17 enero 2007

El Damero


La institucionalización de los campos de concentración-exterminio en la Argentina*

Para reflexionar acerca de las Instituciones en la Argentina es necesario formularse la siguiente pregunta: ¿Cuáles son los efectos que la institucionalización, en nuestro pasado reciente, de los campos de concentración-exterminio ha causado sobre nuestra subjetividad?. Para arrojar luz sobre este interrogante, Enrique Carpintero analiza el campo de concentración-exterminio como la matriz oculta que aún produce efectos en el espacio social y político en que vivimos.

Ilustración: Aída Carballo


La memoria es un trabajo
Paul Ricour

Por Enrique Carpintero*

Perspectiva de análisis del campo de concentración-exterminio

Reflexionar acerca de las instituciones en la Argentina necesariamente requiere preguntarnos ¿Cuáles son los efectos en nuestra subjetividad de la institucionalización en nuestro pasado reciente de los campos de concentración-exterminio?
Los campos de concentración aparecen por primera vez a fines del siglo XIX cuando los españoles inventaron los llamados “campos de reconcentramiento” en la guerra colonial con Cuba. El general Weyler agrupó forzosamente a 400.000 campesinos en letales unidades carcelarias. Esta idea fue copiada por los americanos en la conquista de las Filipinas y luego por los ingleses en la guerra anglo-boer de Sudáfrica. Allí se establecieron los primeros concentratión camps con nombre y función ya conocidos: hacinamiento, desnutrición y muerte. En el siglo XX el paradigma fueron los campos de concentración nazis.
Cuando Giorgio Agamben se interroga acerca de ¿Qué es un campo? ¿Cuál fue la estructura jurídico-política que hizo posible que pudieran ocurrir tales acontecimientos? establece que “La pregunta correcta con respecto a los horrores cometidos en los campos no es, por consiguiente, aquella que inquiere hipócritamente cómo fue posible cometer delitos tan atroces en relación a seres humanos; sería más honesto, y sobre todo más útil, indagar atentamente acerca de los procedimientos jurídicos y los dispositivos políticos que hicieron posible llegar a privar tan completamente de sus derechos y de sus prerrogativas a unos seres humanos, hasta el extremo de que llevar a cabo cualquier acción contra ellos no se considerara ya como un delito.”[i]
Desde esta perspectiva vamos a considerar el campo de concentración-exterminio no como un simple hecho histórico, sino como la matriz oculta que aún produce efectos en el espacio social y político que vivimos.

