21 octubre 2008

Zona de Clivaje/Micromegas (cartita semiabierta a mi amigo Martín Caparrós)- Por Horacio González

Micromegas
(cartita semiabierta a mi amigo Martín Caparrós)

por Horacio González
(para La Tecl@ Eñe)

¿Conocen la historia de Micromegas? Tengo un amigo que además de conocerla, de vez en cuando se transforma en Micromegas. No lo hace mal. Micromegas es un curioso habitante del planeta Sirio que acompañado por otro ser tan curioso como él, pero éste de Saturno, llega a la Tierra. La célebre historia es de Voltaire. Es placentera y tiene una mordacidad suave, elegante. Se trata de burlarse de los terráqueos. En realidad, de los intelectuales, o de los pretenciosos, o de los hombres con creencias (las que fueran). O simplemente de todos los que no se parecían a Voltaire. Lo cierto que nuestro Micromegas, el amigo mío, es tan viajero como el original. Deja crónicas escépticas sobre la condición humana que vale la pena leer. Lo estoy elogiando de verdad. Pero el motivo de estas líneas es el de dirigirle alguna critiquilla. No tanto porque el método de Micromegas es el sarcasmo. Si se burla de los demás, siempre deja entrever alguna misericordia personal, porque sabe sentirse también envuelto en su propia fragilidad. Micromegas toma para el churrete a casi todas las cosas del vasto mundo, ya que nada del cosmos le es ajeno ni le contenta, pero hay que saber que lo hace con dolor y lástima. No deja de parecer arrogante y muchos así lo consideran. Pero es mero afán de originalidad y la cruz del insatisfecho ¿Eso es malo? No, aunque tal vez sería bueno que modere su vanidad doliente. Su obra, ya vasta, ganaría en felicidad y hondura.
¿Qué le critico a Micromegas? Acaba de escribir una novela sobre aquellos años intensos, acaso irreales, en los que existían vocaciones políticas revolucionarias, hombres armados, planes asombrosos, cálculos que no padecían de mácula o vacilación. Podríamos llamar a todo eso la voluntad. Lindo, complejo y enigmático título. En cuanto a la novela que mencionamos –su nombre es A quién corresponda- pertenece a un estilo propio de Micromegas: ironía punzante, acerada, acertada. Es un mensaje que nos dice que la historia efectivamente ocurrida era equívoca o maldita. Pero lo sucedido, ahora pertenecería exclusivamente a un culto personal, empecinado y sacro. El curso de aquellos sucesos ya está perdido, solo puede ser reclamado por raros oficiantes que conocen la esencia de esa pasión derrochada y que sabrán condenar por impostores o blasfemos a los que hablen de ella fuera del íntimo saber secreto sobre su fracaso. Solo hay un túmulo recóndito. Una génesis beatífica, inexplorada. Y todo lo demás es historia rota, de falsarios, comentaristas y postizos herederos. ¡Caramba!
El problema no es desdeñable, a pesar de que una torpe publicística, de la que Micromegas no participa aunque la deja pasar con indiferencia, lo tomará para señalar que a las deficiencias conocidas que expone nuestra actualidad, hay que agregarle la falsía y la impostura histórica de los gobernantes. Es grave decirlo así, porque en este punto implicaría descreer de la política de derechos humanos y entregarla totalmente a quienes quieren equiparar todas las formas de violencia de los años 70. Micromegas nada tiene que ver que esos devaneos vicarios. Pero no le interesa advertir esa distorsión politiquera de su dolor personal. No, le interesa interrogar a cierto escrito que postula un laberinto, escrito que él ha leído de taquito aunque concedió a la tribuna que “le costó trabajo entender el tema”, pues él no es un embrollado personaje de alma enroscada, ¡por favor!, sino diáfano y sin mediaciones. Si en nombre de la transparencia, y para la galería, hay que sacrificar a Castelli, Micromegas lo hace. No cree en la historia con minúscula ni en la Historia con mayúscula. Es hombre curioso, ya dije, un antropólogo de la desesperanza, con una candidez valorable –lo digo yo-, y con un sentimentalismo un poco aristocrático, salvado siempre por su veta voluntariosa hacia lo popular y simpatía hacia las pequeñas criaturas sufrientes. Lo digo yo.
Pues bien, Micromegas critica a cierta carta sin sobre –¿no son así las cartas abiertas, por haber escapado de su envoltorio?- pues contendría la contradicción de decir que apoya lo que verdaderamente critica. Voltaire lo ayuda para burlarse fácil. Cierto que los dos Micromegas, el de Voltaire y mi amigo, son graciosos y realmente siempre queda un resto de indagación complacida por lo humano, luego que realizan su tarea iluminista y ocurrente, a veces vulgarmente destructiva. Digo yo: Micromegas, amigo mío, el tema que planteás puede ser justo. Se resuelve por la voluntad, un título tuyo que ahora sabemos que te suscitaba una oculta angustia. Se trata de la voluntad de ver con un esfuerzo de comprensión magnánimo un mundo político que balbucea algunas posibilidades históricas, en medio de diversas desistencias y caídas. Por aquí también hay cierto dolor, amigo, no esa verdadera pavada a la que aludís, la de preferir el “mal menor”.

Puedo ahora preguntarle a Micromegas, a mi amigo, no al personaje de Voltaire. ¿Cómo es que puede escribir esos artículos volterianos tirándole un hueso a los “muchachos” que lo entienden perfectamente, y aceptar sin inmutarse esa ristra de comentarios – ¡vanagloria de esos 150 comentarios electrónicos detrás de sus artículos!- que salen de la sentina de la historia? Muchos escritos periodísticos parecerían existir ahora para un único fin que sería el de provocar esa opinología salvaje, torpe, que los rodea como el anillo polvoriento de Saturno, que los sigue como un cometa gigantesco, igual al que tomó Micromegas para llegar a la Tierra.
El Micromegas originario gasta a los filósofos de la época por hablar en difícil. Lo difícil, le decimos al Micromegas nacional, es que puedas explicarle, a quién corresponda –quizás no a mí-, qué significan esas 150 esquirlas turbias detrás de tu artículo, coladas ahí, salidas no sabemos de qué clase de voluntad. No parece que existieran de ese modo en la lejana estrella Sirio, cuando éramos otros y sabíamos que de verdad nada obedece ni debe obedecer enteramente a una voluntad. El mundo es la voluntad y su obstáculo. “Micromegas” es una palabra autocontradictoria que anuncia las paradojas que mi amigo Micromegas desistió de entender.

Octubre de 2008




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