30 diciembre 2006

Ecos de la renuncia de Horacio Tarcus a la Subdirección de la Biblioteca Nacional

Capitalismo Tecnocrático versus Institución Cultural Nacional


Es sabido, ya que el boletín electrónico difundido masivamente lo hizo público, que el Dr. Tarcus renunció a su cargo de Subdirector de la Biblioteca Nacional. Junto al texto de renuncia y a un informe de Gestión 2005/06, Tarcus deslizó una larga lista de acusaciones e injurias hacia el Director de la Biblioteca Nacional, Horacio González.
Dentro del marco de las repercusiones que la renuncia causó, es necesario hacer mención de la nota publicada hoy – 30 de diciembre de 2006 – por el diario La Nación, en la cual puede observarse una clara intencionalidad de plantear la renuncia de Tarcus como el zanjamiento final entre facciones políticas encontradas, presentando a González como un aliado de las ideas izquierdistas que se vinculan a su vez con la noción de atraso histórico-temporal y tecnológico. En este sentido, no es menor el dato consignando por La Nación al aclarar la posición del Secretario de Cultura, Dr. José Nun, quien manifestó sentir una predilección por el Dr. Tarcus al momento de designar al nuevo Director de la Biblioteca, tras la salida para asumir su cargo de legislador, de Elvio Vitali, ex director de la Biblioteca.
No creo que sea válido plantear, como lo hace Tarcus, un debate entre “Culturalismo y Modernización”. Esto supone un debate infantil y, por los menos, arcaico además de falso. El debate debe ser planteado, en todo caso, para discutir un tecnocratismo abstracto que supone cierta liviandad a la hora de analizar la historia de la Biblioteca Nacional y su finalidad definida por Paul Groussac y Jorge Luis Borges.
Entonces, para ofrecerle al lector una visión total de lo ocurrido, es que se publican a continuación, la carta del Director de la Biblioteca, Horacio González (Apreciaciones sobre una renuncia, lleva por nombre el texto) y la renuncia del ex Subdirector, Horacio Tarcus.

Conrado Yasenza



Apreciaciones sobre una renuncia

La renuncia del subdirector de la Biblioteca Nacional manifiesta la doble ignorancia de quien desconoce la naturaleza de esta institución –cuya complejidad técnica, simbólica y cultural es evidente-, y de quién hace pasar a primer plano un razonamiento lineal en un ámbito de delicados tejidos institucionales. La Biblioteca Nacional es una e indivisa. Nadie es dueño de sus trabajos y avances actuales. Tiene muchos proyectos en su interior y discusiones sobre cómo realizarlos, pero no admite –como no lo admite ninguna institución pública-, una partición presupuestaria y una doble dirección. Entre tantos otros borbotones de ira infundada, se queja Tarcus de que publicamos importantes revistas y libros, o de que propiciamos la segmentación de la Biblioteca para transformarnos en monarcas. Leyó mal la historia de la Edad Media: debe volver a su Marc Bloch o Georges Duby. Dar a luz La Biblioteca, una revista argentina de reflexión, investigación y debate no sólo no se contradice con ninguna de las demás tareas bibliotecológicas, sino que las sustenta y enriquece. Trabajar en instituciones que protagonizan su reconstrucción siempre implica el diálogo permanente y respetuoso, que lejos de sectorializar una entidad genera nuevas convocatorias al compromiso colectivo. Una institución pública tiene tanto de división de trabajo formal, de proyectos transversales como de archipiélago de ideas y situaciones. Y como es obvio, aumentar el salario es parte de la sensibilidad que toda institución debe tener -¿no es absurdo tener que aclararlo?-, lo que en nada se contrapone a comprar libros, como de hecho se ha estado haciendo en la mayor proporción de los últimos tiempos. Un pensamiento lineal, con temas de izquierda pero con resultados reales de derecha, con el infantil lenguaje de un capitalismo tecnocrático, no es la solución para nuestras Bibliotecas, y sobre todo para la Biblioteca Nacional. Desconocer que la Biblioteca Nacional fue fundada hace ya casi doscientos años y pretender fundarla otra vez con un cientificismo lejano a la verdadera ciencia, es un error y un desprecio. Confundirla con un mero centro de documentación es una imprudencia de principiante. La Biblioteca Nacional tiene en su interior centros de documentación, pero los excede en su complejo encadenamiento de símbolos, memorias y legados. Debo decir que la Biblioteca Nacional seguirá su tarea serenamente y con creatividad. Devolverle su rol rector como institución cultural nacional es nuestro objetivo permanente, tal como se ha asumido en el comienzo de esta gestión en 2004, y aunque constituye una tarea que llevará años, estamos abocados a la misma desde una perspectiva integral, que comprende la catalogación de todos sus acervos, la preservación y el enriquecimiento del patrimonio bibliográfico, y se extiende hacia todo el campo cultural en general. El Dr. Tarcus pudo haber participado con sus ideas, siempre valoradas, en muchos de los aspectos que aluden a carencias bien conocidas, en vez de cultivar exasperadamente una de las tendencias más irrelevantes de su estilo, la injuria sin fundamentos, el espíritu de mercería y un arrebato de soberbia que no mide consecuencias ni se atiene a responsabilidades asumidas. No es compatible estar en una institución y denigrarla a diario. No es elegante proponer que una institución particular de documentación histórica, que él fundara, sería más buscada por los lectores que la institución en la que era su subdirector. Enfrentarse a la mayoría del personal, nunca garantiza la eficiencia, aunque se la invoque. Lleva a profundas equivocaciones, en la medida que no hay realización, eficiencia y racionalidad sin ideas amplias sobre los pliegues complejos de la cultura. Un mesianismo de cuño gerencial, con nulo respeto por la vida democrática de una institución, pone en riesgo su condición de entidad homogénea, desde luego con muchas instancias y entrecruzamientos. La Biblioteca Nacional no precisa salvadores abstractos, tiene los textos bibliotecológicos de Groussac, la teoría de la biblioteca de Borges y el esfuerzo técnico y cotidiano de los bibliotecarios y bibliotecarias de la casa. La Biblioteca Nacional se extenderá hacia la ciudad con nuevas construcciones y se halla en una reflexión profunda para desarrollar el mejor camino para su actualización tecnológica, en consulta permanente con técnicos argentinos y extranjeros, además de hallarse en la inminencia de definir su software para los próximos tiempos. Ahí sí lectores e investigadores podrán percibir un adelanto palpable, sin infantilismos ni arrebatos. Ajeno a estos temas, el subdirector se preocupaba por publicar el índice de una importante revista de los años 40 –que entre tantas otras publicaciones está prevista para salir en el mes de abril de 2007- y pensaba que era posible aceptar con liviandad el proyecto Google para hacerse cargo de toda la bibliografía latinoamericana, sin siquiera considerar ciertas reticencias que otros países han presentado frente al mismo. Lamento personalmente que una relación que pudiera haber sido otra, tuviera este tropiezo que de todas maneras no alterará el rumbo de la Biblioteca Nacional. La construcción de una perspectiva estratégica, que parta de considerar la Biblioteca Nacional como una institución única y articulada, y retome sus grandes tradiciones, renovándolas y proyectándolas hacia el futuro, es lo que seguirá inspirando nuestros pasos, junto a sus lectores, sus investigadores y sus trabajadores.


