31 agosto 2007

Zona de Clivaje/Sociedad

La cautela de una razón apasionada
El derecho de los individuos tiene un límite en el derecho de la comunidad.



Por Enrique Carpintero*
(especial para La Tecl@ Eñe)

Ilustraciónes: Rodrigo Crespo Vides


A partir de un titular de una revista o de una charla en un taxi, Enrique Carpintero reflexiona en este artículo sobre los modelos socioeconómicos de la cultura dominante.

El titular de la revista Barcelona se pregunta: “Por qué la clase media porteña prefiere tener en su vereda excrementos de perro antes que personas sin hogar tomando vino.” Para responderla debemos entender que la cultura dominante establece modelos socioculturales que se inscriben en la subjetividad como una forma de relación con
uno mismo y con los otros. Los grandes medios de comunicación se encargan de reflejar y reforzar estos modelos que se basan en un individualismo que niega los lazos necesarios para vivir en comunidad. En definitiva, la lógica del poder se resume en un viejo refrán: “Divide y reinaras”.

Dialogo entre un chofer de taxi y su pasajero (en este caso quien escribe). Los que habitamos la ciudad de Buenos Aires sabemos que la opinión de los taxistas representa un sector importante de la clase media porteña. Viajaba en un taxi hacia el centro de la ciudad en un típico día de mucho tránsito cuando el chofer comenzó a quejarse:
- Esta ciudad es un desastre. La culpa la tienen los piqueteros. Hay una manifestación en el Ministerio de Educación que esta cortando el tránsito.
Le aclaro que los piqueteros son obreros desocupados y esta manifestación es de maestros. El taxista no me escucha e insiste:
- Son todos iguales. Todos son piqueteros. Que vayan a trabajar y no molesten.
Con bronca le digo que debe ser oyente de Radio 10 y seguramente voto a Macri.
Me responde:
- Por supuesto.
La conversación derivó en una discusión donde, por supuesto no logré que entendiera sobre los derechos de los ciudadanos a manifestarse en la vía pública.

“La Nación será una tribuna de doctrina”. Evidentemente el chofer del taxi no hacía más que expresar lo que la mayoría de los medios de comunicación transmiten todos los días. Quizás sin saberlo su posición era avalada por el centenario diario La Nación en un editorial titulado: “La calle es de todos”. Allí se sostiene que “En casi todo el mundo el derecho de uno a reclamar termina donde comienza el derecho del otro a transitar. Esa es, quizás la diferencia principal entre el fenómeno piquetero argentino, parecido al cocalero boliviano, y otras formas de expresar disconformidad, o fiel a su origen, de exigir medidas que faciliten el empleo.” Y continua planteando que el método de reclamo “comenzó a ser imitado por sectores no necesariamente identificados con los piqueteros, como los estudiantes, los docentes y miembros de otros gremios.” El editorialista no tiene ninguna duda en equiparar los reclamos de los obreros desocupados y ocupados, los estudiantes y los docentes con la necesidad de circular tranquilamente por la ciudad. Por ello finaliza pidiendo al gobierno electo en la CBA que haga cumplir el Código Contravencional de la Ciudad de Buenos Aires y el Código Penal.
Claro, el lector puede quedar sorprendido al querer igualar dos ordenes de problemas tan diferentes. Es como comparar manzanas con leones. Sin embargo tiene la lógica liberal capitalista que se expresa en la clásica frase: “La libertad de uno termina donde empieza la del otro”. En esta perspectiva todos tenemos las mismas obligaciones pero no los mismos derechos ya que estos provienen del sector social a que cada uno pertenece. Los derechos a la salud, al trabajo, la educación y la vivienda, garantizados por la Constitución Nacional, se transforman en un simple enunciado para los sectores de menores recursos. Mientras los ricos tienen sus asociaciones para presionar al Estado los pobres deben esperar que las cosas mejoren ya que, al judicializarse la protesta, la manifestación de sus reclamos son limitados por el poder. Por ello la mitad de la población de nuestro país que vive en la pobreza y sufre necesidades no debe ser un obstáculo para que los autos circulen libremente por las calles de nuestra ciudad.



Noam Chomsky plantea que el objetivo del poder es que la mayoría de la población permanezca aislada y sean espectadores de su propio destino: “Los individuos deben estar solos, enfrentándose al poder centralizado y a los sistemas de información de forma aislada, para que no puedan participar de ningún modo significativo en la administración de los asuntos públicos. El ideal es que cada individuo sea un receptor aislado de propaganda, solo frente al televisor, desvalido ante las fuerzas externas y hostiles: el Gobierno y el sector privado, con su derecho sagrado a decidir el carácter básico de la vida social. La segunda de estas fuerzas debe estar, además velada: sus derechos y su poder no sólo han de ser indiscutibles sino invisibles, parte del orden natural de las cosas.”

Baruch Spinoza nos permite sostener una ética donde el derecho de los individuos tiene un límite en el derecho de la comunidad.
La filosofía de Spinoza plantea un proceso de liberación individual y colectivo que permite entender como pasar de la servidumbre a la libertad y de la impotencia al poder. La liberación individual y por lo tanto ética, debe ser colectiva y política. Por ello dice : “nada es más útil al hombre que el hombre mismo”. No formula una ética del “deber ser” sino una ética materialista del “poder ser” donde obrar éticamente consiste en desarrollar el poder del sujeto y no en seguir un deber dictado desde el exterior. El ser de Spinoza es poder y potencia, no deber. Este se realiza a través del conocimiento de las propias pasiones para realizar una utilización de éstas que la conviertan de pasiones tristes (el odio, el egoísmo, la violencia, etc.) en pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.). De esta manera el objetivo de la liberación ética individual y colectiva es pasar de las pasiones tristes a las pasiones alegres.
En el Tratado político establece que la democracia es el régimen en que la potencia colectiva no está paralizada en un individuo o grupo particular, sino permanece en manos de la comunidad, la cual es sujeto y objeto del poder político. Este es el único estado absoluto: sólo en él se suprime la escisión entre gobierno y pueblo, entre poderosos e impotentes. Pero esta democracia debe estar basada en los principios de libertad, igualdad y solidaridad. En este sentido Spinoza no habla de alienar derechos sino de componer potencias. Aquí la condición política tendrá por sujeto a la multitudu (que podríamos traducir como el colectivo social) cuya potencia en virtud de una concordancia de derechos es en sí misma constitutiva y conflictiva. Se trata de una comprensión de la política donde se inscribe positivamente la solidaridad entre sus miembros ya que los hombres componen sus potencias para aumentarlas e intervienen solidariamente en las circunstancias desfavorables de sus semejantes. En este sentido la política es un ámbito natural formado por un juego dinámico de pasiones, de razones, de conflictos y de concordancias. Es decir una composición de potencias que se despliegan a partir de pasiones y nociones comunes que son la sustancia misma de la comunidad. De allí que afirma: “quien no es movido ni por la razón ni por la conmiseración a ser solidario con otros, merece el nombre de inhumano que se le aplica”.
Rescatar la actualidad del pensamiento de Spinoza nos remite a un mundo donde el neoliberalismo capitalista se disfraza de democracia. A él debemos oponerle la cautela de una razón apasionada que encuentra su potencia en la fuerza del colectivo social.


Buenos Aires, agosto de 2007

*Enrique Carpintero, psicoanalista, director de la revista Topía. Su último libro publicado es La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, segunda edición corregida y aumentada, editorial Topía, Buenos Aires 2007.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

comentarios