17 enero 2007

Zona de Clivaje/Sociedad


NORA Y SU CASA DE MUÑECAS

Por Marcelo Manuel Benítez*




Ilustración: Kenti


Cuando su autor, Henri Ibsen, estrenó su drama Casa de muñecas, algo de las relaciones humanas no volvió a ser igual. Es que su vibrante protagonista Nora puso en escena eso en lo que el público burgués que presenciaba la obra aún no había pensado: que la mujer, incluso con todos sus condicionamientos y obligaciones, es susceptible de ser libre en el mundo de los hombres.
En estos días, otra Nora (más sudamericana, más nuestra) también sacude algo en las relaciones entre hombres y mujeres, aunque haya sido asesinada.
Mucho se ha escrito y se ha dicho del caso Nora Dalmasso. Y lo más vergonzoso es que mucho, pero mucho, nos hemos reído de ella, de su marido y hasta de sus once amantes confirmados hasta ahora; pero, aunque sorprenda, más que de una situación de comedia macarrónica, nos estamos riendo (para no llorar) de nosotros mismos. Probablemente prefiramos reírnos porque el caso de esta mujer con una vida sexual envidiable nos pone ante los ojos la pobreza de nuestra vida amorosa (ese “Con los ojos bien cerrados” de Kubric). Y ocurre también que con cada nueva revelación de este episodio particular nos excitamos más.
Es que el de Nora Dalmasso no es sólo un caso más de infidelidad conyugal, pone de manifiesto prácticas sociales relacionadas con la sexualidad en las que se hallan comprometidos amplios sectores de la población. Ofrece, pues, una exteriorización del deseo.
El cuerpo de esta mujer era una verdadera máquina deseante (Deleuze, Guattari – Antiedipo), pero es preciso advertir que de ninguna manera se trata de un descontrol. Es probable que su vida sexual extramatrimonial incluyera muchos amantes, hasta varios al mismo tiempo, pero cuidando muy bien de no poner en peligro (como anhela siempre el deseo) la vida familiar burguesa de Nora Dalmasso. Hace pocos días una prostituta vinculada con la mujer asesinada declaró a los medios que la conducta de esta mujer era, en efecto, muy liberal pero hasta que sus amoríos se acercaban peligrosamente a su familia. Llegado a este punto, Nora bajaba la persiana.
La vida sexual de Nora Dalmasso, por más que las apariencias sugieran lo contrario, estaba muy lejos de ser un descontrol, ni tampoco resulta un caso aislado en el campo social. Ya hacia los años `60 cobran impulso en el Primer Mundo, y en particular en el seno de la clase media norteamericana, diversas formas de liberación de las costumbres que se cristalizarán en ciertas prácticas orgiásticas muy similares a las que era afecta Nora Dalmasso en la actualidad.
Si vamos a teorizar un poco para hacernos los sabihondos se podría afirmar que combinándose con la expansión deseante de mediados del siglo pasado y de la mano de la expansión económica de la post-guerra, se lleva a cabo cierto desentumecimiento de la práctica sexual de la sociedad que, aparentemente, amenazó con quebrar la quietud monógama del matrimonio burgués. Es lo que Robert Castel llamó la “Cultura californiana” (Robert Castel, y otros – La sociedad psiquiátrica avanzada): permisos mutuos para la infidelidad (incluyendo la bisexualidad), cenas de matrimonios en las que se daba el cambio de pareja, las “camas de tres” por las que un matrimonio tenía relaciones sexuales con un tercero, fuera éste hombre o mujer, son sólo una parte de las muchas modalidades en que va expresándose la nueva sexualidad. Y acompaña este proceso la aparición del negocio pornográfico que terminó legalizado y que incluyó revistas, videos pero también comercios de venta de aparatos eróticos de todo tipo, y la proliferación de baños sauna y casas de masaje, nuevos nombres para el viejo oficio de la prostitución y a los que concurría tranquilamente el marido con su esposa.
Naturalmente que en un primer momento se elevaron las voces airadas de los moralistas y la derecha conservadora que anunciaban todos los años la cercanía del fin del mundo con el derrumbe definitivo de la institución familiar. Sin embargo, esta vez sólo despertaron carcajadas, porque, paradójicamente, estas mismas prácticas orgiásticas, sobre las que se desarrollaron estrictas reglas que les dieron forma (como en los juegos infantiles), fueron las que salvaron a la institución familiar. Y aunque Ud. no lo crea, este corrimiento de la frontera entre lo prohibido y lo permitido fue lo que terminó de estructurar a la familia moderna. Naturalmente, un matrimonio y una familia con características y reglas diferentes. Lo que quedó definitivamente sepultado fueron las relaciones victorianas, de las cuales hoy día todos nos reímos, y este desentumecimiento de los códigos que regulaban la vida cotidiana de la pareja heterosexual terminó fortaleciendo la institución heterosexual misma.