Horacio González
Director de la Biblioteca Nacional





Buenos Aires, 27 de diciembre de 2006


Sr. Secretario de Cultura de la Nación
Dr. José Nun


Me dirijo a usted a fin de presentarle mi renuncia al cargo de Subdirector de la Biblioteca Nacional con el que me ha honrado un año atrás.
Motiva mi decisión la ausencia de respaldo por parte del Director de la misma, Dr. Horacio González, a las líneas de trabajo que he emprendido en la institución a lo largo de este año. No quisiera eludir que la decisión del Sr. Director de excluirme sistemáticamente de todas las instancias donde se toman las decisiones de fondo tiene su origen en una serie de crecientes desacuerdos respecto al perfil y a la misión de la Biblioteca Nacional, cuya gravedad hace ya definitivamente imposible un trabajo en común que resguarde tanto la necesaria eficacia como la debida coherencia que requiere cualquier gestión colectiva.
Mis desacuerdos con el Director respecto del perfil y de la misión de la Biblioteca Nacional no son un secreto para nadie. Se manifestaron vivamente en el seno del Consejo Asesor de Investigadores de la Biblioteca Nacional, ya en la segunda mitad del año 2004 y en el año 2005, en cuyas sesiones participamos —además del entonces Director, Elvio Vitali, y el entonces Subdirector, Horacio González— Hebe Clementi, Noé Jitrik, Nicolás Casullo, María Moreno, usted mismo hasta asumir el cargo de Secretario de Cultura de la Nación y quien suscribe. Como usted bien recordará, mientras Horacio González defendió enfáticamente una Biblioteca Nacional centrada en sus actividades de difusión cultural, otros miembros del Consejo insistimos en poner el eje en la modernización de la gestión bibliotecológica. El entonces Subdirector patrocinó la edición de libros de autores argentinos por parte de la Biblioteca Nacional cuando otros miembros sostuvimos la necesidad de producir catálogos e índices de publicaciones periódicas para uso de los lectores y una mejor difusión de su patrimonio. También promovió la edición de una revista de cultura nacional en desmedro de una publicación institucional mayormente orientada a temas de investigación relativos al libro, la lectura y la investigación bibliotecológica y archivística. El énfasis puesto por algunos de nosotros, así como por el conjunto del Consejo de Bibliotecarias, en la necesidad de modernizar la Biblioteca Nacional incorporando nuevas tecnologías informáticas fue reiteradamente resistido por Horacio González argumentando que dichas tecnologías vulnerarían las tradiciones culturales que condensaba la institución bicentenaria.
Felizmente, durante los años 2004 y 2005, tanto la responsabilidad y el profesionalismo con que trabajaron los Consejos asesores así como la sensatez con que llevó adelante su labor Elvio Vitali, impidieron que la gestión se fracturase en una estéril contraposición entre Tradición y Modernización, entre Cultura y Técnica, entre la Biblioteca Nacional entendida como Gran Centro Cultural y la Biblioteca Nacional concebida como reservorio y memoria bibliográfica de nuestra cultura, abiertos a los lectores en general y a los investigadores en particular.
Entiendo que uno de aquellos desacuerdos en apariencia menor fue particularmente sintomático de las tensiones que se terminarían desplegando a lo largo del presente año. Surgió en el seno del Consejo Asesor de Investigadores durante los meses de julio, agosto y setiembre de 2004 cuando Elvio Vitali propuso elaborar, discutir y hacer público un diagnóstico franco de la Biblioteca Nacional tal como la encontró, en estado sumamente crítico, al asumir su cargo en junio de ese año. Mientras Vitali, así como varios miembros del Consejo, defendimos la necesidad de "blanquear" ante la ciudadanía la situación real de la institución, el entonces Subdirector la resistió reiteradamente, argumentando que de ese modo "dañaríamos la imagen de la Biblioteca Nacional". Los que defendíamos la difusión contraargumentamos que la imagen negativa ya estaba ampliamente instalada en los medios y en la conciencia pública, y que dar a conocer un balance crítico de una institución significaba por parte de los funcionarios asumir un compromiso público de contribuir a sanearla y de restituir su misión. Felizmente, primó la opción por el compromiso público y una versión resumida del "Estado de situación institucional" fue presentada a la ciudadanía a través de una conferencia de prensa brindada el 20 de setiembre de 2004. Allí se reconocía que la Biblioteca Nacional presentaba entonces "un funcionamiento deficiente" y, por tanto, no cumplía adecuadamente con su misión de "acrecentar, registrar, preservar, conservar, custodiar y difundir la memoria impresa de la cultura del país, en cualquier soporte permanente de información".
Quisiera recordar que el informe señalaba que la Biblioteca no disponía siquiera de un inventario de todos sus materiales, lo que no garantizaba el acceso público a los mismos ni tampoco la integridad del patrimonio en custodia; reconocía la existencia de actuaciones internas y judiciales a causa de robos y de mutilación de materiales; que sus recursos informáticos eran "insuficientes" y estaban "desactualizados"; que los depósitos se encontraban desordenados; que el proceso de ingreso de materiales no estaba informatizado, lo que impedía una "eficiente fiscalización patrimonial"; que no existían estrategias de acrecentamiento de las colecciones, ni tampoco políticas de resguardo de los materiales dañados, tales como la microfilmación y digitalización.
Respecto de la situación institucional, el informe sugería que la debilidad de las direcciones, casi siempre efímeras, se venía compensando con la intervención de los sindicatos en funciones propias de la conducción, mientras las líneas de conducción desde la cúspide hasta la base estaban quebradas. Los niveles de ausentismo, se puntualizaba, eran muy altos, el nivel salarial era bajo y no existía un sistema de estímulos para el personal. Dado este marco, concluía el informe, "los niveles de productividad resultan en general muy bajos", máxime teniendo en cuenta que "la demanda de servicios no resulta muy elevada": la Biblioteca Nacional tenía para junio de 2004 un promedio de 630 usuarios diarios y 905 consultas diarias.
Han transcurrido más de dos años desde aquel diagnóstico crítico. Desde entonces se han dado algunos pasos importantes a favor del saneamiento institucional, pero otros pasos —sobre todo en los últimos meses— se dieron hacia atrás, tornando aún más grave la situación.
La gestión que encabezó Elvio Vitali había dado un paso decisivo, sobre todo al poner en marcha durante el año 2005 el Programa Inventario de Libros. Con el eje puesto en la realización del Inventario, la tendencia que expresaba el entonces Subdirector, Horacio González, y que postulaba la Biblioteca sobre todo como un Gran Centro Cultural, quedaba de algún modo contenida y subordinada. Pero desde que Elvio Vitali renunciara, en diciembre de 2005, a su cargo de Director de la Biblioteca Nacional para asumir el de Legislador, ese equilibrio se alteró. Al asumir como Director el Dr. Horacio González, se invirtió la relación de fuerzas, perdiéndose el impulso de modernización tecnológica y saneamiento administrativo que Vitali había logrado comenzar a imprimir en la Biblioteca Nacional. El proyecto de la Biblioteca como Gran Centro Cultural pasó a ocupar el primer plano. A dicho proyecto se orientaron crecientemente recursos materiales y humanos, la mayor parte de las energías institucionales y la política de prensa y difusión. No casualmente, y previendo el curso que el nuevo Director le imprimiría a la gestión, para fines del año 2005 renunciaron, junto a Elvio Vitali, la Directora de Atención al Usuario y el Consejo de Bibliotecarias en pleno. Aunque no explicitaron las razones de sus renuncias, su sentido no tardó en alcanzar estado público y así supo reflejarlo la prensa.
Mi designación, en diciembre de 2005, como Subdirector de la Biblioteca Nacional con el objetivo de asumir y continuar las tareas bibliotecológicas que había emprendido la gestión Vitali con el apoyo de los Consejos asesores, fue un intento vano para conjurar el curso "culturalista" que a ojos vista tomaría la Biblioteca Nacional bajo la Dirección de Horacio González. Vano fue también el ensayo que hicimos el 5 de diciembre de 2005 de celebrar un "Acta de compromiso" entre usted, el director saliente de la Biblioteca, su actual Director y quien suscribe. El "Acta" fue un intento —hoy vemos que fallido— de fijar una continuidad entre la gestión que concluía en diciembre de 2005 y la que allí empezaba, y de establecer una cierta división de funciones entre el Director, que continuaría desplegando sus políticas de gestión cultural, y el nuevo Subdirector, que se consagraría a lo específicamente bibliotecológico e institucional.
Para la elaboración de dicho protocolo, la Subdirección propuso abocarse a: 1. La conclusión del Programa Inventario de Libros y Folletos 2005/2006 ; 2. La creación del Proyecto de Organización de Archivos de Manuscritos y Material Inédito; 3. El ordenamiento y acceso a Depósitos Generales de Material; 4. El Proyecto de reordenamiento de depósitos de Hemeroteca - Proyecto de Inventario de Hemeroteca; 5. El Proyecto de Inventario de Partituras; 6. El Proyecto de Recuperación Patrimonial, cuyo objetivo consistía en completar en forma sistemática las colecciones existentes a través de la gestión de donaciones y de compras; 7. El fortalecimiento de la política de Canjes y Donaciones; 8. La orientación de un Proyecto de Microfilmación y Digitalización; 9. El impulso de un Proyecto de Ediciones de Catálogos e Índices; 10. La contribución al mejoramiento en la atención al lector en general, y al investigador en particular; 11. La creación del Boletín Electrónico para favorecer la comunicación con lectores, donantes, editores, bibliotecas y otras instituciones.
Por su parte, el Director propuso desarrollar una política de relaciones internacionales, sobre todo con otras bibliotecas nacionales latinoamericanas, promover tareas solidarias con la comunidad como el Tren Social y Sanitario de Monte Caseros, trabajar en la construcción de una Bibliografía Nacional, proseguir con la edición de obras antiguas u olvidadas y con la revista La Biblioteca. Poco después anunció públicamente el lanzamiento del Centro Cultural anexo a la Biblioteca a erigirse en la Av. Las Heras, proyecto que se iniciaría con la demolición de los edificios contiguos pertenecientes a la institución y comprometiendo para ello gran parte del presupuesto y de los recursos humanos disponibles.
El protocolo que firmamos los cuatro sumó ambas propuestas, pero lamentablemente no estableció una relativa autonomía ni un presupuesto propio para la gestión cultural que asumiría la Dirección, de una parte, y la gestión bibliotecológica que asumiría la Subdirección, por otra.
Como se desprende del "Informe de Gestión" de la Subdirección de la Biblioteca Nacional que adjunto a la presente, si bien asumí otras tareas que no tenía previstas —como la ampliación del depósito del Tesoro, o la puesta en funcionamiento de los montacargas que comunican las salas de materiales especiales del tercer piso con sus depósitos en el cuarto—, me aboqué a lo largo del año a la realización de estas once líneas de trabajo. No sin resistencias internas, algunas han concluido exitosamente (como el Programa Inventario de Libros o la creación del Área de Archivos), otras se encuentran en estado avanzado (como el ordenamiento de los depósitos de Hemeroteca y el Proyecto de Recuperación Patrimonial), mientras que algunas, finalmente, recién vienen dando en los últimos meses sus primeros pasos (como el Inventario de Partituras y el de Hemeroteca). Aunque con ritmos diferenciados, en varias de estas líneas (aunque no en todas) se han logrado reunir equipos de trabajo que asumieron con interés y profesionalismo el desafío, colaborando con su esfuerzo en estas propuestas realizadas por la Subdirección, y a quienes agradezco la confianza y la honestidad con la que procedieron.
En algunas áreas fue imposible avanzar más allá de los primeros pasos, como por ejemplo en la edición de catálogos e índices, pues dicha línea de trabajo chocó abiertamente con la política de ediciones excluyente que se impulsó desde la Dirección. En efecto, el índice de artículos y autores de la revista Hechos e Ideas preparado por Roberto Baschetti y precedido de un estudio preliminar del historiador Alejandro Cattaruzza, esperó en vano su ingreso a la imprenta desde marzo del año 2006. En cambio, a lo largo del año 2006 se publicaron seis volúmenes de la Colección "Los raros" que dirige Horacio González y un ejemplar de la revista La Biblioteca de 560 páginas impreso en papel ilustración, pero ni uno solo de los catálogos e índices que con mucha mayor anticipación había preparado la Subdirección.
El objetivo que guió mi gestión a lo largo del año fue la búsqueda por consolidar una política de transparencia respecto de las prácticas administrativas y bibliotecológicas que lleva a cabo la institución, transparencia que contribuyera a restablecer vínculos activos con los donantes, con los editores y con todo el universo bibliotecológico; una política de visibilidad del patrimonio que atesora la institución que intentara restablecer un vínculo activo con lectores e investigadores. Para lograr transparencia y restablecer así la confianza en la institución, era indispensable una urgente modernización de la Biblioteca Nacional, una de cuyas aristas más importantes (aunque no la única) era la adopción de un sistema informático integrado, capaz de ofrecer a los lectores y a la propia institución un seguimiento preciso del recorrido de sus publicaciones, desde su ingreso hasta su ubicación en el estante, pasando por su préstamo en sala de lectura o su tránsito por el taller de restauración.
Semejantes objetivos de transparencia y modernización encontraron al interior de la Biblioteca, como no podía ser de otro modo, apoyos de algunos sectores y la obstinada resistencia de otros. La resistencia provino de los que están acostumbrados a la rutina de no rendir ni pedir cuentas; de los que consideran que el sueldo proveniente del empleo público es una suerte de seguro básico que no obliga a contraprestación laboral alguna; de los que manejan los recursos materiales y humanos de su oficina como un "kiosco" para su propio beneficio; de los funcionarios domesticados que vienen haciendo "la plancha" desde hace años y que recelan de todo aquel que demuestre en la práctica que aún en la administración pública las cosas pueden transformarse; y, en fin, del viejo sindicalismo burocrático y clientelista.
Lejos de constituir una sorpresa, el "Acta" firmada un año atrás contemplaba explícitamente que una política de transparencia y modernización impulsada conjuntamente desde la Dirección y la Subdirección afectaría a ciertos grupos e individuos que defenderían los espacios "conquistados" como "cotos cerrados", que se aferrarían a sus microsaberes y micropoderes en tanto que "derechos adquiridos". El problema no consistió en estas previsibles resistencias, sino en la defensa teórica y práctica, no tan previsible, que hizo el Director de la existencia y del funcionamiento de estos micropoderes y microsaberes en términos de "las más hondas tradiciones de la administración pública argentina", e incluso del "drama de la Argentina profunda". La Dirección no ha buscado, tal como se había comprometido a través de la firma del "Acta", limitar el poder de los sindicatos a las cuestiones específica y legítimamente gremiales, sino que virtualmente ha institucionalizado su codirección para la toma de todas las decisiones, grandes, medianas y pequeñas, delegando así responsabilidades que le son propias. La cadena de mandos de las direcciones y las jefaturas sigue quebrada, pues los empleados no responden a los poderes formales sino a los reales, que son los que en definitiva sancionan castigos y otorgan beneficios (como horas extras, plus salariales, etc). Los jefes y los coordinadores sólo ejercen una autoridad nominal, en desmedro del ascendiente que logran ciertos liderazgos sectoriales en el reparto de prebendas y cuotas de poder. La Biblioteca Nacional sólo formalmente constituye una unidad institucional. Es una suma inarticulada de poderes reales que no figuran en ningún organigrama, pero son los que operan cotidianamente.
