensamiento humano de alcanzar una explicación objetiva y plantearon la incapacidad de fundar la oposición al poder que pretendieron articular. En definitiva decretaron el triunfo del “pensamiento débil”. Todo es discurso, texto de textos, imágenes, sujetos sujetados, sujetos construidos.


La teoría de la sociedad postindustrial desarrollada por sociólogos como Daniel Bell y Alain Touraine ofrece una versión de las presuntas transformaciones sufridas por las sociedades occidentales en los últimos 25 años. Para estos autores el mundo desarrollado ha pasado de una economía basada en la producción industrial a una economía en donde la producción de servicios y la investigación teórica constituyen el motor del crecimiento. Esto ha llevado a profundas transformaciones sociales, políticas y culturales cuya consecuencia es la desaparición de un sujeto social que se oponga al poder de la cultura dominante.


Desde esta perspectiva se sostiene que ha aparecido una Nueva Era donde el mundo se hace de nuevo con la producción masiva, el consumo masivo, la flexibilidad laboral, la diversidad y la mundialización. Sin embargo, la tendencia a la internacionalización del capital todavía permite preservar un gran poder a los Estado nacionales para incidir en la tasa de acumulación y distribución de bienes dentro de sus fronteras. El trabajo asalariado, con la inmigración del campo a la ciudad y la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, se ha extendido en todo el mundo. El que gran parte de este trabajo no este destinado a producir bienes sino servicios no modifica la relaciones sociales y el lugar histórico del trabajador.


El libro de Loytard La condición postmoderna, publicado en 1979, conjuga toda esta perspectiva para plantear -entre otras cuestiones- la imposibilidad de una alternativa al capitalismo neoliberal. Es decir, su versión de un mundo “posthistórico” desprovisto de significado lleva a un triunfalismo del capitalismo y un pesimismo cultural. Lo postmoderno se define como un pensamiento incrédulo con respecto a los grandes relatos que puedan elaborar una teoría sobre una sociedad más justa. Su defensa de los microrrelatos le sirve para oponerse a los grandes relatos cuyo paradigma esta representado por el marxismo y el psicoanálisis. La lucha de clases no existe y la subjetividad debe ser entendida como una estructura de lenguaje. De esta manera se deja de lado una subjetividad construida en la relación con otro humano en un sistema de relaciones de producción.


La hegemonía de este pensamiento tiene sus bases en el contexto histórico en el que se desarrolló. Este lo podemos definir por tres características:


1º) La caída del socialismo totalitario estalinista, la aparición de violentos y destructivos nacionalismos en diferentes partes del mundo y el resurgimiento de una extrema derecha en los países europeos. Todo esto ha reforzado la creencia de que los fundamentos de una política de emancipación social ya no pueden ser posibles.


2º) El desarrollo del capitalismo mundializado ha traído profundas transformaciones económicas, político-sociales y culturales. Su consecuencia ha llevado a una subjetividad construida en la ruptura de las relaciones de solidaridad donde a las políticas neoliberales se las acepta como un hecho natural.


3º) El lugar de los intelectuales. En vez de plantearse la lucha por la hegemonía acorde a los nuevos problemas sociales, políticos y culturales la mayoría de los intelectuales se quedaron en silencio en relación a las modificaciones estructurales de la sociedad. Esto los llevó a la aceptación de lo establecido como si fuera un horizonte imposible de superar de la historia actual y futura.


En este sentido hablar de postmodernidad significa la imposibilidad de pensar racionalmente un mundo diferente al que estamos viviendo. Someternos a la cultura dominante. Es decir, aceptar lo que denominamos “la utopía de la felicidad privada”. La felicidad que se puede comprar en cómodas cuotas mensuales. Claro, a partir de los créditos tóxicos no solo la economía capitalista ha entrado en crisis sino la posibilidad de obtener esta felicidad privada. Es decir, la cultura que lo sostiene


Desde esta perspectiva la postmodernidad es un síntoma social cuyo resultado es la desesperanza individual y colectiva que caracteriza la actualidad de nuestra cultura.


Si la esperanza se refiere a la carencia de algo importante para el sujeto con la convicción de que se va a solucionar. La desesperanza es la incapacidad de rescatar la esperanza. Por ello lo opuesto a la esperanza no es la desesperanza sino el miedo. Para Spinoza lo que se espera es lo que se ha perdido o se teme perder. Por ello dice que “No hay esperanza sin temor, ni temor sin esperanza”. Sólo se espera lo que no se tiene, lo que se ignora, lo que no depende de nosotros: “las afecciones de la esperanza y el temor no pueden ser buenas por sí mismas” y todos los esfuerzos de la razón propenden a liberarnos de ella.