La dictadura militar de 1976

El 24 de marzo de 1976, luego de un golpe militar, asumió el gobierno una Junta integrada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti.
Inmediatamente todos los mandatos políticos fueron anulados y se hicieron arrestos masivos de dirigentes políticos, sociales y gremiales. La dictadura militar contaba con el apoyo de un sector importante de la población -en especial de la clase media- que asumió como propio el discurso autoritario de la Junta Militar a partir de una poderosa propaganda en la que los medios de difusión sostenían la necesidad de imponer un “orden” ante la debilidad del gobierno de Isabel Martínez de Perón. De esta manera se aceptó la supresión de las garantías constitucionales y la instauración de un orden basado en el silencio.
También el nuevo régimen recibió apoyos significativos desde diferentes estructuras de poder. Desde Washington se consideró necesaria la dictadura militar para “poner orden y terminar con el colapso económico”. El Fondo Monetario Internacional (FMI) puso a disposición de la Junta Militar los créditos de la institución para que tuviera margen de maniobra durante los primeros meses del nuevo gobierno. Los partidos políticos tradicionales optaron por el silencio apoyando las nuevas medidas tomadas por los militares.[ii] Las grandes entidades empresarias como la Unión Industrial Argentina (UIA), La Sociedad Rural (SR), la Cámara Argentina de Comercio (CAC), entre otras apoyaron abiertamente al gobierno. La noche anterior al golpe los miembros de la Junta Militar se reunieron con la jerarquía eclesiástica en la sede de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) para acordar en la necesidad de salvar “la Argentina occidental y cristiana”.
El objetivo del golpe militar fue institucionalizar el poder de la gran burguesía y el capital financiero para incorporar a la Argentina en el proceso de mundialización capitalista. Es decir su objetivo era político y no militar, ya que durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón las Fuerzas Armadas, con el accionar de bandas paramilitares como la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), habían logrado el control de la represión contra las organizaciones guerrilleras, las cuales se encontraban derrotadas políticamente y fuertemente debilitadas.[iii] Para llevar adelante esta política era necesario lograr el disciplinamiento del movimiento social a través del terror. Especialmente disciplinar económicamente a la clase obrera por el retroceso del empleo y el salario quitando la base de sustentación a las organizaciones sindicales. De allí que las víctimas de la dictadura fueron fundamentalmente los trabajadores. La represión fue padecida por intelectuales, artistas, sacerdotes, políticos e, incluso amas de casa, pero fueron los delegados de fábrica, dirigentes sindicales de base, estudiantiles y barriales los que constituyeron el porcentaje mayoritario de personas desaparecidas.[iv]
En esta perspectiva la condición de “subversivo” no se refería solamente a aquel que realizaba atentados sino a todo el que pensara social y políticamente de manera diferente a los militares. En un reportaje Videla lo expresaba claramente: “ Por el sólo hecho de pensar distinto dentro de nuestro estilo de vida es privado de su libertad, pero consideramos que es un delito grave atentar contra el estilo de vida occidental y cristiano queriéndolo cambiar por otro que nos es ajeno, y en este tipo de hechos no solamente es considerado como agresor el que agrede a través de bombas, del disparo o del secuestro sino también aquel que en el plano de las ideas quiere cambiar nuestro sistema de vida a través de ideas que son justamente subversivas; es decir subvierten valores.”[v] Por si había alguna duda el gobernador de Buenos Aires, general Ibérico Saint Jean, afirmaba: “Nuestros enemigos son los subversivos, los amigos de los subversivos, y los indiferentes.” La idea de “subversión” para los militares abarcaba desde acciones laborales, revistas de la cultura, protestas de los estudiantes hasta la oposición de los medianos y pequeños empresarios nucleados en la Confederación General Económica (CGE) que fue disuelta y se emitió una orden de captura internacional para sus líderes.[vi]
Durante los primeros meses del golpe centenares de sindicatos fueron intervenidos prohibiéndose la actividad sindical y el derecho de huelga. Los empleados públicos fueron sometidos a la jurisdicción de tribunales militares. Casi todas las grandes fábricas industriales fueron ocupadas militarmente con el acuerdo de los empresarios.
En el ámbito de la educación, miles de profesores, maestras, administradores y asistentes educacionales fueron despedidos. Más de noventa carreras fueron eliminadas.
Los medios de comunicación se encontraban censurados pero muchos de ellos colaboraban activamente con la dictadura.

La institucionalización de los campos de concentración-exterminio: por primera vez en la Argentina