Sé bien que no es tarea sencilla modificar profundamente esta situación, que por otro lado afecta desde hace décadas a la totalidad de la administración pública nacional. Pero creo que en una relación de fuerzas dada, pueden lograrse avances, retrocesos o estancamientos respecto de una reforma profunda de las instituciones del Estado. Por ejemplo, bajo la gestión de Elvio Vitali se dieron pasos importantes en la Biblioteca Nacional en el sentido de fortalecer la Dirección, las direcciones de áreas y las jefaturas en desmedro de dichos "poderes reales". En cambio, bajo la gestión capitaneada por González la Biblioteca Nacional ha vuelto a caer a uno de los niveles más bajos de institucionalidad o, lo que es lo mismo, de soberanía absoluta de los poderes de hecho. En su vocación negociadora con estos micropoderes, la gestión González ha sancionado una suerte de estructura de poder feudal. En el marco de esta lucha sin cuartel entre cotos cerrados, el Director se presenta ante a cada uno de ellos como una suerte de monarca concesivo y dadivoso.
Lamentablemente, el presupuesto de la Biblioteca Nacional se ejecuta a través de estas sordas pujas intersectoriales, jugando el Director un deslucido papel de moderador. La "buena prensa" obtenida este año por la Biblioteca Nacional, en parte gracias a la concreción del Programa Inventario, y en parte también como efecto de la enorme oferta de actividades culturales que fue reflejando la prensa diaria, favoreció sin duda el notable crecimiento del presupuesto asignado. Dicho presupuesto pasó de alrededor de 7 millones de pesos para el año 2004 a casi 12 en el año 2005 y a 17 millones en el año en curso (sin contar los llamados "refuerzos" que se solicitan a fin del ejercicio, y que este año hicieron que el presupuesto anual de la Biblioteca Nacional rondara los 20 millones de pesos). Una cifra nada desdeñable, pero al ser distribuida según dichas pujas sectoriales, apenas una ínfima porción fue destinada a enriquecer el patrimonio de la Biblioteca, mientras que la gran mayoría del presupuesto fue destinado a mejorar la situación salarial del personal así como a generar nuevas e incontroladas contrataciones.
El Director, a través de sus reiterados discursos, se ufana en haber consagrado la unidad de lo que llama la "comunidad bibliotecaria". Así lo expresó, por ejemplo, en octubre de este año, cuando inauguró ante el personal de la institución el Comedor Comunitario "Raúl Scalabrini Ortiz" en un espacio que el proyecto original del edificio consagraba al primer tramo del circuito de ingreso de los libros y otros materiales a la Biblioteca. En su esfuerzo por integrar dicha "comunidad bibliotecaria" —una suerte de versión bibliotecológica de la Comunidad Organizada—, ha otorgado a los "poderes reales" espacios físicos y simbólicos de la Biblioteca y la parte sustancial de los recursos materiales de su presupuesto. Semejante empeño de conformar a todos y cada uno de los empleados y grupos de la Biblioteca sería casi inobjetable si no fuera por un detalle: en su "comunidad bibliotecaria" hay un gran ausente, y ese ausente es el lector. Y si es cierto que muchos empleados estuvieron durante años "castigados" con sueldos bajos, el más castigado de la Biblioteca Nacional es este actor casi invisible y casi inaudible, porque no está organizado, porque no tiene gremios, porque no puede responder a la desconsideración de la que es objeto sino con su ausencia, con su creciente emigración a otras bibliotecas. Y esta es la gran paradoja de la Biblioteca Nacional: el gran ausente es el lector, cuya existencia misma se identifica con el sentido y la misión de la Biblioteca. Significativamente, uno de los espacios a través de los cuales el lector podía sentirse, al menos en parte, invitado a participar de las discusiones acerca del curso a imprimirle a las políticas institucionales en esta Biblioteca, como era el Consejo Asesor de Investigadores, sólo fue convocado dos veces durante el año 2006 —la primera de ellas en marzo y la última en julio—, sin que se les participara activamente de ninguno de los proyectos.
Lamento, Dr. Nun, contradecir cierta imagen tranquilizadora que de la Biblioteca Nacional se ha logrado construir no sin cierta eficacia comunicativa, pero me veo obligado a señalar que el cuadro crítico presentado en setiembre de 2004 por la gestión Vitali aún permanece, en sus líneas generales, crudamente vigente. El presupuesto de la Biblioteca Nacional crece de modo exponencial y al mismo tiempo el patrimonio crece de modo vegetativo y la cantidad de lectores cae de modo exponencial.
Por ejemplo, a lo largo del año 2006 la política de contratación de personal de la Biblioteca Nacional continuó anclada en una de las peores tradiciones de la administración pública nacional. Me refiero a la política de "cuotas" de los poderes reales que admite de hecho la contratación de nuevo personal según el peso relativo de cada uno de ellos. Según un memorando interno producido por uno de los delegados gremiales, hasta setiembre del año 2006 la Dirección había incorporado 19 contratados, mientras que UPCN había incorporado 9, ATE 7 y SOEME 2. Dicho memorando atribuye a la Subdirección la incorporación de 6 contratados. En verdad, si bien es indudable que promovimos la contratación de profesionales para cubrir cargos en diversas áreas de la Biblioteca, desde la Subdirección hemos rechazado reiteradamente el método de las "cuotas", no sólo porque sirve a la construcción de "clientelas" políticas y gremiales, sino porque distorsiona el regular funcionamiento de la institución. No quiero con esto, ni mucho menos, descalificar a todos y cada uno de los contratados que ingresaron a trabajar este año a la Biblioteca Nacional: en algunos casos me consta que se han desempeñado excelentemente. De cualquier modo, creo que el compromiso laboral es totalmente distinto cuando se ingresa de modo transparente que a través de padrinos, cuando se ingresa para cubrir una vacante real que como resultado de una presión, cuando hay postulación y selección transparentes que cuando se dan los clásicos "acomodos". La incorporación de personal contratado es una responsabilidad de las autoridades de la institución y debe cubrirse atendiendo a las demandas reales de las diversas áreas y no según la presión de los gremios o los grupos de poder. Las convocatorias deben ser abiertas y públicas, especificándose el perfil técnico de la persona a contratar. Para enfrentar este grave problema, propusimos en nota a la Dirección la creación de un Comité de Selección de Personal Contratado integrado por representantes de la Dirección, la Subdirección, las respectivas Direcciones, el Jefe de Personal y el Jefe del área que solicita el empleado. El Comité debería constituirse para atender las solicitudes de personal por parte de los jefes y coordinadores, abrir una convocatoria pública y finalmente escoger entre los postulantes, evaluándolos a través de la lectura de los curricula vitae y de entrevistas personales. Cada gremio debería enviar un veedor para garantizar la transparencia de la selección.
La propuesta de la Subdirección fue reiteradamente rechazada por la Dirección como "poco realista", por desconocer "las antiguas tradiciones que laten en lo más profundo de la administración pública", por ignorar, en fin, una vez más, "el drama de la Argentina profunda". Pero la enorme presión de los pasantes universitarios, inicialmente contratados para trabajar cargando datos en el Inventario de Libros, para pasar al estatuto de empleados contratados, obligó finalmente a la Dirección a sancionar mediante una Resolución, firmada a fines de este año, la constitución de un Comité de Selección.
La Resolución podría ayudar a fortalecer la débil institucionalidad de la Biblioteca Nacional, pero en la medida en que no se desactive el funcionamiento de los grupos de poder real, el Comité de Selección —así como los concursos convocados para marzo de 2007 para cubrir los cargos de las cuatro Direcciones estructurales— corre el riesgo de convertirse en una suerte de cobertura institucional de una puja facciosa de poderes. El sistema de "cuotas" podría seguir funcionando, pero bajo la máscara institucional de un Comité de Selección de Personal…
En fin, en la medida en que no existe una Dirección dispuesta a asumir a fondo sus responsabilidades, cada "feudo" queda de algún modo librado a su propia suerte, a sus propias reglas y a sus mandos "reales". El ausentismo del personal, según un estudio realizado en el año 2005, arañaba el 30%, siendo además muy débil el control de permanencia del personal en el puesto de trabajo.
La Biblioteca Nacional funciona deficitariamente, pero no por falta de personal: entre empleados de planta y contratados la cifra trepa hoy a los 400 trabajadores. Si a esto le sumamos 65 pasantes y 10 bibliotecarios contratados para la realización de los Inventarios, la cifra supera las 450 personas. Es una cifra superior a la cantidad de empleados de la Biblioteca Nacional del Brasil (422 en el año 2001 según cifras de ABINIA), pero alarmante si se tiene en cuenta que dicha Biblioteca atesora tres millones y medio de volúmenes (sin contar los 870.000 volúmenes que resguarda en el Tesoro), contra los magros 800.000 de nuestra Biblioteca Nacional (y apenas 30.000 estimados en nuestro Tesoro). El dato es significativo, pues ambas bibliotecas nacionales son beneficiarias del Depósito Legal, pero mientras el desarrollo de la industria editorial brasileña sólo ha sido intenso en las últimas dos décadas, en la Argentina conocimos un desarrollo sostenido a lo largo de todo el siglo XX y particularmente intenso entre la década de 1930 y la de 1980. Quisiera señalar también que la Biblioteca Nacional de México disponía en el año 2001 de dos millones de volúmenes y la Biblioteca Nacional de Venezuela de 2 millones y medio.
Nuestra Biblioteca cuenta entre su personal con apenas un poco más de 50 bibliotecarios, una docena de informáticos y otra docena de licenciados en Letras y Ciencias Sociales. Aproximadamente el 75% de su personal no tiene calificaciones profesionales para trabajar en una biblioteca, cumpliendo tareas administrativas o de acarreo en los depósitos. La Biblioteca Nacional del Brasil tiene en total 276 profesionales y técnicos (un 65,40% del total) contra 139 administrativos (32,94%) y 7 directivos (1,66%). Dicha Biblioteca, considerada por UNESCO como la octava biblioteca nacional del mundo y la mayor de América Latina, posee un mecanismo estructurado para la compra de material bibliográfico en el exterior con el objetivo de reunir una colección de obras extranjeras en las que se incluyan libros relativos a Brasil o de interés para el país; elabora y divulga la bibliografía brasileña a través de un Boletín Bibliográfico y mediante el Programa Biblioteca Nacional Sin Fronteras tiene como objetivo la creación de una biblioteca digital, concebida como un espacio virtual donde se integren las colecciones digitalizadas, los recursos humanos y los servicios ofrecidos al ciudadano. La Biblioteca Nacional argentina, con una dotación mayor de personal, carece absolutamente de proyectos semejantes.
En suma, nuestra querida Biblioteca Nacional, que debería ser el reservorio de nuestra vasta actividad editorial, la cabeza del sistema bibliotecario nacional, el epicentro de la elaboración de la Bibliografía y la Hemerografía Nacionales, la avanzada en la proyección de una biblioteca digital, viene difuminando su identidad, viene ofreciendo un servicio deficiente y viene perdiendo lectores, por no hablar de los investigadores. La función de gran biblioteca pública la ha perdido en manos de la Biblioteca del Congreso. También la Biblioteca del Congreso, así como el Centro de Estudios Históricos del Parque de España de Rosario y otras instituciones, la han aventajado con creces en políticas de microfilmación. La Academia Argentina de Letras ha tomado el lugar que la Biblioteca Nacional dejó vacante en lo que hace a políticas de digitalización de su patrimonio cultural. Los investigadores la han dejado como biblioteca de última instancia, para reorientarse a bibliotecas especializadas, como la Biblioteca del Maestro, o las bibliotecas universitarias, o a centros de documentación como la Fundación Espigas, el CEDODAL o el CeDInCI. Según datos elaborados por la Dirección de Atención al Usuario, la cantidad de lectores cayó en el presente año, respecto del año anterior, en un 20%. Según una lista confeccionada por dicha Dirección, de los mil libros más pedidos se desprende que los lectores habituales son sobre todo estudiantes de Derecho y de Medicina que solicitan libros de texto universitarios. En suma, el material que solicita mayoritariamente el lector poco tiene que ver con el riquísimo acervo cultural que atesora la Biblioteca Nacional
La Biblioteca Nacional argentina ya no es aquella antigua y memorable biblioteca clásica de la calle México, donde habitaban los fantasmas de Groussac y de Borges que en vano invoca su actual director. Ya sin el aura de la antigua Biblioteca Nacional, el traslado a la nueva sede durante el período 1991-1992 en la época de la fiesta menemista, signó a la nueva Biblioteca, condenada a sobrevivir sin las glorias de la tradición ni tampoco con las ventajas de la modernización. En quince años transcurridos desde que se inauguró la nueva sede de la calle Agüero, los sucesivos proyectos de informatización (con la excepción del Programa de Inventario de Libros), fracasaron uno a uno. Como testimonio de dicho fracaso, quedan en el Departamento de Informática alrededor de 77 bases de datos, cargadas en distintos formatos, muchas de ellas ya irrecuperables. Este sólo dato —77 bases de datos—, habla a las claras de la ausencia de una política orgánica de informatización y de modernización integral de la Biblioteca Nacional, habla de su feudalización, de la imposibilidad de garantizar el efectivo acceso al lector de todos los materiales que atesora así como de la imposibilidad de garantizar el resguardo de ese patrimonio.
Esto significa que iniciado el siglo XXI, la Biblioteca Nacional de nuestro país sólo cuenta, gracias al Programa Inventario, con un catálogo automatizado de menos de 800.000 registros, que corresponde a los libros y folletos de su Colección General. Quedan fuera de este catálogo automatizado todas las colecciones especiales de manuscritos, partituras, mapas, fotografías, grabados, dibujos, publicaciones periódicas y obras antiguas resguardadas en el Tesoro. De modo que el catálogo disponible desde hace apenas seis meses para los lectores a través de Internet, que es hoy el principal instrumento de difusión de sus colecciones en el mundo, es un desarrollo incompleto. Todos los demás procesos se gestionan de forma totalmente manual, desde la gestión de las nuevas adquisiciones y el control de los ingresos por depósito legal, hasta la circulación de los fondos en la Biblioteca, el seguimiento de la recepción de las entregas de las publicaciones periódicas, la gestión de los catálogos colectivos, etc. En suma, la Biblioteca Nacional realiza un conjunto complejo de procesos con escasa o nula integración, que impide ofrecer un servicio a eficaz y rápido a los lectores y que sin embargo consume muchos recursos humanos.
En fin, Dr. Nun, las cifras volcadas en esta carta apenas dan una idea somera de la situación crítica que todavía vive nuestra Biblioteca Nacional. Aunque no desdeño ni mucho menos las actividades culturales que puedan desplegarse desde su sede —la Subdirección incluso ha impulsado algunas de ellas, como el Ciclo de Poesía y Música y el Ciclo de Cine Mudo con Piano en Vivo—, creo que el rumbo que debería retomar la Biblioteca Nacional es el que se había iniciado con la gestión Vitali en junio del año 2004 y que se perdió en el año 2006: es el rumbo de su modernización, de su informatización integral, de su saneamiento administrativo, de la capacitación de su personal y de la incorporación a través de concursos públicos y transparentes de los bibliotecarios e informáticos que necesita con urgencia.
Doy por descontado que buena parte del personal de la actual Biblioteca Nacional acompañaría este rumbo, así como ciertos sectores gremiales que han comprendido la necesidad de fortalecer un nuevo sindicalismo, hoy apenas incipiente. Lo que hoy no existe es una Dirección con la convicción intelectual y el coraje cívico para sostener esta orientación, más allá de sus resonantes declaraciones públicas. Lejos de la celebración de eventos sociales y de viajes protocolares, la Biblioteca Nacional requiere de un equipo de Dirección con competencia acreditada en la gestión bibliotecaria, capaz de brindar respaldo y confianza a un equipo técnico que encare prácticamente la tan mentada modernización.
Agradeciendo la confianza depositada en mi nombramiento y esperando que el Informe no defraude las expectativas, lo saluda cordialmente