En el cine o en la literatura, que en muchos casos ha fotografiado el devenir social en el siglo XX, hallamos muchos ejemplos. Casi todas las excelentes novelas policiales de Lorenz Sanders (Un caso patológico, El primer pecado mortal, etc.), o filmes como “Sammy y Rosy van a la cama”, “Ropa limpia, negocios sucios” (en el caso de una joven pareja homosexual) y “La decadencia del imperio americano” (de extraordinario éxito) dan un testimonio lúcido de estas nuevas formas de la sexualidad de clase media que, sí, pudieron haber comenzado como una explosión del deseo, pero que pronto quedaron atenazadas por códigos tanto poderosos como sutiles, que significaron la salvación de la pareja heterosexual (así como el congelamiento en una imagen social aceptable de la pareja homosexual). Claro que el surgimiento del SIDA significó un estruendo inesperado en medio de esta fiesta.
En Argentina, este proceso de liberalización sexual se da a destiempo, por imitación y no exento de conflictos, sentimientos de culpa y concesiones a los códigos de la decencia. Y sobre todo esta liberalización se desarrolló más o menos en la oscuridad social, en una cómoda doble vida, hasta que un crimen o un episodio cualquiera da publicidad e ilumina esos rincones silenciosos. Los casos del “bambino” Veira, Espartacus, los asesinatos de La Clota o Mitre, y aún más atrás en el tiempo, los escándalos de los cadetes del Liceo Militar en 1942 o el protagonizado por la compañía del cantante español Miguel de Molina un año después, son todos hechos por los cuales la sociedad puede iluminar la clandestinidad en la vida cotidiana y de ahí en más aguzar los controles. Por ejemplo, el caso de Héctor Veira y Sebastián Candelmo puso en evidencia cierta bisexualidad “bufarrona” de muchos hombres de vida aparentemente heterosexual pero que gustaban alejarse un momento de su vida monótona para tener sexo con jóvenes maricas complacientes. La publicidad que acarreó el confuso episodio de Veira hizo retroceder estas prácticas, fascistizando nuevamente la mentalidad y las costumbres de estos hombres tan afectos al fútbol como al sexo.
Por motivos similares, el caso de Nora Dalmasso también está actuando como una advertencia moralizadora dirigida en particular a la mujer moderna de clase media acomodada. Por otra parte, otros episodios como el salvaje asesinato del joven Ariel Malvino en Ferrugem también pone de manifiesto los desbordes a los que se entregan en la actualidad muchos jóvenes independizados de la vigilancia paterna.
Siempre debemos apoyar toda manifestación social que se acerque a nuevas formas de libertad, pero como escribió el mismísimo Marqués de Sade: hasta la más sofisticada perversión sexual exige un orden.
El deseo es un impulso inconsciente que busca la saciedad en las prácticas de la realidad, pero no se lo puede dejar en completa libertad porque termina en la muerte. Como sostuvo George Battaille: goce y muerte conviven uno al lado del otro (George Battaille – El erotismo): El celebrado filme “El imperio de los sentidos” ofrece un ejemplo artísticamente sublime de este hecho. Por el camino de la desterritorialización podemos hallar la demolición (Deleuze y Guattari – Antiedipo). Bien se pude sospechar que este haya sido el camino que siguió, si no la cuidadosa Nora Dalmasso, sí el amante que la mató. El goce seductor de la actividad sexual puede conducirnos, si nos desprendemos del control de la racionalidad, a un desborde incontrolable que sólo detiene la muerte. Aparentemente Nora Dalmasso guiaba su vida íntima con la razón que deriva de los vínculos familiares; pero, al parecer, uno de sus amantes sólo deseaba sucumbir.
Y esta realidad atroz es precisamente lo que calla Ibsen en Casa de muñecas. Nora, su protagonista, termina eligiendo la libertad para encontrar en la soledad el camino hacia una identidad de mujer que la satisfaga. Pero este camino muy bien puede conducir a la mujer actual de los penumbrosos intersticios de la postmodernidad a los brazos de un Jack el Destripador joven y atractivo que deshaga, con un zarpazo de su cuchillo, el encanto ingenuo y aparentemente inofensivo de la casa de muñecas de la sexualidad moderna.


*Escritor y Psicoanalista.

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