Creemos necesario detenernos para analizar la metodología central en que se basó el Terrorismo de Estado: los campos de concentración- exterminio.
La historia del Siglo XX estuvo llena de “asesinos de la memoria” como los denomina el filosofo Yosef Yerushalmi.[vii] De esta manera nos encontramos con censuras, condenas, desapariciones, falsas declaraciones de culpabilidad, asesinatos y podríamos seguir en una larga lista. El objetivo del poder totalitario fue siempre el mismo: impedir la reconstrucción de los acontecimientos. Es decir, privar la posibilidad del recuerdo.
Simón Wiesenthal escribió que en los campos de concentración se les decía a los prisioneros: “No importa cómo termine esta guerra: la hemos emprendido contra ustedes y la hemos ganado; ninguno de ustedes quedará para dar testimonio, pero si alguno se salvara, el mundo no le creerá.” Sin embargo la persistencia de la memoria permitió que el silencio y el olvido no triunfaran y el mundo pudo conocer y creer los horrores cometidos por el nazismo.
Es interesante observar cómo en la Argentina se sostuvo un dialogo similar. El periodista Jacobo Timerman fue secuestrado por el general Camps quien lo interrogó y torturó durante varios meses. En uno de los largos interrogatorios Camps le decía:
“-Si exterminamos a todos, habrá miedo por varias generaciones.
-¿Qué quiere decir todos? Le pregunta Timerman.
–Todos…unos 20.000. Y además sus familiares. Hay que borrarlos a ellos y a quienes puedan llegar a acordarse de sus nombres.
- Es lo que intentó Hitler con su política de Noche y Niebla- contesta Timerman
Ante lo cual Camps responde: -Hitler perdió la guerra nosotros la ganaremos-.”[viii]
Estas palabras de Camps, que eran similares a las expresadas por otros militares, implican establecer que la dictadura militar llevó adelante un plan organizado y sistemático de represión basado en los campos de concentración-exterminio para hacer desaparecer a miles de personas.[ix]
Entre 1976 y 1982 funcionaron 340 campos de concentración en 11 de las 23 provincias argentinas, negados por las Fuerzas Armadas que los denominaba Lugar de Reunión de Detenidos (LRD).
Algunos campos estaban instalados en bases militares especialmente equipadas para darles cabida. Sin embargo, eran los sitios en que nada se relacionaba con el Ejército los que mostraban la impunidad con la que operaba el régimen militar. Había campos que se encontraban en viejas escuelas rurales (La escuelita de Famaillá), en hospitales (Hospital Posadas), viejos galpones de tranvías (Olimpo), oficinas del Estado (Hidráulica de Córdoba, Club Atlético, Escuela de formación Física de Tucumán), viejas estaciones de radio provinciales (La Cacha), moteles en construcción (El Motel de Tucumán).
Cinco grandes campos de concentración conformaban el centro del sistema represivo de los militares: El Vesubio y Campo de Mayo en las afueras de Buenos Aires, la ESMA y Club Atlético en la Ciudad de Buenos Aires y la Perla en Córdoba.
El Vesubio había sido creado durante el gobierno de Isabel Perón. El general Suárez Mason controlaba sus actividades. En sus paredes había esvásticas pintadas y las peores brutalidades se reservaban a los prisioneros judíos. El campo de concentración de Campo de Mayo funcionó en la base del ejército del mismo nombre; era la unidad militar más importante del país conducida por el general Omar Riveros, sucedido por los generales Reynaldo Bignone y Cristino Nicolaides. Más de 3.500 prisioneros pasaron por este campo donde muy pocos sobrevivieron. La ESMA funcionó en el casino de oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada donde fueron detenidas y desaparecidas más de 5.000 personas y sirvió a los intereses políticos del Almirante Massera. El Club Atlético funcionó en la Ciudad de Buenos Aires y formaba parte de la Superintendencia de la Policía Federal que dependía del primer cuerpo del ejército. El viejo depósito de suministros de la policía albergó más de 2000 prisioneros. En Córdoba estaba La Perla, que pertenecía al poderoso Tercer Cuerpo de Ejército que supervisaba tres provincias y más de la mitad del territorio de la Nación, bajo el mando del General Luciano Benjamín Menéndez.[x]