Horacio Tarcus
Subdirector






29 noviembre 2006

Editorial


De qué hablamos cuando hablamos del agua

Ahora... Al término de... y las imágenes de una de las novelas con mayor audiencia se suceden en la pantalla del televisor. Ya llega... Ahora... Casi medianoche y la reserva acuífera del Iberá, esa espléndida y subterránea masa de agua dulce, sacude el insomnio y la conciencia de la no muy poblada audiencia que arriba a la región luego de un trasnochado zaping.
Unos días atrás, en la televisión por cable, el misterioso Sr.Tompkins cobró vida mediática, por lo menos su nombre, a través de una discusión entre el funcionario kirchnerista D’Elía y el camaleónico partidario de la oposición Rodríguez Larreta. El tema fue la irrupción de D’Elía cortando los candados de las tranqueras en los campos del Sr. Tompkins. Todo quedo en una bizantina discusión entre los dos invitados, plagada de acusaciones e insultos que serán devorados por la fugacidad de la imagen. Del Sr. Tompkins y de cómo y por qué ha comprado y cercado gran parte de los esteros del Iberá en Corrientes, nada. Una oportunidad más desperdiciada para tratar de acercar luz (¿profundizar, buscando la vertiente?) sobre un tema sensible que compromete nuestras reservas naturales. Es decir, el futuro del país. Pero no, el griterío y la superposición de voces vende más, aunque revestido de seriedad. Es claro como el agua: las peleas en televisión no son sólo patrimonio de los programas de chimentos.
Mientras tanto los verdaderos dueños de la tierra están atrapados entre alambres, negados en su identidad y en sus derechos, y hasta imposibilitados de circular libremente por la tierra que desde siempre habitaron. El agua ya no les pertenece, no pueden llegar hasta ella. ¿Y por qué?. Bien, porque el Sr. Tompkins así lo quiere. Él se siente dueño hasta de la vida de las personas del lugar. Él ha comprado las tierras con la gente, los animales y el agua incluidos. Él, El Sr. Tompkins, haciendo uso del más arrogante cinismo, dice estar preocupado por la conservación del medio ambiente; el problema de la gente es una cuestión de desigualdad social (le parece natural) que debe ser atendida por el Estado y no por él; Estado al que le devolverá las tierras que compró transformadas en maravillosas reservas y parques naturales, como las vendidas a seis veces más su precio a la para nada contaminante pastera chilena.
Pero, ¿Y el gobierno Provincial?. Porque alguien vendió esas tierras consideradas patrimonio y reserva natural del país, alguien lo autorizo y alguien hizo la vista gorda también. ¿Y el gobierno Nacional? ¿Qué responsabilidad tiene en todo este asunto, mas allá de las intempestivas acciones del funcionario D’Elía que no representan una formulación, en modo directo y en forma explicita, de la postura del propio gobierno nacional?. ¿No debería ser declarada una cuestión de Estado y obrar en consecuencia? Porque lo que rápidamente se puede observar es que nuestro país no es dueño de sus reservas energéticas, como el petróleo, ni de las reservas naturales, como el agua de la cuenca acuífera Guaraní. Y más allá de los escépticos y los falsos ambientalistas, el agua es el recurso del futuro. El Sr. Tompkins lo sabe, por eso ha comprado la tierra y no para venderla en botellitas de agua mineral, aunque puede ser parte del negocio.
Así dadas las cosas, en nuestro país no hará falta una guerra de ocupación como en Medio Oriente, ya que la ocupación es hoy, ahora, y no al término de ninguna novela. El futuro llegó hace rato, todo un palo, ya lo ves.

Conrado Yasenza

La Columna Grande


¿Y DONDE ESTÁ EL ENEMIGO?

Escribe Alfredo Grande
(especial para La Tecla Eñe)

El título del primer capítulo de “El misterio del cuarto amarillo”, escrito por Gastón Leroux (el mismo de El Fantasma de la Opera) es el siguiente: “Donde uno comienza a no entender nada”. Con mis nunca curadas manías por las analogías, podría decir que esta democracia amarilla para mí es un misterio y que hace tiempo que he comenzado a no entender nada. No es un mal comienzo empezar por no entender. Una vacuna anti blumberg siempre es necesaria, sobre todo para impedir que el código penal sea la única fuente de razón y justicia. Pero más allá del padre que nunca fue de la plaza, hay una tendencia cada vez menos disimulada a pensar y tratar como enemigo a los que en la actualidad, y desde hace mucho mas que treinta años, vienen sosteniendo las luchas y rebeldías contra todas las formas del denominado “costo social del ajuste”. Sea un costo pagado en dictadura o en democracia. La cultura represora no descansa, al igual que las bolsas de comercio del mundo globalizado. Y prueba de ese no descanso es que la consigna de la izquierda revolucionaria (en la que incluyo a partidos políticos de la denominada izquierda orgánica, blanco predilecto del macarteo de todos los gobiernos) de no pago de la deuda externa quedó clonada en el anglicismo: default. Con la hipocresía de los impunes, se entró al default con la misma alegría que se salió del default. Se pasó en 30 años de una política de rebeldía frente a lo insaciable del Imperio, a un tema de caja registradora. Uno de los méritos indudables de estas democracias paridas de nalgas, es que El Enemigo (si prefieren los enemigos) logra el mayor logro al que puede aspirar un vampiro succionador: ser invisible. Entonces el problema no es que el enemigo no está donde siempre estuvo (la mansión rose) sino en definir, en este momento histórico, político y económico, donde está para ir a buscarlo y enfrentarlo. Al menos, con el intento de no consentir por aquiescencia democrática la masacre de niños y no tan niños en las guillotinas de las necesidades básicas insatisfechas. O peor aun: satisfechas de la peor manera, paco mediante.
En el discurso realizado en el Colegio Militar, nuestro Presidente omitió referenciar la maquinaria imperial con nombre y apellido, y esto si bien es entendible, no lo es tanto cuando desliza un reproche a la caracterización de Videla como general democrático. Este verdadero ritual del anticomunismo vernáculo empalidece frente a la desmentida que el peronismo como tal hace de la década menemista. (Para el interesado en consultar sobre los extraños fenómenos de aparición de “OPNI”, objetos peronistas no identificados, sugiero leer mi trabajo “Se equivocó la cigüeña” en esta misma revista) Desde ya, sigue vigente el anatema que toda crítica al peronismo es marca indeleble de gorilismo. Este ataque al pensamiento crítico sobre el más importante movimiento popular de la Argentina, cristaliza el instituyente en un instituido burocratizado que algunos llaman Partido Justicialista. El mismo Presidente quiso demolerlo al apelar a la transversalidad. Ajeno a las cuestiones del poder terrenal, ignoro el destino de ese intento que me parece da cuenta de la fosilización de muchas estructuras partidarias, incluso las “plebiscitadas”. El pasaje del otrora recontra alcahuete a las filas del oficialismo da cuenta que no solo la momia regresa varias veces. Por eso lo que me interesa es pensar a la producción de subjetividad K en el marco de la batalla de ideas, y la búsqueda de políticas de liberación en detrimento de políticas de administración prolija y seria (¿obsesiva?) de la dependencia. En ese sentido creo que la idealización es opuesta al ideal. Y que la idolatría del metarelato se opone a la micropolítica del cotidiano revolucionario. Aclaro, antes que oscurezca. Los afiches que aparecieron posteriormente a que la militancia de izquierda quedó marcada como siniestra, donde en letras de molde se afirma: Madres de la Plaza, el pueblo las abraza, apunta a la idolatría. Quien esto escribe publicó en el 2001 un articulo Los Enemigos del Pueblo (capítulo de Psicoanálisis Implicado: la marca social en la clínica actual.) Cuando varios atacaban a Hebe de Bonafini por la supuesta “alegría de la muerte” (Horacio Verbistky publicó una nota en Página 12) que le produjo el derrumbe de las Torres Gemelas, no vi ningún afiche de los firmantes que expresaran que el pueblo las abraza. Cuando Página 12 suspendió el suplemento de la Universidad Popular, pese a la gestión personal que hicimos con Vicente Zito Lema, Nestor Kohan, Claudia Korol, Inés Vázquez, tampoco vi esos afiches. ¿Seré rencoroso? Por supuesto, además de memorioso. Pero como nos enseña el tango, rencor tengo miedo que seas amor. Amor frustrado por las Madres al irme de la Universidad Popular. Y amor frustrado al comprobar que se las invoca en vano, porque la loca lucha de las Madres ha sido y será una lucha de la izquierda. De toda la izquierda. Por eso me preocupa la producción de subjetividad K. Hay un mecanismo que Freud describe como el más primario en la constitución de la defensa: la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo. Seguramente, el creador del psicoanálisis lo hubiera empleado para entender el destierro de la “juventud maravillosa”. No quiero callar cuando escucho el intento de nuevos destierros. Si la tierra es del que la trabaja, la izquierda, toda la izquierda ha trabajado, mas bien o mas mal, pero trabajado por nuestra segunda independencia. Y siempre le ha preocupado entender donde está el enemigo, mas allá que podamos acordar donde no está. ¿O acaso pedir a la Iglesia que interceda, medie, pontifique, sermonee, o lo que sea, en el tema de las papeleras es una forma de identificar al enemigo y fortalecer el poder popular de las heroicas asambleas de Gualeguaychú?
Por eso me interesa pensar en lo que denomino “Peronismo de Estado”. En esencia diferente y diría que opuesto a la militancia peronista por la liberación. “Peronismo de Estado” que organiza nuevas formas de macartismo. Será La Tecla Eñe el espacio privilegiado para discutir estos temas. No puedo olvidar que “nadie puede ser cristiano en el Vaticano”. Y que siempre habrá mas Papas de los necesarios, y peor aún, mas papistas que el Papa.

Alfredo Grande

Zona Literaria/Ensayo


TRAKL Y TEILLIER; PARA HABLAR CON LOS MUERTOS

Por Adolfo Vásquez Rocca * PH. D.
Ilustración: Pablo Patza
Para hablar con los muertos

“Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como los pantanos a los fuegos fatuos.
Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en un umbral.”[1]

Jorge Teillier


La poesía como nostalgia

La poesía de Georg Trakl, de estilo abrupto y violento, poseía una rara densidad, en ella se une la nostalgia de la ternura y el presentimiento del fin del mundo. Sus premoniciones de desolación no podían ser comprendidas por sus coetáneos, confiados todavía en las apariencias del esplendor finisecular. Tampoco se podía comprender la videncia del poeta ruso Andrés Biely, el que escribía en 1921: “El mundo volará / por el estallido de una Bomba Atómica / en gavillas de electrones. / Descarnada hecatombe!”. En Trakl aparece un mundo de nostalgia y decadencia. Ya en 1917 Rilke escribía: "la poesía de Trakl es para mí el más conmovedor de los lamentos ante un mundo imperfecto".

La de Trakl es una poesía que alude con melancolía a la casa de sus antepasados; a su ciudad natal, al paisaje de la comarca. Allí aparece un mundo de nostalgia y decadencia, propio de una ciudad que durante la Edad Media había tenido un gran esplendor, y que vivía de un pasado irrecuperable. Por oposición a la ciudad, Trakl se vuelve a la naturaleza, a la que ve exenta de la culpa de la caída[2].