Este factor ilusorio de la esperanza en tanto espera de un salvador que nos de lo que nosotros tenemos que conseguir lo podemos encontrar en los mitos griegos:


Pandora por orden de Zeus fue modelada con tierra y con agua, pero Hermes puso en su corazón la mentira. Los dioses para proteger a los humanos encerraron a los males en una vasija. Pandora, que estaba destinada a castigar a los mortales por la osadía de Prometeo, la abrió y todos se esparcieron volando por el mundo menos la esperanza que se quedó encerrada en el fondo. La esperanza impidió que los humanos se suicidaran en masa ante la propagación de los males. Desde ese momento reparte sus engañosos consuelos en el mundo. En el Prometeo encadenado, Esquilo hace decir a Prometeo que dio a los mortales el fuego y la esperanza, que es ciega, para impedirles a los humanos que contemplen su destino. Esta ambivalencia de la esperanza nos sirve para destacar que es un mal necesario en tanto no quedemos atrapados en la ilusión que provoca.


Si al inicio decíamos que el postmodernismo era un síntoma cuyo resultado es la desesperanza, debemos agregar que la desesperanza está sostenida en una política que refleja sobre el conjunto de la sociedad los miedos de la cultura dominante. Es decir, el poder ejerce su sometimiento generando miedos cuyo resultado es la sensación de que nada puede ser cambiando. De allí la importancia de encontrar una esperanza basada -al decir de Spinoza- en una razón apasionada. Es decir, una política sostenida en las pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.) que enfrente las pasiones tristes (el odio, el miedo, la depresión, etc.). Cuando Spinoza se refiere a “la alegría” esta pensando en la concepción antigua –y necesaria de recuperar- donde la alegría es pensada como una fuerza expansiva que posibilita lazos sociales –la tristeza se pensaba como una experiencia de humillación-. Lo mismo acurre con el “amor”, tal como lo plantea Freud, en tanto energía libidinal que permite los procesos de ligazón. A esto se opone la pulsión de muerte como violencia destructiva y autodestructiva, es decir el odio. Para ello es necesario que nos una el amor (en tanto fuerza de construcción de lazo social) y no el espanto. La responsabilidad y no la culpa. El compromiso y no el sacrificio. La solidaridad y no el pietismo religioso. La alegría y no la tristeza. En definitiva un gran relato donde la esperanza tenga formas organizativas políticas sostenidas en el colectivo social. Desde aquí podremos construir una política de la subjetividad que se oponga a la cultura dominante. Una política que recupere las nuevas formas que adquieren las identidades de clase, de genero y generación. Una política de la alegría de lo necesario basada en una distribución equitativa de los bienes materiales y no materiales.


Llegados a este punto debemos decir que el problema de cómo radicalizar esta modernidad tardía a través de una transformación social que realice la promesa de una sociedad libre y racional para el conjunto de la sociedad, no ha terminado aún. Lo que si podemos decir es que las ideas que podamos desarrollar deben encontrar en la praxis su fuerza de sustentación.
Por ello quisiera finalizar este texto relatando una parábola:
Hace muchos años vivía en un lejano país un rey sabio rodeado de sabios y consejeros. Ese año, al aproximarse el tiempo de la cosecha un anciano consejero se acercó a él. Había en su rostro evidente preocupación.
-¿Qué te sucede? Le preguntó el rey
-Se trata de algo que he observado en las estrellas, Su Majestad
-¡Habla ya!
- He visto en las estrellas algo terrible, todos los que coman de la nueva cosecha enloquecerán irremediablemente.
-¿Podemos darle al pueblo sólo de la cosecha anterior?
-No, dijo el anciano, no hay cantidad suficiente, pero si la hay para que usted y yo comamos y así nos salvemos de la locura.
El rey meditó unos instantes y luego dijo: ¿De qué nos serviría ser los únicos cuerdos en un país de locos?
No, comeremos de la nueva cosecha pero nos haremos ambos una marca sobre la frente, viviremos entre locos y no notaremos la diferencia, pero al encontrarnos y vernos las marcas recordaremos que estamos locos y que toda la locura que vemos y nos parece natural, sencillamente no lo es.
En esta parábola podemos encontrar múltiples sentidos. Quiero rescatar el hecho de que nosotros no estamos exentos de la locura que padece este mundo. Nuestras reflexiones críticas no lograrán revertir esta situación. Pero las mismas pueden funcionar para grabar en nuestras frentes que muchas cosas que ocurren en este mundo son producto de la alienación. Tomar conciencia de ello quizás puede revertir lo que nos ocurre.

*Este texto se basa en la exposición desarrollada en el Centro de la Cooperación durante la mesa redonda: “Desánimo y postmodernidad: ¿Proyecto político o síntoma social?”. La misma se realizó el 2/12/2008 con la participación de Enrique Carpintero, Juan Carlos Volnovich, Atilio Boron y Monika Arredondo.