Podemos estimar que en los campos de concentración-exterminio pasaron entre 15.000 y 20.000 personas, de las cuales el 90% fueron asesinadas. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) recibió 8960 denuncias. Como el número exacto todavía no se sabe las organizaciones de Derechos Humanos, como la Madres de Plaza de Mayo, suponen la cantidad de 30.000 desapariciones.
Como sostiene Pilar Calveiro, una sobreviviente: “Los campos de concentración fueron el dispositivo ideado para concretar la política de exterminio, producto de esta concepción binaria de lo político y lo social. La política concentracionaria como concepción pertenece a este universo binario que separa amigos de enemigos; el campo de concentración, como el cuartel o el psiquiátrico, son instituciones totales.”[xi]
En estas instituciones totales se encerraba a los detenidos para iniciar un proceso de destrucción de su condición humana en la lógica característica de los campos de concentración-exterminio. Es decir, se los transformaba en una cosa, un número para luego eliminarlos. Cuando entraban, como método, se los torturaba durante varios días, luego se los ataba, se los mantenían con una venda y se les asignaban un número. En estas condiciones podían estar semanas o meses sin hablar con nadie. Cualquier infracción era castigada con nuevas torturas. En algún momento -dependía de la arbitrariedad del poder- eran llevados a la enfermería donde se les inyectaba un calmante para ser “trasladados”. Este eufemismo se utilizaba para sacarlo del campo de concentración y trasladarlos a algún lugar donde eran fusilados o se los subía a un avión desde el cual eran tirados al mar. Los cadáveres eran enterrados en fosas comunes, incinerados o quedaban perdidos en el mar.
Si bien en otras épocas habían desaparecido personas, la dictadura militar definió una nueva arquitectura de la muerte al realizarla en forma sistemática como política de Estado. El término “desaparecido” implicaba la voluntad de encubrir el destino del secuestrado y la identidad de sus asesinos. Para la “historia oficial” estas personas estaban vivas y para las autoridades “prófugas” de la justicia. Esta práctica producía una situación torturante para los familiares y amigos ya que sin la muerte, sin una tumba, se construye un trauma imposible de ser elaborado. Como sostiene Giorgio Agamben: “la expresión ‘fabricación de cadáveres’ implica que aquí no se puede hablar propiamente de muerte, que la muerte de los campos no era tal muerte, sino algo infinitamente más escandaloso. En Auschwitz no se moría, se producían cadáveres. Cadáveres sin muerte, no-hombres cuyo fallecimiento es envilecido como producción en serie. Según una interpretación posible y muy difundida, es justamente esta degradación de la muerte lo que constituye el ultraje específico de Auschwitz, el nombre propio de su horror.”[xii]
Pero la desaparición no fue solamente de sus cuerpos sino también de sus ideas pues había que asesinar la memoria. En este sentido si los desaparecidos quedan despojados de sus diferentes identidades políticas previas a la dictadura militar se deja de lado los intereses materiales y políticos que desencadenaron el exterminio.