Así la ciudad de Trakl es imagen de la decadencia del mundo occidental que está relacionado con la figura poética del forastero, el solitario, el apátrida, cuya culpa radica sólo en el hecho, por lo demás inevitable, de existir en este mundo donde sólo habitan exiliados.

En contraposición a este tipo de nostalgia, la obra del poeta Jorge Teillier -el fundador de la tendencia conocida como poesía lárica, giro que denomina un tipo de escritura que pone énfasis al recuerdo del "paraíso perdido" de la edad primigenia, en la tierra ancestral, indagando los orígenes primordiales del ser humano- hace alusión constante al terruño, a la infancia, al hogar y al paisaje rural, pero como el lugar idílico al qué volveremos, de allí su particular nostalgia, la nostalgia del futuro. La forma de representación del mundo lárico es, en Teillier, el idilio, que se despliega como representación estática de una particular forma de vida -donde los habitantes de la aldea establecen relaciones de cooperación, correspondencia y armonía consigo mismo, con la colectividad y la naturaleza. Una unidad de vida y paisaje preservada sólo por el poeta, por el guardián del mito.

Para Teillier “el poeta debe dar cuenta primero del mundo que lo rodea a trueque de convertirse en un desarraigado". Este esfuerzo de arraigo comporta una doble y simultánea operación: Por una parte una integración al paisaje al cual el poeta pertenece y por otra, la comparecencia de los antepasados que actúan en el proceso integrador como figuras míticas capaces de revelar en la realidad invisible un rango más alto de realidad, y por ello posibilitando reconocer lo que aún perdura en ella de auténtico a pesar de la ruinosa y desoladora cotidianidad. Como indica Rilke. "Para nuestros abuelos... cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano v en la cual agregaban su ahorro de humano". En este sentido puede hablarse de lo lárico teillieriano como una poesía genealógica que salva la paradoja entre la aparente ahistoricidad del mito y la historicidad concreta de la existencia humana, una realidad impregnada de trasfondos arquetípicos, que posibilitan al lenguaje transfigurar la anécdota en mito[3].

La instalación del poeta en la patria de su infancia, en el universo mítico de los ancestros, se cumple mediante las coordenadas espaciales del viaje, en un caso en ferrocarril desde la capital al pueblo sureño natal y en otro mediante el retorno poético al dominio perdido del sujeto, la infancia tutelada por sus antepasados.

"La muerte
esa manzana llevada por la bruja
ahora golpea los muros
sin dejarnos dormir
La muerte será una hoguera junto
a la cual nos agruparemos
Quizás alguna vez he muerto. Y era otro
Todos seguimos alguna vez nuestro cortejo
y hemos resucitado tantas veces
en el moscardón que ronda las casas"[4].

Así, desde los primeros inmigrantes colonizadores de la frontera, van compareciendo los seres y los objetos que poblaron ese dominio perdido de la aldea con sus generaciones y sus pequeños acontecimientos locales (juegos, amoríos, festejos, vendimias, paseos, etc.), que descuellan únicamente por contraste con la cíclica repetición de siembras y cosechas que acontece según el imperecedero orden agrario.

En Chile la palabra “agrario” no puede sino remitir al proyecto utópico- socialista que el gobierno de Salvador Allende intentó implementar -la reforma agraria[5]- pero curiosamente, en la obra de Teillier no encontramos referencias de orden político. Su inspiración -de carácter no ideológico- ligada más bien a experiencias universales de la naturaleza, la infancia y la muerte; el carácter "arcaico" del poeta como sobreviviente de un paraíso perdido, como testigo visionario -hoy forzosamente marginal- de esa edad dorada de lo humano, y como "guardián del mito y de la imagen hasta que lleguen tiempos mejores", evoca más bien a Hölderlin y a cierto clima neorromántico propio del influjo telúrico de Georg Tralkl. Los lares de Teillier, la Frontera en cuestión parecen ser una trasposición de mundos eslavos y germánicos sobre la experiencia nativa del sur de Chile.

En relación con lo anterior, la investigadora Carolyne Wright en "In Order to Talk with the Dead: Selected Poems of Jorge Teillier"[6] señala que a diferencia de otros poetas latinoamericanos, en la obra de Jorge Teillier hay una curiosa e interesante ausencia de tópicos políticos. La violencia sobre el históricamente (re)fundado mundo de La Frontera - los conflictos con las comunidades indígenas que habitaban esas tierras y que fueron relegadas a territorios marginales, sintomáticamente llamados reducciones, de manera análoga a la reducción de los restos humanos en las tumbas, para hacer lugar a otros- no aparece en la poesía de Teillier. Esta ausencia no puede atribuirse a un descuido del poeta - que era profesor de historia- , sino a una condición poéticamente necesaria para hacer posible y verosímil el ensueño de una comunidad en que estén conciliados la naturaleza y la cultura, el pasado y el presente, el hombre y su prójimo.

Las preocupaciones políticas y sociales con las que se han comprometido tantos escritores, no juegan, pues, en Teillier un papel relevante. Aunque "Retrato de mi padre, militante comunista" revela la afinidad de Teillier con el ideal revolucionario, él ha aclarado explícitamente que su poesía no ha de ser plataforma para polémicas ideológicas (sintomáticamente, aun en "Retrato" describe la utopía revolucionaria de su padre en términos bucólicos). En el prólogo a Muertes y maravillas, que constituye su ideario poético, escribe:

“... a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna ... Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias”[7].

Pese a todo, en su crítica a la modernidad -Teillier- rechaza las valoraciones de la sociedad capitalista y sus consecuencias -el exacerbado consumismo y la desigualdad social- y propone excluirse de la vida ciudadana o, más bien, convertirse en “poeta residente” en la Provincia, en "comunidades" que, en su caso, afirman una forma de vida generosa y de aldea.


TeillierTrakl; Profeta de Occidente.


También la poesía de Trakl alude profusamente a la melancólica casa de sus padres, donde era un niño que al claro de luna salía a dar de comer a las ratas. El paisaje decadente del otoño, la infancia, la muerte, serán los grandes temas de su poesía.

Trakl, se sabe, fue un alumno mediocre, y al llegar la adolescencia se tornó poco sociable, hablaba corrientemente del suicidio y se aficionó al uso de las drogas. Algunos de sus biógrafos sugieren que pudo aficionarse a éstas por influencia de su madre, la cual era opiómana.

Probablemente estudió farmacia a fin de tener un más fácil acceso a las drogas. Estudió dos años en la Universidad de Viena y de este entonces parece datar su repulsión a las grandes ciudades.

En 1953, en su estudio sobre Georg Trakl, Martin Heidegger lo llama "poeta del occidente aún oculto, de una nueva generación renegada que sucederá a la actual"[8], considerándolo el sucesor de Hölderlin. En su análisis de Trakl, Heidegger señala que el destino histórico de occidente es también el destino del linaje humano. Para Heidegger, es el habla la que habla a través de nosotros. Habría un recíproco destino entre humanidad y lenguaje. Es allí donde la noción de lugar es también la de reunión. Pues tanto como existe en lo humano una extrañeza del mundo, existe en el mundo una extrañeza del hombre, del cual el lenguaje guardaría un residuo inasible.

Heidegger, en este texto, vuelve la mirada a un idílico estado preindustrial, mirada que se corresponde con la sensibilidad neorromántica de los poetas láricos como Trakl, quienes están constantemente intentando regresar a la aldea –al pueblo natal– como muestra de rechazo (velado o inconsciente) de la ciudad moderna, creando un mundo imaginario en el cual declara verdaderamente habitar, y en donde se da el verdadero arraigo, la vuelta al mundo de la infancia y la confianza en la memoria y la leyenda. La memoria como dimensión del inconsciente de la modernidad, el momento en que acontecimiento y experiencia se singularizan en un momento único y a la vez fundante.

En la obra de Heidegger se está constantemente buscando retornar al origen, ya sea por el camino hermenéutico, ya por las señales de ruta dejadas en el devenir etimológico de las palabras o mediante la reconstrucción de sentidos primigenios a través de ejemplos tomados de una vida de aldea, en la cual se puede percibir una gran nostalgia, la misma que él –Heidegger –reconoce en la poesía de Trakl. Una nostalgia por aquel mundo del orden inmemorial de las aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de las siembras y las cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses propios de la poesía de Hölderlin. En las obras de Heidegger vemos las cosas dotadas de vida, las cosas vividas, el trato con las cosas cotidianas, con las cosas admitidas en nuestra confianza, esto es lo que Heidegger entenderá como el ser de lo útil.

Heidegger

Poesía, naturaleza e historicidad.

Los poetas son fundadores del ser; son, por lo mismo, los depositarios de los mitos fundacionales de un linaje, de una familia y más tarde de un pueblo, son los únicos capaces de revelarnos el origen y la esencia en cuya pérdida andamos arrojados en una existencia que nos vela su manifestación. La poesía es el nombrar fundacional del ser y de la esencia de todas las cosas, un decir por el cual sale a lo abierto por primera vez todo aquello con lo cual luego tratamos en el lenguaje cotidiano. Por eso la poesía nunca toma el lenguaje como una materia prima preexistente, sino que es la poesía misma la que posibilita el lenguaje[9]. La poesía es fundación del ser por la palabra. La poesía es el lenguaje prístino de un pueblo histórico. Un pueblo al que el poeta, como sobreviviente de un paraíso perdido, quisiera regresar, como testigo visionario –hoy forzosamente marginal– de esa edad dorada de lo humano. El mundo del verdadero arraigo, donde “la jornada de trabajo en el molino y el lugar de residencia del campesino reciben el saludo (…) Donde el molino prepara el grano que sirve para la preparación del pan”[10]. En atención al pan piensa el poeta en ese lugar de trabajo; el lugar del trato cotidiano con las cosas, donde acontece el cuidado de lo humano.

Es así como el dominio de la poesía es el de las palabras fundacionales de lo humano, palabras que preservan una forma de vida. La poesía es, pues, una ocupación. Su labor, como guardiana del mito, es instalar constantemente al hombre en su origen, en su pertenencia a la tierra, entendida ésta como la provincia, en oposición a la vida de la urbe, donde con el advenimiento de la técnica ha acontecido el oscurecimiento del ser (Ge-stell).

Ese ver la tierra como el lugar del origen, primer y último reducto de la lucidez, implica una reverencia religiosa ante el mundo, un temblor, una sensación de —para decirlo con Rudolf Otto, que ejerció cierta influencia sobre Heidegger— estar bajo la dependencia absoluta de lo sagrado.

Aquí pues, la tierra es entendida como aprendizaje. Aprendizaje que tiene lugar en el trato con las cosas mismas en su cotidianidad y el mundo es comprendido como la resolución de la “intimidad”. La intimidad se resuelve en el lenguaje, en el lenguaje sentido a la vez como amenaza y como inocencia. La amenaza a través de la posibilidad del ocultamiento (pseudos); la inocencia, a su vez, como la descuidada apertura al natural transcurrir de los días corrientes, en el uso del mundo del lenguaje, y de las palabras como instrumentos. Ese particular arraigo y sentido de pertenencia hace del hombre un ser histórico. “El hombre –como dirá Ortega[11]– no tiene naturaleza sino que tiene historia”. El hombre es lo que conserva en sí, lo que acumula. “El hombre tiene la edad de su primer recuerdo”[12]. El hombre es quien hace que dentro de él, eso que fue, siga siendo en la forma de haberlo sido[13].

El habla es pues, un acontecer que funda, que coloca un mundo, que “pone” el ser del hombre. Este ser, es un ser dialogante, un ser que porta la existencia como diálogo porque éste es la unidad del ser histórico, que reúne lo que permanece con lo que se ha ido[14]. Existir en el tiempo es pues sentir nostalgia; una gran nostalgia, no sólo del pasado sino también del futuro. Es así como el poeta no es el que escribe poesía, sino el que habita poéticamente el mundo. El morar fundante del poeta consagra un modo de vida ya ido, pero que el reproduce y recrea constantemente, todo esto en la esperanza de que algún día seremos leyenda[15].


Adolfo Vásquez Rocca PH. D.

· Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Teoría del Conocimiento y Pensamiento Contemporáneo. Profesor de Antropología Filosófica en la Escuela de Medicina UNAB, del Magíster en Etnopsicología y de Postgrado en Filosofía PUCV. Editor de la Revista Observaciones Filosóficas http://observaciones.sitesled.com/ y la Revista de Antropología Médica.
adolfovrocca@gmail.com




[1] TEILLIER, Jorge, “Para hablar con los muertos”, en Muertes y maravillas , Ed. Universitaria 1971
[2] TEILLIER, Jorge, “Georg Trakl, el profeta de occidente”, En El Mercurio, Santiago (11.02.1962), p.12.
[3] DE NORDENFLYCHT, A., En AA.VV. El Descenso. Centro de Estudios Elénicos.UMCE. Colección Itex. Ensayos. Santiago, 1995.
[4] TEILLIER, Jorge, Crónica del forastero, Santiago: Imprenta Arancibia Hermanos, 1968. rastero
[5] En las primeras décadas del siglo XX la sociedad rural chilena mantuvo la agraria tradicional, fundada en el predomino del gran latifundio y una jerarquía social rígida, autoritaria y paternalista. En vista de esta situación las demandas por una reforma agraria fueron desde comienzos de siglo una propuesta permanente de los sectores progresistas del país, como fue en el caso de la campaña presidencial del Frente Popular en 1938. Sin embargo, una vez en el poder los gobiernos radicales decidieron privilegiar la industrialización en el mundo urbano, postergando al rural. Como consecuencia, cientos de miles de campesinos emigraron a las ciudades en busca de un mejor futuro, mientras que la economía agraria comenzó a experimentar una crisis profunda caracterizada por su incapacidad productiva, siendo necesaria la importación de alimentos en los años cincuenta. A mediados de la década de 1960 con la llegada al poder de la Democracia Cristiana, a través de la Presidencia de Eduardo Frei Montalva, el proceso de reforma agraria alcanzó un impulso vertiginoso. Bajo el lema “la tierra para el que la trabaja” el programa reformista del nuevo gobierno buscó la modernización del mundo agrario mediante la redistribución de la tierra y la sindicalización campesina.
El nuevo gobierno Socialista de Salvador Allende continuó el proceso de reforma agraria, utilizando los instrumentos legales promulgados por el anterior gobierno, con el fin de expropiar todos los latifundios y traspasarlos a la administración estatal, cooperativas agrícolas o asentamientos campesinos. Este proceso también estuvo acompañado de una gran efervescencia campesina que se expresó en la ocupación o tomas masivas de predios, desatándose en el mundo rural un clima de violencia y enfrentamiento.
Al producirse el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 la Unidad Popular había expropiado cerca de 4.400 predios agrícolas, que sumaron más de 6,4 millones de hectáreas. El viejo orden latifundista que había prevalecido por más de 400 años había llegado a su fin. En las dos décadas siguientes el modelo neoliberal irrumpió en el mundo rural, produciéndose el traspaso de la tierra a nuevos capitalistas, quienes modernizaron la producción agrícola y convirtieron en proletarios a los campesinos del campo.
[6] WRIGHT, Carolyne, In order to talk with the Dead, -Para hablar con los muertos- University of Texas Press, 1993
[7] TEILLIER, Jorge, Muertes y maravillas: Poemas 1953-1954. Santiago, Chile, Editorial Universitaria, 1971, p. 13.
[8] HEIDEGGER, Martín, Interpretaciones de la poesía de Hölderlin, Barcelona, Ariel, 1983.
[9] HEIDEGGER, M., Interpretaciones sobre la Poesía de Hölderlin, Ed. Ariel, S. A., Barcelona, 1983,p. 63.
[10] HÖLDERLIN, Recuerdo, Poema (IV, 61 ss.), aparecido por primera vez en el Almanaque de las Musas de Seckendorft, el año 1808.
[11] ORTEGA Y GASSET, Historia como sistema, VI, p. 40, Revista de Occidente, Madrid, 1958.
[12] BARQUERO, Efraín, En artículo “Los Poetas de los Lares” escrito por Teillier y Compilado por Ed. Sudamericana como “Jorge Teillier, Prosa”, Santiago, 2001.
[13] Aquí, ante el peligro de concebir al hombre como un ser constituido fundamentalmente de pasado - “el hombre es lo que ha sido”-, cabe aclarar que en el marco de la concepción existencialista, tanto de Ortega como de Sartre, el hombre aparece también como proyecto y porvenir. En este sentido son clarificadoras las afirmaciones de Sartre en El Ser y la Nada, “Soy el ser por el que el pasado viene al mundo, pues para que ‘tengamos’ un pasado es preciso que lo mantengamos en la existencia gracias a nuestro proyecto hacia el futuro” (L’etre et le néat, p. 580), de modo que es el futuro el que decide si el pasado esta vivo o muerto.
[14] Aquí queda abierta otra reflexión, la de los “no lugares” y su relación con la absoluta simultaneidad –lo que en otro apartado llamo La era de la llegada generalizada-. Al respecto cabe decir, de manera sucinta (dado que el paso de lo real a lo virtual nos sitúa en otro imaginario), que “en la realidad virtual, la transparencia absoluta converge con la absoluta simultaneidad. Esta instantaneidad de todas las cosas en la información global es lo que –con Baudrillard –llama ‘tiempo real’. El tiempo real puede verse como el Crimen Perfecto (Baudrillard, J. Barcelona 2000) cometido contra el mismo tiempo: porque con la ubicuidad y la disponibilidad instantánea de la totalidad de la información, el tiempo alcanza su punto de perfección, que es también su punto de desaparición.” Y, esto por supuesto, porque un tiempo perfecto no tiene memoria ni futuro.
BAUDRILLARD, Jean, La Ilusión Vital, Pág. 57, Ed. Siglo veintiuno, Madrid, 2002.
[15] TELLIER, J. “Noreste”(Periódico de poesía, Santiago, 1989):'Tener nostalgia es tener patria en el tiempo'.

El Damero

Terrorismo de Estado-Sociedad Civil

Ilustración: La serpiente gigante de Australia, Adolf Wolfi
¿Un modo de ser?

Introducción


El terrorismo de estado del 24 de marzo de 1976 tiene algunas particularidades. La principal, y no la menor a mi entender, es que quienes se hicieron del poder implementaron un plan organizado para matar, torturar y apropiarse de bienes y niños ajenos acuñando un significante nuevo: desaparición (de esas personas, niños o bienes.
Estrictamente hablando la palabra “desaparecido” se circunscribía a personas puestas a disposición del Poder Ejecutivo que no volvían a la vida civil ni de las que tampoco se sabía su paradero. La explicación de Jorge Rafael Videla acerca del alcance del término no deja lugar a dudas: “no está, ni vivo ni muerto, no tiene entidad”.[1]
Para lo que no se acuñaron nuevas palabras fueron para los robos sistemáticos de los que eran objeto aquellos a quienes se los secuestraba. Así, de la forma más vulgar saqueaban, destruían o se llevaban lo que consideraban de valor. Además pedían dinero para (no) dar información a los familiares de los detenidos. Y grandes sumas.
En cuanto a la apropiación de menores la excusa explicaba la buena voluntad de dejar a esos niños en manos de gente que los podía educar mejor, negándoles a los familiares directos su guarda y su cuidado a los que la ley los obligaba.
Esto se complementó con un plan económico que destruyó lo poco que quedaba de una industrialización nacional pergeñada en años anteriores y en los que la sociedad civil tuvo algunas responsabilidades. No así con lo ocurrido durante el Proceso porque es sabido que cualquier régimen de terror cuyos instrumentos son el secuestro, la tortura y la muerte paraliza la acción organizada de quienes están bajo su dominio.
Pero la historia argentina no comienza ese nefasto 24 de marzo. Y nos conviene tratar de analizar las causas conjuntas que determinaron la aparición de esos “años de plomo”.

Análisis de la situación

El Gobierno peronista determina el “aniquilamiento” de la subversión.
Los grupos armados que actuaban hacía ya varios años habían sido un elemento más de presión para el retorno de un líder que, desde el exilio, fomentaba en cada uno la ilusión de ser el elegido. La habilidad política de Perón y la pregnancia que tuvo como líder para varias generaciones de argentinos, posibilitaron una identificación entre los seguidores.
Todos peronistas.
Pero, apenas se identificaba a uno de ellos con el proceder de López Rega, por ejemplo, rápidamente se defendía diciendo que ese no lo era. Así, fragmentados individualmente hasta el desconcierto (todos eran de la primera hora pero ninguno quería reconocerse en el otro) la agrupación guerrillera Montoneros (en su nombre está implícita la política de masas, ya que incluye el montón) trató de diferenciarse y en un acto casi suicida, aceptó sin cuestionar su expulsión pública del peronismo por parte de su líder.
Era, más bien el momento de hacer un corte histórico. Reclamarle públicamente que defina para su querido pueblo la estrategia: Sí o no a la lucha armada. Develar aquello que Perón había manejado a su antojo durante sus años de poder: la ambivalencia.
Pero se fueron para pasar a la clandestinidad. Duro error que muchos pagaron con su vida.
Por otra parte, el peronismo de Eva Perón incluía entre sus proyectos las milicias obreras. Proyecto, obviamente, truncado cuando sobreviene su enfermedad y su muerte.
De modo que la violencia estaba implícita en un peronismo que, en su primera época no fue ajeno a muertes y torturas de los llamados, en aquel momento, contreras.
En realidad el movimiento político más importante del siglo XX no era ajeno a la historia de la Argentina.
¿Qué decir de la llamada sociedad Civil?
Si se entiende el “no te metás” se puede decir poco.
Pero todas estas instancias de militancia y de poder también forman parte de la Sociedad Civil.
El pueblo, en sus comienzos, no sabía nada y algunos historiadores creyeron interpretar que “quería saber”.
Yo lo dudo.
Las imágenes infantiles de un pueblo reunido en la Plaza queriendo “saber de qué se trata” se me superponen con las de las Madres de Plaza de Mayo. Creo que en este último caso sabían de qué se trataba y querían saber otra cosa. De hecho abrieron la brecha para que otros podamos preguntar (nos) también de qué se trató este despropósito de alentar una lucha para la cual no estábamos preparados.
Lo de las Malvinas fue una repetición. Ya los jóvenes militantes de los años 60 y 70 se aferraban a la idea de que podían combatir y ¡ganar! en una lucha cuerpo a cuerpo con militares mejor preparados y pertrechados que ellos.
Hay quienes pensaron que esto era un signo de soberbia, como Pablo Giussanni en su libro Montoneros. La soberbia armada.
Pienso más bien que responde a un fenómeno de masas. Freud en su texto Psicología de las Masas advierte como se conjugan dos identificaciones: una al ideal (en los años 70 era el ideal guerrillero), identificación simbólica y otra, imaginaria, al semejante.
El slogan “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” responde a esta última forma de la identificación.
Lo complejo, para la sociedad Civil en su conjunto, es saber, finalmente, a qué Ideal respondía la simbólica. Porque los ideales sociales tienen buena prensa.
De hecho hay un film que se titula Cazadores de Utopías, como si el ideal de conquistar el poder por las armas fuera una utopía justificable.
Claro, todo puede ser justificable comparado con lo que pasó después.
Pero estamos aquí para analizar, empezar a comprender (y puede llevar mucho tiempo) como se generaron las condiciones para que ese ideal calara en un sector de la juventud y produjera actos cuyas consecuencias no se contemplaron. ,
Justamente la acción guerrillera tenía el rasgo de lo impensado.
Líderes guerrilleros reunidos entre sí concluían en acciones violentas para, luego, pretender que aquí no ha pasado nada. O, como algunos decían, para profundizar las contradicciones y provocar a la reacción. Lástima que no quisieron saber nada de cómo podían actuar las Fuerzas armadas en su conjunto, organizadamente.
Y organizaron el país en un campo de matanza dentro del cual, para el 78, ya estábamos todos bajo estricto control.
¿Se podía saber qué iba a pasar?
Imposible predecir el futuro.
Pero podemos hacernos cargos de las consecuencias de nuestros actos, individual y colectivamente.
Gran parte de la sociedad civil no queríamos la lucha armada, pensábamos que no era la forma civilizada de cambiar las condiciones de vida de la gente, trabajábamos y estudiábamos para darnos la oportunidad de hacerlo de otra forma.
No pudo ser.
La pulsión de muerte busca su satisfacción y en la Argentina del pasado reciente ciertos grupos armados crearon las condiciones para que la represión fuera brutal.
Más allá de la culpa de todos los que operaron desde la represión creando el terror y cuyas consecuencias aún estamos pagando, los que deben ahora hacer una autocrítica es lo que resta de dichas organizaciones y de los militantes que avalaban políticamente a esos grupos.
Para terminar, un recuerdo infantil. Durante un paseo vi el Jockey Club destruido. Cuando les pregunté al matrimonio que me llevaba de paseo qué había pasado me dieron una respuesta apta para un niño: unos señores, pobres, enojados porque los ricos no los dejaban entrar, lo habían incendiado.
Supe muchos años después (demasiados) que en ese acto fatal se perdieron, entre otras cosas, obras de arte valiosas. Supe también que la orden vino del Líder bajo la forma ¿“Quieren leña? Den leña Uds.”.
La sociedad civil, de la que formo parte, tiene que saber hacer más allá del duelo por la sangre derramada (esa que, decían, no sería negociada) un análisis del discurso que causó tanto daño.
Mientras no pensemos, en conjunto, acerca de nuestra historia sólo nos queda la repetición.
Hoy escucho grupos que reivindican a algunos pero están peleados con los otros. No hay debate, hay enfrentamiento permanente. A veces pienso que es nuestro modo de ser.