Los campos de concentración-exterminio como la matriz oculta que aún produce efectos en la subjetividad

Si una sociedad no plantea sus responsabilidades difícilmente podrá comprometerse con sus problemas éticos y relativizará los conflictos vinculados con la impunidad, la justicia, la corrupción y la muerte. La dictadura militar además del dolor por los desaparecidos ha dejado la sensación de que todo es un presente perpetuo. Nuestro pasado reciente es una historia lejana y no un problema sobre el cual es necesario una revisión ya que ha dejado profundas huellas en nuestra subjetividad.
Ahora bien. Si ponemos el eje en los campos de concentración-exterminio es porque creemos que esta fue y sigue siendo una historia negada por la sociedad. En este sentido llamarlos Centros de Detención Clandestinos resulta más aceptable que llamarlos campos de concentración-exterminio ya que nos lleva a preguntarnos ¿Cómo una sociedad generó semejante barbarie? Y, aún más ¿Cuales fueron sus efectos en la subjetividad?
Durante gran parte del siglo XX la sociedad Argentina vivió bajo gobiernos militares. De esta manera las Fuerzas Armadas asumieron el papel mismo del Estado representando a diferentes sectores de las clases dominantes. En esos años la sociedad civil fue incorporando en su subjetividad un discurso autoritario reclamando a los militares para que impusieran orden ante la incapacidad de los partidos tradicionales para resolver las contradicciones políticas. Estos, a su vez, participaron en algunos de estos golpes militares asociándose en diferentes circunstancias.
Sin embargo el golpe de 1976 tuvo otras características. Un amplio movimiento social con reivindicaciones sociales y políticas se había extendido durante la década del ´70. Era sobre este movimiento social que había que implantar el terror para alcanzar un poder disciplinario que lograra imponer un proyecto político y económico donde desapareciera el disenso. Es decir, anular toda manifestación de rebeldía contra el orden social establecido a través del terror instalado en nuestros cuerpos.
Esta situación determina que la institución militar organizada como un aparato represivo más que como un aparato de guerra -como lo demostró en la guerra de las Malvinas- encuentra en la creación de los campos de concentración-exterminio y la desaparición de personas un método para inscribir el terror en el conjunto de la sociedad. Recordemos que hasta mediados del siglo XX las Fuerzas Armadas tenían como paradigma en su formación al ejército prusiano. Luego incorporaron los modelos represivos que se enseñaban en la Escuela de las Américas creada por EEUU y, fundamentalmente el llevado adelante por el ejército colonial francés en Argelia.
Como sostiene Agamben los campos se crean del estado de excepción y de la ley marcial. Allí se suspende toda ley. En este sentido los campos de
concentración-exterminio mostraban la cara oculta de una sociedad sometida a la arbitrariedad del poder donde la subjetividad atravesada por ese estado de excepción sólo podía generar miedo. De lo oculto no se podía hablar. Para ello había que mantener una disociación entre lo que se sabía y lo que se decía. La propaganda oficial planteaba que “el silencio es salud”. Por el contrario las que hablaban eran las “locas de Plaza de Mayo”.
Como dice Pilar Calveiro: “ Los campos de concentración, ese secreto a voces que todos temen, muchos desconocen y unos cuantos niegan, sólo es posible cuando el intento totalizador del Estado encuentra su expresión molecular, se sumerge profundamente en la sociedad, permeándola y nutriéndose de ella. Por eso son una modalidad represiva específica, cuya particularidad no se debe desdeñar. No hay campos de concentración en todas las sociedades. Hay muchos poderes asesinos, casi se podría afirmar que todos lo son en alguna sentido. Pero no todos los poderes son concentracionarios. Explorar sus características, su modalidad específica de control y represión es una manera de hablar de la sociedad misma y de las características del poder que entonces se instauró y que se ramifica y reaparece, a veces idéntico y a veces mutado, en el poder que hoy circula y se reproduce.”[xiii]
En la actualidad el poder concentracionario aparece claramente en las llamadas instituciones totales. Según la Comisión por la Memoria en un informe sobre corrupción, torturas y otras prácticas aberrantes en el Servicio Penitenciario Bonaerense titulado “El sistema de crueldad” plantea: “La cantidad de muertes en las cárceles bonaerenses resulta alarmante y puede considerarse el resultado de una verdadera política de exterminio”. Luego sostiene que las cárceles en la provincia de Buenos Aires “semejan a los campos de concentración que describe Primo Levi en su libro Si esto es un hombre”[xiv]. Esta situación puede extenderse a todas las cárceles del país.
En los asilos psiquiátricos el hacinamiento y la mala alimentación se ven compensado por psicofármacos que son utilizados para imponer el poder disciplinario.
Sin embargo el poder autoritario atraviesa el conjunto de la sociedad mutado en un discurso donde al pobre se lo mira con desconfianza. Donde una manifestación que produce un embotellamiento de tránsito se la denomina “caos”. Donde una huelga en un hospital público se la llama “terrorismo sanitario”. Es decir, donde en un discurso supuestamente democrático se criminaliza la protesta. Nuevamente el silencio es preferible al ruido de los diferentes sectores que reclaman por sus derechos.
En este sentido debemos tener presente lo que dice Juan Gelman en el prólogo del libro de Pilar Calveiro: “(esta) Advierte: ´la represión consiste en actos arraigados en la cotidianidad de la sociedad, por eso es posible´. Se trata de ideas sobre las que conviene meditar: la Historia está llena de repeticiones y pocas pertenecen al orden de la comedia”.