Mirta Vazquez de Teitelbaum
Lic. En Psicología
Psicoanalista miembro de la EOL




[1] Respuesta a un periodista por televisión. 1978.

El Damero




DEL JUICIO A CRIMINALES DE GUERRA Y OTROS CUENTOS

Por Mery Castillo-Amigo*
Ilustración: Le p`oete rouge, Clovis Trouville
Cuando pensamos en los juicios a los criminales de guerra, a la mayoría se nos viene a la mente el famoso juicio a Eichmann, que tan magistralmente relatara y analizara Hannah Arendt en las páginas del The New Yorker (y que luego se convertiría en el libro Eichmann in Jerusalén); pensamos también en varios otros líderes del nazismo, sentados en el banquillo de acusados en Ñüremberg. En esos tiempos estos juicios eran algo serio, algunos de los acusados sufrieron la pena de muerte y otros fueron sometidos a condenas.
Parecen muy lejanos esos tiempos. Hoy en día, los juicios contra varios de los personajes más siniestros que ha dado la política mundial, se han convertido en un teatro, o un burdo cuento de nunca acabar. El juicio a Saddam Hussein, ha devenido en una sucesión de ardides, en el que el inculpado desacredita la función del tribunal, y éste a su vez no pareciera tener la solidez moral necesaria para dar visos de legitimidad a su papel.
En el ínterin, el juicio a Slobodan Milosevic llegó a su fin convertido en exequias funerales, luego de años de alegatos, legajos de declaraciones cada vez más tediosas y millones de dólares derrochados. Las sospechas iniciales de suicidio y la posterior confirmación de una muerte causada por medicaciones no controladas oficialmente, no hacen sino demostrar falta de eficacia y control. Mientras escribo estas líneas, Charles Taylor, el ex dictador de Liberia, ha sido detenido, y se inicia la discusión de cuál será el tribunal que lo juzgará. Y no nos olvidemos de los miembros del Khmer Rouge, sobre quienes después de casi una década, aún no queda claro si serán llevados a juicio.
Por supuesto esto no quiere decir que es mejor acabar de una vez con estos asesinos de masas que ejercieron el poder durante buena parte del siglo XX. No es para ufanarse el que un personaje como Nicolai Ceaucescu, último gobernante comunista de Rumania, muriera ejecutado sin un juicio justo. El sentido de un tribunal recae en la legitimidad de los actores, y en la normatividad legal que la justicia necesita, no importa si el resultado final sea el mismo.
Al parecer en la actualidad parecieran existir dos modelos para proceder contra un dictador destituido. Un país puede someter a juicio a sus propios ex gobernantes, como es el caso de Argentina, que ha llevado a varios de los generales responsables de haber desaparecido a más de 5000 de sus compatriotas. Internacionalmente, el modelo de Ñüremberg todavía puede ser utilizado para posibilitar nuevos juicios, pero con las condiciones con que las potencias suelen asignar la responsabilidad, como cuando se trata de crímenes contra la humanidad, que no habían sido claramente definidos cuando se perpetraron.
En algún momento eran claras las ventajas de los juicios nacionales tanto como de los juicios internacionales. La posibilidad de los juicios dentro del propio país, permitía a la ciudadanía ser participe del proceso. De esa manera se abre la posibilidad de entender lo sucedido, asumir su papel en los hechos y buscar las garantías para que no se repitan.
Dentro de todo, el enjuiciamiento de los generales en Argentina ha hecho parte de un ritual necesario en la transición a la democracia. Aunque se mantienen aún muchos cuestionamientos, ya que a pesar de las condenas, el poder de los militares seguía manteniéndose; los juicios terminaron y obtuvieron el perdón presidencial. Después de veinte años, Argentina todavía no ha resuelto la maraña legal de esos juicios. Pero el caso de Chile es el más desesperanzador, luego de la detención de Pinochet en Londres, hecho que daba esperanzas de un juicio internacional, la entrega posterior a su país, ha demostrado las dificultades en que se encuentran las legislaciones nacionales. Lo más certero es que Pinochet será juzgado por evasión y corrupción y no por su responsabilidad en los crímenes y desapariciones de chilenos.


Cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas estableció el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (ICTY) se generó la confianza y abrió expectativas acerca del funcionamiento. Al asumir el juicio a Milosevic, la falta de claridad respecto a su funcionamiento y duración y la aparente abundancia de cautelas, han terminado en lo que ya conocemos. No nos queda claro tampoco cuál habría sido el manejo que los serbios le hubieran dado al dictador en un juicio local. Lo más cercano es que en ese influiría el partido político que manejara el tribunal.
En todo caso los juicios de personajes como Milosevic, Hussein y otros, nos deben enseñar algunas lecciones. Una de ellas, es que hay que tener cuidado al enjuiciar a éstos buscando solamente acabar con eso, que podríamos llamar carisma, ya que usarán el juicio para reivindicar sus actos y convertirán un tribunal en su palestra. Para ello es necesario que sean derrotados totalmente y que sus sociedades lo asuman así. Todavía hay muchos que han logrado evadir la ley. Y hay países, como en el caso de Colombia, que intentan iniciar estos procesos. Es importante aprender la lección.


* Filósofa y analista social.

El Damero


Diferencia y desaparición




Por Sara Rosenberg


(Especial para La Tecl@ Eñe)

La escritora y artista plástica Sara Rosenberg, ganó en el pasado mes de abril el premio “La escritura de la differenza”, en Nápoles, Italia, por la obra de teatro “El Tripalio”. En el trabajo que se publica en este número de La Tecl@ Eñe, la autora reflexiona sobre la relación de los desaparecidos en la sociedad y en la literatura. El eje del texto surge de dos palabras clave: diferencia y desaparición.


Ilustración: Figuras, por Sara Rosenbreg



Diferencia y desaparición.

Sobre la palabra Diferencia.*
Por Sara Rosenberg.**


La diferencia define toda una manera de entender la escritura. Un nombre que implica un pensamiento y un espacio múltiple, polifónico, social, donde sea posible crear juntos un discurso diferente al dominante. Diferente al discurso del mercado, y de las pautas culturales que este manipula con tanta habilidad. Diferente al discurso que sostiene y justifica el robo, el crimen, la guerra, y que siembra de muerte nuestros sueños y nuestra vigilia. Diferente porque rechaza el sacrificio, el hambre y el dolor como hechos naturales y eternos. Diferente porque es capaz de imaginar al mismo tiempo, otra forma de relación entre los que habitamos este hermoso y lastimado planeta. Diferente en el sentido profundo que tiene afirmar la vida, la justicia y la igualdad, frente al discurso del poder y de los señores de la guerra, la corrupción y la ley de la máxima ganancia. Reivindicar la diferencia es resistir la explotación brutal y la muerte.

Sin embargo, la Diferencia, ha sido siempre una palabra peligrosa para los dueños del poder. El otro, el diferente, ya deshumanizado, fue el objeto de explotación de todas las potencias coloniales y es el sujeto invisibilizado de nuestro tiempo, el trabajador precario, el explotado de hoy, nosotros. Desde 1492, millones de indios –eran diferentes- fueron “cristianizados”, es decir sometidos y asesinados en América Latina. Cuando necesitaron más mano de obra esclava, el diferente negro, el salvaje, temible y oscuro africano, fue cazado, trasladado a América, y obligado a llenar las arcas de la Europa colonial. La violencia de la conquista, que fue brutal, construyó sus fantasmas y proyectó en el otro sus propias conductas, para sembrar el miedo. La diferencia, la alteridad, en manos del amo siempre fue un instrumento para criminalizar la resistencia. Eran tontos, brutos, salvajes, caníbales, negros, indios, no humanos, una deshumanización necesaria para su gran empresa extractiva. El otro, el no-humano, sólo era apto para ser sometido y robado. Sobre esta barbarie, la Europa colonial, blanca y satisfecha, erigió su imperio y su cultura. Este proceso iniciado en los albores del capitalismo, no cesó durante todos los siglos posteriores. América continuó siendo saqueada durante cinco siglos y sus habitantes condenados a la barbarie en nombre de la civilización.
Como dice el Calibán-caníbal de Shakespeare, “Me enseñaron su lengua, y de ello obtuve el saber maldecir: ¡La roja plaga caiga sobre ustedes por esa enseñanza!”. Qué duda cabe que “no existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”. Tal vez por eso mismo nombrar es comprometido y no existe la neutralidad.
En América, la iglesia y la espada que siempre estuvieron juntas en la misión “civilizatoria”, no sólo prohibieron las religiones locales, esos dioses de los otros, los no-humanos, sino y sobre todo la narración oral, el cuento, la imaginación, la posibilidad de recordar y auto narrase. El combate contra la memoria y contra la historia fue implacable. Un indio que se atreviera a contar un cuento merecía que le cortaran la lengua, o la muerte.
Y ya en siglo XX, cuando Alemania se atrevió a colonizar Europa, continuó esta línea maestra de la barbarie, masacró al diferente: fuera judío, comunista, gitano, homosexual, republicano, disidente, cualquier diferencia debía ser suprimida, porque la identidad de la raza aria fue el concepto que les sirvió para dar cohesión a su política de genocidio, explotación y expansión económica. La identidad tiene una especial carga de muerte.
Qué decir de nuestro siglo XXI, cuando siguen cayendo las bombas en Bagdad y en Palestina, y en todo el Oriente el demonio usa turbante, mientras el petróleo fluye hacia los coches que circulan por las amplias avenidas de la modernidad contaminando y destruyendo poco a poco la dignidad del ciudadano de a pie. Para robar el oro negro, también se demoniza y se masacra al que ha sido previamente deshumanizado. Llamado terrorista, y utilizado para investirlo de los fantasmas del opresor, que ejercita día tras día el terrorismo contra un pueblo que resiste como puede la invasión y el saqueo.
El “bárbaro” de hoy se agolpa en las fronteras del bienestar, muerto de hambre, agobiado por el saqueo y la guerra post-colonial; se ahoga en el Estrecho de Gibraltar, esa inmensa fosa común, o se electrocuta sobre las vallas inteligentes, o deambula en el desierto. Algunos llegan a la tierra de promisión, donde serán parias sin derechos sociales. Los derechos sociales no son rentables para el imperio que levanta siniestros muros de contención. El campo de concentración se ha extendido. Tal como decía el cartel en la puerta de Azwitch, una promesa mortal, “El trabajo os hará libres”. Su concepto sólo se ha ampliado y ha cambiado de forma: un ejército de mano de obra barata y desesperada espera a las puertas de Europa obtener un trozo de pan, una migaja que jamás podrá ser más que una migaja. Un ejercito de diferentes, de oscuros diferentes que han sido previamente condenados por el amo, el mismo amo, al hambre y a la barbarie.
Decía Lewis Carroll que las palabras tienen dueño, y tienen historia, están modeladas y creadas por ese conjunto inmenso de voces que nos precedieron, que nos hablan, y reclaman con urgencia ser escuchadas. Por eso nombrar es siempre comprometido. No existe la palabra ni el lenguaje neutral, porque no es posible escribir ni pensar sin tener un punto de vista, una concepción del mundo y de nuestra vida, de nuestro lugar en él. La “objetividad” programática de los medios de información, nos satura de mentiras día tras día, e impide la articulación, la relación de cada suceso con sus causas. La formación de lo que suele llamarse opinión pública, es bochornosa. No hay objetividad sino desinformación, manipulación del conocimiento en función de un objetivo muy concreto: desarmar el pensamiento libre, la diferencia, la voz propia que se rebela y disiente, porque cuando digo robo no digo beneficios ni guerra humanitaria, cuando digo explotación de los recursos naturales, no digo inversiones, cuando digo democracia, no digo monopolios, cuando digo amor, no digo contrato mercantil, cuando digo libertad, digo igualdad y justicia.

2. Diferencia y Desaparición.

Argentina ha sido un laboratorio de lo siniestro. Allí se experimentó el método terrorista del estado para aniquilar cualquier resistencia a su proyecto económico y político: máxima ganancia para las empresas extranjeras y los bancos, saqueo de los recursos naturales, destrucción de la industria nacional, mano de obra barata y sin derechos sociales, es decir hambre para la mayoría de la población.
El proyecto de saqueo neoliberal necesitaba acabar con la resistencia de los trabajadores -la diferencia de criterio que se llamó subversión- para poder imponerse. El ejército, la iglesia, y los partidos políticos de la burguesía financiera se aliaron en esta tarea. El método empleado fue el terrorismo de estado.
Primero utilizaron bandas armadas del ejército, la policía y la derecha peronista, que se hicieron llamar Triple A, y que operaron contra la población durante los años 74 al 76. En el 76, las fuerzas armadas dan un golpe militar y asumen desembozadamente la tarea de eliminar a la oposición e implantar el sistema neoliberal. La guerra sucia del ejército se libró contra una población civil desarmada, a la que se invistió de un infernal poder de subvertir el orden. ¿Cuál orden?. Obreros, estudiantes, intelectuales, sindicalistas, mujeres, niños, viejos, pasaron a formar parte desde entonces de la trágica figura del Desaparecido. Una figura dolorosa y aterradora.
Como bien dice Eric Howsbaum, las guerras del siglo XX se libraron sobre todo contra la población civil, y en Argentina esta máxima se cumplió absolutamente. Hay una continuidad que no es posible soslayar. Nuestra historia personal, arranca en el siglo XX, necesaria y decisivamente cruzada por los nombres de Azwitch e Hiroshima. Noche y niebla, millones de desaparecidos en el humo de los campos, y en el humo de las bombas atómicas, lanzadas también después del cese de las hostilidades de la 2º guerra mundial. Azwitch e Hiroshima son las coordenadas que dan lugar al comienzo de lo que se llamó la guerra fría. La guerra contra todo aquello que no se alineara detrás del vencedor imperio americano. El demonio entonces era el comunismo y el poderoso imperio no escatimó medios para llevar la guerra de conquista a los confines del mundo.
Vuelvo sobre las dos palabras que he nombrado antes: Subversión (diferencia) y Desaparecido. Ambas se acuñaron durante esos años siniestros. Ambas tienen su historia y es a nosotros a los que nos corresponde contarlas. Ambas son los extremos de un arco tensado en aquellos años terribles, y que siguen dejándonos en las manos una larga tarea de reflexión y de lucha, porque los asesinos hoy gozan de buena salud, están en libertad, aunque algunos hayan sido juzgados y condenados, continúan siendo impunes. Alguno de ellos cumple arresto domiciliario, pero la mayoría compra el pan por la mañana en la panadería al lado de mi casa, o sigue trabajando como siempre en los servicios de seguridad e inteligencia, ya sean privados o públicos.
Durante los años setenta, en el cono Sur de América Latina se funda una empresa a la que llamo “Asesinatos Sociedad Anónima” para exterminar a la población que se resistía a ser saqueada en silencio o que simplemente podía estorbar sus planes de enriquecimiento ilícito. Los gobiernos de Chile, Paraguay, Argentina, Uruguay, Bolivia y hasta Brasil, crearon esta empresa criminal, una mafia terrorista, llamada “Operación Cóndor”, y colaboraron intensamente secuestrando, matando y despareciendo a miles y miles de ciudadanos que no tuvieron ni siquiera derecho a ser juzgados. Las líneas aéreas nacionales, como Lan Chile, sirvieron para trasladar prisioneros secuestrados de un país a otro, los edificios públicos fueron transformados en bases operativas de los torturadores, todas las infraestructuras de los estados terroristas se pusieron al servicio de la represión. Los militares latinoamericanos que participaban en los interrogatorios y torturaban lo hacían según las enseñanzas recibidas en la Escuela de las Américas, dirigida por Estados Unidos y donde previamente se habían formado como torturadores, terroristas y asesinos. Millones de dólares se invirtieron para destruir a las poblaciones civiles, que reclamaban su derecho a una vida digna. Millones de dólares ganaron los asesinos con esta tarea. Fueron bien pagados por los bancos americanos, y cosecharon inmensas fortunas. Trabajaron a conciencia y sembraron la muerte, además del desempleo, la miseria, la corrupción, y toda la situación económica y social que aún padecemos. Las empresas americanas hicieron sin embargo suculentos negocios y los bancos duplicaron y triplicaron sus beneficios.
En ese contexto surge la atroz figura del desaparecido. En ese contexto, y con un programa claro de aniquilación y exterminio, del que no debían quedar pruebas, es decir cuerpos, nombres, ni memoria. El desaparecido es básicamente una figura de la impunidad.
Contaron con el apoyo de una parte envilecida de la sociedad: médicos, notarios, abogados, periodistas, empresarios, curas, obispos, nuncios, una larga lista que colaboró con el crimen y que también continúa impune, probablemente trabajando en alguna empresa conocida, que los debe haber premiado con altos dividendos.
Me da pavor decir que ni los métodos son nuevos ni han dejado de operar. Son los mismos métodos que hoy se aplican en Guantánamo, en Abu Ghirab, en Masin Sharif, en todas las cárceles y prisiones dirigidas por Estados Unidos y sus aliados. Son los mismos métodos de terror que hoy se utilizan contra la población de Afganistán, de Palestina, de Irak, y que antes, hace pocos años se ejercitaron en Yugoeslavia.
En Argentina muchos de nuestros desaparecidos fueron lanzados vivos al río, desde aviones militares. También ahora usan aviones que sobrevuelan el espacio aéreo europeo y democrático para transportar a miles de prisioneros secuestrados de un país a otro, hacia cárceles que nadie conoce y adonde no se puede reclamar por ellos.
El método del terrorismo de estado es el mismo, se ha perfeccionado, se ha internacionalizado, se ha globalizado, como se dice ahora. Está operando, y decirlo, lo reconozco, me produce cólera y por supuesto, terror.
En Argentina, todos los que no colaboraron con la dictadura fueron definidos como diferentes-subversivos, y posteriormente “desaparecidos”. La palabra se usó como demonio, se creó un monstruo para justificar la represión y contar con el silencio aterrado de la mayoría. Sin límites legales, cualquiera podía ser asesinado. La palabra desaparecido nombra la ausencia en el doble sentido de ausencia de cuerpo e identidad, y la ausencia de un sistema legal. Generó miedo, dolor y sirvió para expandir el terror. Pero esa palabra, operó como un boomerang, porque fue defendida y transformada gracias a la lucha de las Madres de Plaza de mayo, y de los familiares que reclamaron desde los primeros momentos su aparición con vida y hasta hoy siguen reclamando el castigo para los autores del crimen. Volver a darles nombre será una tarea larga, porque nos faltan años todavía para conseguir que se haga justicia, es decir que los asesinos sean no sólo juzgados, sino encarcelados.
El miedo fue la droga del terrorismo de estado y narcotizó
la conciencia de la gente. Te decían “se lo llevaron, algo habrá hecho”. Métodos de terror que se expandieron y lograron que la ciudadanía se transformara en un montón de solos aterrorizados, desprovistos de cualquier capacidad de reacción contra lo que estaba sucediendo. El resultado, un país que ha sido destruido, saqueado, y que ha retrocedido tanto como para cerrar el siglo con una crisis económica tan profunda que condenó al 70 % de la población a pasar hambre, en una de las regiones más ricas de la tierra.
En el caso de Argentina, han pasado ya treinta años. La mayor parte de los terroristas están en libertad. Este año se ha juzgado y condenado en Madrid a Scillingo, y este juicio sienta un precedente importante, en relación a la posibilidad de juzgar también los crímenes del franquismo que aún continúan impunes. En España los asesinos jamás fueron juzgados, y se pactó el silencio, el olvido más atroz de las víctimas de la guerra civil iniciada por el General Franco contra la República Española y la democracia.
Mucho se ha hablado de literatura y compromiso. Ha habido grandes discusiones sobre el lugar del artista en la sociedad. Sin embargo, creo que sólo hay dos lugares posibles, el de la dependencia del poder o el de la independencia del pensamiento. Toda escritura es comprometida: o bien con el conservadurismo y el poder, o bien con la invención de otro modelo de sociedad.
El poder tiene otras formas menos violentas y extremas, pero permanentes, de hacer desaparecer. Otras formas de crear desaparecidos en nuestra sociedad y en nuestra cultura. Son aquellos invisibles para el mercado y la cultura oficial. Todo lo que no sea “ontológicamente comercial”, es decir todo aquello que el mercado no promociona porque contradice su propia estructura. Y lo ontológicamente comercial, promocionado, es aquello que explica o se refiere a lo que no cuestiona y no exige el sano arte de la duda y la contradicción. Todo aquello que se expresa como diferencia, es invisible, desaparecido. Hay que vender distracción y entretenimiento. Hay que vender evasión. Todo es posible mientras el sistema no sea puesto en cuestión. Esa es la eternidad que promueve el poder y el poder necesita que la cultura provoque inercia. Gastan millones para conseguirlo. Pero, no sólo hay censura, aunque se diga que estamos en sistemas con libertad de expresión, sino algo mucho más temible, y muy común, que es la autocensura, cuando no, la participación abierta en la construcción del bochornoso sentido común, la degradación del nivel de exigencia y el gran negocio del espectáculo. No vale la pena dar nombres, pero basta con mirar lo programas culturales de la televisión o leer las páginas culturales de los periódicos. Hay una desaparición de la función crítica del intelectual. Esa es la cultura desaparecida en este tiempo de poder mediático. Diez grupos de poder controlan todas las publicaciones en el mundo, la televisión, las editoriales, los periódicos, las radios, el cine.
Es la cultura de la exclusión, y el desaparecido existe, tiene una presencia inmensa. Es la gran masa, la oscura masa que trabaja cada día para sostener la sociedad del bienestar para otros, y que aún no tiene voz. La masa de pobres, humillados, ofendidos y sobre todo silenciados de nuestro tiempo. Ellos no divierten ni son vendibles como evasión. Su presencia en nuestra vida y en nuestra literatura es paradójica, claro, porque su inmensa presencia es la de los ausentes. En la sociedad de la mercancía, el trabajador desaparece, porque el trabajo ya no es un derecho y mucho menos un placer, o una función social, sino una forma de perder la identidad, el cuerpo, la voluntad y la dignidad.
Por eso, el desparecido, es sobre todo la complicidad con el olvido y el silencio. Un silencio al que se llega por el tenaz trabajo que se ejercita con el miedo. En la medida que podamos contar, simbolizar y nombrar las causas de la injusticia, estaremos sembrando un camino hacia otra situación. Desaparecer es estar condenados, o elegir, el cómodo silencio. La inercia y la falta de preguntas. El pacto con el olvido y por lo tanto la incapacidad de relacionar el presente con el pasado y con la voluntad de transformarlo.

Decía Bertold Brecht,

No acepten lo habitual como cosa natural,
Pues en tiempos de desorden sangriento,
De confusión organizada,
De arbitrariedad consciente,
De humanidad deshumanizada,
Nada debe parecer natural,
Nada debe parecer imposible de cambiar.

28 marzo, 2006.
Sara RosenbergÓ


*En este mes de abril la obra de teatro “El triplalio”, de Sara Rosenberg, ganó el premio “La escritura de la differenza”, en Nápoles, Italia. La autora del artículo dio una conferencia en la universidad sobre “Los desaparecidos en la sociedad y la literatura”. Las dos palabras, diferencia y desaparición, fueron los ángulos de su disertación.

**Sara Rosenberg ha escrito las novelas: "Un hilo rojo", 1998, Editorial Espasa Calpe; “Cuaderno de invierno”, 2000, Ed. Espasa Calpe y “La edad del barro”, 2003, Editorial Destino. Ha escrito también cuentos, publicados en varias antologías (Lengua de Trapo, Edaf)