*Este artículo está basado en un capítulo del libro Las Huellas de la Memoria II. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina, Tomo II (1970-1983), Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, Editorial Topía, Bs. As, 2005.

*Dr. Enrique Carpintero
Psicoanalista

enrique.carpintero@topia.com.ar

Notas

[i] Agamben, Giorgio Medios sin fin. Notas sobre la política, Editorial Pre-textos, España, 2001, pág. 40.
[ii] La participación civil en el gobierno militar se puede corroborar en los siguientes datos: “El 35,3%, o sea más de un tercio de los actuales intendentes con tendencias políticas definidas de todo el país, son radicales; el 19,3% de esos intendentes son peronistas y el 12,4% son demócratas progresistas. Tan sugestivos porcentajes surgen de uno de los trabajos más minuciosos de relevamiento político interno que se conozca en la actualidad. Ese trabajo, realizado palmo a palmo sobre la extensión total del territorio nacional por los servicios de inteligencia del Estado, demuestra sobre los 1697 municipios censados, que sólo 170 intendentes, o sea el 10%, pertenecen a las fuerzas armadas; 649 intendentes, o sea el 38% carecen de militancia política definida y 878 intendentes, esto es, 52%, están de un modo u otro adscriptos a una corriente política concreta.”
“El detalle de los intendentes con tendencia política definida en todo el país es el siguiente (hasta fines de 1978): Unión Cívica Radical: 310 intendentes, 53,3%; Justicialismo: 169 intendentes, 19,3% ; Demócrata Progresista: 109 intendentes, 12,4% ; Movimiento de Integración y Desarrollo, liderado por Frondizi, (MID): 94 intendentes, 10,7% ; Fuerza Federalista Popular, liderado por Manrique: 78 intendentes, 8,9% ; Partidos Conservadores ajenos a nucleamientos nacionales: 72 intendentes, 8,2% ; Neoperonistas: 23 intendentes, 2,7% ; Demócratas Cristianos: 16 intendentes, 1,8% ; Partido Intransigente, Alende: 4 intendentes, 0,4%.” Marín, Juan Carlos, Los Hechos Armados, Ediciones La Rosa Blindada, Bs. As., 2003, págs. 67-68.
[iii] “ De modo que la excusa que todavía hoy se esgrime para justificar el golpe de Estado y que dice que no era posible combatir la guerrilla insurgente con las restricciones que imponía el ordenamiento institucional y jurídico de la democracia entonces vigente es una evidente falsedad. No sólo lo pudieron hacer (aun violando extensamente los derechos, como se hizo en Tucumán, con la conformidad del peronismo gobernante y la resignada aceptación de la oposición) sino que ya la habían prácticamente derrotado. Las propias Fuerzas Armadas, reiteradamente desde 1976, insistían en la debilidad militar y la impotencia operativa de las organizaciones guerrilleras. Y lo siguieron haciendo mientras consideraron que no debían dar cuenta de a nadie de un plan represivo que, como se dijo, tenía objetivos mucho más extensos que las fuerzas de la insurgencia armada. Recién cuando la dictadura enfrentó una oposición más sostenida, sobre todo internacional, y advirtió que no podía evitar las consecuencias de la extensa masacre civil que había llevado a cabo, apareció la línea argumental defensiva que decidió olvidar todo lo que anteriormente había sobre ‘bandas’ de delincuentes que sólo podían practicar el terrorismo y se inventó, hacia atrás, un enemigo más poderoso, un ejército en armas que habría estado a punto de tomar el poder.”. Vezzetti, Hugo, Pasado y Presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Editorial Siglo XXI, Bs. As., 2002, pág. 77.
[iv] Distribución de desaparecidos según profesión u ocupación: obreros: 30,2%; estudiantes: 21%; empleados: 17,9%; profesionales: 10,7%; docentes: 5,7%; autónomos y varios: 5%; amas de casa: 3,8%; conscriptos y personal subalterno de FFAA y de Seguridad: 2,5%; periodistas: 1,6%; actores, artistas, etc.: 1,3%; religiosos: 0,3%. Fuente: Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), Nunca Más, Bs. As., 1984.
[v] Diario La Prensa, Bs. As., 18 de diciembre de 1977.
[vi] Esta perspectiva acerca de la “subversión” no fue un invento de la dictadura. La misma se venía estudiando desde la década del ‘60 en los colegios militares. En el manual de estudio, Estrategia Psicosocial, se realizaba un análisis sobre lo psicosocial en el contexto de la estrategia e inteligencia del Estado. Al final se organiza un vocabulario de estrategia psicosocial donde se dice: “Guerra revolucionaria o subversiva: Si bien estos términos, desde el punto de vista técnico no se los suele considerar estrictamente sinónimos, en la práctica y a los fines de la receptividad pública general se conceptúan como tales. Se trata de una de las expresiones típicas y concretas de la guerra de nuestros días, la que se suele diferenciar de las otras dos, que son: la guerra clásica o convencional y la guerra en ambiente nuclear”. Poli, Jorge Heriberto, Estrategia Psicosocial, Editado por el Círculo Militar, Bs., As., 1979, pág. 283.
[vii] En Rossi, Paolo, El pasado, la memoria, el olvido, Ediciones Nueva Visión, Bs. As. 2003.
[viii] Timerman, Jacobo, El caso Camps, punto inicial, El Cid Editor para la Democracia en Argentina, Bs., As., 1982, pág. 50.
[ix] “De la enorme documentación recogida por nosotros se infiere que los derechos humanos fueron violados en forma orgánica y estatal por la represión de las Fuerza Armadas. Y no violados de manera esporádica sino sistemática, de manera siempre la misma, con similares secuestros e idénticos tormentos en toda la extensión del territorio. ¿Cómo no atribuirlo a una metodología del terror planificada por los altos mandos?...”
“Si nuestras inferencias no bastaran, ahí están las palabras de despedida pronunciadas en la Junta Interamericana de Defensa por el jefe de la delegación argentina, General Santiago Omar Riveros, el 24 de enero de 1980: ‘Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los Comandos Superiores.’ Así, cuando el clamor universal por los horrores perpetrados, miembros de la Junta Militar deploraban los ‘excesos de la represión, inevitables en una guerra sucia’, revelaban una hipócrita tentativa de descargar sobre subalternos independientes los espantos planificados.” CONADEP, op. cit., pág. 8.
[x] Andersen, Martín, op.cit.
[xi] Calveiro, Pilar, Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina, Editorial Colihue, Bs., As., 2004, pág. 92. Este libro es uno de los análisis más lucidos que se han realizado sobre los campos de concentración en la Argentina.
[xii] Agamben, Giorgio, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer II, Editorial Pre-Textos, España, 2002, pág. 74.
[xiii] Calveiro, Pilar, op.cit., pág. 28.
[xiv] Verbitsky, Horacio, diario Página/12, 14 de agosto de 2005.

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